El Poder Dentro de Nosotros

El Poder Dentro de Nosotros

Russell M. Nelson
© 1988 Russell M. Nelson

El Poder Dentro de Nosotros – Russell M. Nelson


El libro “The Power Within Us” de Russell M. Nelson es una obra que refleja profundamente la visión profética y médica de su autor. Al leerlo, uno siente que no se trata simplemente de un manual doctrinal ni de un texto de ciencia, sino de un puente entre el conocimiento espiritual y el entendimiento físico del ser humano.

El presidente Nelson parte de su experiencia como cirujano de corazón para recordarnos que, aunque el cuerpo es una maravilla de creación divina, lo verdaderamente esencial es la fuerza interior que proviene del espíritu. Habla de la vida como un don precioso y del cuerpo como un instrumento sagrado que debe ser cuidado, pero insiste en que el verdadero poder no radica solo en la biología, sino en la conexión con Dios y Su evangelio.

El texto nos conduce a reconocer que el Señor nos ha dado dentro de nosotros un potencial eterno: el poder de la fe, de la esperanza, de la revelación personal y de la capacidad de elegir. Ese “poder interior” no es algo limitado, sino un reflejo de nuestra identidad divina como hijos e hijas de Dios. Nelson resalta que al alinearnos con los mandamientos, al ejercer la fe en Jesucristo y al vivir de acuerdo con las leyes de la salud y la espiritualidad, descubrimos que podemos superar pruebas, enfermedades y desafíos aparentemente imposibles.

En su narrativa, Nelson une el conocimiento médico con principios doctrinales. Por ejemplo, muestra cómo las leyes físicas y biológicas obedecen un orden divino, y cómo la obediencia a mandamientos como la Palabra de Sabiduría tiene consecuencias directas en la longevidad y la fortaleza. Al mismo tiempo, enfatiza que hay realidades más profundas: aun cuando el cuerpo sufra o falle, el espíritu permanece fuerte si está anclado en Cristo.

El mensaje, en esencia, invita a descubrir que el verdadero poder para cambiar, sanar, aprender y vencer se encuentra ya en nosotros, puesto allí por Dios. No se trata de depender de fuerzas externas, sino de acceder a la chispa divina que mora en cada alma.

Al terminar el libro, el lector comprende que Nelson no solo quería enseñar principios médicos ni solo compartir doctrinas espirituales: quería mostrar que ambas esferas convergen en un mismo propósito. El “poder dentro de nosotros” es la suma de lo físico y lo espiritual, y se manifiesta plenamente cuando confiamos en Cristo, vivimos en rectitud y cuidamos tanto del cuerpo como del espíritu. En otras palabras, es un llamado a descubrir la grandeza de nuestra naturaleza divina y a vivir con fe en que Dios nos ha dotado con poder suficiente para alcanzar la vida eterna.

Prefacio
1La magnificencia del hombre
2Tres pasos hacia una vida monumental
3Comenzar con el fin en mente
4Proteger la línea de poder espiritual
5Obediencia y sacrificio
6Dominio propio
7A la manera del Señor
8El gozo llega por la mañana
9Ama a tu prójimo
10La verdad y más
11Las Llaves del Sacerdocio
12Lecciones de Eva
13Fuerzas en la vida: un diálogo entre padre e hija
14Los Diez Mandamientos
15Convenios y Señales
16Vida Después de la Vida
17Los Profetas Modernos Hablan

Acerca de este libro
“Cuanto más envejezco, más aprecio la singularidad de una vida individual. Literalmente, no hay dos personas iguales. Cada una tiene una herencia genética específica indeleblemente grabada en cada célula. Las influencias ambientales de la compañía que uno mantiene, y las experiencias que uno soporta, se combinan para enriquecer y educar a la persona que finalmente emerge de esta maravillosa experiencia que llamamos vida.”

Con una percepción poco común, adquirida gracias a su servicio tanto como cirujano cardíaco de renombre mundial como líder de la Iglesia, el élder Russell M. Nelson, miembro del Quórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, escribe acerca de los poderes y el potencial únicos de cada individuo.

“El potencial para el poder divino está dentro de nosotros”, afirma. “Espera ser alcanzado por cada hijo de Dios que esté dispuesto.” Algunas de las cualidades que cada persona debe desarrollar para lograr ese poder divino son:

  • Aprendizaje: “Debemos adquirir conocimiento, pero debemos aplicarlo con sabiduría. De lo contrario, tendremos política sin principios, industria sin moralidad, conocimiento sin sabiduría, ciencia sin humanidad.”
  • Amor al prójimo: “La mayoría de los que se han apartado de la plena comunión con la Iglesia lo han hecho no por disputas doctrinales, sino por heridas, negligencia o falta de amor. El progreso hacia la plena participación en las bendiciones del evangelio no necesita de nuevos programas, sino de una nueva visión de amor, que puede expresarse mejor a través de amigos y vecinos.”
  • Obediencia: “Nuestra decisión de servir debe ser una decisión informada, basada en verdades eternas, porque no obedecemos ciegamente, sino porque podemos ver.”
  • Dominio propio: “Tu espíritu adquirió un cuerpo al nacer y se convirtió en un alma para vivir en la mortalidad a través de períodos de prueba y examen. Parte de cada prueba consiste en determinar si tu cuerpo puede ser dominado por el espíritu que mora en él.”
  • Un matrimonio fuerte: “Se necesita un hombre y una mujer para formar a un hombre o a una mujer. Personas comunes e imperfectas pueden edificarse mutuamente mediante la plenitud que logran juntos.”
  • Obediencia a la ley: “La libertad de actuar y el dominio de nuestras acciones emanan ambos de la ley.”

“El origen de nuestro poder espiritual es el Señor”, concluye. “Este poder difiere del poder eléctrico. Un aparato eléctrico consume poder, mientras que el uso del poder espiritual de Dios repone nuestro poder. Mientras que la energía eléctrica solo puede usarse durante períodos de tiempo limitados, el poder espiritual puede usarse por el tiempo y por la eternidad.”


Prefacio


“Cuanto más envejezco, más aprecio la singularidad de una vida individual. Literalmente, no hay dos personas iguales. Cada una tiene una herencia genética específica indeleblemente grabada en cada célula. Las influencias ambientales de la compañía que uno mantiene y las experiencias que uno soporta se combinan para enriquecer y educar a la persona que finalmente emerge de esta maravillosa experiencia que llamamos vida. Si alguien puede obtener provecho de mis perspectivas, me sentiría justificado en la publicación de este volumen.

Como mi nombre aparece como autor, reconozco que, en gran medida, soy el producto de los demás. De cada persona maravillosa que he conocido he tratado de adquirir una medida de bondad. De la ciencia de la medicina y de la disciplina de la cirugía he aprendido la necesidad del conocimiento y de la obediencia a la ley si se desean lograr resultados. De las Escrituras sagradas he aprendido la ley divina —la palabra eterna de Dios— que es responsable de cualquier componente de mis mensajes que pueda ser intemporal.”

Esta no es una publicación oficial de la Iglesia. Yo soy el único responsable y rindo cuentas por los puntos de vista expresados. Al considerar las incontables horas dedicadas a la preparación de cada mensaje, he plasmado este esfuerzo escrito con lo que soy y donde estoy. Sin embargo, reconozco que la imperfección sigue siendo evidente, una cualidad que siempre ha sido parte de mí.

Meditar, orar, prepararse y proclamar son importantes para un apóstol ordenado. Llamado por inspiración y revelación divinas, deja la carrera del mundo para la cual fue inicialmente educado y se somete en oración a su Maestro, sabiendo que el Señor usará a Sus siervos para cumplir Su voluntad, aun en su debilidad. Los mensajes que resultan son, en cierto modo, comparables a las cartas escritas anteriormente por Pablo, Juan o Santiago. Para su día y su tiempo, esos escritos representaban el legado de fe que ellos eligieron dejar a sus seres queridos. Con ese mismo espíritu, esta compilación de mensajes preparados —epístolas escritas— se ofrece a quienes buscan la perspectiva de este compañero de viaje entre ellos.

En el análisis final, sin embargo, la palabra escrita es solo una evidencia del mensaje real que constituye la vida de un individuo. Este pensamiento he tratado de resumirlo en “Mi Mensaje”, un himno que compuse, cuyas palabras son las siguientes:

Nuestro Dios es mi Hacedor;
Queridos padres son mi guía;
Un ángel esposa, mi verdadero amor;
Hijos escogidos son mi orgullo.
Nuestro Señor es mi Luz;
Su verdad eterna, mi ley.
Mi gozo está en servir a otros;
Mi mensaje es—mi vida.


Agradecimientos

A los padres, uno nunca puede devolver adecuadamente la gratitud, no importa cuán completamente lo intente. Marion C. y Edna A. Nelson han dado mucho más que la paternidad. Han proporcionado un ejemplo invaluable. Hermanos, hermanas, amigos y colegas también han hecho mucho para moldear mi alma. A mi compañera eterna, Dantzel, le ofrezco mi gratitud por su desinteresada compañía. Nunca quejándose, siempre perseverando, me ha ayudado a alcanzar metas que en otro tiempo parecían tan distantes, casi fuera de nuestra comprensión. A nuestros diez hijos, y también a sus cónyuges, a quienes amamos como propios, expreso una gratitud especial. Sus hijos, a quienes amamos con gratitud como nuestros nietos, añaden una dimensión especial de gozo y, al mismo tiempo, sentimientos adicionales de responsabilidad. Los miembros de la familia han sido tan pacientes y serviciales.

Mi secretaria, Helen R. Hillier, siempre alegre incluso durante el borrador final, merece un reconocimiento especial. A Eleanor Knowles, estoy agradecido por la revisión editorial cuidadosa y paciente.

Aun con profundo aprecio por la ayuda de tantos, yo personalmente asumo la responsabilidad por el contenido de este volumen. Las limitaciones, omisiones y deficiencias en comparación con los talentos de otros son claramente mías. Las cosas de valor eterno seguramente emanan de Aquel cuyo siervo soy. Por Su ayuda, estoy humildemente agradecido.


Capítulo 1

La magnificencia del hombre


Te invito a reflexionar sobre las cosas magníficas. La palabra magnífico proviene de dos raíces latinas. El prefijo magni proviene de un término que significa “grande”. El sufijo proviene del latín facere, que significa “hacer”. Una definición sencilla de magnífico, entonces, podría ser “gran obra” o “hecho grandioso”.

Piensa, si lo deseas, en la visión más magnífica que hayas contemplado. Podría ser un prado en primavera lleno de hermosas flores silvestres. O quizá te hayas maravillado, como yo, ante la magnificencia de una sola rosa, con su especial hermosura y fragancia. He llegado a apreciar la magnificencia de una naranja, con cada gota de jugo cuidadosamente empacada en un recipiente comestible, unida a muchas otras cápsulas, agrupadas en gajos y todo ello perfectamente envuelto en una cáscara desechable y biodegradable.

Algunos dirían que la visión más magnífica que jamás han contemplado son los cielos en una noche de verano, con estrellas incontables que tachonan el firmamento. Quienes han viajado en órbita por el espacio dicen que su vista del planeta tierra ha sido una de las visiones más magníficas jamás observadas por el hombre.

Otros podrían escoger la vista del Gran Cañón al amanecer; otros, la hermosura de un lago de montaña, un río, una cascada o un desierto.
Algunos podrían seleccionar un pavo real con su cola desplegada, o un hermoso caballo. Otros nominarían la belleza de las alas de una mariposa, o de un colibrí aparentemente suspendido en el aire mientras se alimenta.

Estas visiones magníficas son prodigiosas más allá de toda medida. Todas ellas son “grandes obras” de nuestro divino Creador.

Ahora reflexiona en la magnificencia de todo lo que se refleja cuando miras en el espejo. Ignora las pecas, el cabello rebelde o las imperfecciones, y mira más allá para ver al verdadero tú: un hijo de Dios, creado por Él, a Su imagen. Al mirar más allá de la superficie que ves en el espejo, levantemos la tapa del cofre del tesoro del entendimiento de los maravillosos atributos de tu cuerpo y descubramos, al menos en parte, la magnificencia del hombre. Aquí hay algunas de las joyas relucientes de magnificencia en este cofre del tesoro.

El embrión humano

En el primer compartimento del cofre del tesoro, podemos observar la magnificencia de nuestra propia creación.

No sabemos con exactitud cómo dos células germinales se unen para convertirse en un embrión humano, pero sí sabemos que tanto la célula femenina como la masculina contienen todo el material hereditario e información del nuevo individuo, almacenado en un espacio tan pequeño que no puede verse a simple vista. Veintitrés cromosomas del padre y veintitrés de la madre se unen en una nueva célula. Estos cromosomas contienen miles de genes. Se establece un maravilloso proceso de codificación genética mediante el cual se determinan todas las características humanas básicas de la persona aún no nacida. Así se forma un nuevo complejo de ADN. Se instituye un continuo de crecimiento que resulta en un nuevo ser humano.

Aproximadamente veintidós días después de que las dos células germinales se han unido, un pequeño corazón comienza a latir. A los veintiséis días comienza la circulación de la sangre. Las células se multiplican, dividen y diferencian. Algunas se convierten en ojos que ven; otras, en oídos que oyen; mientras que otras están destinadas a ser dedos que sienten las maravillas que nos rodean. Sí, la conciencia de la magnificencia del hombre comienza con los milagros de la concepción y nuestra creación.

Órganos específicos

En nuestro cofre del tesoro de entendimiento, podemos mirar al compartimento que contiene la capacidad de órganos seleccionados. Cada joya merece admiración, aprecio y asombro.

Mencionemos primero la magnificencia de los ojos con los que vemos. Sin duda te has parado frente al espejo, como yo, y has observado cómo las pupilas reaccionan a los cambios en la intensidad de la luz: se dilatan para dejar entrar más luz y se contraen para reducir la cantidad de luz que llega a la retina sensible del ojo. Una lente de autoenfoque se encuentra al frente de cada ojo. Nervios y músculos sincronizan la función de dos ojos separados para producir una sola imagen tridimensional. Los ojos están conectados al cerebro, listos para registrar lo que se ve. No se necesitan cables, baterías ni conexiones externas; nuestro aparato visual es maravilloso, infinitamente más valioso que cualquier cámara que el dinero pueda comprar.

Así como podemos admirar un buen equipo estereofónico para captar el sonido, reflexiona en comparación sobre la magnificencia del oído humano. Es verdaderamente notable. Comprimido en un área del tamaño aproximado de una canica se encuentra todo el equipo necesario para percibir el sonido. Una diminuta membrana timpánica sirve como diafragma. Minúsculos huesecillos amplifican la señal, que luego se transmite a lo largo de líneas nerviosas hasta el cerebro, el cual registra el resultado de la audición. Este maravilloso sistema de sonido también está conectado con el instrumento de grabación del cerebro.

Gran parte de mis estudios e investigaciones se han enfocado en la joya del corazón humano, una bomba tan magnífica que su poder está casi más allá de nuestra comprensión. Para controlar la dirección del flujo sanguíneo en su interior, posee cuatro válvulas importantes, flexibles como un paracaídas y delicadas como un pañuelo de seda. Se abren y cierran más de 100,000 veces al día—más de 36 millones de veces al año. Sin embargo, a menos que sean alteradas por enfermedad, son tan resistentes que soportan este tipo de desgaste aparentemente de manera indefinida. Ningún material fabricado por el hombre hasta ahora puede ser flexionado con tanta frecuencia y durante tanto tiempo sin romperse.

La cantidad de trabajo que realiza el corazón es realmente asombrosa. Cada día bombea suficiente fluido como para llenar un tanque de 2,000 galones. El trabajo que realiza diariamente equivale a levantar a un hombre de 70 kilos hasta la cima del Empire State Building, consumiendo solo alrededor de cuatro vatios de energía—menos de lo que usa una pequeña bombilla.

En la cima del corazón hay un generador eléctrico que transmite energía a lo largo de líneas especiales, lo cual hace que miríadas de fibras musculares latan en coordinación y en ritmo. Esta sincronía sería la envidia de cualquier director de orquesta.

Todo este poder está condensado en esta fiel bomba—el corazón humano—del tamaño aproximado del puño de una persona, energizado desde lo alto por una dotación divina.

Una de las joyas más maravillosas de este cofre del tesoro es el cerebro humano, con su intrincada combinación de células de poder, sistemas de grabación, memoria, almacenamiento y recuperación. Sirve como cuartel general de la personalidad y el carácter de cada ser humano. Al observar las vidas de grandes individuos, percibo que la capacidad del cerebro es aparentemente infinita. Los sabios pueden llegar a ser aún más sabios, ya que cada experiencia se edifica sobre experiencias previas. En verdad, el ejercicio continuo del intelecto genera un incremento de la capacidad intelectual.

Aunque me maravillo ante una computadora y admiro el trabajo que puede realizar, respeto aún más la mente del hombre, la cual desarrolló la computadora. El cerebro humano es ciertamente un instrumento de registro que participará en nuestro juicio un día cuando estemos ante el Señor. El Libro de Mormón habla de un “claro recuerdo” (Alma 11:43) y de una “perfecta memoria” (Alma 5:18) que estarán con nosotros en ese momento. Cada uno de nosotros lleva ese instrumento de grabación protegido dentro de la bóveda del cráneo humano.

Mientras simbólicamente revisamos el cofre del tesoro del entendimiento, podríamos pasar horas, incluso toda una vida, estudiando la increíble capacidad química del hígado, los riñones y cualquiera de las glándulas endocrinas y exocrinas del cuerpo. Cada una es una joya resplandeciente, digna de nuestro estudio y de nuestra más profunda gratitud.

Otras joyas

Volvamos ahora nuestra atención a las joyas de otro compartimento en el cofre del tesoro del entendimiento, al considerar algunos conceptos que van más allá de sistemas de órganos individuales.

1. El primer concepto es el de reserva o respaldo.
En el teatro, los actores principales a menudo tienen suplentes como respaldo. En los instrumentos eléctricos, el respaldo en caso de falla de energía puede estar provisto por baterías. En el cuerpo, el respaldo está dado por varios órganos que están en pares, tales como ojos, oídos, pulmones, glándulas suprarrenales, riñones y más. En caso de enfermedad, lesión o pérdida de uno de estos órganos, el otro está listo para mantener intactas nuestras funciones corporales. En caso de pérdida total de la vista o la audición, otros poderes sensoriales se intensifican de manera milagrosa.

Algunos sistemas de respaldo no son tan evidentes. Por ejemplo, órganos únicos y cruciales, como el cerebro, el corazón y el hígado, poseen doble irrigación sanguínea. Todos son nutridos por dos rutas de circulación, lo cual minimiza el daño en caso de pérdida del flujo sanguíneo por algún vaso específico.

Otra dimensión del respaldo la describiré como vías colaterales. Por ejemplo, si tus conductos nasales están obstruidos por una “nariz congestionada”, puedes respirar por la boca. De manera similar, pueden desarrollarse vías colaterales si los vasos sanguíneos o nervios están obstruidos o seccionados.

2. Consideremos ahora otro concepto: el de la autodefensa del cuerpo.
Un día observé a unos niños de tres años bebiendo agua del suelo después de que había rebalsado desde el jardín de un vecino. Supongo que la cantidad de gérmenes que ingirieron era incalculable, pero ninguno de esos niños se enfermó. Sus cuerpos los defendieron. Tan pronto como esa agua sucia llegó a sus estómagos, el ácido clorhídrico comenzó a trabajar para purificarla y proteger la vida de esos niños inocentes.

Piensa en la protección que provee la piel. ¿Podrías fabricar, o siquiera imaginar cómo crear, un manto que te protegiera y, al mismo tiempo, advirtiera de lesiones por calor o frío excesivos? Eso es lo que hace la piel. Incluso da señales indicando que otra parte del cuerpo está enferma. La piel puede enrojecer y sudar con fiebre. Cuando una persona tiene miedo o está enferma, la piel palidece. Cuando alguien se avergüenza, la piel se sonroja. Y está repleta de fibras nerviosas que comunican y muchas veces limitan posibles daños mediante la percepción del dolor.

El dolor mismo es parte del mecanismo de defensa del cuerpo. Por ejemplo, las áreas sensoriales de la boca protegen el esófago, que es muy delicado y tiene pocas fibras nerviosas. Como un centinela, la boca recibe advertencias si las bebidas están demasiado calientes y protege al esófago de quemaduras.

Las defensas del cuerpo incluyen anticuerpos químicos que se fabrican en respuesta a infecciones. Cada vez que una persona está expuesta a una infección bacteriana o viral, el cuerpo produce anticuerpos que no solo combaten esa infección, sino que además permanecen con memoria para fortalecer la resistencia en el futuro. Cuando se requirió reclutamiento militar en la Segunda Guerra Mundial, los soldados que provenían de áreas rurales aisladas tenían mucha menos inmunidad y eran más propensos a las infecciones que aquellos provenientes de áreas urbanas más pobladas, cuya resistencia estaba mejor desarrollada.

3. Estrechamente relacionado con el concepto de autodefensa está el de autorreparación.
Considera el hecho de que los huesos rotos se sueldan y vuelven a ser fuertes. Si rompiéramos una de las patas de una silla, ¿cuánto tendríamos que esperar para que esa pata se reparara sola? Nunca ocurriría. Sin embargo, hoy muchas personas caminan sobre piernas que alguna vez estuvieron quebradas.

Las laceraciones en la piel se sanan por sí solas. Una fuga en la circulación se sella por sí misma, un poder que los sistemas circulatorios artificiales fuera del cuerpo no poseen. Adquirí aprecio por este hecho al comienzo de mi carrera de investigación, mientras trabajaba en el laboratorio para crear una máquina corazón-pulmón artificial. Siempre que un tubo en esa máquina tenía una fuga, podía contar con pasar largas horas limpiando el laboratorio y llegando tarde a cenar. Nunca una fuga en la máquina corazón-pulmón artificial se selló por sí misma.

4. Otro concepto notable es el de la autorrenovación.
Cada célula del cuerpo es creada y luego regenerada a partir de los elementos de la tierra, de acuerdo con la receta o fórmula contenida en los genes únicos de cada individuo. El glóbulo rojo promedio, por ejemplo, vive unos 120 días, luego muere y es reemplazado por otro. Cada vez que nos bañamos, miles de células muertas y moribundas se desprenden, para ser reemplazadas por una generación más joven. Creo que este proceso de autorrenovación prefigura el proceso de la resurrección.

5. También en nuestro cofre del tesoro está el concepto de autorregulación.
¿Alguna vez te has preguntado por qué no puedes permanecer bajo el agua mucho tiempo? La autorregulación limita el tiempo en que puedes contener la respiración. A medida que se retiene el aliento, el dióxido de carbono se acumula. La presión parcial del dióxido de carbono es monitoreada continuamente por dos cuerpos carotídeos en el cuello, los cuales transmiten señales a través de los nervios hacia el cerebro. Luego, el cerebro envía estímulos a los músculos de la respiración, haciéndolos trabajar, de modo que podamos inhalar un nuevo suministro de oxígeno y eliminar el dióxido de carbono retenido.

¿Y te has preguntado alguna vez por qué puedes tolerar extremos de calor y frío en el clima? A pesar de las grandes fluctuaciones en la temperatura del ambiente del hombre, la temperatura del cuerpo de cada persona se mantiene cuidadosamente controlada dentro de márgenes muy estrechos.

Estos son solo dos de los muchos, muchísimos servomecanismos que autorregulan los ingredientes individuales de nuestros cuerpos. La cantidad de estos sistemas excede nuestra capacidad de enumerarlos. Sodio, potasio, agua, glucosa, proteínas y nitrógeno son solo algunos de los muchos constituyentes que se monitorean continuamente mediante reguladores químicos dentro de nuestros cuerpos.

6. Consideremos ahora el concepto de adaptación.
Las personas en la tierra habitan en medio de diferencias climáticas y dietéticas de gran magnitud. Los esquimales en el círculo ártico consumen una dieta con un gran componente de grasa, lo cual es aceptable e incluso necesario para sostener la vida en un clima muy frío. Los polinesios, por otro lado, comen una dieta provista por un entorno tropical. Sin embargo, estos diferentes grupos trabajan y se adaptan a las condiciones variables y a la dieta disponible para ellos.

7. El concepto de identidad en la reproducción es maravilloso de contemplar.
Cada uno de nosotros posee semillas que llevan nuestros cromosomas únicos, y genes que ayudan a determinar la identidad celular específica de nuestros hijos. Por esta razón, los tejidos trasplantados quirúrgicamente de una persona a otra solo pueden sobrevivir suprimiendo la respuesta inmune del receptor, la cual reconoce claramente los tejidos ajenos a la fórmula genética heredada de uno mismo. Verdaderamente hemos sido bendecidos con el poder de tener hijos nacidos a semejanza de sus padres.

Una paradoja interesante

Al considerar la autodefensa, la autorreparación y la autorrenovación, surge una paradoja interesante. Podría resultar una vida ilimitada si estas cualidades maravillosas del cuerpo continuaran perpetuamente. Si pudiéramos crear algo que pudiera defenderse, repararse y renovarse a sí mismo sin límite, podríamos crear vida perpetua. Eso fue lo que nuestro Creador hizo con los cuerpos que creó para Adán y Eva en el Jardín de Edén. Si hubieran seguido nutriéndose del árbol de la vida, habrían vivido para siempre.

De acuerdo con el Señor, tal como lo reveló por medio de Sus profetas, la caída de Adán instituyó el proceso de envejecimiento, que finalmente conduce a la muerte física. Por supuesto, no entendemos toda la química, pero somos testigos de las consecuencias de envejecer. Este y otros mecanismos de liberación aseguran que haya un límite en la duración de la vida en la tierra.

Sí, surgen problemas en cuerpos que no se reparan con el tiempo. Para el médico experimentado, esta profunda pregunta es planteada por cada paciente enfermo: ¿Mejorará esta enfermedad, o empeorará con el paso del tiempo? Lo primero requiere solo cuidados de apoyo. Lo segundo necesita ayuda significativa para convertir el proceso de deterioro progresivo en uno que pueda mejorar con el tiempo.

Cuando llega la muerte, generalmente parece a la mente mortal que es prematura. En esos momentos necesitamos tener una visión más amplia: la muerte es parte de la vida. Alma nos dice: “No convenía que el hombre fuese redimido de esta muerte temporal, porque eso destruiría el gran plan de felicidad” (Alma 42:8; véase también D. y C. 29:43).

Cuando una enfermedad grave o lesiones trágicas reclaman a un individuo en la flor de la vida, podemos hallar consuelo en este hecho: las mismas leyes que no permitieron que la vida persistiera aquí son las mismas leyes eternas que se implementarán en el momento de la resurrección, cuando ese cuerpo “será restituido a su propio y perfecto estado” (Alma 40:23).

Nuestra creación divina

Los pensamientos acerca de la vida, la muerte y la resurrección nos llevan a enfrentar preguntas cruciales. ¿Cómo fuimos hechos? ¿Por quién? ¿Y por qué?

A lo largo de los siglos, algunas personas sin entendimiento de las Escrituras han intentado explicar nuestra existencia con palabras pretenciosas como ex nihilo (de la nada). Otros han deducido que, debido a ciertas similitudes entre diferentes formas de vida, ha habido una selección natural de las especies, o una evolución orgánica de una forma a otra. Otros más han concluido que el hombre surgió como consecuencia de una “gran explosión”, que resultó en la creación de nuestro planeta y de la vida en él.

Para mí, tales teorías son increíbles. ¿Podría una explosión en una imprenta producir un diccionario? ¡Es impensable! Alguien podría argumentar que dentro de un remoto ámbito de posibilidad eso podría suceder, pero aun si ocurriera, ciertamente ese diccionario no podría sanar sus propias páginas rotas, renovar sus esquinas gastadas, ni reproducir sus propias ediciones posteriores.

Somos hijos de Dios, creados por Él y formados a Su imagen. Recientemente estudié las Escrituras con el simple propósito de encontrar cuántas veces testifican de la creación divina del hombre. Al buscar pasajes que se refirieran a crear o formar (o sus derivados) junto con hombre (o tales derivados como hombres, varón, mujer o hembra) en el mismo versículo, hallé que al menos cincuenta y cinco versículos de las Escrituras dan testimonio de nuestra creación divina. Seleccioné uno para representar a todos los que transmiten la misma conclusión:

“Y se aconsejaron los Dioses entre sí y dijeron: Descendamos y formemos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. … Y descendieron los Dioses para organizar al hombre a su propia imagen, a imagen de los Dioses para formarlo; varón y hembra para formarlos” (Abraham 4:26–27).

Creo en todas esas Escrituras referentes a la creación del hombre. Pero la decisión de creer es una decisión espiritual, no nacida únicamente de un entendimiento de las cosas físicas: “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14).

Es deber de cada persona informada y espiritualmente sensible ayudar a superar la necedad de quienes niegan la creación divina o piensan que la humanidad simplemente evolucionó. Por medio del Espíritu, percibimos la sabiduría más verdadera y creíble de Dios.

Con gran convicción añado mi testimonio al de mi compañero apóstol Pablo, quien dijo: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16–17).

El Señor dijo que “el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre” (D. y C. 88:15). Cada uno de nosotros, por lo tanto, es un ser dual: una entidad biológica (física) y una entidad intelectual (espiritual). La combinación de ambas es íntima a lo largo de la mortalidad.

En el principio, el hombre, como esa entidad intelectual, estaba con Dios. Nuestra inteligencia no fue creada ni hecha, ni puede serlo (véase D. y C. 93:29).

Ese espíritu, unido a un cuerpo físico de cualidades tan notables, se convierte en un alma viviente de valor supremo. El salmista expresó este pensamiento así:

“Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que tú formaste,
digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria,
y el hijo del hombre para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles,
y lo coronaste de gloria y de honra” (Salmos 8:3–5).

¿Por qué fuimos creados? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué estamos sobre la tierra?

Dios ha dejado en claro, una y otra vez, que el mundo fue hecho para que la humanidad existiera. Estamos aquí para llevar a cabo nuestro destino divino, de acuerdo con un plan eterno que nos fue presentado en el gran concilio de los cielos. Nuestros cuerpos han sido creados para albergar a nuestros espíritus, para permitirnos experimentar los desafíos de la mortalidad.

Con este entendimiento, es un sacrilegio permitir que cualquier cosa entre en el cuerpo y profane este templo físico de Dios. Es irreverente permitir que aun la mirada de nuestros preciosos ojos, o los sentidos de nuestro tacto u oído, suministren al cerebro recuerdos que sean impuros o indignos.

¿Podría alguno de nosotros tomar a la ligera las preciosas semillas de la reproducción—específicamente y únicamente nuestras—o ignorar las leyes morales de Dios, quien dio reglas divinas que gobiernan su uso sagrado?

Al saber que fuimos creados como hijos de Dios, y que Él nos ha dado el albedrío para elegir, también debemos saber que somos responsables ante Él. Ha definido la verdad y ha prescrito mandamientos. La obediencia a Su ley nos trae gozo. La desobediencia de esos mandamientos se define como pecado. Aunque vivimos en un mundo que parece cada vez más reacio a designar las acciones deshonrosas como pecaminosas, una escritura nos advierte: “Los necios hacen burla del pecado; mas entre los rectos hay buena voluntad” (Proverbios 14:9).

Nadie es perfecto. Algunos pueden haber pecado gravemente al transgredir las leyes de Dios. Misericordiosamente, podemos arrepentirnos. Esa es también una parte importante de la oportunidad de la vida.

El arrepentimiento requiere dominio espiritual sobre los apetitos de la carne. Cada sistema físico tiene apetito. Nuestros deseos de comer, beber, ver, oír y sentir responden a esos apetitos. Pero todos los apetitos deben ser controlados por el intelecto para que podamos alcanzar el verdadero gozo. Por otro lado, cada vez que permitimos que los apetitos incontrolados del cuerpo determinen un comportamiento opuesto a los impulsos más nobles del Espíritu, se prepara el escenario para la miseria y la aflicción.

Sustancias como el alcohol, el tabaco y las drogas dañinas están prohibidas por el Señor. De manera similar, hemos sido advertidos acerca de los males de la pornografía y de los pensamientos impuros. Los apetitos por estas fuerzas degradantes pueden volverse adictivos. Las adicciones físicas o mentales se vuelven doblemente serias porque, con el tiempo, esclavizan tanto al cuerpo como al espíritu. El pleno arrepentimiento de estas cadenas, o de cualquier otro yugo del pecado, debe lograrse en esta vida, mientras todavía contamos con la ayuda de un cuerpo mortal para desarrollarnos en el dominio propio.

Cuando verdaderamente conocemos nuestra naturaleza divina, nuestros pensamientos y conductas serán más apropiados. Entonces controlaremos nuestros apetitos. Enfocaremos nuestros ojos en visiones, nuestros oídos en sonidos y nuestras mentes en pensamientos que honren nuestra creación física como templo de nuestro Padre Celestial.

En la oración diaria podemos reconocer con gratitud a Dios como nuestro Creador, agradecerle por la magnificencia de nuestro templo físico y luego atender a Su consejo.

Aún más por aprender

Aunque no podamos comprender plenamente la magnificencia del hombre, con fe podemos continuar nuestra búsqueda reverente. Podemos unirnos a Jacob en esta maravillosa declaración:

“He aquí, grandes y maravillosas son las obras del Señor. ¡Cuán insondables son las profundidades de los misterios de él! Y es imposible que el hombre llegue a conocer todos sus caminos. … Porque he aquí, por el poder de su palabra vino el hombre sobre la faz de la tierra, la cual tierra fue creada por el poder de su palabra. … Por tanto, hermanos, no procuréis aconsejar al Señor, antes bien, recibid consejo de su mano” (Jacob 4:8–10).

Durante años he asistido a reuniones científicas de sociedades académicas. Miles de científicos y profesionales médicos de todo el mundo participan anualmente en tales asambleas. La búsqueda de conocimiento es interminable. Parece que cuanto más sabemos, más queda por aprender. Es imposible que cualquiera de nosotros pueda aprender todos los caminos de Dios. Pero al ser fieles y estar profundamente arraigados en los relatos de las Escrituras acerca de las magníficas creaciones de Dios, estaremos bien preparados para los descubrimientos futuros. Toda verdad es compatible, porque toda verdad emana de Dios.

Por supuesto, sabemos que “es necesario que haya una oposición en todas las cosas” (2 Nefi 2:11). En el mundo, incluso muchos llamados “educadores” enseñan en contra de la verdad divina. Recuerda este consejo profético:

“Oh, la vanidad, y las flaquezas, y la necedad de los hombres. Cuando se instruyen, piensan que son sabios, y no escuchan el consejo de Dios, porque lo desprecian, suponiendo que saben por sí mismos; por lo tanto, su sabiduría es necedad y de nada les sirve. Y perecerán. Mas el ser instruidos es bueno si hacen caso a los consejos de Dios” (2 Nefi 9:28–29).

No necesitamos que se nos recuerde que la obra y la gloria del Señor son opuestas por las fuerzas de Satanás, quien es el maestro del engaño. Muchos siguen sus enseñanzas. Recuerda:

“El hombre puede engañar a su prójimo, el engaño puede suceder al engaño, y los hijos del inicuo pueden tener poder para seducir a los necios y a los indoctos, hasta que nada sino la ficción alimente a muchos, y el fruto de la falsedad arrastre en su corriente a los insensatos hasta la tumba” (José Smith—Historia 1:71, nota al pie).

Sé sabio y mantente alejado de las tentaciones y trampas. Evita con cautela “los deseos necios y dañosos, que hunden a los hombres en destrucción y perdición. … Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:9, 11–12).

Nuestro espíritu eterno

La magnificencia del hombre es incomparable. Recuerda: tan glorioso como es este tabernáculo físico, el cuerpo está diseñado para sostener algo aún más glorioso: el espíritu eterno que habita en el marco mortal de cada uno de nosotros. Los grandes logros de esta vida rara vez son físicos. Los atributos por los cuales seremos juzgados algún día son espirituales.

Con la bendición de nuestros cuerpos que nos asisten, podemos desarrollar cualidades espirituales de honestidad, integridad, compasión y amor. Solo con el desarrollo del espíritu podemos adquirir “fe, esperanza, caridad y el amor, con el ojo puesto únicamente en la gloria de Dios” (D. y C. 4:6).

Que podamos modelar nuestras vidas siguiendo a nuestro gran Ejemplo, Jesucristo, cuyas palabras finales entre la humanidad incluyeron este desafío eterno:

“¿Qué clase de hombres habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27:27).

Somos hijos e hijas de Dios. Él es nuestro Padre; nosotros somos Sus hijos. Nuestra herencia divina es la magnificencia del hombre.


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