Capítulo 11
Las Llaves del Sacerdocio
Ustedes saben cuán valiosas pueden ser las llaves. Muchas, si no la mayoría de las personas, llevan llaves en sus bolsillos. Pero algunas llaves, aunque invisibles, son mucho más importantes que aquellas que son tangibles. Son preciosas y poderosas. Algunas pueden abrir y cerrar tanto en el cielo como en la tierra. Hablo de las llaves del sacerdocio.
Antes de mi llamamiento al Quórum de los Doce, serví como médico y cirujano. Había obtenido dos títulos doctorales. Había sido certificado por dos juntas de especialidades. Esa larga preparación consumió muchos años, sin embargo, no me otorgaba ningún permiso legal. Se requerían llaves. Estas las poseían las autoridades del gobierno estatal y de los hospitales en los que yo deseaba trabajar. Una vez que quienes tenían la debida autoridad ejercían esas llaves concediéndome una licencia y permiso, entonces yo podía realizar operaciones. A cambio, estaba obligado a obedecer la ley, ser leal y entender, además de no abusar, del poder del bisturí de un cirujano. Los importantes pasos de preparación, permiso y obligación se aplican igualmente a otras ocupaciones.
¿Por qué es más importante el poder de actuar en el nombre de Dios que esas llaves? Porque tiene significado eterno. Debemos entender la fuente de nuestra autoridad y algo acerca de las llaves que controlan su poder. Ellas pueden beneficiar a todo hombre, mujer y niño que ahora vive, que ha vivido y que aún vivirá sobre la tierra.
Consideremos las llaves del sacerdocio a través de tres escenas de la historia: en los días antiguos, durante el ministerio mortal del Señor y en los tiempos modernos.
Escena Uno: Los Días Antiguos
La primera escena se refiere a las llaves del sacerdocio en los días antiguos, incluso antes de la creación de la tierra. Existíamos entonces como hijos espirituales de Dios. Abraham era uno de nosotros. Se le dijo que estaba entre los gobernantes elegidos aun antes de nacer. (Véase Abraham 3:23.) Las Escrituras también relatan que el Señor Dios preordenó sacerdotes preparados desde la fundación del mundo, de acuerdo con Su presciencia. Así, nuestro llamamiento al santo sacerdocio fue previsto antes de nacer. (Véase Alma 13:1–5.)
Sabemos que Adán recibió autoridad del sacerdocio antes de que el mundo fuera formado. (Véase Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 157–158, 166–167; véase también DyC 78:16.)
El potencial del sacerdocio es tan vasto que comprenderlo es un desafío. El Profeta José Smith declaró: “El Sacerdocio es un principio eterno, y existió con Dios desde la eternidad y hasta la eternidad.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 157.)
El presidente Brigham Young explicó que el sacerdocio es “la ley por la cual los mundos son, fueron y continuarán para siempre jamás.” (Discourses of Brigham Young, ed. 1941, pág. 130.)
El sacerdocio es la autoridad de Dios delegada al hombre para ministrar en favor de la salvación de los hombres. Según el presidente José F. Smith: “El poder de dirigir estas labores constituye las llaves del Sacerdocio.” (Improvement Era 14 [enero de 1901]: 230.)
Muchos en la primera escena poseyeron esas llaves, incluidos Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Elías y Elías el Profeta.
Escena Dos: El Ministerio Mortal del Señor
La segunda escena se refiere a las llaves del sacerdocio durante el ministerio mortal del Señor. Jesús reveló la extensión de la autoridad del sacerdocio. A Sus apóstoles les dijo:
“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.”
(Mateo 16:19; véase también DyC 128:10.)
Dentro de una semana de esa promesa, Jesús llevó a Pedro, Jacobo y Juan a un monte alto, donde las llaves del sacerdocio les fueron conferidas, bajo dirección divina, por Moisés y Elías. (Véase Mateo 17:1–5.) El Maestro entonces recordó a Sus discípulos de sus sagrados llamamientos al santo apostolado:
“No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto.”
(Juan 15:16; véase también DyC 7:7.)
Jesús no solo llamó y ordenó a hombres, sino que también les enseñó sus deberes.
Después de que Cristo fue crucificado, e incluso antes de que los primeros apóstoles completaran su ministerio, comenzó la apostasía. Esto ocurrió tal como se había profetizado, cuando la autoridad del sacerdocio fue abusada y las ordenanzas sagradas fueron corrompidas.
Escena Tres: Los Tiempos Modernos
Con las escenas uno y dos como trasfondo, consideremos la tercera escena: los tiempos modernos en los que vivimos. Después de siglos de apostasía, las llaves del sacerdocio han sido nuevamente restauradas. Bajo esa autoridad, se han impuesto manos sobre nuestras cabezas.
Las obligaciones corresponden tanto a quienes dan como a quienes reciben ordenaciones o llamamientos. Quizás esto se pueda explicar con el siguiente ejemplo:
Tengo un juego de llaves de un automóvil. En tu mente, deja que representen llaves de algo valioso en tu vida—un tractor, una herramienta o un instrumento poderoso. Si te entrego esas llaves, yo tengo ciertas obligaciones y tú también. Para mí, como dador, tengo el deber de procurar tu éxito. Si tú fallas, en cierta medida yo también habré fallado. Por lo tanto, debo enseñar y capacitar adecuadamente para asegurar tu seguridad personal y, al mismo tiempo, resguardar la valiosa propiedad que usarás. Para ti, como receptor, las llaves traen consigo obligaciones. Debes conocer las leyes aplicables y obedecerlas. Se espera lealtad. Y debes entender el poder de tu instrumento. Obediencia, lealtad y comprensión están implícitas en la aceptación de esas llaves.
Ahora aplica los mismos principios a las llaves del sacerdocio. Cada presidente de estaca, presidente de quórum y obispo posee llaves de presidencia. Sus llaves controlan el poder de su unidad particular de la Iglesia. Esos líderes no solo pueden llamar y relevar, sino que deben también capacitar y llevar una responsabilidad sagrada para que la misión de la Iglesia se cumpla. Aquellos que reciben ordenaciones o llamamientos tienen la obligación de obediencia, lealtad y comprensión.
- Obediencia a la ley significa, antes que nada, guardar los mandamientos de Dios. Al hacerlo, uno se hace digno de recibir revelación personal. Los que reciben el Sacerdocio de Melquisedec están bajo solemne juramento y convenio de “vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (DyC 84:44.)
- La lealtad es vital. La lealtad hacia aquel que tiene las llaves para llamar y relevar, aunque sea un ser humano imperfecto, desarrollará la unidad esencial para el éxito. (Véase DyC 124:45–46.) El Señor definió esta realidad cuando dijo: “Israel será salvo en mi propio tiempo; y por las llaves que he dado será guiado.” (DyC 35:25.)
- Comprender el poder del sacerdocio implica conocer también sus limitaciones. Si un joven conduce un automóvil imprudentemente, probablemente sus padres le negarán el permiso en el futuro. Y si el poder del sacerdocio se abusa, “el Espíritu del Señor se entristece; y cuando se retira, amén al sacerdocio o a la autoridad de tal hombre.” (DyC 121:37.)
Comprender el poder del sacerdocio significa también reconocer la divinidad de su restauración en estos últimos días. En 1820, nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo se aparecieron al Profeta José Smith. En 1829, Juan el Bautista confirió el Sacerdocio Aarónico a José Smith y a Oliver Cowdery. (Véase DyC 13; 27:8; también José Smith—Historia 1:69, 72.) Poco después, recibieron el Sacerdocio de Melquisedec bajo la imposición de manos de Pedro, Jacobo y Juan. (Véase DyC 27:11–12.)
Más tarde, el Señor habló a José y a Oliver acerca de otros a quienes se les habían confiado llaves específicas del sacerdocio. Cada uno, a su vez, confirió esas llaves:
- Moroni: las llaves del Libro de Mormón (véase DyC 27:5).
- Moisés: las llaves de la congregación de Israel y la conducción de las diez tribus (véase DyC 110:11).
- Elías: las llaves de la restauración de todas las cosas (véase DyC 27:6), incluyendo el convenio abrahámico (véase DyC 110:12).
- Elías el Profeta: las llaves del poder sellador (véase DyC 27:9; 110:13–16; 128:21).
José Smith confirió todas las llaves a todos los Doce. (Véase Joseph Fielding Smith, Doctrines of Salvation 3:154–56.) A su vez, las llaves han sido transferidas a los líderes actuales. Hoy, el presidente Ezra Taft Benson posee activamente cada una de las llaves restauradas que han sido sostenidas por “todos aquellos a quienes se les ha conferido una dispensación en cualquier tiempo, desde el principio de la creación.” (DyC 112:31; énfasis añadido. Véase también DyC 128:18.)
Ciertamente, un momento sagrado de mi vida ocurrió el 12 de abril de 1984, cuando la Primera Presidencia y los miembros del Quórum de los Doce Apóstoles impusieron sus manos sobre mi cabeza. Tal como se había hecho con otros antes que yo, se me confirieron todas las llaves del sacerdocio. Como sucede con cada miembro del Quórum de los Doce, algunas llaves no se utilizan hasta que el Señor lo indique, o según la dirección de su apóstol más antiguo.
Siento el peso de la responsabilidad y la carga de una confianza eterna. Sé que esas llaves han sido restauradas “para los postreros días y por última vez.” (DyC 112:30.) Estoy profundamente agradecido de poseer el sacerdocio y de que cada uno de nosotros que lo porta fue preordenado desde la fundación del mundo para esa responsabilidad. (Véase Alma 13:1–5.)
Como símbolo de gratitud, he escrito unas líneas como conclusión de este mensaje. Un verso para cada una de las tres escenas de la historia puede resumir mis palabras. A este canto, compuesto con música de Gales, le he dado un título antiguo, “Hosanna,” el grito ferviente de alabanza:
Hosanna
A través del inmortal fluir del tiempo
Con amor dirige nuestro camino.
Más allá del fulgor de los cielos,
Nuestro gran Dios, Elohim.
¡Hosanna a su santo nombre!
El Dios de nuestros padres sigue siendo el mismo.
Aquella santa noche en Belén,
Su Hijo nació entre los hombres
Para redimirnos de la tumba eterna,
Salvar a cada hijo de Dios.
¡Hosanna a su santo nombre!
El Dios de nuestros padres sigue siendo el mismo.
Su poder del sacerdocio restauró a la tierra
Para bendecir a cada alma que nace.
A Él elevamos nuestro canto de oración,
Proclamando gozo y alabanza.
¡Hosanna a su santo nombre!
El Dios de nuestros padres sigue siendo el mismo.
Amén, amén, amén, amén.
Que seamos fieles a la confianza que Él nos ha dado a quienes portamos el santo sacerdocio y poseemos sus llaves sagradas.
























