Capítulo 3
Comenzar con el fin en mente
¿Qué te gustaría que se dijera de ti en tu funeral? O si tuvieras que escribir tu propia elegía y solo pudieras usar tres oraciones (sin discursos largos y adornados, por favor), ¿qué querrías decir?
Si yo escribiera lo que espero que pueda decirse de mí, esas tres oraciones incluirían:
- Pude prestar un servicio de valor a mis semejantes.
- Tuve una buena familia.
- Demostré fe inquebrantable en Dios y viví de acuerdo con ella.
Puede que ya hayas definido tus metas. Incluso puede que hayas desarrollado un sistema de prioridades para dar orden a tus intereses y responsabilidades. Aplaudo esa disciplina y creo que es útil, pero considero que este proceso de ordenamiento a menudo puede ser un poco artificial. Rara vez fragmentamos la vida que vivimos. No es posible influir en una faceta de la vida sin que eso afecte otros aspectos también. Así que, en mi propia experiencia, he preferido no compartimentar mis intereses, sino sinergizarlos. Déjame explicar lo que quiero decir.
Nefi dijo: “Apliqué todas las Escrituras a nosotros, para que fuese para nuestro provecho y aprendizaje.” (1 Nefi 19:23.) Él nos aconsejaba entretejer la fibra de la sabiduría escritural en el tejido de nuestro propio ser.
El rey Benjamín enseñó esta interrelación: “Cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios.” (Mosíah 2:17.) Al reflexionar sobre el servicio a Dios, reconozco que no puedo servirle sin antes servir a los hijos que Él ha enviado para bendecir a nuestra familia. Y al reflexionar sobre el servicio a nuestros hijos, sé que no puedo servirles plenamente sin antes servir y honrar a mi esposa, la madre de esos hijos. Ella es mi máxima prioridad. Cuando nos casamos, hicimos el convenio de “buscar primeramente el reino de Dios y su justicia.” (Mateo 6:33; énfasis añadido.)
¿Ves cómo estas metas y prioridades están indisolublemente entrelazadas? Decir que tu máxima prioridad será tu ocupación, tu familia o el Señor es realmente mucho más difícil que combinar fortalezas y perseguir esos intereses de manera concurrente.
Una de las cosas más notables acerca de estos tres objetivos es que todos tienen en común un mismo requisito. Ese requisito es la educación. El proceso educativo es crucial para alcanzar el éxito en cada objetivo y nunca termina.
Servicio a mis semejantes
Primero, en lo que respecta al servicio de valor a la humanidad, soy un cirujano cardíaco; pero eso en realidad no dice toda la historia. Cuando comencé la facultad de medicina, se nos enseñaba que no se debía tocar el corazón, pues si alguien lo hacía, dejaría de latir.
Pero también reflexioné en la escritura que nos dice que: “A cada reino es dada una ley… y a toda ley hay también ciertos límites y condiciones.” (DyC 88:36, 38.) Creí sinceramente en la escritura que certifica que “cuando obtenemos alguna bendición de Dios, es por obediencia a la ley sobre la cual se basa.” (DyC 130:21.)
Conociendo estas escrituras mientras me concentraba en el “reino” y en la bendición del corazón latiendo, supe que incluso la función de este órgano vital estaba supeditada a la ley. Razoné que si las leyes aplicables podían ser entendidas y controladas, quizá podrían utilizarse para bendición de los enfermos. Para mí esto significaba que, si trabajábamos, estudiábamos y hacíamos las preguntas adecuadas en nuestros experimentos científicos, podríamos aprender las leyes que rigen el latido del corazón.
En 1949, nuestro grupo de investigadores presentó en el American College of Surgeons el informe del primer uso exitoso de la máquina artificial corazón-pulmón para sostener la vida de un animal durante treinta minutos, sin que su propio corazón impulsara la circulación.
En la década de 1950, los éxitos en el laboratorio con animales se extendieron a los seres humanos. Ahora, con muchas de esas leyes aprendidas, el latido del corazón puede detenerse mientras se realizan delicadas reparaciones en válvulas y vasos dañados, y luego reiniciarse, siempre y cuando se obedezcan las leyes sobre las cuales se basa esa bendición. En los Estados Unidos se realizan anualmente más de doscientas mil operaciones a corazón abierto, y muchas más en todo el mundo, prolongando así la vida de muchos. Pero deben saber que fue gracias a la comprensión de las Escrituras, y a “aplicarlas” a esta área de interés, que el gran campo de la cirugía cardíaca, tal como lo conocemos hoy, se facilitó para mí.
Una buena familia
Pasando ahora del servicio valioso a mis semejantes, la segunda oración que espero se diga de mí en mi funeral sería que tuve una buena familia. Ese es un tema muy cercano y querido a mi corazón, y no intentaré tratarlo ampliamente, salvo para decir que la hermana Nelson trajo a nuestro hogar diez hermosos hijos. Hemos procurado criarlos conforme a una escritura importante: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.” (Éxodo 20:12.)
La importancia de honrar a los padres se extiende más allá del propio padre y madre. Esta escritura implica que debemos honrar al padre y a la madre de los hijos que aún podrían nacer. Consideramos esa implicación mientras salíamos en citas y en los primeros años de nuestro matrimonio. Pero comprendí plenamente ese concepto solo más tarde, cuando observé a la hermana Nelson acunar a esos hijos en sus brazos, al llegar uno por uno. Cada vez, se reafirmaba a sí misma y a su recién nacido que ninguna bendición le había sido negada a ese niño por algún acto de impureza en su vida que pudiera haber privado a ese infante de su pleno potencial en cualquier aspecto. Honrar a padre y madre significa honrar la paternidad y la maternidad y la disposición divina para la procreación y todo lo que ello implica.
Parte de honrar la paternidad es honrar a los hijos. Existe una gran tentación de creer erróneamente que nuestros hijos son nuestras posesiones. No lo son. Son hijos e hijas de nuestro Padre Celestial. Sus espíritus son eternos, al igual que los nuestros.
Esta lección se me enseñó de manera contundente hace muchos años, cuando nuestra hija menor tenía alrededor de cuatro años. Una noche regresé del trabajo y encontré a mi amada esposa muy cansada después de un día entero con nueve niños alrededor. Mi día también había sido pesado, pero me ofrecí a preparar a los niños para acostarse. Comencé a dar órdenes a nuestra pequeña hija de cuatro años: quítate la ropa, cuélgala, cepíllate los dientes, ponte el pijama, di tus oraciones, y así sucesivamente, mandando en un tono propio de un sargento estricto del ejército. De repente, ella inclinó la cabeza hacia un lado, me miró con ojos melancólicos y dijo: “Papi, ¿me posees tú?”
Entonces me di cuenta de que estaba usando métodos coercitivos con este dulce espíritu, y que gobernar a los hijos mediante mandatos o fuerza es la técnica de Satanás, no del Salvador. Ella me enseñó esta lección importante: no poseemos a nuestros hijos; solo los tenemos por una breve temporada. Como padres, es nuestro privilegio amarlos, guiarlos y luego dejarlos ir. El Señor dijo: “Os he mandado que criéis a vuestros hijos en luz y verdad.” (DyC 93:40.) Esto hemos tratado de hacer.
Otro aspecto de nuestra responsabilidad como padres ha sido ser fieles a cada deber al que hemos sido llamados a cumplir en la Iglesia. ¿Es esto una paradoja en las prioridades? No, no lo es. Una escritura declara: “Por tanto, tu deber es para con la iglesia para siempre; y esto a causa de tu familia.” (DyC 23:3; énfasis añadido.) Hemos reconocido que entre las mejores cosas que podemos hacer por nuestros hijos está el ser fieles a cualquier llamamiento de la Iglesia que hayamos recibido. La experiencia adquirida en la Iglesia fortalece nuestra capacidad de servir al público y a nuestra familia.
Fe en Dios
La tercera oración que espero merecer en mi servicio fúnebre es que mi fe en Dios fue inquebrantable. En verdad tengo una fe profunda y constante en Él y en su Hijo, Jesucristo.
La educación ha incrementado esa fe. He pasado unos cuarenta años estudiando una de las más grandes creaciones de Dios: el cuerpo humano, y sé que este maravilloso instrumento es de origen divino. La anatomía, la fisiología, los mecanismos de protección, los poderes de sanación —todo está bien diseñado y funciona hermosamente. Me resulta tan evidente que son producto de un Creador divino como lo es para un astrónomo llegar a la misma conclusión al estudiar el fenómeno infinito de las estrellas en los cielos.
Ampliar nuestra educación no debería desafiar, sino aumentar nuestra fe. De hecho, tenemos una responsabilidad religiosa de educar nuestras mentes. Se nos ha enseñado que “la gloria de Dios es la inteligencia.” (DyC 93:36.) Tenemos un mandamiento divino de “adquirir conocimiento de la historia, y de los países, y de los reinos, de las leyes de Dios y del hombre.” (DyC 93:53.) De manera similar, el Señor nos ha exhortado a “estudiar y aprender, y llegar a familiarizarnos con todos los buenos libros, y con idiomas, lenguas y pueblos.” (DyC 90:15.) Las Escrituras además amonestan: “Aprende sabiduría en tu juventud” (Alma 37:35), y “Enseñaos diligentemente y mi gracia os acompañará” (DyC 88:77–78).
Pasos en el aprendizaje
Todos comprendemos la importancia de la educación. Quizá ahora deberíamos considerar cómo aprender. Permíteme sugerir cuatro pasos para facilitar el proceso de aprendizaje.
1. Desear. El primer paso en el proceso de aprendizaje es tener un gran deseo de conocer la verdad. Como maestro de cirugía durante muchos años, observé diferencias en los deseos de los individuos de aprender. Antes de cada operación hay un intervalo para frotarse las manos durante un tiempo determinado. Algunos aprendices estaban en silencio o pasaban ese tiempo en conversaciones triviales sin sustancia. Los que tenían verdadero deseo llenaban ese tiempo con preguntas. Observé que los estudiantes con gran deseo sabían lo que no sabían y procuraban llenar esos vacíos.
2. Indagar. El segundo paso en el proceso de aprendizaje es estudiar con una mente inquisitiva. Una vez más, tomo este patrón de las Escrituras. Cuando el hermano de Jared se preparaba para una migración transoceánica, se dio cuenta de que no había provisión para la luz en las naves, así que preguntó al Señor: “¿Hemos de cruzar este gran mar en la oscuridad?” El Señor dio una respuesta interesante: “¿Qué queréis que haga para que tengáis luz en vuestros vasos? … No podréis tener ventanas, porque se quebrarían; tampoco llevaréis fuego con vosotros… Seréis como un pez en medio del mar.” (Éter 2:22–24.)
El Señor pudo haberle dicho directamente la solución al hermano de Jared. Sin embargo, lo dejó para que lo meditara en su propia mente antes de proponer la respuesta. Como resultado, el hermano de Jared seleccionó dieciséis piedras y luego pidió al Señor que las tocara para que pudieran dar luz.
Ese mismo concepto fue enfatizado en la revelación de los últimos días, cuando el Señor le dijo a Oliver Cowdery, que deseaba ayudar a José Smith a traducir el Libro de Mormón: “He aquí, no lo has entendido; has supuesto que yo te lo daría cuando no pensaste sino en pedírmelo. Pero, he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces debes preguntarme si está bien.” (DyC 9:7–8.)
Muchas de las revelaciones contenidas en Doctrina y Convenios fueron dadas a los profetas solo después de un estudio profundo y una investigación reflexiva y concentrada al Señor. Así sucedió con la Palabra de Sabiduría, revelada por medio del profeta José Smith, y la revelación sobre el sacerdocio, dada por medio del presidente Spencer W. Kimball en 1978. De manera similar, cada uno de nosotros aprenderá mejor con un espíritu de indagación.
3. Aplicar. El tercer paso en el proceso de aprendizaje es aplicar o practicar lo aprendido en nuestra vida diaria. Quienes han aprendido otro idioma saben lo importante que esto es. Aun con gran deseo y estudio, el dominio del idioma llega únicamente cuando se aplica en las situaciones cotidianas de la vida.
4. Orar. El cuarto paso, y muy importante, en el proceso de aprendizaje es orar por ayuda. En mi práctica de la cirugía, no dudé en comunicarme con el Señor con gran detalle, incluso acerca de los pasos técnicos de un nuevo procedimiento quirúrgico que debía realizarse. A menudo, solo el proceso de repasarlo en mi mente mientras oraba permitía recibir dirección divina para ver un mejor modo de hacerlo.
Salvaguardas para protegernos
Ahora quisiera ofrecer palabras importantes de advertencia. El aprendizaje, si se usa mal, puede destruir nuestras metas. Consideremos algunas salvaguardas para protegernos de un fin tan indeseable.
- Nuestra fe debe ser alimentada. Debemos enriquecer esa fe con el estudio de las Escrituras y con la exposición a otros buenos libros, como los de arte o música. Debemos nutrir los dones del espíritu con la misma constancia diaria con que alimentamos nuestros cuerpos físicos.
- Debemos escoger nuestros modelos a seguir con sabiduría. Antes de respaldar las enseñanzas o acciones de cualquier persona, debemos preguntarnos si la fe de esa persona es lo suficientemente fuerte como para ser digna de emulación. Si no lo es, debemos ser muy selectivos con lo que aprendemos de tal individuo. La Biblia, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio son los estándares con los que debemos medir toda doctrina.
- Debemos evitar los misterios y las obsesiones doctrinales. Dios ya ha revelado todo lo que necesitamos saber para nuestra exaltación. Si obedecemos la palabra revelada, podemos ser pacientes con lo que aún no se nos ha revelado. Por eso no usamos los términos “ortodoxo” y “heterodoxo” en la Iglesia. O creemos en la verdad revelada o no creemos en ella.
- Debemos evitar los venenos de la fe, tales como el pecado y la pornografía, o conformarnos apenas con cumplir la letra de la ley en lugar de abrazar el espíritu ennoblecedor de la ley. Recordemos: “La letra mata, mas el espíritu vivifica.” (2 Corintios 3:6.)
Prepararse para los desafíos
Muchos desafíos deben enfrentarse a lo largo de la vida. Por ejemplo, a veces oímos acusaciones de que la Iglesia es anti-intelectual. Cuando las personas hacen tal declaración, recuerdo una escena común en las selvas de África. Un ave, como el crítico, a menudo se posa en la parte más alta de un elefante y picotea la piel del majestuoso animal, obteniendo un alimento temporal y una posición de eminencia gracias a esa asociación. Mientras que el elefante no necesita al ave, el ave sí necesita al elefante para mantener su lugar de prominencia. Aunque el ave pique, grite y ensucie, el elefante continúa avanzando en su curso, aparentemente ajeno a su pasajero parásito.
Ante la acusación de que la Iglesia es anti-intelectual, nosotros mismos deberíamos ser la mayor evidencia para refutar una afirmación tan errónea. Individualmente, se nos ha animado a aprender y a buscar conocimiento en cualquier fuente confiable. En la Iglesia, acogemos toda verdad, ya provenga del laboratorio científico o de la palabra revelada del Señor. Aceptamos toda verdad como parte del evangelio. Una verdad no contradice a otra.
Algunos de los más grandes intelectuales han sido aquellos con la fe más fuerte. Sócrates pensaba que la vida sin examen no vale la pena ser vivida, por lo que nada estaba exento de su cuestionamiento. Pero él, junto con Immanuel Kant, tuvo fe inquebrantable en Dios, en la libertad y en la inmortalidad. Sócrates nunca dudó de la voluntad de su Dios personal. Creyó tanto en la libertad que vinculó su propia responsabilidad personal a esa libertad. Tan profundamente creía en la doctrina de la inmortalidad del alma que, aunque podría haber prolongado su vida biológica eligiendo el exilio, se sometió con total serenidad a la sentencia de muerte del tribunal ateniense.
Louis Pasteur hizo esta declaración al ser recibido en la Academia Francesa: “Los griegos nos han dado una de las palabras más bellas de nuestro idioma: la palabra entusiasmo, que significa ‘un Dios dentro’. La grandeza de los actos de los hombres se mide por la inspiración de la que surgen. ¡Feliz aquel que lleva un Dios dentro de sí!”
Consideremos al Consejo de los Doce hoy. Casi todos ellos poseen títulos de licenciatura, y varios han obtenido maestrías y doctorados. Debo añadir que esos logros educativos no los calificaron para sus llamamientos espirituales, pero sí indican que sus propias búsquedas académicas los hacen no solo comprensivos con, sino también partidarios de, los decretos divinos de adquirir conocimiento.
Todos debemos fortificarnos contra los ataques a los líderes de la Iglesia. Ellos nunca han pretendido ser perfectos ni siquiera cercanos a ello. De hecho, el Señor los describió como “las cosas débiles del mundo, los que son ignorantes y despreciados.” Pero continuó diciendo que ellos “trillarán a las naciones por el poder de mi Espíritu.” (DyC 35:13.)
Bajo ataques brutales de sus críticos, José Smith dijo: “Nunca os dije que era perfecto, pero no hay error en las revelaciones que he enseñado. ¿Debo entonces ser desechado como una cosa sin valor?” (Words of Joseph Smith, p. 369.)
Al edificarnos con educación para la eternidad, debemos escudriñar las Escrituras, aplicarlas a nosotros mismos, aprender la ley en el reino de nuestras propias actividades y usar las obras estándar como normas literales de excelencia eterna con las cuales medir cada pensamiento y cada acción.
Así pues, comencemos cada uno de nosotros con el fin en mente y demos forma a nuestro propio destino. Recordemos que el desarrollo de la carrera, la familia y la fe en Dios es una responsabilidad individual, por la cual cada uno de nosotros, de manera personal, será responsable.
























