Ven, sígueme
Doctrina y Convenios 111–114
6 – 12 octubre: “Yo dispondré todas las cosas para vuestro bienestar”
Contexto histórico
Sección 111 — La deuda de Kirtland y la visita a Salem (agosto de 1836)
En el verano de 1836, la Iglesia se hallaba en una situación económica difícil. La construcción del Templo de Kirtland había exigido grandes sacrificios financieros, y la joven comunidad de los santos tenía serias deudas. En ese momento, un hombre llamado Burgess informó a José Smith que sabía de un tesoro escondido en Salem, Massachusetts, que podría ayudar a saldar las deudas de la Iglesia.
Con la esperanza de que la mano del Señor los guiara a una solución temporal a sus problemas financieros, José Smith, Sidney Rigdon, Hyrum Smith y Oliver Cowdery emprendieron el viaje hacia Salem en julio de 1836. Sin embargo, al llegar no encontraron el tesoro esperado ni confirmación de los rumores.
En ese contexto, el 6 de agosto de 1836, el Señor reveló la sección 111. En ella, el Señor reprendió con suavidad a José por haberse “preocupado demasiado” por las deudas, pero también le aseguró que no había cometido un gran error. Dios les enseñó que había “un tesoro mayor” en Salem —no de oro o plata, sino en las personas que allí los esperaban para recibir la palabra del Evangelio.
Esta revelación mostró que, aunque los planes temporales de los hombres pueden fracasar, el Señor siempre dirige los acontecimientos hacia propósitos espirituales más elevados.
Sección 112 — La misión de los Doce y la reprensión a Thomas B. Marsh (julio de 1837)
Un año después, en 1837, la Iglesia enfrentaba desafíos aún más graves. En Kirtland, surgieron apostasías debido a dificultades económicas y orgullo espiritual. Algunos líderes prominentes, incluyendo a apóstoles, comenzaron a criticar a José Smith.
En este clima de tensión, el Señor dirigió un mensaje a Thomas B. Marsh, el presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, el 23 de julio de 1837, mientras estaba en Kirtland.
El Señor le recordó su deber de fortalecer a los Doce, quienes debían salir en misión al extranjero —una misión que pronto se dirigiría a Inglaterra bajo la dirección de Heber C. Kimball y otros.
El Señor amonestó a Marsh por su debilidad y lo exhortó a ser humilde y obediente al profeta. Le enseñó que el poder y la autoridad del sacerdocio solo se ejercen en justicia y mansedumbre, y le prometió que, si se arrepentía y guiaba a los Doce con fidelidad, sería una gran bendición para la Iglesia. Esta revelación subrayó la importancia de la unidad entre los líderes, la obediencia al profeta y el deber misional de los apóstoles.
Sección 113 — Interpretación profética de Isaías (marzo de 1838)
En marzo de 1838, después de huir de la persecución y las dificultades en Kirtland, José Smith se estableció en Far West, Misuri. En ese período de reorganización espiritual y administrativa, algunos miembros preguntaron al profeta sobre el significado de ciertos pasajes del libro de Isaías, particularmente los capítulos 11 y 52.
José, mediante revelación, dio respuestas inspiradas que se registraron en la sección 113.
Allí explicó que “la vara del tronco de Isaí” y “la raíz de Isaí” representan a personas con llaves del sacerdocio en los últimos días —el Mesías mismo y un siervo escogido que prepararía el camino. También aclaró que Sion y Jerusalén representan centros de reunión y poder espiritual en los últimos días.
Esta sección reflejó el interés de los santos en comprender las profecías del Antiguo Testamento aplicadas a su propia época y misión. Fue un tiempo en el que los santos se preparaban para establecer un nuevo centro de Sion en Misuri, y estas interpretaciones reforzaron su sentido de propósito profético.
Sección 114 — El llamado a David W. Patten (abril de 1838)
Poco después, en abril de 1838, el Señor dio una instrucción breve pero significativa.
David W. Patten, uno de los Doce Apóstoles, fue mandado a prepararse para salir en misión “el siguiente año”, junto con el resto del Quórum.
El Señor también indicó que si algún apóstol o líder no atendía su llamamiento, su lugar sería dado a otro.
Lamentablemente, ese viaje nunca se realizó. En octubre de ese mismo año, estallaron los disturbios conocidos como la Guerra de Misuri. Durante un enfrentamiento con las milicias estatales, David W. Patten —conocido entre los santos por su fe y valentía— cayó mortalmente herido en la batalla de Crooked River el 25 de octubre de 1838, convirtiéndose en el primer apóstol mártir en esta dispensación.
Así, la sección 114 se convirtió en un testimonio solemne de la brevedad de la vida y de la urgencia del servicio en el reino de Dios.
Entre 1836 y 1838, el Señor reveló estas cuatro secciones para guiar a Su pueblo en medio de deudas, persecución, confusión y reorganización.
Cada una revela un principio clave:
- D. y C. 111: La providencia de Dios incluso en los errores humanos.
- D. y C. 112: La necesidad de humildad y obediencia en el liderazgo.
- D. y C. 113: La luz doctrinal que proviene del entendimiento profético.
- D. y C. 114: La urgencia de cumplir los llamamientos antes de que el tiempo se acabe.
Juntas, forman un retrato conmovedor del crecimiento espiritual de la Iglesia durante uno de sus periodos más turbulentos y decisivos.
Doctrina y Convenios 111
El Señor puede “disponer todas las cosas para mi bienestar”.
Era el verano de 1836. La Iglesia del Señor se hallaba en un momento de tensión y cansancio. Después de la construcción del templo de Kirtland —un sacrificio monumental para una comunidad pequeña y pobre—, las deudas pesaban sobre los hombros del profeta José Smith y de los santos.
En medio de esa preocupación, llegó a oídos de José un rumor curioso: un hombre llamado Burgess aseguraba que en Salem, Massachusetts, existía un tesoro escondido en una vieja casa, y que parte de ese dinero podía pertenecer legalmente a la Iglesia.
Con la esperanza de hallar una solución, José, acompañado por Hyrum Smith, Sidney Rigdon y Oliver Cowdery, emprendió el viaje. No fue un viaje de ambición, sino de alivio; no buscaban enriquecerse, sino pagar las deudas sagradas contraídas por la construcción de la casa del Señor.
Sin embargo, al llegar a Salem, no encontraron el tesoro. La promesa humana se desvaneció, y lo que parecía una oportunidad divina terminó en incertidumbre.
Fue entonces, en ese escenario de frustración y desconcierto, que el Señor habló.
Con voz de ternura y sin reproche, reveló a Su profeta que no había desaprobado su venida a esa ciudad. Le enseñó que no debía angustiarse por el dinero, porque “hay más tesoros en esta ciudad que dinero”.
De pronto, la mirada del profeta se elevó. Entendió que el propósito del Señor iba mucho más allá de las monedas que tanto necesitaban. Había “tesoros” que no brillaban bajo la tierra, sino en los corazones de las personas. Salem, esa ciudad sin oro ni plata para ofrecer, escondía almas preciosas que algún día recibirían la palabra del Evangelio.
Lo que parecía un error se transformó en una lección eterna: el Señor puede disponer todas las cosas para nuestro bienestar, incluso cuando no entendemos Sus caminos.
A través de esa experiencia, el Señor enseñó a José —y a todos nosotros— que Él no se limita a bendecir los planes que salen bien. También puede convertir los caminos equivocados en senderos de aprendizaje, y los tropiezos en escalones hacia una fe más madura.
A veces, el Señor nos permite seguir un rumbo que parece inútil, solo para revelarnos después que el verdadero tesoro no estaba donde creíamos, sino en lo que aprendimos al buscarlo.
Así ocurre en nuestra propia vida. A veces emprendemos “viajes a Salem”: decisiones que tomamos con buena intención y fe, pero que no dan el resultado que esperábamos. Oramos, trabajamos, confiamos, y aun así, el “tesoro” no aparece. Sin embargo, el Señor, con infinita paciencia, obra silenciosamente entre bastidores.
Él toma nuestras equivocaciones y las convierte en lecciones; toma nuestros fracasos y los transforma en experiencias que fortalecen el alma.
El mensaje de Doctrina y Convenios 111 es, en esencia, un recordatorio tierno del poder redentor de Dios.
Él no solo dirige los aciertos, sino también los desvíos. No solo bendice los logros, sino también los intentos fallidos de quienes actúan con un corazón sincero.
Cuando confiamos en Su sabiduría, incluso los caminos que parecen sin salida se convierten en rutas hacia nuestra santificación.
El Señor dispone todas las cosas —las buenas y las malas, las planeadas y las inesperadas— para nuestro bienestar, si Le permitimos obrar en nosotros.
Por eso, al mirar hacia atrás en los momentos en que las cosas no salieron como queríamos, podemos reconocer con gratitud:
“Aunque no hallé el tesoro que buscaba, el Señor me enseñó algo más valioso. Él transformó mi camino, y realmente dispuso todas las cosas para mi bienestar.”
¿En qué ocasiones has sentido el amor de Dios “no obstante [tus] imprudencias”?
El versículo 1 de Doctrina y Convenios 111 dice: “Yo, el Señor vuestro Dios, no estoy disgustado con vuestro viaje hasta acá, no obstante vuestras imprudencias.”
Este pasaje revela un Dios tierno y paciente, que no se aleja de nosotros por nuestros errores, sino que nos acompaña incluso cuando actuamos con buena intención pero con juicio imperfecto.
El amor de Dios no obstante mis imprudencias
Hay momentos en que he actuado con prisa, convencido de que comprendía lo que debía hacer. He tomado decisiones con el corazón lleno de buena intención, pero sin esperar del todo la guía del Señor. En esas ocasiones, mis planes no salieron como esperaba; tropecé, me sentí torpe, y vi cómo mis fuerzas y mis recursos no bastaban.
Sin embargo, fue precisamente allí —en medio del cansancio, la confusión o el arrepentimiento— donde sentí más claramente el amor paciente de mi Padre Celestial.
Lo sentí cuando, en lugar de reprocharme, me consoló con Su paz.
Lo sentí cuando abrió un camino nuevo donde yo solo veía una pared cerrada.
Lo sentí cuando, después de mi torpeza, Su misericordia me permitió aprender una lección más profunda sobre Su voluntad.
He sentido Su amor “no obstante mis imprudencias” cuando mis palabras fueron inadecuadas, pero Su Espíritu igual tocó el corazón de alguien.
Lo he sentido cuando mis esfuerzos parecían insuficientes, pero Él multiplicó los resultados.
Y lo he sentido, sobre todo, cuando Su perdón me ha mostrado que Su gracia no se retira cuando fallo, sino que se extiende para levantarme.
Dios no espera que seamos infalibles; espera que seamos enseñables.
Y en Su amor perfecto, nos acompaña en cada paso, incluso en los caminos que tomamos sin entender completamente Su propósito.
El amor de Dios no depende de mi perfección, sino de Su promesa eterna de guiarme, corregirme y santificarme “no obstante mis imprudencias”.
¿De qué manera te ha ayudado el Señor a encontrar “tesoro[s]” inesperados (versículo 10)?
José Smith viajó a Salem con la esperanza de encontrar un tesoro material. Las deudas de la Iglesia eran grandes, y aquel viaje parecía una oportunidad para aliviar una carga. Sin embargo, al llegar, no hubo oro escondido, ni riqueza alguna. Lo que parecía un fracaso se transformó en un momento de revelación: el Señor le dijo con ternura,
“Hay más de un tesoro para vosotros en esta ciudad.”
Aquella frase cambió el sentido del viaje. El Señor enseñó a Su profeta —y a todos nosotros— que Sus tesoros rara vez se encuentran donde esperamos.
A veces buscamos soluciones temporales, pero Dios nos conduce a descubrimientos eternos.
Los tesoros del Señor no están hechos de metal ni piedra, sino de personas, experiencias y verdades que enriquecen el alma y preparan el corazón.
También nosotros emprendemos “viajes a Salem”: caminos llenos de buenas intenciones que no resultan como planeábamos. Quizás buscamos una oportunidad laboral, una respuesta a la oración o un cambio en la vida, y en su lugar encontramos algo distinto: una lección, una amistad, una mayor fe.
En esos momentos, el Señor nos enseña que el verdadero tesoro no siempre está al final del camino, sino en el proceso mismo de caminar con Él.
Con el tiempo, miramos atrás y comprendemos: los tesoros que Él nos dio no eran los que pedíamos, pero sí los que necesitábamos.
El consuelo que llegó en la oración, la fortaleza para seguir adelante, la luz que vino después de la oscuridad… todos fueron tesoros ocultos, preparados por un Dios que conoce lo que realmente edifica nuestro bienestar eterno.
Así como José no halló oro, pero sí halló propósito, también nosotros descubrimos que el Señor disfraza Sus tesoros en la forma de experiencias que moldean el corazón y fortalecen la fe.
Él no se olvida de Sus hijos; más bien, dispone cada paso de nuestra vida para que, aun sin saberlo, terminemos encontrando “más de un tesoro” en los lugares y tiempos que jamás habríamos imaginado.
El Señor llena nuestra vida de tesoros inesperados.
Aunque busquemos una cosa y Él nos conceda otra, Sus dones siempre son los que más necesitamos.
Si confiamos en Su tiempo y en Su sabiduría, descubriremos que cada experiencia —aun la que parece un desvío— es en realidad una puerta hacia un tesoro espiritual preparado por Su amor.
¿Qué ha hecho Él para “disponer todas las cosas para tu bienestar”
A veces el Señor nos deja seguir caminos que parecen no conducir a ninguna parte. Así como José Smith viajó a Salem buscando un tesoro material y terminó recibiendo una lección espiritual, también nosotros emprendemos viajes impulsados por deseos sinceros: resolver un problema, aliviar una carga o encontrar una respuesta.
Pero el Señor, que ve más allá del momento, dispone cada paso para nuestro bienestar. He visto esa promesa cumplirse cuando lo que pensé que era un fracaso se transformó en crecimiento, cuando una pérdida abrió el camino a una bendición mayor, o cuando un “no” de Dios resultó ser una forma de decir “aún no, te estoy preparando”.
El Señor no solo organiza los eventos de nuestra vida; también prepara nuestro corazón para recibir lo que Él desea darnos. Su sabiduría acomoda todo, incluso los errores, para que aprendamos a confiar en Él.
Y cuando miramos atrás, comprendemos que en realidad nada fue casualidad: cada demora, cada puerta cerrada y cada cambio inesperado fue parte de Su plan amoroso para nuestro bienestar eterno.
Así cumple el Señor Su palabra: Él dispone todas las cosas —a Su tiempo y a Su manera— para que cada una de ellas nos acerque más a Él.
|
Principio |
Ejemplo |
Aplicación |
|
1. El Señor es paciente “no obstante nuestras imprudencias.” |
José Smith viajó a Salem con buena intención, pero basándose en un rumor humano. Aun así, el Señor declaró: “No estoy disgustado con vuestro viaje… no obstante vuestras imprudencias” (v.1). |
Dios no se aleja cuando cometemos errores con buenas intenciones. Él nos enseña y nos guía con ternura. Puedo confiar en que Su amor no depende de mi perfección, sino de mi disposición a aprender. |
|
2. El Señor ve propósitos espirituales donde nosotros solo vemos necesidades temporales. |
José y sus compañeros buscaban un tesoro material para pagar las deudas del templo, pero el Señor les enseñó que había “más de un tesoro” en la ciudad —tesoros espirituales y personas preparadas para recibir el Evangelio. |
Cuando mis planes no resultan como espero, puedo buscar los “tesoros espirituales” que el Señor ha preparado: lecciones, amistades, fe o fortaleza. |
|
3. El Señor convierte los fracasos en oportunidades de crecimiento. |
Lo que parecía un viaje inútil se transformó en una lección eterna sobre confiar en la voluntad de Dios. |
Mis aparentes fracasos pueden ser instrumentos de Dios para fortalecerme. Debo preguntar: “¿Qué quiere enseñarme el Señor con esto?” |
|
4. Dios dispone todas las cosas para nuestro bienestar, incluso las inesperadas. |
El viaje a Salem no produjo riqueza, pero produjo revelación, consuelo y dirección divina. |
Aun cuando los resultados no coinciden con mis deseos, puedo confiar en que el Señor acomoda todo —éxitos y errores— para mi bienestar eterno. |
|
5. Los verdaderos tesoros del Señor son espirituales. |
José no halló oro, pero halló entendimiento. El tesoro estaba en la lección, no en la tierra. |
El “tesoro” que Dios me da puede ser paz, fe o un cambio de corazón. Debo aprender a reconocer Sus tesoros ocultos en cada experiencia. |
|
6. La guía del Señor transforma los desvíos en preparación. |
El aparente desvío hacia Salem ayudó al profeta a confiar más profundamente en la dirección del Señor. |
A veces Dios me permite tomar un camino que parece equivocado para prepararme para algo mejor. Puedo confiar en Su tiempo y en Su sabiduría. |
|
7. El amor de Dios acompaña incluso en los caminos inciertos. |
Aunque José no comprendía completamente el propósito del viaje, el Señor le aseguró Su compañía. |
Cuando no entiendo el “por qué” de algo, puedo recordar que el Señor sigue conmigo, obrando entre bastidores para mi bien. |
Un análisis doctrinal de Doctrina y Convenios 111 por versículos
Doctrina y Convenios 112:3–15, 22
El Señor me guiará conforme yo procure humildemente Su voluntad.
El Señor llamó a Thomas B. Marsh, primer presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, en un tiempo de gran agitación espiritual y tensión dentro de la Iglesia. Algunos miembros, confundidos o desilusionados, murmuraban contra el profeta José Smith; y los Doce, llamados a proclamar el evangelio, aún estaban aprendiendo lo que significaba ser verdaderos testigos de Cristo. En ese contexto, el Señor habló a Marsh con palabras de advertencia, consuelo y guía.
El Señor comienza recordándole su llamamiento: él ha sido escogido para “humillarse ante mí” y “ser fuerte en la fe”. No era una reprensión vacía, sino una invitación a volver el corazón hacia la fuente de toda sabiduría. A veces, incluso los líderes escogidos pueden dejarse llevar por el orgullo o el temor; y en esos momentos, la voz del Señor es clara: “No busques guiarte por tu propia sabiduría”. La verdadera dirección —el verdadero poder espiritual— no proviene de la experiencia ni del prestigio, sino de una humildad profunda ante la voluntad de Dios.
El Señor le recuerda que los Doce deben actuar con unidad, obedeciendo la voz de la Primera Presidencia, como si fuera la Suya propia. No se trata de una estructura jerárquica rígida, sino de un principio espiritual: la guía divina fluye por canales ordenados. Resistirse a esa dirección es como cerrar las compuertas del río de revelación. Por eso, el Señor insiste en que la fuerza de los Doce radica en su sumisión colectiva a la voluntad divina, y en su humildad personal ante el Espíritu.
Las palabras del Señor a Marsh son tiernas pero firmes. Le advierte que Satanás desea su ruina, que el orgullo podría desviarlo del camino. Pero también le promete protección: si se humilla y busca al Señor, “mi brazo estará sobre ti”. La promesa es universal: el Señor guía a todo aquel que deja de confiar en sí mismo y se entrega con mansedumbre a Su dirección. La humildad no es debilidad; es el canal de la revelación.
Finalmente, en el versículo 22, el Señor extiende el principio más allá del individuo: “En todas tus andanzas, sé fiel; y yo iré delante de tu rostro”. Esa promesa resume la esencia del discipulado. Si caminamos con fe, sin exigir que el camino sea fácil ni claro, el Señor mismo va delante de nosotros, abriendo sendas invisibles, preparando corazones, calmando tempestades. Él no solo nos guía; nos precede.
Así, la lección de Doctrina y Convenios 112 es profundamente personal: el Señor guía a Sus siervos —y a todos Sus hijos— cuando se humillan ante Él, confían más en Su sabiduría que en la propia y procuran sinceramente Su voluntad. La verdadera dirección divina no se fuerza ni se impone; se recibe en el silencio reverente del corazón contrito. Quien se humilla ante Dios nunca camina solo, porque el Señor mismo va delante de su rostro.
|
Versículos |
Principio doctrinal |
Ejemplo en el pasaje |
Aplicación personal |
|
v. 3–4 |
La guía del Señor requiere humildad. |
El Señor le dice a Thomas B. Marsh que debe humillarse y fortalecerse en la fe, reconociendo su dependencia de Dios. |
Puedo recibir dirección divina cuando me acerco al Señor con un corazón humilde, dispuesto a aprender y a cambiar. |
|
v. 5–6 |
No confiar en la propia sabiduría. |
El Señor advierte a Marsh que no se guíe por su propio entendimiento, sino por la voz de Su siervo José Smith. |
Debo buscar la voluntad del Señor en oración y a través de Sus profetas, evitando actuar con orgullo o autosuficiencia. |
|
v. 7–9 |
El Señor fortalece a los que se humillan. |
A Marsh se le promete que, si se humilla, será fortalecido y protegido de los ataques de Satanás. |
Cuando reconozco mi debilidad y busco la ayuda del Señor, Él me da poder espiritual para resistir la tentación y perseverar. |
|
v. 10–11 |
La obediencia trae guía continua. |
El Señor le recuerda a Marsh que la obediencia y la fidelidad son esenciales para mantener Su compañía. |
Si obedezco los mandamientos, el Espíritu Santo puede permanecer conmigo y guiarme día a día. |
|
v. 12–14 |
El liderazgo inspirado requiere sumisión al Señor. |
Los Doce deben actuar bajo la dirección de la Primera Presidencia, siguiendo el orden de Dios. |
En mi servicio y responsabilidades, debo actuar con respeto por la autoridad del sacerdocio y en armonía con la guía divina. |
|
v. 15 |
La humildad protege del engaño. |
Se advierte a Marsh que Satanás desea su ruina, pero el Señor lo protegerá si permanece humilde y fiel. |
Cuando mantengo un corazón humilde, el Espíritu me ayuda a discernir el bien del mal y a evitar caer en el error. |
|
v. 22 |
El Señor acompaña y guía a los fieles. |
El Señor promete: “Yo iré delante de tu rostro. Estaré a tu diestra y a tu siniestra.” |
Si procuro humildemente hacer la voluntad del Señor, Él caminará conmigo, abrirá caminos y me llevará de la mano. |
¿Qué es la humildad?
La humildad es la capacidad de reconocer nuestra dependencia del Señor y de aceptar que sin Él nada podemos hacer. No se trata de pensar menos de uno mismo, sino de pensar menos en uno mismo y más en Dios. Es un corazón enseñable, dispuesto a ser guiado, corregido y moldeado. El humilde no busca imponerse ni justificar sus errores, sino aprender y mejorar con la ayuda del Señor. La humildad nos permite ver la verdad de quiénes somos: hijos e hijas de un Padre Celestial amoroso, necesitados constantemente de Su gracia y dirección.
¿Qué significa que el Señor te lleve “de la mano”?
Cuando el Señor dice que nos llevará “de la mano”, está expresando una promesa de cercanía, protección y dirección personal. Como un padre que guía a su hijo por un camino desconocido, Él nos sostiene para que no tropecemos, nos enseña a caminar con confianza y nos conduce con ternura por sendas que no siempre comprendemos. Ser llevado de la mano implica que no estamos solos: el Salvador camina con nosotros, siente nuestras cargas y nos conduce paso a paso hacia donde Él sabe que debemos ir. Es una imagen de amor, paciencia y cuidado divino.
¿Por qué crees que ser humilde te ayuda a recibir la guía del Señor?
La humildad abre el corazón a la revelación. Cuando somos humildes, reconocemos que necesitamos la ayuda de Dios y que Su sabiduría supera la nuestra. En ese estado, el Espíritu puede hablarnos, inspirarnos y dirigirnos con claridad. El orgullo, en cambio, levanta una barrera que impide escuchar la voz del Señor. Solo un corazón manso puede discernir Su voluntad y tener la valentía de seguirla. Así, cuanto más humildes somos, más sensible se vuelve nuestro espíritu a la guía divina, y más seguros son nuestros pasos, porque el Señor mismo nos conduce de la mano.
¿Qué hace una persona que manifiesta su humildad?
Una persona que manifiesta su humildad actúa con mansedumbre, reconoce sus limitaciones y busca constantemente la voluntad del Señor. Ora con sinceridad, no para imponer sus deseos, sino para conocer lo que Dios quiere que haga. Acepta los consejos de los demás, aprende de sus errores y da gracias por las bendiciones que recibe. El humilde no compite ni busca reconocimiento; sirve con amor, escucha antes de hablar y se esfuerza por edificar a los que lo rodean. También se arrepiente con prontitud cuando se equivoca, porque entiende que el progreso espiritual depende de la disposición a ser corregido. Su confianza no está en su propia fuerza, sino en el poder y la misericordia de Dios.
¿Qué aprendes del Salvador en cuanto a ser humilde?
Del Salvador aprendemos que la verdadera humildad es una expresión de amor y obediencia perfecta al Padre. Jesucristo, siendo el Hijo de Dios, se rebajó para servir, sanar, enseñar y finalmente dar Su vida por nosotros. Nunca buscó gloria personal ni reconocimiento, sino cumplir la voluntad de Su Padre en todo. Lavó los pies de Sus discípulos, soportó el rechazo y el sufrimiento sin quejarse, y siempre respondió con paciencia y compasión.
De Él aprendemos que la humildad no es debilidad, sino poder bajo control; no es sumisión forzada, sino entrega voluntaria al plan divino. Ser humilde como Cristo es vivir con un corazón dispuesto a decir siempre: “Hágase tu voluntad, y no la mía” (Lucas 22:42).
Cuando seguimos Su ejemplo, nos volvemos más dóciles al Espíritu y más capaces de reconocer la voz del Señor que guía cada paso de nuestra vida.
Doctrina y Convenios 112:12–26, 28, 33–34
Los que están verdaderamente convertidos llegan a conocer a Jesucristo.
El llamado a la intercesión y la corrección fraterna (v. 12)
El Señor inicia con una instrucción llena de compasión y responsabilidad: “Ruega por tus hermanos, los Doce.” Antes de amonestar, Thomas B. Marsh debía orar. La oración es la primera expresión de amor hacia quienes se desvían. Solo quien ruega por sus hermanos puede reprenderlos con el espíritu correcto. El Señor ordena que los Doce sean “amonestados severamente”, no para condenarlos, sino para ayudarlos a volverse hacia Él. La amonestación en nombre del Señor es un acto de amor que busca restaurar, no humillar.
La fidelidad al nombre de Cristo implica velar unos por otros espiritualmente. Un discípulo verdadero no se limita a salvarse solo, sino que intercede y exhorta para que otros también vuelvan a la senda.
La promesa de sanación para los humildes (v. 13)
El Señor reconoce que Sus siervos pasarán por “tentaciones y mucha tribulación”, pero en esa prueba Él mismo los “buscará”. Qué ternura hay en esa frase: el Señor no abandona a los suyos cuando tropiezan. Si no se obstinan, si no endurecen el corazón, Él los “sanará”.
La conversión verdadera, entonces, no es una experiencia única, sino un proceso de sanación continua. Cuando el corazón se ablanda ante la reprensión del Espíritu, Cristo actúa como Médico divino. Él no solo perdona: restaura, fortalece y renueva.
El llamado a tomar la cruz y apacentar las ovejas (v. 14)
El Señor invita: “Levantaos y ceñid vuestros lomos, tomad vuestra cruz, venid en pos de mí y apacentad mis ovejas.” Esta es la esencia del discipulado. No basta con conocer a Cristo intelectualmente; se le conoce verdaderamente cuando se le sigue y se le sirve.
El llamado a “apacentar mis ovejas” une la conversión personal con el servicio al prójimo. Quien ha experimentado el poder sanador del Salvador siente el deseo de guiar a otros hacia esa misma sanación. Así se cumple el ciclo del discipulado: conocer a Cristo lleva a servir, y el servicio lleva a conocerlo más profundamente.
La advertencia contra el orgullo y la rebelión (v. 15)
El Señor advierte: “No seáis soberbios; no os sublevéis contra mi siervo José.” La soberbia es el gran obstáculo para la conversión verdadera. Los Doce estaban siendo probados: ¿seguirían la voz del profeta o confiarían en su propio juicio?
El orgullo espiritual —creer que uno sabe más que los líderes escogidos por Dios— separa al alma de la revelación. El Señor declara con claridad: “Estoy con él” (José Smith). Conocer a Cristo implica también reconocer Su voz en Sus siervos.
La autoridad delegada y el deber misional (vv. 16–21)
El Señor reitera que Thomas B. Marsh posee las llaves en lo que concierne a los Doce, y que debe abrir la puerta del reino en todas las naciones. La autoridad de los líderes santos no es personal ni política, sino espiritual y delegada.
El Señor establece un principio doctrinal profundo:
“Quien recibe mi palabra, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe a los de la Primera Presidencia.”
Este pasaje enseña el principio de representación divina: recibir a los siervos del Señor es recibir al mismo Cristo. El discípulo verdaderamente convertido honra la autoridad y reconoce que las llaves del sacerdocio son canales por los cuales fluye la voluntad del Salvador.
La condición espiritual del mundo (vv. 22–23)
El Señor describe con gravedad la situación de la humanidad: “Tinieblas cubren la tierra, y densa obscuridad la mente del pueblo.” Las “tinieblas” no son solo la falta de conocimiento, sino la resistencia a la verdad revelada. En contraste, los que permanecen en Su palabra y escuchan Su Espíritu son portadores de luz.
La conversión, por tanto, implica salir de las tinieblas mediante la obediencia constante a la voz del Espíritu. Mientras el mundo se sumerge en la confusión, los convertidos verdaderos reflejan la claridad del Evangelio.
El juicio comienza en la casa del Señor (vv. 24–26)
La profecía final es solemne: la venganza del Señor comenzará “sobre mi casa”. No se trata de una venganza carnal, sino de una purificación espiritual. Aquellos que “han profesado conocer mi nombre” pero “no me han conocido” serán juzgados primero.
Esta declaración nos recuerda que el conocimiento de Cristo no es solo declarativo, sino relacional. Muchos pueden hablar de Él, servir en Su Iglesia o participar en Sus ordenanzas, pero si no Le conocen en el corazón —si no se han humillado y no han sido transformados por Su Espíritu—, siguen siendo extraños para Él.
Doctrina y Convenios 112:12–26 enseña que la verdadera conversión es una unión viva y constante con Jesucristo. No se logra mediante la posición, el conocimiento o el servicio externo, sino a través de la humildad, la obediencia y el amor activo por las almas.
El Señor promete buscar, sanar y fortalecer a quienes se dejen moldear por Él. Ser verdaderamente convertido es llegar a conocerle, no solo como Salvador del mundo, sino como Salvador personal, aquel que guía, reprende, corrige y finalmente redime.
Un análisis doctrinal de Doctrina y Convenios 112 por versículos
Doctrina y Convenios 113
José Smith fue “un siervo en las manos de Cristo”.
La sección 113 de Doctrina y Convenios contiene respuestas reveladas por el profeta José Smith acerca de Isaías 11 y 52:1–2, pasajes mesiánicos cargados de simbolismo. Estas preguntas y respuestas no son un estudio académico, sino una revelación espiritual que aclara cómo las profecías de Isaías se cumplen en los últimos días.
En este diálogo inspirado, se revela que el “vástago del tronco de Isaí” y la “raíz de Isaí” hacen referencia a figuras mesiánicas y proféticas que desempeñan un papel en la restauración del Evangelio. Detrás de cada interpretación, se vislumbra un principio poderoso: Dios obra Sus grandes propósitos mediante siervos escogidos, y José Smith fue uno de ellos, un instrumento en las manos de Cristo para traer de nuevo Su reino a la tierra.
El “vástago del tronco de Isaí”: Cristo y Su poder en los últimos días (vv. 1–6)
Los primeros versículos explican que el “tronco de Isaí” representa a la casa de Israel, y el “vástago” es Cristo mismo, quien brota de esa raíz para juzgar con justicia y traer redención. Cristo es el centro de toda la profecía; sin Él, no hay restauración, ni redención, ni esperanza.
Sin embargo, el Señor también revela que habrá un “vástago” que crecerá “de las raíces” de Isaí, alguien “sobre quien reposará el Espíritu del Señor” y que recibirá poder “para reunir a Israel”.
Esta descripción se aplica proféticamente a José Smith, un siervo escogido por Cristo para iniciar la obra de la restauración en los últimos días. Él no actuó por su propia sabiduría ni autoridad, sino bajo la dirección de Jesucristo, el verdadero “vástago” y Redentor.
José Smith fue, pues, un instrumento de Cristo para reunir a Israel, restaurar las verdades perdidas y reabrir el camino de los convenios. No fue el Redentor, sino el siervo del Redentor, elegido para preparar al mundo para Su venida.
El “siervo en las manos de Cristo” (v. 4)
El versículo 4 lo expresa con claridad y belleza:
“Este [vástago] es un siervo en las manos de Cristo, que se halla en parte de la descendencia de Isaí, así como de Efraín, o de la casa de José, sobre quien se hallarán gran poder.”
Aquí el Señor revela tres verdades sobre Su profeta:
- Fue un siervo en las manos de Cristo — No actuó por ambición personal ni humana, sino como un instrumento en las manos del Maestro. Cada revelación, traducción y obra que realizó fue guiada por Cristo.
- Descendiente de José de Egipto — Su linaje lo vinculaba con la responsabilidad de reunir y bendecir a Israel.
- Recibió gran poder — Ese poder no provenía de su intelecto, sino del sacerdocio restaurado por Cristo y Sus mensajeros celestiales.
Ser “un siervo en las manos de Cristo” implica sumisión, fe y obediencia. José Smith ejemplificó esta entrega: soportó persecución, encarcelamiento y finalmente el martirio, pero nunca abandonó la causa del Señor. Como declaró en una ocasión:
“No soy nada; soy solo un instrumento en las manos del Todopoderoso para realizar Su obra.”
El levantamiento de Sion: un pueblo redimido (vv. 7–10)
La segunda parte de la revelación (vv. 7–10) responde a las preguntas sobre Isaías 52:1–2, donde se habla de Sion que “se levanta del polvo”. El Señor enseña que Sion representa a la Iglesia del Dios viviente, que había sido oprimida y dispersada, pero que en los últimos días se “vistirá de su hermosura”, es decir, recibirá poder, pureza y autoridad divina.
Este renacimiento de Sion ocurre precisamente por medio del siervo del Señor —José Smith—, quien fue llamado para despertar a Sion, sacudir el polvo de la apostasía y revestir al pueblo del poder del sacerdocio.
José fue un siervo que permitió a Cristo actuar a través de él para levantar espiritualmente a millones. No buscó gloria personal, sino cumplir la misión que le fue confiada: preparar al mundo para el retorno del Salvador.
Así como José Smith fue un siervo en las manos de Cristo, cada discípulo puede llegar a serlo. La verdadera grandeza no está en el rango o la fama, sino en la disposición de ser guiado por el Salvador.
Cristo no busca siervos perfectos, sino corazones dispuestos. José Smith fue joven, inexperto y falible, pero su fe lo hizo un instrumento poderoso. Su ejemplo enseña que el Señor magnifica lo pequeño y humilde para cumplir lo grande y divino.
Doctrina y Convenios 113 revela que Cristo es el centro de toda redención y restauración, y que José Smith fue el siervo elegido para ejecutar esa obra en los últimos días.
Fue un siervo en las manos de Cristo: obediente, fiel y dispuesto a dar su vida por la causa del Evangelio. A través de su ministerio, el Salvador restauró Su Iglesia, Su autoridad y Su palabra.
Hoy, al igual que en los días de José, el Señor busca hombres y mujeres dispuestos a decir:
“Aquí estoy, envíame; hazme un siervo en Tus manos.”
Ser un siervo en las manos de Cristo —como lo fue José Smith— es la expresión más pura de conversión, amor y consagración al Maestro.
Un análisis doctrinal de Doctrina y Convenios 113 por versículos
— Un análisis de Doctrina y Convenios Sección — 111 — 112 — 113 — 114
— Dándole Sentido a Doctrina y Convenios — 111 — 112 — 113 — 114
— Discusiones sobre Doctrina y Convenios: “Más de un Tesoro” Doctrina y Convenios 111–113

























