
Doctrina y Convenios 120
“Hoy me siento impulsado a hablarles sobre un asunto de gran importancia. Hace algunas semanas, publiqué una declaración en cuanto a una corrección de rumbo respecto al nombre de la Iglesia. Hice esto porque el Señor impresionó en mi mente la importancia del nombre que Él decretó para Su Iglesia, incluso La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
“Como era de esperarse, las respuestas a esta declaración y a la guía de estilo revisada han sido variadas. Muchos miembros corrigieron de inmediato el nombre de la Iglesia en sus blogs y páginas de redes sociales. Otros se preguntaron por qué, con todo lo que está ocurriendo en el mundo, era necesario hacer hincapié en algo tan ‘insignificante’. Y algunos dijeron que no se podía lograr, así que ¿por qué siquiera intentarlo? Permítanme explicar por qué nos importa tanto este asunto. Pero primero, permítanme declarar lo que este esfuerzo no es:
No es un cambio de nombre.
No es una nueva marca.
No es algo meramente cosmético.
No es un capricho.
Y no es algo insignificante.
“Más bien, es una corrección. Es el mandamiento del Señor. José Smith no puso nombre a la Iglesia que fue restaurada por medio de él; tampoco lo hizo Mormón. Fue el mismo Salvador quien dijo: ‘Porque así será mi iglesia llamada en los últimos días, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días’ (Doctrina y Convenios 115:4).”
— Por el presidente Russell M. Nelson, Conferencia General de octubre de 2018, “El nombre correcto de la Iglesia”
El presidente Russell M. Nelson reafirma que el nombre de la Iglesia no es un detalle menor ni un asunto de conveniencia humana, sino una revelación divina. Al insistir en que se use el nombre completo —La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días—, el profeta nos recuerda que esta Iglesia le pertenece al Salvador, no a ningún hombre ni figura histórica. El nombre mismo testifica de Su centralidad en el plan de salvación y en la obra de los últimos días. Llamar a la Iglesia por el nombre que el Señor reveló es un acto de obediencia y reverencia que honra Su divinidad y restaura la verdad sobre quién dirige realmente Su Iglesia.
Nombrar correctamente a la Iglesia es una expresión de fe y lealtad hacia Jesucristo. Nos enseña que los mandamientos del Señor, aunque puedan parecer pequeños ante el mundo, siempre tienen un propósito eterno. Este principio se extiende a todos los aspectos de la vida: cuando obedecemos con exactitud, el Señor nos guía con poder. Al utilizar el nombre completo de Su Iglesia, proclamamos al mundo que Jesucristo está a la cabeza de Su obra y que todo lo que hacemos —enseñar, servir, adorar y amar— se centra en Él, el Redentor del mundo y fundamento de nuestra fe.
“Cuando el Señor mandó a los primeros santos de esta dispensación construir un templo, declaró:
‘Mas hágase una casa a mi nombre, conforme al modelo que yo les mostraré.
‘Y si mi pueblo no la edifica conforme al modelo que yo les mostraré, … no la aceptaré de sus manos’ (Doctrina y Convenios 115:14–15).
“Así como fue con los primeros santos, así es con nosotros hoy: el Señor ha revelado y sigue revelando al presidente de la Iglesia los modelos conforme a los cuales debe dirigirse el reino de Dios en nuestros días. Y, a nivel personal, Él nos proporciona orientación sobre cómo cada uno de nosotros debe dirigir su vida, de modo que nuestra conducta también sea aceptable ante el Señor.”
— Por el élder Dean M. Davies, Conferencia General de octubre de 2018, “Vengan, escuchen la voz de un profeta”
El élder Dean M. Davies enseña que el Señor es un Dios de orden, revelación y propósito. Así como en los primeros días de la Restauración dio instrucciones precisas sobre cómo debía edificarse Su casa, hoy continúa revelando Su voluntad a través de Su profeta para guiar la edificación de Su reino y de nuestras propias vidas. La obediencia al “modelo” divino es lo que garantiza la aceptación del Señor. No basta con construir o actuar según nuestro propio criterio; debemos hacerlo “conforme al modelo que Él nos mostrará”. Este principio nos recuerda que la verdadera adoración y el verdadero discipulado se manifiestan cuando buscamos y seguimos la dirección revelada de Dios en cada aspecto de nuestra vida.
El Señor sigue hablándonos hoy, tanto por medio de Su profeta como a través del Espíritu Santo en nuestra vida personal. Él nos muestra el modelo perfecto para construir hogares de fe, corazones puros y vidas aceptables ante Su vista. Si escuchamos Su voz y seguimos Sus patrones divinos, nuestras obras —como los templos del Señor— serán santas y dignas de Su presencia. Esta enseñanza nos invita a confiar en la revelación continua y a edificar nuestra vida conforme a los planos del Maestro Constructor, Jesucristo, cuya guía infalible nos lleva a la paz, la rectitud y la plenitud eterna.
“El Señor nos ha instruido que las estacas de Sion deben ser ‘defensa’ y ‘refugio contra la tempestad’ (Doctrina y Convenios 115:6). Hemos hallado refugio. Salgamos de nuestros lugares seguros y compartamos con ellos, desde nuestra abundancia, esperanza en un futuro más brillante, fe en Dios y en nuestro prójimo, y amor que ve más allá de las diferencias culturales e ideológicas hasta la gloriosa verdad de que todos somos hijos de nuestro Padre Celestial.”
— Por el Élder Patrick Kearon, del Cuórum de los Doce Apóstoles, entonces Setenta Autoridad General, Conferencia General de abril de 2016, “Refugio contra la tempestad”
El élder Patrick Kearon nos recuerda que las estacas de Sion no existen solo para brindar protección a los santos, sino también para extender ese refugio al mundo. Al hallar seguridad y fortaleza en el Evangelio, no debemos quedarnos dentro de nuestros límites espirituales, sino salir con compasión hacia quienes aún buscan esperanza. Compartir el amor de Cristo, tender una mano al necesitado y ver más allá de las diferencias culturales o ideológicas son actos que reflejan la verdadera esencia de Sion: un pueblo unido por la caridad, la fe y la fraternidad divina. El Evangelio nos convierte en instrumentos de consuelo y luz, llamados a reflejar la misericordia del Salvador en un mundo que clama por paz.
Haber hallado refugio en Sion implica la responsabilidad de ayudar a otros a encontrarlo también. Cada acto de bondad, cada palabra de fe y cada gesto de amor son parte de esa misión sagrada de extender el reino de Dios. El Señor espera que Su pueblo sea un faro en medio de la tempestad, un testimonio viviente de que Su gracia y Su poder aún obran entre los hombres. Cuando salimos de nuestra comodidad para ministrar, bendecir y amar sin distinción, cumplimos el mandato divino de ser “defensa” y “refugio”, y nos convertimos en verdaderos discípulos de Cristo, edificando Sion tanto en nuestros corazones como en el mundo que nos rodea.
“Gracias a la eterna e insondable expiación de nuestro Salvador, Jesucristo, el sacerdocio de Dios puede estar disponible aun cuando hayas tropezado o hayas sido indigno en el pasado. Mediante el proceso espiritual de refinamiento y purificación que es el arrepentimiento, puedes ‘levantar[te] y resplandecer’ (Doctrina y Convenios 115:5). Gracias al amor ilimitado y perdonador de nuestro Salvador y Redentor, puedes alzar la vista, llegar a ser limpio y digno, y desarrollarte hasta convertirte en un hijo de Dios justo y noble, digno portador del sacerdocio más sagrado del Dios Todopoderoso.”
— Élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2012, “El gozo del sacerdocio”
El élder Uchtdorf nos enseña que la expiación de Jesucristo es una fuente inagotable de esperanza y renovación. Ningún tropiezo ni error pasado puede separarnos del amor del Salvador si decidimos volver a Él con humildad y sinceridad. Su perdón no solo limpia, sino que también eleva; no solo restaura, sino que transforma. El sacerdocio, entonces, se convierte en una manifestación del poder divino que actúa en corazones arrepentidos, dispuestos a servir y a reflejar la santidad de Aquel que los redimió.
La verdadera grandeza del sacerdocio radica en la pureza del corazón y en el deseo constante de arrepentirse y seguir a Cristo. Cada vez que elegimos levantarnos y “resplandecer”, demostramos nuestra fe en Su poder para cambiarnos. El Señor no se fija en quiénes fuimos, sino en quiénes estamos dispuestos a llegar a ser. Por medio del arrepentimiento y la gracia del Salvador, todos podemos llegar a ser dignos siervos de Dios, portadores de Su luz y testigos vivos de Su amor redentor.
“Desde la ventana de la oficina de las Mujeres Jóvenes tengo una vista espectacular del Templo de Salt Lake. Cada día veo al ángel Moroni de pie sobre el templo como un símbolo resplandeciente, no solo de su fe, sino también de la nuestra. Amo a Moroni porque, en una sociedad sumamente degradada, se mantuvo puro y fiel. Él es mi héroe. Permaneció firme, solo. De alguna manera siento que hoy se encuentra en lo alto del templo llamándonos a tener valor, a recordar quiénes somos y a ser dignos de entrar en el santo templo — a ‘levantar[nos] y resplandecer’ (Doctrina y Convenios 115:5), a elevarnos por encima del bullicio mundano y, como profetizó Isaías, a ‘venir … al monte del Señor’ (Isaías 2:3), el santo templo.”
— Hermana Elaine S. Dalton, entonces Presidenta General de las Mujeres Jóvenes, Conferencia General de abril de 2012, “Ahora es el momento de levantarse y resplandecer”
La hermana Elaine S. Dalton nos ofrece una imagen poderosa y simbólica: el ángel Moroni sobre el templo, llamando a cada uno de nosotros a mantenernos firmes, puros y fieles en un mundo lleno de distracción y confusión. Así como Moroni permaneció inquebrantable en medio de la maldad de su tiempo, nosotros también podemos elegir elevarnos por encima del ruido del mundo, recordar nuestra identidad divina y vivir de manera digna para entrar en la casa del Señor. El templo se convierte en un recordatorio constante de nuestro destino eterno y de la pureza que debemos procurar para acercarnos a Dios.
Este mensaje nos inspira a “levantarnos y resplandecer” mediante la fidelidad y la rectitud personal. En un mundo que a menudo oscurece lo sagrado, nuestra luz puede brillar con más fuerza cuando seguimos al Salvador y guardamos convenios santos. Moroni, de pie sobre el templo, simboliza la invitación diaria del Señor a elevarnos espiritualmente, a vivir con valentía y pureza, y a dirigir nuestra mirada hacia el monte del Señor, donde hallamos fuerza, identidad y poder para perseverar con fe.
“Hermanos y hermanas, en los últimos días el adversario tiene éxito cuando relajamos nuestro compromiso con el Salvador, ignoramos Sus enseñanzas en el Nuevo Testamento y en otras Escrituras, y dejamos de seguirlo. Padres, ahora es el momento de enseñar a nuestros hijos a ser ejemplos de los creyentes asistiendo a la reunión sacramental. Cuando llegue la mañana del domingo, ayúdenlos a estar bien descansados, apropiadamente vestidos y espiritualmente preparados para participar de los emblemas de la Santa Cena y recibir el poder iluminador, edificante y ennoblecedor del Espíritu Santo. Dejen que su familia se llene de amor al honrar el día de reposo durante todo el día y experimentar sus bendiciones espirituales a lo largo de la semana. Inviten a sus hijos e hijas a ‘levantar[se] y resplandecer’ guardando el día de reposo, para que ‘[su] luz sea estandarte a las naciones’ (Doctrina y Convenios 115:5).”
— por el élder L. Tom Perry, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2011, “El día de reposo y la Santa Cena”
El élder L. Tom Perry nos recuerda que el día de reposo es mucho más que una tradición religiosa: es una oportunidad divina para renovar nuestro compromiso con Cristo y fortalecer a nuestra familia. En una época en la que el adversario busca distraer y debilitar nuestra fe, la observancia sagrada del domingo se convierte en un acto de resistencia espiritual. Al prepararnos y participar dignamente de la Santa Cena, invitamos al Espíritu Santo a guiarnos, purificarnos y elevarnos. Guardar el día de reposo con amor y propósito no solo bendice a cada individuo, sino que también convierte el hogar en un pequeño santuario donde reina la paz y la presencia del Señor.
Santificar el día de reposo es una forma de “levantar[se] y resplandecer” en un mundo que ha perdido el sentido de lo sagrado. Es el momento para reconectar con Dios, fortalecer los lazos familiares y renovar la luz interior que nos distingue como discípulos de Cristo. Si enseñamos a nuestros hijos a amar el día de reposo, ellos aprenderán a vivir con fe, pureza y propósito. Así, nuestras familias se convertirán en faros de luz espiritual, estandartes visibles del Evangelio que iluminan a las naciones y preparan el camino para el regreso glorioso del Salvador.
Doctrina y Convenios 116
“Entonces, ¿quién es Adán? Él es Miguel el arcángel, designado por Dios y por Cristo para ser el progenitor mortal de la raza humana. En este mismo momento … él aún ocupa su posición como el arcángel cuyo toque de trompeta en los días finales anunciará la resurrección y quien será el capitán de los ejércitos del Señor en la derrota final de Lucifer.
“Él es el ‘Anciano de Días’ del que habló el profeta Daniel y, como tal, se reunirá con los fieles en ese mismo valle de Adán-ondi-Ahmán, que lleva su nombre (véase Daniel 7:9–22; Doctrina y Convenios 116).”
— Por el élder Mark E. Petersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 1980, “Adán, el arcángel”
El élder Mark E. Petersen nos revela una visión profunda sobre la identidad eterna de Adán. Más que el primer hombre sobre la tierra, Adán es Miguel, el arcángel elegido por Dios para cumplir una misión divina desde el principio hasta el fin de los tiempos. Su papel trasciende la creación y se extiende hasta la culminación del plan de salvación: será él quien anuncie la resurrección y lidere las huestes celestiales en la victoria final sobre Lucifer. Esta enseñanza nos muestra la continuidad perfecta del propósito divino y la fidelidad eterna de Adán a su llamamiento como siervo de Dios y padre de toda la humanidad.
Comprender quién es Adán nos invita a ver la historia humana desde una perspectiva eterna. Cada uno de nosotros, como hijos e hijas de Dios, participa de ese gran plan que comenzó con Adán y culminará con el regreso glorioso de Cristo. Así como Adán fue fiel a su misión, nosotros también podemos ser constantes y valientes en los deberes que el Señor nos ha confiado. Su ejemplo nos enseña que la verdadera grandeza proviene de la obediencia, la lealtad y la disposición a servir en cualquier tiempo o circunstancia dentro del plan eterno de nuestro Padre Celestial.
Doctrina y Convenios 117
“El Señor siempre se interesa por nuestro corazón, y una fe falsa racionalizada no justifica el pecado. En esta dispensación, el Señor advirtió a uno de Sus siervos contra tal racionalización al declarar: ‘Avergüéncese de la compañía de los nicolaítas y de todas sus abominaciones secretas’ (Doctrina y Convenios 117:11). Los nicolaítas eran una antigua secta religiosa que afirmaba tener licencia para cometer pecados sexuales en virtud de la gracia del Señor. Esto no es agradable al Señor.”
— Por el Élder Craig A. Cardon, entonces Setenta Autoridad General, Conferencia General de abril de 2013, “El Salvador desea perdonar”
El élder Craig A. Cardon enseña que el Señor mira más allá de nuestras justificaciones y excusas: Él examina el corazón. Una fe auténtica no se utiliza como pretexto para el pecado, sino como impulso para el arrepentimiento y la obediencia. Los nicolaítas, mencionados en las Escrituras, simbolizan la peligrosa tendencia de racionalizar el mal bajo la apariencia de gracia o libertad espiritual. El Señor, en cambio, nos llama a una vida de pureza, sinceridad y humildad, recordándonos que Su gracia no autoriza el pecado, sino que nos da poder para vencerlo.
La verdadera fe en Jesucristo no busca justificar el error, sino transformarnos por medio del arrepentimiento. Cuando comprendemos que el Señor se interesa por nuestro corazón más que por nuestras palabras, reconocemos la necesidad de vivir con integridad y autenticidad ante Él. La gracia no es una licencia para pecar, sino una oportunidad para cambiar. Si nos alejamos de toda racionalización y elegimos la pureza del corazón, experimentaremos el poder sanador y perdonador del Salvador, y seremos capaces de caminar con Él en luz y verdad.
“Cuando los santos fueron expulsados de Kirtland, Ohio —en una escena que se repetiría en Independence, en Far West y en Nauvoo—, Oliver [Granger] se quedó atrás para vender las propiedades por lo poco que pudiera obtener. No había muchas probabilidades de que tuviera éxito. Y, en realidad, no tuvo éxito.
“Pero el Señor dijo: ‘Contienda sinceramente por la redención de la Primera Presidencia de mi Iglesia, dice el Señor; y cuando caiga se levantará otra vez, porque su sacrificio será para mí más sagrado que su incremento, dice el Señor’ (Doctrina y Convenios 117:13).
“Algunos se preocupan sin cesar por misiones que no se cumplieron, matrimonios que no resultaron, bebés que no llegaron, hijos que parecen perdidos o sueños que no se realizaron, o porque la edad limita lo que pueden hacer. No creo que al Señor le agrade cuando nos angustiamos pensando que nunca hacemos lo suficiente o que lo que hacemos nunca es suficientemente bueno.
“Algunos cargan innecesariamente con un pesado fardo de culpa que podría eliminarse mediante la confesión y el arrepentimiento.
“El Señor no dijo de Oliver: ‘Si cae’, sino: ‘Cuando caiga se levantará otra vez’ (Doctrina y Convenios 117:13).”
— Por el presidente Boyd K. Packer, entonces Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2004, “El más pequeño de éstos”
El presidente Boyd K. Packer nos recuerda, a través del ejemplo de Oliver Granger, que el valor de nuestros sacrificios no se mide por los resultados visibles, sino por la sinceridad de nuestro corazón ante el Señor. Aunque Oliver no tuvo éxito material en su misión, su fidelidad y disposición a servir fueron sagradas para Dios. Así también ocurre con nosotros: el Señor conoce nuestras luchas, nuestros esfuerzos y nuestras caídas, y promete que cuando tropecemos, podremos levantarnos de nuevo mediante Su gracia. Él no espera perfección inmediata, sino un corazón dispuesto a seguir intentando, confiando en Su poder redentor.
El Evangelio no es un camino de éxitos terrenales, sino de crecimiento espiritual. El Señor mira con ternura a quienes perseveran, aunque sus logros parezcan pequeños o sus esfuerzos infructuosos. Su mensaje es de esperanza: no importa cuántas veces caigamos, si estamos dispuestos a levantarnos y seguir adelante con fe, nuestro sacrificio será “más sagrado” para Él que cualquier resultado externo. Esta enseñanza nos invita a dejar atrás la culpa innecesaria, aceptar el perdón de Cristo y seguir caminando con la certeza de que el Señor honra cada esfuerzo sincero hecho en Su nombre.
“La testaruda ambición egoísta lleva a personas que de otro modo son buenas a pelear por rebaños, por montones de arena o por los restos de la leche. Todo esto proviene de lo que el Señor llama codiciar ‘la gota’, mientras se descuidan ‘las cosas más importantes’ (Doctrina y Convenios 117:8). El egoísmo miope magnifica un plato de lentejas y hace que treinta piezas de plata parezcan un gran tesoro. En nuestra intensa avidez de adquirir, olvidamos a Aquel que una vez dijo: ‘¿Qué es la propiedad para mí?’ (Doctrina y Convenios 117:4).”
— Por el élder Neal A. Maxwell, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 1990, “Dejad el hombre natural y salid vencedores”
El élder Neal A. Maxwell denuncia con profunda claridad cómo la ambición egoísta y el deseo desmedido de posesiones materiales pueden desviarnos de las verdaderas prioridades eternas. En su mensaje, nos invita a reflexionar sobre lo insignificante que resulta “la gota” —las cosas temporales y pasajeras— cuando la comparamos con “las cosas más importantes” del alma. Al aferrarnos a lo material, corremos el riesgo de perder de vista al Dador de todas las cosas, olvidando que para el Señor, la propiedad carece de valor si el corazón está lejos de Él. Su amonestación nos recuerda que la codicia y la comparación destruyen la paz interior y nos alejan del gozo que solo proviene de la rectitud y el servicio desinteresado.
La verdadera riqueza no se mide por lo que poseemos, sino por lo que valoramos espiritualmente. El evangelio nos enseña a desprendernos del egoísmo y a buscar primero el reino de Dios. Cuando dejamos atrás la competencia, la envidia y el afán de acumular, descubrimos una paz más profunda: la de confiar plenamente en el Señor y en Su providencia. Él no desea que nos perdamos en la búsqueda de “gotas” efímeras, sino que centremos nuestra vida en los tesoros eternos del amor, la fe, la humildad y el servicio. Solo entonces podremos vencer al “hombre natural” y hallar el gozo duradero que proviene de vivir conforme a la voluntad divina.
Doctrina y Convenios 118
“Sí, hermanos, tenemos trabajo que hacer. Gracias por los sacrificios que hacen y por el bien que realizan. Sigan adelante, y el Señor los ayudará. En ocasiones tal vez no sepan exactamente qué hacer o qué decir; simplemente avancen. Comiencen a actuar, y el Señor asegura que ‘una puerta eficaz se abrirá para [vosotros]’ (Doctrina y Convenios 118:3).”
— Por el Élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2012, “Hermanos, tenemos trabajo que hacer”
El élder D. Todd Christofferson nos anima a seguir adelante con fe y diligencia, recordándonos que el Señor abre las puertas a quienes actúan con un corazón dispuesto. En nuestra jornada de servicio y discipulado, no siempre tendremos claridad inmediata sobre cada paso a seguir; sin embargo, la fe verdadera se demuestra al avanzar, confiando en que Dios dirige nuestros esfuerzos. Así como los primeros apóstoles fueron llamados a salir y cumplir su misión pese a la incertidumbre, nosotros también somos invitados a obrar sin temor, sabiendo que el Señor magnifica nuestras acciones sinceras y multiplica el bien que hacemos en Su nombre.
El Señor espera que actuemos con fe, incluso cuando el camino no esté completamente iluminado. La acción inspirada abre las puertas del poder divino: cuando damos el primer paso, Él se encarga de lo demás. Este principio nos enseña que el progreso espiritual y el servicio eficaz nacen del esfuerzo constante, de la confianza en la guía del Espíritu y de la disposición a servir sin buscar reconocimiento. Si seguimos adelante con fe y esfuerzo, el Señor cumplirá Su promesa: “una puerta eficaz se abrirá para [vosotros]”, y hallaremos propósito, fortaleza y gozo en Su obra.
“Hay un espíritu que se mueve entre nuestro pueblo, impulsándolos a querer vivir sus vidas en armonía con la verdad, para que algún día puedan responder a la oportunidad de servir. Este es el mismo espíritu e influencia celestial que dirigió a John Taylor, Wilford Woodruff y otros a despedirse de los santos en la ciudad de Far West temprano en la mañana del 26 de abril de 1839, antes de partir en sus misiones a Gran Bretaña (véanse Doctrina y Convenios 118:4–5). En esa ocasión, cada uno oró por turno en el sitio del templo y dio testimonio. Luego, después de un himno, se despidieron, dirigidos por la revelación, llenos de las bendiciones del cielo y de la influencia confirmadora del Espíritu Santo.
Estos primeros apóstoles partieron en sus misiones habiendo sido espiritualmente alimentados y bendecidos de una manera que los sostendría a ellos y a sus familias a lo largo de sus muchas dificultades, e inspiraría sus poderosos testimonios de la veracidad del mensaje de la Iglesia restaurada sobre la tierra.”
— Por el élder David B. Haight, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 1993, “La obra misional — Nuestra responsabilidad”
El élder David B. Haight nos recuerda, mediante el ejemplo de los primeros apóstoles, que la obra del Señor siempre se impulsa por medio del Espíritu. Aquellos hombres fieles, que partieron desde Far West en circunstancias difíciles, lo hicieron movidos por una fe inquebrantable y una obediencia absoluta a la revelación. Antes de salir, buscaron fortaleza en la oración, en el testimonio y en las bendiciones del Espíritu Santo. Su experiencia nos enseña que todo servicio en el reino —ya sea una misión, un llamamiento o un acto de amor— debe comenzar con esa misma preparación espiritual, para que el poder del cielo acompañe nuestros esfuerzos y sostenga nuestras debilidades.
El Espíritu del Señor sigue invitando hoy a los santos a vivir en rectitud y disposición, listos para servir cuando se presente la oportunidad. Al igual que los apóstoles en Far West, debemos orar, testificar y confiar en las promesas divinas antes de emprender nuestras propias “misiones” en la vida. Cuando respondemos con fe y humildad, el Señor multiplica nuestras capacidades y convierte nuestros sacrificios en testimonios poderosos. Vivir en armonía con la verdad nos prepara no solo para servir, sino también para ser sostenidos y fortalecidos por el Espíritu Santo en toda circunstancia, cumpliendo con gozo nuestra responsabilidad en la obra de Dios.
Doctrina y Convenios 119
“El mundo habla del diezmo en términos de nuestro dinero, pero la sagrada ley del diezmo es, ante todo, una cuestión de fe. Ser honestos en el pago de nuestros diezmos es una manera de mostrar nuestra disposición a poner al Señor en primer lugar en nuestra vida, por encima de nuestras propias preocupaciones e intereses. Les prometo que, al confiar en el Señor, las bendiciones del cielo les seguirán. …
“En nuestros días, el Señor ha vuelto a confirmar la ley divina del diezmo al declarar: ‘Y este será el principio del diezmo de mi pueblo. Y [ellos] pagarán la décima parte de todos sus intereses anualmente; y esta será una ley permanente para ellos para siempre’ (Doctrina y Convenios 119:3–4).”
— por el Élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2023, “El diezmo: abriendo las ventanas de los cielos”
El élder Neil L. Andersen enseña que el diezmo no es simplemente una transacción económica, sino una expresión profunda de fe y consagración. Más que dar una parte de nuestros ingresos, el diezmo representa nuestra disposición a poner a Dios en el centro de nuestra vida. Al ser fieles en esta ley divina, demostramos confianza en que el Señor cuidará de nuestras necesidades y nos abrirá “las ventanas de los cielos”. Esta práctica sagrada nos ayuda a vencer el egoísmo, fortalecer nuestra fe y recordar que todo lo que poseemos proviene de Él. Así, el diezmo se convierte en un acto de adoración, gratitud y amor hacia nuestro Padre Celestial.
La ley del diezmo es una invitación constante a confiar en Dios más que en nuestras propias fuerzas. Al honrarla, aprendemos a vivir con una perspectiva eterna, reconociendo que el Señor multiplica lo que ofrecemos con corazón sincero. Cada acto de fidelidad en el diezmo edifica nuestro carácter, fortalece nuestra fe y contribuye a edificar el Reino de Dios en la tierra. El Señor no busca nuestro dinero, sino nuestro corazón; y cuando lo entregamos con fe, Él responde con bendiciones espirituales y temporales que superan toda medida.
“El diezmo tiene un propósito especial como ley preparatoria. Al comienzo de esta dispensación, el Señor mandó a ciertos miembros de la Iglesia vivir la ley superior de consagración, una ley recibida mediante convenio. Cuando este convenio no se guardó, grandes tribulaciones sobrevinieron a los santos. Entonces la ley de consagración fue retirada. En su lugar, el Señor reveló la ley del diezmo para toda la Iglesia. El 8 de julio de 1838, Él declaró:
‘Y este será el principio del diezmo de mi pueblo. …
‘Los que así hayan sido diezmados pagarán la décima parte de todos sus intereses anualmente; y esta será una ley permanente para ellos para siempre’ (Doctrina y Convenios 119:3–4).
“La ley del diezmo nos prepara para vivir la ley superior de consagración —para dedicar y entregar todo nuestro tiempo, talentos y recursos a la obra del Señor—. Hasta el día en que se nos requiera vivir esta ley superior, se nos manda vivir la ley del diezmo, que consiste en dar libremente la décima parte de nuestros ingresos cada año.”
— por el élder Robert D. Hales, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2002, “El diezmo: una prueba de fe con bendiciones eternas”
El élder Robert D. Hales nos ayuda a comprender que el diezmo es más que una ley económica o administrativa; es una ley espiritual con un propósito preparatorio. Al establecer el diezmo, el Señor nos da la oportunidad de desarrollar fe, obediencia y desprendimiento, cualidades esenciales para algún día vivir plenamente la ley de consagración. La práctica del diezmo nos enseña a confiar en Dios más que en nuestras posesiones, a reconocer Su mano en todo lo que tenemos y a servirle con un corazón dispuesto. Así, cada ofrenda que damos se convierte en una expresión de amor y lealtad al Señor, un paso hacia la consagración total de nuestra vida a Su obra.
El diezmo es una prueba de fe que refina el alma y prepara al discípulo para darlo todo al Señor. Es una escuela espiritual en la que aprendemos a priorizar lo eterno por encima de lo temporal. Al vivir esta ley de manera constante y sincera, fortalecemos nuestro carácter, participamos en la edificación del Reino y nos preparamos para el día en que el Señor nos invite a vivir la ley superior de consagración. El diezmo no empobrece; en cambio, enriquece el espíritu, fortalece la confianza en Dios y abre las puertas a bendiciones que transforman el corazón y la vida.
Doctrina y Convenios 120
“El Consejo para la Disposición de los Diezmos fue establecido por revelación y está compuesto por la Primera Presidencia, el Cuórum de los Doce Apóstoles y el Obispado Presidente (véase Doctrina y Convenios 120). …
“Con respecto al uso autorizado de los diezmos, el Señor dijo: ‘Será dispuesto por un concilio compuesto de la Primera Presidencia de mi Iglesia, y del obispo y su concilio, y de mi sumo concilio; y por mi propia voz a ellos, dice el Señor’ (Doctrina y Convenios 120:1). El ‘obispo y su concilio’ y el ‘sumo concilio’ mencionados en esta revelación son conocidos hoy como el Obispado Presidente y el Cuórum de los Doce Apóstoles, respectivamente.
Estos fondos sagrados se utilizan en una Iglesia que crece rápidamente para bendecir espiritualmente a individuos y familias mediante la construcción y el mantenimiento de templos y casas de adoración, el apoyo a la obra misional, la traducción y publicación de las Escrituras, el fomento de la investigación genealógica, el financiamiento de escuelas y de la educación religiosa, y el cumplimiento de muchos otros propósitos de la Iglesia conforme a la dirección de los siervos ordenados del Señor.”
— por el Élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2013, “Las ventanas de los cielos”
El élder David A. Bednar enseña que el uso de los diezmos está regido por orden y revelación, bajo la dirección de los líderes que el Señor ha designado: la Primera Presidencia, el Cuórum de los Doce Apóstoles y el Obispado Presidente. Este sistema sagrado, establecido en Doctrina y Convenios 120, demuestra que el Señor no solo pide ofrendas de fe a Su pueblo, sino que también guía de manera divina la administración de esos recursos. Los diezmos no son simples fondos, sino contribuciones consagradas que se convierten en instrumentos para edificar el Reino de Dios en la tierra: templos, capillas, educación, misiones y la difusión de las Escrituras. Cada centavo dado con fe se transforma en bendiciones eternas tanto para quien da como para aquellos que reciben el fruto de esa ofrenda.
La ley del diezmo es un testimonio de confianza y cooperación con Dios. Al contribuir fielmente, nos unimos a una obra mundial que lleva esperanza, conocimiento y salvación a millones de almas. Saber que los diezmos son administrados por profetas y apóstoles conforme a la voz del Señor fortalece nuestra fe en la integridad divina de Su Iglesia. Esta ley nos enseña que nuestro sacrificio personal tiene un alcance eterno: cada contribución sincera participa en la construcción del Reino y abre verdaderamente “las ventanas de los cielos”, no solo en bendiciones materiales, sino en luz espiritual, unidad y progreso eterno.





























