¿Qué han dicho los líderes de la Iglesia acerca de
Doctrina y Convenios 121–123?
Doctrina y Convenios 121
“Cuando hacemos y guardamos convenios con Dios, podemos tener una confianza que nace del Espíritu. El Señor le dijo al profeta José Smith que nuestra confianza puede “fortalecerse en la presencia de Dios” (Doctrina y Convenios 121:45). Imagina el consuelo de tener confianza en la presencia de Dios…
“Ahora bien, ¿cómo obtenemos tal confianza? El Señor responde a esta pregunta con estas palabras: “Que tus entrañas… estén llenas de caridad hacia todos los hombres… y que la virtud adorne incesantemente tus pensamientos; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios” (Doctrina y Convenios 121:45).
“Ahí está la clave. En las propias palabras del Señor, la caridad y la virtud abren el camino para tener confianza ante Dios. Hermanos y hermanas, podemos lograrlo. Nuestra confianza realmente puede fortalecerse en la presencia de Dios, ahora mismo”.
— El fallecido presidente Russell M. Nelson, entonces presidente de la Iglesia, Conferencia General de abril de 2025, “Confianza en la presencia de Dios”.
El mensaje del presidente Russell M. Nelson nos invita a mirar más allá de la apariencia exterior de la fe y dirigir la mirada al corazón, donde se forja la verdadera confianza espiritual. No se trata de una confianza orgullosa o arrogante, sino de una serenidad profunda que proviene de sabernos en paz con Dios. Esa paz, explica el profeta, no nace del esfuerzo humano por aparentar rectitud, sino de la pureza interior: de tener pensamientos adornados con virtud y un corazón lleno de caridad.
En un mundo donde la inseguridad espiritual es común —donde muchos dudan de su valor o temen no ser “suficientemente buenos”— este mensaje llega como un bálsamo. El Señor no exige perfección inmediata, sino sinceridad constante. Nos pide llenar nuestras entrañas de amor genuino, mirar a los demás con compasión, y cultivar pensamientos limpios y nobles. Es entonces, y solo entonces, cuando nuestra confianza se vuelve firme, no porque confiemos en nosotros mismos, sino porque sentimos el testimonio silencioso del Espíritu que aprueba nuestro esfuerzo.
Imagina ese instante: estar ante Dios, no con miedo, sino con serenidad. Saber que, aunque aún somos imperfectos, hemos hecho convenios y los hemos honrado con sinceridad. Esa es la confianza de la que habla el presidente Nelson: la que no se jacta, sino que descansa; la que no presume, sino que se apoya en la gracia.
Así, el mensaje nos recuerda que la verdadera fortaleza espiritual no está en el ruido de los logros ni en la rigidez del deber, sino en la quietud del alma que ama, que piensa con pureza, y que vive de tal modo que puede mirar al cielo sin bajar la vista.
“Por favor, observa el uso de la palabra “escogidos” en los siguientes versículos conocidos de Doctrina y Convenios:
““He aquí, muchos son los llamados, pero pocos los escogidos. ¿Y por qué no son escogidos?
““Porque sus corazones están tan puestos en las cosas de este mundo, y aspiran a los honores de los hombres” (Doctrina y Convenios 121:34–35).
“Creo que la implicación de estos versículos es bastante directa. Dios no tiene una lista de favoritos a la cual debamos esperar que algún día se añada nuestro nombre. Él no limita a ‘los escogidos’ a unos pocos. Más bien, son nuestros corazones, nuestros deseos, el honor que damos a los convenios y ordenanzas del evangelio, nuestra obediencia a los mandamientos y, lo más importante, la gracia y misericordia redentoras del Salvador, los que determinan si se nos cuenta entre los escogidos de Dios”.
— Élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2022, “Vístete de tu fortaleza, oh Sion”.
El mensaje del élder David A. Bednar es una invitación a mirar hacia adentro y reconocer que ser “escogido” por Dios no depende de una designación externa, sino de una transformación interna. A veces podríamos imaginar que los “escogidos” son unos pocos privilegiados, como si el Señor llevara una lista exclusiva de nombres. Sin embargo, el apóstol nos recuerda que no es así: Dios no elige por favoritismo, sino por disposición.
El Señor llama a muchos, pero solo unos pocos responden con un corazón lo suficientemente humilde y puro como para dejarse moldear por Su voluntad. La diferencia entre ser llamado y ser escogido radica en lo que hacemos con la invitación divina. ¿Dónde está nuestro corazón? ¿En las cosas de este mundo o en las cosas de Dios? Quien busca el reconocimiento humano o el brillo del éxito temporal puede perder de vista lo eterno. Pero aquel que honra los convenios, que sirve sin buscar aplausos y que permite que la gracia de Cristo transforme su carácter, se convierte naturalmente en uno de los escogidos.
Esta enseñanza nos mueve a reflexionar sobre nuestras prioridades. No se trata de acumular méritos religiosos, sino de permitir que nuestros deseos se alineen con los de Dios. Ser escogido, en el fondo, significa ser refinado por la obediencia, purificado por la humildad y sostenido por la misericordia del Salvador.
Así, el llamado del élder Bednar es profundamente esperanzador: nadie queda fuera del alcance de ser escogido. Todos podemos llegar a serlo si permitimos que el corazón —ese espacio sagrado donde se decide a quién servimos— sea conquistado por Cristo. En ese proceso, descubrimos que ser “escogido” no es un título que se ostenta, sino una condición del alma que se cultiva día tras día, hasta que nuestro deseo más profundo sea simplemente agradar a Dios.
“¿Cuánto tiempo debemos esperar el alivio de las dificultades que se nos presentan? ¿Qué hay de soportar pruebas personales mientras esperamos y esperamos, y la ayuda parece tan lenta en llegar? ¿Por qué el retraso cuando las cargas parecen más de lo que podemos soportar?
“Mientras hacemos tales preguntas, podemos, si lo intentamos, oír el eco del clamor de otro desde una húmeda y oscura celda de prisión durante uno de los inviernos más fríos registrados en ese lugar.
““¡Oh Dios, ¿dónde estás?!”, oímos desde las profundidades de la cárcel de Liberty. “¿Y dónde está el pabellón que cubre el lugar de tu escondedero? ¿Hasta cuándo se detendrá tu mano?” (Doctrina y Convenios 121:1–2). ¿Hasta cuándo, oh Señor, hasta cuándo?
“Así que no somos los primeros, ni seremos los últimos, en hacer tales preguntas cuando las penas nos abruman o cuando un dolor en el corazón no cesa…
“Mientras trabajamos y esperamos juntos las respuestas a algunas de nuestras oraciones, les ofrezco mi promesa apostólica de que son oídas y respondidas, aunque tal vez no en el momento o de la manera que deseábamos. Pero siempre son respondidas en el tiempo y de la forma en que un Padre omnisapiente y eternamente compasivo debe responderlas. Mis amados hermanos y hermanas, por favor comprendan que Aquel que nunca duerme ni reposa se preocupa por la felicidad y la exaltación final de Sus hijos más que por cualquier otra cosa que un Ser divino tenga que hacer. Él es amor puro, gloriosamente personificado, y Padre Misericordioso es Su nombre”.
— Presidente Jeffrey R. Holland, entonces miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2020, “Esperar en el Señor”.
Las palabras del presidente Jeffrey R. Holland tocan una de las fibras más humanas del alma: la espera. Esperar en medio del dolor, del silencio aparente del cielo, es una de las pruebas más refinadas de la fe. Todos, en algún momento, hemos sentido ese suspiro de José Smith desde la cárcel de Liberty: “Oh Dios, ¿dónde estás?” Esa pregunta, tan antigua como el sufrimiento mismo, sigue brotando del corazón de los justos cuando el alivio no llega y las noches parecen interminables.
Holland nos recuerda, sin embargo, que esas preguntas no son señal de falta de fe, sino parte natural del camino del discípulo. A veces, Dios calla para enseñarnos a escuchar de otra forma; a veces demora Su intervención porque el milagro que más necesita nuestra alma no está fuera, sino dentro de nosotros. La paciencia en el dolor puede forjar en el corazón una fe más firme que mil respuestas inmediatas.
En su voz apostólica, el presidente Holland promete algo que trasciende la angustia: que las oraciones son siempre oídas, siempre atendidas, aunque el tiempo de Dios rara vez coincida con el nuestro. La demora divina no es olvido; es propósito. El Padre, que todo lo ve y todo siente, sabe cuándo el alma está lista para recibir lo que ha pedido. Mientras tanto, nos acompaña en el silencio, nos envuelve en la compasión invisible de Su amor y nos sostiene con la promesa de que ningún sufrimiento es eterno para quienes confían en Él.
Así, este mensaje no solo consuela: también enseña. Nos invita a transformar la espera en adoración, el dolor en aprendizaje y la incertidumbre en confianza. Porque al final, esperar en el Señor no es una rendición pasiva, sino un acto de fe activa: es decirle, con el corazón rendido pero esperanzado, “Tu tiempo, Señor, será el mío.” Y en esa entrega, descubrimos que el silencio de Dios también habla, y que Su demora es, en realidad, una muestra perfecta de Su amor paciente y eterno.
“Existe una tendencia mortal, incluso una tentación, cuando nos encontramos en medio de pruebas, dificultades o aflicciones, de clamar: “Maestro, ¿no te importa que perezca? ¡Sálvame!”. Incluso José Smith suplicó desde una terrible prisión: “¡Oh Dios, ¿dónde estás? ¿Y dónde está el pabellón que cubre el lugar de tu escondedero?” (Doctrina y Convenios 121:1).
“Ciertamente, el Salvador del mundo comprende nuestras limitaciones mortales, pues Él nos enseña cómo sentir paz y calma aun cuando los vientos soplan con fuerza a nuestro alrededor y las olas amenazan con hundir nuestras esperanzas”.
— Hermana Lisa L. Harkness, entonces primera consejera de la presidencia general de la Primaria, Conferencia General de octubre de 2020, “La paz, quédate quieto”.
El mensaje de la hermana Lisa L. Harkness nos lleva directamente al corazón de la experiencia humana: ese momento en que el alma, agotada por la prueba, clama desesperadamente: “¿No te importa que perezca?” Todos hemos estado ahí, en ese punto donde la fe se mezcla con el miedo, donde el silencio de Dios parece ensordecedor y la tormenta, interminable.
Ella no minimiza ese sentimiento; lo reconoce con ternura y comprensión. Incluso el profeta José Smith, en su momento más oscuro, clamó con esas mismas palabras desde Liberty Jail. Ese paralelismo entre los apóstoles en la barca y el profeta en prisión nos enseña algo profundo: el clamor del corazón afligido no es pecado, es parte del discipulado. Lo importante no es solo gritar “¡Sálvame!”, sino aprender lo que el Salvador quiere enseñarnos mientras aún sopla el viento.
La hermana Harkness nos recuerda que Cristo no siempre calma la tormenta de inmediato, pero siempre puede calmar el alma. Esa es la verdadera lección. Él comprende nuestras limitaciones, no desde la distancia, sino desde la experiencia: ha sentido cada temor, cada duda, cada lágrima. Su poder no se manifiesta solo cuando detiene las olas, sino cuando infunde paz en medio de ellas.
Así, el llamado es claro: cuando la vida se vuelva un mar agitado, recordemos que el Maestro sigue en la barca. Puede parecer dormido, pero no ha dejado de velar. Su presencia, más que Su intervención, es lo que sostiene. Y cuando aprendemos a confiar en Él incluso sin ver la calma, entonces descubrimos la paz más profunda de todas: esa quietud interior que no depende de lo que ocurre afuera, sino de saber que, con Cristo a nuestro lado, ninguna tormenta tiene la última palabra.
“¿Cuántos de nosotros luchamos, de vez en cuando, con pensamientos o sentimientos negativos acerca de nosotros mismos? Yo lo hago. Es una trampa fácil. Satanás es el padre de todas las mentiras, especialmente cuando se trata de tergiversar nuestra naturaleza y propósito divinos. Pensar en pequeño acerca de nosotros mismos no nos ayuda; al contrario, nos detiene…
“En contraste, el Señor nos asegura que cuando tenemos pensamientos virtuosos, Él nos bendecirá con confianza, incluso con la confianza para saber quiénes somos realmente. Nunca ha habido un momento más crucial para prestar atención a Sus palabras: “Adorne la virtud tus pensamientos incesantemente”, dijo Él, “entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y… el Espíritu Santo será tu compañero constante” (Doctrina y Convenios 121:45–46)”.
— Hermana Joy D. Jones, entonces presidenta general de la Primaria, Conferencia General de octubre de 2017, “Valor más allá de toda medida”.
Las palabras de la hermana Joy D. Jones nos tocan en un punto profundamente humano: la lucha silenciosa con la autocrítica, la inseguridad y las voces internas que intentan convencernos de que no somos suficientes. Todos, en algún momento, hemos sentido esa sombra de duda que distorsiona nuestra identidad divina. Y, sin embargo, en ese mismo terreno donde el enemigo susurra mentiras, el Señor siembra verdad y esperanza.
Satanás busca que olvidemos quiénes somos, porque si logra eso, puede detener nuestro progreso antes de que siquiera comience. Pero el Señor, con infinita ternura, nos recuerda que nuestros pensamientos no son simples ideas pasajeras: son la raíz de nuestra fe, la fuente de nuestra identidad y el molde de nuestro futuro. Por eso nos manda a “adornar la virtud nuestros pensamientos incesantemente”. No es solo un consejo de autocontrol mental, sino una invitación a vernos como Él nos ve: hijos e hijas de un Padre Celestial que nos ama sin medida.
Cuando elegimos pensamientos virtuosos, no solo cambiamos nuestra mente; transformamos nuestra alma. La virtud no es ausencia de pecado, sino presencia de pureza, de luz, de intención recta. Y es esa pureza interior la que despierta una confianza divina —no la confianza arrogante del ego, sino la serena certeza de saber quiénes somos y a quién pertenecemos.
La promesa es extraordinaria: si cuidamos lo que pensamos, el Espíritu Santo será nuestro compañero constante. En un mundo saturado de comparaciones, juicios y estándares imposibles, esa compañía es la fuente de la verdadera autoestima. Porque cuando el Espíritu nos acompaña, ya no necesitamos probar nuestro valor: simplemente lo sentimos.
Así, la hermana Jones nos invita a mirar al espejo con ojos de fe y a reemplazar el pensamiento que dice “no soy suficiente” por otro más verdadero: “soy un hijo de Dios, con valor más allá de toda medida.” Esa es la confianza que se fortalece en la presencia de Dios: la que nace del amor, la virtud y la verdad eterna de nuestra identidad divina.
“Recordarán el consejo del Señor: “Reprendiendo cuando sea necesario con severidad, cuando seas movido por el Espíritu Santo; y demostrando después un aumento de amor hacia aquel a quien reprendiste, no sea que te considere su enemigo” (Doctrina y Convenios 121:43).
“La palabra “aumento” tiene un significado especial al preparar a los poseedores del sacerdocio cuando necesitan corrección. La palabra sugiere un incremento de un amor que ya existía. El “demostrar” tiene que ver con ese aumento. Aquellos de ustedes que preparan a los poseedores del sacerdocio ciertamente los verán cometer errores. Antes de recibir su corrección, ellos deben haber sentido su amor temprano y de manera constante. Deben haber sentido su elogio genuino antes de aceptar su corrección”.
— Presidente Henry B. Eyring, primer consejero de la Primera Presidencia, Conferencia General de octubre de 2014, “El sacerdocio preparatorio”.
El mensaje del presidente Henry B. Eyring revela una de las verdades más profundas del liderazgo cristiano: la corrección no se basa en la autoridad, sino en el amor. En un mundo donde corregir suele confundirse con dominar o imponer, el Señor enseña una forma más alta, más divina: reprender con el Espíritu, y luego demostrar un aumento de amor.
Eyring detiene su mirada en esa palabra clave —“aumento”—, y con razón. No se trata solo de amar después de corregir, sino de amar más que antes. Ese amor previo, que ya debe haber sido sentido y demostrado, es lo que prepara el terreno para que la corrección sea aceptada sin herir el corazón. Sin ese fundamento de cariño genuino, toda reprensión se convierte en crítica; pero cuando el amor precede y sigue a la corrección, esta se transforma en una expresión de cuidado celestial.
Quien lidera con el Espíritu —ya sea un padre, una madre, un maestro o un poseedor del sacerdocio— aprende a ver los errores no como fracasos, sino como oportunidades para enseñar y elevar. Por eso el presidente Eyring subraya la importancia del elogio genuino previo: las personas deben saber que son amadas antes de ser corregidas, para que la amonestación no las derribe, sino las edifique.
En este consejo se refleja la manera en que el Salvador mismo guía a Sus discípulos. Él también corrige, pero nunca sin ternura. A Pedro lo reprendió por dudar, pero luego lo llamó a apacentar a Sus ovejas. A la mujer sorprendida en adulterio la exhortó a no pecar más, pero primero la defendió de la condena. Su ejemplo muestra que el amor no suaviza la verdad, pero sí la envuelve en misericordia.
Así, el mensaje del presidente Eyring nos enseña que el verdadero poder de liderazgo —especialmente en el sacerdocio— no radica en la voz fuerte ni en la autoridad formal, sino en el amor que crece, se demuestra y se multiplica incluso en los momentos difíciles. Ese “aumento de amor” no solo sana al corregido: también purifica el corazón del que corrige, haciéndolo más semejante al Maestro.
Doctrina y Convenios 122
“Con frecuencia, los líderes de la Iglesia reciben preguntas como: “¿Por qué permite un Dios justo que ocurran cosas malas, especialmente a personas buenas?” y “¿Por qué aquellos que son rectos y están al servicio del Señor no son inmunes a tales tragedias?”
“No conocemos todas las respuestas; sin embargo, sí sabemos principios importantes que nos permiten afrontar las pruebas, tribulaciones y adversidades con fe y con confianza en un futuro brillante que nos espera a cada uno de nosotros. No existe mejor ejemplo en las Escrituras sobre cómo pasar por la tribulación que las palabras del Señor a José Smith, el Profeta, mientras era prisionero en la cárcel de Liberty.
“El Señor declaró, en parte:
““Si las mismas fauces del infierno se abren de par en par contra ti, sabe, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.
““El Hijo del Hombre descendió debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él? …
““No temas lo que el hombre pueda hacer, porque Dios estará contigo para siempre jamás” (Doctrina y Convenios 122:7–9).
“Es claro que tenemos un Padre Celestial que nos conoce y nos ama de manera personal, y que comprende perfectamente nuestro sufrimiento. Su Hijo, Jesucristo, es nuestro Salvador y Redentor”.
— Élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2023, “Sed seguidores pacíficos de Cristo”.
El mensaje del élder Quentin L. Cook aborda una de las preguntas más difíciles de la vida de fe: ¿por qué el sufrimiento toca incluso a los justos? No ofrece una explicación simplista, porque el evangelio no elimina el dolor, pero sí ilumina su propósito.
El élder Cook nos recuerda que, aunque no tengamos todas las respuestas, poseemos verdades suficientes para sostenernos en la adversidad. Y para ilustrarlo, nos lleva al momento más oscuro de José Smith en la cárcel de Liberty. Allí, cuando las “fauces del infierno” parecían abiertas contra él, el Señor respondió con una lección eterna: todo sufrimiento, si se vive con fe, puede transformarse en experiencia y crecimiento. “Todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.” Esa es una promesa, no una posibilidad.
La clave está en la perspectiva divina. El Padre Celestial no mira nuestras pruebas con indiferencia; las observa con un amor perfecto y un propósito eterno. Cada lágrima, cada pérdida, cada noche de incertidumbre tiene un lugar dentro del plan de redención. No es un castigo, sino una preparación. Cristo mismo descendió “debajo de todo ello” para que nunca estemos solos en nuestro dolor.
El élder Cook nos invita a confiar en esa verdad: que el Salvador no solo comprende nuestro sufrimiento, sino que lo ha santificado. En Él, el dolor no es el final, sino el medio por el cual se forja la esperanza.
Así, cuando las pruebas parezcan insoportables, podemos recordar que el amor de Dios no se mide por la ausencia de aflicciones, sino por Su presencia constante en medio de ellas. Como dijo el Señor a José: “No temas lo que el hombre pueda hacer, porque Dios estará contigo para siempre jamás.” Esa certeza —que Dios está con nosotros, aun en la oscuridad— convierte cada tribulación en un paso más hacia la luz eterna.
“Sin embargo, el profeta José Smith, uno de los más grandes profetas del Señor, sufrió en prisión y aprendió la lección de la que todos nosotros obtenemos provecho y necesitamos en nuestras pruebas recurrentes de fe:
““Y si fueres echado en la fosa, o en manos de asesinos, y se pronunciara contra ti sentencia de muerte; si fueres arrojado a lo profundo; si las olas embravecidas conspiraran contra ti; si los vientos fieros se volvieran tus enemigos; si los cielos se oscurecieran, y todos los elementos se combinaran para cerrar tu camino; y sobre todo, si las mismas fauces del infierno se abrieran de par en par contra ti, sabe, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia y serán para tu bien” (Doctrina y Convenios 122:7).
“Tal vez te preguntes con razón por qué un Dios amoroso y todopoderoso permite que nuestra prueba mortal sea tan difícil. Es porque Él sabe que debemos crecer en pureza espiritual y en estatura para poder vivir en Su presencia, en familias, para siempre. Para hacer eso posible, el Padre Celestial nos dio un Salvador y el poder de escoger por nosotros mismos, por la fe, guardar Sus mandamientos, arrepentirnos y así venir a Él”.
— Presidente Henry B. Eyring, entonces segundo consejero de la Primera Presidencia, Conferencia General de octubre de 2020, “Probados, puestos a prueba y perfeccionados”.
El mensaje del presidente Henry B. Eyring es una meditación profunda sobre la razón y el valor del sufrimiento. Nos recuerda que incluso los más grandes profetas —como José Smith, encarcelado en Liberty Jail— no fueron librados de las pruebas, sino que fueron moldeados por ellas. En su momento más oscuro, el profeta recibió una revelación que trasciende el tiempo: “todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.”
Eyring no trata de suavizar el peso de la tribulación. Reconoce que la vida puede parecer abrumadora: cuando las “olas embravecidas conspiran” o los “cielos se oscurecen”, es natural preguntarse por qué un Dios amoroso permite tales pruebas. Pero el profeta nos da la clave: Dios no busca quebrarnos, sino refinarnos. La dureza del camino no es un signo de Su ausencia, sino una muestra de Su propósito. Nos ama lo suficiente como para permitirnos crecer, y ese crecimiento requiere fe, elección y cambio.
El presidente Eyring también centra su mensaje en la esperanza: el Padre no nos deja solos en el proceso. Nos dio un Salvador, Jesucristo, que descendió más abajo que todos para que pudiera levantarnos más alto de lo que jamás podríamos llegar por nosotros mismos. Nuestras pruebas, entonces, no son castigos, sino oportunidades sagradas para parecernos más al Hijo de Dios.
Así, este mensaje transforma la visión del sufrimiento. Lo que parece una pérdida puede ser, en realidad, una preparación; lo que sentimos como oscuridad puede ser el amanecer de una fe más pura. Ser “probados, puestos a prueba y perfeccionados” no es un lema de resignación, sino de esperanza. Es la promesa de que, si perseveramos con fe en Cristo, cada tempestad, cada lágrima y cada herida nos acercará un paso más al hogar eterno del Padre, donde todo dolor será comprendido, y toda prueba, santificada.
“Mientras el amor hacia José [Smith] crecía, también lo hacía la hostilidad. A la edad de 38 años, fue asesinado por una turba de 150 hombres con el rostro pintado. Aunque la vida del Profeta terminó abruptamente, lo bueno y lo malo que se dijo de él apenas comenzaba.
“¿Deberíamos sorprendernos por el mal que se habló contra él? El apóstol Pablo fue llamado loco y trastornado. Nuestro Amado Salvador, el Hijo de Dios, fue calificado de glotón, bebedor de vino y poseído por un demonio.
“El Señor le habló a José acerca de su destino:
““Los confines de la tierra inquirirán por tu nombre, y los necios se burlarán de ti, y el infierno se enfurecerá contra ti;
““Mientras que los puros de corazón, … los sabios, … y los virtuosos, buscarán … bendiciones constantemente de tus manos” (Doctrina y Convenios 122:1–2)”.
— Élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de octubre de 2014, “José Smith”.
El mensaje del élder Neil L. Andersen nos invita a mirar la vida y el legado de José Smith con ojos de fe, no de curiosidad histórica ni de crítica humana. El contraste entre el amor y el odio que lo rodearon en vida —y que persiste aún siglos después— no es casualidad, sino cumplimiento profético. Desde su juventud, José fue un instrumento escogido para restaurar la plenitud del evangelio; y como todos los mensajeros de Dios antes que él, esa misión lo colocó en el punto donde la luz y la oscuridad se enfrentan directamente.
El élder Andersen recuerda que no deberíamos sorprendernos por las burlas ni por las calumnias. El mismo Salvador fue acusado de locura, posesión y exceso; Pablo fue llamado insensato. La oposición, entonces, no es una señal de fracaso, sino de fidelidad. Aquellos que llevan la verdad divina al mundo suelen despertar tanto la devoción de los puros como la furia de los necios. Así fue con los profetas antiguos, así fue con Cristo, y así fue —y es— con José Smith.
El Señor le reveló que “los confines de la tierra inquirirán por [su] nombre”. Esa profecía se ha cumplido con exactitud asombrosa. Su nombre ha llegado a todos los continentes, pronunciado con amor por millones y con desprecio por otros tantos. Pero lo más significativo es lo que añade el Señor: que los puros de corazón y los virtuosos buscarán bendiciones constantemente de sus manos. Es decir, el bien que José trajo al mundo —la restauración de la verdad, las ordenanzas, el templo, el Libro de Mormón, y la visión de un Dios cercano y amoroso— sigue fluyendo hacia las vidas de quienes buscan a Cristo.
La reflexión del élder Andersen nos enseña que el verdadero juicio sobre un profeta no se encuentra en la opinión pública, sino en los frutos eternos de su obra. José Smith fue, es y será recordado no solo por su martirio, sino por su testimonio indeleble de Jesucristo. Y cada vez que un alma abre el Libro de Mormón, entra en un templo o siente el Espíritu confirmar que Dios aún habla, esa profecía se cumple una vez más: el nombre de José sigue siendo inquirido, y los puros de corazón siguen recibiendo bendiciones de las obras de sus manos.
Doctrina y Convenios 123
“¿Podemos, en cambio, adoptar la postura fiel de nuestro profeta cuando promete milagros en nuestras familias? Si lo hacemos, nuestro gozo aumentará, incluso si también lo hace la turbulencia. Él promete que podemos experimentar ahora mismo un efecto de perspectiva celestial, sin importar nuestras circunstancias.
“Tener este “ojo de la fe” ahora es recobrar, o hacer eco, de la fe que tuvimos antes de venir a esta tierra. Nos permite ver más allá de la incertidumbre del momento, lo que nos permite “hacer con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces… permanecer quietos” (Doctrina y Convenios 123:17)”.
— Hermana Tamara W. Runia, primera consejera de la presidencia general de las Mujeres Jóvenes, “Ver a la familia de Dios a través del lente celestial”.
El mensaje de la hermana Tamara W. Runia es una invitación luminosa a mirar la vida con los ojos de la fe, especialmente cuando las circunstancias parecen oscurecer la esperanza. Ella nos recuerda que el profeta actual —al igual que José Smith en Liberty Jail— nos enseña a tener una perspectiva celestial incluso en medio de la turbulencia. Esa fe no nos saca del dolor, pero sí cambia la manera en que lo vivimos.
Tener un “ojo de la fe” es más que un acto de optimismo; es una forma de recordar quiénes somos y de dónde venimos. Antes de venir a la tierra, confiábamos plenamente en Dios. Sabíamos que Su plan era perfecto, incluso con sus pruebas. La hermana Runia nos invita a recuperar esa confianza original: a ver nuestras familias, nuestros desafíos y nuestro futuro con la mirada de alguien que ya ha conocido la luz de lo eterno.
Cuando elegimos ver así, algo cambia dentro de nosotros. El gozo no desaparece cuando llega la turbulencia; al contrario, se purifica. Aprendemos que el gozo verdadero no depende de la ausencia de problemas, sino de la presencia de propósito. Podemos actuar “con buen ánimo”, no porque todo esté bien, sino porque sabemos que todo obrará para nuestro bien.
Doctrina y Convenios 123:17 nos da la fórmula divina: “Hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces permanezcamos quietos.” Esa quietud no es pasividad, sino paz interior. Es la serenidad de quien ha hecho su parte y confía en que Dios hará la suya.
Así, la hermana Runia nos enseña que la fe no es solo mirar hacia adelante, sino mirar desde arriba: desde la perspectiva de un Padre que ve el fin desde el principio. Y cuando adoptamos ese “lente celestial”, incluso los días más difíciles se llenan de significado, y descubrimos que, en verdad, los milagros prometidos comienzan a florecer primero en el corazón.
“Muchos en la tierra hoy “sólo son impedidos de recibir la verdad porque no saben dónde hallarla” (Doctrina y Convenios 123:12). Algunos quisieran hacernos creer que la verdad es relativa, que cada persona debería determinar por sí misma lo que es verdadero. Tal creencia no es más que un pensamiento ilusorio de aquellos que erróneamente piensan que no tendrán que rendir cuentas a Dios”.
— El fallecido presidente Russell M. Nelson, entonces presidente de la Iglesia, Conferencia General de octubre de 2022, “¿Qué es la verdad?”.
El mensaje del presidente Russell M. Nelson es una advertencia y, al mismo tiempo, una invitación a despertar espiritualmente en una época marcada por la confusión moral y la relatividad. En un mundo donde las voces humanas se multiplican y cada una pretende tener su propia “verdad”, el profeta nos recuerda una verdad eterna: la verdad no es creación del hombre, sino revelación de Dios.
Vivimos en una era donde muchos buscan sinceramente significado, pero lo hacen en lugares equivocados. El presidente Nelson cita Doctrina y Convenios 123:12 para describir esta realidad con precisión: hay muchos que “sólo son impedidos de recibir la verdad porque no saben dónde hallarla”. No es maldad lo que los detiene, sino desorientación. Y eso convierte nuestra fe en una responsabilidad sagrada: si nosotros sabemos dónde se halla la verdad, debemos compartirla con claridad, humildad y amor.
El profeta también denuncia la ilusión peligrosa del relativismo: la idea de que cada persona puede decidir lo que es verdadero según sus propias emociones o conveniencia. Esta filosofía puede parecer liberadora, pero termina dejando a las almas sin ancla. Si todo es verdad, entonces nada lo es. Y sin una verdad absoluta —la que proviene de Dios— la vida pierde dirección, propósito y esperanza.
El mensaje del presidente Nelson es profundamente contracultural, pero también profundamente consolador: la verdad sí existe, y tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. Él es “el camino, la verdad y la vida”. Buscar la verdad, entonces, no es solo un ejercicio intelectual, sino un acto espiritual: es seguir al Salvador, confiar en Sus mandamientos y anclar nuestra vida en Su palabra revelada.
Así, esta enseñanza nos desafía a ser valientes. En un mundo que confunde el amor con la aceptación de toda opinión, se necesita valor para afirmar que la verdad no cambia con las modas ni con las mayorías. Pero también se necesita compasión para compartirla con ternura, sabiendo que muchos aún “no saben dónde hallarla”.
El presidente Nelson, con la serenidad de un profeta que ve más allá de la confusión presente, nos recuerda que la verdad no se pierde, solo espera ser redescubierta. Y cuando la encontramos —en Cristo, en Su evangelio, en Su profeta viviente— comprendemos que conocer la verdad no nos encadena: nos libera.
“Cuando José Smith estuvo encarcelado en la cárcel de Liberty, escribió cartas de instrucción a los miembros y líderes de la Iglesia, y les recordó que “un barco muy grande se beneficia mucho de un timón muy pequeño en tiempo de tempestad, al mantenerse trabajando con el viento y las olas” (Doctrina y Convenios 123:16).
“Un timón es una rueda o caña y el equipo asociado que se utiliza para dirigir un barco o una embarcación. Y la expresión “trabajando con el viento y las olas” denota girar la nave de manera que mantenga su equilibrio y no se vuelque durante una tormenta.
“Los principios del evangelio son para ti y para mí lo que un timón es para un barco. Los principios correctos nos permiten encontrar nuestro rumbo y mantenernos firmes, constantes e inamovibles, para no perder el equilibrio ni caer en las furiosas tormentas de oscuridad y confusión de los últimos días”.
— Élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, Conferencia General de abril de 2021, “Los principios de mi evangelio”.
El mensaje del élder David A. Bednar es una poderosa metáfora de estabilidad espiritual en tiempos de caos. Al evocar la imagen del profeta José Smith en la cárcel de Liberty —una de las pruebas más duras y formativas de su vida—, el apóstol nos invita a considerar cómo los principios del evangelio funcionan como el timón de nuestra existencia: pequeños, quizás, pero esenciales para mantener el rumbo en medio de las tempestades.
En una tormenta, el mar no puede ser controlado, pero el timón sí puede ser manejado. Así sucede con la vida. No siempre podemos calmar los vientos de la adversidad ni detener las olas del conflicto o la duda, pero sí podemos decidir cómo responder a ellos. Los principios del evangelio —la fe en Jesucristo, el arrepentimiento, la obediencia, la oración, la caridad— nos permiten “trabajar con el viento y las olas”, es decir, mantenernos en equilibrio sin perder el sentido de dirección espiritual.
El élder Bednar enfatiza que estos principios no son simples ideas teológicas, sino herramientas prácticas de navegación espiritual. Cuando los aplicamos con constancia, el alma se vuelve firme, “constante e inamovible”. Y esa firmeza no significa rigidez, sino confianza: la paz interior de quien sabe hacia dónde se dirige, aun cuando el horizonte se cubre de oscuridad.
La enseñanza también encierra un mensaje sutil sobre humildad. El timón es pequeño comparado con el barco, pero su influencia es decisiva. De la misma manera, las acciones simples —orar, servir, guardar los mandamientos, estudiar las Escrituras— pueden parecer pequeñas frente a los desafíos del mundo, pero son las que mantienen el alma segura.
Así, el élder Bednar nos recuerda que el evangelio no nos promete mares tranquilos, sino dirección segura. En un tiempo donde las olas de confusión moral, doctrinal y emocional golpean con fuerza, los principios del evangelio nos mantienen alineados con Cristo, el verdadero Capitán. Si confiamos en Él y seguimos Su timón, no importa cuán violenta sea la tormenta: la nave de nuestra fe no se hundirá, porque está guiada por la verdad eterna y el poder redentor del Salvador.
“Mis queridos amigos, ¿por qué es tan importante hacer brillar nuestra luz? El Señor nos ha dicho que “hay muchos aún sobre la tierra… que sólo son impedidos de recibir la verdad porque no saben dónde hallarla” (Doctrina y Convenios 123:12). Podemos ayudar. Podemos hacer brillar nuestra luz intencionalmente para que otros puedan ver. Podemos extender una invitación. Podemos recorrer el camino junto a aquellos que están dando un paso hacia el Salvador, sin importar cuán vacilante sea ese paso. Podemos reunir a Israel”.
— Hermana Bonnie H. Cordon, entonces presidenta general de las Mujeres Jóvenes, Conferencia General de abril de 2020, “Para que ellos puedan ver”.
El mensaje de la hermana Bonnie H. Cordon es una invitación a vivir la fe de forma activa, luminosa y generosa. En un mundo lleno de sombras —donde muchos “no saben dónde hallar la verdad”— ella nos recuerda que cada discípulo de Cristo tiene la capacidad y la responsabilidad de ser una luz. No una luz que compite con otras, sino una que guía, consuela y revela el camino hacia el Salvador.
La hermana Cordon cita Doctrina y Convenios 123:12 para recordarnos que hay millones de personas que no rechazan la verdad, sino que simplemente no la han encontrado. Su mensaje es profundamente esperanzador: nosotros podemos ser parte de esa búsqueda. Al hacer brillar nuestra luz —no por orgullo, sino por amor— nos convertimos en instrumentos de Dios para que otros vean, sientan y reconozcan Su luz.
Esa luz no se enciende solo con palabras, sino con acciones sencillas: una invitación, una sonrisa, una mano extendida, un ejemplo constante de bondad. Ella nos enseña que el discipulado no consiste solo en creer, sino en hacer visible lo que creemos. Cuando caminamos junto a alguien que da un paso, aunque sea tembloroso, hacia Cristo, participamos en la obra más sagrada de todas: reunir a Israel, es decir, ayudar a los hijos e hijas de Dios a volver a casa.
La imagen es profundamente simbólica. Cada alma que brilla ilumina el camino para otra; cada acto de fe se convierte en faro para alguien más. Así, la obra del Señor avanza no solo por milagros espectaculares, sino por corazones dispuestos a compartir su luz en los momentos ordinarios de la vida.
El mensaje final es claro y hermoso: no hay luz tan pequeña que no pueda disipar la oscuridad de alguien más. Cuando encendemos nuestra fe y la dejamos brillar con intención y amor, el mundo se vuelve un poco menos confuso, un poco más cálido, y muchos, al ver esa luz, hallan finalmente el camino de regreso al Salvador.

























