Ven, sígueme – Doctrina y Convenios 137–138

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Doctrina y Convenios 137–138

1 – 7 diciembre: “La visión de la redención de los muertos”


En los primeros días de la Iglesia, cuando los santos estaban construyendo el Templo de Kirtland, la fe de la joven comunidad estaba llena de entusiasmo, sacrificio y revelación. Era el año 1836, y José Smith y los líderes de la Iglesia estaban viviendo un período de profundo derramamiento espiritual. En medio de oraciones, ayunos y preparativos para la dedicación del templo, se les abrían los cielos de manera frecuente. Fue en ese ambiente, rodeado de la luz espiritual que acompañaba la construcción del templo, que José recibió una de sus visiones más conmovedoras.

Mientras participaba en una reunión sagrada, se le mostró el reino celestial. Allí vio a su hermano Alvin, quien había muerto más de una década antes, mucho antes de la restauración del Evangelio y sin haber podido ser bautizado. José había vivido toda su vida preguntándose cómo un hombre tan puro como Alvin no podía recibir lo que otros recibirían por medio de ordenanzas recién restauradas.
En esa visión, el Señor le enseñó un principio que sería una semilla doctrinal: Dios no condena a quienes nunca tuvieron oportunidad de aceptar el Evangelio en vida. Fue la primera gran luz sobre la futura doctrina de la redención de los muertos.

Décadas después, en 1918, la Iglesia vivía otro momento decisivo. El presidente Joseph F. Smith, anciano y lleno de experiencia, llevaba en su alma un peso profundo. El mundo estaba sumido en la Primera Guerra Mundial, millones morían en los campos de batalla y en hospitales improvisados. Aún peor, la gripe española se extendía sin freno, llevándose también innumerables vidas. En su propia familia, Joseph F. Smith había sufrido pérdidas dolorosísimas, incluyendo la muerte reciente de un hijo muy querido.

Rodeado de tanta muerte y sufrimiento, el profeta dedicó muchas horas a la reflexión y al estudio. Abría una y otra vez las escrituras, especialmente las palabras de Pedro que hablaban del Salvador predicando a los espíritus en prisión después de su crucifixión. ¿Qué significaba exactamente ese pasaje? ¿Cómo predicaba el Salvador? ¿Qué ocurría con los millones de personas que habían muerto sin conocer Su Evangelio?

Un día de octubre de 1918, mientras meditaba profundamente, los ojos de su entendimiento se abrieron. El presidente Smith vio el mundo de los espíritus como ningún profeta lo había descrito antes. Observó a los fieles del pasado recibiendo al Salvador, vio Su gloria, Su luz, Su consuelo. Y entendió que Cristo no había ido personalmente a los espíritus rebeldes, sino que organizó una inmensa obra misional entre los muertos, enviando a espíritus justos y mensajeros resucitados a llevar Su palabra a todos los que jamás la escucharon.

En esa visión se unieron siglos de preguntas humanas:
¿Qué pasa con los muertos?
¿Tienen una oportunidad?
¿Es Dios justo con todos Sus hijos?

La respuesta llegó clara, profunda y consoladora:
La obra de redención continúa más allá de la tumba. Nadie queda olvidado.

Así, las dos visiones —la de José Smith en 1836 y la de Joseph F. Smith en 1918— forman un arco doctrinal perfecto. La primera anunció la idea de que Dios juzga con perfecta misericordia; la segunda reveló cómo y dónde se ofrece esa misericordia a todos los hijos de Dios, vivan o hayan muerto.

Desde entonces, Doctrina y Convenios 137 y 138 se leen juntas como la gran historia de la redención de los muertos, un recordatorio de que el amor de Cristo no tiene fronteras: ni de tiempo, ni de espacio, ni de muerte.


Doctrina y Convenios 137; 138:30–37, 57–60
Todos los hijos del Padre Celestial tendrán la oportunidad de escoger la vida eterna.


1. D&C 137: La justicia perfecta de Dios abre la puerta a la oportunidad eterna.
En Doctrina y Convenios 137, José Smith contempla el reino celestial y se sorprende al ver allí a su hermano Alvin, quien murió antes de que la Iglesia fuera restaurada y nunca recibió las ordenanzas del Evangelio. Esta visión corrige de raíz la noción común del siglo XIX (y aún del presente) de que la salvación depende del tiempo o de las circunstancias mortales.

En un solo acto revelador, el Señor enseña dos verdades fundamentales:

  1. La salvación es un asunto del corazón, no del calendario.
    Dios no castiga a quienes nunca tuvieron una oportunidad real de recibir el Evangelio.
  2. La justicia de Dios está inseparablemente unida a Su misericordia.
    La visión afirma que “todos los que hubieran aceptado el Evangelio si se les hubiera permitido permanecer” heredarán la gloria celestial.

Esta revelación anticipa poderosamente la doctrina de la obra vicaria y la predicación entre los muertos, mostrando que nadie será excluido de la posibilidad de escoger la vida eterna por circunstancias fuera de su control.

2. D&C 138:30–37 — El Salvador ofrece Su Evangelio a TODOS los muertos.
En estos versículos, Joseph F. Smith describe la misión del Salvador en el mundo de los espíritus. La revelación enfatiza que Cristo no solo descendió a los justos, sino que “no olvidó a ninguno”, incluyendo a los desobedientes o a los que vivieron en tinieblas.

Pero surge la pregunta:
¿Cómo podía Cristo predicar personalmente a millones de espíritus?

  • Cristo organizó a los justos —profetas antiguos, santos fieles, y espíritus preparados— para que predicaran Su evangelio a todos los demás.
  • El mundo de los espíritus se convierte así en un campo misional activo, ordenado y lleno de propósito.

Los versículos 31–34 enseñan que el Evangelio predicado allí es el mismo que aquí: fe en Cristo, arrepentimiento, convenios, ordenanzas salvadoras, vida recta.

Solo cambia el lugar, no el plan.

Ningún espíritu que haya vivido en la tierra —ni uno— será dejado sin la oportunidad de escuchar el Evangelio de Jesucristo.

3. D&C 138:57–60 — La obra vicaria conecta la mortalidad con la eternidad.
Estas enseñanzas explican cómo los muertos no solo escuchan el Evangelio, sino también cómo pueden recibir sus ordenanzas para entrar al reino celestial.

Los versículos 57–60 son claves:

  • Los espíritus fieles están “preparándose” para recibir las ordenanzas que nosotros efectuamos por ellos en los templos.
  • El profeta declara que la obra del templo es cooperativa:
    • Los vivos realizan las ordenanzas.
    • Los muertos ejercen fe, arrepentimiento y obediencia.
    • Cristo dirige la obra desde ambos lados del velo.

Estos versículos enseñan que: La salvación y la exaltación son ofrecidas equitativamente a todos, sin excepción.

Los muertos no están en desventaja.
Nadie pierde la oportunidad por haber vivido en un lugar o época sin acceso al Evangelio.
No hay favoritismos divinos.
Todo ser humano recibirá su oportunidad justa y completa.

4. Conclusión doctrinal: El plan es universal, inclusivo y perfecto.
D&C 137 y 138 juntos muestran un cuadro doctrinal completo:

  • Dios es un Padre absolutamente justo y absolutamente misericordioso.
  • La mortalidad no determina nuestro destino eterno; lo determinan nuestro deseo, nuestra fe y nuestra aceptación del Evangelio, ya sea aquí o en el mundo de los espíritus.
  • El Salvador venció la muerte no solo para resucitar a la humanidad, sino también para que nadie pierda la oportunidad de escoger la vida eterna.

En otras palabras: Todos los hijos del Padre Celestial —sin importar cuándo, dónde o cómo vivieron— tendrán una oportunidad plena de aceptar o rechazar el Evangelio de Jesucristo.

Esta doctrina es uno de los testimonios más poderosos del amor infinito del Salvador y del carácter perfectamente justo de nuestro Padre Celestial.

¿Por qué Dios requiere ordenanzas y convenios cuando muchos jamás las reciben en la tierra?
1. Porque las ordenanzas y convenios son parte esencial del plan eterno.
Las ordenanzas no son simples rituales humanos.
Son actos sagrados establecidos por Dios desde antes de la fundación del mundo para: Enseñar verdades eternas, Crear una relación de alianza entre nosotros y Él, Abrir las puertas de las bendiciones de la exaltación.

Dios no puede cambiar Su propia ley celestial, porque es eterna, perfecta y parte de Su misma naturaleza.
Por eso, todos deben recibir estas ordenanzas…

pero no necesariamente en esta vida.

2. Porque Dios es perfectamente justo y no da a unos oportunidades y a otros no.
Si las ordenanzas solo pudieran recibirse en la tierra, entonces: millones de hijos de Dios que vivieron sin acceso al evangelio, en lugares sin sacerdocio, o murieron antes de tiempo, quedarían excluidos de la vida eterna.

Eso sería injusto… y Dios no es injusto.

Así que Su plan, desde el principio, contempla dos esferas:

  1. La tierra, donde muchos reciben el Evangelio.
  2. El mundo de los espíritus, donde TODOS lo reciben.

D&C 137 y 138, junto con 1 Pedro 3–4, muestran que no existe desventaja espiritual por nacer en un tiempo o lugar sin el Evangelio.

3. Porque las ordenanzas pueden recibirse vicariamente sin violar el albedrío.
Dios resolvió la aparente injusticia con una doctrina sublime:

Los vivos pueden hacer las ordenanzas por los muertos, y los muertos pueden aceptarlas o rechazarlas.”

No se fuerza a nadie.
No se salva a nadie sin su elección consciente.
Pero tampoco se excluye a nadie por circunstancias mortales.

Este es el equilibrio perfecto entre: requisito celestial (ordenanzas), libertad individual (albedrío),  justicia perfecta (oportunidad para todos), misericordia infinita (obra vicaria).

4. Porque las ordenanzas representan decisiones eternas que deben tomarse por elección personal.
No se puede heredar la vida eterna sin: fe en Cristo, arrepentimiento, bautismo, don del Espíritu Santo, convenios, obediencia.

Pero Dios no puede obligar a nadie a escoger eso.
Cada uno debe escoger entrar en un convenio.

Las ordenanzas son la manera en que Dios: formaliza nuestra decisión, ofrece Su poder, e introduce a Sus hijos en Su presencia.

5. Porque los convenios son la base de la relación eterna con Dios.
Nada eterno se da sin convenio.
Un convenio es: una relación con Dios, sellada mediante una ordenanza, que abre acceso a Su poder transformador.

Dios quiere que nos acerquemos a Él voluntariamente, por amor.
Las ordenanzas y convenios son el lenguaje del amor divino, la forma en que Dios nos adopta simbólicamente en Su familia eterna.

6. Entonces, ¿por qué exigir ordenanzas si millones no las reciben aquí?
Porque Dios ya preparó un camino perfecto para que TODOS las reciban.

  • Aquí, quienes tienen oportunidad.
  • Allá, quienes no la tuvieron.
  • Y mediante la obra del templo, el puente entre ambos mundos.

Nada ni nadie queda fuera.
La muerte no puede detener el plan.
La ignorancia no puede impedir la oportunidad.
Nacer en un lugar sin luz no limita la eternidad.

El plan cubre a todos, sin excepción.

Dios requiere ordenanzas y convenios porque son esenciales para volver a Su presencia.
Y Dios ofrece esas ordenanzas y convenios a TODOS, ya sea en esta vida o en la próxima.
La clave está en esta verdad revelada:

El Evangelio de Jesucristo es para todos los hijos de Dios, sin importar dónde, cuándo o cómo vivieron.

Gracias al sacrificio del Salvador y al plan divino de redención de los muertos, nadie quedará sin su oportunidad justa y completa de escoger la vida eterna.


¿Qué le diría a alguien que se pregunte por qué Dios requiere ordenanzas si muchos nunca las reciben?
Le diría algo así:
“Entiendo por qué te preguntas eso.
A todos nos inquieta la idea de que algunos tengan oportunidades que otros no.
Pero una de las verdades más hermosas del plan de Dios es que Él nunca deja a nadie atrás.”

Dios pide ordenanzas porque son parte del camino hacia Él, no por burocracia ni tradición. Son momentos en los que Él nos llama a hacer convenios, a entrar en una relación más profunda con Él, y a recibir Su poder.
Pero Dios también sabe que la vida en la tierra no es justa.
Algunos nacen donde hay templos; otros donde no hay ni Biblia.
Algunos viven largas vidas; otros mueren siendo niños.


¿Qué hace un Padre perfecto con esas diferencias?
La respuesta es maravillosa: Él asegura que TODOS tengan la misma oportunidad, aunque no todos la reciban en el mismo momento.

Dios no está limitado por la muerte.
No está limitado por las fronteras.
No está limitado por los calendarios ni por las circunstancias.

Las ordenanzas que Él pide se pueden recibir aquí… o en el mundo de los espíritus.
Y allí, todos —literalmente todos— escucharán el Evangelio de Jesucristo y podrán escoger aceptarlo o no.

Nada se pierde por morir.
Nada se pierde por nacer en un lugar sin el Evangelio.
Nada se pierde por vivir en otra época.

Dios tiene un plan lo suficientemente grande como para incluir a cada uno de Sus hijos.

Así que sí: Dios requiere ordenanzas.
Pero Él también ha preparado una forma perfecta, misericordiosa y justa para que nadie quede excluido de la oportunidad de recibirlas.
En la eternidad, nadie dirá: “no tuve mi oportunidad.”
Todos la recibirán.
Y todos escogerán por sí mismos.

Y eso nos muestra algo precioso sobre Dios: Su amor no tiene límites, y Su justicia no deja a nadie fuera.”


¿Cómo fortalecería su fe en Dios y en los requisitos que Él establece para la salvación?
Yo le diría algo así: “Si alguna vez dudas de los requisitos de Dios, empieza recordando quién es Dios.”

No es un juez distante.
No es un legislador frío.
No es un ser caprichoso que inventa reglas arbitrarias.

Es tu Padre.
El Padre más amoroso, sabio, justo y comprensivo que existe.
El Padre que diseñó un plan no para perder hijos… sino para recuperarlos.

Y lo primero para fortalecer la fe es anclar el corazón en esa verdad:
Dios nunca hace nada que no esté motivado por amor perfecto.

1. Recuerda que los requisitos de Dios no son barreras, sino puentes.
A veces vemos las ordenanzas como obstáculos difíciles, pero en realidad son regalos:

  • Son la forma en que Dios nos llena de Su poder.
  • Son señales de Su compromiso personal con nosotros.
  • Son invitaciones para acercarnos aún más a Él.

No existen para excluir, sino para bendecir y transformar.

Cuando uno entiende eso, las ordenanzas dejan de sentirse como requisitos…
y comienzan a sentirse como oportunidades de gracia.

2. Ayúdale a ver el carácter de Dios: justo, misericordioso, paciente.
Fortalece su fe recordándole:

  • Dios nunca pedirá algo que Él mismo no prepare la forma de cumplir.
  • Dios no dará ventaja espiritual a unos y desventaja a otros.
  • Dios no castiga la ignorancia involuntaria.
  • Dios nunca cerrará Sus puertas a alguien que quiera venir a Él.

Cuando uno confía en quién es Dios, empieza a confiar más fácilmente en lo que Dios pide.

3. Recuérdale que el plan de salvación está hecho a la medida de todos.
La vida es desigual, pero el plan de Dios no lo es.

Cada persona —sin importar país, época, nivel de instrucción o acceso al Evangelio— recibirá su oportunidad plena y justa.

Eso significa que:

  • Nadie será condenado por lo que no pudo conocer.
  • Nadie estará en desventaja por el lugar donde nació.
  • La muerte no limita la obra de Cristo.
  • La eternidad completa está llena de oportunidades.

Esa perspectiva vuelve a encender la fe: Dios no falla a ninguno de Sus hijos.

4. Muéstrale que la salvación requiere algo porque la exaltación vale algo.
Si la vida eterna fuera simplemente dada sin compromiso, no tendríamos que ser transformados ni santificados.
Pero Dios no quiere solo salvarnos… quiere hacernos como Él.

Y eso requiere: elegir, comprometerse, hacer convenios, recibir ordenanzas, y seguir creciendo.

Los requisitos de Dios no son para probar nuestra obediencia,
sino para desarrollar nuestra naturaleza divina.

5. Testifícale que Cristo es el centro de todo.
Nada que Dios pide es independiente del Salvador.

  • Él abre el camino.
  • Él hace posible cada ordenanza.
  • Él sostiene cada convenio.
  • Él salva a los vivos y a los muertos.
  • Él es quien garantiza que nadie quede sin su oportunidad.

Ayuda a esa persona a ver que los requisitos de Dios son expresiones del amor de Cristo.

Para fortalecer la fe de alguien, yo le ayudaría a ver tres cosas:

  1. Quién es Dios —Un Padre que ama perfectamente.
  2. Qué son los requisitos de Dios —Regalos que nos conectan con Su poder.
  3. Cómo Dios trata a Sus hijos —Con justicia absoluta y misericordia infinita.

Cuando esas tres verdades llenan el corazón, la fe en Dios crece…
y los requisitos dejan de ser un peso,
y se convierten en un sendero iluminado hacia la vida eterna.


Conclusión final.
Las revelaciones de Doctrina y Convenios 137 y 138 nos muestran que el plan de salvación es infinitamente más amplio, justo y misericordioso de lo que la mente humana puede imaginar. Dios no está limitado por el tiempo, la muerte, ni las circunstancias mortales. Él ve a cada uno de Sus hijos con amor perfecto y ha preparado un camino en el que nadie queda excluido de la oportunidad de recibir el Evangelio, hacer convenios sagrados y escoger la vida eterna.

La visión de José Smith sobre Alvin y la revelación de Joseph F. Smith sobre la predicación entre los muertos revelan un principio sublime:
Todos los hijos del Padre Celestial tendrán una oportunidad plena, real y justa de aceptar el Evangelio de Jesucristo, ya sea en la tierra o en el mundo de los espíritus.

Las ordenanzas y convenios no son barreras exclusivas ni trámites terrenales. Son los puentes divinos que nos unen con Dios, los canales mediante los cuales Él comparte Su poder y nos transforma. Y mediante la obra vicaria, ese poder y esas bendiciones alcanzan incluso a aquellos que nunca tuvieron acceso al Evangelio en la mortalidad.

En última instancia, estas revelaciones testifican que:

  • Dios es perfectamente justo: no condena a nadie sin oportunidad.
  • Dios es perfectamente misericordioso: ofrece esa oportunidad a todos.
  • Dios es perfectamente amoroso: provee un Salvador que abre las puertas de la salvación a vivos y muertos.
  • Dios es perfectamente coherente: Sus requisitos son eternos, pero Su plan es suficientemente amplio para que todos puedan cumplirlos.

Así, cuando entendemos este cuadro completo, desaparece toda duda sobre la justicia de Dios.
Su plan es inclusivo, universal, equilibrado y lleno de esperanza.
Y al conocerlo, nuestra fe se fortalece, porque vemos con claridad que cada alma importa, y que el Padre Celestial ha dispuesto todo para que ninguno se pierda por falta de oportunidad, sino que todos puedan, si así lo desean, heredar la vida eterna.


Diálogo Juan y Lucía conversan sobre las doctrinas de D&C 137–138.

Juan: Lucía, hoy en el Instituto estudiamos D&C 137 y 138, y… no sé, me dejó pensando mucho. Especialmente en la idea de que todos tendrán la oportunidad de aceptar el Evangelio. Suena hermoso, pero también complejo.

Lucía: ¿Qué parte te dejó inquieto?

Juan: No entiendo por qué Dios requiere ordenanzas y convenios si hay millones que jamás las reciben en vida. A veces me pregunto si eso no es injusto.

Lucía: Yo también me lo pregunté alguna vez. Pero ¿recuerdas lo que vio José Smith en D&C 137? Cuando vio a su hermano Alvin en el reino celestial, aunque nunca se bautizó.

Juan: Sí… Eso le rompió el esquema. Como que Dios le estaba diciendo: “La salvación no depende del calendario”.

Lucía: Exacto. Eso me hizo entender que Dios no está limitado por la mortalidad. Lo que Él busca es el corazón. Y sabe perfectamente quién habría aceptado el Evangelio si hubiera tenido la oportunidad.

Juan: Pero entonces… ¿para qué sirven las ordenanzas?

Lucía: Sirven para sellar nuestra elección. Son parte del plan, no porque Dios sea burocrático, sino porque un convenio nos convierte en algo distinto. Es Su forma de darnos poder y acceso a Su presencia.

Juan: Pero ¿y los que no tuvieron chance?

Lucía: Ahí entra D&C 138. El mundo de los espíritus no es un lugar de espera pasiva. Cristo organizó una obra misional enorme. Los muertos escuchan el mismo Evangelio que tú y yo. Y nosotros hacemos las ordenanzas por ellos en los templos.

Juan: Entonces nadie queda fuera…

Lucía: Nadie. Esa es la parte que más me impresiona del plan: es universal, justo y perfectamente misericordioso. Dios no improvisa. Él ya sabía nuestras circunstancias antes de que naciéramos. Y preparó un camino para que todos tengamos una oportunidad real.

Juan: Me gusta eso. Pero a veces siento que las ordenanzas son difíciles. Como comprometerse demasiado.

Lucía: (sonríe) A todos nos pasa. Pero piensa esto: los convenios no son para limitar tu libertad, sino para expandirla. Son el lenguaje del amor de Dios. Él no fuerza; invita. Y cuando tú respondes, Él te llena de poder para llegar a ser más de lo que podrías por tu cuenta.

Juan: Entonces los requisitos de Dios no son obstáculos…

Lucía: Son puentes. Y Cristo ya cruzó esos puentes por nosotros. Él venció la muerte, abrió los mundos, organizó la obra del otro lado del velo y nos dio templos para participar aquí. Todo eso para que nadie pueda decir: “No tuve mi oportunidad”.

Juan: Eso cambia todo. A veces veía la salvación como una carrera desigual, pero ahora… ya no.

Lucía: Cuando conocemos mejor el carácter de Dios, se disipan esas dudas. Él no pierde hijos. No hace acepción de personas. Su justicia es perfecta y Su misericordia infinita. Y Su plan es tan grande que abarca a todos, los de aquí y los de allá.

Juan: Lucía… gracias. En serio. Creo que necesitaba escuchar esto. Me ayuda a confiar más en Dios, y también en los requisitos que Él pone.

Lucía: A mí también me pasó. Y ¿sabes qué descubrí? Que cuanto más confío en Su amor, más sentido tienen Sus mandamientos. Y más deseo hacer convenios con Él, no por obligación, sino porque quiero caminar a Su lado.

Juan: (con un suspiro de paz) Qué hermoso saber que nadie queda sin su oportunidad.

Lucía: Sí. Y recuerda esto, Juan:
El Dios que te pide ordenanzas es el mismo Dios que ya preparó el camino para que todos puedan recibirlas.
Ese es el Dios en quien podemos confiar con todo el corazón.


Doctrina y Convenios 138:1–11, 25–30
Leer y meditar las Escrituras me prepara para recibir revelación.


En Doctrina y Convenios 138, el presidente Joseph F. Smith nos ofrece un modelo claro y poderoso de cómo se recibe revelación en la vida real. Este pasaje no solo describe una visión; describe un proceso espiritual reproducible en cualquier hijo o hija de Dios. Ese proceso comienza, casi siempre, con las Escrituras.

1. La revelación comienza con una mente y un corazón volcados a las Escrituras
D&C 138:1–2 nos enseña que Joseph F. Smith estaba:

  • “Reflexionando sobre las Escrituras”
  • “Profundamente absorto en las cosas que Dios había revelado”
  • “Meditando” en lo que estaba leyendo

Este lenguaje revela una verdad doctrinal fundamental:
La revelación no llega a una mente distraída, sino a una mente que se sumerge deliberadamente en la palabra de Dios.

No basta tener las Escrituras cerca; hay que entrar en ellas. La revelación comenzó para Joseph F. Smith porque él abrió un espacio interior donde el Espíritu podía hablar.
Así ocurre también en nosotros: la lectura invita, la meditación abre, y la revelación entra.

2. Las Escrituras despiertan preguntas inspiradas, y esas preguntas atraen revelación.
Mientras leía sobre la obra de Cristo entre los espíritus (vv. 11, 25), Joseph F. Smith comenzó a preguntarse cosas:

  • ¿Cómo predicó Cristo a los muertos?
  • ¿Qué significa que Él visitara el mundo de los espíritus?
  • ¿Qué sucede con los justos y los inicuos después de la muerte?

Las Escrituras, leídas con el corazón, despiertan preguntas santas; y Dios ama responder preguntas que nacen de la fe y del deseo sincero de entender Su obra.

La doctrina aquí es clara:
Preguntar es parte del patrón revelador.
Las preguntas guiadas por las Escrituras abren puertas que de otra manera permanecerían cerradas.

3. La revelación llega cuando buscamos entender el carácter, la misión y la misericordia de Jesucristo.
Los versículos 25–30 muestran que Joseph F. Smith recibió luz porque quería entender al Salvador, Su papel entre los muertos y Su plan para todos los hijos de Dios.

Toda revelación verdadera acerca de: el plan de salvación, nuestra identidad, nuestra misión, nuestras pruebas, o nuestras decisiones fluye, directa o indirectamente, de quién es Cristo y de lo que Él hace.

Así, la doctrina es: Si meditamos en las Escrituras para llegar más cerca de Cristo, recibiremos revelación que aclara nuestro camino personal.

4. La luz revelada vino “por el poder del Espíritu” después de un prolongado esfuerzo espiritual.
En D&C 138:11, Joseph F. Smith dice que:
“La mente del Señor se me manifestó”

Pero esa manifestación vino después de: ejercer su mente, ponderar, buscar entender, abrir su corazón.

La doctrina aquí es profunda: La revelación no es un relámpago caprichoso; es la consecuencia natural de una vida que busca, estudia y medita en la palabra de Dios.

Es el fruto espiritual de la constancia.

5. El ejemplo de Joseph F. Smith demuestra que las Escrituras no solo informan; transforman.
La revelación recibida en estos versículos cambió: la comprensión de la Iglesia sobre la redención de los muertos, el alcance del ministerio del Salvador, la visión del trabajo del templo, el sentido de propósito eterno de millones de personas.

Y todo eso comenzó con un profeta leyendo y meditando en las Escrituras.

Doctrinalmente, esto significa:
Cuando tú lees y meditas las Escrituras, estás entrando en el mismo proceso que usan los profetas para recibir luz.
Quizá no siempre venga una visión, pero vendrá: claridad, paz, dirección, corrección, consuelo, impresiones específicas.

Ese es el lenguaje ordinario del Espíritu.

D&C 138 demuestra que leer y meditar las Escrituras no es un hábito devocional solamente; es un acto revelador.
Las Escrituras son el lugar donde nuestra mente se alinea con la mente de Dios, donde el Espíritu encuentra terreno fértil y donde las preguntas de nuestra alma se transforman en respuestas, guía y visión espiritual.

Joseph F. Smith no recibió revelación a pesar de estar leyendo.
La recibió porque estaba leyendo.

Así también tú.

Cuando abres las Escrituras, estás abriendo una puerta por la que el Señor puede entrar con luz.
Cuando meditas en ellas, estás diciendo:
“Habla, Señor, que tu siervo oye”.

Y Él responde.


La Parábola del Farolero y el Libro de la Luz.

Había una vez un joven llamado Eliam, que vivía en un pequeño pueblo rodeado por un inmenso bosque. Cada noche, él era el encargado de encender el farol más alto del pueblo, un farol que servía como guía para los viajeros que cruzaban la región.

Pero un invierno particularmente oscuro, el farol comenzó a fallar. Algunos días brillaba débilmente; otros, no encendía en absoluto. Los ancianos del pueblo dijeron a Eliam:

—El farol no está roto. Le falta la luz del entendimiento.

Eliam no comprendió aquellas palabras, pero preocupado por los viajeros, fue al viejo taller donde se guardaban los registros y manuales de los faroleros antiguos. Allí encontró un libro antiguo, cubierto de polvo, titulado: “El Tratado de la Luz Verdadera.”

Movido por la necesidad, comenzó a leerlo cada noche después de su trabajo. Al principio leía rápido, solo para encontrar una solución práctica. Pero pronto se dio cuenta de que el libro no era solo un manual; hablaba de cosas profundas: de cómo la luz no solo se enciende afuera, sino también adentro del corazón.

Mientras leía, surgían preguntas:
—¿Qué es esta “luz interior”?
—¿Cómo guía a los viajeros?
—¿Qué significa “encender desde adentro”?

Eliam meditaba estas palabras camino a su casa, durante el trabajo, incluso mientras dormía.

Una noche, mientras contemplaba el farol apagado, comprendió lo que el libro trataba de enseñarle:
El farol del pueblo era una representación del farol de su propia alma.
Si él quería encender esa luz, primero debía dejar que la luz del libro encendiera su interior.

Entonces oró, buscando dirección.
En ese momento, sintió una impresión suave pero clara en su mente:
“Lleva tu luz a los viajeros, no solo el farol.”

Al día siguiente, Eliam comenzó a caminar con su propia lámpara por los senderos del bosque, guiando a los viajeros en persona. Y algo extraordinario ocurrió:
cada vez que él encendía su lámpara para iluminar el camino de alguien más, el viejo farol del pueblo comenzaba a brillar con mayor fuerza, como si respondiera a la luz que salía de su propio corazón.

Con el tiempo, los ancianos le dijeron:
—Eso es revelación, hijo. La luz del libro encendió tu mente. La meditación encendió tu corazón. Y el Espíritu encendió el camino delante de ti.

Y desde entonces, todos en el pueblo enseñaban a sus hijos esta verdad:
“El libro ilumina al lector, y el lector ilumina al mundo.”

Mensaje doctrinal de la parábola

  • El libro antiguo representa las Escrituras.
  • Eliam representa a cualquier discípulo que busca guía.
  • La lectura constante despierta preguntas inspiradas, como le sucedió a Joseph F. Smith.
  • La meditación en esas palabras abre la puerta a la revelación personal.
  • La luz del farol que vuelve a brillar simboliza la claridad, dirección y entendimiento que Dios concede a quienes buscan con sinceridad.
  • La impresión que recibe Eliam ilustra cómo el Espíritu contesta después de un proceso espiritual deliberado.

La luz escrita se convierte en luz recibida cuando meditamos en ella. Y esa luz recibida se convierte en luz para otros.


Doctrina y Convenios 138:1–11, 25–30
Leer y meditar las Escrituras me prepara para recibir revelación.


1. Jesucristo no estuvo ocioso entre Su muerte y resurrección (vv. 25–28).
Pedro y otros apóstoles hablaron de que Cristo, al morir, fue a los “espíritus encarcelados”. José F. Smith ve en visión esa verdad: el Salvador descendió al mundo de los espíritus no para descansar, sino para continuar Su ministerio redentor.
Esto revela que la misión de Cristo no se limita a la mortalidad. Su obra es eterna, continua, sin pausas; Él siempre busca al perdido, al quebrantado y al necesitado.

2. Cristo predica la paz, pero no a todos personalmente (vv. 29–30).
La visión aclara un punto doctrinal clave:

  • Cristo no visitó personalmente a los malvados desobedientes.
  • A ellos no puede ministrar directamente porque Su presencia es una bendición reservada a los puros de corazón.

Sin embargo, eso NO significa que estén abandonados. Simplemente, la obra ocurre por medio de mensajeros autorizados, manteniendo la ley del orden celestial.

3. La organización del gran ejército misionero en el mundo de los espíritus (vv. 30–34). Jesús “organizó” a los fieles para predicar Su Evangelio a los que estaban en tinieblas.

Esta organización incluye: Profetas, patriarcas, apóstoles, discípulos fieles, hombres y mujeres justos. Todos ellos continúan sirviendo, enseñando y guiando. La obra misional no se detiene con la muerte: solo cambia de campo.

Esta sección enseña una ley eterna: Los convenios que hacemos aquí nos preparan para servir allá. La muerte no nos jubila de la obra del Señor.

4. ¿Quiénes participan en la predicación más allá del velo? (vv. 35–37). Los espíritus fieles que en vida “rechazaron el pecado” se convierten en instrumentos en manos del Señor. La visión muestra que el poder del Sacerdocio no se limita a la tierra; tiene efecto en los cielos.

Dios actúa mediante “autoridades delegadas”, así como en la tierra.
Así se preserva: Orden, autoridad, continuidad, la administración del Evangelio en ambos lados del velo.

5. Aquellos que murieron sin conocer la ley reciben oportunidad (vv. 32–35, 57–58). Una de las verdades más misericordiosas de toda la Restauración aparece aquí: Todos los que murieron sin oportunidad de recibir el Evangelio en vida tendrán la oportunidad de aceptarlo en el mundo de los espíritus.

La Redención es universal, inclusiva y absolutamente justa.

Dios no juzga sin ofrecer una oportunidad real. No existe favoritismo mortal: la oportunidad llega, aunque sea del otro lado del velo.

6. El templo es el puente entre ambos mundos (vv. 48–50, 57–60).
José F. Smith ve que las ordenanzas vicarias abren las puertas de la redención para millones.
Los muertos no pueden bautizarse ni recibir sellamientos por sí solos; dependen de sus descendientes vivos.
Esto revela:

  • La unidad de las familias en ambos mundos.
  • La importancia eterna de la obra del templo.
  • La necesidad de los convenios para entrar en la presencia de Dios.

La mortalidad y el mundo espiritual son dos partes de la misma obra, que se encuentran en las aguas del bautismo vicario y en las salas del templo.

7. Los justos esperan, pero no están inactivos (vv. 49–52). Los fieles que ya partieron gozan de paz, pero también tienen trabajo que hacer.
Su descanso no es ocio: es gozo en el servicio.
Servir en el mundo de los espíritus es parte de la preparación para la resurrección y la gloria futura.

8. Se cumple la promesa de que el Evangelio abarca a los vivos y a los muertos (vv. 54–60). La visión confirma que la obra del Señor es una sola, no dos.
Los vivos predican a los vivos.
Los muertos predican a los muertos.
Y los vivos proporcionan las ordenanzas que los muertos no pueden efectuarse a sí mismos.

Todas las generaciones se unen para formar un círculo perfecto de redención.
Así se cumple el propósito de Malaquías:
El corazón de los hijos se vuelve a los padres, y de los padres a los hijos.

Doctrina y Convenios 138 testifica que la muerte no detiene la obra de Dios.
Cristo sigue ministrando, enseñando, organizando y salvando más allá del velo.
Los justos continúan sirviendo; los que nunca conocieron el Evangelio reciben la oportunidad; los templos conectan ambos mundos; y la familia humana entera es invitada a la vida eterna.


¿Qué aprendemos sobre cómo se lleva a cabo la obra del Salvador en el mundo de los espíritus?
¿Por qué es importante saber que esa obra sigue ocurriendo?

Cuando José F. Smith describe lo que vio en Doctrina y Convenios 138, no lo hace como un teólogo frío, sino como alguien que observa un mundo lleno de actividad, propósito y amor. Al leer estos versículos, uno siente que está asomándose por una ventana hacia un reino que, aunque invisible, está tan vivo como este.

El profeta ve a los justos que han partido. No están vagando, no están dormidos, ni perdieron su identidad. Están reunidos, esperando con esperanza, llenos de luz. Y de pronto aparece Aquel que ellos habían esperado toda su vida: el Salvador. Su presencia llena ese mundo con una paz indescriptible. Pero lo sorprendente es esto: Cristo no llega simplemente como un visitante glorificado… llega como un líder con una misión aún en marcha.

La obra en el mundo de los espíritus se desarrolla de una manera perfectamente organizada, como si fuera un enorme y amoroso ejército misional. Cristo dirige, inspira y envía. No predica a todos personalmente, porque Su obra respeta el orden celestial, pero organiza a Sus siervos fieles—profetas, apóstoles, madres y padres justos, jóvenes fieles, discípulos de todas las épocas—para que ellos enseñen a quienes nunca tuvieron la oportunidad. Allí, no importan los títulos mortales; importa el corazón dispuesto.

En ese mundo, la obra avanza con rapidez. Los espíritus fieles salen a buscar a los que están en tinieblas, como misioneros que conocen la desesperación de quienes perdieron la luz. Del otro lado del velo no hay obstáculos físicos, no hay fatiga, no hay fronteras. Solo la urgencia de que cada hijo e hija de Dios conozca el plan de salvación, aunque en vida no hayan tenido la oportunidad.

Cuando reflexiono en esto, comprendo algo profundo:
La muerte no interrumpe la obra del Señor. Solo cambia de escenario.
Y eso significa que los vínculos que siento con mis seres queridos no se disuelven, ni sus esperanzas quedaron truncadas. Ellos siguen aprendiendo, creciendo, sirviendo. Están ocupados en la misma obra que nosotros, solo que desde el otro lado.

Saber que esa obra continúa es importante porque nos enseña que Dios es absolutamente justo y absolutamente misericordioso. Nadie se pierde por falta de oportunidad. Nadie es juzgado sin haber tenido una verdadera opción. Y también es importante porque me recuerda que la obra misional, familiar y del templo no es simbólica ni repetitiva: es real, urgente y eterna.

Cuando entro al templo, cuando hago un nombre familiar, o cuando comparto el Evangelio con alguien aquí, estoy literalmente colaborando con un esfuerzo celestial que está ocurriendo ahora mismo, minuto a minuto, en un mundo paralelo al nuestro. Y tal vez, sin saberlo, trabajo junto a mis propios antepasados, amigos y seres queridos, todos bajo un mismo Capitán, un mismo Salvador.

En otras palabras: D&C 138 me ayuda a ver que el cielo está trabajando. Y yo también tengo un lugar en esa obra.


¿Qué te llama la atención en cuanto a los mensajeros del Señor en el mundo de los espíritus?
Lo que llama la atención sobre los mensajeros del Señor en el mundo de los espíritus

Cuando leo la visión de José F. Smith, algo sorprendente ocurre: los mensajeros del Señor en el mundo de los espíritus no son seres ajenos, no son ángeles desconocidos caídos del cielo… son personas como tú y como yo.
Personas que vivieron, lucharon, creyeron, lloraron, sirvieron y murieron con un testimonio de Cristo.

Eso es lo primero que impacta:
Dios no cambia de estrategia entre este mundo y el otro.
Sigue trabajando por medio de Sus hijos fieles.

1. Son personas que conocieron la oscuridad y la luz.
Los mensajeros no son inocentes sin experiencia.
Son espíritus que en la tierra: enfrentaron pruebas, resistieron tentaciones, lucharon por la fe, y aprendieron a perdonar, esperar y creer.

Eso los vuelve tiernos, empáticos, comprensivos.
Ellos saben lo que es necesitar la misericordia del Salvador… y por eso la ofrecen sin juzgar.

2. Son los fieles de todas las épocas, no solo profetas.
La visión menciona profetas y apóstoles, sí… pero también padres, madres, jóvenes, ancianos, discípulos comunes y corrientes.
En otras palabras: No se necesita haber sido famoso en la tierra para ser útil en el cielo.
Se necesita haber sido fiel.

La obra del otro lado del velo no es exclusiva; es una invitación a todos los que vivieron rectamente.

3. Cristo los organiza con precisión divina.
Esto llama muchísimo la atención:
El Salvador no hace la obra solo, aunque podría hacerlo.
Él organiza a los mensajeros, como un comandante que lidera un ejército lleno de amor y propósito.

La visión muestra orden, estructura y delegación.
La misma Iglesia que conocemos aquí, con llamamientos, autoridad y servicio, continúa allá.

4. Tienen poder, autoridad y luz.
No van improvisando.
El poder sacerdotal fluye en ambos mundos.
Los mensajeros van con autoridad, con claridad, con propósito, con una luz que rompe las tinieblas.
Son misioneros reales, con investidura espiritual real.

5. Trabajan con un sentido de urgencia.
Del otro lado, no hay distracciones, no hay ruido, no hay prisa mortal…
Pero hay urgencia espiritual.
Saben que millones esperan redención.
Saben que cada verdad que enseñan abre una puerta.
Saben que el tiempo de la misericordia está corriendo.

Esta urgencia es sagrada. Es amor en movimiento.

6. Nos enseñan algo sobre nosotros mismos.
Quizá lo que más llama la atención es lo siguiente: Los mensajeros que José F. Smith vio son, en realidad, un retrato de lo que nosotros estamos llamados a ser.

Cada miembro del Evangelio está en entrenamiento misional eterno.
Cada acto de servicio, cada llamamiento, cada convenio es preparación para servir un día en ese mundo donde las almas reconocen la verdad con un brillo más claro y directo.


Conclusión Final: Doctrina y Convenios 138:25–60.
Los versículos 25–60 de Doctrina y Convenios 138 revelan una de las verdades más conmovedoras y expansivas de la Restauración: la obra del Salvador no se detiene con la muerte; se extiende con poder al mundo de los espíritus.
La visión de José F. Smith abre un panorama que muestra a Cristo liderando personalmente la redención de los muertos, organizando mensajeros, enviando a los fieles a predicar y ofreciendo a cada alma la oportunidad real de aceptar Su Evangelio.

En ese reino, los espíritus justos no están inactivos ni adormecidos; participan activamente en la misión eterna del Señor. Los que nunca escucharon la verdad en vida reciben enseñanza; los que la rechazaron enfrentan las consecuencias de sus decisiones; y los que guardaron la fe se convierten en instrumentos poderosos para llevar luz a quienes aún viven en tinieblas.

La obra vicaria realizada en los templos une ambos mundos. Los vivos proporcionan las ordenanzas necesarias, mientras los muertos las reciben según su fe y arrepentimiento. Así, los cielos y la tierra trabajan juntos en un mismo propósito: la salvación de los hijos de Dios.

En conjunto, estos versículos testifican que el amor redentor de Cristo es activo, infinito y universal. Su obra abarca todas las generaciones, todas las épocas y todos los rincones del universo. Saber que Él continúa ministrando más allá del velo nos llena de esperanza, nos motiva a participar en la obra del templo y nos asegura que ningún ser querido está perdido ni olvidado.

Cristo vive, Su obra sigue adelante, y cada uno de nosotros es parte de ese esfuerzo eterno para llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de toda la familia humana.

Tabla Explicativa de D&C 138:25–60.

Versículos Lo que ocurre Principio doctrinal Cómo revela que la obra continúa más allá del velo
25–28 José F. Smith ve a los justos en el mundo de los espíritus esperando al Salvador, llenos de gozo. Cristo ministra a los fieles aun después de Su muerte. Cristo no descansa entre la muerte y la resurrección: sigue enseñando, consolando y liderando.
29–30 Cristo organiza a los mensajeros para predicar, pero no visita personalmente a los malvados desobedientes. El Señor respeta el orden y la pureza espiritual en Sus ministraciones. La obra no se detiene, pero se realiza conforme a leyes espirituales: delegación, autoridad y orden.
30–34 El Salvador establece una organización para enseñar el Evangelio a todos los que no lo recibieron en vida. El Evangelio se extiende a todos los hijos de Dios. Cristo forma un “ejército misional” espiritual que trabaja en Su nombre.
35–37 Los fieles que rechazaron el pecado en vida tienen el privilegio de predicar del otro lado del velo. La justicia y fidelidad mortal permiten servir eternamente. Los convenios y la obediencia aquí preparan para servir allá. No hay inactividad en el mundo venidero.
32–35, 57–58 Los que murieron sin oportunidad de escuchar el Evangelio reciben enseñanza y pueden aceptarlo. La misericordia de Dios es perfecta: nadie es condenado sin verdadera oportunidad. La redención alcanza más allá de la tumba; la misión del Salvador sigue en acción.
48–50 Los muertos esperan ansiosamente las ordenanzas del templo realizadas por los vivos. La salvación requiere ordenanzas; la obra vicaria es esencial. La obra en la tierra y en el cielo se conectan: los vivos ayudan a los muertos.
49–52 Los espíritus justos descansan de la aflicción, pero trabajan en la obra del Señor. El descanso en el Señor no es inactividad, sino servicio gozoso. La vida después de la muerte es activa: enseñanza, progreso, servicio eterno.
54–55 Se menciona que muchos líderes, incluidos José Smith y los primeros santos, continúan sirviendo. Los siervos de Dios siguen cumpliendo su misión más allá de la mortalidad. La obra del sacerdocio es una misión eterna, no temporal.
56 Espíritus nobles fueron preservados para nacer en la tierra en los últimos días y participar en la obra. Dios prepara a Sus siervos para ambos lados del velo. La obra terrenal y la espiritual forman un solo plan divino.
57–60 Los vivos realizan ordenanzas por los muertos; los muertos aceptan o rechazan la obra. La salvación requiere cooperación entre vivos y muertos.

Los templos son el puente entre los dos mundos; la obra continúa sin interrupción.

Un análisis de Doctrina y Convenios Seccion 137

Un análisis de Doctrina y Convenios Seccion 138

De la oscuridad a la Escritura: La Visión de la Redención de los Muertos de Joseph F. Smith

La visión de la redención de los muertos (D. y C. 138)

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