“¿Dónde Está Tu Gloria?”

El artículo presenta Moisés 1 como la historia de un hombre que descubre su identidad divina y su misión eterna por medio de tres encuentros transformadores.

Primero, Moisés se halla ante Dios y recibe verdades que cambian su vida: es hijo de Dios, está hecho a la semejanza del Hijo Unigénito y tiene derecho a recibir revelación. Esta luz no solo lo ilumina, sino que redefine quién es.

Después, Dios se retira y aparece Satanás. Moisés, recordando lo que el Señor le enseñó, reconoce de inmediato la ausencia de gloria y rechaza al adversario. El engaño, el ruido y las amenazas no pueden reemplazar la verdadera luz. Aquí Moisés aprende a discernir entre lo que parece divino y lo que es divino, y descubre que el poder espiritual proviene de conocer la verdad y aplicarla con fe.

Finalmente, Dios regresa y eleva aún más la comprensión de Moisés. Le revela que es escogido, le otorga poder, y le muestra toda la tierra “partícula por partícula” por medio del Espíritu. En esa visión, Moisés empieza a pensar como Dios piensa. Allí comprende la gran declaración:
“Esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.”

Moisés aprende que su misión —liberar a Israel— forma parte del mismo propósito eterno de Dios: elevar a Sus hijos. Así, el capítulo se convierte en un modelo para nosotros: aprender la verdad, enfrentar la oposición, discernir la luz del engaño y finalmente comprender quiénes somos y cuál es nuestra parte en la obra de Dios.


“¿Dónde Está Tu Gloria?”

Moisés 1, la Naturaleza de la Verdad y el Plan de Salvación

Daniel L. Belnap


Si bien el primer capítulo del libro de Moisés suele entenderse como una introducción al resto del libro, el capítulo en sí es un texto inclusivo centrado en la transformación de Moisés a través de tres encuentros separados con seres sobrenaturales. En cada encuentro se le enseña algo acerca del significado de la verdad y experimenta el poder que trae la comprensión de la verdad. Su ejemplo es particularmente instructivo a la luz de la doctrina de que “la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser” (D. y C. 93:24).

La primera sección de Moisés 1 contiene el encuentro de Moisés con Dios (véanse los vv. 1–11). La segunda es su confrontación con el adversario (vv. 12–23). La tercera y última sección registra su encuentro con Dios (vv. 24–41). En estos tres encuentros, Moisés se convierte en un tipo de todos los que buscan entender las cosas tal como realmente son.

El Primer Encuentro: Moisés y Dios

“La gloria de Dios estaba sobre Moisés.” El capítulo comienza con Moisés experimentando un cambio tanto en el tiempo como en el espacio al ser transportado a un monte sumamente alto, donde se nos informa de inmediato que la gloria de Dios está sobre Moisés (véase v. 2), permitiéndole estar en la presencia de Dios.

Aunque no se menciona explícitamente como tal, la gloria de Dios es un tema central en cada encuentro. El término proviene del latín gloria, que describe la manifestación física de luz alrededor de un objeto. La palabra griega doxa, traducida como gloria en el Nuevo Testamento, también describe el nimbo o halo de luz que rodea a un objeto o persona. De manera similar, el término hebreo Shekinah describe el nimbo divino de luz experimentado en la presencia de Dios.

En esta dispensación, el Profeta José Smith describe la gloria de Dios como “una columna de luz exactamente sobre mi cabeza, más brillante que el sol” (José Smith—Historia 1:16). Más tarde, en la dedicación del Templo de Kirtland, personas fuera del templo presenciaron lo que parecían ser fuego y luz cayendo sobre el edificio, tal como la Shekinah descendió sobre otros edificios sagrados en el Antiguo Testamento.

Si bien Shekinah describe perfectamente las manifestaciones físicas asociadas con la presencia de Dios, por sí sola no es la gloria de Dios. Conforme a Doctrina y Convenios 93:36, la gloria de Dios es inteligencia, “o, en otras palabras, luz y verdad.” La inclusión de la verdad como parte de la gloria de Dios se entiende en conexión con la definición de verdad proporcionada doce versículos antes: “La verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser” (v. 24). De manera similar, en Jacob 4:13 se nos dice que la verdad es “las cosas como realmente son y las cosas como realmente serán.” En ambos casos, la verdad se define como un estado seguro de ser, y debido a su énfasis en la realidad de la verdad, estas definiciones declaran que existe una diferencia entre la verdad, la forma en que realmente son las cosas, y la forma en que parecen ser. Así, la gloria de Dios incluye tanto la luz física representada por la experiencia tipo Shekinah, como también la verdad, la conciencia del modo en que realmente son las cosas, siendo esta última especialmente importante para Moisés en este capítulo.

“Tú eres mi hijo.” La primera verdad que Dios enseña a Moisés se encuentra en el versículo 4 de Moisés 1. Dios le dice a Moisés: “Tú eres mi hijo.” Esto puede parecer una revelación básica, pero es el fundamento sobre el cual se construyen las demás verdades dadas a Moisés. Esta declaración enfatiza la relación familiar entre Moisés y Dios y, al hacerlo, resume todo el plan de salvación. No solo habla de su herencia divina, sino también de su potencial para ser como Dios mediante la exaltación y, como tal, destaca su relación de convenio con Dios.

Si bien los términos padre e hijo a menudo se refieren a relaciones genéticas o biológicas, nuestro propio sistema legal moderno reconoce que la biología no es la única manera en que alguien puede ser hijo o hija. El principio de adopción reconoce que estas designaciones no tienen nada que ver con una relación genética. Los términos se usan en todo el antiguo Cercano Oriente para referirse a relaciones políticas y sociales. En el antiguo Israel, se utilizan para describir la relación de convenio entre Dios e Israel.

El apóstol Pablo enseña doctrina similar en Romanos 8:14, 16–17: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios… hijos de Dios: Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo.” Nuestra designación como hijos de Dios no está determinada solamente por nuestra línea genética, sino por nuestra dignidad de convenio. Ser dignos y seguir al Espíritu determina si somos o no sus hijos e hijas, lo cual a su vez señala nuestro derecho a recibir, por convenio, la herencia de Dios.

Al afirmar que Moisés es su hijo, Dios reconoce la fidelidad de Moisés y su condición de heredero, digno de estar en su presencia. La ironía del pasaje es que, según la tradición, Moisés fue criado en las cortes reales de Egipto, donde el concepto de la naturaleza divina del hombre se enseñaba de manera apóstata: el faraón era entendido como literalmente el hijo de la Deidad. Como resultado, Moisés se enfrenta desde el principio con el poder de la verdad, aprendiendo acerca de la verdadera naturaleza del hombre, algo que él “nunca había supuesto” (v. 10).

“Por tanto, mira.” Otra verdad se encuentra en el versículo 4: “Por tanto, mira, y te mostraré la obra de mis manos.” La palabra por tanto designa una relación importante con la cláusula siguiente. Debido a que Moisés es hijo de Dios, tiene el derecho de contemplar la obra de su Padre. Aunque la declaración del Padre se cumple literalmente unos versículos después, cuando Moisés ve en visión los límites físicos de esta tierra, así como a todos sus habitantes, las visiones son solo una de las maneras por las cuales se puede recibir revelación. El significado más amplio de la declaración e invitación de Dios es que Moisés tiene el derecho de recibir revelación.

Esta verdad sugiere que todos los hijos e hijas de Dios tienen el derecho de adquirir la verdad mediante la revelación. De hecho, la exhortación a buscar y adquirir conocimiento de Dios es una de las más comunes en las Escrituras. Además, al igual que la primera verdad, este principio también resume el plan de salvación. En Juan 17:3 leemos: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” El proceso por el cual uno obtiene este conocimiento salvífico se describe en Doctrina y Convenios 42:61: “Si pides, recibirás revelación sobre revelación, conocimiento sobre conocimiento, a fin de que conozcas los misterios y las cosas de paz—lo que trae gozo, lo que trae la vida eterna.”

Por supuesto, este conocimiento no se da sin esfuerzo. Alma declara que el conocimiento se concede tanto según la dignidad de uno para recibirlo como según la manera en que uno utiliza ese conocimiento: “Y al que no endurezca su corazón, a ése le es dada la mayor parte de la palabra, hasta que le sea dado conocer los misterios de Dios hasta conocerlos en su totalidad” (Alma 12:10). La adquisición de la verdad, por lo tanto, se determina por nuestra cercanía al Espíritu. Cuanto más dignos seamos del Espíritu Santo, más probable será que recibamos verdad.

Sin embargo, simplemente ser digno de recibir revelación no significa necesariamente que uno esté realmente recibiendo revelación. Así, las Escrituras recalcan la necesidad de pedir y buscar. Para llegar a ser un hijo o hija de Dios, debemos ejercer nuestro derecho de pensar y conocer como Él lo hace, algo que Moisés aprende a hacer.

“Tú estás en la semejanza.” Una tercera verdad que Moisés aprende se halla en el versículo 6: “Tengo una obra para ti, Moisés, hijo mío; y tú estás en la semejanza de mi Unigénito.” Esta verdad, como la segunda, se fundamenta en el entendimiento de que él es hijo de Dios. En este versículo es evidente que existe una relación entre la obra de Moisés y la obra de Cristo. Cristo “es y será el Salvador, pues está lleno de gracia y de verdad.” Esto sugiere entonces que, como Cristo, Moisés ha de ser un salvador, y por lo tanto alguien que necesita estar lleno de gracia y verdad.

Lo que significa exactamente la frase “gracia y verdad” es desconocido dado que el texto original de Moisés no está disponible; sin embargo, cláusulas similares se encuentran en el Antiguo Testamento de la Biblia del Rey Santiago. Pueden encontrarse al menos cinco pares de palabras que terminan con verdad: misericordia y verdad, benignidad y verdad, bondad y verdad, paz y verdad, y fidelidad y verdad. De estos pares, misericordia y verdad es el más común, mencionado diez veces. El texto hebreo del cual proviene esta traducción es hesed y ’emet. Mientras que la palabra hebrea común ’emet se entiende como equivalente a nuestra palabra verdad, el término hebreo hesed es mucho más difícil de traducir. Apareciendo más de cincuenta veces en el Antiguo Testamento, es una palabra que parece única del idioma hebreo y puede traducirse como misericordia, bondad o benignidad. Lo que se sabe sobre hesed es que parece estar relacionado con otra característica única de la religión israelita antigua: la relación de convenio con Dios. El término se usa como una característica de la naturaleza de Dios, refiriéndose específicamente a Sus obras en nuestro favor.

Es posible que “gracia y verdad” sea equivalente a hesed y ’emet, lo que sugiere que el concepto de gracia era entendido en el Antiguo Testamento como hesed. Si Cristo realiza la obra del Salvador porque posee tanto hesed como ’emet, entonces Moisés aprende que él debe poseer estos mismos atributos si también ha de realizar su obra. Mediante su liderazgo profético, Moisés está destinado a ser un salvador espiritual. Por lo tanto, también él debe cultivar los atributos de hesed y ’emet si ha de preparar a su pueblo para entrar en el descanso de Dios, hacer todo lo que pueda para santificar a su pueblo a fin de que vea el rostro de Dios, y proporcionar la ley que conducirá a la transformación espiritual.

“Y aconteció que Moisés miró.” A continuación, Moisés recibe una visión de la tierra y sus habitantes. La razón de esta visión se da en el versículo 7: “Esta cosa te muestro, Moisés, hijo mío, porque tú estás en el mundo.” Esta cosa es, en realidad, dos escenas: (1) el mundo y sus extremos, y (2) todos los hijos que han sido y serán creados. Según Dios, es debido a la condición mortal de Moisés que se le muestran estas cosas, aunque también se le recuerda su herencia divina al enfatizar Dios nuevamente su condición de hijo de Dios. La presentación visionaria también cumple la segunda y la tercera verdades, ya que la condición de hijo que tiene Moisés le da derecho a recibir la revelación necesaria, la cual también es una demostración tanto en la transmisión como en el contenido del hesed de Dios.

Después de que Moisés ve esta visión extraordinaria, “se maravilló en gran manera y se admiró: … Y al ser dejado a sí mismo, cayó a tierra… por el espacio de muchas horas” (vv. 8–10). Sin embargo, el efecto de la visión es mucho más que meramente físico. Como Moisés mismo declara: “El hombre no es nada, cosa que nunca había supuesto” (v. 10). Esta visión, y las verdades que condujeron a su presentación, ha alterado tanto las suposiciones que estructuraban su forma de pensar que lo lleva a una realidad consciente que “nunca había supuesto.” Curiosamente, a Moisés se le mostrarán exactamente las mismas escenas en su segundo encuentro con Dios, pero su perspectiva y entendimiento habrán cambiado nuevamente. Las diferencias entre los dos encuentros reflejarán los nuevos entendimientos de la visión que Moisés obtiene mediante su confrontación con el adversario.

El Segundo Encuentro: Moisés y Satanás

Después del retiro de Dios, Moisés se enfrenta al adversario, quien de inmediato le ordena que lo adore. La respuesta de Moisés comprende los siguientes trece versículos. Es importante notar que Moisés no sabe que la entidad que lo confronta es Satanás. Sin estar seguro de quién le habla, Moisés comienza su respuesta con las verdades que aprendió antes de Dios: “¿Quién eres tú? Porque he aquí, soy un hijo de Dios, a la semejanza de su Unigénito; ¿y dónde está tu gloria, para que yo te adore?” (v. 13).

Esta última pregunta se vuelve retórica cuando Moisés reconoce que, sea lo que sea o quien sea el que está frente a él, claramente no es Dios debido a la ausencia de gloria en ese ser: “Porque he aquí, no podría mirar a Dios a menos que su gloria viniera sobre mí… pero puedo mirarte a ti en el hombre natural” (v. 14). Aunque Moisés no sabe todas las cosas, el conocimiento obtenido mediante su experiencia previa ahora le resulta útil al enfrentarse a lo desconocido. Además, puede discernir diferencias gracias al poder revelador adicional del Espíritu Santo: “Bendito sea el nombre de mi Dios, porque su Espíritu no se ha retirado del todo de mí; de lo contrario, ¿dónde estaría tu gloria?, porque es tinieblas para mí” (v. 15). Su percepción de la oscuridad no proviene de sus sentidos físicos, sino del discernimiento proporcionado por el Espíritu. En otras palabras, Moisés sugiere que lo que ve con sus ojos y lo que comprende pueden, de hecho, ser dos cosas distintas.

Esta discrepancia se entiende mejor revisando la segunda mitad del encuentro en los versículos 19–23, cuando Satanás revela una personalidad poderosa, vengativa y destructiva. Aunque este suceso suele caracterizarse como un arranque de ira por parte del adversario, verlo de ese modo minimiza la experiencia. En cambio, se trata de una presentación calculada destinada a aterrar a Moisés hasta paralizarlo: “Y aconteció que Moisés empezó a temer en gran manera; y al comenzar a temer, vio la amargura del infierno” (v. 20). De manera similar, José Smith describe este aspecto del adversario en su propio relato, donde sintió que estaba a punto de entregarse a la destrucción total. En ambos casos, el ataque de Satanás tenía el propósito de aterrorizar al individuo con la esperanza de que abandonara su intento de acercarse a Dios. Que la estrategia fracase en ambos relatos no resta eficacia a este método. El miedo es una de las herramientas de persuasión más prominentes y poderosas de Satanás.

Esta segunda personalidad debe contrastarse con la primera personalidad que presentó ante Moisés, ya que la terrible y aterradora actitud surge solo después de que Moisés y Satanás ya habían entablado comunicación. La demanda de Satanás de que Moisés lo adore sugiere que su apariencia debió haber sido imponente. La declaración de Moisés en el versículo 15, de que las tinieblas se perciben solo mediante el espíritu y no con los ojos físicos, sugiere que Satanás había aparecido en una forma en la que la luz era físicamente discernible. En otra parte se nos dice que Satanás puede tomar la forma de un ángel de luz, falsificando la gloria de Dios al rodearse de un manto de luz. Para quienes dependen únicamente de sus sentidos físicos, verían a un ser notablemente similar a otros seres divinos. Este engaño crea un patrón de respuesta para otras situaciones engañosas en las cuales uno reacciona a la manera en que las cosas parecen ser en lugar de a la manera en que realmente son.

El deseo de Satanás de que no reconozcamos la verdad se refleja en su deseo de que Moisés lo adore. Aunque la palabra hebrea traducida como adorar en el Antiguo Testamento se refiere a la actividad física de inclinarse ante alguien, la palabra inglesa worship está compuesta por la raíz worth (valor) y el sufijo -ship. El sufijo denota el estado de un objeto o individuo; worth significa el valor reconocido de un objeto o persona. El sustantivo worship es entonces un estado de valor, la reverencia ofrecida a alguien en tal estado; mientras que el verbo to worship significa reconocer el valor del individuo. Ciertamente, al adorar reconocemos el valor de Dios respecto de nuestra salvación. Él es considerado digno debido a lo que puede proveernos. No obstante, al adorar a Dios también reconocemos Su valor intrínseco, independientemente de lo que Él nos otorgue.

En Alma 33:3, el profeta Zenós declara que adorar es orar. Esto describe no solo el rito frecuentemente asociado con la adoración, sino también el medio mediante el cual se reconoce el valor de Dios. Al orar y entrar en una relación personal con Dios, reconocemos tanto Su valor en nuestra salvación como Su valor personal como Ser individual. Además, porque la oración es el medio primario y fundamental de recibir revelación personal, es también el medio principal por el cual se da cualquier verdad, especialmente la verdad del valor intrínseco de uno mismo. Así, la oración se convierte en el medio principal por el cual comprendemos que Dios discierne también nuestro valor individual.

Esto es precisamente lo que Moisés sugiere en los versículos 15 y 16 cuando se destaca la relación entre la adoración y la verdad de nuestro ser: “Y puedo discernir entre tú y Dios; porque Dios me dijo: Adora a Dios;… Tú estás según la semejanza de mi Unigénito.” Moisés reconoce que es porque está en la semejanza de Cristo, un hijo de Dios, que Dios desea que adore y reconozca Su valor, demostrando así nuestra capacidad de obtener y comprender la verdad. El mandamiento de adorar está directamente vinculado a nuestra comprensión de quiénes somos realmente.

En este punto, Moisés sintetiza las verdades dadas anteriormente y extrapola la relación causal entre gloria y revelación. Debido a que la gloria de Dios ha reposado sobre Moisés, puede discernir entre Dios y Satanás, y desea mayor comunicación con Dios: “Y nuevamente Moisés dijo: No dejaré de invocar a Dios; tengo otras cosas que preguntarle; porque su gloria ha estado sobre mí; por tanto, puedo discernir entre Él y tú. Apártate de mí, Satanás” (v. 18). Es la gloria de Dios, particularmente la verdad revelada por el Espíritu Santo, la que da a Moisés los medios para ver a través de la luz superficial de Satanás hacia la oscuridad que hay debajo.

Moisés adora a Dios al buscarlo para aprender más verdad y llegar a ser más semejante a Él. Al reconocer que Satanás no puede hacer esto, Moisés le manda que se vaya. Al adorar a Dios incluso mientras es amenazado, Moisés demuestra que no solo conoce la verdad, sino que también sabe cómo usar la verdad y, por lo tanto, cómo ejercer el verdadero poder. En esto, entonces, manifiesta su herencia divina como alguien que conoce la verdad y cambia las cosas por el poder de la verdad.

El Tercer Encuentro: Moisés y Dios Nuevamente

Después de su confrontación con el adversario, en la cual aprendió a reconocer la diferencia entre la verdad y el engaño, Moisés nuevamente experimenta la gloria de Dios: “Y aconteció que cuando Satanás hubo partido de la presencia de Moisés, Moisés alzó sus ojos al cielo, estando lleno del Espíritu Santo, el cual da testimonio del Padre y del Hijo; y al invocar el nombre de Dios, vio otra vez su gloria, porque ésta estaba sobre él” (vv. 24–25). Aunque Moisés ya había experimentado la gloria de Dios anteriormente, su experiencia con el adversario lo prepara para recibir una verdad aún mayor.

“Bendito eres tú.” Dios comienza declarando que Moisés es bendito porque ha sido escogido: “Bendito eres tú, Moisés, porque yo, el Todopoderoso, te he escogido” (v. 25). Anteriormente se le había dicho a Moisés que podía recibir revelación porque era un hijo; ahora se le dice que es bendito porque es escogido. Aunque el término se usa para describir un estado general de estar bajo el favor del Señor, también se usa para describir a aquellos que han obtenido una promesa de exaltación al manifestar las mismas cualidades que Dios. Las Bienaventuranzas, por ejemplo, describen las promesas que conducen a la exaltación basadas en un conjunto de cualidades individuales que deben adquirirse.

Una persona que obtiene este estado bendito al manifestar cualidades divinas es Nefi, quien es informado: “Bienaventurado eres tú, Nefi, por las cosas que has hecho;… Y ahora, porque has hecho esto con tanta constancia, he aquí, te bendeciré para siempre” (Helamán 10:4–5). Andrew C. Skinner señala que este estado bendito se refiere a que la vocación y elección de Nefi han sido hechas seguras, recibiendo la promesa de vida eterna como resultado de su rectitud personal. Además, debido a que ha manifestado características divinas, Nefi recibe un poder semejante al de Dios: “Te haré poderoso en palabra y en obra, en fe y en obras; sí, que todas las cosas se harán contigo conforme a tu palabra” (Helamán 10:5).

Al igual que Nefi, Moisés obtiene un estado de bienaventuranza caracterizado por su recepción del poder de Dios: “Bendito eres tú, Moisés, porque yo, el Todopoderoso, te he escogido, y serás fortalecido más que muchas aguas; porque ellas obedecerán tu mandato como si tú fueras Dios” (v. 25). Este estado bendito llega solo después de la prueba con el adversario, cuando Moisés se probó a sí mismo y ejerció los dones divinos de la revelación. Su rectitud personal se demuestra en su dignidad para recibir y luego seguir al Espíritu Santo; por lo tanto, él, al igual que Nefi, es bendecido con el poder de Dios para controlar las aguas. Aunque el uso que Moisés hace de este poder recuerda de inmediato la división del Mar Rojo, el poder de Dios sobre las aguas también se manifiesta en la Creación de la tierra, como se explicará más adelante, iniciando así el medio por el cual Moisés puede comprender verdaderamente su obra.

“Tú librarás a mi pueblo.” Con el poder para llevar a cabo la obra asignada, a Moisés se le dan instrucciones más detalladas concernientes a esa obra: “Y he aquí, yo estoy contigo hasta el fin de tus días; porque librarás a mi pueblo de la esclavitud, aun a Israel mi escogido” (v. 26). Antes, simplemente se le había dicho que había una obra para él y que la obra estaba de algún modo conectada con el hecho de que estaba en la semejanza de Cristo. Ahora la obra es explicada, y él puede comenzar a entender cómo su obra está en semejanza de Cristo. Para el lector, se hace de inmediato evidente que es en la obra de liberación donde Moisés y Cristo verdaderamente se reflejan el uno al otro. Moisés procura transformar a los hijos de Dios mediante la liberación de las fuerzas del pecado y la impureza, como Cristo, y, al igual que Cristo, la obra de Moisés continúa a través de dispensaciones posteriores.

Asociada a esta obra hay una promesa en la que Dios declara que estará siempre con Moisés. Significativamente, esta promesa se da después de que Moisés experimentó una separación de la presencia de Dios y aprendió que, aunque la presencia física de Dios se hubiera retirado y la gloria ya no fuera visible, Dios seguía presente mediante Su Espíritu. Por tanto, el verdadero significado de esta promesa ahora puede ser plenamente apreciado por Moisés. El presidente Boyd K. Packer, al hablar sobre el tema de si los Apóstoles ven literalmente a Dios, dice que el testimonio del Espíritu es más fuerte que cualquier cosa presenciada físicamente. Como vemos en Moisés, los sentidos físicos pueden ser engañados y el conocimiento obtenido mediante ese engaño es defectuoso. El Espíritu, por otro lado, testifica de la verdad, revelando la manera en que las cosas realmente son, no como parecen ser. Es de esta manera que Moisés ahora comprende la declaración de Dios: “He aquí, yo estoy contigo” (v. 26).

Una verdad final se revela a Moisés dentro de la descripción de su obra. Al igual que Moisés, Israel también recibe la designación de “escogido.” Israel está compuesto por los hijos e hijas de Dios con todas las bendiciones y derechos correspondientes. Sin embargo, el registro bíblico sugiere que Israel rara vez vive de acuerdo con esos derechos y bendiciones. Aun así, Moisés debe conocer esta verdad, que Israel tiene condición de “escogido,” o tiene el potencial de serlo, para poder desempeñar correctamente su obra de liberación. Al igual que Cristo, quien realiza la Expiación porque sabe quiénes somos realmente, Moisés puede liberar a Israel porque sabe quiénes son realmente ellos.

“No había partícula de ella que no contemplara.” Después de la presentación de las verdades anteriores, Moisés nuevamente experimenta una visión de la tierra y sus habitantes, pero con una diferencia significativa: “Y Moisés dirigió su mirada y contempló la tierra, sí, aun toda ella; y no había partícula de ella que no contemplara, discerniéndola por el Espíritu de Dios” (v. 27). La información que Moisés recibe en este momento es asombrosa. Las investigaciones muestran que el cerebro humano es capaz de recibir solo una cantidad limitada de información antes de deshacerse de ella o de ignorar los estímulos. El cuerpo humano simplemente no puede manejar tanta información sensorial; de ahí la importancia del relato de Moisés: no solo percibe la tierra, sino también cada partícula que compone la tierra, mientras retiene su conciencia, lo que sugiere que no solo está viendo, sino también comprendiendo e interiorizando esta vasta cantidad de información.

Moisés puede experimentar esta inmensa cantidad de información al “discernirla por el Espíritu de Dios” (v. 27). Ya hemos visto que el Espíritu Santo desempeña un papel importante en la recepción de la verdad; ahora se muestra aquí como el medio por el cual Moisés puede experimentar la misma manera en que Dios ve la verdad. La capacidad de Moisés para aprender y entender ha aumentado, al igual que la resistencia física necesaria para experimentar tales revelaciones. A diferencia de antes, Moisés puede conservar su conciencia, aunque se le proporciona un conocimiento mayor. Su capacidad ampliada le permite comprender una cantidad de información que solo Dios puede comprender. En otras palabras, Moisés, habiendo sido informado de que tendría poder como Dios, ahora recibe la oportunidad no solo de saber, sino también de pensar y discernir como Dios. Se le concede entendimiento no solo del conocimiento mismo, sino del modo en que un ser divino percibe y comprende el cosmos. Al hacerlo, Moisés obtiene el poder de tal ser.

Las relaciones entre conocimiento, salvación y divinidad se describen mejor en palabras de José Smith, quien nos dice que “en el conocimiento hay poder.” En otra parte declara: “El hombre no se salva más rápido de lo que adquiere conocimiento.” Finalmente, José Smith enseña que “Dios tiene más poder que todos los demás seres porque Él tiene mayor conocimiento.” Así, el paso final para que Moisés comprenda verdaderamente su relación con Dios y la manera en que está en la semejanza de Cristo es experimentar no solo el conocimiento, sino el modo en que dicho conocimiento es percibido o entendido. Moisés aprende cómo Dios ve y, por lo tanto, puede ejercer el poder de Dios.

“Porque he aquí, esta es mi obra y mi gloria.” Este cambio de percepción impacta tanto a Moisés que lo lleva a preguntar: “Te ruego que me digas por qué son así estas cosas y por qué medio las has hecho” (v. 30). La pregunta se compone de dos peticiones: (1) el propósito detrás de la Creación (“por qué son así estas cosas”) y (2) cómo se llevó a cabo la Creación (“por qué medio las has hecho”). La respuesta de Dios constituye el resto del capítulo, de hecho, el resto del libro de Moisés.

La respuesta de Dios comienza en el versículo 31: “Por mi propio designio he hecho estas cosas. He aquí, la sabiduría permanece en mí.” Aunque Dios no explica aquí con detalle por qué ocurrió la Creación, sí revela que ocurrió “por mi propio designio.” Moisés obtendrá una mejor comprensión de esta respuesta más adelante en la conversación. La segunda petición también es respondida: “Y por la palabra de mi poder, las he creado, que es mi Hijo Unigénito, que es lleno de gracia y verdad” (v. 32). Esta respuesta resuena en Moisés, pues un lenguaje similar se utilizó para describirlo a él y la obra que se le asignó. Como Cristo, Moisés es hijo de Dios; como Cristo, posee el poder de Dios; como Cristo, su obra es creativa en su propósito; y finalmente, como Cristo, es porque es heredero de Dios que se le da la obra de creación y liberación.

Dios declara entonces que estas verdades no conciernen solo a este mundo, sino a todas las creaciones en las cuales Dios ha estado involucrado: “Y mundos sin número he creado; y también los he creado por mi propio designio; y por el Hijo los he creado, que es mi Unigénito” (v. 33). Aunque similar a la declaración acerca de esta tierra, esta afirmación refleja el número insondable de las creaciones de Dios. El mismo concepto se repite en el versículo 35: “Muchos mundos han pasado por la palabra de mi poder. Y muchos existen ahora, e innumerables son para el hombre.” Dios declara nuevamente en el versículo 37: “Los cielos son muchos, y no pueden ser contados por el hombre.” En cada caso, se enfatiza la inmensidad de las creaciones de Dios y, si se deja por sí sola, esta idea podría dejar la impresión de una separación incomprensible entre nuestra experiencia y existencia y las de Dios.

Este aparente abismo fue reconocido por Moisés en su primer encuentro con Dios, cuando percibió su propia insignificancia, su propia nada, a la luz del poder de Dios. Aunque se le dijo que era hijo de Dios, ese sentimiento de pequeñez y vaciedad fue lo que sintió cuando la gloria de Dios se retiró. Ahora, en el segundo encuentro con Dios, Moisés nuevamente enfrenta este abismo. Pero Moisés puede entender la paradoja entre la inmensidad de las creaciones de Dios y la conciencia individual de Dios de cada cosa pequeña porque él había experimentado algo similar cuando contempló la totalidad de esta tierra percibiendo cada partícula. Así, con base en su propia experiencia, Moisés puede comprender la afirmación de Dios después de cada declaración de Su innumerable creación: “Todas las cosas están contadas para mí, porque son mías y las conozco.… Están contadas para mí, porque son mías” (vv. 35, 37).

Con esto, Dios regresa y añade entendimiento a la primera respuesta: “Por mi designio.” En el versículo 39 le dice a Moisés: “Porque he aquí, esta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” Para este momento, el efecto acumulativo de verdad tras verdad permite a Moisés comprender las implicaciones de esta declaración. La naturaleza interminable de las creaciones y la conciencia de todas las cosas existen para llevar a cabo la exaltación del hombre. Este es Su propósito detrás de la Creación: llevar a otros al mismo estado que Él mismo posee. Esta obra culmina al reconocer que toda la humanidad, como Moisés, puede llegar a ser hijos e hijas escogidos y benditos de Dios. Al saber esto, Moisés puede entender cómo la obra de Dios no difiere, salvo quizás en escala, de su propia obra. Al experimentar la manera en que las verdades se acumulan unas sobre otras en sus encuentros, Moisés llega a entender exactamente lo que significa ser un hijo de Dios.

Y es en este punto donde Moisés 1 se vuelve aplicable para nosotros hoy, pues provee un modelo de experiencias para adquirir y comprender conocimiento que conduce a la salvación. Comienza con la recepción de verdades básicas, a saber, quiénes somos y qué debemos hacer, seguida de experiencias de adversidad y prueba donde esas verdades se ponen a prueba y se nos desafía a distinguir entre la manera en que las cosas parecen y la manera en que son. De esta forma, nuestra salvación se desarrolla mediante nuestra adquisición de conocimiento. Durante este proceso, entendemos que la promesa de Dios de que Él siempre está con nosotros es verdadera y que está dispuesto a darnos revelación en cualquier momento si permanecemos dignos. Finalmente, la superación de las pruebas de la mortalidad nos permite experimentar la vida eterna y la divinidad al saber quiénes somos realmente y cuál es realmente nuestra obra. Allí descubrimos que la obra que hemos estado realizando es, de hecho, la misma obra en la que Dios mismo está comprometido. Así, uno de los legados más importantes de Moisés es que todos pueden llegar a comprender a Dios y las verdades que definen esta existencia y, al hacerlo, comprender nuestra propia gloria.

 

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , , , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario