Conferencia Gemeral Abril 1955


La Humildad Edifica la Fe

Élder Eldred G. Smith
Patriarca de la Iglesia


Hermanos y hermanas, busco un lugar en su fe y sus oraciones. Esta es una experiencia que humilla, y espero que siempre apreciaré los honores y las bendiciones que se me han dado y que siempre apreciaré las bendiciones del Señor.

La otra noche apareció una caricatura en The Deseret News que mostraba al Tío Sam inundado por el contenido desbordado de un gran cuerno de la abundancia. El título decía: “¿No es ya tiempo de que contemos nuestras bendiciones?” Estos caricaturistas tienen el don de captar la esencia de una situación y retratarla de manera muy gráfica. Vivimos en una tierra bendecida por encima de todas las demás naciones; no solo una tierra escogida, sino también una generación escogida. Además de todos los lujos de la vida moderna, tenemos las bendiciones de la plenitud del evangelio. Hoy no tenemos la oposición física de dificultades y persecución que hubo en los primeros días.

La Iglesia está creciendo con mucha rapidez, y nuestros misioneros están teniendo un éxito asombroso. La gente del mundo se impresiona con los logros de la Iglesia. Pero, hermanos y hermanas, si aprendemos algo de la historia —y la historia es nuestra mejor maestra— aprendemos que nuestras condiciones favorables actuales pueden esconder un peligro. El presidente McKay mencionó algunos de estos peligros esta mañana. ¿Recuerdan lo que sucedía tan a menudo en el Libro de Mormón? Cuando el pueblo era justo, disfrutaba de prosperidad. Con la prosperidad venían un sentimiento de autosuficiencia y orgullo. Se olvidaban de reconocer al Señor como el Dador de todas sus bendiciones. Perdían su humildad. Solo cuando eran castigados y humillados volvían la rectitud y la prosperidad.

Gocemos de la prosperidad en la que vivimos, con humilde gratitud en el corazón, expresando nuestras gracias al Señor. Seamos humildes en todas nuestras oraciones. Cuidémonos del culto de labios. Recuerden cómo el Señor criticó a los hipócritas que oraban abiertamente para la gloria de los hombres. Él dijo:

“De cierto os digo que ya tienen su recompensa.”

No son siempre las palabras que usamos en la oración lo que cuenta tanto como el espíritu con que se dicen. Si somos verdaderamente humildes, reconoceremos la mano del Señor en todos nuestros esfuerzos rectos. Orar sin humildad es orar sin fe. Simplemente no se puede tener fe verdadera sin humildad. ¿Qué mejor ejemplo tenemos que la oración sencilla y humilde de un niño?

El presidente George Albert Smith contó una historia que creo que vale la pena repetir.

Se trataba de un niño de nueve años de edad al que iban a hacerle una operación seria. Cuando se preparaban para darle el anestésico, pidió a los que le atendían que oraran por él. Como no quisieron, dijo: “Si no pueden orar por mí, por favor esperen mientras yo oro por mí mismo.”

Le retiraron la sábana, y él se arrodilló sobre la mesa de operaciones, inclinó la cabeza y dijo: “Padre Celestial, soy un niño huérfano. Estoy muy enfermo. ¿No querrás, por favor, sanarme? Bendice a estos hombres que me van a operar para que lo hagan bien. Si tú me sanas, trataré de ser un hombre bueno. Gracias, Padre Celestial, por sanarme.”

Cuando terminó de orar, se recostó. Los ojos de los médicos y las enfermeras estaban llenos de lágrimas. Entonces dijo: “Estoy listo.”

La operación fue un éxito, y el niño se recuperó rápidamente.

El médico dijo después: “He operado a cientos de personas, hombres y mujeres que pensaban que tenían fe para ser sanados, pero nunca, hasta que estuve junto a aquel niñito, había sentido la presencia de Dios como la sentí entonces. Ese niño abrió las ventanas de los cielos y habló con su Padre Celestial como uno hablaría con otro, cara a cara. Soy mejor hombre por haber tenido la experiencia de oír a un pequeño niño hablar con su Padre en los cielos como si estuviera presente.”

La humildad es una de las cualidades que ayudan a edificar la fe. ¿Sería exitoso un misionero si no fuera humilde? Tiene que ser enseñable, con una mente receptiva antes de poder enseñar a otros, y para ser enseñable debe ser humilde. Y todos deberíamos ser misioneros.

Todos los requisitos de vivir el evangelio se vuelven más fáciles mediante la humildad.

Un joven me contó su experiencia al hacerse miembro de la Iglesia, experiencia que es típica de muchos en sus actividades al investigar la Iglesia. Dijo que los misioneros llegaron a la lección sobre la Palabra de Sabiduría. Tanto él como su esposa usaban tabaco. Cuando terminó la reunión y los misioneros se fueron, lo comentaron entre ellos y decidieron: “Bueno, si esto es lo que el Señor quiere y si esta es la Iglesia del Señor, lo intentaremos.” Dice que él no estaba particularmente preocupado por sí mismo, pensaba que podría hacerlo fácilmente; le preocupaba su esposa, ella nunca había intentado dejarlo antes. En cambio él lo había dejado varias veces. Después de probarse a sí mismo que podía dejarlo, por supuesto volvía al uso de los cigarrillos otra vez.

Pero dijo que en este caso sucedió exactamente lo contrario. Su esposa dejó el tabaco sin dificultad aparente, pero él tuvo una dificultad tremenda. Se puso nervioso e irritable. No podía descansar. Estaba malhumorado con sus compañeros de trabajo. No podía dormir de noche. Pero puesto que su esposa lo había dejado, no pensaba dejarse vencer por ella. Así que una noche llegó a estar tan inquieto, tan intranquilo que no podía dormir, y su esposa le sugirió que orara por ello. A él le pareció un buen chiste. Ridiculizó la idea de la oración; dijo: “Esto es algo que yo tengo que hacer. Nadie puede ayudarme en esto. Yo puedo hacerlo.”

Pero a medida que avanzaba la noche y había hecho todo cuanto podía para inducir el sueño y el descanso sin lograrlo, finalmente, desesperado, se humilló lo suficiente como para arrodillarse al lado de la cama y orar en voz alta. Según su propio testimonio, dijo que se levantó de su oración, se acostó, se durmió y nunca más ha sido tentado por los cigarrillos desde entonces. Perdió absolutamente el gusto por el tabaco. Dijo: “La Palabra de Sabiduría no fue para mí un programa de salud. Fue una lección de humildad.” Dijo: “Tuve que aprender humildad.” Eso fue lo que significó para él. Como ocurre con muchos de los requisitos de la Iglesia, tenemos que demostrar obediencia humilde.

Es una experiencia que humilla mirar al cielo y contemplar las estrellas —intentar simplemente contar todas las que uno puede ver a simple vista. A través de las edades, el hombre ha tratado de contarlas y, a medida que se han construido telescopios cada vez más grandes, el alcance ha aumentado hasta que reconocemos la absoluta imposibilidad de numerar todas las estrellas. ¡Qué pequeños somos entonces, cuando consideramos que Dios es el Señor y Creador del universo!

Basta pararse en el borde del Gran Cañón y sentir la propia insignificancia al contemplar la grandeza e inmensidad de la naturaleza, o ver las maravillas del Niágara y darse cuenta de la propia debilidad ante un poder tan grande.

Luego pregúntense, como David preguntó a nuestro Hacedor y Creador de todo: “¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?”

Sí, Dios se acuerda de usted y de mí porque somos Sus hijos. Él nos ha dado esta tierra y todo lo que tenemos: el aire mismo que respiramos, el alimento que comemos, la vida misma. Nos recompensa por toda buena obra. De nosotros mismos no somos nada. Hermanos y hermanas, no seamos autosuficientes. No olvidemos ser humildes ni reconocer al Señor, que es tan bueno con nosotros.

El rey Benjamín dijo a su pueblo:

“Y ahora bien, en primer lugar, él os ha creado, y ha conservado vuestra vida, por lo cual sois deudores a él.

“Y en segundo lugar, él requiere que hagáis lo que os ha mandado; porque si lo hacéis, inmediatamente os bendice; y por tanto, él os ha pagado. Y aún sois deudores a él, y lo seréis para siempre jamás; por tanto, ¿de qué tenéis que jactaros?

“Y ahora bien, os digo, ¿podéis decir algo de vosotros mismos? Yo os respondo: No. No podéis decir que sois ni aun como el polvo de la tierra; sin embargo, fuisteis creados del polvo de la tierra; mas he aquí, le pertenece a él que os creó.”

Mis hermanos y hermanas, no se enaltezcan en el orgullo de su corazón hasta el punto de olvidar al Dador de todas sus bendiciones. No permitan que la autosuficiencia espiritual les robe la humildad ante Dios. Reconózcanlo en todas las cosas. Que su fe sea sencilla e infantil.

En una ocasión:

“… los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?

“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,

“y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos.”

Que seamos, pues, humildes como un niño pequeño, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

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