Conferencia Gemeral Abril 1955


El Camino a la Vida Eterna

Presidente Joseph Fielding Smith
Del Consejo de los Doce Apóstoles


Mis buenos hermanos, hermanas y amigos, reconozco que esta es una posición muy importante y responsable; que nuestras palabras llegan a lugares cuya extensión no conocemos. Por lo tanto, es necesario que tengamos la guía del Espíritu del Señor, para que podamos hablar su verdad. Confío en que las pocas palabras que diga puedan encontrar eco en sus corazones y sean dictadas por el Espíritu del Señor.

Casi al final de un discurso de nuestro Señor y Salvador, muchos creyeron en Él. Está escrito: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31–32).

La única verdad que nos hace libres es la verdad del evangelio de Jesucristo. De hecho, toda verdad pertenece al evangelio de Jesucristo. Cuando nuestro Salvador fue llevado ante Pilato, Pilato lo interrogó y le preguntó si era un rey. Jesús respondió: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18:37).

Entonces Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38). Quizá al Salvador no se le dio tiempo para responder. Quizá permaneció en silencio, y desde entonces hasta ahora se han escrito volúmenes haciendo esa misma pregunta. La única respuesta verdadera que se ha dado fue la que el Señor dio al Profeta José Smith:

“Y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser” (D. y C. 93:24). En otras palabras, la verdad es aquello que perdura. Todo lo demás ha de perecer. Si esto es así, nos corresponde buscar la verdad—esta verdad de la que habló el Salvador que nos hace libres.

No toda verdad tiene el mismo valor o importancia. Algunas verdades son mayores que otras. La mayor verdad, o las mayores verdades, las encontramos en los fundamentos del evangelio de Jesucristo. Primero que todo, que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Redentor del mundo, quien vino a este mundo para morir para que los hombres pudieran vivir. Esa verdad debemos conocerla. Es mucho más importante saber que Jesucristo es nuestro Redentor, que Él nos ha dado los principios de la vida eterna, que saber todo lo que pueda adquirirse mediante la educación secular.

Es mucho más importante saber que el bautismo es para la remisión de los pecados, y que cuando se realiza debidamente por alguien que tiene la autoridad, la remisión de los pecados llegará; y que mediante el bautismo subsiguiente, el del Espíritu Santo, volvemos a la presencia de Dios nuestro Padre, finalmente, mediante la guía del Espíritu Santo.

Conocer el camino a la vida eterna es mucho más importante que todo el conocimiento que el mundo pueda dar. Encontramos ese camino en los principios sagrados que han sido revelados por última vez, y en las ordenanzas que se están realizando por última vez—es decir, en la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos—porque el evangelio nunca más será restaurado. Ha sido restaurado para permanecer. El Señor ha ordenado a sus siervos y les ha dado autoridad para ejecutar sus leyes, predicar su evangelio, clamar al arrepentimiento, llamar a los hombres a humillarse y recibir estos principios fundamentales de vida eterna.

El camino hacia la vida eterna está aquí. Los convenios que fueron prometidos y que conducen a ese gran don están aquí. Todos los hombres sobre la faz de la tierra tienen ahora el privilegio no solo del arrepentimiento, sino también de la remisión de los pecados mediante las aguas del bautismo, y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, y de recibir los convenios y obligaciones que fueron prometidos antiguamente y que los llevarán de regreso a la presencia de Dios, nuestro Padre.

Estas bendiciones son gratuitas. Son las verdades más importantes en todo el mundo. Hermanos y hermanas, las hemos recibido. Seamos verídicos y fieles, sin desviarnos ni a la derecha ni a la izquierda en la obediencia a los mandamientos del Señor, y mediante nuestro ejemplo, así como por precepto, sirvámosle, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

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