No Hay Mayor Gozo
Élder Oscar A. Kirkham
Del Primer Consejo de los Setenta
Confío en que el Señor estará conmigo y me bendecirá mientras me dirijo a ustedes. En la Tercera Epístola de Juan, en el versículo cuatro, se encuentran estas palabras:
No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad (3 Juan 1:4).
El mayor don que puede recibir un muchacho, al repasar las humildes experiencias de mi propia vida, es tener una buena guía, sentir una fe en Dios y disfrutar del evangelio de Jesucristo; recibir el don del Espíritu Santo y poseer dignamente el Santo Sacerdocio.
La otra noche vino un muchacho a nuestro hogar. Acompañaba a un sumo sacerdote. Eran nuestros maestros orientadores. El sumo sacerdote, al dirigirse a nosotros, dijo: “Hermano Kirkham, tenemos un pequeño mensaje para usted de parte de nuestro obispo en cuanto a nuestra religión.” Se dio el mensaje. Sentimos su espíritu. Era sencillo y sincero. Les agradecí; luego el sumo sacerdote se volvió hacia el muchacho de catorce años, un maestro del Sacerdocio Aarónico, y dijo: “John, tú ofrece una oración por el hermano Kirkham y su familia.” Estuvimos agradecidos y escuchamos, porque sabemos que no tenemos mayor gozo que saber que caminamos en la verdad.
Bajaba yo en el ascensor de nuestro edificio de oficinas el otro día cuando un joven me reconoció y dijo: “Esta es mi madre, hermano Kirkham. Acabo de regresar de mi misión. Ella ha trabajado continuamente por mí mientras he estado fuera. Ella me ha sostenido. Ella se aseguró de que mi cheque llegara cada mes para pagar mis gastos. Ahora, si el Señor lo permite, Madre irá a una misión. Yo pagaré sus gastos.” El mayor don que recibimos en la vida temprana es ser guiados en verdades sencillas y hacer la voluntad de nuestro Padre Celestial. Como nos dijo el presidente McKay esta mañana: “Nos ocupamos de esas cosas simples y vitales que nos ayudan.” Ese muchacho que encuentres esta noche o mañana en la mañana o al día siguiente, y lo que le digas y hagas por él, es de suma importancia.
Conozco a un muchacho en Iowa que un día estaba arando en un campo abierto. Él no sabía en ese momento que un caballero muy distinguido pasaba por allí, pero el hombre dijo: “El surco en ese campo abierto estaba arado tan recto que tuve que detenerme. ¿Tú araste el primer surco en este campo?” “Sí,” respondió él. “¿No te lo marcaron?” “No, señor.” Entonces mi amigo le dijo al muchacho: “Ararás muchas cosas rectas en la vida. Adiós.”
Pasaron varios años. Mi amigo volvió a Iowa. Fue recibido por un caballero, esta vez en un automóvil lujoso. “¿Recuerda haber estado por estos lugares hace unos doce años?” “Sí, tengo una nota aquí en mi libreta de un surco recto arado en un campo abierto por un muchacho.” “Bueno,” dijo el hombre, “no quiero que diga nada a estas personas acerca de este incidente, pero yo soy el alcalde de esta ciudad. Quiero decirle que yo estaba detrás de ese arado. Yo era ese muchacho. Usted siguió su camino aquel día, subiendo la colina. Lo que usted dijo mientras conversábamos sobre ‘el surco recto’ ha permanecido conmigo durante todos estos años. Quería que supiera que esas pocas palabras me han dado ánimo desde aquel día.”
Filosofamos; profundizamos en grandes verdades—estas cosas enriquecen nuestras vidas, pero aún así son las cosas sencillas las que resultan eficaces. No tenemos mayor gozo que oír que nuestros hijos andan en la verdad (3 Juan 1:4).
Que Dios nos bendiga para que este gozo sea siempre nuestro y para que siempre apreciemos las palabras sagradas del Señor tal como se dan en las Santas Escrituras y, con valor y sencillez, vivamos la verdad, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























