Conferencia General Octubre 1954

“…Por lo Tanto, Sois Verdaderamente Libres”

Élder Marion D. Hanks
Del Primer Consejo de los Setenta


Esta experiencia me hace sentir como un amigo mío, teniente de la Marina. Él había estado en la última guerra durante cuatro años, y cuando supo que estaban considerando su reingreso, envió un telegrama a la junta en el que dijo: “Deseo recordarles que pasé cuatro años en la última guerra, y sólo quiero que sepan que no deseo adelantarme a nadie más que quiera tener la experiencia.”

Estoy agradecido por muchísimas cosas esta mañana. Siempre estoy agradecido de estar en estos terrenos y en este edificio, pues la asociación diaria con ellos nunca ha disminuido su belleza ni los recuerdos que representan para mí. Estoy agradecido por las hermosas flores que adornan este estrado, porque muchos de nosotros aprendimos a amarlas y a amar lo que representan en las islas del mar; y estoy particularmente agradecido por la bendición del aloha o amor que motivó a las buenas personas que las enviaron.

Estoy especialmente agradecido esta mañana por la libertad. Como militar que tuvo la oportunidad en un conflicto armado de ayudar a defender esta nación, como joven estadounidense y como Santo de los Últimos Días, estoy agradecido por la libertad en la medida en que mi inteligencia y capacidad para entenderla me lo permiten.

Pero al verlos y considerarme a mí mismo, pienso en otro tipo de libertad que es aún más importante que aquella que disfrutamos aquí para reunirnos, enseñar y adorar. Esta libertad no tiene relación con muros de prisión ni con ningún otro aspecto de restricción física o privación. De hecho, puede ser empleada por alguien encerrado en el calabozo más profundo, sin dinero, hambriento y con mala salud. Por otro lado, puede estar ausente en alguien que no esté físicamente restringido, que tenga abundancia de riqueza, salud y prominencia. Pienso en la libertad que Jesús enseñó a ciertos descendientes de Abraham muchos siglos atrás. Después de enseñarles acerca de su Padre, les dio otra gran lección con estas palabras, muchos de ellos habiendo creído en Él:

Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos;

Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.

Le respondieron [airadamente, como ven, porque ya eran libres, ¿no es así?]: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie; ¿cómo dices tú: Seréis libres?

Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.

Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre.

Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. (Juan 8:31–36)

Hay una libertad diferente y superior incluso a la que gozamos hoy para reunirnos, enseñar y adorar. ¿Qué es? ¿Es, como algunos suponen, el derecho de hacer lo que nos plazca? ¿Encontramos esta libertad en la indulgencia, en la injusticia, en el pecado? ¿La hallamos al dar rienda suelta a las pasiones, a las emociones, a los apetitos, al pensamiento o acto injusto?

Esta libertad de la que habló Jesús no se acompaña de la injusticia ni es producto del acto perverso. Esta libertad, esta libertad que Él enseñó como la más importante para la humanidad, llega a aquellos que en rectitud tienen fe en Dios, aprenden Su ley y procuran entenderla, y que, obedeciéndola y con responsabilidad, buscan hacer Su voluntad.

Hay muchos entre nosotros, y en todo el mundo, jóvenes y mayores (aunque quizá demasiado a menudo confinamos la lección a los jóvenes) que tienen la idea de que la libertad, la libertad de la que hablamos, puede encontrarse en una libertad sin restricciones. Pero esta libertad que Jesús enseñó no es la libertad de la irresponsabilidad o la injusticia, sino la libertad que acompaña a la obediencia.

¿Es libre, por ejemplo, aquel esposo que, desleal a su esposa y familia y con lujuria en su corazón, se enreda en alianzas fuera de su propio hogar? ¿Es libre ese padre que, por descuidar a sus hijos, los aparta y no los ama ni les enseña? ¿Es libre ese hombre que odia a su prójimo y que no está dispuesto a perdonar las ofensas que su prójimo ha cometido contra él?

¿Es libre esa esposa y madre que no realiza los deberes de su hogar con gozo en su corazón, al reconocer que este es su gran llamamiento? ¿Es libre aquella mujer que dedica su tiempo a actividades sociales egoístas y de dudoso valor en lugar de dedicarse a su prójimo, a su comunidad, a su Iglesia, a su Dios, en servicio honesto, cuando hay tanto por hacer?

¿Es libre ese muchacho que juega con buenos hábitos, que hace trampa en la escuela, que no acepta el buen consejo y el amoroso consejo de sus padres, sino que, haciendo su propio camino obstinado (pues está en la edad en que cree saber más que ellos), escoge compañeros que están en el camino equivocado, va con ellos a sus actividades, quizá incluso robando a otros las cosas más preciosas que disfrutan? ¿Es libre la joven que piensa tan poco de sí misma que permite que la traten como si no valiera nada, o que habla con lengua malvada acerca de sus amigas o conocidos; que no acepta consejo, que no quiere ser servicial ni humilde en el hogar?

La respuesta obvia es que estas personas no son libres. Es cierto que tienen el derecho de elegir, pero violan su albedrío al escoger aquello que les niega la misma libertad que Dios desea que Sus hijos disfruten; porque ¿cómo se logra esta libertad?

Permítanme citar dos o tres versículos de las Escrituras. Además de las palabras del Señor que nos dicen que la verdad nos hace libres, Él dijo también, como se registra en Doctrina y Convenios, el libro sagrado de la Restauración:

Yo, el Señor Dios, os hago libres, por lo tanto sois verdaderamente libres; y la ley también os hace libres. (D. y C. 98:8)

Y Él nos dijo, como lo registró Juan cuando estuvo entre los hombres:

Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado.

Permaneced en mí, y yo en vosotros…

…porque separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:3–5)

Y el salmista cantó: “Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos.” (Salmo 119:45)

Y nuevamente, Santiago:

Mas el que mira atentamente en la ley perfecta, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace. (Santiago 1:25)

Y finalmente, y quizá lo más importante, del libro de 2 Corintios esta simple declaración:

…donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. (2 Corintios 3:17)

Mi humilde testimonio es que la verdadera libertad no es irresponsabilidad ni licencia, sino que la verdadera libertad acompaña la fe en Dios, la comprensión de Su palabra y la obediencia a ella. (Y cada uno de nosotros, creo, conoce personalmente la diferencia entre la libertad de la fe y la obediencia, y la esclavitud del pecado.)

Dios nos bendiga para que, al procurar aprender los maravillosos principios del evangelio, comprendamos que aquel que no quiere perdonar en su corazón, aquel que no quiere ser limpio, aquel que no quiere buscar conocer las verdades del Señor y aplicarlas no sólo a la obediencia que es una palabra, sino a la obediencia que es una forma de vivir, no es libre.

Dios nos bendiga para que tengamos fe, para que aprendamos Su palabra y la vivamos, a fin de que tengamos Su Espíritu con nosotros, porque “…donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.” (2 Corintios 3:17) En el nombre de Jesucristo. Amén.

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