Conferencia General Octubre 1954

“¡A Vuestras Tiendas, Oh Israel!”

Élder Hugh B. Brown
Asistente del Consejo de los Doce Apóstoles


Mis queridos hermanos y hermanas: El obispo Carl Buehner y yo, al ser los primeros en hablar en esta conferencia, somos quizá un poco como dos muchachos que acaban de salir del sillón del dentista. A través de nuestras lágrimas miramos con lástima a aquellos que están en la sala de espera aguardando su turno.

Todos hemos sido inspirados esta mañana por el conmovedor llamamiento de nuestro Presidente y por los informes que hemos escuchado. Todos hemos sido alentados en nuestra labor. Espero que lo que voy a decir no parezca una nota discordante. El presidente McKay concluyó con estas palabras: “Que la lealtad al convenio matrimonial impregne el hogar”. Nosotros, que tenemos el privilegio de hablar y estamos investidos de la responsabilidad de hacerlo en las conferencias generales de la Iglesia, nos preguntamos durante meses sobre qué aspecto del evangelio, sobre qué tema debemos hablar. A causa de cierta labor que se me ha pedido realizar, sólo hay un tema en el que puedo pensar, y para el cual estoy muy pobremente calificado.

Como introducción, permítanme leer algunas Escrituras que considero pertinentes:

Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él Gén. 2:18

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.

Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos y henchid la tierra Gén. 1:27–28

Y en otra Escritura:

Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer;

y los dos serán una sola carne…

Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre Marcos 10:7–9

Y otra vez:

Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón 1 Cor. 11:11

El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. Pablo habla:

Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor.

Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia Efes. 5:22,25

Por cuanto muchos de los aquí congregados son poseedores del sacerdocio, recuerdo a todos que nos sometemos al Señor en justicia y a causa de la justicia. Este requisito de que las esposas se sujeten a sus maridos presupone justicia en los maridos.

En la gloria celestial hay tres cielos o grados;

y para obtener el grado más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [que quiere decir el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio];

y si no lo hace, no puede obtenerlo D. y C. 131:1–3

En las Escrituras del Antiguo Testamento, el profeta dijo en una ocasión: “… ¡A tus tiendas, oh Israel!” 1 Rey. 12:16 y otra vez: “Ensanche el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas” Isa. 54:2 refiriéndose a sus tiendas o hogares y a su necesidad de apoyo.

En todo el mundo hoy hay confusión, aprensión, peligro. En nuestra propia tierra estamos gastando miles de millones para fortificar y defender nuestro país y proteger nuestros hogares. No sólo estamos acumulando armamentos y bombas atómicas y otros instrumentos de guerra, sino que también estamos construyendo un sistema de radar, a gran altura y a lo ancho del continente, extendiéndose a través de Canadá y hasta el Círculo Ártico, todo ello con la idea básica de defender nuestros hogares.

A veces nosotros, como individuos, nos sentimos débiles e indefensos ante todo esto y nos preguntamos qué podríamos hacer para ayudar. Permítanme llamar su atención al hecho de que, precisamente en la ciudadela interior de nuestro sistema defensivo, el hogar, que es el verdadero baluarte de nuestra fuerza y solidaridad, allí mismo el enemigo está haciendo incursiones que realmente dan miedo. En lo que tengo que decir sobre este tema, espero que nadie sienta que estoy reprendiendo, culpando o condenando. Creo comprender, debido a experiencias recientes, que hay muchas víctimas inocentes de la deserción y la traición. Mi corazón se conmueve por muchas mujeres encantadoras que han quedado para criar solas a sus hijos, y ciertamente a ellas les dirigimos una palabra de aliento y rogamos las bendiciones de Dios sobre ellas para que se les conceda fuerza a fin de sobrellevar esta carga adicional. Y sin embargo, debemos decir algunas cosas sobre este mal—su origen y su posible conquista.

En el último número [octubre de 1954] de Reader’s Digest, se hace la sorprendente declaración de que “mil veces cada día en los Estados Unidos cae el mazo de un juez y, con dos palabras, ‘divorcio concedido’, termina la historia de amor de alguien”. Y permítanme añadir: algún hogar se convierte en baja. ¡Mil de ellos al día en los Estados Unidos, 365,000 al año! Permítanme decir, con pesar, que los estados de la región Intermountain, en esta lista, están por encima del promedio en el número de divorcios concedidos. Permítanme también decir que aun entre aquellos que se han casado en el templo, la serpiente que hizo su primera aparición en el Jardín de Edén Gén. 3:1 se arrastra y continúa su intento de separar al hombre y a la mujer en contra del decreto de Dios de que fueran una sola carne.

Según las estadísticas, hay un divorcio por cada tres matrimonios en los Estados Unidos. ¿Qué pensaríamos si el 33 1/3 por ciento de todos los barcos que zarpan al océano estuvieran condenados al naufragio y al fracaso? ¿Y qué haría la junta directiva de la compañía si la causa de ese fracaso pudiera rastrearse hasta el capitán y el primer oficial, que no podían ponerse de acuerdo ni trabajar juntos? Muchos divorcios comienzan antes del matrimonio.

Nosotros, que luchamos con este problema, hemos rastreado algunas de las causas y, en muchos casos, nos llevan de regreso a los hogares de la niñez de las parejas jóvenes que ahora son divorciadas. Creemos, hermanos y hermanas, como se ha dicho tan elocuentemente esta mañana, que un ejemplo y una instrucción adecuados de los padres en el hogar ayudarían a contener esta marea de divorcio. Los padres deberían enseñar a sus hijos, por ejemplo y por precepto, la santidad del convenio matrimonial; deberían enseñarles que no hay gozo en todo el mundo comparable al gozo que proviene de un matrimonio feliz. Pero, como todas las bendiciones, este gozo está supeditado a la obediencia a la ley.

Los padres que no enseñan a sus hijos ni demuestran ante ellos lo que el matrimonio feliz puede significar y de hecho significa, están sembrando donde sus hijos habrán de segar. Si fallan en esto, se pondrá en operación el antiguo edicto; a saber: los pecados de los padres serán visitados sobre los hijos Éx. 20:5 Moisés 6:54

Los padres deben enseñar a sus hijos varones que no hay libertad sino por medio de la obediencia a la ley. Los niños deben ser criados en hogares disciplinados donde las reglas se obedezcan y se respeten los derechos de los demás. Los padres deben “reprender con severidad en el momento oportuno” y luego mostrar un aumento de amor D. y C. 121:43 El niño que es mimado en el hogar esperará ser mimado después de casado. Entre las semillas del divorcio, una de las más prolíficas es la sobreindulgencia. Esta crece hasta convertirse en un egoísmo extremo.

Hay ciertas debilidades en todos nosotros que decimos que son inherentes. No intentaré enumerarlas, pero me referiré a una o dos que hombres y mujeres deberían reconocer en sí mismos y vencer antes de que su cónyuge las descubra y las magnifique.

Pienso ahora en el dominio propio. Muchos de los casos que reviso comenzaron con apetitos y temperamentos incontrolados, que a menudo llevan a la crueldad, tanto mental como física. Cuando se está en un arranque de ira, la lengua puede ser venenosa. El apóstol Santiago dijo: “… es un mal turbulento, lleno de veneno mortal” Sant. 3:8 Eso es sólo potencial, pero muchas veces es real. La lengua con la que decimos nuestras oraciones y empeñamos nuestra palabra a veces se usa para herir a aquellos a quienes más amamos. “Los niños que vuelan cometas recogen sus aves de blancas alas; no podemos hacer eso cuando estamos volando palabras”.

Una pareja de mediana edad, en la granja, tuvo una violenta disputa a la hora del desayuno. Más tarde durante el día salieron en el carruaje, con un excelente par de caballos, para ir a la ciudad a vender sus verduras y huevos. Mientras los caballos trotaban, Mary dijo: “Juan, ¿por qué no podemos viajar juntos como estos caballos? Ellos no riñen ni pelean”. Juan dijo: “Mary, podríamos, si sólo hubiera una lengua entre nosotros”.

¡Oh, las cosas crueles que decimos a quienes amamos!

Tenemos palabras amables para el extraño
y sonrisas para el huésped ocasional,
¡mientras que a los nuestros,
a quienes más amamos,
a menudo les damos el tono amargo!

Por supuesto, y esta es la parte más triste de lo que tengo que decir, hay intrusos malignos, pecados más mortales, que atacan el mismo cimiento de nuestros hogares. La infidelidad, el falso sustituto del amor, es la influencia más desintegradora que puede entrar en la vida de un hombre. Es para el hogar lo que la traición es para la nación. La lujuria es fatal para el amor. A veces hace que hombres en servicio militar destruyan el hogar mismo que estarían dispuestos a defender hasta la muerte en el campo de batalla.

En U.S. News and World Report hay un artículo sobre “Por Qué los Adolescentes Se Descarrian”. El divorcio ocupa un lugar destacado en esa lista, y se informa que la mitad de todos los criminales adultos comienzan como delincuentes juveniles, y que la mayoría de los delincuentes juveniles provienen de hogares rotos. Que las personas que están considerando el divorcio se detengan a considerar las posibles consecuencias.

Pero pensemos en algunos aspectos positivos de este tema. Me gustaría hablar por un minuto a los jóvenes que tal vez estén escuchando: decirles que, aunque este enemigo existe, y aunque tendrán que enfrentar situaciones en las que deberán afrontar y vencer dificultades, pueden disciplinarse y prepararse para esta experiencia gloriosa con la misma promesa de éxito que espera a la persona bien preparada y disciplinada en cualquier campo de actividad. El matrimonio es la vida en acción.

Hablo, primero, del amor. No estoy pensando en ese aleteo del corazón o en el parpadeo de las pestañas que ustedes, los jóvenes, pueden identificar como tal; eso bien puede ser el principio del amor, pero estoy pensando en el amor que “es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece… no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; el amor que todo lo sufre, todo lo soporta, el amor que nunca deja de ser” 1 Cor. 13:4–5,7–8 Y les recuerdo que el Maestro, que amó más que nadie, fue quien más soportó y probó su amor por medio de su paciencia y sufrimiento. Sí, “en los cielos hay amor, cuando hay amor en el hogar” (There is beauty all around, when there’s love at home).

Hablo después de la oración. El esposo que se arrodille cada día en el hogar y dé gracias a Dios por su esposa y enumere sus virtudes en su súplica para que se asienten en el haber del balance familiar, pasará por alto o ni se percatará de sus pequeñas debilidades—nunca buscará los tribunales de divorcio. La mujer que se arrodille con sus hijos en el hogar y agradezca humildemente a Dios por un padre y esposo bondadoso, amoroso y maravilloso, aun cuando a veces esa oración sea solamente un anhelo, sin embargo, imprimirá en el alma de los hijos una imagen y mantendrá ante ellos un ideal que tratarán de realizar en sí mismos. Citando a la hermana Benson en el programa de televisión recientemente: “La familia que ora unida, permanece unida”.

Jóvenes de la Iglesia, lean la sección setenta y seis de Doctrina y Convenios D. y C. 76:51–62 Aquí está el premio que pueden ganar y disfrutar con la ayuda de Dios. Ustedes, que han sido bautizados y reciben el Espíritu Santo, ustedes que tienen testimonios de Jesús, que guardan los mandamientos y vencen por la fe, y son sellados por el Espíritu Santo de la promesa, llegarán a ser sacerdotes y reyes del Altísimo y morarán en la presencia de Dios y de Jesucristo por los siglos de los siglos.

Vuestros cuerpos llegarán a ser celestiales, cuya gloria es la del sol D. y C. 76:70 Tendréis gozo en vuestra posteridad aquí, eterna unión y asociación familiar en lo porvenir, inmortalidad, vida eterna y aumento eterno.

Que Dios nos ayude a vestirnos de toda la armadura de Dios, teniendo nuestros lomos ceñidos con la verdad, y vestida la coraza de justicia, el escudo de la fe, la espada del Espíritu Efes. 6:11–17 D. y C. 27:15–18 y que avancemos en el temor de Dios para proteger nuestros hogares. Sí, a vuestras tiendas, o hogares, oh Israel; alargad las sedosas cuerdas del amor y fortaleced las estacas de la fe y la rectitud, para la gloria de Dios y nuestra propia salvación, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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