No se turbe vuestro corazón

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Expiación, libre albedrio, responsabilidad


Se verificó la Expiación, la cual perpetuamente nos ofrece la amnistía de las transgresiones y de la muerte siempre que nos arrepintamos. El arrepentimiento es lo que nos libera; es la llave con la cual abrimos las puertas de la prisión por dentro. La llave esta en nuestro poder y tenemos el libre albedrío para usarla.

El Señor salía de Getsemaní y le aguardaba su crucifixión. En el momento de la traición, Pedro levantó su espada contra Malco, siervo del sumo sacerdote. Entonces Jesús dijo a Pedro:

“Vuelve tu espada a su lugar . . . ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que el no me daría mas de doce legiones de ángeles?” (Mateo 26:52-53.)

Durante todo el escarnio, el maltrato, los azotes y la tortura final de la Crucifixión, el Señor permaneció en silencio y sumiso, excepto durante un momento impresionante que revela la esencia misma de la doctrina cristiana. Me refiero al momento durante el juicio en que Pilato, ya preso del miedo, le dijo a Jesús:

“¿A mi no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Juan 19:10).

Uno puede sólo imaginar la solemne majestad del Señor cuando respondió:

“Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba.” (Juan 19:11.)

Lo que sucedió después no fue el resultado de la autoridad de Pilato, sino de la disposición del Señor para aceptarlo:

“ . . . yo pongo mi vida”, dijo el Señor, “para volverla a tomar.
“Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.” (Juan 10: 17-18.)

Antes de la Crucifixión y después de ella, muchos hombres han dado su vida voluntariamente en verdaderos actos de heroísmo, mas nadie se ha enfrentado con lo que el Cristo soporto, ya que Él sobrellevó la carga de todas las transgresiones del genero humano: todos los pecados humanos.

De ello dependía la Expiación. Merced a este acto de su voluntad, se harían compatibles la misericordia y la justicia; se sostendría la ley eterna y se produciría esa mediación sin la cual los seres mortales no podrían ser redimidos.

El Señor, por su propia voluntad, aceptó el castigo por toda la humanidad, por la suma total de toda la maldad; por la brutalidad y la inmoralidad; por la perversión, la corrupción, los enviciamientos, las matanzas, las torturas y el terror; todo lo malo que se había hecho y todo lo malo que habría de hacerse en esta tierra.

Al así escoger, se enfrentó con el tremendo poder del maligno, poder que no esta limitado a la carne ni sujeto al dolor mortal. Me refiero al Getsemaní.

La forma en que se forjó la Expiación es algo que desconocemos. Ningún mortal fue testigo de cuando el mal se apartó y se escondió avergonzado ante la luz de ese Ser puro.

Ni siquiera el peso de toda la maldad pudo apagar esa luz. Cuando se hubo verificado el hecho, el rescate se había pagado. Tanto la muerte como el infierno cedieron su derecho sobre todos los que se arrepintieran. Por fin, los hombres eran libres; y así, toda alma que hubiera vivido y que viviera podía escoger tocar esa luz y ser redimida.

Gracias a ese sacrificio infinito, mediante esa expiación de Cristo, “todo el genero humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio” (véase el tercer Articulo de Fe).

En el idioma ingles, el termino empleado por expiación (atonement) significa “ser uno con Dios o reconciliarse con Él”. El termino “reconciliación”, hablando de la expiación de Cristo, apenas se menciona en el Nuevo Testamento. En su epístola a los romanos, Pablo dice:

“ . . . Cristo murió por nosotros.

“ . . . fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.

“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación. “ ( Romanos 5: 8, 10 11; cursiva agregada.)

Resulta interesante observar que pese a la importancia de esa palabra, casi ni se menciona en la totalidad del Nuevo Testamento. No es que sea una palabra desconocida, pues aparece repetidamente en el Antiguo Testamento en relación con la ley de Moisés, pero no en el Nuevo Testamento. Es algo que me llama poderosamente la atención. *

Se me ocurre una sola explicación, la cual encontramos en el Libro de Mormón.

Nefi testifica que la Biblia, al principio, “contenía la claridad del evangelio del Señor, de quien dan testimonio los doce apóstoles” (I Nefi 13:24).

Mas adelante agrega:

“Y después que las palabras proceden por la mano de los doce apóstoles del Cordero, de los judíos a los gentiles, tu ves la fundación de una iglesia grande y abominable, que es la más abominable de todas las demás iglesias, pues, he aquí, ha despojado el evangelio del Cordero de muchas partes que son claras y sumamente preciosas, y también ha quitado muchos de los convenios del Señor.” ( I Nefi 13:26.)

Jacob describió la iglesia grande y abominable de la siguiente manera:

“De modo que quien pugne contra Sión, tanto judío como gentil, esclavo como libre, varón como hembra, perecerá; pues son ellos los que constituyen la ramera de toda la tierra; porque aquellos que no son conmigo, contra mí son, dice nuestro Dios.” (2 Nefi 10:16.)

Y Nefi dijo:

“ . . . a causa de las muchas cosas claras y preciosas que se han quitado del libro… muchísimos tropiezan, sí, de tal modo que Satanás tiene gran poder sobre ellos.” (1 Nefi 13:29.)

Y entonces profetizó que las cosas preciosas serian restauradas (1 Nefi 13:34-35)

Y, efectivamente, esas cosas claras y preciosas se han restaurado. En la versión en ingles del Libro de Mormón, la palabra expiación en cualquiera de sus formas aparece cincuenta y cinco veces [cuarenta y dos en español]. Cito apenas un versículo de Alma:

“Ahora, no se podría realizar el plan de la misericordia salvo que se efectuase una expiación; por tanto, Dios mismo expía los pecados del mundo, para realizar el plan de la misericordia, para apaciguar las demandas de la justicia, para que Dios sea un Dios perfecto, justo y misericordioso también.” (Alma 42:15: cursiva agregada.)

Esa misma palabra, que casi ni aparece en el Nuevo Testamento, en sus diferentes formas y tiempos verbales se encuentra varias decenas de veces en el Libro de Mormón. ¿Que mejor testimonio de que el Libro de Mormón es en realidad otro testamento de Jesucristo?

Y eso no es todo, ya que contando todas sus derivaciones, la palabra expiación en ingles se menciona once veces en Doctrina y Convenios [cinco en español] y tres en la Perla de Gran Precio [dos en español]; una gran suma de referencias de trascendental importancia. Pero tampoco ahí termina el asunto, pues hay cientos de otros versículos en los que se explica la Expiación.

El Señor pagó el precio del sacrificio expiatorio sin compulsión, pues el libre albedrío del hombre es un principio soberano y, de acuerdo con el plan, se le debe respetar. Así fue desde el principio mismo, desde Edén.

“El Señor le dijo a Enoc: He allí a estos, tus hermanos; son la obra de mis propias manos, y les di su conocimiento el día en que los cree; y en el huerto del Edén le di al hombre su albedrío.” (Moisés 7:32.)

Aparte de lo demás que aconteció en Edén, en el momento crucial. Adán tomó una decisión.

Tras haber mandado a Adán y a Eva fructificar y multiplicarse, y no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, el Señor dijo:

“No obstante, podrás escoger según tu voluntad, porque te es concedido; pero recuerda que yo lo prohibo, porque el día en que de él comieres, de cierto morirás.” (Moisés 3:17.)

Se estaban manejando cosas demasiado importantes para introducir al hombre en la vida mortal a la fuerza. Ello hubiera contravenido la ley fundamental del plan. Este determinaba que todo hijo espiritual de Dios recibiría un cuerpo mortal y sería probado. Adán comprendió lo que tenía que hacer y lo hizo.

“Adán cayo para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo.” (2 Nefi 2:25.)

Entonces Adán y Eva comenzaron a fructificar y a multiplicarse como se les había mandado. La creación de sus cuerpos a la imagen de Dios, como una creación separada, fue un componente vital del plan, y su caída ulterior fue esencial para la existencia de la vida mortal y la continuación del plan.

Jacob describió lo que les habría sucedido a nuestros cuerpos y espíritus sin una Expiación de naturaleza infinita. Habríamos llegado a ser como el diablo (2 Nefi 9:7-9).

Rara vez empleo la palabra “absolutamente”; pocas veces encaja. Pero ahora si la utilizo: dos veces. Debido a la Caída, la Expiación se hizo absolutamente imprescindible para que tuviera lugar la resurrección y la superación de la muerte física.

La Expiación era absolutamente necesaria para que los hombres se vieran limpios del pecado y vencieran la segunda muerte, o sea, la muerte espiritual, la cual los separaría de su Padre Celestial. Pues las Escrituras nos dicen varias veces que nada impuro puede entrar en la presencia de Dios.

Esas palabras sagradas: “ . . . podrás escoger según tu voluntad, porque te es concedido” (Moisés 3:17), introdujeron a Adán y a Eva y a toda su posteridad a todos los riesgos de la vida mortal. En esta, tenemos la libertad de elección y cada elección engendra su consecuencia. La decisión de Adán puso en efecto la ley de la justicia, la cual requería que el castigo por la desobediencia fuera la muerte.

Pero aquellas palabras pronunciadas en el juicio del Señor: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19: 11), demostraron que la misericordia era de igual valor. Entonces se envió un Redentor para saldar la deuda y liberar al hombre. Eso era el plan.

Coriantón, el hijo de Alma, considero injusto el que el pecado fuera penado y que hubiera necesidad de un castigo.

En una sabia y juiciosa lección, Alma le enseñó a su hijo y, por consiguiente, a nosotros, el plan de redención.

Refiriéndose a la Expiación, Alma dijo:

“Mas cl arrepentimiento no podía llegar a los hombres a menos que se fijara un castigo.” (Alma 42:16.)

Si el castigo es el precio que reclama el arrepentimiento, por cierto que es un precio módico. Las consecuencias, aun las dolorosas, nos protegen, del mismo modo que el llanto de dolor producido por la llama de fuego cuando un niño acerca su mano a este lo protege de ser consumido.

Confieso sin reparo que yo no podría tener paz, ni felicidad ni seguridad en un mundo sin arrepentimiento. No sé que haría si no tuviera manera de borrar mis pecados.

La agonía seria mas fuerte que mi capacidad de resistencia. Tal vez en vuestro caso sea diferente, pero no en el mío.

Se verifico la Expiación, la cual perpetuamente nos ofrece la amnistía de las transgresiones y de la muerte siempre que nos arrepintamos. El arrepentimiento es lo que nos libera; es la llave con la cual abrimos las puertas de la prisión por dentro. La llave esta en nuestro poder y tenemos el libre albedrío para usarla.

¡Cuán inestimable es la libertad!, ¡Cuán inmensamente valioso es el albedrío del hombre!

Lucifer astutamente juega con lo que escogemos hacer, tratando de engañarnos en cuanto al pecado y sus consecuencias. El y sus ángeles nos tientan para que seamos indignos y aun malvados. Pero no puede, a lo largo de la eternidad, ni con todo su poder, destruirnos por completo; no puede hacerlo sin nuestro consentimiento. Si el libre albedrío hubiera venido al hombre sin la Expiación, habría sido un don fatal.

En Génesis, en Moisés, en Abraham, en el Libro de Mormón y en la investidura, se nos enseña que el cuerpo mortal del hombre fue hecho a la imagen de Dios en una creación aparte. Si la Creación hubiera seguido un proceso diferente, no habría habido una Caída.

Si los hombres fueran animales, la lógica favorecería la libertad sin responsabilidades.

Bien sé que entre los eruditos hay quienes pretenden encontrar el origen del hombre entre los animales y las piedras. No buscan dentro de sí mismos para encontrar allí su espíritu. Todo lo miden en base al tiempo, en base a miles y a millones, y sostienen que estos animales llamados hombres llegaron a existir por casualidad. Tienen el derecho de pensar como quieran, pues tienen el libre albedrío.

Pero también nosotros lo tenemos. Elevamos la mirada y en el universo encontramos las obras de Dios; y medimos las cosas en base a las épocas, en base a eones, a dispensaciones y eternidades. Las muchas cosas que no sabemos aceptamos por fe.

Mas esto si sabemos: que todo fue planeado antes de que el mundo fuese. Los acontecimientos acaecidos desde la Creación hasta la escena final no son una mera coincidencia, sino que son el resultado de una elección. Así fue planeado.

También sabemos esta sencilla verdad: Si no hubiera habido Creación, ni Caída, no habría existido la necesidad de ninguna Expiación ni de un Redentor que intercediera por nosotros, y así no habría sido necesario el Cristo.

La sangre del Salvador se derramo en Getsemaní y en el Gólgota. Siglos antes se introdujo la Pascua judía como un símbolo de lo que habría de venir. Seria una ordenanza que se observaría para siempre. (Exodo 12.)

Cuando se decreto que cayera la plaga de muerte sobre Egipto, se le mando a cada familia israelita tomar un cordero, primogénito, macho y sin mancha. Ese cordero pascual seria sacrificado sin romperle ningún hueso y se utilizaría su sangre para marcar el vano de la puerta de la casa. El Señor prometio que el ángel de la muerte pasaría de largo frente a las casas que estuvieran marcadas sin que perecieran los que estuvieran dentro. Se salvaron merced a la sangre del cordero.

Después de la crucifixión del Señor, la ley de sacrificio ya no requirió el derramamiento de sangre; pues, como lo declaro Pablo a los hebreos, la ofrenda estaba “hecha una vez para siempre . . . un solo sacrificio por los pecados” (Hebreos 10:10, 12). De ahí en adelante el sacrificio habría de ser un corazón quebrantado y un espíritu contrito: el arrepentimiento.

Y así la Pascua se conmemoraría para siempre como el sacramento de la Santa Cena, con la cual renovamos nuestro convenio bautismal y comemos y bebemos en memoria del cuerpo del Cordero de Dios y de su sangre que por nosotros se derramo.

No es insignificante que este símbolo aparezca también en la Palabra de Sabiduría. Además de la promesa de que los santos de esta generación que obedezcan recibirán salud y grandes tesoros de conocimiento, se encuentra esta:

‘Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasara de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matará.” (D. y C. 8:21.)

No puedo deciros sin emocionarme lo que siento con respecto a la Expiación. Llega hasta lo mas profundo de mis sentimientos de agradecimiento y obligación. Mi alma se extiende hacia ese Ser que fue su Autor, este Cristo, nuestro Salvador de quien soy testigo. Testifico de Él. Es nuestro Señor, nuestro Redentor, nuestro Abogado ante el Padre. Él pagó con Su sangre nuestro rescate.

Humildemente recibo el beneficio de la expiación de Cristo y no me avergüenzo de arrodillarme para adorar al Padre y a su Hijo, ¡pues tengo el libre albedrío y así escojo hacerlo! En el nombre de Jesucristo. Amen.


Discurso pronunciado en la conferencia general de abril de 1988.

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