Conferencia General Octubre 1954

“Para que vuestro gozo sea completo”

Élder LeGrand Richards
Del Cuórum de los Doce Apóstoles


Me siento agradecido, mis hermanos y hermanas, por el privilegio de asistir a esta conferencia con ustedes. He sido edificado y fortalecido; y al haber enumerado mis bendiciones delante del Señor, por las cuales le doy gracias, me doy cuenta de que la mayoría de ellas se deben a mi condición de miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No sé qué más podría añadir el Señor a lo que ya me ha dado. Creo que soy uno de los hombres más felices de todo el mundo. Le agradezco ser miembro de Su gran Iglesia. Le agradezco el Santo Sacerdocio que poseo. Le agradezco la esperanza de obtener la vida eterna con mis seres queridos, mi esposa e hijos, mi padre y madre, y mis hermanos y hermanas, y con estos mis hermanos de las Autoridades Generales, y ustedes, los Santos de Sion, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio. De ello tengo una certeza positiva en mi corazón; sé que tenemos el evangelio del Señor Jesucristo.

Doy gracias al Señor por estos, mis hermanos, por el presidente McKay y sus consejeros. Sé que son profetas de Dios y sé que el Señor los inspira en su obra. Son grandes líderes, y le agradezco al Señor por ellos y por los Doce, y por todas las Autoridades Generales, y aunque me siento el menor entre ellos, me siento agradecido por su compañía. Los honro, los reverencio, y doy gracias a Dios por los muchos dones que poseen para la edificación de Su reino, y testifico que son hombres que han consagrado sus vidas a esta gran obra en la que estamos empeñados.

Y le agradezco por ustedes, los Santos de Sion. Hay muchos líderes nobles en las estacas y barrios, en las organizaciones auxiliares y en las mesas directivas de esta Iglesia, y los amo. Son maravillosos. Puedo expresar mejor mi afecto por ustedes con las palabras de Pedro de la antigüedad dirigidas a los santos de su día. Él dijo:

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” 1 Ped. 2:9

Y es porque hemos sido llamados de las tinieblas a Su luz admirable que podemos ser tan felices y disfrutar de las bendiciones que son nuestras.

Agradezco al Señor por el gran sistema misional de esta Iglesia, que comparte con los de corazón honesto en todo el mundo las bendiciones que son nuestras, cuando están dispuestos a atender la voz de los siervos de Dios que les son enviados. En la actualidad la Iglesia probablemente está empeñada en su mayor esfuerzo misional en toda su historia. Eso se debe al gran liderazgo que tenemos. Hace sólo unas cuantas conferencias, el presidente Richards invitó a todos los hombres de todas partes, dentro y fuera de la Iglesia, a unirse para edificar el reino de Dios sobre la tierra. ¿Qué más podría pedir él de hombres y mujeres rectos en todo el mundo?

Cuando se le pidió a Cristo que enseñara a Sus discípulos a orar, después de saludar debidamente al Padre, lo primero que les enseñó a pedir fue: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” Mat. 6:10 Y eso es lo que pedimos cada día, y eso es por lo que trabajamos, y tenemos la certeza positiva, por medio de nuestra fe y del testimonio del Espíritu Santo, de que no estamos orando ni trabajando en vano, porque el reino de Dios ha sido establecido en la tierra, y se nos concede el privilegio de prestar nuestra fuerza para ayudar a establecerlo entre los hombres y llevarlo a las naciones de la tierra.

Al relatar el sueño de Nabucodonosor y su interpretación, el profeta Daniel dijo: “Mas hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días” Dan. 2:28 Y luego vio el establecimiento de esta obra en la que estamos empeñados y que debería llegar a ser, finalmente, como una gran montaña que llenaría toda la tierra Dan. 2:35 Sé que eso es verdad. Hay un Dios en los cielos que dio a conocer ese misterio, y nosotros lo sabemos por el poder y el testimonio del Espíritu Santo.

Luego pienso que fue en nuestra última conferencia, o en la anterior, cuando el presidente McKay nos invitó a todos nosotros, como miembros de la Iglesia, a ser misioneros de la Iglesia. No podríamos tener la Iglesia de Jesucristo sin el espíritu de la obra misional.

Después que el Salvador resucitó y se apareció a Sus apóstoles, los envió por todo el mundo a predicar el evangelio a toda criatura Mar. 16:15 bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo Mat. 28:19 Él dijo:

“Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mat. 28:20

La obra misional no habría de terminar en aquellos primeros días, porque cuando Sus discípulos le preguntaron por la señal de Su segunda venida, Él les habló de guerras y rumores de guerras, pestes, terremotos y la caída de naciones, y luego añadió: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” Mat. 24:14 De modo que la predicación del evangelio a todas las naciones es evidencia de que el fin está cercano. Y como Jesús sabía que Su Iglesia continuaría esta gran obra misional, dijo a Sus discípulos: “y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mat. 28:20

Los Santos de Sion han respondido al llamamiento de estos, la Presidencia de la Iglesia, como nunca antes. De nuestros registros hallamos que durante los primeros ocho meses de este año hemos bautizado a 10,929 conversos, aquellos que han llegado a conocer la verdad. Eso no incluye los bautismos de los hijos de miembros. Es un crecimiento y aumento tremendos en la obra del Señor.

Y luego, cuando uno va entre los Santos e entrevista a los futuros misioneros y entra en los campos misionales y entrevista a los misioneros y ve el espíritu con que Dios los está investiendo, simplemente sabe que esta no puede ser la obra de un hombre. Es la obra de Dios; ningún hombre podría hacer lo que el Señor ha hecho.

Para mí, el sistema misional de esta Iglesia es una de las instituciones más grandes que el mundo haya conocido. En ninguna otra forma ha habido tanta evidencia de sacrificio, devoción, amor y lealtad a Dios y a Su obra como en la gran obra misional de Su Iglesia. A veces se nos hace difícil negar el llamamiento a miembros que quieren salir a una misión. Uno de mis buenos amigos estaba entrando ya en años, y traté de persuadirlo de que era demasiado mayor para ir a una misión, y él dijo: “Bueno, hermano Richards, ¿qué podría hacer que fuera más maravilloso que morir en el servicio del Señor?” Otro buen hermano vino a mí, que había estado en una misión con su esposa, y dijo: “Si vendo mi casa y mi automóvil, podemos salir a otra misión” —dispuestos a dar lo último que tenían para llevar a cabo esta obra misional, y ese es el espíritu que encontramos dondequiera vamos.

No hace mucho tiempo, un joven que informaba de su misión, él mismo converso a la Iglesia, golpeó con el puño en el púlpito y dijo: “Yo no aceptaría un cheque de un millón de dólares a cambio de la experiencia de mi misión”.

Y los hermanos hicieron un llamado a los Santos que podían permitírselo para que enviaran parte de sus fondos sobrantes a fin de ayudar a sostener la obra misional de algunos de estos jóvenes en misiones extranjeras, donde no son tan prosperados y bendecidos como lo somos nosotros aquí en los Estados Unidos, y la respuesta ha sido maravillosa, y cada vez que llega un envío uno siente deseos de dar gracias al Señor por la fe de quien lo envió.

Cuando yo aún era Obispo Presidente, después de una conferencia general, recibí una carta de una maestra de escuela de Nevada. Ella dijo: “Se dijo en la conferencia que cincuenta y cinco dólares al mes era el costo promedio de un misionero. Adjunto mi cheque por esa cantidad, y enviaré una cantidad igual cada mes durante los próximos dos años para mantener un misionero en el campo, porque no me es posible ir yo misma”.

Mientras el Señor siga poniendo tales sentimientos en el corazón de los miembros de Su Iglesia, nadie podrá detener el crecimiento de Su obra.

Hace algunos años tuve una conversación con un hombre que vino a la oficina cuando yo era Obispo Presidente para interesar a la Iglesia en un proyecto comercial. Derivamos hacia una discusión sobre religión. Le dije: “¿Ama usted al Señor?” Él dijo: “Sí, lo amo”. Le dije: “¿Lo ama lo suficiente como para estar dispuesto a unirse a la Iglesia Mormona, si supiera que el Señor quiere que lo haga?” Y él pensó por unos momentos y dijo: “Sí, lo amo”. Entonces le dije: “Como uno de Sus siervos, quiero prometerle que, si usted investiga nuestro mensaje y se arrodilla delante del Señor, podrá saber que ésta es la obra de Dios, tanto como sabe cualquier otra cosa en este mundo”.

Unas semanas atrás él estuvo en Salt Lake City y llamó para ver si mi esposa y yo podíamos almorzar con él y su esposa. Ahora es un sumo sacerdote en la Iglesia, y dijo: “Pero, obispo, ¿por qué no pude haber escuchado el evangelio hace treinta años, para haber podido tener el gozo de servir en la Iglesia durante todos estos años?”

Tal testimonio hace que uno se dé cuenta de lo que el evangelio significa para un nuevo converso.

No hace mucho tiempo un hombre se sentó en mi oficina, y algunos de los hermanos lo conocen. Sirvió por más de treinta años como ministro del evangelio en una iglesia sectaria, y luego, por medio del contacto con nuestros misioneros, se unió a la Iglesia, y dijo: “Cuando pienso en lo poco que tenía como ministro del evangelio para ofrecer a mi gente en comparación con lo que ahora tengo en la plenitud del evangelio, tal como ha sido restaurado, quisiera regresar y decir a todos mis amigos lo que he encontrado. Pero ahora—dijo—no me escuchan; soy un apóstata de su iglesia”. Pero tal era el gozo que había encontrado en su membresía en la Iglesia.

Visité hace poco una estaca de Sion, y el presidente me relató esta historia. Y él está aquí hoy. Dijo que un joven judío llegó a la estaca durante la guerra, prestando servicio en las fuerzas armadas, y se enamoró de una joven mormona, y se casó con ella; ella lo convirtió, y él se unió a la Iglesia. Luego volvió a ver a su familia en el este, y ellos lo desheredaron, y él le dijo a su padre y a su madre: “Ustedes no pueden desheredarme. Lo que he encontrado allá entre los mormones vale más que todo el dinero que esta familia haya poseído jamás”. Y luego le dijo al presidente: “¿Cuánto tiempo tendré que esperar para entrar en el templo con esta esposa tan encantadora mía, para estar seguro de que será mía para siempre?”

Tal es el gozo que el evangelio trae al nuevo converso.

Un hombre vino a mi oficina cuando yo estaba en el campo misional. Dijo: “Cuando pienso en quién era y qué era cuando el evangelio me encontró, y lo que soy hoy”—dijo—“simplemente no puedo creer que sea la misma persona. No pienso los mismos pensamientos; no tengo los mismos hábitos; no tengo los mismos ideales en la vida”. Dijo: “Literalmente he nacido de nuevo”.

Y eso es lo que Pablo quiso decir cuando dijo: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” Rom. 6:4

Y yo sabía que ese hombre andaba en una nueva vida.

Recibí una carta mientras era Obispo Presidente, de un joven convertido mientras estaba en las fuerzas armadas, que vivía entonces en Kansas. Envió un cheque de su diezmo, y luego añadió: “Obispo, ¿cree usted que estamos haciendo todo lo que deberíamos hacer para tratar de decirle al mundo de la obra maravillosa y prodigiosa que el Señor ha establecido en la tierra en nuestro día?”

No todos vienen con tanta facilidad. Tenemos que romper los muros del prejuicio. Uno de mis amigos había rechazado a muchos misioneros, y luego me tocó la oportunidad de hacerme amigo de él y entrar en su hogar, y cuando él no pudo manejar la situación y su ministro tampoco quiso hacerlo, fue a la planta donde era capataz y dijo a los empleados: “Si alguno de ustedes conoce a algún ministro que no tenga miedo de los élderes mormones, realmente me gustaría ponerme en contacto con él. No me importa de qué iglesia sea”, y así, durante los meses siguientes, tuvimos un ministro diferente cada semana. Fue una de las experiencias más interesantes de toda mi vida. Pero cada vez que se marchaban, él decía: “Bueno, han logrado acercarme más a ser mormón que antes”, y un día puso los pies sobre la mesa, fumando su gran cigarro, y dijo: “Hermano Richards, daría todo lo que poseo si pudiera probar que ustedes están equivocados”. Yo le dije: “Sé que lo haría. Nunca ha querido probar que tenemos razón. Pero—le dije—quiero darle las gracias por dar testimonio de que le hemos traído la verdad. Si con toda la ayuda que ha tenido durante estas semanas ha tratado de probar que estamos equivocados, y no lo ha logrado, sólo queda una respuesta, y es que ha probado que tenemos razón. Ahora—le dije—sólo hay dos cosas: o va a decidir aceptar la obra del Señor y ayudar a edificar Su reino, o va a dar coces contra el aguijón, y le recuerdo lo que el Salvador dijo a Saulo camino a Damasco: ‘…dura cosa te es dar coces contra el aguijón’” Hech. 9:5

Bueno, al comienzo de nuestras visitas me había dicho que ya tenía toda la religión que quería, que sabía que tenía fe en Dios y creía en Dios, y la única manera en que pude lograr que entendiera que podría haber verdades que no tenía, fue decirle que, si nunca hubiera visto una luz mayor que una vela, no creería que se hallaba en tinieblas; pero cuando viera la luz verdadera, entonces sabría que la vela no bastaba. Pues bien, se unió a la Iglesia poco después de eso y vino a visitarme—yo había sido trasladado—era lo bastante mayor para ser mi padre, y me tomó en sus brazos y dijo: “Hermano Richards, no creí que un hombre pudiera ser tan feliz como yo lo soy”. Yo le dije: “Pensé que ya tenía bastante antes”. “Oh, pero no lo sabía”, dijo.

Ahora quiero decirles a ustedes, Santos de los Últimos Días, y el presidente McKay ha llamado a todos ustedes a ser misioneros de la Iglesia. Espero que no tengan miedo. Espero que sepan que ésta es la obra de Dios y no la obra de hombres. Espero que sepan que, si sus vecinos, sus parientes y amigos tienen hambre y sed de justicia, ustedes pueden prometerles que, si investigan y se arrodillan, sin importar a qué iglesia pertenezcan, hallarán en el mensaje que ustedes tienen para ellos el evangelio del Señor Jesucristo, y les digo que no deberían tener miedo de prometérselos, porque sé que, si son sinceros, sus promesas se cumplirán.

Antes de concluir, quiero leerles unos extractos de cartas de una señora que escribió a la Oficina de Información. La primera carta fue en noviembre de 1953:

“¿Serían tan amables de informarme acerca de su Iglesia, su origen, su historia y sus metas, empresas e ideales actuales? Agradecería esta información de primera mano y creo que ustedes estarán en mejores condiciones de proporcionarla que los rumores vagos y muchas veces engañosos. Si su Iglesia es la que he estado buscando durante cincuenta y tres años y que jamás hallé, hasta ahora, en ninguna Iglesia cristiana o en sociedades religiosas ‘de color dudoso’ —desde la teosofía hasta el librepensamiento—, quizá podría contribuir, así como recibir beneficios. No soy una persona crónicamente curiosa, ni una integrante habitual de organizaciones.

Los hermanos le enviaron literatura para leer, y luego ella escribió de nuevo con fecha 18 de diciembre de 1953. Sólo citaré partes de su carta:

“No quiero parecer demasiado efusiva, pero diré esto de su religión. La encuentro interesante; despierta en mí un sentimiento—¿cómo llamarlo? ¿Alegría? Como una bella canción que quizá conocí hace mucho, mucho tiempo y había perdido y olvidado, de una manera a la vez sublime y dolorosa”. ¿Qué dijo Jesús? “Estas cosas os he hablado… para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” Juan 15:11 y el evangelio despierta algo en el alma del hombre como nunca antes ha conocido. Ella dijo: “Había investigado, estudiado y descartado credos protestantes cuando tenía quince años. Inconscientemente me volví hacia el panteísmo, el amor por la naturaleza, y en ella hallé a Dios, porque percibí vida en todos los elementos y cosas. Incluso estudié el catolicismo, pero retrocedí cuando se me dijo que los niños no bautizados, aunque no iban al infierno, iban a su limbo especial, pero nunca veían el rostro de Dios. Como agnóstica pregunté: ‘¿Vale la pena mirar el rostro de un Dios tan despiadado y cruel?’ Me alegra encontrar una Iglesia lo bastante valiente y sensata como para enseñar lo absurdo del bautismo infantil”.

Y luego, en julio pasado, después de haber sido bautizada como miembro de la Iglesia, escribió: “Ahora tengo una serenidad y compostura, y una fuerza interior, y un gozo interno que nunca antes poseí. ¿Acaso todas las almas que reciben iluminación exclaman en lo más profundo de su corazón, sintiendo compasión por un mundo ciego, que tantea y sufre: ‘¡Oh, mundo sufriente! ¡Vengo… vengo!’?”

Cada uno de nosotros debería estar listo y dispuesto a responder a tal llamado. Deberíamos estar listos para ir y dar todo lo que podamos para llevar a estas personas al conocimiento de la verdad, para que puedan compartir con nosotros el gozo que es nuestro.

Cuando uno lee una declaración como ésa, de cómo esta mujer buscó sin encontrar la verdad, le hace comprender las palabras de Roger Williams, quien renunció a su cargo de pastor en la iglesia bautista más antigua de América y dio ésta como la razón:

“No hay en la tierra ninguna Iglesia de Cristo debidamente constituida, ni persona alguna autorizada para administrar ordenanzas de la Iglesia, ni puede haberla hasta que nuevos apóstoles sean enviados por la gran Cabeza de la Iglesia, cuya venida estoy buscando”. (Picturesque American, pág. 503.)

¿No es maravilloso que Él haya venido, que la gran Cabeza de la Iglesia nos haya dado nuevamente Apóstoles y Profetas y que la Iglesia de Cristo esté en medio de nosotros, edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, siendo Cristo mismo la principal piedra del ángulo? Ef. 2:20

Les doy testimonio solemne de que sé que esto es verdad y que el poder de Dios está en esta obra para bendición de toda alma honrada del mundo que esté dispuesta a venir y a pagar el precio guardando Sus mandamientos.

Dios nos ayude a hacer nuestra parte, y Dios bendiga a todos los que la están haciendo, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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