“La ley real según las Escrituras”
Élder Marion G. Romney
Del Consejo de los Doce Apóstoles
Mis amados hermanos y hermanas: Les ruego que me concedan un interés especial en su fe y oraciones mientras intento edificar a esta gran congregación, tanto a los presentes en este edificio como a los que están más allá. Necesito su fe y sus oraciones porque deseo decir algunas palabras sobre “la ley real conforme a la Escritura”, que, si la observáis, dice el apóstol Santiago: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Santiago 2:8. Este asunto es muy importante para mí, está muy cerca de mi corazón, y debería ser importante también para ustedes.
Sin intentar enumerar todas las cosas que implica guardar esta “ley real”, puede decirse con certeza, a partir de su uso en las Escrituras, que lo principal entre ellas es el cuidado de los pobres. En el primer capítulo mismo en el que aparece la frase “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Lev. 19:18, el Señor mandó al antiguo Israel que proveyera para sus pobres:
Y cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu siega.
Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios Lev. 19:9–10
Durante las últimas semanas, he tenido el placer de reunirme con obreros de estaca y de barrio de bienestar en 136 estacas. Durante las próximas semanas espero reunirme con el resto de ustedes. De paso podría decir que, de los 136 presidentes de estaca de esas estacas, sólo tres “huyeron del reino” cuando nos vieron venir. Todos los demás se quedaron y lo enfrentaron. Su valor y fortaleza son admirables y muy apreciados.
Su desempeño en el cumplimiento de esta “ley real” me da gran gozo e inspira en mí la esperanza de una pronta redención de Sion. Con todo mi corazón los saludo.
Como evidencia de su amor por sus prójimos, ustedes continúan con sus numerosas actividades de bienestar. En la mina de carbón, en los molinos y fábricas, en las fábricas de conservas, trabajan. En los huertos, campos y ranchos soportan el calor y el frío. En las obras de construcción y en los salones de costura, laboran. Luchan contra inundaciones y enfermedades. Se sientan en consejo hasta altas horas de la noche, lidiando con problemas de política y procedimiento relacionados con su servicio divino. Buscan trabajo para los desempleados. En tiempos de angustia, atienden a los que sufren y dan consuelo a los enlutados.
Con generosidad contribuyen de sus bienes, no sólo para adquirir instalaciones de bienestar, sino también, como práctica constante, contribuyen el valor en dinero de dos comidas al mes, a fin de que sus obispos tengan no solo productos con los cuales calentar y alimentar al frío y hambriento y vestir al desnudo, sino también dinero con el cual proveer sus otras necesidades. Sus logros durante los últimos veinte años al hacer todo esto voluntariamente y sin expectativa ni esperanza de ganancia personal, constituyen un milagro moderno. Los ha llevado a un estado de perfección en la vida del evangelio que no tiene igual desde la era de oro de los nefitas.
Al trabajar así por sus hermanos y hermanas, ustedes se hacen merecedores de la seguridad de que, en verdad, están ministrando a su Redentor. De esa seguridad gozan por las palabras del rey Benjamín: “…cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios” Mosíah 2:17. La tienen del propio Señor en esta dispensación, porque: “…en la medida en que impartáis de vuestros bienes a los pobres, lo haréis a mí” D. y C. 42:31.
Tienen también la satisfacción de saber que están cumpliendo una obligación que, desde el principio, ha sido impuesta a los miembros de la Iglesia de Cristo.
El método de implementación vigente en un momento dado ha variado conforme al grado de perfección en la vida del evangelio que hayan alcanzado los Santos. Pero la “ley real” ha persistido. Es tanto parte de los requisitos del evangelio de Jesucristo, y la obediencia a ella es tan ciertamente un requisito previo para la exaltación en el reino celestial, como lo son el bautismo y la imposición de manos. Ha sido enseñada, y practicada de alguna forma, en cada dispensación del evangelio.
Ya hemos señalado lo que el Señor exigió a los hijos de Israel al respecto, aun cuando salían de cuatrocientos años de esclavitud. Por sencillas que fueran las instrucciones, contenían los dos principios básicos de todo plan dado por Dios para poner en práctica la “ley real”: primero, los que tenían debían dar, y segundo, los que recibían debían trabajar por lo que obtenían.
Mucho antes del diluvio, Enoc, a una generación afligida con “guerras y derramamiento de sangre” Moisés 7:16, enseñó el evangelio de Jesucristo con gran poder, incluyendo el procedimiento que exige la ley celestial para amar al prójimo como a uno mismo. Los que creyeron, lo vivieron, con el resultado de que:
“…el Señor vino y moró con su pueblo, y ellos moraron en rectitud.
Y el Señor llamó a su pueblo Sion, porque eran de un solo corazón y una sola mente, y moraban en rectitud; y no había pobres entre ellos” Moisés 7:16,18.
Ahora bien, hermanos y hermanas, ellos no eliminaron a los pobres de entre ellos entregándolos para que fueran atendidos mediante algún sistema de dádivas patrocinado por las naciones en guerra. Proveían para los suyos de la manera prescrita. Al observar plenamente la ley de Enoc, llegaron a ser iguales en todas las cosas, temporales y espirituales, obteniendo así esa “unión requerida por la ley del reino celestial” D. y C. 105:4.
Durante su ministerio terrenal, el Señor colocó la “ley real” en importancia inmediatamente después del amor a Dios (véase Mateo 22:39). Su diálogo con el joven rico ilustra la dificultad que la gente de esa época tenía para vivirla (véase Mateo 19:16–22). Sin embargo, los Santos de la Iglesia apostólica intentaron vivirla. Siendo “de un corazón y de un alma”, dispusieron de sus tierras y casas y pusieron el producto “a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” Hech. 4:32,35.
Después de la visita de Jesús, los nefitas vivieron la “ley real”.
“…todo hombre trataba rectamente a los demás.
Y no había entre ellos ricos ni pobres, sino que tenían todas las cosas en común” 4 Nefi 1:2–3.
Así como el Señor dio la “ley real” a los Santos de dispensaciones anteriores, así nos la ha dado a nosotros (véase D. y C. 59:6). Antes de que la Iglesia tuviera un año de organizada, Él había impuesto sobre los Santos, en tres revelaciones distintas, la obligación de cuidar de sus pobres (véase D. y C. 38:1–42; 42:1–93; 44:1–6). Aludiendo claramente a las cosas temporales, dijo: “Yo os digo: sed uno; y si no sois uno, no sois míos.” Inmediatamente después de este mandamiento dio instrucciones para que se nombrara a ciertos hermanos a fin de: “…velar por los pobres y necesitados… para que no padezcan” D. y C. 38:27,35, añadiendo: “He aquí, os digo que debéis visitar a los pobres y a los necesitados, y socorrerlos” D. y C. 44:6.
Que el Señor no contemplaba excepción alguna a la “ley real” se evidencia en el hecho de que concluyó sus instrucciones a los hermanos que envió de Kirtland al oeste de Misuri en junio de 1831 con esta amonestación: “Y recordad en todas cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y afligidos, porque el que no hace estas cosas, el tal no es mi discípulo” D. y C. 52:40. Estos hermanos, casi en la miseria, debían abrirse paso a través de cuatro estados. El propio Profeta caminó casi toda la distancia desde San Luis hasta Independence, trescientas millas.
Se me ocurre que si estos hermanos, en su pobreza, no podían calificar como discípulos del Señor sin recordar a los pobres y necesitados, a los enfermos y afligidos, será muy difícil que nosotros logremos hacerlo si los descuidamos, disfrutando como disfrutamos en tal abundancia de los dones de la tierra.
Repito, pues, que en este servicio divino ustedes tienen la satisfacción de saber que están cumpliendo una obligación que, desde el principio, ha sido impuesta a los Santos de Dios, y que dicha obligación descansa ahora con todo su peso sobre nosotros, los Santos de los Últimos Días.
A principios de la década de 1830, el Señor mandó a los Santos poner en práctica la “ley real” viviendo la Orden Unida. En esto fracasaron. Por no haber aprendido a impartir de sus bienes, como conviene a los Santos, a los pobres y afligidos que había entre ellos D. y C. 105:3, el Señor permitió que fueran expulsados de Misuri, y el requerimiento de vivir la Orden Unida fue retirado. Pero la “ley real” no fue retirada. Permaneció en pleno vigor. Por lo menos en parte para cumplirla, los Santos han estado desde entonces sujetos a la ley del diezmo y al “ayuno”.
Hace unos veinte años, justo un siglo después del experimento de la Orden Unida, el Señor inspiró el inicio del actual plan de bienestar de la Iglesia. En él se nos está dando otra oportunidad de mostrar de qué somos hechos, de ponernos de pie y ser contados, de demostrarnos dignos —o indignos, según sea el caso— de avanzar hacia un cumplimiento más pleno de la “ley real”. En lo personal, me siento muy complacido con el progreso que estamos logrando, y creo que el Señor también está complacido, porque está bendiciendo notablemente nuestros esfuerzos.
Continuemos haciéndonos merecedores de Su aprobación. No debemos desanimarnos si algunos miembros de la Iglesia no se muestran entusiastas respecto a la práctica actualmente establecida en la Iglesia para implementar la “ley real”. Su apatía se debe a una falta de apreciación de lo que el Señor se propone lograr mediante ella. A veces, cuando me siento un poco desanimado en cuanto a este asunto, recobro el ánimo al leer la siguiente cita de un discurso del presidente Brigham Young:
“El Señor le reveló a José que el pueblo saldría de Babilonia y establecería el reino de Dios sobre los principios del cielo. Subieron al Condado de Jackson, Misuri, con esta idea en su fe y con el entendimiento expreso de que, cuando llegaran allí, todo habría de ser puesto a los pies del obispo (véase Hech. 4:35)… quien lo distribuiría entre el pueblo de acuerdo con la revelación D. y C. 42:31–34… Pero ellos no pudieron soportar esto; en consecuencia, fueron expulsados del Condado de Jackson… y finalmente fueron expulsados del estado…
“Mientras estábamos en Winter Quarters, el Señor me dio una revelación, tan ciertamente como se la ha dado a cualquiera. Él abrió mi mente y me mostró la organización del reino de Dios en una capacidad familiar. Lo hablé con mis hermanos; dejaba caer unas cuantas palabras aquí y unas cuantas allá, a mi primer consejero, a mi segundo consejero y a los Doce Apóstoles, pero, con la excepción de uno o dos de los Doce, no tocaba a ningún hombre. Ellos creían que llegaría, oh sí, pero sería más adelante” (Journal of Discourses, tomo XVIII, págs. 242, 244).
Ahora bien, hemos avanzado mucho desde que el presidente Young dijo esto. Hoy, muchos de los Santos están empezando a vislumbrar el significado de la “ley real”.
Sigamos adelante, sin aflojar jamás nuestros esfuerzos. Y no nos desanimemos por la acusación de que algunos beneficiarios del bienestar no son dignos de la ayuda que reciben. Si es que los hay, con el tiempo serán eliminados, porque el Señor ha dicho: “…el ocioso no comerá el pan ni vestirá la ropa del obrero” D. y C. 42:42
“Y el ocioso no tendrá lugar en la iglesia, sino hasta que se arrepienta y enmiende” D. y C. 75:29
Sin embargo, sobre este punto el rey Benjamín enseñó que el hombre que retenía sus bienes de los pobres, alegando que éstos, por mala conducta, habían traído sobre sí su aflicción,
“…tiene gran necesidad de arrepentirse; y a menos que se arrepienta de lo que ha hecho, perece para siempre, y no tiene parte en el reino de Dios” Mosíah 4:18
Ahora bien, las consecuencias, hermanos y hermanas, que recaen sobre el guardar la “ley real” son tales que desafían a todo alma que las entienda a empeñarse al máximo.
La eficacia de nuestro ayuno depende de ello. Así habló el Señor al antiguo Israel. “¿Por qué decimos, ayunamos, y tú no miras? ¿Afligimos nuestras almas, y tú no lo sabes?”
Porque, vino la respuesta, ustedes no guardan el ayuno que yo mandé. Es cierto, inclinan la cabeza como junco y se visten de cilicio y de ceniza, pero no reparten su pan al hambriento, ni dan alojamiento al pobre, ni cubren al desnudo. Cuando hagan estas cosas, “Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Y si dieres tu pan al hambriento, y saciares el alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía. Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan” (véase Isa. 58:3–11).
La eficacia de la oración depende de la obediencia a la “ley real”. Así enseñó Amulek a sus oyentes al aconsejarles que clamasen al Señor en sus campos, en sus casas, en sus aposentos y lugares secretos, en el desierto y sobre sus hogares, “tanto por la mañana como al mediodía y al atardecer…” y luego, añadió: “y cuando no oréis, sea vuestro corazón lleno, continuamente elevado en oración a él por vuestro bienestar, y también por el bienestar de aquellos que os rodean”. Y concluyó su magistral discurso sobre la oración con esta declaración desafiante: “Y ahora bien, mis amados hermanos, os digo que no penséis que esto es todo; porque después que hayáis hecho todas estas cosas, si volvéis la espalda al necesitado y al desnudo, y no visitáis a los enfermos y afligidos, ni impartís de vuestros bienes, si los tenéis, a los que necesitan —os digo que si no hacéis ninguna de estas cosas, he aquí, vuestra oración es vana, y de nada os sirve, y sois como los hipócritas que niegan la fe” Alma 34:17–38.
El rey Benjamín llegó al extremo de enseñar a su pueblo que impartir de sus bienes a los pobres era un requisito previo para retener la remisión de sus pecados (véase Mosíah 4:26), y Mormón enseñó la misma doctrina (véase Alma 4:12–14).
Estas enseñanzas están en plena armonía con las revelaciones modernas sobre el tema, en una de las cuales el Señor dijo que había dado a los hombres su albedrío y los había hecho mayordomos de las bendiciones terrenales, todas las cuales habían sido preparadas por Él, pues Él había extendido los cielos y edificado la tierra; que ésta estaba llena y había lo suficiente y de sobra; que su propósito era proveer para sus Santos, pero que debía hacerse a su manera, la cual era “que los pobres serán exaltados y que los ricos serán humillados… Por tanto”, dijo, “si alguno tomare de la abundancia que he hecho y no impartiere su porción, según la ley de mi evangelio, a los pobres y necesitados, alzará sus ojos en el infierno, estando en tormento, juntamente con los inicuos” (véase D. y C. 104:13–18).
La misma edificación de Sion y el escape de los Santos de las tribulaciones que aún han de ser derramadas sobre las naciones dependen de un cumplimiento pleno de la “ley real”. Podemos meditar provechosamente en estas cosas; porque Sion, “la Nueva Jerusalén”, está aún por edificarse, y ha de ser “tierra de paz, ciudad de refugio, lugar de seguridad para los santos del Altísimo Dios… Y se reunirán en ella de todas las naciones de debajo del cielo; y será el único pueblo que no estará en guerra unos con otros… Y todo hombre que no tome la espada contra su vecino tendrá que huir a Sion para su seguridad” (véase D. y C. 45:65–71).
¿Cuándo la edificaremos?, preguntan ustedes. Pues bien, de acuerdo con las Escrituras, no será sino hasta que podamos rendir una obediencia plena y sin reservas a la “ley real”. Porque el Señor ha dejado claro que Sion no puede edificarse sino hasta que los Santos lleguen a estar unidos conforme a la “unión requerida por la ley del reino celestial”, leyes que, explica Él, requieren que impartamos de nuestros bienes “como conviene a los santos, a los pobres y afligidos” que haya entre nosotros (véase D. y C. 105:1–6).
Seguramente, hermanos y hermanas, deberíamos cobrar ánimo y gran gozo en nuestras labores al contemplar los muchos asuntos que dependen de guardar la “ley real”. De hecho, Jesús enseñó que el juicio final dependerá de ella.
Mientras estaba sentado en el Monte de los Olivos, sólo dos días antes de la última Pascua, sus ansiosos discípulos le hicieron muchas preguntas. En cuanto a su segunda venida, Él dijo:
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria.
“Y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.
“Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda.
“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;
“Desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.
“Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos, o sediento y te dimos de beber?
“¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te cubrimos?
“¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?
“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” Mateo 25:31–40.
Sé que el presidente George Albert Smith entendió esta escritura. Recuerdo cuando estábamos reuniendo ropa para enviarla a Europa para nuestro pueblo en la aflicción. Recuerdo los paquetes que él envió. En uno había dos trajes, recién salidos de la tintorería. Dudo que el presidente Smith los hubiera usado jamás. En otro venían camisas de la lavandería, envueltas en celofán, listas para usarse. En otros paquetes que recibimos venían miles de kilos de ropa, mucha de ella desgarrada, sucia e inservible. En aquel tiempo reflexioné, y lo hago ahora, en cómo se sentirían los donantes de esas cosas cuando comprendieran la verdad de esta declaración del Maestro, que “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” Mateo 25:40.
“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.
“Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;
“Fui forastero, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.
“Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?
“Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.
“E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” Mateo 25:41–46.
Seguramente, mis hermanos y hermanas, tenemos grandes razones para sentirnos animados y un gran motivo para seguir adelante en esta obra. Que cada uno de nosotros, mediante un cumplimiento pleno de la “ley real conforme a las Escrituras”, sea calificado en aquel gran día para un lugar entre los justos, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























