“La Sagrada Responsabilidad de Redimir a los Muertos”
Élder ElRay L. Christiansen
Ayudante del Consejo de los Doce Apóstoles
Me llenó de gran gozo el corazón, como también al de ustedes, escuchar el informe del presidente Waite sobre el progreso de ese gran templo en el cual adoraremos a Dios y participaremos de las ordenanzas más elevadas, efectuando esas ordenanzas y recibiendo aquellos poderes y bendiciones que nos otorgarán y nos calificarán, si somos fieles, para recibir el mayor de todos los dones de Dios: la vida eterna. Estoy seguro de que la gente del área de Los Ángeles está agradecida por tener la oportunidad de participar en la recaudación de fondos para construir ese gran templo, porque creo que debemos participar con nuestro corazón, nuestras manos y nuestros bienes en estas grandes realizaciones.
Ahora, mis hermanos, comparezco ante ustedes esta noche con humildad, con esperanza y con una oración de que pueda decir algo que anime a alguien. Este grupo aquí presente representa el liderazgo del sacerdocio en toda la Iglesia. El Señor ha establecido y ordenado un programa divino para el beneficio de Sus hijos, y es por medio de ustedes, los líderes, así como de los demás en la Iglesia, que Él debe operar y seguir adelante para llevar a cabo Sus propósitos, establecer la fe y ayudar a Sus hijos a calificarse para la vida en el reino celestial de los cielos. Me resulta casi abrumador, cuando lo pienso, darme cuenta de que el progreso de Su plan depende en gran medida de la efectividad del liderazgo a lo largo de la Iglesia y conforme a su devoción.
Su plan no sólo provee una vía de salvación para los vivos, sino también los medios y el poder por los cuales aquellos que han muerto sin un conocimiento del evangelio también pueden ser salvos. Esto demuestra el amor de Dios por toda la humanidad y la justicia que Él imparte a todos. Nuestra obligación como miembros de la Iglesia no es únicamente hacia los vivos, sino igualmente hacia los muertos. Para los muertos, se trata de un programa de amor y de servicio cristiano por parte de los vivos.
Juan Taylor, Presidente de la Iglesia en su tiempo, hizo esta declaración: “Estamos aquí para cooperar con Dios en la salvación de los vivos y en la redención de los muertos, en bendecir a nuestros antepasados y en derramar las bendiciones sobre nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Ese es el propósito de nuestra existencia”, dijo.
Es satisfactorio presenciar la devoción de tantos santos en este servicio vicario a favor de los muertos. El miércoles pasado, en el Templo de Salt Lake, se realizaron 1.364 investiduras en favor de los muertos, además de cientos de bautismos y sellamientos por los muertos que se llevaron a cabo ese mismo día. En los demás templos se realiza diariamente este mismo programa de actividad en favor de los muertos y, por supuesto, un gran número de los vivos viene también para recibir sus propias bendiciones.
Aun con esta gran concurrencia de personas que acuden a los templos, el Señor está muy por delante de nosotros. Él nos ha ayudado en estos últimos días a proveer medios modernos de registro, microfilmación e investigación en las bibliotecas del mundo, acelerando así la obra de poner a disposición registros para fines de investigación. El flujo de registros en microfilm hacia la Biblioteca Genealógica asciende ahora aproximadamente a 150.000 a 200.000 páginas por día. ¡Verdaderamente, el Señor ha venido en nuestra ayuda! Pero, triste es decirlo, mis hermanos, cien mil hojas de grupo familiar están siendo retenidas en los archivos esperando las ordenanzas de investidura para los nombres masculinos en esas hojas. La investidura, por supuesto, debe realizarse antes de que estos padres y sus hijos puedan ser sellados. La obra de investidura para los nombres de las hermanas en esas hojas ya ha sido realizada. Las hermanas están muy por delante de los hermanos en esta obra de investiduras por los muertos.
El hecho es que, sólo en el Templo de Salt Lake, hay más de 100.000 nombres masculinos adicionales esperando que algunos individuos abnegados realicen estas ordenanzas en su favor. Por lo menos otros cien mil nombres masculinos están en los archivos de los otros templos de la Iglesia. A los muertos, se nos dice, deben enterrarlos los muertos, pero se requiere de los vivos para redimir a los muertos mediante este servicio vicario.
El presidente Brigham Young, abogando por la causa de los muertos, dijo en una ocasión:
“¿Qué suponen que dirían los padres si pudieran hablar desde la tumba? ¿No dirían: ‘Hemos yacido aquí miles de años, aquí en esta prisión, esperando que llegara esta dispensación? Aquí estamos, atados y encadenados, esperando y esperando…’? ‘Bueno,’ dijo Brigham Young, ‘si ellos tuvieran el poder, los mismísimos truenos del cielo resonarían en nuestros oídos, para que pudiéramos darnos cuenta de la importancia de esta obra. Todos los ángeles del cielo tienen su vista puesta en este pequeño puñado de personas y los están estimulando hacia la salvación de la familia humana… Cuando pienso en este tema,’ dijo él, ‘quisiera que las lenguas de siete truenos despertaran al pueblo.’”
(Por supuesto, ahora significaría sólo a los hermanos, puesto que las hermanas van muy adelante de nosotros).
Ahora, hermanos, para que se realice la obra de investidura para estos doscientos mil hombres como ustedes, que están esperando tener a sus esposas e hijos sellados a ellos —con el fin de completar la obra de investidura para estos nombres adicionales— se ha sugerido que el Sacerdocio de Melquisedec en los diversos distritos del templo, mediante sus quórumes, se organicen y asuman mayor responsabilidad en esta actividad, y tomen sobre sí la responsabilidad de igualar el número de nombres masculinos y femeninos en los templos; y que animen a sus esposas a permitirles y a instarlos a asistir a estas sesiones del templo en sus días de estaca hasta que haya un número equilibrado de nombres masculinos y femeninos en los templos.
Entonces, una vez logrado eso, con el nuevo sistema que se está adoptando de colocar casi todos los nombres en los templos en los archivos del templo, donde cualquiera pueda venir y utilizarlos, será mucho más fácil el proceso de equilibrar los nombres masculinos y femeninos y mantener ese equilibrio. Los obispados y las presidencias de estaca harán bien en dar a su presidente de genealogía su ayuda activa en estas cosas. Siento que no basta simplemente anunciar que “el próximo miércoles es nuestro día de templo de estaca”. Creo que sería útil si, en ocasiones, los obispados y las presidencias de estaca anunciaran que en sus días de templo, la presidencia de estaca, los sumos consejos y los obispados se unirán con el sacerdocio y asistirán al templo. Muchos líderes de estaca y de barrio ya están haciendo esto con resultados muy satisfactorios. Si esto pudiera llevarse a cabo, la obra de investidura para estos nombres pronto estaría completada.
Estoy convencido, por observación, de que donde los miembros del barrio van al templo con regularidad, los problemas del obispado se reducen y se minimizan comparativamente a muy pocos, y estoy seguro de que si los padres fueran al templo a intervalos regulares resultaría en una vida hogareña más feliz y armoniosa. No nos sentimos inclinados a ser groseros, toscos o egoístas después de haber ido al templo y haber participado de esas grandes y sagradas ordenanzas. Nos sentimos mejor; somos mejores hombres, mejores mujeres, y estoy seguro de que si fuéramos con regularidad, llegaríamos a ser mejores padres, esposos más considerados, y nuestras vidas tendrían un significado más elevado.
Creo que fue Melvin J. Ballard quien hizo esta afirmación: “Si deseas ser eternamente rico, invierte en el alma humana.” Cuando estaba en el Templo de Logan, un grupo de hombres de una de las estacas asignadas para pasar allí el día había llegado juntos en un automóvil y, después de la sesión matutina, habían salido a la entrada planeando regresar a casa. Uno de ellos creía que debía irse, pero el presidente de estaca pasó por allí y se enteró de sus intenciones, así que les dijo: “Bueno, hermanos, si realmente necesitan irse, será mejor que se vayan; pero cuando estén viajando por esas colinas junto al río Bear y les parezca oír algún lamento, podría ser de aquellos cinco hombres que pensaron que ustedes se quedarían aquí hoy para hacer la obra por ellos.” Bueno, se contorsionaron un poco. Notamos que caminaron hasta la verja, y allí tuvieron otra conferencia, cambiando el peso de un pie al otro. En unos cinco minutos regresaron al templo para hacer posible la redención de cinco personas más. Esos hombres tenían el sentimiento correcto hacia los muertos, quienes, junto con los vivos, tienen derecho a las bendiciones de la vida eterna.
Ahora, permítanme decir algo sobre uno o dos asuntos más. Deseamos mantener los templos limpios e inmaculados. Todo lo relacionado con el templo debe ser limpio y saludable. Quienes acuden al templo deben estar limpios de mente y cuerpo, y su ropa del templo debe ser fresca y limpia. La limpieza corresponde a la Casa del Señor.
Si quienes asisten al templo tienen su propia ropa, les será más conveniente y, sin duda, es lo correcto y apropiado. ¿Qué mejor regalo podría dársele a nuestros hijos en el momento de su matrimonio que su ropa del templo?
Permítanme hablar brevemente de otro asunto. Muchos—demasiados—de nuestros jóvenes, muchachos y muchachas, se están casando en lugares distintos al Templo del Señor. Es algo triste cuando vivimos a la sombra de estos templos, cuando conocemos la historia, los sacrificios, la fe y la devoción de quienes hicieron posibles estas bendiciones y privilegios, ver que nuestros jóvenes se casan en juzgados y otros lugares, dejando atrás sus bendiciones. Algunos de ellos desean casarse civilmente con la intención de ir más tarde al templo. Ese es un procedimiento arriesgado. Muchos de ellos, la mayoría, renunciarán a sus bendiciones y a su destino divino al hacerlo. Estoy convencido de que el momento de casarse de la manera correcta es cuando uno se casa.
Estas circunstancias requieren el interés comprensivo, la comprensión y la ayuda de cada líder, complementando la enseñanza y ayuda de los padres. Los rostros de nuestros jóvenes deben volverse hacia el templo desde temprano en sus vidas—¡ese es el momento indicado! Siento que cometemos un error si esperamos hasta que se hayan enamorado y comprometido con alguien que no los llevará al templo, para empezar a señalarles las bendiciones que los esperan en la Casa del Señor. Cuando tienen cinco, seis o siete años, ese es el momento en que los padres deben comenzar a instruir a sus hijos. De lo contrario, serán atraídos por los caminos del mundo y quizá pierdan sus bendiciones y jamás se realicen las asociaciones eternas con sus seres queridos.
Hace unos días caminaba junto al nuevo Edificio de la Sociedad de Socorro, y pasé junto a dos niñas. Parecían tener unos ocho años. Miraban admiradas hacia el templo, y una preguntó: “¿Qué hacen allí dentro?” La otra respondió: “No sé qué hacen allí, pero sí sé esto: cuando me case, me voy a casar allí.” Aquellas niñas tenían sólo ocho años, pero una de ellas había recibido la enseñanza correcta en algún lugar, de alguien, porque ya tenía su mente decidida. Aquellos que no son enseñados y animados desde temprano suelen ser difíciles de enseñar después.
Cuando veo los informes de las estacas, pienso: —Dios mío, ¡si yo fuera obispo otra vez, lo que haría!— Procuraría llegar a conocer íntimamente a cada uno de esos jóvenes. Hablaría con ellos, conversaría en privado e individualmente de vez en cuando, y averiguaría cuáles son sus planes. Indagaría quiénes son sus amigos; quién es su novio o novia; con quién están saliendo “en serio”, y qué tipo de persona es ese novio o novia. Los animaría a escoger amistades sanas. Querría saber adónde van por las noches. Les advertiría de los peligros, tentaciones y atracciones que abundan en el mundo y que los alejarían de lo deseable. Les hablaría y les explicaría sobre el matrimonio, aun cuando estén en la adolescencia temprana, y compararía la ceremonia civil con la que reciben en el templo, explicándola en términos generales para que lo comprendieran.
Estoy convencido de que si esperamos hasta después de que se enamoran para darles dirección, generalmente es demasiado tarde para ayudarles. Les diría lo que el presidente Woodruff dijo en una ocasión, cuando pronunció estas palabras:
“Pues bien, benditas almas,” dijo él, “si vivieran aquí en la carne mil años y vivieran en pobreza, y cuando terminaran, si por sus hechos pudieran asegurar a sus esposas e hijos un lugar en la primera resurrección, para morar con ustedes en la presencia de Dios, esa sola cosa pagaría ampliamente las labores de mil años.” Él sabía de lo que hablaba.
Creo que cuando los hijos ven a sus padres apresurándose para prepararse y acudir al templo; papá llegando del campo o de la oficina, bañándose y alistando su ropa; mamá teniéndola ya planchada; ambos apresurándose hacia el templo en sus días señalados, los hijos llegan a darse cuenta de que la obra del templo es importante. Esa es una de las mejores maneras de convencer a los jóvenes de que la obra del templo debe tener importancia en sus vidas. Siento que los padres deberían hacer eso.
Como líderes de las diversas organizaciones, quórumes y barrios, colaboremos con las familias. A veces los padres no enseñan lo suficiente. Nosotros debemos entonces continuar donde ellos se quedan, en el proceso de preparar a los jóvenes para sus bendiciones. Si yo fuera obispo, me revolcaría en mi cama sin poder dormir si no hubiera organizado mis fuerzas en el barrio e intentado todo esfuerzo personal y mediante mis colaboradores para contactar a esos jóvenes mientras aún son receptivos y antes de que adquieran hábitos dudosos.
Espero que cada uno de ustedes haya visto, o vea, esa película anoche titulada “El Obispo.”
Las presidencias y obreros del templo son conscientes de la necesidad de proveer en estos lugares sagrados un ambiente de bondad, un ambiente y un sentimiento de paciencia y amor, de modo que quienes vengan recuerden por largo tiempo su visita y deseen regresar. Reconocemos la necesidad de administrar las ordenanzas de manera impresionante; de ser reverentes y dignos nosotros mismos, y de dar la bienvenida a quienes vienen.
Las presidencias de templo desean hacer de cada templo una casa de oración y meditación. ¡Qué lugar tan maravilloso es el templo, si venimos con el espíritu apropiado, para meditar en silencio y ofrecer nuestras gracias al Señor!
Deseamos que cada templo sea una casa de fe, una casa de aprendizaje, una Casa de Dios. En una revelación dada al profeta José Smith en Nauvoo, en 1841, el Señor dijo:
“Y de cierto os digo, que se edifique esta casa a mi nombre” (hablando del Templo de Nauvoo) “…para que manifieste mis ordenanzas en ella a mi pueblo;
“Porque tengo a bien revelar a mi iglesia cosas que han estado ocultas desde antes de la fundación del mundo, cosas que pertenecen a la dispensación del cumplimiento de los tiempos.
“Y mostraré a mi siervo José todas las cosas concernientes a esta casa” (algunas personas preguntan: “¿De dónde obtenemos estas ordenanzas?” Pues bien, allí está la respuesta). El Señor dijo: “Y mostraré a mi siervo José todas las cosas concernientes a esta casa, y al sacerdocio de ella, y al lugar donde ha de edificarse” (D. y C. 124:40–42).
En el versículo 55 de esa misma sección, la 124, el Señor continúa: “…para que os probéis a vosotros mismos ante mí, que sois fieles en todas las cosas que yo os mande, a fin de bendeciros, coronaros con honor, inmortalidad y vida eterna” (D. y C. 124:55). Ese es el propósito de estos templos.
Que aprendamos nuestro deber y cumplamos con nuestro deber como líderes para hacer posibles estas bendiciones, tanto para los vivos bajo nuestra dirección, como para los muertos, es mi humilde oración. Doy testimonio de que estas cosas provienen de Dios. Lo hago en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
























