Conferencia General Octubre 1954

Una Iglesia Misionera

Presidente Stephen L Richards
Primer Consejero de la Primera Presidencia


Mis queridos hermanos y hermanas, en esta ocasión deseo presentar a la consideración de los miembros de la Iglesia, y de otros amigos que escuchan nuestras sesiones, algunos aspectos de nuestro sistema misional. No voy a dar datos estadísticos. Ellos aparecen en nuestras publicaciones de tiempo en tiempo. Mi preocupación es que nuestros esfuerzos misionales sean mejor comprendidos y apreciados por todas las personas.

Reconozco que no puedo esperar lograr una comprensión adecuada de esta gran actividad de la Iglesia sin el Espíritu de nuestro Señor, que es el fundamento de ella; por tanto, solicito la ayuda de su fe y oraciones al presentarla, y la dirección de nuestro Padre.

Menciono primero una tendencia bastante marcada en los últimos años a enfatizar el valor del proceso de enseñanza en la proclamación del evangelio. No quiero dar a entender que nuestros misioneros no hayan procurado siempre enseñar al predicar. Así como la enseñanza se ocupa en gran medida de la transmisión de conocimiento, también toda buena predicación abarca la enseñanza. La tendencia de la que hablo se orienta más particularmente hacia la organización y la planificación de nuestra enseñanza del evangelio en la obra misional. Siento que hay amplio respaldo para esta enseñanza planificada del evangelio a los investigadores.

El Salvador mandó a Sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” Mat. 28:19–20

Enseñar con testimonio es la culminación del esfuerzo misional.

Si tienen paciencia conmigo, repasaré brevemente algunos de los puntos principales incluidos en el programa organizado o estandarizado que utilizan los misioneros cuando se ponen en contacto con los buenos hombres y mujeres de todo el mundo que estén dispuestos a escuchar su mensaje. He aquí el esquema de su enseñanza del evangelio, que por lo general se presenta a los oyentes en grupos familiares, en los hogares de las personas, en lo que se llaman “reuniones de chalet” (cottage meetings).

Primero, la Deidad. El misionero llama la atención sobre la necesidad de comprender correctamente al Supremo Gobernante del Universo, Su personalidad y atributos, en la medida en que sea posible para los hombres llegar a comprender a la Deidad. Casi todos los investigadores asienten fácilmente en que tal comprensión es importante y sumamente deseable en toda consideración religiosa.

Luego, el misionero repasa los conceptos y las enseñanzas de las diversas iglesias denominacionales sobre este tema, y después presenta, con la colaboración del investigador, mediante referencias señaladas en su propia Biblia, el apoyo que las Escrituras ofrecen a favor de la personalidad de la Deidad, en contraposición a la idea de que sea sólo una esencia o un espíritu que impregna el universo. Para cualquiera que crea en la Biblia, se hace claro que la composición de la Divinidad, con tres personas distintas, queda establecida; y entonces el misionero, con convicción y testimonio, presenta al investigador la experiencia confirmadora del profeta José Smith, en la cual contempló tanto al Padre como al Hijo, sintió y experimentó la gloria de Su presencia, vio Sus formas y Sus semblantes, y oyó con sus oídos la dulce, consoladora y exaltadora resonancia de Sus voces JS—H 1:17

¡Qué satisfacción perdurable representa para el buscador de la verdad esta primera lección y testimonio del misionero! Se disipa la confusión respecto a este principio teológico tan importante, y se abre el camino para una mayor comprensión de toda la esfera de la religión, que abarca la relación del hombre con la Deidad, su origen, su propósito en la vida terrenal y su destino final.

A continuación, el misionero presenta a su grupo de investigación una lección sobre la apostasía. Repasa la Iglesia Primitiva establecida por el propio Salvador, y los elementos esenciales que el Señor prescribió para que Su auténtica obra de salvación siguiera adelante. Tiene poca dificultad en obtener el asentimiento de sus oyentes en cuanto a que, si los hombres y las iglesias se apartan de los elementos esenciales que el Salvador estableció, no están en posición de representarlo auténticamente, y que las ordenanzas carecen de validez si no son administradas por Su autoridad delegada.

Después de considerar las muchas variaciones y desviaciones de los elementos esenciales de la Iglesia Primitiva del Señor, no le resulta difícil al investigador comprender por qué era necesaria una restauración, con una nueva delegación de poder y autoridad para establecer la obra del Señor y administrar las ordenanzas del evangelio.

De nuevo, entonces, sigue el testimonio sincero y ferviente del misionero en cuanto a las experiencias del profeta José y de su compañero en la obra, manifestaciones de poder divino que no sólo corroboran la apostasía, sino que también confirman más allá de toda duda la necesidad y la realidad de la Restauración; de modo que la Restauración es la lección siguiente, con su nueva comisión de poseer y ejercer el Santo Sacerdocio, junto con una explicación de ese poder divino que, en mi opinión, nunca ha sido igualada en ningún escrito, sagrado o de otro tipo.

Se dice que las palabras más bellas del idioma inglés son las del Salvador cuando, en Su Sermón del Monte, respondió Su propia pregunta: “¿Y por el vestido, por qué os afanáis?” con estas frases incomparables:

“Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan, ni hilan;

“pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos” Mat. 6:28–29

Comparo con las palabras del Salvador las que se usaron en la revelación dada al profeta José Smith acerca del Santo Sacerdocio, restaurado al hombre después de la larga apostasía respecto al verdadero concepto de ese sacerdocio tal como el Señor lo ejerció y lo delegó a Sus Apóstoles. He aquí las palabras que coloco en la misma categoría que las del Salvador. Definen la naturaleza del sacerdocio y la forma de ejercerlo, y proceden del Salvador:

“Deja también que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo” D. y C. 121:45

La siguiente lección presenta el Libro de Mormón y su función en el establecimiento de la obra de nuestro Padre entre Sus hijos. El investigador concuerda fácilmente en que nuestro Padre Celestial, que es un Dios justo, no hace acepción de personas, y que todos Sus hijos, en todo el mundo, son beneficiarios de Su misericordia y de Sus planes para su salvación. Se presentan al investigador las profecías de las Escrituras sobre la venida de este sagrado volumen de Escritura. Se le recuerda a las civilizaciones prehistóricas que habitaron en las tierras de las Américas y a las exigencias de la justicia al llevarles el mensaje del Salvador.

En particular, se recuerda al investigador la indicación que se halla en el libro de Ezequiel Ezeq. 37:15–20 de que dos palos, es decir, libros, debían prepararse, uno para la casa de Judá y otro para la casa de José, y que el Libro de Mormón cumple el requisito de esta última asignación. También se le recuerda la referencia del Salvador a Sus “otras ovejas” Juan 10:16 que no eran de los judíos, a quienes debía visitar, y que el Libro de Mormón presenta el cumplimiento de la obligación del Señor hacia Sus “otras ovejas”.

El misionero ayuda a comprender los grandes propósitos que cumple el Libro de Mormón al llevar al mundo la historia de los primeros habitantes de los continentes occidentales, las experiencias de sus naciones al enfrentar los grandes problemas políticos, morales y religiosos de su época y, más particularmente, al presentar con aún mayor claridad que la que se encuentra en las Escrituras judías, la palabra de Dios y los principios del santo evangelio.

Se hace ver al investigador, a veces con sorpresa de su parte, que el Libro de Mormón no es en ningún sentido antagonista de las Escrituras de la Santa Biblia, sino que más bien es un libro complementario que contiene revelaciones de los profetas y un relato de la administración de la obra del Salvador entre Sus “otras ovejas”, siendo, en esencia, un nuevo y adicional testigo de la divinidad del Señor Jesucristo. La experiencia del profeta José Smith y de sus asociados en el descubrimiento y la producción de este libro, relatada bajo los testimonios convincentes de los misioneros, rara vez deja de dar al investigador una nueva comprensión y respeto por este libro sagrado, este poderoso mensajero de Jesucristo para toda la humanidad.

Con este trasfondo de comprensión que el misionero da al investigador respecto a la verdadera naturaleza de la Deidad, el establecimiento de la verdadera Iglesia y reino del Señor en la tierra por medio de Su Hijo Amado en la meridiana dispensación del tiempo, la apostasía del verdadero culto de Cristo, el retiro de Su autoridad, Su posterior restauración y el establecimiento de Su reino en la última dispensación, con un nuevo volumen de Escrituras como testimonio adicional de la divinidad del Señor y como ampliación necesaria e inestimable del conocimiento del hombre en cuanto al evangelio de Jesucristo, el investigador está ahora preparado para la enseñanza de los principios del evangelio y del plan eterno de salvación en cuanto afectan la vida individual de todos los hombres.

Muy a menudo, el investigador recibe una comprensión nueva y satisfactoria de la caída del hombre y de la expiación del Salvador. Llega a apreciar la diferencia entre la inmortalidad del alma y la vida venidera, garantizadas a todos los hombres, buenos o malos, por la intercesión de Jesucristo, nuestro Señor, por un lado, y por otro lado, la salvación y exaltación individuales que se hacen posibles mediante la obediencia a los principios del evangelio y a los mandamientos de Dios.

Se le enseña el verdadero significado y la aplicación de la fe y del arrepentimiento, y la necesidad del bautismo por los siervos autorizados del Señor como requisito para ser admitido en Su reino. Se le enseña el campo de acción del Espíritu Santo. Llega a conocer las revelaciones y declaraciones de los profetas acerca de las cosas celestiales que sólo pueden saberse mediante las revelaciones que nuestro Padre hace al hombre. Llega a saber de la preexistencia, antes de la vida terrenal, de Cristo, nuestro Hermano Mayor, el Primogénito del Padre.

Llega a saber de Su misión predeterminada y de las condiciones bajo las cuales habría de cumplirla; y luego llega a entender que el hombre también tuvo una existencia premortal, que su espíritu es hijo espiritual del Padre, y que el propósito de la vida terrenal es dar a ese espíritu eterno la oportunidad de desarrollarse, crecer y probarse en la mortalidad. Llega a saber que el cuerpo en el cual se tabernaculiza el espíritu es en verdad un “templo de Dios” 1 Cor. 3:16 y que no puede ser profanado sin afrentar al Padre, cuyo hijo espiritual mora en él.

Se le hace comprender, quizá por primera vez, el verdadero significado de vivir con pureza. Se le enseña el principio del albedrío, con el poder investido en sí mismo para determinar el curso de su vida, pero también se le enseña que el abuso de la libertad que Dios le ha dado traerá sobre él oprobio y degradación.

En esta nueva enseñanza de los planes de Dios para Sus hijos, se le da un incentivo incomparable para desarrollar un carácter noble y un servicio elevado hacia su prójimo. Se le enseña que las revelaciones señalan con certeza los grados a los que pueden aspirar los hombres de ambición e ideales; que hay condiciones y lugares preferentes en la vida venidera, como en esta vida; y que la recompensa para los verdaderamente fieles será ser colocados en el grado más alto de gloria, en la presencia del Padre y del Hijo, donde morarán para siempre en una eternidad de progreso en conocimiento, poder y bondad.

Ahora bien, después de estas enseñanzas y de que el investigador las ha asimilado, está preparado para el llamamiento al arrepentimiento. Está preparado para repasar y evaluar su vida a la luz del conocimiento que ha recibido. Tal vez nunca antes en su experiencia había pensado seriamente en la necesidad del arrepentimiento. Ahora sabe que todos los hombres son llamados al arrepentimiento, no sólo una vez, sino durante todo el curso de su vida; que, a medida que adquieren conocimiento de los principios y leyes de la vida perfecta, necesitan apartarse de la fragilidad, la debilidad y la imperfección.

Llega a ser más consciente de los mandamientos que el Señor ha dado, de su importancia trascendental, no sólo para él mismo, sino para la gran sociedad de los hombres en todas partes. Comienza a percatarse del verdadero significado del reino de Dios en la tierra y en el corazón de los hombres. Cuando entiende la paternidad de Dios para con el hombre, se acrecienta su aprecio por la fraternidad y hermandad del género humano.

Y así surge en el corazón del investigador, tan dirigido e instruido en los principios de la verdad, un deseo—un deseo ferviente, ardiente—de aprovechar los altos privilegios que se le extienden de asociarse con el reino de nuestro Señor. Anhela tener el tipo de convicción y testimonio que ha oído y presenciado en el misionero.

Ve la felicidad, la satisfacción y el contentamiento que fluyen de tal testimonio. Le han enseñado, y ahora sabe, que esta gran felicidad puede llegar a ser suya sólo mediante la oración humilde y el estudio; de modo que adquiere la filosofía de la humildad. Ya no se considera autosuficiente. Depende del Señor, y su fe le asegura que su confianza será recompensada.

Por supuesto, en este bosquejo de nuestros procedimientos no he presentado la experiencia de todo investigador ni de todo misionero. Señalo las oportunidades que brinda el plan, y me complace manifestarles que miles de personas amantes de la verdad se han beneficiado de él.

Hay un rasgo de esta enseñanza misional que no se limita a una sola lección, sino que recorre todo el programa, y merece mención especial. Es el énfasis constante en el principio de que es deber y obligación de todos los hombres buscar y conocer la verdad.

“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” Juan 8:32

“Y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser.

“El Espíritu de verdad es de Dios” D. y C. 93:24,26

Los hombres no sólo tienen el privilegio, sino también la obligación de estudiar y conocer la verdad. Todos comparecerán al juicio. La verdad es la ley de Dios por la cual todos serán juzgados. Aquellos que tienen la verdad tienen el deber solemne de compartirla con los demás. Nuestros misioneros sienten sinceramente esta obligación. Son sensibles a lo que es apropiado cuando visitan los hogares de las personas. Entran sólo por invitación, pero buscan diligentemente oportunidades de dar su mensaje de verdad. Estoy seguro de que habría menos rechazos—y no son muchos—si se comprendiera mejor su actitud altruista y generosa.

Si tan sólo tuviera una forma de enviar un mensaje a los hogares que los misioneros visitan y a las personas con quienes tienen contacto en sus labores, yo les suplicaría—a todos ellos—que escucharan con una mente abierta y con cierta dosis de paciencia. Puedo asegurar a cualquiera que así lo haga que los prejuicios preconcebidos desaparecerán, y que brotarán aprecio y gratitud por el servicio desinteresado y amistoso de estos embajadores de la verdad.

Hay un aspecto de este proceso de enseñanza en el esfuerzo misional por el cual me siento sumamente agradecido. Es éste: en este método de enseñar el evangelio a las familias y a los individuos, no necesitamos tener un gran cuerpo de oradores pulidos y adiestrados para transmitir nuestro mensaje a grandes congregaciones. Creo que, en general, nuestros misioneros se desempeñan bien ante auditorios; pero en esta enseñanza familiar, lo que más necesitan es, primero, el conocimiento de los principios y, segundo, el testimonio de su origen divino.

Nuestros misioneros trabajan por lo general con las personas en forma individual. La conversión es un asunto individual. No existe tal cosa como una conversión en masa. Muchas personas pueden haber cedido a las impresiones del Espíritu al mismo tiempo, pero la experiencia de cada uno es un asunto personal entre él y su Señor; por lo tanto, considero que el Señor aprueba la enseñanza individual del evangelio, tal como la estamos llevando a cabo en el servicio misional.

Hay otra cosa por la que me siento igualmente agradecido, y es que prácticamente no hay variación ni incertidumbre en nuestra enseñanza misional. No es necesario sostener largos debates o discusiones sobre la interpretación de la doctrina. Lo que enseñamos son las revelaciones que, en su mayoría, son directas, claras e inequívocas en su significado. Si parecen surgir misterios, dejamos la solución de tales misterios para revelaciones futuras. El Señor nos ha dado lo suficiente para este día y esta época, y para las personas que viven en el mundo.

Cuando leo acerca de las discusiones, debates y, a veces, controversias que surgen entre los dirigentes religiosos y hombres eruditos en cuanto a los problemas y programas de las iglesias cristianas, les aseguro que me siento profundamente agradecido de estar identificado con una causa elevada, cuyo curso está tan plenamente, tan exactamente y tan permanentemente trazado que todo lo que hay que hacer para conocer el camino y percibir la luz es preguntar y descubrir qué dicen las revelaciones y qué dispone el sacerdocio. Me parece que todo lo que debería ser necesario para guiar el curso de cualquier causa cristiana es una simple declaración de la naturaleza divina de Cristo y de Su supremacía en el mundo como autor de la ley divina que rige en los asuntos de los hombres.

Así que, mis hermanos y hermanas, enviamos del cuerpo de la Iglesia, no tantos como quisiéramos o como necesitamos, pero, no obstante, un gran ejército de jóvenes y jovencitas, y algunos de mayor edad, para enseñar a las personas honestas del mundo acerca del restablecimiento del reino de nuestro Padre y de los principios vitales de la vida que nos han llegado con las revelaciones del evangelio restaurado.

También llamamos para ayudar a estos misioneros a un número considerable de personas que residen en las misiones y que están dispuestas a dedicar todo o parte de su tiempo al esfuerzo misional. ¡Qué personas tan maravillosas son estos misioneros! Desinteresadas, sinceramente interesadas en sus semejantes, humildes, orantes, estudiosas, entregándolo todo a su Padre Celestial y a la promoción de Su gran causa en el mundo.

Y ustedes, mis consocios, miembros de la Iglesia, hacen posible sus logros. Sus hogares contribuyen al sostenimiento de los jóvenes y las jovencitas, y de muchos de mayor edad, que, con alguna ayuda de los quórumes, prosiguen sus labores. Estos misioneros están constantemente en nuestros pensamientos. Oramos por ellos y los bendecimos, y tenemos amplia prueba de que el Señor los bendice, reconoce y recompensa su servicio. No poca parte de nuestro tiempo y esfuerzo se dedica a la obra misional de la Iglesia.

Siempre estamos buscando maneras de mejorar, y hoy nos complace reconocer esta enseñanza organizada del evangelio, que he bosquejado para ustedes, como una contribución clara a la eficacia del esfuerzo misional. Sin duda vendrán nuevas mejoras, y el Señor cumplirá Sus poderosas predicciones: “Porque en verdad la voz del Señor se dirige a todos los hombres, y no hay quien escape; y no hay ojo que no vea, ni oído que no oiga, ni corazón que no sea penetrado” D. y C. 1:2

Hay algo más que tal vez todos podemos hacer por los misioneros y por la gran causa que representan. Con mencionarlo, concluiré. Cada uno de nosotros, por así decirlo, proporciona un trasfondo para la obra de los misioneros. Si vivimos y servimos de tal manera que el misionero, al enseñar, pueda señalar con orgullo la aplicación de los principios del evangelio en nuestra sociedad, prestaremos una ayuda infinita en el proceso de la conversión.

La coherencia de nuestra forma de vivir hará una contribución inestimable. La influencia de nuestra vida se extenderá lejos y ampliamente, y dará un testimonio elocuente y eficaz de los principios que proclamamos. Al vivir con valentía vidas honorables y rectas, todos tenemos derecho a ser contados como miembros de la incomparable fuerza misional de la Iglesia de Cristo.

Por mi parte, ruego por tener fortaleza para ser un colaborador constante y un sostenedor de la causa que tanto amo. Elevo la misma plegaria por ustedes, mis hermanos y mis hermanas. Que el Señor nos ayude a ser ejemplos y maestros de la verdad que poseemos. Sé que la tenemos. Que el Señor nos ayude a compartirla con nuestros semejantes, lo pido en el nombre de Jesucristo. Amén.

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