Si el Don de la Fe Está Presente
Élder Clifford E. Young
Ayudante del Consejo de los Doce Apóstoles
¡Siento como si hubiera pasado una luz roja!
Mis hermanos y hermanas: Me uno a ustedes en esta hermosa mañana de día de reposo para expresar gratitud por un testimonio de la divinidad de esta obra. Mientras venía manejando esta mañana desde mi hogar en el condado de Utah, no podía menos que sentir gratitud por haber tenido un padre y una madre que creyeron. Mi padre —hoy es el 117.º aniversario de su nacimiento— conoció al Profeta José, aunque sólo como un niño; sin embargo, su familia conoció íntimamente al Profeta y lo amaban. Mi padre lo amaba. Mi madre amaba su nombre. Ellos han inculcado en nuestros corazones, los de nosotros sus hijos, un aprecio por esta gran obra. Pasaron por tiempos difíciles. Padre conocía las críticas que se habían amontonado contra el Profeta, pero sabía que no eran verdaderas, y sabía de verdad que José era todo lo que pretendía ser.
Esta mañana, mientras conducía, traté de pensar qué habría pensado yo si hubiera vivido en el pequeño pueblo de Palmyra en 1820, cuando un jovencito iba a regresar a su casa y contar a sus padres la gran manifestación que había tenido. Me pregunto qué habría pensado yo si incluso hubiera sido un hermano, como lo fue Hyrum, seis años mayor que el Profeta. ¿Le habría creído o habría pensado que algo andaba mal con el muchacho? Pero estoy seguro de que si hubiese estado bajo esa influencia paterna y hubiese sentido la fe y el calor de aquellos padres que sabían, yo también habría aceptado su gran mensaje y habría creído.
Una madre conoce las debilidades de sus hijos; conoce esas debilidades antes que nadie. Ella no las exhibe, lo cual agradecemos, pero conoce las debilidades, y Lucy Smith habría sabido si el Profeta, el muchacho, estaba diciendo la verdad. Ella habría sabido si su mensaje era uno de verdad o de error, y lo supo, y nunca vaciló a lo largo de su vida; tampoco lo hizo el padre, quien se mantuvo leal y verdadero al lado del joven Profeta. Era un mensaje fantástico. No era fácil de creer. Y trato de imaginar al Profeta como imaginamos al Salvador cuando estuvo ante Pilato, solo; sus discípulos lo habían dejado, aun Pedro había dicho que no lo conocía cuando fue presionado por parte de la chusma (véase Mateo 26:69–74), de modo que Jesús se quedó solo. En aquellos primeros días de la historia de la Iglesia, el Profeta se quedó solo y, sin embargo, piensen en esta gran obra hoy. Ha transcurrido un siglo y cuarto y aquí tenemos la evidencia de la levadura a la que se refirió el hermano Morris, pequeña como era, fermentando toda la masa; y este mensaje del evangelio restaurado se está extendiendo por toda la tierra.
Pensé en estas cosas mientras conducía, y luego pensé en Oliver Cowdery. Oliver Cowdery, en cierto momento, perdió el don de la fe. ¡Fue como muchos de nosotros hoy! Alguna pequeña cosa había carcomido su alma. A veces permitimos que pequeñas cosas carcoman nuestras almas, y perdemos los grandes valores y bendiciones que provienen del servicio fiel en esta Iglesia. Oliver había permitido que pequeñas cosas carcomieran su alma. Phineas Young, quien era muy cercano a la familia de mi padre y quien era cuñado de Oliver Cowdery, trabajó con Oliver, le escribió carta tras carta, diciéndole que no se preocupara por las cosas pequeñas, sino que recordara que la verdad había sido restaurada y que él, Oliver, lo sabía y que debía volver a la Iglesia.
En este mismo púlpito, hace algunos años, el hermano Alonzo Hinckley leyó una carta que Oliver Cowdery había escrito a Phineas Young, en la cual exponía algunos de sus agravios, sintiendo que había sido perjudicado por algunos de sus amigos, y Phineas Young le respondió diciéndole: “No te preocupes por todo eso; supongamos que hubo algún agravio. Tú sabes que el evangelio es verdadero; tú conoces tu testimonio; sabes dónde perteneces.” Después de esto, Oliver finalmente subió a Council Bluffs, y ustedes conocen el resto de la historia. Se presentó ante el pueblo y luego ante el sumo consejo y humildemente les dijo al sumo consejo, sustancialmente lo siguiente: “No pido ser restaurado a mi posición anterior” … el don de la fe había vuelto a su alma … “sólo pido que se me permita volver a la Iglesia, porque sé que es verdadera.”
Es un testimonio maravilloso, mis hermanos y hermanas. Había estado fuera de la Iglesia diez años. Habían pasado casi veinte años desde que había escrito el Libro de Mormón conforme salía de los labios del Profeta José mientras éste, José, lo traducía. Bien podría haber vacilado; podría haber dicho: “Estábamos equivocados. Todo fue un error. José nos hizo creer que vimos las planchas. Imaginamos que oímos una voz y, de algún modo, pensamos que vimos a un ángel.” Pero no dijo eso. Dijo: “El Libro de Mormón es verdadero. Fue traducido por el don y el poder de Dios. Vimos al ángel, y oímos su voz cuando declaró la veracidad de este registro sagrado.”
Así que, mis hermanos y hermanas, con un corazón lleno de gratitud y con un testimonio en mi alma de la divinidad de esta obra, me presento ante ustedes reconociendo la bondad de Dios hacia mí y hacia mi familia por el don de la fe, y comprendiendo que, no importa lo que llegue en la vida de uno, si el don de la fe está presente, uno puede caminar con seguridad, sin vacilar y sin quejarse. Eso siento en mi alma hoy al darles este testimonio, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























