Conferencia General Octubre 1954

Hagamos de Dios el Centro de Nuestra Vida

Presidente David O. McKay


Al concluir esta gran conferencia, sé que ustedes desearían que expresara agradecimiento a las personas y organizaciones que han ayudado a atender a todos los que han estado presentes. Sé que al nombrar a individuos y grupos puedo omitir a algunos, pero a todos ustedes expresamos aprecio y gratitud por sus servicios:

A la prensa pública, a ustedes, reporteros, por su esmero y exactitud al informar de las sesiones; a las congregaciones por su sensibilidad y atención durante todas las reuniones de la conferencia; a los funcionarios de la ciudad; a los agentes de tránsito por manejar el aumento del tráfico. Al pasar en automóvil por South Temple hemos notado cuán atentos, cuán fieles al deber, cuán considerados de los peatones han sido. ¡Gracias! Mencionamos también al cuerpo de bomberos. Ellos se tomaron la molestia de verificar, mediante pruebas reales, que los carros de bomberos pudieran, en una emergencia, pasar por las puertas. A la Cruz Roja, que ha estado presente para prestar ayuda a cualquiera que necesitara sus tiernos cuidados. Por las flores semitropicales de Hawái, ya hemos expresado aprecio. A los ujieres, les decimos gracias. Hemos notado su atención a los deberes que les asignaron sus superiores bajo la dirección del Obispado Presidente.

Con gratitud mencionamos nuevamente la ayuda prestada por las diversas estaciones de radio y televisión aquí en nuestra propia ciudad y estado, y en otros estados mencionados en las diferentes sesiones de esta conferencia. ¡Qué medio tan maravilloso para permitir que cientos de miles de personas escucharan las sesiones de esta conferencia de la Iglesia! Agradecemos a ustedes, congregaciones reunidas en las estacas de California, Arizona, Washington, Oregón, Idaho, Wyoming y Colorado, por los mensajes de gratitud que han enviado. Todos han dicho que las transmisiones han salido perfectamente por las líneas, y han añadido: “Gracias y Dios les bendiga por la oportunidad que hemos tenido hoy de unirnos a ustedes y adorar con ustedes.”

Debemos mencionar otra vez, no solo agradecimiento sino gratitud, por los grupos de cantores que han contribuido tanto a la inspiración de esta conferencia, comenzando con las Madres de la Sociedad de Socorro, y seguidas al día siguiente por aquellas encantadoras niñas—el coro de Abejitas (Bee Hive). Solo su presencia y sus dulces voces, aparte de su canto, arrancaron lágrimas a los ojos de muchas madres. Luego los coros escandinavos combinados, y el Coro Masculino del Coro del Tabernáculo anoche en la reunión del sacerdocio, y finalmente, nuestro propio Coro del Tabernáculo. ¿Saben que han estado aquí desde las siete en punto de esta mañana?

Me complace anunciarles nuevamente que, en reconocimiento al gran servicio que este grupo de devotos cantores presta bajo la capaz dirección del hermano J. Spencer Cornwall y de los organistas, los élderes Alexander Schreiner, Frank Asper y Roy Darley, se les dará un viaje a Europa. Irán como embajadores de buena voluntad—representando con honor y arte al estado, así como a la Iglesia. Con todo nuestro corazón, aquí hoy les decimos: gracias y que Dios los bendiga en la preparación de ese gran viaje.

Todo lo que se ha dicho, hecho y cantado, todos los testimonios expresados, han conducido directa o indirectamente a esta divina amonestación: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” Mateo 6:33

Hagamos, entonces, de Dios el centro de nuestra vida. Ese fue uno de los primeros consejos dados cuando el evangelio fue predicado por primera vez al hombre. Tener comunión con Dios mediante Su Santo Espíritu es una de las aspiraciones más nobles de la vida. Es cuando la paz y el amor de Dios han entrado en el alma, cuando el servirle se convierte en el factor motor de la vida y existencia de uno, que podemos tocar otras vidas, vivificándolas e inspirándolas, aunque no se pronuncie palabra alguna. Hay en el mundo una fuerza espiritual en operación, tan activa y real como las ondas que hoy han llevado el mensaje por radio y televisión a esos muchos miles de personas.

“Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo?”, clamó el Salmista. Eso significa, ¿quién puede entrar en ese ámbito, ese ámbito espiritual… “¿Quién morará en tu monte santo?”

“El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón” Salmos 15:1-2

¿Quién fracasará en entrar en esa presencia divina? “Aquel cuyos pies no resbalan, el que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino” (véase Salmos 15:3

Evitemos, al buscar primero el reino de Dios, la murmuración y el hablar mal de otros. El chisme revela una mente vacía o una mente que abriga celos o envidia. Evitemos la autosuficiencia. Hay un proverbio que dice: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones” Prov. 21:2 “Como nubes y vientos sin lluvia, así es el hombre que se jacta falsamente de sus dones” Prov. 25:14

Finalmente, hermanos y hermanas, “regocijaos, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de amor y de paz será con vosotros” (véase 2 Cor. 13:11 Tengamos en mente la oración del Salvador: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” Juan 17:11,21

Desearía que todos los que están dentro del alcance de mi voz en este momento, todos los que tengan algún prejuicio en su corazón, pudieran haber visto a las Autoridades Generales en la Casa del Señor el jueves por la mañana pasado, cuando se reunieron en ayuno y oración para prepararse espiritualmente para las responsabilidades que les aguardaban en esta gran conferencia. Habrían vislumbrado la unidad de la Primera Presidencia y, por medio de esa transmisión de corazón a corazón, de alma a alma, habrían conocido el amor que siento por estos dos consejeros, por su clara visión, su sano juicio y su paciencia para con su presidente cuando es necesario. Habrían visto la unidad y el amor de estos doce hombres, de sus asistentes y del Primer Consejo de los Setenta, del Patriarca y del Obispado Presidente. Oramos para que el amor y la unidad de esa reunión se extiendan a cada presidencia de estaca, presidencia de misión, cada obispado, cada cuórum del sacerdocio y organización auxiliar en toda la Iglesia. Con tal unidad y amor, no hay poder en la tierra que pueda detener el progreso de esta, la obra de Dios.

Que Sus bendiciones les acompañen ahora al regresar a sus hogares. Los bendecimos para que el espíritu de unidad y el espíritu de testimonio de la divinidad de esta obra permanezcan siempre en sus corazones; para que la paz y el amor estén en sus hogares como nunca antes, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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