Nuestra Mayor Responsabilidad
Élder Sterling W. Sill
Asistente del Consejo de los Doce Apóstoles
Dentro de cuatro días se cumplirán seis meses desde que el presidente McKay me invitó a su oficina para notificarme que había sido llamado a este puesto. Estos seis meses han sido meses extraordinarios para mí. Aunque siempre he sido activo en la obra de la Iglesia, casi siempre ha sido en alguna función de barrio o de estaca, y a veces nuestra apreciación se ve limitada por nuestra experiencia. Pero durante estos últimos seis meses he tenido la nueva experiencia de visitar muchas estacas de la Iglesia, ubicadas en seis estados y en un país extranjero. En cada caso, no había estado en esa estaca más de unas horas cuando ya me sentía casi tan en casa como si hubiera vivido allí toda mi vida, y me ha deleitado e inspirado descubrir que en toda la Iglesia existe el mismo ferviente testimonio del evangelio y la misma devoción a Dios que han caracterizado a los grandes hombres y mujeres de mi propio barrio y de mi propia estaca, a quienes debo una enorme deuda de gratitud.
Esta ha sido una experiencia provechosa para mí por muchas otras razones. Una de ellas es que he llegado a conocer un poco mejor a los hombres que dirigen la Iglesia, no solo por un contacto personal más frecuente, sino también porque el día de mi llamamiento hice la resolución de leer de principio a fin cada libro que haya sido escrito por cada una de las Autoridades Generales actuales de la Iglesia, a fin de aprender algo de su devoción y fe. Todavía no he terminado este proyecto, pero he progresado considerablemente en esa dirección, y me he deleitado con la gran estimulación e inspiración que he recibido. Descubrí hace mucho tiempo que no solo podemos ser inspirados por nuestro Padre Celestial, sino que también podemos recibir inspiración de sus hijos.
Esta lectura en particular viene a ser una especie de culminación de una gran experiencia que comenzó para mí hace diez años, cuando escuché a Adam S. Bennion dar una conferencia sobre el valor de la gran literatura. Fue cerca del final de la guerra con Japón, y él presentó esta proposición: Supongan que van a ser prisioneros en un campo de concentración japonés durante los próximos cuatro años, y que se les permitirá llevar consigo las obras de diez autores. ¿A cuáles escogerían, y qué esperarían obtener de su estudio? Es decir, ¿cuáles son los valores de la gran literatura, del gran pensamiento humano? La idea del hermano Bennion era que uno podría seleccionar a los diez autores del mundo en quienes tuviera mayor interés y confianza, los hombres a quienes más le gustaría parecerse, y luego leer todo lo que ellos hubieran escrito, y tratar de agotar a cada uno por turno; es decir, pensar cada uno de sus pensamientos. Tratar de sentir lo que él sintió. Examinar, escudriñar y asomarse a cada rincón de su mente. Tratar de vivir su vida de nuevo.
Seguir esta sugerencia ha sido una experiencia maravillosa para mí, y actualmente estoy releyendo a uno de mis diez autores. Este autor en particular ha escrito cinco libros. Uno se titula el Antiguo Testamento. Otro es el Nuevo Testamento. Uno es el Libro de Mormón. Uno es Doctrina y Convenios, y otro es la Perla de Gran Precio. Cada vez que leemos un libro con un nuevo propósito, ese libro se convierte en un libro nuevo. Esto no se debe a que las palabras del libro hayan cambiado, sino a que aportamos a la lectura una nueva perspectiva; por ejemplo, uno podría leer la Biblia para obtener de ella su literatura, su historia, su filosofía, su psicología o su teología, pero yo no estoy releyendo las obras estándar de la Iglesia principalmente por ninguno de estos motivos. Más bien, estoy tratando de conocer mejor al Autor.
Daniel Twohig escribió un himno sagrado titulado “I Walked Today Where Jesus Walked” (“Hoy caminé donde Jesús caminó”), y no cabe duda de que sería una experiencia conmovedora pararse en el mismo lugar donde Jesús se paró alguna vez; pero podemos tener una experiencia que es mucho más importante. Porque, mediante las Escrituras, podemos pensar hoy lo que Jesús pensó. Podemos tratar de sentir como Él sintió. Podemos tratar de hacer lo que Él hizo. Podemos tratar de llegar a ser lo que Él es.
Alguien preguntó: ¿Qué le parecería crear su propia mente? Pero, ¿no es eso acaso lo que todos estamos haciendo? William James dijo: “…la mente se forma según aquello de lo que se alimenta”. Y alguien más ha dicho: “…la mente, como la mano del tintorero, queda teñida de lo que sostiene.” Es decir, si sostengo en la mano una esponja empapada en tinte púrpura, mi mano se volverá púrpura; y cuando sostenemos en nuestra mente y corazón los pensamientos de Dios, ideas relacionadas con la gran espiritualidad, la devoción y la fe, entonces nuestra vida se configura de acuerdo con ello; porque, como escribió el autor de Proverbios: “Porque cuál es su pensamiento en su corazón, tal es él” Prov. 23:7
Estoy muy agradecido por estos maravillosos libros que llamamos las obras estándar de la Iglesia, porque por medio de ellos podemos pensar incluso los pensamientos de Dios, tal como los profetas los han registrado a lo largo de las edades del mundo. El Antiguo Testamento fue escrito en el período anterior a la mortalidad de Jesús. El Nuevo Testamento está escrito en torno a su vida terrenal. Doctrina y Convenios fue escrito en nuestra propia época. Y el Libro de Mormón y la Perla de Gran Precio abarcan los tres períodos.
Pero, además de las obras estándar, estoy muy agradecido por las ideas registradas de aquellos que en el pasado y en el presente han dirigido la Iglesia. Porque, al haber dejado por escrito sus ideas, podemos pensar sus pensamientos. Espero no avergonzar al presidente Joseph Fielding Smith al hablar de su reciente gran libro titulado Man—His Origin and Destiny (El hombre: su origen y destino), que considero uno de los grandes libros de la Iglesia. Me gustaría que toda persona en el mundo leyera este gran libro, porque ¿qué conocimiento podría ser más importante y útil para el hombre que las ideas allí presentadas? El presidente Smith ha concentrado en este libro el estudio, la meditación y la devoción de toda una vida, pero mediante nuestra lectura podemos hacer nuestras todas esas ideas en una semana o en un mes. Esta es una de las ventajas de un gran libro.
Para tratar de indicar la necesidad que existe en el mundo, y en nuestra propia vida, de información religiosa adecuada, quisiera relatar una experiencia que tuve unas semanas antes de leer el libro del hermano Smith. Me encontraba en una gran ciudad del Este por un asunto de negocios y, puesto que estaba allí un domingo y no me era fácil asistir a mi propia Iglesia, fui a escuchar a uno de los grandes ministros protestantes del mundo. Después de la reunión, me mostraron su magnífico edificio, y compré un libro escrito por ese ministro, el cual leí cuidadosamente en el tren de regreso a casa. Tres semanas después, volví a estar en esa ciudad y nuevamente fui a escucharlo. Después del servicio, una gran cantidad de personas se formó para estrechar la mano del orador. Cuando todos se hubieron ido, me presenté, le dije cuánto había disfrutado de sus sermones y de su libro, pero que había algunas cosas que no podía comprender y que me gustaría que hablara de ellas conmigo. Él había usado algunas frases en referencia a Dios, tales como: “sumérgete en Dios”, o “echa tus raíces en Dios”, o “llena tu mente de Dios”, y le pregunté si podía explicarme su concepción de Dios. Con mucha franqueza dijo: “No sé qué es Dios, y no conozco a nadie que lo sepa. Si alguien pudiera descubrir qué es Dios, esa sería la noticia más grande que jamás hubiera llegado al mundo”.
Le dije: “¿Me daría su idea de lo que significa la declaración en Génesis Gén. 1:27 que dice que ‘Dios creó al hombre a su propia imagen’?” Él dijo: “Hay una cosa de la que estoy razonablemente seguro, y es que Dios no es un Dios antropomórfico; que el hombre no fue creado a la imagen de Dios”.
Este gran hombre, uno de los líderes religiosos más populares del mundo, no comprende a Dios, y sin embargo Jesús dijo: “…esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” Juan 17:3 Además de esto, este hombre que ha asumido el ministerio en el nombre de Cristo no entiende la preexistencia ni la resurrección. No sabe la diferencia entre el Sacerdocio Aarónico y el de Melquisedec, ni comprende la organización de la Iglesia, ni el uso de los templos, ni la salvación por los muertos. No entiende la necesidad de la autoridad divina, ni muchas otras doctrinas sencillas de Jesús que se mencionan claramente y se analizan en las Escrituras. Y, sin embargo, este hombre es el director espiritual de miles de personas.
Me impresionó grandemente la sinceridad de su declaración de que conocer a Dios sería la información más grande que podría llegar al mundo. Cuando regresé a casa, decidí averiguar cuáles eran los acontecimientos importantes que estaban ocurriendo en el mundo en ese momento, para poder hacer una comparación. Llamé a un periodista y le pedí que me dijera cuáles habían sido las noticias más importantes del último año. Él enumeró las siguientes:
La muerte de Stalin en marzo de 1953.
La ejecución de los Rosenberg en junio de 1953.
El secuestro de Greenlease el otoño pasado.
El caso de Harry Dexter White el otoño pasado.
Los disturbios por alimentos en Alemania Oriental a principios de 1954.
La bomba de hidrógeno.
El lanzamiento del submarino atómico Nautilus en enero de 1954.
Los puertorriqueños que dispararon en el Congreso en marzo de 1954.
La prueba de la vacuna contra la polio, 1954.
Las audiencias del Ejército y McCarthy, 1954.
La mayoría de estos sucesos tienen que ver con introducir muerte en el mundo, mientras que conocer a Dios podría traer vida eterna a todos los hombres. Con esto en mente, abrí Doctrina y Convenios y releí, con renovado aprecio, el relato de este mayor acontecimiento que ha tenido lugar sobre la tierra desde los días en que Jesús vivió en ella. Este maravilloso acontecimiento está registrado para que todos puedan leerlo y entenderlo. Declaramos al mundo que en la primavera de 1820 Dios el Padre y su Hijo Jesucristo se aparecieron a José Smith JS—H 1:17 para restablecer sobre la tierra la creencia en el Dios de Génesis y para restaurar en su plenitud el conocimiento de todos los principios del evangelio.
Descubrir a Dios es el mayor descubrimiento que cualquiera pueda hacer en su vida, y al tratar de entender la gran responsabilidad que acompaña tal descubrimiento, me arrodillé y pedí a Dios que me ayudara a llevar un testimonio aceptable de Él a todos aquellos con quienes yo tuviera contacto. Cuando le fue revelado a Pablo, mientras viajaba camino a Damasco, que Jesús era el Cristo, se colocó sobre él una gran responsabilidad. Cuando lo mismo le fue dado a conocer a José Smith, se colocó sobre él una responsabilidad tremenda. Él dijo: “…había visto una visión; yo lo supe, y lo sabía Dios, y no lo pude negar, ni me atreví a hacerlo” JS—H 1:25
Ahora que lo mismo se nos ha dado a conocer a nosotros, una gran responsabilidad ha sido puesta sobre nosotros, y ruego que nuestro Padre Celestial nos ayude a ser portadores eficaces, inspirados e incansables de esta gran verdad a todos los hombres, en todo lugar del mundo. Esta oración la elevo en el nombre de Jesús. Amén.
























