Capítulo 16
Funerales y la dedicación de sepulcros
Los funerales son los servicios religiosos que se efectúan en relación con la muerte de una persona. “Debe procurarse con todo empeño que los servicios sean sencillos, impresionantes y que concuerden con el espíritu del evangelio” (General Church Handbook, no. 19, pág. 86). Los servicios deben planificarse y llevarse a cabo para el consuelo y edificación de los vivos, ya que los funerales son para los vivos, no para los muertos.
Se recomienda un programa sencillo: un himno inicial, una oración, uno o más discursos breves pronunciados con la ayuda del Espíritu Santo, otro himno y la oración final (Principios del Evangelio, pág. 318). No es la forma de los servicios lo que debe impresionar, sino el consuelo, la bendición, las instrucciones y la orientación del Espíritu. “Se deben seleccionar himnos que expresen esperanza y vida, y la certeza de la resurrección. Las palabras o sermones deben alentar, consolar y dar esperanza” (ibid.).
Con frecuencia, los funerales hacen surgir notables experiencias religiosas. Cuando se sufre la pérdida de un ser querido, los pensamientos y reflexiones se dirigen hacia las cosas más fundamentales del plan de vida y salvación. Por tal motivo, se presenta la ocasión oportuna para enseñar las verdades del evangelio, testificar de la realidad de la resurrección, asegurar a todos la inmortalidad y la vida eterna a quienes hayan guardado la fe. Algunos de los sermones más significativos de esta dispensación se han pronunciado en funerales (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 423). Por medio de estas verdades, los dolientes reciben consuelo y solaz.
— El luto
El luto es parte de la adoración verdadera y debiera ser uno de los aspectos ennoblecedores de la vida. Por tanto, se nos alienta a ayunar, orar y lamentar (véase Alma 30:2; Helamán 9:10). Estos actos no se limitan a los períodos de profunda tristeza, pues se aconsejó a los israelitas que anduvieran “afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:14). En la lamentación recta queda demostrada nuestra compasión por nuestros semejantes; por tal razón, se nos aconseja estar “dispuestos a llorar con los que lloran” (Mosíah 18:9). Nuestro Señor enseñó en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4).
Cuando ocurre una defunción, los vivos suelen tornarse más compasivos. Aumenta su sensibilidad hacia las cosas espirituales, el velo entre los vivos y los muertos parece volverse más tenue, se profundizan las verdades acerca de la relación entre Dios y el hombre, y de esta manera aumenta el deseo de seguir la justicia cuando se llora la pérdida de un ser amado.
“Viviréis juntos en amor, al grado de que lloraréis por los que mueren, y más particularmente por aquellos que no tienen esperanza de una resurrección gloriosa” (Doctrina y Convenios 42:45).
No cabe dentro del espíritu de adoración verdadera una lamentación extremada. En el espíritu de un lamento justo queda comprendido este concepto expresado por Job: “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21).
— La dedicación de sepulturas
En la Iglesia se acostumbra dedicar los sepulcros de los fallecidos. En el Manual del Sacerdocio de Melquisedec se incluye este acto entre las ordenanzas del evangelio: “Todas las ordenanzas [del sacerdocio] se hacen en el nombre de Jesucristo y por la autoridad del sacerdocio” (Manual del Sacerdocio de Melquisedec, pág. 40).
Sin embargo, la dedicación de sepulturas no es una ordenanza de salvación; es decir, no es un requisito necesario para la exaltación. La oración dedicatoria debe contener expresiones de agradecimiento, consuelo y súplicas a Dios para que extienda su cuidado protector sobre la tumba. “En esta oración, que debe ser sencilla y sincera, se pide que el cuerpo sea protegido a fin de que no sea molestado hasta el tiempo de la resurrección. No hay ninguna forma fija, y la persona que ofrece la oración, de preferencia un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec, puede pedir las bendiciones que el Espíritu del Señor le dicte” (General Church Handbook, no. 19, págs. 86–87).
Si no se designa a un miembro del sacerdocio para esta dedicación, es más apropiado llamar al acto oración al lado del sepulcro. La oración final de los servicios funerarios realizados junto a la tumba puede emplearse con ese fin.
— La manera de dedicar sepulturas
“De preferencia deberá hacerlo alguien que tenga el Sacerdocio de Melquisedec, y a quien el obispo haya designado después de consultarlo con la familia”. Para llevarlo a cabo, puede seguir esta pauta:
- Dirigirse a nuestro Padre Celestial como en oración.
- Dedicar y consagrar el sitio, en virtud de la autoridad del sacerdocio, para que allí descanse el cuerpo de (nombre completo del fallecido).
- Pedir apropiadamente al Señor, si se desea, que el terreno sea un lugar santo hasta el tiempo en que el cuerpo resucite y se una nuevamente al espíritu.
- Rogar al Señor que consuele a la familia.
- Terminar el acto en el nombre de Jesucristo.
(Véase General Church Handbook, no. 19, págs. 86–87).
— Son pocas las oraciones fijas
Son pocas las formas invariables que existen en la Iglesia. El Espíritu Santo dirige al sacerdocio. En lugar de regirse por oraciones memorizadas, los hermanos deben vivir de tal manera que puedan contar con la ayuda e inspiración del Espíritu de Dios cuando sean llamados a participar en las ordenanzas. De este modo, sus oraciones serán sencillas, directas, adecuadas y eficaces ante Dios.
Las únicas oraciones prescritas específicamente fuera del templo son las del bautismo y la bendición del sacramento.
No se ha revelado una forma fija en nuestra época para la bendición de niños, la confirmación y otorgamiento del Espíritu Santo, las ordenaciones del sacerdocio, la consagración del aceite, la bendición de los enfermos y la dedicación de sepulturas. Los elementos esenciales de estas ordenanzas son que se efectúen por la autoridad del sacerdocio y en el nombre de Jesucristo. En el caso de la confirmación, es esencial que se confiera el don del Espíritu Santo.
Los hermanos que oficien en estas ordenanzas no deben repetir oraciones aprendidas de memoria, salvo en los casos ya indicados. Deben ejercer el privilegio de bendecir e instruir bajo la inspiración del Señor. Por tanto, la fe, la humildad y la pureza deben guiar la vida y el comportamiento de quienes poseen el sacerdocio, a fin de que “los vasos del Señor” sean puros y dignos de recibir la inspiración y dirección de Dios.
























