Dios y el Hombre

Capítulo 29
La Humildad


“Alabad, siervos de Jehová, alabad el nombre de Jehová.
Sea el nombre de Jehová bendito desde ahora y para siempre.
Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová.
Excelso sobre todas las naciones es Jehová, sobre los cielos su gloria.
¿Quién como Jehová nuestro Dios, que se sienta en las alturas,
Que se humilla a mirar en el cielo y en la tierra?
Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar,
Para hacerlo sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo.
Él hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya.”

La humildad es una virtud excelsa; sin ella, los demás rasgos de carácter que se buscan o anhelan pueden dejar de ser verdaderas virtudes. En la humildad se encuentra la libertad del orgullo y la arrogancia; con ella se adquiere la habilidad y la disposición para reconocer a Dios. Por eso dijo el salmista que el que se humilla puede “mirar en el cielo y en la tierra”; y esta disposición de reconocer a Dios y Sus obras vivifica los demás atributos cristianos.

La humildad no implica servilismo. Significa, más bien, una admisión inteligente de las limitaciones infinitas que Dios ha impuesto al hombre. Quiere decir tributar respeto al Señor y a Su excelsa posición como el Omnipotente Creador del universo; mantener una actitud modesta, sumisa y libre de pretensiones, que nos permite estar conscientes de poderes y fuerzas más altas y potentes que nosotros mismos, y a los cuales debemos responder. Representa la filosofía de Cristo.

La humildad contrasta directamente con la filosofía del mundo: una filosofía de egotismo y presunción. Esto es lo opuesto a la humildad.

En ningún sentido se menoscaba al hombre por reconocer que existe un poder superior al suyo. Si atribuye la beneficencia y un propósito sublime a ese poder más alto; si tiene la visión para percibir un destino más elevado y atributos más nobles en sus semejantes, entonces se siente estimulado y motivado a obrar y a realizarse durante su existencia presente.

El progreso en las cosas espirituales depende de que primero se logre la humildad. La filosofía del mundo, con su orgullo, altivez y vanidad, impide la recepción de los dones espirituales: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.”

Se ha mandado que seamos humildes

Uno de los mandamientos que hemos recibido de Dios es que seamos humildes: “Sea todo mi pueblo… humilde ante mí.”

El cumplimiento de este principio es un requisito necesario para poder ser guiados por el Espíritu en las sendas de justicia: “Sé humilde, y el Señor tu Dios te llevará de la mano y contestará tus oraciones.”

El rey Benjamín habló extensamente sobre la doctrina de la humildad y la dependencia del hombre ante Dios: “Quisiera que pudieseis recordar y retener siempre en vuestra memoria la grandeza de Dios, y vuestra propia nulidad, y su bondad y longanimidad hacia vosotros, indignas criaturas, y os humillaseis con la más profunda humildad, invocando el nombre del Señor diariamente y permaneciendo firmes en la fe.”

Como ocurre con todos los mandamientos divinos, este también encierra la promesa de una gran recompensa: “Humillaos delante del Señor, y él os exaltará.”

— Amonestación en cuanto al orgullo

El 2 de julio de 1839, el profeta José Smith se reunió con el Cuórum de los Doce y otros que habían sido llamados a servir misiones, y les dio consejos respecto a la naturaleza de su llamamiento. En su diario escribió lo siguiente:

“Entonces me dirigí a ellos y les di muchas instrucciones con el objeto de prevenirlos contra la presunción, la autojustificación y el engreimiento, aludiendo a muchos temas de importancia y valor para todos los que desean andar humildemente delante del Señor. Particularmente les enseñé a que siguieran la caridad, la prudencia y la consideración hacia el prójimo, amándose unos a otros en todas las cosas y en toda circunstancia. En substancia dije lo siguiente:

‘Además, los Doce y todos los miembros de la Iglesia deben estar dispuestos a confesar todos sus pecados y no retener parte de ellos; y los Doce han de ser humildes y no exaltarse; deben guardarse del orgullo y de querer superar el uno al otro. Más bien, deben obrar para el bien de cada cual, orar unos por otros, y honrar a nuestro hermano o hablar bien de su nombre, y no calumniarlo ni destruirlo… ¡Dales prudencia, oh Dios, y ruégote que los conserves humildes!

“Cuando los Doce o cualesquiera otros testigos se ponen de pie ante las congregaciones de la tierra y predican con el poder de la demostración del Espíritu de Dios, y la gente se asombra y se convence de la doctrina, y dice: ‘Ese hombre ha predicado un potente discurso, un gran sermón’, cuídese ese hombre, o esos hombres, de tomar la gloria para sí mismos. Más bien deben procurar ser humildes y dar el honor y la gloria a Dios y al Cordero, porque es por el poder del Santo Sacerdocio y del Espíritu Santo que tienen ese poder para hablar.
¿Qué eres tú, oh hombre, sino polvo? ¿Y de quién recibiste tu poder y bendición, sino de Dios?”

— El recato

La mayoría de los rasgos de virtud pierden su eficacia cuando el hombre se da cuenta de que los posee, y esto sucede en forma particular con la humildad. Si uno realmente es pobre en espíritu, no se fija en su propia importancia; pero cuando el hombre comienza a pensar en sí mismo y llega a la grata conclusión de que es humilde, ya se ha manifestado en él la altivez al sentirse orgulloso de su propia humildad.

La persona humilde desvía la atención de sí misma. Si alguien siente temor de presentarse en público, eso no es humildad; tampoco lo es el desprecio hacia uno mismo o tener una opinión excesivamente baja de la propia persona. La verdadera humildad no consiste en estar consciente de uno mismo, sino en olvidarse de sí.

Dios ha dado al género humano muchos dones y talentos, y debemos estar agradecidos por ellos, reconocerlos y desarrollarlos. Es un concepto erróneo suponer que esos talentos valen menos de lo que realmente valen. Desde otra perspectiva, el hombre puede descubrir que todas las cosas creadas (él entre ellas) son gloriosas y excelentes. De esta manera se cumple el precepto: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No confundamos la falsa modestia con la humildad.

— Antes del bautismo se requiere la humildad

Uno de los requisitos necesarios para el bautismo es que la humildad acompañe al arrepentimiento:

“Todos los que se humillen ante Dios, y deseen bautizarse, y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos, testificando ante la iglesia que se han arrepentido verdaderamente de todos sus pecados, y que están listos para tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, con la determinación de servirle hasta el fin, y verdaderamente manifiestan por sus obras que han recibido el Espíritu de Jesucristo para la remisión de sus pecados, serán recibidos en su iglesia por el bautismo.”

— Es un elemento esencial en el servicio de Dios

Refiriéndose a la maravillosa obra de la restauración del evangelio, el profeta José Smith escribió:

“Oh vosotros que os embarcáis en el servicio de Dios… tened presente la virtud, el conocimiento, templanza, paciencia, bondad fraternal, santidad, caridad, humildad, diligencia.”

Unos tres meses después, el Profeta añadió:

“Y nadie puede ayudar en esta obra, salvo que sea humilde y lleno de amor.”

De modo que se requiere humildad en todos aquellos que se dedican a obrar en el evangelio y a servir a Dios.

— El Espíritu ilumina a los humildes

Es necesaria la humildad antes de poder recibir conocimiento del Espíritu:

“Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que vea, y sean destapados sus oídos para que oiga. Porque se envía mi Espíritu al mundo para iluminar a los humildes y a los contritos, y para condenar a los impíos.”

— Permite a los justos ver a Dios

La humildad habilita a los justos para poder ver a Dios:

“Y además, de cierto os digo, que es vuestro el privilegio, y os hago una promesa a vosotros, los que habéis sido ordenados a este ministerio, que si os despojáis de todo celo y temor, y os humilláis delante de mí —pues no sois suficientemente humildes— el velo se hendirá, y me veréis y sabréis que yo soy; no con la mente carnal ni natural, sino con la espiritual.”

Todo esto, y más, se promete en esta vida y en la venidera a todos los que “se humillen profundamente.”

“Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.”

Nuestro Salvador inició el Sermón del Monte con estas palabras:

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”

— Los mansos heredarán la tierra

La mansedumbre está estrechamente relacionada con la virtud de la humildad, y de hecho proviene de ella. Son pocos los rasgos de carácter que tengan tanta importancia para el devoto como la mansedumbre. Los mansos son aquellos que, con buena disposición, hacen que sus vidas se ajusten a las normas de rectitud, y de ese modo sujetan su voluntad a la del Señor.

Se dice que la mansedumbre es uno de los “frutos del Espíritu.” Significa docilidad, y llevada a la práctica destaca a quien está dispuesto a adaptarse —y puede sujetarse— a las indicaciones del Espíritu del Señor. Los mansos son personas de carácter benigno, longánimes y temerosas de Dios.

Este rasgo de carácter se distingue en las personas más sobresalientes que han vivido:

“Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”;

y el Señor dijo de sí mismo:

“Soy manso y humilde de corazón.”

Los mansos finalmente recibirán su recompensa. Cuando la tierra quede santificada y preparada para la gloria celestial, les será asignada su herencia; y entonces se cumplirá la promesa del Maestro:

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”