Doctrina y Convenios Sección 107

Doctrina y Convenios
Sección 107


Contexto Histórico

En la primavera de 1835, en la pequeña comunidad de Kirtland, Ohio, José Smith recibió una revelación que definió profundamente la organización y funcionamiento del sacerdocio en la Iglesia. Esta revelación, registrada como la Sección 107 de Doctrina y Convenios, surgió en un momento crucial para los santos. En los meses previos, se había organizado formalmente el Cuórum de los Doce Apóstoles y se había llamado a los Setenta, marcando el inicio de un esfuerzo concertado para expandir el Evangelio en todo el mundo.

La revelación proporcionó instrucciones claras sobre la autoridad, las funciones y la estructura de los dos sacerdocios: el de Melquisedec y el Aarónico. Se explicó que el Sacerdocio de Melquisedec, llamado originalmente el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios, posee las llaves de todas las bendiciones espirituales y el derecho de presidir sobre todos los oficios de la Iglesia. Por otro lado, el Sacerdocio Aarónico, llamado el sacerdocio menor, está enfocado en las ordenanzas exteriores, como el bautismo, y posee las llaves del ministerio de ángeles.

En los meses de febrero y marzo de 1835, los líderes se habían estado preparando para enviar a los recién organizados Cuórums de los Doce y de los Setenta a sus primeras misiones. La revelación no solo sirvió para instruir a estos hombres en sus deberes, sino también para establecer principios eternos sobre el gobierno y la administración de la Iglesia. Entre los temas destacados se encuentra la necesidad de unanimidad en las decisiones de los cuórums presidenciales, simbolizando la unidad que debe caracterizar a la Iglesia.

La revelación también miró hacia el pasado, conectando el orden del sacerdocio con los patriarcas de la antigüedad. Se recordó a los santos cómo Adán, Set, Enós y otros líderes de las primeras generaciones habían recibido y transmitido el sacerdocio por linaje, culminando en la gran reunión en Adán-ondi-Ahmán, donde el Señor se apareció a Adán y su posteridad.

Además, se delinearon las funciones específicas de los diversos oficios del sacerdocio, desde diáconos hasta sumos sacerdotes. Se estableció que cada oficio tiene deberes sagrados y que el éxito en la obra de la Iglesia depende de que cada miembro comprenda y cumpla su responsabilidad.

El mensaje culminó con un recordatorio de que la diligencia y la preparación son esenciales. El Señor advirtió que aquellos que no aprendan su deber o no lo cumplan diligentemente no serán considerados dignos de permanecer en sus llamamientos. Así, esta revelación no solo brindó una estructura organizativa, sino que también llamó a los santos a una mayor dedicación y obediencia.

La Sección 107 es un testimonio de la visión de José Smith como profeta y de la guía divina en el establecimiento de la Iglesia. A través de esta revelación, el Señor proporcionó las bases organizativas y espirituales que permiten a Su Iglesia operar de manera ordenada y eficiente mientras se esfuerza por cumplir con Su obra en la tierra.

La Sección 107 establece principios fundamentales sobre la estructura, el propósito y las bendiciones del sacerdocio en la Iglesia. Subraya la importancia de la organización divina, la unidad en el liderazgo, la diligencia en el servicio y la fidelidad para acceder a las mayores bendiciones espirituales.
Estos principios nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia disposición para aprender y cumplir con nuestras responsabilidades en el reino de Dios. Al servir con diligencia y fe, podemos participar en la obra de edificar Sion y prepararnos para las promesas eternas del Evangelio.


Versículo 1: “En la iglesia hay dos sacerdocios, a saber, el de Melquisedec y el Aarónico, que incluye el Levítico.”
Este versículo introduce la estructura básica del sacerdocio en la Iglesia. El Sacerdocio de Melquisedec y el Aarónico se complementan, con roles y responsabilidades específicas, mostrando que el Señor organiza Su Iglesia de manera ordenada y jerárquica para cumplir con Su obra.

“En la iglesia hay dos sacerdocios…”
Este versículo establece que el sacerdocio en la Iglesia está organizado en dos divisiones principales. Esta dualidad refleja un patrón divino de organización que ha existido desde la antigüedad, proporcionando autoridad para administrar las ordenanzas y guiar al pueblo de Dios.
El presidente Gordon B. Hinckley explicó: “El sacerdocio es el poder eterno por el cual Dios creó y gobierna el universo. Es la autoridad por la cual actúa en todas las cosas que hace por el bienestar de Sus hijos.” (“Lo que el sacerdocio significa para los hombres y los muchachos,” Liahona, noviembre de 1992, pág. 48).
La existencia de dos sacerdocios destaca la manera en que el Señor delega Su poder para administrar tanto las cosas espirituales como las temporales en Su Iglesia. Ambos sacerdocios trabajan en armonía para cumplir con los propósitos divinos.

“…a saber, el de Melquisedec y el Aarónico…”
El Sacerdocio de Melquisedec se centra en las cosas espirituales y tiene autoridad sobre todos los oficios de la Iglesia. El Sacerdocio Aarónico, también llamado el sacerdocio menor, se enfoca en las ordenanzas exteriores y en preparar a las personas para recibir mayores bendiciones.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El Sacerdocio de Aarón es el sacerdocio preparatorio, mientras que el Sacerdocio de Melquisedec es el sacerdocio de perfección, que incluye todo lo que pertenece al ministerio del Evangelio.” (“El poder del sacerdocio,” Liahona, mayo de 2010, pág. 6).
La división entre estos dos sacerdocios refleja el plan del Señor de preparar a Sus hijos gradualmente para recibir mayores responsabilidades y bendiciones.

“…que incluye el Levítico.”
El Sacerdocio Aarónico incluye el Sacerdocio Levítico, que era ejercido por los levitas bajo la ley de Moisés. Este detalle vincula la administración moderna del Sacerdocio Aarónico con sus raíces antiguas, enfatizando la continuidad del plan de Dios a lo largo de las dispensaciones.
El élder Dallin H. Oaks explicó: “El Sacerdocio Aarónico tiene el poder para administrar las ordenanzas iniciales del Evangelio, uniendo nuestra dispensación con las prácticas ordenadas por el Señor en el tiempo de Moisés.” (“El sacerdocio y el templo,” Liahona, mayo de 1999, pág. 37).
La mención del Sacerdocio Levítico nos recuerda que las prácticas del pasado apuntaban al ministerio y obra redentora de Cristo, que ahora se administran plenamente bajo el sacerdocio restaurado.

Este versículo establece la organización fundamental del sacerdocio en la Iglesia, mostrando cómo el poder y la autoridad de Dios son delegados para guiar y bendecir a Sus hijos. Esta revelación subraya la continuidad del sacerdocio a lo largo de las dispensaciones, resaltando su importancia en la obra de salvación.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre el papel del sacerdocio en nuestras vidas y en la Iglesia. Comprender la organización y propósito del sacerdocio puede ayudarnos a respetarlo, sostener a quienes lo poseen y participar activamente en las bendiciones que trae al servicio de Dios y de los demás.
El presidente Russell M. Nelson lo expresó de esta manera: “El sacerdocio no es solo un privilegio para los hombres que lo poseen; es un don de Dios que bendice a toda Su familia en la tierra.” (“Actuar en la autoridad del sacerdocio,” Liahona, mayo de 2018, pág. 66).


Doctrina y Convenios 107:1

Todo sacerdocio proviene de Dios. Es el poder y la autoridad de Dios delegados al hombre para bendecir a las personas y salvar almas. Hay un solo sacerdocio con dos funciones o divisiones: el de Melquisedec y el Aarónico (D. y C. 107:5–6).

José Smith explicó:
“El Sacerdocio de Melquisedec comprende el Sacerdocio Aarónico o Levítico, y es la cabeza suprema, y posee la autoridad más elevada que pertenece al sacerdocio, y las llaves del Reino de Dios en todas las edades del mundo hasta la última posteridad sobre la tierra; y es el conducto por medio del cual se revela desde los cielos todo conocimiento, doctrina, el plan de salvación y toda cosa importante” (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 166–167).

Con el poder del sacerdocio, podemos recibir la plenitud de las bendiciones del Señor, tanto en esta vida como en la venidera. Sin el poder del sacerdocio, estamos perdidos para siempre y sin esperanza. Gracias sean dadas a Dios por el poder y la autoridad de representarlo y actuar en Su nombre.

Este versículo establece la organización divina del sacerdocio dentro de la Iglesia. Aunque hay un solo sacerdocio, el Señor lo ha dividido en dos grandes ramas: el Sacerdocio de Melquisedec y el Sacerdocio Aarónico o Levítico. Esta estructura permite que los siervos de Dios puedan administrar tanto las ordenanzas preparatorias del Evangelio como las más elevadas y sagradas.

El Sacerdocio Aarónico es un sacerdocio menor, preparatorio, encargado de las ordenanzas exteriores, como el bautismo y la administración de la Santa Cena. Por su parte, el Sacerdocio de Melquisedec preside, dirige y revela; contiene las llaves del conocimiento celestial, del plan de salvación y del gobierno del Reino de Dios.

José Smith enseñó que el Sacerdocio de Melquisedec es el canal de revelación divina, a través del cual se transmite todo conocimiento celestial a los hombres. Este sacerdocio existió en todas las dispensaciones verdaderas y es la autoridad mediante la cual los profetas hablan y actúan en nombre del Señor.

Doctrina y Convenios 107:1 nos recuerda que el sacerdocio no es una invención humana, sino una comisión divina: el poder de actuar en el nombre de Dios para bendecir a Sus hijos y llevar a cabo la salvación. Es un privilegio sagrado y una responsabilidad eterna.

La organización del sacerdocio en sus dos divisiones—Melquisedec y Aarónico—demuestra la sabiduría del Señor al preparar a Sus siervos paso a paso, conforme a sus capacidades espirituales y niveles de consagración. Por medio del sacerdocio, se restauran las ordenanzas, se ministran bendiciones, se revelan doctrinas, y se organiza el Reino de Dios en la tierra.

Agradecer al Señor por Su sacerdocio es reconocer que por Su poder, la humanidad no está perdida, sino que puede ser rescatada, santificada y exaltada. Y como miembros de Su Iglesia, debemos honrar ese poder con fe, obediencia y servicio consagrado.


Doctrina y Convenios 107:2–3: “La razón por la que el primero se llama el Sacerdocio de Melquisedec es porque Melquisedec fue un gran sumo sacerdote. Antes de su tiempo se llamaba el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios.”

En la revelación sobre el sacerdocio y el gobierno de la Iglesia (D. y C. 107), el Señor reveló el nombre completo y sagrado del sacerdocio mayor, y la razón por la cual el nombre fue cambiado.
Melquisedec, un tipo y sombra del Salvador venidero, fue llamado en su época “el príncipe de paz” y “el rey de Salem” (Alma 13:18). Fue un rey justo y un sumo sacerdote que predicó el arrepentimiento a su pueblo y estableció la paz en la tierra. Abraham, el padre de naciones, pagó diezmos a Melquisedec. En cuanto a liderazgo justo, ninguno ha sido mayor (Alma 13:14–19).

El Señor honró el nombre de Melquisedec:
“Por respeto o reverencia al nombre del Ser Supremo, para evitar repetir Su nombre con demasiada frecuencia, ellos, la Iglesia en los días antiguos, llamaron a ese sacerdocio con el nombre de Melquisedec” (D. y C. 107:4).

Todos los que poseen este poder y autoridad sagrado deben sentirse humildemente agradecidos por el Señor, de quien procede todo el sacerdocio, y por Su siervo justo, Melquisedec.

Este pasaje enseña la naturaleza sagrada y divina del Sacerdocio de Melquisedec, cuya designación original era “el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios”. Ese título revela su origen celestial y su conexión directa con Jesucristo, quien es el gran Sumo Sacerdote de todos.

La razón por la cual el nombre fue cambiado no fue doctrinal, sino por reverencia hacia el nombre del Salvador, para evitar el uso frecuente del nombre sagrado de Dios. Así, el nombre de Melquisedec se empleó como un título alternativo apropiado, ya que él fue una figura ejemplar de justicia, paz y liderazgo recto, y un símbolo profético de Cristo (véase Hebreos 7).

Melquisedec es uno de los personajes más enigmáticos y reverenciados en las Escrituras. Fue un rey y sacerdote que no solo gobernó con justicia, sino que también predicó el arrepentimiento y recibió el diezmo de Abraham, lo que indica su gran autoridad espiritual (Alma 13; Génesis 14; Hebreos 7).

Doctrina y Convenios 107:2–3 profundiza nuestra comprensión de la santidad del Sacerdocio de Melquisedec y su íntima relación con Jesucristo. Este sacerdocio no es meramente una designación funcional, sino un orden eterno que representa el poder divino para salvar, enseñar y presidir.

El hecho de que originalmente se llamara el “Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios” subraya que todo sacerdocio verdadero tiene a Cristo como su centro. Cambiar el nombre por respeto al Señor nos enseña un principio valioso: la reverencia hacia lo sagrado es una señal de sabiduría espiritual.

Quienes poseen este sacerdocio deben sentir profunda gratitud y reverencia, no solo por tener el privilegio de actuar en nombre de Dios, sino también por el ejemplo de Melquisedec—un prototipo de Cristo en rectitud, paz y poder espiritual. Servir con ese sacerdocio es servir como Cristo lo haría: con humildad, justicia y amor redentor.


Doctrina y Convenios 107:18–19: “El poder y la autoridad del sacerdocio mayor, o sea, el de Melquisedec, consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia—para… disfrutar de la comunión y la presencia de Dios el Padre, y de Jesucristo, el mediador del nuevo convenio.”

Nosotros, como pueblo, aún no hemos empezado a comprender, mucho menos a disfrutar, los privilegios espirituales asociados con el Sacerdocio de Melquisedec. Este sacerdocio es el poder mismo de Dios: el poder por el cual los mundos fueron creados y poblados; el poder mediante el cual los hijos e hijas de Dios son sanados, renovados, redimidos, resucitados y glorificados en la eternidad.

El sacerdocio es un poder sagrado: el poder y la autoridad de Dios delegados al hombre en la tierra para actuar en todas las cosas relacionadas con la salvación de la humanidad. Es, en un sentido muy real, una investidura de autoridad, una manifestación de la confianza divina por la cual la Deidad delegó y empoderó a Sus siervos en la tierra.

Este pasaje revela el alcance supremo del Sacerdocio de Melquisedec, no solo como un poder de presidencia y administración, sino como el canal de las bendiciones espirituales más sublimes que Dios ofrece a Sus hijos.

Entre esas bendiciones se destaca lo que podría considerarse el mayor privilegio de todos: “disfrutar de la comunión y la presencia de Dios el Padre, y de Jesucristo”. Esto refleja que el propósito final del sacerdocio no es institucional, sino relacional y redentor: permitirnos volver a la presencia de Dios por medio de Cristo.

Este poder no es meramente simbólico; es activo y viviente. El Sacerdocio de Melquisedec es el mismo poder mediante el cual Dios crea, redime y glorifica. Así como Cristo “sostiene todas las cosas con la palabra de su poder” (Hebreos 1:3), el sacerdocio representa esa misma autoridad compartida con los hombres para llevar a cabo Su obra.

Es significativo que pocos en la tierra comprenden realmente el potencial espiritual del sacerdocio. Más allá de administrar ordenanzas, el sacerdocio nos llama a vivir a la altura de un poder celestial, actuando con rectitud, humildad y propósito eterno.

Doctrina y Convenios 107:18–19 nos recuerda que el Sacerdocio de Melquisedec no es simplemente un título ni una función eclesiástica, sino una investidura sagrada del poder divino para traer a los hijos de Dios de vuelta a Su presencia.

El sacerdocio mayor nos concede las llaves de todas las bendiciones espirituales de la Iglesia, incluyendo el conocimiento del plan de salvación, la capacidad de efectuar ordenanzas salvadoras, y la oportunidad suprema de comulgar con Dios y con Su Hijo.

Este pasaje nos llama a despertar espiritualmente, a vivir más plenamente el potencial de este don divino, y a recordar que el sacerdocio no solo nos autoriza a actuar en el nombre de Dios, sino que también nos prepara para llegar a ser como Él.

“El que honra su sacerdocio, honra a Dios; y el que lo deshonra, deshonra al que lo dio.”


Doctrina y Convenios 107:8: “El Sacerdocio de Melquisedec tiene el derecho de presidencia y posee poder y autoridad sobre todos los oficios en la Iglesia en todas las épocas del mundo, para administrar en las cosas espirituales.”

En 1829, Pedro, Santiago y Juan confirieron a José Smith y a Oliver Cowdery el santo apostolado y las llaves del sacerdocio mayor.
Las llaves son el derecho de presidencia, el poder de dirección. Aquellos que poseen llaves (presidentes de quórum, obispos, presidentes de estaca, presidentes de misión, autoridades generales) tienen el derecho de regular los asuntos de la Iglesia dentro de su área de responsabilidad, incluyendo la correcta administración de las ordenanzas de salvación.

Un padre justo puede tener la autoridad del sacerdocio para bautizar a su hija de ocho años, pero solo puede hacerlo bajo el poder de dirección de quien tiene las llaves en el barrio, es decir, el obispo. Así se mantiene el orden en la casa del Señor.

La Gran Apostasía ocurrió no solo porque se perdió el sacerdocio, sino también porque las llaves del sacerdocio—el poder de dirección que permite a los poseedores del sacerdocio conferir esa misma autoridad a otros—fueron quitadas de la tierra.

Este versículo enseña la función suprema del Sacerdocio de Melquisedec: es el sacerdocio que preside, que posee poder y autoridad sobre todos los oficios de la Iglesia en todas las dispensaciones. Esto significa que desde Adán hasta nuestros días, todo gobierno divinamente autorizado en la Iglesia ha operado bajo este sacerdocio superior.

Un aspecto esencial del sacerdocio es la diferencia entre autoridad y llaves. Todos los poseedores del sacerdocio tienen autoridad para actuar en ciertos deberes, pero solo aquellos que poseen llaves tienen el derecho de presidir, dirigir y autorizar oficialmente el uso del sacerdocio en su jurisdicción.

Esta distinción es vital para mantener el orden divino y la unidad doctrinal en la Iglesia. A través de las llaves del sacerdocio, el Señor administra Su Iglesia con organización, revelación y exactitud. Como enseñó el presidente Joseph F. Smith:

“El sacerdocio no puede funcionar independientemente de las llaves que lo dirigen”.

La Gran Apostasía es un ejemplo histórico del caos que resulta cuando las llaves del sacerdocio son quitadas. Aunque personas pudieron haber tenido escrituras o buenas intenciones, sin las llaves no había autoridad para presidir, enseñar o administrar ordenanzas salvadoras.

Doctrina y Convenios 107:8 afirma que el Sacerdocio de Melquisedec es la autoridad suprema en la Iglesia de Cristo, dada por Dios para administrar Su obra entre los hombres. Este sacerdocio no solo confiere poder para actuar en nombre de Dios, sino también para presidir con rectitud y en orden.

Las llaves del sacerdocio garantizan que todo acto sagrado se realice con aprobación divina, bajo la dirección de quienes han sido debidamente autorizados. Este principio salvaguarda la Iglesia de la confusión doctrinal y asegura que la voluntad del Señor gobierne en todos los aspectos de Su reino en la tierra.

Agradecemos que, en esta dispensación, Pedro, Santiago y Juan restauraron no solo la autoridad, sino también las llaves del sacerdocio, asegurando que el gobierno de la Iglesia se mantenga continuo, ordenado y dirigido por revelación hasta el regreso del Salvador.


Versículo 18: “El poder y la autoridad del sacerdocio mayor, o sea, el de Melquisedec, consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia.”
Este versículo subraya que el Sacerdocio de Melquisedec no solo tiene autoridad para presidir, sino también para administrar todas las bendiciones espirituales. Esto incluye el privilegio de recibir revelación, los misterios del reino y la comunión con Dios.

“El poder y la autoridad del sacerdocio mayor…”
El Sacerdocio de Melquisedec es llamado el “sacerdocio mayor” porque abarca todas las bendiciones espirituales y tiene el derecho de presidir sobre todos los oficios en la Iglesia. Este título resalta su superioridad en términos de autoridad y responsabilidad espiritual.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El Sacerdocio de Melquisedec es el sacerdocio más elevado y sagrado, el cual contiene las llaves de todas las bendiciones espirituales que están al alcance de la humanidad.” (“El poder del sacerdocio,” Liahona, mayo de 2010, pág. 6).
El uso del término “mayor” subraya la magnitud y la solemnidad de las responsabilidades asociadas con este sacerdocio, destacando su papel central en la administración del Evangelio.

“…consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia.”
Las “llaves” del sacerdocio representan la autoridad para dirigir y administrar las ordenanzas y bendiciones espirituales, incluyendo los convenios del templo, la revelación, y la guía de la Iglesia. Estas llaves permiten a los líderes del sacerdocio actuar en nombre del Señor para abrir las puertas de la salvación y la exaltación.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “Las llaves del sacerdocio son esenciales para realizar las ordenanzas que unen a las familias por la eternidad y abren las puertas a las bendiciones del cielo.” (“En el templo se nos enseñan cosas eternas,” Liahona, octubre de 2019, pág. 93).
Este versículo pone de manifiesto que todas las bendiciones espirituales fluyen a través de las llaves del Sacerdocio de Melquisedec, asegurando que la Iglesia funcione de acuerdo con la voluntad del Señor y con un orden divino.

Este versículo resalta la importancia del Sacerdocio de Melquisedec como el conducto divino para otorgar las bendiciones espirituales más elevadas. Este sacerdocio no solo tiene la autoridad para presidir, sino que también actúa como el medio por el cual los santos reciben los convenios, las ordenanzas y la guía espiritual necesaria para su salvación y exaltación.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre el privilegio de tener el sacerdocio restaurado en la tierra y a valorar las bendiciones espirituales que derivan de él. También nos recuerda la importancia de sostener a los líderes del sacerdocio y de participar en las ordenanzas y convenios que son administrados por ellos.
El presidente Gordon B. Hinckley expresó: “El sacerdocio es el poder de Dios delegado a los hombres, no para su propio beneficio, sino para bendecir y servir a los hijos de Dios.” (“El servicio como el mayor llamamiento del sacerdocio,” Liahona, noviembre de 1986, pág. 50).


Versículo 19: “Tener el privilegio de recibir los misterios del reino de los cielos, ver abiertos los cielos, comunicarse con la asamblea general e iglesia del Primogénito, y gozar de la comunión y presencia de Dios el Padre y de Jesús, el mediador del nuevo convenio.”
Este versículo describe las bendiciones supremas del Sacerdocio de Melquisedec, incluyendo la posibilidad de alcanzar una comunión plena con Dios. Estas promesas están reservadas para quienes sean fieles en su servicio y búsqueda espiritual.

“Tener el privilegio de recibir los misterios del reino de los cielos…”
El acceso a los “misterios del reino de los cielos” se refiere a la revelación divina, que permite a los poseedores del Sacerdocio de Melquisedec comprender las verdades más profundas del Evangelio. Estos misterios no son secretos ocultos, sino verdades espirituales que solo se pueden discernir a través del Espíritu Santo.
El presidente Boyd K. Packer explicó: “Los misterios del reino no son misterios en el sentido de ser confusos o ininteligibles, sino que son verdades profundas reveladas a los que buscan sinceramente.” (“The Light of Christ,” Ensign, abril de 2005, pág. 10).
Este privilegio subraya la importancia de la preparación espiritual y el esfuerzo constante por buscar la revelación personal. Aquellos que poseen el sacerdocio tienen la responsabilidad de buscar estos misterios para dirigir y bendecir a otros.

“Ver abiertos los cielos…”
Esta expresión simboliza la comunicación directa con lo divino, que incluye recibir revelación, visiones y una conexión más profunda con Dios. Para los poseedores del sacerdocio, esta es una invitación a buscar una relación más cercana con el Señor mediante la fe y la obediencia.
El élder David A. Bednar declaró: “Los cielos están abiertos y lo han estado desde la Restauración. La revelación no es la excepción; es la norma en la Iglesia de Jesucristo.” (“El Espíritu de Revelación,” Liahona, mayo de 2011, pág. 87).
Este privilegio recalca que el poder del sacerdocio abre el acceso a las bendiciones espirituales más elevadas, siempre que se ejerza con rectitud y en armonía con la voluntad de Dios.

“Comunicarse con la asamblea general e iglesia del Primogénito…”
La “asamblea general e iglesia del Primogénito” se refiere a los justos que han sido perfeccionados y exaltados en el reino celestial. Este privilegio simboliza una comunión espiritual con aquellos que han alcanzado el más alto grado de gloria y fidelidad.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “La iglesia del Primogénito está compuesta por todos los que son herederos de la exaltación y han sido sellados para vida eterna.” (“Doctrina de Salvación,” tomo 2, pág. 171).
La comunión con esta asamblea representa el estado más elevado de pureza y santidad, accesible a través del Sacerdocio de Melquisedec y la obediencia estricta a las leyes del Evangelio.

“Y gozar de la comunión y presencia de Dios el Padre y de Jesús, el mediador del nuevo convenio.”
El privilegio supremo del Sacerdocio de Melquisedec es permitir que quienes lo posean y vivan dignamente disfruten de la presencia de Dios el Padre y Jesucristo. Esto representa el propósito último del Evangelio: la exaltación y la vida eterna en la presencia de Dios.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Nuestro propósito supremo en la vida es regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial. Este es el mayor don que Él puede darnos.” (“Cómo se logra la exaltación,” Liahona, octubre de 1998, pág. 38).
Este pasaje describe el objetivo final de la obra del sacerdocio: facilitar el acceso a la comunión con Dios y Jesús, ayudando a otros a recibir este privilegio a través de las ordenanzas y los convenios sagrados.

Este versículo es un recordatorio del poder y los privilegios que vienen con el Sacerdocio de Melquisedec. A través de la obediencia y la fidelidad, quienes poseen este sacerdocio pueden recibir revelaciones, acceder a las bendiciones más elevadas y ayudar a los demás a alcanzar su potencial eterno. Este versículo también destaca el papel del sacerdocio como un medio para traer a los hijos de Dios a Su presencia.
Los poseedores del Sacerdocio de Melquisedec deben esforzarse continuamente por ser dignos de estos privilegios, utilizando su autoridad para servir, guiar y bendecir a los demás. Este versículo también inspira a todos los miembros a buscar una conexión más profunda con Dios a través de los convenios del Evangelio, que conducen a la comunión divina.
El presidente Gordon B. Hinckley expresó: “El sacerdocio no es solo un privilegio, sino también una responsabilidad sagrada para ayudar a otros a alcanzar las bendiciones más elevadas del cielo.” (“Lo que significa el sacerdocio,” Liahona, mayo de 1995, pág. 52).


Versículo 20: “El poder y la autoridad del sacerdocio menor, o sea, el de Aarón, consiste en poseer las llaves del ministerio de ángeles y en administrar las ordenanzas exteriores, la letra del evangelio, el bautismo de arrepentimiento para la remisión de pecados, de acuerdo con los convenios y los mandamientos.”
Este versículo destaca la función vital del Sacerdocio Aarónico, que incluye administrar las ordenanzas iniciales del Evangelio, como el bautismo. Además, la referencia al “ministerio de ángeles” resalta el poder espiritual asociado con este sacerdocio.

“El poder y la autoridad del sacerdocio menor, o sea, el de Aarón…”
El Sacerdocio de Aarón es designado como el “sacerdocio menor” porque está subordinado al Sacerdocio de Melquisedec y se enfoca en funciones específicas relacionadas con la preparación espiritual. Este título no implica inferioridad en importancia, sino que refleja un rol preparatorio y complementario dentro del plan divino.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Sacerdocio Aarónico es la entrada al servicio del Señor, un sacerdocio de preparación, disciplina y crecimiento espiritual.” (“Palabras de agradecimiento,” Liahona, mayo de 1995, pág. 52).
Este sacerdocio proporciona la base para el progreso espiritual, permitiendo a los jóvenes y nuevos conversos comenzar su camino en el servicio del Señor y en la administración de Su obra.

“…consiste en poseer las llaves del ministerio de ángeles…”
El ministerio de ángeles está asociado con la pureza y rectitud requeridas para cumplir con los deberes del Sacerdocio Aarónico. Los poseedores de este sacerdocio, cuando son dignos, tienen la promesa de contar con el apoyo de ángeles en sus responsabilidades espirituales.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El Sacerdocio de Aarón, cuando se ejerce con rectitud, abre las puertas a la ministración de ángeles y permite que el cielo esté más cerca de la tierra.” (“El ministerio de ángeles,” Liahona, noviembre de 2008, pág. 29).
Esta frase subraya la importancia de la dignidad personal en el ejercicio del sacerdocio, recordando a los poseedores que tienen acceso al poder celestial cuando cumplen con su llamamiento con pureza y fe.

“…y en administrar las ordenanzas exteriores, la letra del evangelio, el bautismo de arrepentimiento para la remisión de pecados, de acuerdo con los convenios y los mandamientos.”
El Sacerdocio Aarónico se enfoca en administrar las ordenanzas iniciales del Evangelio, como el bautismo y la Santa Cena. Estas ordenanzas son fundamentales para la entrada en el convenio y preparan a las personas para recibir mayores bendiciones espirituales a través del Sacerdocio de Melquisedec.
El élder David A. Bednar explicó: “El bautismo es una puerta de entrada a los convenios sagrados, y su administración es una responsabilidad fundamental del Sacerdocio Aarónico.” (“Corazón puro y manos limpias,” Liahona, noviembre de 2007, pág. 82).
El Sacerdocio Aarónico desempeña un papel vital en la salvación al facilitar el acceso a las ordenanzas esenciales. Estas responsabilidades iniciales son fundamentales para la progresión en el Evangelio.

Este versículo detalla las responsabilidades clave del Sacerdocio Aarónico, destacando su papel como el sacerdocio preparatorio. Este versículo enfatiza la importancia del servicio digno y el poder espiritual que los poseedores de este sacerdocio pueden acceder al ministrar con rectitud. También recalca que las ordenanzas del Sacerdocio Aarónico son esenciales para la entrada al camino del convenio.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre la importancia del Sacerdocio Aarónico en nuestras vidas y a apoyar a quienes lo ejercen. También recuerda a los poseedores de este sacerdocio que, al actuar con dignidad, tienen acceso al poder espiritual necesario para cumplir sus deberes. Las ordenanzas administradas por este sacerdocio son un recordatorio constante de la necesidad de pureza y arrepentimiento.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El Sacerdocio Aarónico es una preparación para recibir el poder y la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec. Es un don sagrado que capacita a los hombres jóvenes para servir y progresar espiritualmente.” (“La Santa Cena, un recordatorio de Él,” Liahona, noviembre de 1995, pág. 32).


Doctrina y Convenios 107:22: “Del Sacerdocio de Melquisedec, tres Sumos Sacerdotes Presidentes, escogidos por el cuerpo, nombrados y ordenados a ese oficio, y sostenidos por la confianza, la fe y la oración de la Iglesia, forman un quórum de la Presidencia de la Iglesia.”

Aunque un miembro de la Primera Presidencia no necesita tener el oficio de apóstol, como administrador en el más alto concilio de la Iglesia, debe ser un sumo sacerdote (Smith, Doctrina del Evangelio, págs. 173–174).

El presidente de la Iglesia, quien es el profeta, vidente y revelador para toda la Iglesia, y presidente del sumo sacerdocio de la Iglesia (D. y C. 107:65), es asistido en sus grandes responsabilidades por dos hombres que son llamados a poseer conjuntamente con él las llaves del reino (D. y C. 90:6).

Estos tres hombres son escogidos y aprobados «por el cuerpo», es decir, el Cuórum de los Doce Apóstoles (Lee, Informe de la Conferencia, octubre de 1972, pág. 17), y son sostenidos mediante la confianza, la fe y las oraciones de los Santos en todo el mundo.

El Todopoderoso honra y sostiene a aquellos a quienes Él escoge, y ese mismo Dios honra las oraciones fervientes del pueblo de fe (Santiago 5:16) en favor de sus oráculos vivientes.

Este versículo revela la organización divinamente establecida de la Primera Presidencia de la Iglesia, el quórum más alto del gobierno de la Iglesia de Jesucristo. Compuesta por tres Sumos Sacerdotes Presidentes del Sacerdocio de Melquisedec, esta presidencia dirige todas las operaciones espirituales y administrativas del reino de Dios en la tierra.

La frase “escogidos por el cuerpo” se refiere a la designación y sostenimiento por parte del Cuórum de los Doce Apóstoles, lo cual asegura que haya orden y unanimidad entre los órganos de gobierno de la Iglesia.

El presidente de la Iglesia preside sobre todos los asuntos del sacerdocio, y sus consejeros son coposeedores de las llaves, llamados a ayudarle a ejercer esa mayordomía. Juntos, actúan como una unidad profética, recibiendo revelación para dirigir al pueblo del Señor en los últimos días.

Además, este versículo subraya la importancia de que la Iglesia como cuerpo sostenga a sus líderes con confianza, fe y oración, lo cual fortalece su servicio y conexión espiritual. La Iglesia no se dirige solo con estructura organizativa, sino con unidad espiritual entre los líderes y los miembros.

Doctrina y Convenios 107:22 enseña que la Primera Presidencia es una institución sagrada, fundada en el poder del Sacerdocio de Melquisedec, y compuesta por tres hombres escogidos y ordenados bajo la guía del Señor.

Esta organización no es el resultado de una estrategia humana, sino de un diseño celestial revelado para guiar a la Iglesia de Cristo con revelación, orden y autoridad divina. El Señor no deja a Su pueblo sin dirección. Él llama, sostiene y guía a Sus siervos escogidos, y nos invita a participar en esa obra al sostenerlos con fe, confianza y oración.

Así, los miembros y líderes se convierten en un solo cuerpo bajo la dirección de Cristo, quien es la cabeza del reino y fuente de toda revelación.

“Sostener a los profetas no es solo levantar la mano. Es elevar el corazón.”

¿Te gustaría un breve esquema sobre la organización de la Primera Presidencia y su relación con el Cuórum de los Doce para propósitos de enseñanza?


Doctrina y Convenios 107:23–24: “Los doce consejeros viajantes son llamados a ser los Doce Apóstoles, o testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo; y por tanto difieren de otros oficiales en la Iglesia en los deberes de su llamamiento.
Y forman un quórum, igual en autoridad y poder al de los tres presidentes.”

Los apóstoles son testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo (D. y C. 107:23). Como videntes y reveladores, poseen el espíritu de profecía, que es el testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 19:10): el conocimiento seguro de quién fue Él, quién es, y qué ha hecho por el beneficio de toda la humanidad.

La afirmación de que “forman un quórum, igual en autoridad y poder” a la Primera Presidencia hace referencia al principio de sucesión apostólica (D. y C. 107:24). El profeta José Smith enseñó:
“Los Doce no están sujetos a ningún otro más que a la Primera Presidencia,… y donde yo no esté, no hay Primera Presidencia sobre los Doce” (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 105–106).

A la muerte del presidente de la Iglesia, la Primera Presidencia se disuelve, los consejeros regresan al orden de antigüedad entre los Doce, y entonces el Cuórum de los Doce se convierte en el consejo presidente, con el apóstol de mayor antigüedad como su líder.

Este pasaje revela la naturaleza única del llamamiento apostólico: los Doce Apóstoles no son simplemente administradores o predicadores, sino testigos especiales de Cristo, con autoridad divina para testificar de Su nombre en todas las naciones de la tierra.

Su misión es universal y eterna, y su autoridad, cuando actúan unidamente, es igual a la de la Primera Presidencia. Esta estructura de poder no representa una competencia interna, sino un principio revelado de unidad, continuidad y sucesión ordenada. La revelación asegura que la Iglesia nunca quede sin liderazgo divinamente autorizado, ni siquiera ante la muerte del profeta presidente.

El principio de sucesión apostólica garantiza que el gobierno de la Iglesia sea continuo y dirigido por revelación, con el apóstol más antiguo (por orden de ordenación continua en el Cuórum) asumiendo la presidencia hasta que el quórum reorganice la Primera Presidencia bajo inspiración divina.

Doctrina y Convenios 107:23–24 establece que los Doce Apóstoles son testigos escogidos de Jesucristo con autoridad mundial y divina. Son más que administradores: son videntes, reveladores y profetas, portadores del testimonio de Jesucristo en su forma más elevada y segura.

Su autoridad igual a la de la Primera Presidencia asegura que el liderazgo de la Iglesia sea perpetuo y celestialmente ordenado. Cuando muere el presidente de la Iglesia, la revelación guía a los Doce en la transición, demostrando que la Iglesia de Jesucristo está edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, siendo Cristo la principal piedra del ángulo (Efesios 2:20).

Este orden divino no solo preserva la doctrina, sino que ofrece paz y continuidad a los santos, sabiendo que el Señor guía Su Iglesia a través de siervos debidamente investidos con autoridad y llaves.


Doctrina y Convenios 107:25: “Los Setenta también son llamados a predicar el evangelio y a ser testigos especiales ante los gentiles y en todo el mundo; y por tanto, difieren de otros oficiales en la Iglesia en los deberes de su llamamiento.”

Así como en los tiempos del Nuevo Testamento (Lucas 10:1), los Setenta también son llamados a ser testigos especiales del nombre de Cristo, y a trabajar bajo la dirección de los Doce para edificar el reino de Dios y regular los asuntos de la Iglesia del Señor en todo el mundo (D. y C. 107:34).

El presidente Gordon B. Hinckley explicó que el oficio de Setenta “conlleva la responsabilidad de dar testimonio apostólico del nombre de Cristo” (Informe de la Conferencia, abril de 1984, pág. 73).

“Los Setenta son llamados a ser asistentes de los doce apóstoles; de hecho, son apóstoles del Señor Jesucristo, sujetos a la dirección de los Doce,… para predicar el evangelio a toda criatura, a toda lengua y pueblo bajo los cielos, a donde se les envíe” (Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 183).

El llamamiento de los Setenta se basa en un patrón revelado y restaurado que tiene sus raíces en la organización del Nuevo Testamento, cuando el Salvador “designó a otros setenta” y los envió de dos en dos a predicar el Evangelio (Lucas 10:1).

Los Setenta son testigos especiales del nombre de Cristo, con una responsabilidad distinta a la de otros oficiales de la Iglesia: llevar el testimonio de Cristo al mundo entero, especialmente entre los gentiles. Aunque no forman parte del Quórum de los Doce Apóstoles, tienen una función apostólica bajo la dirección de los Doce, lo que implica una comisión divina para llevar el Evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo.

Su autoridad y labor se enfocan en la proclamación global del Evangelio y la supervisión del crecimiento de la Iglesia en todo el mundo, ayudando a los Doce a cumplir con su mandato global. Esta organización inspirada refleja la sabiduría del Señor para descentralizar la obra y llevarla a cada rincón de la tierra mediante siervos debidamente llamados y ordenados.

Doctrina y Convenios 107:25 establece claramente que los Setenta son oficiales especialmente llamados para testificar de Cristo y proclamar Su Evangelio al mundo. Aunque no son apóstoles en sentido formal, su oficio refleja una comisión apostólica funcional, y tienen autoridad delegada para actuar en nombre del Señor bajo la dirección de los Doce.

El llamamiento de los Setenta subraya el carácter misional, global y dinámico de la Iglesia restaurada: una Iglesia que no se limita a fronteras nacionales ni estructuras locales, sino que lleva la luz de Cristo a toda la tierra.

Como miembros de la Iglesia, debemos orar por estos siervos y sostenerlos, sabiendo que son parte esencial en el cumplimiento de la gran comisión de llevar el Evangelio a toda criatura.

“Y este evangelio del reino será predicado en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14).


Versículo 27: “Y toda decisión que tome cualquiera de estos cuórums se hará por la voz unánime del cuórum; es decir, todos los miembros de cada uno de los cuórums tienen que llegar a un acuerdo en cuanto a sus decisiones.”
La unanimidad en las decisiones refleja el principio de unidad en el liderazgo de la Iglesia. Este proceso asegura que las decisiones estén guiadas por el Espíritu y sean aceptables para el Señor.

“Y toda decisión que tome cualquiera de estos cuórums se hará por la voz unánime del cuórum…”
Este principio subraya la necesidad de unanimidad en las decisiones tomadas por los principales cuórums de la Iglesia, como la Primera Presidencia, el Cuórum de los Doce Apóstoles y los Setenta. La unanimidad garantiza que las decisiones estén guiadas por el Espíritu Santo y reflejen la voluntad del Señor.
El élder M. Russell Ballard explicó: “El requisito de unanimidad entre los líderes de la Iglesia asegura que las decisiones sean tomadas bajo la guía del Espíritu Santo, en un espíritu de unidad y armonía.” (“Strength in Council,” Ensign, noviembre de 1993, pág. 76).
La unanimidad no implica que no haya diversidad de opiniones durante las deliberaciones, sino que todos los miembros del cuórum deben llegar a un consenso inspirado antes de tomar una decisión. Este proceso fomenta la unidad y asegura que las decisiones estén alineadas con la voluntad de Dios.

“…es decir, todos los miembros de cada uno de los cuórums tienen que llegar a un acuerdo en cuanto a sus decisiones.”
La frase enfatiza que cada miembro del cuórum tiene una responsabilidad individual de buscar inspiración y contribuir al proceso de decisión. Esto asegura que las decisiones no sean impuestas por una mayoría, sino que reflejen el consenso espiritual de todo el grupo.
El presidente Henry B. Eyring declaró: “Cuando los líderes de la Iglesia deliberan y buscan la voluntad del Señor, el proceso de unanimidad garantiza que las decisiones reflejen Su dirección, no los intereses personales.” (“In the Strength of the Lord,” Ensign, mayo de 2004, pág. 16).
Este principio asegura que las decisiones en la Iglesia sean guiadas por revelación y no por intereses personales o agendas individuales. Cada miembro del cuórum tiene la obligación de estar espiritualmente preparado para participar en este proceso.

Este versículo establece un estándar elevado de unidad y revelación en el liderazgo de la Iglesia. La necesidad de unanimidad en las decisiones refleja el compromiso de buscar la voluntad del Señor a través de la deliberación inspirada y la oración colectiva. Este principio fortalece la confianza en que las decisiones tomadas por los cuórums presidenciales están alineadas con el propósito divino.
Para los líderes y miembros de la Iglesia, este versículo es un recordatorio de la importancia de actuar con un espíritu de unidad y humildad. Al buscar la guía del Espíritu Santo en nuestras decisiones, podemos asegurarnos de que nuestras acciones reflejen la voluntad de Dios. En nuestras interacciones diarias, el principio de unanimidad nos invita a trabajar en armonía, escuchar a los demás y buscar el consenso inspirado.
El presidente Gordon B. Hinckley expresó: “La unidad entre los líderes y miembros de la Iglesia es una manifestación de que seguimos al Salvador. Es una evidencia de que las decisiones se toman con el Espíritu y no según la carne.” (“Unidos en propósito,” Liahona, mayo de 1995, pág. 3).


Doctrina y Convenios 107:91–92: “El deber del presidente del oficio del sumo sacerdocio es presidir sobre toda la iglesia y ser semejante a Moisés—he aquí, esto es sabiduría; sí, ser vidente, revelador, traductor y profeta, poseyendo todos los dones de Dios.”

El profeta viviente es como Moisés para nuestros días: guía a la Israel moderna fuera de la esclavitud del pecado y hacia la tierra prometida de la rectitud; recibe revelación para guiar a la Iglesia hoy; posee y ejerce las llaves del sacerdocio para bendecir a los santos.

El presidente de la Iglesia preside sobre todos sus miembros y sobre todos los dones dados a los santos fieles de Dios para ayudar en la edificación de su reino en la tierra (D. y C. 46:29). Bajo su dirección, se extienden llamamientos para utilizar esos dones del Espíritu en compartir el evangelio con los pueblos de la tierra y en enseñar y fortalecer a los ya miembros de la Iglesia.

Como en los días antiguos, la sagrada mayordomía del profeta viviente es testificar con valentía como testigo especial del Señor y edificar la Iglesia en fe y testimonio. Moisés es el ejemplo y el modelo seguido por el hombre que está como cabeza terrenal de la Iglesia.

Este pasaje establece con claridad la posición profética y apostólica del presidente de la Iglesia, el cual no solo preside, sino que lo hace como vidente, revelador, traductor y profeta, dotado con todos los dones necesarios para guiar al pueblo de Dios.

La comparación con Moisés es profundamente significativa. Moisés fue el profeta libertador de Israel, el legislador, el mediador del convenio y el que habló cara a cara con Jehová (véase Éxodo 33:11). Del mismo modo, el presidente de la Iglesia hoy actúa como el portavoz autorizado de Dios, guiando a la Iglesia en una época de confusión y pecado, conduciendo al pueblo del Señor hacia la verdad y la exaltación.

El profeta moderno también administra los dones del Espíritu, al presidir sobre todos los llamamientos, revelaciones, ordenanzas y bendiciones. Es a través de su voz que el Señor habla a Su pueblo hoy (véase D. y C. 1:38), y es bajo su dirección que el reino de Dios avanza con orden y poder.

Doctrina y Convenios 107:91–92 nos enseña que el presidente de la Iglesia es el Moisés de nuestra dispensación, un profeta viviente que actúa como la voz de Dios sobre la tierra. No solo preside organizativamente, sino que posee todos los dones proféticos para dirigir la Iglesia por medio de revelación directa.

El Señor, en Su sabiduría, ha dispuesto que haya siempre un profeta viviente entre Su pueblo, no solo como guía, sino como canal de revelación, portador de las llaves del sacerdocio y testigo especial de Jesucristo. Bajo su dirección se utilizan los dones espirituales, se extienden llamamientos y se fortalecen los santos en todas las naciones.

Como miembros de la Iglesia, nuestro deber es sostener al profeta con fe, obediencia y oración, sabiendo que al seguir su voz, estamos siguiendo al Señor mismo.

“El profeta no guiará jamás a la Iglesia por caminos equivocados.”
Presidente Wilford Woodruff


Doctrina y Convenios 107:99–100: “Aprenda todo hombre su deber, y actúe con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado.
El negligente no será digno de estar en pie, y el que no aprenda su deber ni se muestre aprobado, no será digno de estar en pie.”

El Señor amonestó a todo poseedor del sacerdocio a aprender su deber y a actuar con diligencia en el oficio al cual ha sido nombrado.
El poder de Dios no es algo trivial. Quienes poseen el sacerdocio deben ejercer esta autoridad sagrada con rectitud, representando al Señor en pensamiento, palabra y obra.

Al servir con disposición en sus llamamientos y ministrar con amor y rectitud, los poseedores del sacerdocio crecen y desarrollan los atributos de la divinidad.
Están dispuestos a ser incomodados para actuar en nombre de Dios y vivir de tal forma que el Espíritu del Señor los acompañe siempre y en todo lugar.

Nunca saben cuándo serán llamados a bendecir a otro—ya sea de manera formal (imponiendo manos) o informal, en el hogar, en el barrio o en la comunidad.
Los poseedores del sacerdocio deben vivir de manera constante para que la influencia del Señor esté con ellos al procurar bendecir a otros.

Este pasaje representa una llamada directa y personal a la responsabilidad espiritual. El sacerdocio no es solo un título, sino una comisión divina que exige conocimiento, diligencia y dignidad. No basta con tener autoridad; el Señor espera que quienes la poseen se preparen, comprendan su función y sirvan con entrega.

El principio es claro: la ignorancia voluntaria, la negligencia o la falta de diligencia descalifican a una persona para ejercer el sacerdocio con poder. La frase “no será digno de estar en pie” implica que no resistirá el día de juicio ni podrá ejercer influencia espiritual con legitimidad.

Asimismo, este deber no se limita a funciones formales dentro de la Iglesia. La autoridad del sacerdocio se extiende a todos los ámbitos de la vida: en el hogar, en el servicio cotidiano, en el consejo, en la oración, y especialmente en las decisiones que afectan a otros hijos de Dios.

Este llamado se aplica igualmente a todos los miembros en sus respectivos deberes: conocer el propio llamamiento y cumplirlo con fidelidad y diligencia es esencial para el progreso del reino de Dios y para nuestra propia santificación.

Doctrina y Convenios 107:99–100 es una invitación solemne a tomar con seriedad nuestra responsabilidad ante Dios. El sacerdocio y los deberes en la Iglesia son oportunidades para servir y crecer, no posiciones para descuidar o tomar a la ligera.

El Señor espera que aprendamos nuestro deber, lo cumplamos con diligencia y nos mostremos aprobados ante Él, no solo con palabras, sino con acción constante y humilde. A través de esa fidelidad, su Espíritu nos acompaña y nos capacita para ministrar, consolar y guiar con poder celestial.

Como discípulos de Cristo, debemos vivir de tal forma que estemos siempre listos para servir, bendecir y representar al Señor—en cualquier momento y lugar.

“Servir en el sacerdocio no se trata de ocupar un cargo, sino de cumplir con una misión divina.”


Versículo 99: “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado.”
Este versículo llama a los miembros a entender y cumplir con sus responsabilidades en el sacerdocio. La diligencia en el servicio asegura el progreso personal y colectivo en la obra del Señor.

“Por tanto, aprenda todo varón su deber…”
El Señor exhorta a cada poseedor del sacerdocio a entender plenamente las responsabilidades de su oficio. Este aprendizaje no solo es un acto de conocimiento, sino una preparación espiritual y práctica para magnificar el llamamiento recibido.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “El Señor espera que aprendamos nuestras responsabilidades y las llevemos a cabo con excelencia. No hay lugar para la ignorancia voluntaria en el servicio del Señor.” (“Haced todo lo que está en vuestro poder,” Liahona, enero de 1978, pág. 3).
El llamado a aprender el deber refuerza la idea de que el sacerdocio no es solo un privilegio, sino también una responsabilidad seria que requiere preparación constante. Estar informado y consciente de las responsabilidades permite servir con eficacia y rectitud.

“…así como a obrar con toda diligencia…”
La diligencia implica un esfuerzo constante, comprometido y fiel en el cumplimiento de los deberes asignados. No basta con conocer el deber; el Señor espera acción decidida y continua en la obra.
El élder David A. Bednar declaró: “La diligencia en el servicio al Señor significa persistir con fe y esfuerzo en nuestros deberes, aun cuando enfrentemos desafíos.” (“Por tanto, sed perfectos,” Liahona, noviembre de 2014, pág. 90).
La diligencia no solo muestra compromiso, sino que también es una demostración de fe y amor por el Señor y Su obra. Es un recordatorio de que el servicio requiere sacrificio, pero también trae grandes bendiciones.

“…en el oficio al cual fuere nombrado.”
Cada oficio en el sacerdocio tiene un propósito específico dentro de la obra del Señor. Este mandato subraya que los poseedores del sacerdocio deben magnificar su llamamiento particular, cumpliendo con sus deberes específicos en armonía con la organización de la Iglesia.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Cuando aceptamos un llamamiento, debemos hacer todo lo posible por magnificarlo. Esto significa cumplir con nuestras responsabilidades con amor, diligencia y espíritu de servicio.” (“El deber sagrado de servir,” Liahona, noviembre de 2006, pág. 50).
Cada llamamiento en el sacerdocio, desde el más básico hasta el más alto, es esencial para la obra del Señor. Este pasaje nos recuerda que la grandeza de un oficio no radica en su visibilidad, sino en la fidelidad con que se cumple.

Este versículo es un llamado directo a los poseedores del sacerdocio a comprender sus responsabilidades y cumplirlas con dedicación y diligencia. El versículo enfatiza que el servicio en el sacerdocio no es una tarea casual, sino una obra sagrada que requiere esfuerzo, aprendizaje continuo y fe.
Este versículo nos invita a reflexionar sobre nuestra preparación y esfuerzo en los llamamientos que recibimos. Aprender nuestras responsabilidades y servir con diligencia no solo fortalece nuestra relación con el Señor, sino que también edifica Su reino. Como poseedores del sacerdocio, debemos buscar constantemente formas de magnificar nuestros oficios y ser instrumentos útiles en las manos de Dios.
El presidente Russell M. Nelson lo expresó así: “El sacerdocio es una responsabilidad sagrada que exige dedicación total. Al aprender y actuar en nuestros llamamientos, demostramos nuestra disposición a servir al Señor y a recibir Su guía en nuestra vida.” (“Actuar en la autoridad del sacerdocio,” Liahona, mayo de 2018, pág. 67).

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