Doctrina y Convenios
Sección 58
Contexto Histórico
En el verano de 1831, un grupo de pioneros de la fe, liderados por el profeta José Smith, emprendió un viaje lleno de esperanza y expectativa hacia el condado de Jackson, en Misuri. Este lugar, según la revelación divina, había sido designado como la tierra de Sión, el refugio prometido para los Santos de los Últimos Días, donde podrían establecerse en paz y vivir bajo las leyes del Señor.
La llegada al condado de Jackson marcó el inicio de una nueva etapa para estos fieles. Después de semanas de viaje por caminos polvorientos, finalmente pusieron pie en Independence, un pequeño pero vibrante pueblo fronterizo. El primer domingo después de su llegada, se celebró un servicio sagrado. Allí, el espíritu del Señor estuvo presente mientras dos almas se unieron a la iglesia a través del bautismo, un símbolo del comienzo de una nueva vida en esta tierra prometida.
Durante esa misma semana, un grupo de santos provenientes de la rama de Colesville llegó al lugar. Habían viajado desde Ohio, soportando desafíos y persecuciones por su fe. Habían sido desplazados más de una vez, pero su esperanza no había menguado. Ahora, reunidos en esta nueva tierra, deseaban con fervor conocer la voluntad del Señor sobre su destino en este lugar que anhelaban llamar hogar.
En medio de esta mezcla de esperanza y desafío, el 1º de agosto de 1831, el profeta José Smith recibió una revelación del Señor. Las palabras divinas traían consuelo, dirección y una perspectiva eterna a estos santos ansiosos. El Señor les recordó que, aunque las tribulaciones eran inevitables, siempre serían seguidas por grandes bendiciones. Prometió que aquellos que perseveraran serían coronados con gloria y honra en su reino.
La revelación también marcó un camino claro. Los santos debían prepararse, tanto espiritual como materialmente, para establecer Sión. Se les encargó construir un lugar donde los pobres pudieran encontrar refugio, y los ricos y sabios, junto con los humildes y necesitados, pudieran unirse en las bodas del Cordero. La obra del Señor requería unidad, obediencia y la voluntad de actuar con fe, incluso sin comprender completamente todos los detalles del plan divino.
El Señor asignó responsabilidades específicas. Edward Partridge, el obispo, fue llamado a actuar como juez en Israel, repartiendo herencias y guiando a los santos en esta tierra. También se dieron instrucciones para comprar terrenos en Independence, establecer un almacén y una imprenta, y comenzar la obra de recogimiento con orden y sin prisa. Además, el Señor subrayó la necesidad de arrepentimiento sincero, recordando que quien se arrepiente y abandona sus pecados es perdonado y sus faltas ya no son recordadas.
Los santos comenzaron a trabajar, algunos enfrentando desafíos con valentía, mientras que otros luchaban con debilidades humanas. Aun así, la revelación les dio esperanza y dirección. Sabían que no estaban solos en esta obra monumental y que, a pesar de las pruebas, el Señor estaba con ellos, guiándolos hacia un futuro prometido.
Este relato de fe, sacrificio y perseverancia marca un momento crucial en la historia de la iglesia. Los santos aprendieron que establecer Sión no sería fácil, pero con la ayuda de Dios y su obediencia, podrían lograrlo. La revelación no solo les dio un propósito en ese momento, sino que también dejó enseñanzas eternas sobre la paciencia, la fe y la obediencia a los mandamientos divinos.
1. Tribulación y bendiciones
Versículos 2–4: “Bienaventurado es el que guarda mis mandamientos, sea en vida o muerte; y el que es fiel en la tribulación tendrá mayor galardón en el reino de los cielos. Porque tras mucha tribulación vienen las bendiciones. Por tanto, viene el día en que seréis coronados con mucha gloria; la hora no es aún, mas está cerca.”
Estos versículos enseñan que las pruebas son un precursor de grandes bendiciones. Aunque el camino pueda parecer difícil, la fe y la paciencia traen recompensas eternas. Es un recordatorio de que el sufrimiento no es en vano, sino parte del plan divino para refinar el carácter.
“Bienaventurado es el que guarda mis mandamientos, sea en vida o muerte”
La palabra “bienaventurado” sugiere un estado de felicidad y bendición que proviene de la obediencia a los mandamientos de Dios. Este principio es inmutable, aplicándose tanto a los que permanecen vivos como a los que han pasado al más allá. La obediencia es una manifestación de amor a Dios y un requisito esencial para recibir sus bendiciones eternas.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Cuando guardamos los mandamientos del Señor, nos sentimos fortalecidos espiritualmente, y esa fortaleza nos ayuda a superar pruebas y desafíos.” (“El poder de la obediencia”, Conferencia General, abril de 2019).
Este principio nos recuerda que la obediencia tiene consecuencias eternas y que nuestra fidelidad a los mandamientos es apreciada por Dios en todas las circunstancias, sean fáciles o difíciles.
“El que es fiel en la tribulación tendrá mayor galardón en el reino de los cielos”
La fidelidad en la adversidad demuestra un nivel elevado de fe y confianza en el Señor. En las Escrituras, se enfatiza que Dios permite tribulaciones para fortalecernos y refinar nuestro carácter (véase Santiago 1:12).
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “En el proceso de vivir nuestras pruebas, aprenderemos que ‘todas las cosas obran juntas para el bien de los que aman a Dios’.” (“Como uno que sirve”, Conferencia General, octubre de 2012).
Ser fiel en las tribulaciones es una evidencia de nuestra disposición a aceptar la voluntad de Dios, confiando en que el galardón celestial que nos espera es mayor que cualquier sufrimiento temporal.
“Porque tras mucha tribulación vienen las bendiciones”
Este principio doctrinal enseña que las bendiciones de Dios suelen llegar después de momentos de prueba y dificultad. La tribulación nos prepara para apreciar plenamente las bendiciones y fortalece nuestra relación con Dios. El Apóstol Pablo enseñó: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:17).
El presidente Dieter F. Uchtdorf expresó: “Los momentos difíciles en nuestra vida nos preparan para un futuro mejor. Aunque el viaje sea duro, las bendiciones que nos esperan son mucho más grandes.” (“El futuro está lleno de promesas”, Conferencia General, abril de 2014).
Las tribulaciones no son una señal de abandono divino, sino una preparación para recibir bendiciones mayores. Este principio da perspectiva y esperanza durante las pruebas.
“Por tanto, viene el día en que seréis coronados con mucha gloria; la hora no es aún, mas está cerca.”
La expresión “seréis coronados” alude al estado eterno de exaltación que espera a los fieles. La corona simboliza victoria y recompensa divina (véase Apocalipsis 2:10). Aunque las bendiciones finales puedan parecer distantes, la promesa de Dios es segura y se cumplirá en el tiempo debido.
El élder D. Todd Christofferson declaró: “Dios no olvida a los que permanecen fieles. Su gloria será compartida con ellos, aunque los desafíos del tiempo presente parezcan prolongarse.” (“Guardar la fe”, Conferencia General, abril de 2015).
Este pasaje refuerza la necesidad de paciencia y fe, recordándonos que las promesas del Señor siempre se cumplen, aunque no en el momento que deseamos.
Este pasaje es un poderoso recordatorio de que la vida terrenal es una preparación para la gloria eterna. La obediencia, la fidelidad en la tribulación y la paciencia son pruebas de nuestra disposición para recibir las bendiciones que Dios tiene reservadas. Las enseñanzas de los profetas y apóstoles modernas amplifican este mensaje, invitándonos a confiar plenamente en que el sufrimiento presente es solo un preludio de la dicha eterna. La promesa de ser “coronados con mucha gloria” es una invitación a perseverar y a nunca perder la esperanza, sabiendo que el amor y las bendiciones de Dios superan cualquier prueba terrenal.
2. Preparación para la obra del Señor
Versículos 6–7: “He aquí, de cierto os digo, por esta causa os he enviado: para que seáis obedientes, y vuestros corazones estén preparados para testificar de las cosas que han de venir; y para que tengáis el honor de poner el fundamento y de dar testimonio de la tierra sobre la cual se hallará la Sion de Dios.”
Estos versículos destacan la responsabilidad de los santos de preparar sus corazones para la obra del Señor. Habla de ser pioneros espirituales y físicos, sentando las bases para el establecimiento de Sión.
“He aquí, de cierto os digo, por esta causa os he enviado”
El Señor deja claro que cada llamado y asignación tiene un propósito divino. En este caso, el “enviar” no solo implica un mandato físico de desplazarse, sino una misión espiritual específica que refleja la confianza del Señor en sus siervos. Este principio es consistente con el concepto de “ser llamados por Dios” (véase Hebreos 5:4).
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Cuando el Señor nos llama, también nos capacita para cumplir con nuestras responsabilidades.” (“El deber sagrado del sacerdocio”, Conferencia General, abril de 2008).
Este llamado no solo es una responsabilidad, sino un privilegio, pues participar en la obra de Dios es una evidencia de su confianza en nuestra capacidad de cumplir con su voluntad.
“Para que seáis obedientes”
La obediencia es el principio rector de todas las bendiciones del Señor (véase DyC 130:20–21). Este pasaje nos recuerda que los enviados del Señor no solo actúan como representantes, sino que también deben demostrar obediencia ejemplar en sus acciones y decisiones.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “La obediencia trae éxito; la obediencia exacta trae milagros.” (“Decisiones para la eternidad”, Conferencia General, octubre de 2013).
La obediencia a los mandamientos y revelaciones divinas es la piedra angular para llevar a cabo la obra del Señor con eficacia y obtener las bendiciones prometidas.
“Y vuestros corazones estén preparados para testificar de las cosas que han de venir”
El corazón simboliza el centro de nuestras emociones, deseos y fe. Prepararlo implica eliminar dudas, miedos y orgullo, y llenarlo de fe, humildad y disposición para testificar de la verdad. El testimonio es tanto una declaración verbal como una expresión de vida consagrada.
El élder David A. Bednar explicó: “Preparar nuestro corazón significa buscar la influencia del Espíritu Santo para fortalecer nuestra capacidad de testificar de Jesucristo.” (“Conviértanse en un testimonio viviente”, Conferencia General, abril de 2020).
Este pasaje subraya que solo aquellos que han preparado sus corazones mediante la fe y la obediencia pueden testificar eficazmente de las cosas divinas, particularmente de eventos futuros relacionados con el reino de Dios.
“Y para que tengáis el honor de poner el fundamento”
“El honor” aquí no se refiere a reconocimiento terrenal, sino al privilegio eterno de participar en la obra del Señor. Poner el fundamento implica establecer las bases espirituales y físicas de Sión, un trabajo que requiere sacrificio y visión.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “Aquellos que edifican el reino de Dios están involucrados en la obra más importante que jamás se haya confiado a los hijos de los hombres.” (“La obra de los ángeles”, Conferencia General, octubre de 2008).
Este honor es un recordatorio de que participar en la obra de Dios, incluso en sus etapas iniciales, es un privilegio que trasciende la gloria terrenal.
“Y de dar testimonio de la tierra sobre la cual se hallará la Sion de Dios”
El Señor establece la conexión entre la tierra física y la obra espiritual. Dar testimonio de Sión no es solo reconocer un lugar geográfico, sino declarar la intención divina de establecer un pueblo santo y unificado. Esto incluye la visión de un lugar de paz, pureza y preparación para el regreso del Salvador (véase Isaías 2:2–3).
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La obra de Sión no se limita a un lugar, sino a un pueblo que vive según los principios del evangelio.” (“Construyendo Sión”, Conferencia General, octubre de 1990).
Testificar de la tierra de Sión incluye no solo hablar de sus bendiciones futuras, sino también invitar a los demás a participar en la preparación para su establecimiento.
Este pasaje es un poderoso recordatorio de la naturaleza sagrada de los llamados del Señor. La obra de Sión es tanto individual como colectiva, y requiere obediencia, preparación espiritual y fe. Las enseñanzas modernas refuerzan que participar en el establecimiento de Sión, ya sea física o espiritualmente, es un honor supremo que invita a los santos a consagrarse plenamente. La promesa de Sión, un lugar donde los justos pueden habitar en paz y unidad, sigue siendo un objetivo inspirador para todos los que buscan cumplir con la voluntad de Dios.
3. Arrepentimiento y perdón
Versículo 42–43: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más. Por esto podréis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará.”
El arrepentimiento sincero es clave para recibir el perdón divino. Estos versículos ofrecen una definición clara del verdadero arrepentimiento: implica no solo confesar los pecados, sino abandonarlos por completo.
“He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado”
El arrepentimiento verdadero conduce al perdón, una doctrina central del evangelio de Jesucristo. Este versículo enseña que el arrepentimiento abre la puerta a la misericordia de Dios, quien está dispuesto a perdonar a todos los que se arrepientan sinceramente (véase Mosíah 26:30).
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El perdón no es automático. El arrepentimiento genuino, que incluye la confesión y el abandono del pecado, es el requisito previo para el perdón.” (“Arrepentimiento: Un gozo continuo”, Conferencia General, octubre de 2011).
Este principio muestra que el perdón divino no se retiene arbitrariamente, sino que se concede como un acto de amor a quienes cumplen con los requisitos del arrepentimiento.
“Y yo, el Señor, no los recuerdo más”
Dios promete olvidar los pecados perdonados, lo que refleja su naturaleza perfecta y su capacidad infinita de misericordia. Este principio subraya que el arrepentimiento sincero no solo limpia nuestra alma, sino que también nos libera del peso del pasado.
El presidente Boyd K. Packer enseñó: “El arrepentimiento y la purificación hacen que no solo se nos perdonen los pecados, sino que también se borren de nuestra memoria, al igual que de la memoria de Dios.” (“El don del arrepentimiento”, Conferencia General, octubre de 1995).
Este principio nos llena de esperanza, ya que implica que podemos avanzar sin ser definidos por nuestros errores, siempre que nos hayamos arrepentido genuinamente.
“Por esto podréis saber si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará”
El arrepentimiento verdadero no es simplemente un cambio de palabras o emociones, sino un cambio de acciones y de corazón. Confesar los pecados, ya sea a Dios o a los líderes del sacerdocio cuando sea necesario, y abandonarlos es la evidencia de un arrepentimiento genuino.
El presidente Spencer W. Kimball dijo: “El abandono de los pecados es el test de nuestro arrepentimiento sincero. No podemos afirmar haber cambiado si seguimos regresando a las mismas transgresiones.” (“El milagro del perdón”, p. 207).
Este principio doctrinal resalta que el arrepentimiento no es completo hasta que dejamos atrás el pecado y buscamos un camino nuevo y recto.
Este pasaje encapsula la doctrina del arrepentimiento como un proceso profundo y transformador. El perdón de Dios es una manifestación de su amor y gracia infinitos, pero requiere sinceridad y esfuerzo de nuestra parte. Confesar y abandonar los pecados no solo muestra nuestra disposición a cambiar, sino que también nos permite experimentar el poder purificador de la expiación de Jesucristo. Las palabras del Señor, apoyadas por las enseñanzas modernas, nos invitan a ver el arrepentimiento como un don que nos libera del peso del pecado y nos permite avanzar con esperanza y confianza en la gracia de Dios.
4. Albedrío y acción
Versículos 26–28: “Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno. De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes.”
Estos versículos enfatizan la importancia de usar el albedrío para hacer el bien sin esperar constantemente ser dirigidos. El Señor espera que actuemos con diligencia y creatividad en la obra de justicia.
“Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas”
Dios espera que sus hijos actúen con iniciativa y discernimiento moral, en lugar de ser dirigidos en cada detalle. Esto subraya la importancia del albedrío como un principio fundamental del evangelio. Dios nos da mandamientos y principios, pero nos deja espacio para aprender, crecer y actuar.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Señor no puede hacer mucho con aquellos que están esperando siempre ser empujados y dirigidos. Él quiere que pensemos, razonemos y actuemos.” (“Si el hombre viviera conforme a estas cosas”, Conferencia General, abril de 1995).
Este principio destaca la confianza de Dios en nuestra capacidad de tomar decisiones sabias dentro de los parámetros de su ley.
“Porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno”
El “siervo perezoso” representa a aquellos que dependen completamente de la dirección externa sin desarrollar su capacidad para actuar por sí mismos. La falta de iniciativa y fe limita el crecimiento espiritual y las bendiciones futuras.
El presidente Ezra Taft Benson declaró: “El Señor espera que seamos independientes en nuestras decisiones correctas, desarrollando nuestra propia sabiduría y discernimiento a medida que seguimos sus principios.” (“El orgullo es el pecado universal”, Conferencia General, abril de 1989).
Este versículo enfatiza que el desarrollo espiritual requiere proactividad y disposición para aprender y actuar sin depender de constantes instrucciones.
“De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena”
Consagrarse a una “causa buena” refleja el mandamiento de amar y servir a Dios y a nuestros semejantes. Este principio nos invita a buscar oportunidades de servicio, edificación y justicia como expresión de nuestro discipulado.
El élder Dallin H. Oaks enseñó: “Nuestro tiempo, talentos y energías deben dedicarse a cosas de valor eterno, y no a lo que es trivial o efímero.” (“Buenas, mejores y mejores elecciones”, Conferencia General, octubre de 2007).
Este principio resalta que nuestras acciones deben estar alineadas con los propósitos de Dios, buscando siempre lo que es de mayor beneficio eterno.
“Y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia”
Dios otorga a sus hijos el albedrío y la capacidad de hacer el bien sin esperar siempre instrucciones específicas. Actuar “de su propia voluntad” demuestra madurez espiritual y compromiso con los principios divinos.
El presidente Thomas S. Monson afirmó: “La inspiración llega más fácilmente cuando estamos en movimiento, buscando formas de bendecir a los demás y efectuar el bien.” (“Busquemos el bien”, Conferencia General, abril de 2001).
Este principio nos recuerda que actuar con iniciativa en busca de la justicia refleja nuestra conversión y amor por Dios y su obra.
“Porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes”
Este pasaje destaca la autonomía espiritual y la capacidad innata de cada persona para tomar decisiones correctas. Ser “sus propios agentes” implica actuar bajo el albedrío dado por Dios, con responsabilidad y propósito.
El élder David A. Bednar expresó: “El Señor desea que seamos agentes que actúan, no objetos que son actuados.” (“El albedrío: Un don divino”, Conferencia General, abril de 2006).
Este principio nos inspira a usar nuestro albedrío sabiamente, tomando decisiones que reflejen los valores eternos y nuestra relación con Dios.
Este pasaje es una invitación a vivir con propósito, iniciativa y responsabilidad. Dios ha depositado en cada uno de nosotros el poder para actuar y efectuar el bien, esperando que usemos nuestro albedrío de manera sabia y justa. Al no depender de mandatos constantes, desarrollamos nuestra capacidad de discernir y tomar decisiones alineadas con los principios divinos. Este proceso no solo fortalece nuestra relación con Dios, sino que también nos prepara para recibir mayores galardones en el reino celestial. Las enseñanzas de los profetas modernos reafirman la importancia de ser agentes activos, buscando siempre avanzar en la obra del Señor y en nuestro crecimiento espiritual.
5. Obediencia a las leyes del país
Versículo 21: “Ninguno quebrante las leyes del país, porque quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infringir las leyes del país.”
La obediencia a las leyes terrenales es parte de vivir de acuerdo con los principios del evangelio. Este versículo refleja la importancia de ser ciudadanos responsables y respetuosos.
“Ninguno quebrante las leyes del país”
El evangelio de Jesucristo enseña que los santos deben respetar las leyes de los gobiernos terrenales siempre que no contradigan las leyes de Dios. Este principio está en armonía con los artículos de fe de la Iglesia, particularmente el Artículo de Fe 12: “Creemos en estar sujetos a reyes, presidentes, gobernantes y magistrados, en obedecer, honrar y sostener la ley.”
El presidente Dallin H. Oaks declaró: “Las leyes del país son esenciales para el orden y la justicia en la sociedad, y como ciudadanos, debemos ser modelos de obediencia.” (“La libertad religiosa”, Conferencia General, abril de 2015).
Este versículo subraya la importancia de vivir como ciudadanos ejemplares, contribuyendo al bienestar social al cumplir con las leyes civiles.
“Porque quien guarda las leyes de Dios no tiene necesidad de infringir las leyes del país”
La obediencia a las leyes de Dios es la base para cumplir con las leyes civiles, ya que los principios divinos promueven justicia, paz y rectitud. Solo cuando las leyes del país contradicen las de Dios, como en casos de injusticia moral, los santos están llamados a seguir la ley divina por encima de la terrenal (véase Hechos 5:29: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.”).
El élder L. Tom Perry enseñó: “Cuando vivimos de acuerdo con las leyes de Dios, nos convertimos en ciudadanos leales y productivos en cualquier nación donde residamos.” (“Obedecer las leyes de Dios y del país”, Conferencia General, abril de 2014).
Este principio destaca que las leyes de Dios nos guían a vivir en armonía con la sociedad, promoviendo el bien común y el respeto mutuo.
Este pasaje refleja la importancia de la obediencia dual: a las leyes terrenales y a las divinas, siempre que estas no entren en conflicto. Como ciudadanos y discípulos de Cristo, los santos tienen la responsabilidad de ser ejemplos de integridad, promoviendo el respeto a la ley como un medio para alcanzar la paz y el orden en la sociedad. Las enseñanzas de los profetas modernos recalcan que vivir según las leyes de Dios nos capacita para ser ciudadanos virtuosos, contribuyendo al progreso de nuestras comunidades. Sin embargo, cuando las leyes terrenales contradicen los principios eternos, los santos están llamados a seguir a Dios con fe y valor. Este balance entre obediencia y fidelidad a los principios divinos es una manifestación de nuestro compromiso con el Señor y su obra.
6. Preparación de Sión
Versículos 35–37: “Me es prudente que mi siervo Martin Harris dé un ejemplo a la iglesia, entregando su dinero al obispo de ella. Además, esto es una ley para todo hombre que venga a esta tierra para recibir una heredad; y hará con su dinero lo que la ley indique. Y también conviene que se compren terrenos en Independence para el sitio del almacén y también para la imprenta.”
Estos versículos muestran los aspectos prácticos del establecimiento de Sión, incluyendo la adquisición de tierras y recursos. Reflejan la visión de una comunidad unida, sustentada tanto espiritual como materialmente.
“Me es prudente que mi siervo Martin Harris dé un ejemplo a la iglesia, entregando su dinero al obispo de ella.”
Este versículo enfatiza la importancia del sacrificio personal y del ejemplo como instrumentos para edificar la iglesia. Martin Harris, como uno de los primeros seguidores, tenía la oportunidad de establecer un precedente de consagración y generosidad al donar recursos al obispo para la obra del Señor. Este acto refleja la ley de consagración, que invita a los santos a ofrecer sus bienes para el beneficio colectivo y el avance del evangelio.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El Señor espera que demos con un espíritu de generosidad y amor, reconociendo que todo lo que tenemos viene de Él.” (“Lo que Dios ha unido”, Conferencia General, abril de 1991).
El acto de Martin Harris no era solo un sacrificio material, sino también un testimonio de fe, mostrando a los demás que el compromiso con el evangelio requiere entrega y confianza en las promesas divinas.
“Además, esto es una ley para todo hombre que venga a esta tierra para recibir una heredad; y hará con su dinero lo que la ley indique.”
Este pasaje introduce la expectativa de que todos los santos contribuyan a la obra del Señor en Sión mediante sus recursos materiales. Esto refleja el principio de igualdad y responsabilidad en el evangelio: todos tienen algo que ofrecer, independientemente de su posición económica. La frase “lo que la ley indique” implica la necesidad de actuar en conformidad con los principios divinos revelados por medio de los líderes de la iglesia.
El presidente Joseph F. Smith explicó: “La ley de consagración no solo se trata de dar, sino de unir nuestras fuerzas para el bien común y el establecimiento del reino de Dios.” (“Gospel Doctrine”, p. 314).
Este principio enseña que todos los miembros tienen una responsabilidad compartida en el establecimiento de Sión, demostrando unidad y compromiso con los propósitos de Dios.
“Y también conviene que se compren terrenos en Independence para el sitio del almacén y también para la imprenta.”
El Señor dirige específicamente el uso de los recursos para establecer infraestructura física en Sión. Esto demuestra que el desarrollo material y espiritual están interrelacionados en el establecimiento del reino de Dios en la tierra. La construcción de un almacén y una imprenta era esencial para satisfacer las necesidades temporales de los santos y para difundir el evangelio a través de publicaciones.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “El progreso del reino de Dios requiere tanto esfuerzo espiritual como organización temporal, ya que ambos están intrínsecamente ligados.” (“El Evangelio y la obra temporal”, Conferencia General, octubre de 2019).
Este versículo destaca la importancia de los esfuerzos colectivos para edificar Sión, no solo como una comunidad espiritual, sino también como un lugar físico y organizado.
Este pasaje resalta principios fundamentales del evangelio: el sacrificio, la unidad y la responsabilidad colectiva en la obra de Dios. El ejemplo de Martin Harris establece un estándar para que los miembros contribuyan con sus recursos, no solo como un acto de obediencia, sino también como un acto de fe y confianza en el Señor. Además, el enfoque en el desarrollo material de Sión subraya que la obra de Dios abarca tanto lo espiritual como lo temporal. Las enseñanzas de los profetas modernos nos invitan a ser generosos y diligentes en apoyar la obra del Señor, demostrando que nuestra fe se traduce en acciones concretas para establecer su reino en la tierra.
7. Predicación del evangelio
Versículo 64: “Porque en verdad, el pregón tiene que salir desde este lugar a todo el mundo y a los lejanos extremos de la tierra; el evangelio ha de ser predicado a toda criatura, y las señales seguirán a los que crean.”
Este versículo reafirma el mandato de llevar el evangelio a todas las naciones. Sión no es solo un lugar físico, sino una obra universal para invitar a todos a Cristo.
“Porque en verdad, el pregón tiene que salir desde este lugar a todo el mundo”
El “pregón” se refiere a la proclamación del evangelio, que debe comenzar desde un lugar designado por el Señor. En el contexto histórico de este pasaje, el condado de Jackson, Misuri, es señalado como el punto central desde donde el mensaje del evangelio sería difundido. Este principio refleja la naturaleza expansiva del evangelio de Jesucristo, que está destinado a llegar a todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos.
El presidente Spencer W. Kimball declaró: “El Señor ha establecido lugares sagrados desde donde su obra debe partir al mundo. Nuestro deber es asegurarnos de que esa obra no se detenga.” (“La Iglesia en crecimiento”, Conferencia General, abril de 1974).
Esto subraya que la obra misional no es solo un mandato individual, sino un esfuerzo colectivo desde lugares clave designados por Dios.
“Y a los lejanos extremos de la tierra”
El evangelio no tiene fronteras. Este mandato universal refleja la misión de la iglesia de alcanzar a toda la humanidad, cumpliendo las palabras de Jesucristo en Mateo 28:19: “Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones.”
El élder David A. Bednar explicó: “El mandato de llevar el evangelio a los extremos de la tierra no es una tarea opcional, sino una responsabilidad sagrada para todos los discípulos de Cristo.” (“Preparados para enseñar a todo el mundo”, Conferencia General, abril de 2008).
Este versículo destaca que ningún lugar ni persona queda fuera del alcance de la invitación del Señor al arrepentimiento y la salvación.
“El evangelio ha de ser predicado a toda criatura”
El llamado universal de predicar el evangelio refleja la naturaleza inclusiva del plan de salvación. Cada persona tiene el derecho de escuchar el mensaje del evangelio y decidir si lo acepta. Esto también refuerza la doctrina de que todos somos iguales ante Dios y que no hay distinción en la invitación al evangelio.
El presidente Russell M. Nelson afirmó: “El evangelio es para toda criatura, independientemente de su raza, cultura o posición social. Es un mensaje de esperanza para todo el mundo.” (“La expansión del evangelio”, Conferencia General, octubre de 2018).
Este principio motiva a los santos a participar activamente en la obra misional, entendiendo que todos los hijos de Dios tienen el potencial de recibir las bendiciones del evangelio.
“Y las señales seguirán a los que crean”
Las señales que siguen a los creyentes son manifestaciones del poder de Dios que confirman la verdad del evangelio. Estas pueden incluir milagros, dones espirituales y el testimonio del Espíritu Santo. Sin embargo, las señales no preceden a la fe; más bien, son el resultado de una fe sincera y activa.
El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “Las señales y los milagros siguen a los que actúan en fe. No son el origen de la fe, sino su consecuencia.” (“El milagro de la fe”, Conferencia General, abril de 2007).
Este principio nos recuerda que las bendiciones y los milagros son accesibles para aquellos que creen y obedecen los mandamientos del Señor.
Este pasaje encapsula la misión global de la iglesia y el poder transformador del evangelio. Nos recuerda que el mensaje de salvación es universal, abarcando a toda criatura en todos los rincones del mundo. La promesa de que las señales seguirán a los creyentes fortalece la fe y testifica del poder de Dios en la vida de sus hijos. Las enseñanzas de los profetas modernos refuerzan la importancia de participar activamente en la obra misional, confiando en que el Señor prepara tanto a sus siervos como a aquellos que recibirán el mensaje. Esta obra es una invitación a ser instrumentos en las manos de Dios para llevar esperanza, luz y salvación a toda la humanidad.
























