Doctrina y Convenios
Sección 64
Contexto Histórico
Era septiembre de 1831, un tiempo de agitación y expectativa en Kirtland, Ohio. José Smith, el Profeta de la Restauración, estaba ocupado organizando los asuntos de la Iglesia mientras se preparaba para trasladarse a Hiram, Ohio. Allí retomaría la traducción de la Biblia, una obra sagrada que había dejado temporalmente debido a los recientes viajes y experiencias en Misuri. En esos días, los miembros de la Iglesia trabajaban diligentemente para cumplir con los mandatos de establecer la ciudad de Sion en el condado de Jackson, Misuri, el lugar que habían reconocido como el lugar central de su herencia espiritual.
Un grupo de élderes había sido llamado a viajar a Sion en octubre. Estos hombres se estaban preparando para la ardua tarea de establecer un refugio seguro donde los santos pudieran congregarse y cumplir con los propósitos del Señor. Sin embargo, el entusiasmo por la obra de Sion no estaba exento de tensiones internas. Había diferencias, malentendidos y, en algunos casos, críticas injustas entre los líderes y miembros.
En medio de esta atmósfera, José recibió una revelación del Señor, quien una vez más habló a su pueblo a través de su profeta. Esta revelación, conocida como la Sección 64, abordó tanto los desafíos prácticos como las cuestiones espirituales que enfrentaban los santos.
El Señor comenzó recordando a los élderes que debían superar al mundo y prepararse para las bendiciones prometidas. En una muestra de su misericordia, declaró que perdonaba los pecados de aquellos que confesaban y se arrepentían sinceramente. Sin embargo, el Señor también advirtió contra la falta de perdón entre los miembros, señalando que quienes guardaban rencor tenían un pecado mayor que aquel que originalmente los había ofendido. Esta advertencia era especialmente relevante dado el clima de tensión y juicio entre algunos líderes y miembros de la Iglesia, incluidos conflictos que involucraban a Ezra Booth, Isaac Morley y Edward Partridge, quienes habían cometido errores o actuado con falta de fe.
El Señor instó a los santos a centrarse en el perdón, la reconciliación y la preparación espiritual para las pruebas y bendiciones venideras. También les recordó la importancia de vivir de manera prudente, particularmente en lo relacionado con las deudas, un tema crucial para una iglesia joven que buscaba establecerse en un entorno hostil.
El Señor reforzó la necesidad de sacrificio y diligencia. Declaró que aquellos que se diezmaban —es decir, quienes dedicaban su tiempo, recursos y corazones a la obra del Señor— serían preservados en el día de su venida. Les instó a no cansarse de hacer el bien, asegurándoles que su obra estaba sentando las bases para algo grande. “De las cosas pequeñas proceden las grandes”, recordó el Señor, un mensaje de esperanza y visión eterna.
La revelación también contenía instrucciones específicas para varios líderes. Se pidió a Sidney Gilbert que regresara a Sion para continuar su labor. A Isaac Morley se le aconsejó vender su granja para evitar tentaciones, mientras que a Frederick G. Williams se le indicó que retuviera la suya como una firme posesión en Kirtland por los próximos años.
Finalmente, el Señor habló del destino glorioso de Sion, prometiendo que florecería y se convertiría en un estandarte para las naciones. Aunque los rebeldes serían desterrados, los fieles encontrarían refugio y prosperidad bajo la gloria del Señor.
La Sección 64 no solo abordó cuestiones prácticas y espirituales inmediatas, sino que también preparó a los santos para un futuro lleno de desafíos y oportunidades. En el corazón de este mensaje estaba la invitación a un arrepentimiento sincero, el perdón mutuo y una confianza renovada en la promesa divina de que Sion se establecería como un lugar de paz y justicia.
Para los santos de Kirtland y Sion, esta revelación fue una hoja de ruta espiritual y una declaración de las expectativas del Señor, un recordatorio de que estaban construyendo no solo una comunidad terrenal, sino también el Reino de Dios sobre la tierra.
Estos versículos reflejan temas clave de la Sección 64: la necesidad del perdón, la importancia de la obediencia, la preparación espiritual para los días venideros y el papel fundamental de Sion como un refugio y un estandarte. Juntos, subrayan la urgencia de vivir con fe y propósito, confiando en las promesas del Señor.
1. Perdón y reconciliación
Versículo 9: “Por tanto, os digo que debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado.”
Este versículo subraya la importancia del perdón como una acción esencial en la vida cristiana. No perdonar no solo perpetúa el conflicto, sino que también aleja al individuo de la gracia de Dios, al mantener en su corazón una carga mayor que el pecado original. Es un llamado a dejar atrás los rencores para poder progresar espiritualmente.
“Por tanto, os digo que debéis perdonaros los unos a los otros;”
El perdón es un mandamiento divino, no una sugerencia. El Salvador enseñó repetidamente la importancia de perdonar, como en la oración del Padrenuestro: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mateo 6:12). Este principio conecta la relación con Dios y con nuestros semejantes, destacando que no podemos recibir el perdón de Dios sin otorgarlo a los demás.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “Es ofensivo al cielo que recemos rogando misericordia para nuestros pecados mientras negamos esa misma misericordia a los demás” (“El milagro del perdón”, Conferencia General, octubre de 2007).
Esto destaca que el perdón es una manifestación de nuestro discipulado y de nuestra comprensión de la gracia divina.
“Pues el que no perdona las ofensas de su hermano,”
No perdonar implica retener una ofensa en el corazón, lo que crea una barrera entre el individuo y el Espíritu Santo. El Señor mismo nos mostró el ejemplo perfecto al rogar por quienes lo crucificaron: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
El presidente Spencer W. Kimball escribió: “El perdón es una virtud esencial para la paz personal y para mantener la armonía en la familia y la comunidad” (El Milagro del Perdón, p. 202).
La incapacidad de perdonar perpetúa el conflicto interno y externo, alejándonos de la paz prometida por el Evangelio.
“Queda condenado ante el Señor,”
El Señor establece una condena espiritual para aquellos que no perdonan, porque retener un agravio va en contra de la naturaleza misma de Su plan de redención. El Salvador pagó por los pecados de todos, y al negarnos a perdonar, nos colocamos en oposición a Su sacrificio expiatorio.
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó: “Cuando elegimos no perdonar, elegimos retener el odio y el resentimiento, lo cual obstaculiza nuestra capacidad de progresar espiritualmente” (Conferencia General, abril de 2012).
Esta condenación no es impuesta por Dios, sino por nuestra propia decisión de no liberarnos del peso del rencor.
“Porque en él permanece el mayor pecado.”
El mayor pecado no es necesariamente la ofensa inicial, sino el orgullo y la dureza de corazón que impiden el perdón. Esto contradice directamente el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:39). Además, al no perdonar, limitamos el acceso al poder redentor de la Expiación en nuestras vidas.
El élder David A. Bednar declaró: “Negarse a perdonar puede ser espiritualmente tan dañino como el pecado que inicialmente se cometió contra nosotros” (“No se ofendan”, Conferencia General, octubre de 2006).
El rencor perpetúa una separación espiritual del amor y la misericordia que Dios desea que experimentemos.
Este versículo es un recordatorio poderoso de que el perdón es tanto una doctrina central del Evangelio como una práctica esencial para nuestra paz espiritual. Al perdonar, participamos en la obra redentora de Cristo, quien pagó por nuestras propias faltas y nos pide extender esa misma gracia a los demás. La falta de perdón nos condena no porque Dios sea injusto, sino porque nos alejamos voluntariamente de Su misericordia.
El presidente Gordon B. Hinckley resumió: “Si somos rencorosos, si albergamos malos sentimientos en nuestros corazones, simplemente no somos dignos de la ayuda de nuestro Padre Celestial” (Conferencia General, octubre de 1991).
En conclusión, el perdón no solo libera al ofensor, sino también al ofendido, permitiendo que ambos se acerquen a Dios y encuentren la paz que solo la reconciliación y la gracia divina pueden ofrecer.
2. Arrepentimiento y confesión
Versículo 7: “No obstante, él ha pecado; mas de cierto os digo, que yo, el Señor, perdono los pecados de aquellos que los confiesan ante mí y piden perdón, si no han pecado de muerte.”
Este versículo refuerza el principio del arrepentimiento y la confesión como requisitos para recibir el perdón de Dios. Dios es misericordioso y está dispuesto a perdonar a quienes reconocen sus errores y buscan mejorar. Este mensaje da esperanza a todos los que deseen reconciliarse con Él.
“No obstante, él ha pecado;”
Este reconocimiento destaca que incluso los siervos del Señor, llamados a posiciones de liderazgo o servicio, no son inmunes al pecado. Esto subraya la condición mortal de todos los seres humanos y la necesidad universal de la Expiación de Jesucristo. El pecado es un recordatorio de nuestra dependencia de la gracia de Dios.
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “Dios no espera que seamos perfectos en este momento. Lo que sí espera es que tengamos un corazón contrito y un espíritu humilde” (Conferencia General, octubre de 2017).
Este reconocimiento no debe llevarnos al desaliento, sino a buscar activamente el arrepentimiento y la redención.
“Mas de cierto os digo, que yo, el Señor, perdono los pecados de aquellos que los confiesan ante mí y piden perdón,”
Este principio enfatiza la misericordia de Dios y el poder de la confesión sincera. La confesión ante el Señor es un acto de humildad y reconocimiento de nuestras faltas, que abre las puertas a Su gracia. Pedir perdón también implica un compromiso de cambio y reparación, reflejando el verdadero arrepentimiento.
El presidente Spencer W. Kimball escribió: “El Señor ha prometido que si confesamos nuestros pecados y nos arrepentimos, no los recordará más” (El milagro del perdón, p. 193).
Esto demuestra que el perdón divino es total y que no estamos destinados a cargar eternamente con el peso de nuestras faltas.
“Si no han pecado de muerte.”
El “pecado de muerte” se refiere a aquellos pecados graves que implican una completa rebelión contra Dios después de haber recibido un conocimiento pleno de Su verdad, como negar al Espíritu Santo. Este límite establece que, aunque la misericordia de Dios es infinita, existen condiciones específicas para la redención.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “El pecado imperdonable no es un acto común de desobediencia, sino una total y deliberada rebelión contra Dios después de haber recibido Su luz y conocimiento completo” (Doctrinas de Salvación, Vol. 1, p. 50).
Esto muestra que, aunque la Expiación cubre la inmensa mayoría de los pecados, hay excepciones basadas en la elección y conocimiento personal.
Este versículo refleja tres principios fundamentales del plan de salvación: el reconocimiento de nuestras imperfecciones, la invitación al arrepentimiento y la misericordia de Dios al perdonar a quienes confiesan sinceramente sus faltas y buscan redimirse. La cláusula “si no han pecado de muerte” enfatiza que la misericordia divina está en armonía con la justicia, pero también advierte que aquellos que actúan en rebelión deliberada y consciente se excluyen a sí mismos de la gracia.
El presidente Dieter F. Uchtdorf declaró: “El arrepentimiento no es una humillación punitiva; es el proceso por el cual cambiamos, crecemos y nos acercamos más al Señor” (Conferencia General, abril de 2013).
El arrepentimiento es un regalo continuo que nos permite regresar al Señor a pesar de nuestras caídas, siempre que lo hagamos con un corazón sincero.
En conclusión, este versículo es un recordatorio de que el Señor está dispuesto a perdonar mientras permanezcamos humildes, confesemos nuestros pecados y busquemos Su guía para corregir nuestro curso. La misericordia está disponible para todos, excepto para aquellos que eligen rechazarla completamente después de conocer su plenitud.
3. Dedicación a la obra del Señor
Versículo 33: “Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. Y de las cosas pequeñas proceden las grandes.”
Un recordatorio alentador de que cada esfuerzo, por pequeño que parezca, contribuye al establecimiento del Reino de Dios. Este versículo invita a los santos a perseverar, incluso cuando los resultados inmediatos no sean visibles, sabiendo que su trabajo tiene un propósito eterno.
“Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno,”
El Señor invita a la perseverancia en la bondad y en el servicio constante. Este mandato refleja que el esfuerzo continuo en la obra del Señor, aunque pueda parecer agotador o insignificante en ocasiones, es esencial para edificar el Reino de Dios. Hacer el bien requiere fe, resistencia y visión eterna.
El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “A menudo, el cansancio espiritual y físico puede desanimarnos, pero el Señor promete fortalecer a aquellos que se dedican fielmente a Su obra” (Conferencia General, abril de 2011).
Esta frase nos anima a no desfallecer, recordándonos que el sacrificio y el esfuerzo tienen un propósito divino.
“Porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra.”
Los “cimientos” simbolizan el trabajo inicial, muchas veces invisible, que sostiene obras más grandes. Este concepto refleja que incluso los esfuerzos más pequeños y cotidianos tienen un impacto eterno en el plan de Dios. Cada acción buena que realizamos contribuye a la obra de salvación, tanto en nuestra vida como en la de los demás.
El presidente Gordon B. Hinckley comentó: “El crecimiento y la fortaleza de la Iglesia a lo largo de los años son el resultado del trabajo diligente y fiel de generaciones de miembros, quienes, como los pioneros, edificaron cimientos fuertes para el futuro” (Conferencia General, octubre de 1997).
Esto resalta que nuestra participación actual en la obra del Señor tiene implicaciones duraderas, incluso si no vemos de inmediato los resultados.
“Y de las cosas pequeñas proceden las grandes.”
Dios utiliza cosas aparentemente insignificantes para realizar Sus propósitos grandiosos. Este principio es consistente con las enseñanzas de las Escrituras, como en 1 Corintios 1:27, donde se dice que “Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo fuerte.” Este versículo destaca la importancia de la paciencia y la fe en el poder transformador de las pequeñas acciones.
El élder David A. Bednar explicó: “A menudo, el impacto más significativo de nuestro servicio viene de actos pequeños y aparentemente ordinarios, que son acumulativos y eternos” (Conferencia General, abril de 2014).
Esto nos enseña a valorar y continuar en nuestras pequeñas contribuciones, confiando en que Dios magnifica nuestros esfuerzos para Su gloria.
Este versículo combina un poderoso mensaje de esperanza, perseverancia y fe en los procesos divinos. Nos recuerda que, aunque nuestros esfuerzos puedan parecer pequeños o invisibles en el momento, tienen un impacto eterno y contribuyen a la “gran obra” del Señor.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Los pequeños actos de bondad y servicio realizados con amor son los ladrillos con los cuales se construyen los cimientos de una vida consagrada” (Conferencia General, abril de 2008).
El enfoque aquí es claro: cada decisión de hacer lo correcto fortalece no solo a quienes servimos, sino también a nosotros mismos, moldeándonos en instrumentos más eficaces en las manos del Señor.
En conclusión, este versículo es una invitación a la acción continua, confiando en que nuestras contribuciones, por pequeñas que sean, son valiosas y esenciales en el plan eterno de Dios. Al no cansarnos de hacer el bien, participamos en el milagro de convertir lo ordinario en extraordinario bajo la guía del Señor.
4. Preparación para la Segunda Venida
Versículo 23: “El que es diezmado no será quemado a la venida del Señor.”
Este versículo destaca la importancia de la obediencia en la ley del diezmo como una forma de preparación espiritual para la Segunda Venida. Los sacrificios temporales hechos en esta vida son una muestra de la fe y devoción al Señor.
“El que es diezmado”
La frase se refiere a aquellos que cumplen fielmente con la ley del diezmo, un principio eterno establecido por el Señor para bendecir a Su pueblo. La obediencia a esta ley demuestra fe, gratitud y confianza en Dios. Ser “diezmado” implica no solo el acto de dar una décima parte de nuestras ganancias, sino también una consagración de corazón y espíritu al Señor y Su obra.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “El diezmo es un principio de fe más que de finanzas. Cuando pagamos el diezmo, expresamos nuestra confianza en el Señor y Su promesa de abrir las ventanas de los cielos” (Conferencia General, abril de 1982).
La obediencia al diezmo no es simplemente un acto económico, sino una expresión tangible de devoción espiritual.
“No será quemado”
Esta frase alude a la protección espiritual y temporal prometida a los fieles en los últimos días, particularmente durante los eventos asociados con la Segunda Venida del Señor. La imagen de “ser quemado” se encuentra en las Escrituras como una metáfora del juicio divino que purifica la tierra al eliminar toda maldad (Malaquías 4:1). Los que cumplen con el diezmo son simbolizados como aquellos que están espiritualmente preparados para resistir este juicio.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “El cumplimiento de la ley del diezmo es una medida de nuestra fidelidad al Señor, y aquellos que obedecen no solo serán preservados en los últimos días, sino que estarán espiritualmente fortalecidos para enfrentar cualquier desafío” (Doctrinas de Salvación, Vol. 1, p. 49).
El diezmo actúa como una señal de obediencia y compromiso que protege a los santos frente al juicio venidero.
“A la venida del Señor.”
La Segunda Venida del Señor es un evento central en el plan de salvación. En ese día, los justos serán preservados y recibidos por el Señor, mientras que los inicuos enfrentarán las consecuencias de su rechazo a las leyes de Dios. Estar preparado para este evento implica vivir en obediencia y rectitud, incluyendo la observancia de las leyes y mandamientos, como el diezmo.
El élder Quentin L. Cook declaró: “Los fieles que viven los principios del Evangelio y cumplen los mandamientos estarán espiritualmente listos para recibir al Salvador cuando Él regrese” (Conferencia General, octubre de 2011).
El cumplimiento de la ley del diezmo no es solo una práctica temporal, sino una preparación espiritual para los eventos culminantes de la historia de la humanidad.
El diezmo, como principio eterno, no solo permite que el Reino de Dios prospere sobre la tierra, sino que también prepara espiritualmente a los santos para los eventos de los últimos días. Este versículo resalta la conexión entre la obediencia a los mandamientos y la preservación en el día del juicio. El presidente Henry B. Eyring enseñó: “El diezmo es un pacto que hacemos con Dios. A través de su cumplimiento, demostramos nuestra disposición a vivir Sus leyes y recibimos Sus bendiciones prometidas, no solo en esta vida, sino también en la vida venidera” (Conferencia General, octubre de 2002).
En conclusión, ser “diezmado” no es solo un requisito financiero, sino una señal de consagración, fe y preparación espiritual. Este versículo nos recuerda que la obediencia a las leyes de Dios trae protección, tanto ahora como en los tiempos de juicio, y asegura nuestra preparación para encontrarnos con el Señor en Su venida.
5. Advertencia contra la rebelión
Versículo 35: “Y los rebeldes serán desterrados de la tierra de Sion, y serán expulsados y no heredarán la tierra.”
Aquí el Señor advierte que la obediencia y la disposición de corazón son requisitos esenciales para permanecer en Sion. La rebelión no solo trae consecuencias temporales, sino también espirituales, al impedir que uno reciba las bendiciones prometidas.
“Y los rebeldes serán desterrados de la tierra de Sion,”
La rebelión, en el contexto doctrinal, representa una oposición consciente y deliberada a las leyes y principios de Dios. Aquellos que eligen resistir las instrucciones divinas no pueden permanecer en Sion, ya que este es un lugar de pureza, obediencia y unidad bajo los convenios del Señor. Sion simboliza tanto un lugar físico como una comunidad espiritual de los puros de corazón (Doctrina y Convenios 97:21).
El presidente Harold B. Lee enseñó: “Sion no es solo un lugar geográfico, sino un estado de santidad. No podemos esperar morar en Sion a menos que estemos dispuestos a vivir las leyes de Dios con fidelidad” (Conferencia General, abril de 1973).
La exclusión de los rebeldes asegura la santidad de Sion como un refugio para los justos.
“Y serán expulsados”
La expulsión de los rebeldes indica que aquellos que rechazan los convenios y mandamientos no pueden disfrutar las bendiciones asociadas con la comunidad de Sion. Este principio refleja el carácter justo de Dios, quien permite que cada individuo elija, pero también establece consecuencias para las elecciones contrarias a Su ley.
El élder D. Todd Christofferson explicó: “La justicia de Dios asegura que no se permita que la maldad perturbe eternamente la paz y la santidad de Su reino. La disciplina es una expresión de amor y justicia divina” (Conferencia General, abril de 2015).
Esto subraya que la expulsión no es un acto de crueldad, sino una medida necesaria para proteger la pureza de Sion.
“Y no heredarán la tierra.”
La herencia de la tierra de Sion está reservada para los justos que cumplen con las leyes de Dios y los convenios asociados con Su Reino. Aquellos que se rebelan contra estas leyes y principios no están espiritualmente preparados para disfrutar las bendiciones eternas de esta herencia.
El presidente Brigham Young declaró: “Solo aquellos que cumplan con los principios de justicia, fe y obediencia podrán disfrutar plenamente de la tierra que el Señor ha preparado para Sus santos” (Journal of Discourses, Vol. 10, p. 175).
La herencia de la tierra de Sion no es automática, sino que requiere preparación y fidelidad constante.
Este versículo subraya el principio de justicia divina: las bendiciones y herencias de Dios están condicionadas a la obediencia a Sus leyes. Sion es un lugar de santidad y pureza, y aquellos que elijan rebelarse contra las leyes divinas no pueden ser parte de esta comunidad sagrada. Más que una exclusión arbitraria, este principio refleja que cada individuo elige su destino espiritual a través de sus acciones y actitudes.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “La obediencia a las leyes de Dios nos lleva a recibir las bendiciones prometidas, mientras que la desobediencia nos excluye de disfrutar plenamente de Su presencia y de las promesas de Su Reino” (Conferencia General, abril de 1997).
En conclusión, la expulsión de los rebeldes de Sion simboliza la importancia de vivir en armonía con las leyes de Dios para disfrutar las bendiciones prometidas. Este versículo es un llamado a la fidelidad, la humildad y la preparación para ser dignos de participar en la herencia eterna que el Señor tiene preparada para Sus santos.
6. Juicio y justicia en Sion
Versículo 37: “He aquí, en estos postreros días, yo, el Señor, he hecho a mi iglesia semejante a un juez que se sienta en un monte, o sea, en un lugar alto, para juzgar a las naciones.”
Este versículo resalta la responsabilidad de la Iglesia en estos últimos días como un estandarte de justicia y verdad. Sion no solo será un refugio, sino también un ejemplo para el mundo de cómo vivir en armonía con las leyes de Dios.
“He aquí, en estos postreros días,”
Esta frase sitúa el contexto de la declaración en el período de los últimos días, un tiempo señalado en las Escrituras como el preludio de la Segunda Venida de Cristo. En estos días, la Iglesia tiene un papel fundamental en preparar al mundo para recibir al Salvador mediante la enseñanza del Evangelio, la proclamación de la verdad y la invitación al arrepentimiento.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Vivimos en los días que los profetas antiguos anhelaban ver. Este es un tiempo de preparación y cumplimiento en la obra del Señor” (Conferencia General, abril de 2020).
Esto subraya que la Iglesia tiene un papel único y crucial en este período de la historia.
“Yo, el Señor, he hecho a mi iglesia semejante a un juez que se sienta en un monte,”
El Señor compara a Su Iglesia con un juez en un lugar elevado, sugiriendo que la Iglesia tiene la responsabilidad de discernir entre el bien y el mal y de declarar la verdad desde una posición de autoridad divina. Estar en un monte o lugar alto simboliza claridad, perspectiva y prominencia espiritual.
El élder Jeffrey R. Holland explicó: “La Iglesia es un faro que guía al mundo hacia la verdad y la justicia. Al proclamar los principios del Evangelio, actúa como un juez moral y espiritual, señalando el camino hacia la vida eterna” (Conferencia General, octubre de 2011).
La función de “juez” no implica condenación, sino ofrecer dirección, orientación y una invitación al arrepentimiento.
“O sea, en un lugar alto,”
El lugar alto simboliza la posición de la Iglesia como un estándar moral y espiritual elevado. Desde esta posición, la Iglesia no solo enseña la verdad, sino que también actúa como un faro para el mundo, guiando a las naciones hacia la luz de Cristo.
El presidente Gordon B. Hinckley comentó: “La Iglesia está en una posición elevada, no para imponer su voluntad, sino para invitar a todos a subir a un plano más alto de rectitud, amor y servicio” (Conferencia General, abril de 1995).
La ubicación simbólica en lo alto representa la pureza de su mensaje y su propósito de elevar a los individuos y las sociedades.
“Para juzgar a las naciones.”
La función de “juzgar a las naciones” no implica un juicio final, reservado para Cristo, sino el papel de la Iglesia en declarar la verdad, exponer la maldad y establecer estándares de justicia. La Iglesia, como portadora de las llaves del Reino, tiene la autoridad de enseñar los principios que guían a las naciones hacia el arrepentimiento y la reconciliación con Dios.
El élder Dallin H. Oaks enseñó: “El papel de la Iglesia es ser un instrumento en las manos de Dios para llevar al mundo a Cristo, al proporcionar los principios y convenios necesarios para la salvación” (Conferencia General, abril de 2009).
La Iglesia actúa como una guía moral y espiritual en un mundo que necesita dirección.
Este versículo describe el papel fundamental de la Iglesia en los últimos días: ser un faro de justicia, discernir el bien del mal y guiar al mundo hacia la verdad de Cristo. Como “juez”, la Iglesia no condena, sino que proclama los principios del Evangelio, actuando como un estandarte en un lugar elevado para que todos puedan verla y seguirla.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “La Iglesia es el instrumento mediante el cual el Señor está cumpliendo Su obra en estos últimos días. A través de ella, se declara la verdad y se invita a todos a venir a Cristo” (Conferencia General, octubre de 2018).
En conclusión, la Iglesia tiene una responsabilidad divina de actuar como un guía espiritual y moral, ayudando a las naciones y a las personas a prepararse para la Segunda Venida del Señor. Este versículo es un recordatorio del propósito elevado de la Iglesia y de su función en llevar la verdad y la salvación al mundo.
7. Fidelidad y obediencia
Versículo 34: “He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta; y los de buena voluntad y los obedientes comerán de la abundancia de la tierra de Sion en estos postreros días.”
El Señor busca devoción sincera y un compromiso genuino con su obra. Este versículo subraya que la obediencia no es solo una acción externa, sino una dedicación interna del corazón y la mente hacia Dios.
“He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta;”
El Señor no busca solo acciones externas, sino una devoción sincera que emana del corazón y la mente. Un “corazón bien dispuesto” simboliza humildad, amor y un deseo genuino de servir. Una “mente bien dispuesta” implica estar receptivo a las enseñanzas del Evangelio y comprometido con obedecer los mandamientos con propósito y comprensión.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Señor no quiere simplemente nuestro tiempo o talentos, sino nuestra voluntad total. Un corazón bien dispuesto es un sacrificio puro que nos permite alinear nuestra voluntad con la Suya” (Conferencia General, octubre de 1995).
Esto significa que la verdadera consagración no es solo lo que hacemos, sino cómo y por qué lo hacemos.
“Y los de buena voluntad y los obedientes”
La “buena voluntad” se refiere a una actitud de disposición y entusiasmo para cumplir con las leyes del Señor. La obediencia, por otro lado, es la manifestación práctica de esa buena voluntad. Juntas, estas cualidades forman el carácter de los santos que pueden participar en las bendiciones de Sion.
El presidente Howard W. Hunter enseñó: “La obediencia al Señor no es una restricción, sino una expresión de nuestra confianza en Su sabiduría y amor. Aquellos que lo siguen con buena voluntad encuentran paz y felicidad duraderas” (Conferencia General, abril de 1994).
La buena voluntad y la obediencia no son solo requisitos, sino caminos hacia la plenitud del Evangelio.
“Comerán de la abundancia de la tierra de Sion”
Esta frase simboliza tanto bendiciones temporales como espirituales. Los fieles que viven en Sion disfrutarán de prosperidad, paz y seguridad. La “abundancia” incluye provisión material, pero más importante aún, se refiere a las bendiciones del Espíritu, la comunión con Dios y el cumplimiento de Sus promesas eternas.
El presidente Brigham Young explicó: “La tierra de Sion será un lugar de refugio y prosperidad para los santos, pero estas bendiciones están reservadas para aquellos que vivan en rectitud y unidad con las leyes de Dios” (Journal of Discourses, Vol. 9, p. 179).
La abundancia de Sion no es solo física, sino también espiritual, ofreciendo consuelo y esperanza en tiempos difíciles.
“En estos postreros días.”
La frase “postreros días” contextualiza esta promesa en el tiempo presente y en el futuro cercano, señalando que estamos viviendo en el período previo a la Segunda Venida de Cristo. En este tiempo, el Señor establece Sion como un lugar literal y espiritual donde los santos puedan reunirse, prepararse y recibir Sus bendiciones.
El élder D. Todd Christofferson enseñó: “Sion en los últimos días no solo es un lugar físico, sino una condición espiritual en la que los fieles pueden unirse para recibir las bendiciones prometidas del Señor” (Conferencia General, octubre de 2008).
Esto resalta que Sion es tanto un ideal a alcanzar como una realidad que ya estamos construyendo.
Este versículo encapsula los requisitos para participar plenamente en las bendiciones de Sion: un corazón humilde, una mente receptiva, buena voluntad y obediencia sincera. Estas cualidades nos preparan para recibir no solo la prosperidad temporal en Sion, sino también las bendiciones eternas que el Señor ha prometido a Sus santos.
El presidente Russell M. Nelson declaró: “El Señor requiere todo nuestro corazón, nuestra energía y nuestro compromiso. A medida que consagramos nuestra vida a Su servicio, recibimos bendiciones que exceden nuestra capacidad de comprender” (Conferencia General, octubre de 2018).
En conclusión, este versículo es un recordatorio de que las bendiciones de Sion no son automáticas, sino que requieren una dedicación sincera a los principios del Evangelio. Al desarrollar un corazón y una mente bien dispuestos, los santos pueden participar en la abundancia temporal y espiritual que el Señor ha reservado para ellos en estos últimos días.
Nota: “Si tienes un versículo en particular sobre el que deseas profundizar, házmelo saber y con gusto te proporcionaré más información al respecto.” En Deja un comentario























