Doctrina y Convenios
Sección 77
Contexto Histórico
En el tranquilo pueblo de Hiram, Ohio, en marzo de 1832, José Smith trabajaba intensamente en la traducción inspirada de la Biblia. En su búsqueda por comprender las profundidades del evangelio, llegó al libro de Apocalipsis, un texto conocido por sus visiones grandiosas y sus símbolos complejos. Este libro había intrigado a cristianos durante siglos, despertando especulaciones y temores acerca de su verdadero significado. Sin embargo, para José, era una oportunidad de buscar revelación y claridad directamente de Dios.
Con las Escrituras abiertas frente a él, José meditaba en los pasajes que describían misterios como el “mar de vidrio,” los “cuatro seres vivientes,” y los “siete sellos.” Estas imágenes llenaban su mente de preguntas: ¿Qué representaban estas visiones? ¿Cómo encajaban en el plan eterno de Dios? ¿Qué significado tenían para los últimos días? Deseoso de obtener respuestas, se volvió al Señor en oración.
Fue en esta atmósfera de profunda reflexión y comunión espiritual que José recibió una serie de revelaciones organizadas en forma de preguntas y respuestas. Cada una abordaba un aspecto clave del Apocalipsis, ofreciendo una interpretación divina de los símbolos y eventos. A través de estas revelaciones, José no solo entendió los significados detrás de las visiones de Juan, sino que también vio cómo estas profecías conectaban con el plan de salvación y los eventos de los últimos días.
Por ejemplo, el “mar de vidrio” no era un elemento abstracto, sino una representación de la tierra en su estado glorificado y santificado. Los “cuatro seres vivientes” simbolizaban la felicidad eterna de la creación divina, incluyendo al hombre y los animales. Los “siete sellos” revelaban la historia de la tierra dividida en períodos de mil años, con eventos específicos que ocurrirían en cada etapa. Incluso los 144,000 sellados fueron identificados como sumos sacerdotes con una misión sagrada de ministrar y preparar a los fieles para la segunda venida de Cristo.
A medida que estas verdades fluían, la figura de Elías emergió como un personaje clave en la obra de restauración. Se reveló que su misión era congregar a las tribus de Israel y preparar el camino para la reunión final. José también recibió conocimiento sobre los dos profetas que testificarían en Jerusalén en los últimos días, mostrando cómo Dios continúa guiando a Su pueblo hasta el fin de los tiempos.
Estas revelaciones no solo aclararon los pasajes oscuros del Apocalipsis, sino que transformaron el significado del libro para los santos de los últimos días. Lo que antes podía parecer misterioso o aterrador se convirtió en un testimonio de la victoria final de Cristo, el cumplimiento del plan de salvación y el papel central de la humanidad en los últimos días.
En el marco histórico de la restauración, la Sección 77 destacó el llamado profético de José Smith como un siervo escogido para iluminar los caminos de los santos. Su trabajo no era simplemente interpretar el pasado, sino preparar a la Iglesia para los eventos futuros, guiándola hacia la redención y la gloria eterna. En Hiram, en ese momento silencioso de búsqueda espiritual, el cielo se abrió una vez más, y la voz de Dios habló, dando a la humanidad una visión más clara de Su plan eterno.
La Sección 77 ilumina los simbolismos y mensajes proféticos del Apocalipsis, mostrando cómo estos eventos y personajes se relacionan con el plan eterno de Dios. Cada tema destacado nos enseña la perfección de Su obra, el papel de los ángeles y profetas, y la preparación necesaria para los últimos días.
Estos versículos subrayan la importancia de la restauración del evangelio y la necesidad de prepararnos espiritualmente para el regreso de Cristo y la redención final de la humanidad y la creación.
Versículo 1: “Es la tierra en su estado santificado, inmortal y eterno.”
Este versículo revela que la tierra será glorificada y santificada como parte del plan de salvación. Tal transformación simboliza el destino eterno de toda la creación: pasar de un estado mortal y caído a uno celestial y perfecto. Es un recordatorio de que todo lo creado tiene un propósito eterno.
El presidente Brigham Young enseñó: “Esta tierra será glorificada y llegará a ser como un mar de vidrio y fuego, un lugar de habitación para los seres exaltados.” (Journal of Discourses, 9:317).
“Es la tierra en su estado santificado”
La santificación de la tierra implica que será purificada por completo y preparada para recibir la gloria celestial. En este estado, la tierra estará libre de toda impureza, maldad o imperfección. Este proceso es paralelo a la santificación personal que los hijos de Dios deben experimentar para morar en Su presencia.
El presidente Brigham Young enseñó: “Cuando la tierra sea purificada y santificada por el fuego, será digna de ser la morada de seres glorificados.” (Journal of Discourses, 8:198).
Así como los individuos necesitan ser santificados mediante la expiación de Jesucristo para entrar en el reino celestial, la tierra también pasará por un proceso similar, simbolizando su preparación como una morada eterna para los exaltados.
“Inmortal”
La inmortalidad de la tierra significa que no estará sujeta a corrupción, muerte o decadencia. Esta transformación ocurre al final de su existencia temporal y marca su entrada en un estado eterno, reflejando el triunfo de la expiación de Jesucristo no solo sobre la humanidad, sino también sobre toda la creación.
El élder Neal A. Maxwell dijo: “La tierra misma será redimida y glorificada, cumpliendo su propósito eterno como un testimonio del poder de Dios.” (“The Promise of Discipleship,” pág. 110).
La inmortalidad de la tierra refleja la promesa de redención para toda la creación. Este estado asegura que la tierra cumplirá su propósito como un lugar eterno de gozo y gloria para quienes hereden la vida eterna.
“Y eterno”
La eternidad de la tierra implica que, en su estado glorificado, permanecerá para siempre como un reino celestial. Este estado es paralelo a la exaltación de los hijos de Dios, quienes también serán eternos y habitarán en un entorno celestial para siempre.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “Cuando la tierra sea celestial, será eterna en su existencia y servirá como una morada para aquellos que hereden el reino celestial.” (Doctrina de Salvación, vol. 1, pág. 87).
La eternidad de la tierra subraya su propósito divino dentro del plan de salvación. Se convertirá en un lugar de gloria perpetua, reflejando la naturaleza eterna de Dios y Su obra.
El versículo “Es la tierra en su estado santificado, inmortal y eterno” nos enseña que la tierra es parte integral del plan de salvación. Su glorificación simboliza el destino final de toda la creación bajo la expiación de Jesucristo: ser purificada, perfeccionada y preparada para la eternidad.
Este proceso no solo resalta el poder redentor de Cristo, sino que también invita a los seguidores del evangelio a reflexionar sobre su propia santificación y preparación para morar en un lugar así. Nos recuerda que la redención y la perfección son principios universales que abarcan tanto a los hijos de Dios como a Su creación, todos destinados a compartir Su gloria eterna.
Versículo 2: “El espíritu del hombre a semejanza de su persona, como también el espíritu de los animales y toda otra criatura que Dios ha creado.”
Este versículo enseña que tanto los seres humanos como los animales tienen un propósito divino y que sus espíritus reflejan la imagen de sus cuerpos físicos. Además, señala que la creación divina comparte la felicidad eterna en su estado glorificado.
El presidente Joseph Fielding Smith dijo: “Dios no creó nada sin propósito. Incluso los animales tendrán un lugar en la eternidad y experimentarán la felicidad.” (Doctrina de Salvación, vol. 2, pág. 288).
“El espíritu del hombre a semejanza de su persona”
Esta frase enseña que el espíritu del hombre tiene una forma similar a su cuerpo físico. Esto implica que nuestra identidad como hijos de Dios comienza en el estado preterrenal y continúa a lo largo de nuestra existencia eterna. La doctrina subraya la relación intrínseca entre cuerpo y espíritu en el plan de salvación.
El presidente Joseph F. Smith explicó: “El espíritu del hombre es una entidad organizada, que existe a semejanza de su cuerpo físico. Antes de nacer, vivíamos como espíritus individuales con identidad propia.” (Doctrina del Evangelio, pág. 11).
Esta doctrina nos recuerda que nuestra individualidad y personalidad no son meramente físicas, sino que reflejan nuestra esencia espiritual eterna. Esto da mayor valor a la santidad del cuerpo como templo del espíritu.
“Como también el espíritu de los animales”
Los animales también tienen espíritus, lo que indica que son parte del plan de salvación y que tienen un propósito divino en la creación. Este concepto destaca el amor y la preocupación de Dios por todas Sus criaturas, grandes y pequeñas.
El presidente Joseph Fielding Smith dijo: “Los animales tienen espíritus y serán redimidos. Serán restaurados en su estado perfecto como parte del plan eterno de Dios.” (Doctrina de Salvación, vol. 2, pág. 288).
La enseñanza de que los animales tienen espíritus no solo realza su valor intrínseco, sino que también muestra la amplitud del plan de redención, que incluye a toda la creación. Nos invita a tratar a los animales con respeto y gratitud.
“Y toda otra criatura que Dios ha creado”
Este pasaje abarca a todas las formas de vida creadas por Dios, lo que implica que cada ser tiene un propósito en Su plan. Toda la creación será glorificada y restaurada en el estado eterno, reflejando el amor y la justicia divinos.
El presidente Brigham Young enseñó: “Todo lo que Dios ha creado, incluso los animales y las plantas, será redimido y perfeccionado en su debido tiempo.” (Journal of Discourses, 9:317).
La referencia a “toda otra criatura” refuerza la idea de que el propósito de Dios es inclusivo y abarca todo lo que Él ha creado. Esto amplía nuestra comprensión de la redención y nos llama a ser mayordomos responsables de la creación.
El versículo “El espíritu del hombre a semejanza de su persona, como también el espíritu de los animales y toda otra criatura que Dios ha creado” enfatiza la continuidad y la importancia de la vida espiritual en todas las creaciones de Dios. No solo los seres humanos tienen espíritus; toda la creación tiene un lugar en el plan de salvación y será glorificada.
Esta enseñanza refuerza el amor infinito de Dios por Su creación y subraya nuestra responsabilidad de cuidar el mundo que Él nos ha dado. Nos invita a reflexionar sobre la interconexión de todas las cosas y a reconocer que el plan de redención abarca tanto a los hijos de Dios como a las demás formas de vida que Él ha creado.
Versículo 2-4: Los Cuatro Seres Vivientes: Una Revelación de Gloria y Orden Celestial
Mientras el profeta José Smith se encontraba trabajando en la Traducción Inspirada de la Biblia en 1832, se detuvo al llegar al Apocalipsis. El libro era complejo, lleno de símbolos y visiones misteriosas. Uno de esos símbolos le llamó la atención de inmediato: cuatro seres vivientes que rodeaban el trono de Dios (Apocalipsis 4:6–8). Estas criaturas parecían tener múltiples rostros, alas, y una presencia imponente. ¿Qué significaban? ¿Quiénes eran?
José hizo lo que siempre hacía cuando tenía preguntas sobre las Escrituras: preguntó al Señor. Y en Doctrina y Convenios 77:2–4, el Señor respondió con claridad restaurada.
Los cuatro seres vivientes no son monstruos simbólicos ni figuras de mitología. El Señor reveló que son seres glorificados, con cuerpos inmortales, resucitados, y llenos de gloria. Son ángeles exaltados, que poseen poder y conocimiento superiores. Son representantes de las obras de Dios en la creación.
El texto indica que representan la gloria de clases específicas de seres creados:
- El primero como un león, símbolo de los animales salvajes.
- El segundo como un buey, representando a los animales domésticos.
- El tercero como un hombre, imagen del ser humano.
- Y el cuarto como un águila, símbolo de las aves del cielo.
No son simples representaciones artísticas: son seres reales, exaltados, llenos de luz y gloria, que testifican de la variedad, la majestad y el orden en la creación de Dios.
Estos seres glorificados ministran ante el trono de Dios día y noche, lo que indica una actividad continua, reverente y poderosa. No están allí como adorno. Ellos adoran, sirven y proclaman la santidad del Señor. Su alabanza constante enseña que toda la creación, en sus diversas formas, glorifica a Dios y le rinde homenaje.
Además, el Señor enseña que estos seres actúan como un símbolo visual del orden de la creación: no solo del hombre, sino de todas las criaturas. Cada uno representa una parte del orden de vida sobre la tierra, y juntos muestran que la redención abarca no solo a los seres humanos, sino a toda la creación (véase también Moisés 3:5–7; DyC 77:3).
Este pasaje también reafirma una verdad central del Evangelio restaurado: la resurrección literal de los cuerpos, no solo del hombre, sino también de otras criaturas que Dios ha creado para su gloria. La creación no es un accidente ni una alegoría. Tiene propósito, diseño y destino eterno. Los cuatro seres vivientes testifican que el cuerpo resucitado es glorioso y eterno, y que los ángeles y seres glorificados ministran con poder en el Reino celestial.
El profeta José Smith enseño: “Juan vio animales de aspecto curioso en el cielo; vio toda criatura que estaba en el cielo: todas las bestias, aves y pájaros del cielo, que daban gloria a Dios… Supongo que Juan vio allí seres de mil formas que habían sido salvos de diez mil veces diez mil tierras como esta —animales extraños de los cuales ninguna idea tenemos—, y todos podrían verse en el cielo. El gran secreto consistía en mostrar a Juan lo que había en el cielo: Juan aprendió que, para glorificarse a Sí mismo, Dios salva todo lo que Sus manos han hecho, ya sean animales, aves, peces u hombres, y Él se deleitará en ellos… Los cuatro seres vivientes eran cuatro de los animales más nobles que habían cumplido la medida de su creación, y habían sido salvos de otros mundos porque eran perfectos; eran como ángeles en su propia esfera; pero no se nos ha dicho de dónde vinieron” (en Manuscript History of the Church, tomo D-1, pág. 1523, josephsmithpapers.org).
Cuando leí por primera vez sobre los “cuatro seres vivientes”, me parecieron extraños, distantes, casi irreales. Pero al leer la revelación que recibió José Smith, algo cambió en mi comprensión. Ya no vi criaturas extrañas, sino embajadores de la creación, seres gloriosos que representan todo lo que Dios ha hecho.
Me hizo pensar en lo sagrado que es este mundo, en cómo todo lo que Dios ha creado —los animales, las aves, la humanidad misma— forma parte de un plan eterno. Me recordó que la redención no es solo individual, sino cósmica. Que al final, todo será restaurado en su gloria, como lo testifican estos cuatro seres resplandecientes.
Y también me hizo pensar: si ellos, glorificados y eternos, están tan dedicados a adorar a Dios sin cesar, ¿qué me impide a mí unirme a ese cántico? Tal vez no tenga alas ni un trono, pero sí tengo voz, fe y un corazón dispuesto. Puedo alabarle, servirle y rendirle gloria en mi vida diaria.
Versículo 5: ¿Qué se debe entender por los veinticuatro ancianos, de quienes se habla tanto en el quinto como en el capítulo siguiente de Apocalipsis?
Se debe entender que éstos son personas que pertenecían a las siete iglesias antiguas y fueron fieles en la obra del ministerio y vencieron; por tanto, están en la presencia de Dios y ministran a los que serán herederos de la salvación.
Imagina a Juan el Revelador en la isla de Patmos, solo, desterrado, envuelto en la gloria de una visión celestial. Ante él se abre una escena majestuosa: un trono rodeado de relámpagos y truenos, con seres celestiales postrándose en adoración. Entre ellos, ve a veinticuatro ancianos, sentados sobre tronos, vestidos de blanco y con coronas en sus cabezas. ¿Quiénes eran estos hombres venerables? ¿Por qué estaban tan cerca del trono de Dios?
La visión es simbólica, sí, pero también profundamente real. Casi dos mil años después, el profeta José Smith se encontraba traduciendo la Biblia por inspiración. Al llegar al Apocalipsis, no solo se detuvo a leer—se atrevió a preguntar. Y el Señor le respondió.
La respuesta fue reveladora. Los veinticuatro ancianos no eran figuras alegóricas sin rostro. Eran personas reales, que en vida habían pertenecido a las siete iglesias antiguas del cristianismo primitivo—Éfeso, Esmirna, Pérgamo, y las demás. Eran hombres que habían conocido a Cristo, que habían creído en Su evangelio restaurado en su tiempo, y que habían servido fielmente en el ministerio.
Pero no solo eso: vencieron. No por su fama o poder, sino por su fe. Resistieron las tentaciones, soportaron la persecución, y guardaron su testimonio con firmeza. Y por esa razón, ahora estaban en la presencia de Dios, no descansando simplemente, sino ministrando aún, dedicados a una labor eterna: asistir y fortalecer a los herederos de la salvación—es decir, a nosotros, los que aún caminamos por la senda del discipulado.
En esta sencilla revelación, se nos enseña una verdad profunda: la obra del Señor no termina con la muerte. Aquellos que son fieles en la vida mortal no solo reciben gloria, sino que se convierten en colaboradores celestiales en la obra de redención. Los cielos están organizados. El Reino de Dios es un esfuerzo conjunto entre los mortales y los inmortales, entre los vivos y los que ya han vencido.
Los veinticuatro ancianos representan más que un número. Representan la promesa cumplida del Salvador: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono”.
Ellos son evidencia viviente de que nuestra fidelidad aquí tendrá un eco eterno.
El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “De modo que Juan ve lo que ocurrirá en el futuro; ve a ciertos élderes en un esplendor celestial que en ese momento estaban en su estado incorpóreo en el paraíso esperando el día de su resurrección y la llegada de la vida eterna. En principio, es lo mismo que cuando José Smith, el 21 de enero de 1836, vio a su padre y a su madre, quienes aún vivían en la tierra, en el Reino Celestial o el cielo” (Doctrinal New Testament Commentary, 1973, tomo III)
Cuando leí por primera vez sobre estos veinticuatro ancianos, sentí que se abría una ventana a una realidad mayor. Ya no vi el cielo como un lugar de descanso pasivo, sino como un Reino vibrante, activo, lleno de propósito. Pensé en los líderes fieles que conocí, en los discípulos desconocidos que sirvieron en silencio, y me pregunté: ¿quiénes estarán allá ahora, ministrando a los hijos de Dios desde el otro lado del velo?
Esta revelación me recordó que nuestro servicio no es en vano. Que incluso cuando nuestras obras parezcan pequeñas, Dios las ve, y las recompensará con responsabilidades aún mayores. Me dio esperanza saber que los cielos están llenos de siervos fieles—y que si persevero, tal vez un día pueda unirme a ellos, no solo en gloria, sino en el gozo de seguir ministrando por amor al Salvador y a Sus hijos.
Versículo 6: “Que contiene la voluntad, los misterios y las obras revelados de Dios.”
Este versículo explica que el libro de los siete sellos representa la historia completa de la tierra durante sus 7,000 años de existencia temporal. Cada sello contiene los eventos clave de un milenio, mostrando el orden divino en el plan de salvación.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “El libro de los siete sellos es una revelación divina que describe el desarrollo del plan de Dios en la tierra.” (Doctrinal New Testament Commentary, vol. 3, pág. 482).
“Que contiene la voluntad”
Esta frase subraya que el plan de Dios, tal como está registrado en los escritos sagrados, refleja Su voluntad divina para Sus hijos. La voluntad de Dios incluye Su deseo de que toda la humanidad alcance la vida eterna y la exaltación. En el contexto de los siete sellos, esta voluntad abarca las decisiones de Dios para guiar a la humanidad a través de las eras y los eventos profetizados.
El presidente Ezra Taft Benson dijo: “La voluntad de Dios se revela en Su palabra, y Su palabra nos guía a la salvación si la seguimos.” (“El poder del libro que Él nos dio,” Conferencia General, abril de 1986).
La revelación de la voluntad de Dios es una manifestación de Su amor por nosotros. Nos enseña que todo lo que sucede en la historia de la tierra está destinado a cumplir Su propósito eterno.
“Los misterios”
Los misterios de Dios son verdades espirituales que no pueden ser comprendidas completamente sin la ayuda del Espíritu Santo. Estos misterios incluyen aspectos profundos del plan de salvación, las dispensaciones de los últimos días y los eventos que rodean la segunda venida de Cristo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Dios nos revela Sus misterios línea por línea, precepto por precepto, a medida que estamos preparados para recibirlos.” (“Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas,” Conferencia General, abril de 2018).
Dios no retiene Su conocimiento de manera arbitraria. En cambio, revela Sus misterios según nuestra fe, obediencia y disposición para recibirlos. Esto fomenta nuestra dependencia del Espíritu y nuestra búsqueda de conocimiento divino.
“Y las obras revelados de Dios”
Las obras de Dios incluyen Su creación, Su plan para redimir a la humanidad, y Su intervención en la historia del mundo. Estas obras revelan Su omnipotencia, Su amor infinito y Su compromiso de guiar a Sus hijos hacia la salvación.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “Las obras de Dios son grandes y eternas. Todo lo que Él hace es para el beneficio de Sus hijos y para Su gloria eterna.” (“El Dios viviente y verdadero,” Conferencia General, abril de 2007).
Al observar las obras de Dios en la historia de la tierra, vemos Su mano guiando a la humanidad hacia la redención. Esto nos recuerda que todo lo que sucede, incluso las pruebas y desafíos, está alineado con Su propósito divino.
El versículo “Que contiene la voluntad, los misterios y las obras revelados de Dios” describe el contenido del libro de los siete sellos, que encapsula la historia completa de la tierra en sus 7,000 años de existencia temporal. Este versículo enfatiza que todo lo que sucede en el tiempo y la eternidad está bajo el control perfecto de Dios.
La voluntad, los misterios y las obras de Dios revelan Su amor infinito y Su compromiso con el plan de salvación. Este conocimiento nos inspira a buscar una mayor comprensión de Su palabra, confiar en Su plan y vivir con la fe de que todo está destinado a llevarnos a Su presencia eterna.
Versículo 8: “Son los que tienen el evangelio eterno para darlo a toda nación, tribu, lengua y pueblo.”
Este versículo destaca la labor de los ángeles en los últimos días. Ellos tienen un papel fundamental en la proclamación del evangelio y en la preparación de la humanidad para los eventos finales. También poseen el poder de salvar o destruir según la voluntad de Dios.
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “Los ángeles actúan bajo la dirección de Dios para llevar a cabo Su obra en la tierra, especialmente en los últimos días.” (Faith Precedes the Miracle, pág. 153).
“Son los que tienen el evangelio eterno”
El “evangelio eterno” es el plan de salvación revelado por Dios desde la fundación del mundo. Es un mensaje inmutable de redención, reconciliación y exaltación que abarca todas las dispensaciones y que encuentra su centro en Jesucristo. Aquellos que poseen el evangelio eterno son los encargados de compartir este mensaje con la humanidad.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “El evangelio eterno es el mensaje más trascendental que jamás se haya comunicado. Es el testimonio de que Jesucristo es el Salvador del mundo y el medio por el cual toda la humanidad puede ser redimida.” (“Misioneros y el mensaje,” Conferencia General, octubre de 2011).
El evangelio eterno no solo se refiere a doctrinas y principios, sino también al poder redentor de Jesucristo. Su carácter eterno significa que es relevante para todas las épocas y personas, sin importar el tiempo o el lugar.
“Para darlo a toda nación, tribu, lengua y pueblo”
Esta frase describe la responsabilidad divina de llevar el evangelio a cada rincón del mundo. La misión de compartir el evangelio no es selectiva, sino universal, reflejando el amor de Dios por todos Sus hijos. Este mandato se alinea con la Gran Comisión dada por Jesucristo a Sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
El presidente Russell M. Nelson declaró: “La obra de compartir el evangelio eterno es la tarea más importante de nuestra época. Es una invitación a todos los hijos de Dios a regresar a Él.” (“El recogimiento de Israel,” Conferencia General, octubre de 2006).
El énfasis en llevar el evangelio a “toda nación, tribu, lengua y pueblo” refleja la naturaleza inclusiva del plan de salvación. Dios no hace acepción de personas, y Su mensaje está destinado a todos. Los esfuerzos misioneros de la Iglesia simbolizan este compromiso universal.
El versículo “Son los que tienen el evangelio eterno para darlo a toda nación, tribu, lengua y pueblo” enfatiza la universalidad del mensaje del evangelio y la responsabilidad de compartirlo. Este pasaje revela que el evangelio es eterno y que su propósito principal es invitar a todas las personas a venir a Cristo, sin importar su origen o circunstancia.
La frase también resalta la importancia de los esfuerzos misioneros en el cumplimiento de esta misión divina. Nos invita a participar activamente en la obra de compartir el evangelio y a reconocer que todos somos responsables de llevar la luz de Cristo al mundo. La universalidad del evangelio eterno es un recordatorio poderoso del amor inclusivo de Dios por toda la humanidad.
Versículo 8: Los Cuatro Ángeles: Centinelas de los Juicios del Señor
Mientras el profeta José Smith se adentraba en el estudio del Apocalipsis, se encontró con una imagen impresionante: cuatro ángeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, reteniendo los vientos (Apocalipsis 7:1). Para la mayoría, esta podría parecer una visión enigmática. Pero para José, era una invitación a preguntar. Y al hacerlo, el Señor respondió con claridad y poder, revelando doctrinas profundas y eternas.
Estos cuatro ángeles no son meros símbolos poéticos. Son seres reales, autorizados y enviados por Dios. Cada uno tiene asignado un cuadrante de la tierra, una esfera de influencia que abarca todas las naciones, razas y pueblos. Son guardianes y ejecutores del juicio divino, dotados de poder celestial para intervenir en los asuntos mortales según la voluntad del Señor.
En lugar de actuar con arbitrariedad, estos ángeles actúan según el tiempo y designio de Dios, guardando un equilibrio entre la justicia y la misericordia. Están preparados para desatar plagas, cerrar los cielos, y sellar con vida o muerte, pero también tienen el poder de retener esos juicios, tal como los vientos detenidos en Apocalipsis 7, esperando el mandato de Dios.
Uno de los aspectos más significativos de esta revelación es el poder de sellar. Los ángeles no solo anuncian castigos; también protegen a los justos. Antes de que se desaten las destrucciones sobre la tierra, estos ángeles retienen los vientos—símbolo del juicio—para que los siervos de Dios puedan ser sellados en sus frentes (Apocalipsis 7:3). Ese sellamiento representa una protección espiritual, un reconocimiento divino de los fieles que han hecho convenios con Dios y permanecen leales a Él.
El poder de estos ángeles es doble: “salvar la vida y destruirla”. Son instrumentos del equilibrio eterno entre justicia y misericordia. Sus acciones muestran que el Señor no es indiferente ante la maldad del mundo, ni olvida a los que le son fieles. En los últimos días, estos ángeles desempeñarán un papel clave en preparar la tierra para la venida del Salvador, separando el trigo de la cizaña y ejecutando las decisiones justas de Dios sobre las naciones.
El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó: “Estos ángeles parecen ser los mismos que se describen en la parábola del Trigo y la Cizaña (Mateo 13:24–43 y D. y C. 86:1–7), los que ruegan al Señor que les permita salir a segar el campo y se les dice que dejen que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta que llegue el momento de finalizar la cosecha, el cual es el fin del mundo (Mateo 13:38–39)…
“Estos ángeles han recibido poder sobre las cuatro partes de la tierra y tienen el poder de entregar el Evangelio sempiterno a los pueblos de la tierra. La plenitud del Evangelio no fue restaurada por ningún mensajero solitario enviado de la presencia del Señor, sino que todos los antiguos profetas que tenían las llaves y vinieron a restaurarlas participaron en esta gran obra de restauración. Por esta revelación sabemos que hay cuatro ángeles, a los que se ha dado el poder para sellar los cielos y para abrirlos, poder para dar vida y para infligir muerte y destrucción. Estos ángeles ahora mismo llevan a cabo su obra en la tierra efectuando su sagrada misión” (Church History and Modern Revelation, 1953, tomo I, págs. 300–301).
Al imaginar a estos cuatro ángeles, no pienso en figuras lejanas ni abstractas. Los veo como centinelas celestiales, firmes en sus puestos, observando el desarrollo de los tiempos. No son vengadores descontrolados, sino siervos obedientes, esperando con paciencia el mandato divino. Y mientras esperan, yo me pregunto: ¿qué puedo hacer para estar entre aquellos que son sellados y protegidos?
Esta revelación me hace recordar que Dios tiene un plan, que los juicios no caen al azar, sino con propósito. Que los cielos están organizados, y que la misericordia precede al juicio. Antes de que las calamidades lleguen, Él da advertencias, extiende Su mano, y llama a los justos a prepararse.
También me hace sentir esperanza. Si hay ángeles asignados para proteger y sellar, entonces Dios no ha abandonado al mundo. Él vela por nosotros. Y si somos fieles a nuestros convenios, su protección nos cubrirá, no necesariamente del dolor, pero sí del vacío, del temor y del olvido.
Versículo 9: “Este es Elías, que habría de venir a congregar a las tribus de Israel y a restaurar todas las cosas.”
Elías es identificado como un personaje clave en la restauración del evangelio. Su misión incluye reunir a las tribus de Israel y preparar el camino para la segunda venida de Cristo. Esto subraya la continuidad del plan de Dios desde la antigüedad hasta los últimos días.
El presidente Russell M. Nelson dijo: “La obra de Elías es una obra de redención, que conecta el pasado con el presente y prepara a la humanidad para el futuro eterno.” (“La recolección de Israel,” Conferencia General, octubre de 2006).
“Este es Elías”
Elías es un título que representa una misión específica dentro del plan de salvación: la de reunir, restaurar y preparar a los hijos de Dios para las bendiciones eternas. Aunque se refiere específicamente al profeta Elías, el título también abarca a otros siervos que llevan a cabo su obra, incluidos mensajeros celestiales y líderes mortales.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “El espíritu de Elías es la manifestación del poder redentor de Dios que conecta generaciones, permitiendo que la obra de redención se extienda a los vivos y a los muertos.” (“El recogimiento de Israel,” Conferencia General, octubre de 2006).
Elías es más que un personaje histórico; es un símbolo de la restauración del evangelio y de la obra de salvación para los vivos y los muertos. Este título refleja la continuidad de la obra de Dios a través de las dispensaciones.
“Que habría de venir”
La profecía de la venida de Elías se encuentra en Malaquías 4:5-6 y se cumplió cuando Elías apareció en el Templo de Kirtland el 3 de abril de 1836. Allí, entregó las llaves del sellamiento a José Smith y Oliver Cowdery, dando inicio a la obra de redención para los muertos y la restauración de las ordenanzas del templo.
El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “La venida de Elías marcó el inicio de una obra sin precedentes: la redención de los muertos a través de las ordenanzas del templo y la vinculación de las familias eternamente.” (“Esta gloriosa obra continúa,” Conferencia General, octubre de 1989).
El cumplimiento literal de la profecía de Elías demuestra que Dios es fiel a Sus promesas y que Su obra de salvación abarca todas las generaciones.
“A congregar a las tribus de Israel”
La reunión de Israel es un tema central en el plan de salvación. Incluye no solo la reunión física de las tribus dispersas, sino también su reunión espiritual en el convenio eterno de Dios. Esta obra es fundamental en los últimos días, preparando al mundo para la segunda venida de Cristo.
El presidente Nelson declaró: “El recogimiento de Israel es la obra más importante que se lleva a cabo en el mundo hoy. Todo lo que ha sucedido en esta dispensación es preparatorio para esta obra suprema.” (“Esperanza de Israel,” devocional para jóvenes, 3 de junio de 2018).
La reunión de Israel simboliza el amor de Dios por todos Sus hijos, invitándolos a regresar a Él mediante el evangelio de Jesucristo. Es una obra tanto individual como colectiva que trasciende fronteras y generaciones.
“Y a restaurar todas las cosas”
La restauración de todas las cosas es una característica clave de la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Esto incluye la restauración del sacerdocio, las ordenanzas del evangelio, las verdades perdidas y la plenitud de las bendiciones del convenio para todas las personas.
El élder Dieter F. Uchtdorf enseñó: “La restauración no es solo un evento pasado, sino un proceso continuo en el que Dios reúne y perfecciona todas las cosas relacionadas con Su obra y Su gloria.” (“Vuelve a casa,” Conferencia General, abril de 2019).
La restauración no solo implica devolver lo que se perdió, sino también perfeccionar lo que Dios desea para Sus hijos. Incluye la unión eterna de las familias, el conocimiento pleno del evangelio y la preparación para la segunda venida de Cristo.
El versículo “Este es Elías, que habría de venir a congregar a las tribus de Israel y a restaurar todas las cosas” encapsula la obra monumental de redención y restauración en los últimos días. Elías y aquellos que actúan bajo su espíritu son instrumentos clave en la obra de reunir a los hijos de Dios, restaurar las verdades del evangelio y preparar al mundo para el regreso de Cristo.
Esta enseñanza subraya la conexión eterna entre generaciones y la importancia de participar en la obra del templo y la redención de los muertos. Además, nos recuerda nuestra responsabilidad de ser parte activa en la reunión de Israel al compartir el evangelio y vivir fielmente los convenios. La obra de Elías es una evidencia del amor infinito de Dios y Su deseo de redimir y exaltar a todos Sus hijos.
Doctrina y Convenios 77:9 Elías
Imaginemos a José Smith, absorto en su estudio del Apocalipsis de Juan, un texto denso de visiones, símbolos y sellos. Mientras trabaja en la Traducción Inspirada, se detiene al ver aquel libro misterioso con siete sellos. ¿Qué representa este libro? ¿Por qué está sellado? ¿Qué secretos contiene?
La revelación viene con claridad: el libro contiene la voluntad de Dios, los misterios del cielo y de la tierra, las obras pasadas, presentes y futuras. No es simplemente un libro, sino el registro celestial de la historia divina, de cómo Dios ha actuado desde antes de la fundación del mundo y cómo lo hará hasta la consumación final.
Aquí entra en juego un principio clave: la revelación progresiva. El abrir los sellos representa el acto de revelar el plan de Dios en su totalidad, algo que sólo puede hacerse con autoridad divina. Es una obra que involucra a los profetas, los selladores y los que restauran.
Y es aquí donde Elías se convierte en figura doctrinalmente central.
Aunque no es nombrado en el versículo 9, la labor de abrir los misterios y preparar el camino para la plenitud del Evangelio está profundamente relacionada con la misión de Elías. Elías, según otras revelaciones (como D. y C. 2:1–3; D. y C. 110:13–16), es quien restaura las llaves del sellamiento, las cuales son fundamentales para que las cosas del cielo y la tierra estén unidas, para que el libro de los sellos se pueda abrir plenamente en los últimos días.
De manera simbólica, el desatar los sellos se convierte en un acto de restauración final, que anticipa la segunda venida de Cristo. Y Elías es el profeta que, según Malaquías 4, “vendrá antes del día grande y terrible del Señor”. Por eso, doctrinalmente, este versículo se conecta con la función de Elías como precursor, revelador y restaurador.
El Elías al que hace referencia el apóstol Juan en el libro de Apocalipsis podría representar a aquellos que han restaurado el conocimiento del Evangelio y las llaves del sacerdocio en la tierra en esta última dispensación. El élder Bruce R. McConkie enseñó: “Ya que es evidente que no fue un mensajero solo que llevó sobre sí la carga de la Restauración, sino más bien que cada uno ha venido con una investidura específica de lo alto, se hace patente que el término Elías incluye a varios personajes. La expresión debe entenderse como un nombre y título para aquellos cuya misión era la de entregar llaves y poderes a los hombres en esta dispensación final” (Mormon Doctrine, segunda edición, 1966, pág. 221).
Al describir a Elías, Juan dijo “que tenía el sello del Dios vivo” y descubrió que la misión de Elías era “[sellar] en sus frentes a los siervos de nuestro Dios”. El profeta José Smith enseñó que el sello de los fieles en la frente “significa sellar las bendiciones sobre su cabeza, refiriéndose al convenio sempiterno, con lo cual queda confirmada su vocación y elección”. Aquellos que reciben las ordenanzas de salvación por medio de la autoridad apropiada del sacerdocio y que son fieles a los convenios que han hecho recibirán el sello de la bendición de la exaltación. Este sello protege a los fieles de los juicios divinos sobre los inicuos.
Este versículo nos recuerda que vivimos en una época de revelación abierta, una era donde los sellos del conocimiento divino están siendo quitados mediante profetas vivientes. La obra de Elías, que conecta generaciones y abre las puertas del templo, está íntimamente entretejida con la preparación de los santos para la Segunda Venida. Como discípulos de Cristo, estamos invitados a no solo observar este proceso, sino a ser parte de él: recibiendo, actuando y compartiendo luz revelada.
Versículo 11: “Son sumos sacerdotes, ordenados según el santo orden de Dios.”
Este versículo describe a los 144,000 como sumos sacerdotes encargados de ministrar el evangelio eterno. Su misión especial es preparar a los justos para la segunda venida de Cristo y sellarlos como herederos de las promesas divinas.
El élder Orson Pratt enseñó: “Los 144,000 son siervos especiales de Dios, apartados para realizar una obra específica en los últimos días.” (Journal of Discourses, 7:89).
“Son sumos sacerdotes”
La referencia a “sumos sacerdotes” resalta la posición elevada y la responsabilidad sagrada de aquellos llamados a esta obra. En el sacerdocio de Melquisedec, el oficio de sumo sacerdote representa un grado de autoridad y responsabilidad elevado, orientado a liderar y ministrar en los asuntos del reino de Dios.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “Los sumos sacerdotes son hombres que han recibido autoridad y poder para llevar a cabo las más altas funciones del sacerdocio, incluidas las ordenanzas que abren la puerta a la exaltación.” (Mormon Doctrine, pág. 707).
El oficio de sumo sacerdote implica un compromiso especial con la obra del Señor, un servicio dedicado a ministrar y guiar a los hijos de Dios en su camino hacia la salvación. Este título no solo denota autoridad, sino también un llamado al sacrificio y a la devoción total.
“Ordenados según el santo orden de Dios”
La frase “según el santo orden de Dios” se refiere al Sacerdocio de Melquisedec, el cual es eterno y tiene su origen en Dios mismo. Este sacerdocio fue conferido por Cristo y otorga la autoridad para realizar las ordenanzas y ministraciones esenciales para la salvación y exaltación.
El presidente Joseph Fielding Smith explicó: “El Sacerdocio de Melquisedec es el poder más elevado que el hombre puede recibir. Es el santo orden de Dios, dado para realizar Su obra en la tierra y en la eternidad.” (Doctrina de Salvación, vol. 3, pág. 86).
Esta autoridad divina permite que los portadores del sacerdocio actúen en el nombre de Dios para ministrar tanto a los vivos como a los muertos. Es una responsabilidad solemne que requiere santidad y dedicación para cumplir con el propósito divino.
Este versículo específicamente describe a los 144,000 mencionados en Apocalipsis como sumos sacerdotes. Estos individuos son ordenados para llevar a cabo la obra especial de ministrar el evangelio eterno y preparar a los fieles para la segunda venida de Cristo. Su llamamiento es un testimonio de la organización divina y del poder que Dios confiere a Sus siervos para cumplir con Su obra.
El élder Dallin H. Oaks enseñó: “El sacerdocio es la autoridad de Dios dada a los hombres para actuar en Su nombre. Aquellos que son ordenados al santo orden de Dios llevan la responsabilidad de actuar con rectitud y guiar a los demás hacia la salvación.” (“El sacerdocio y los hombres jóvenes,” Conferencia General, abril de 2012).
El versículo “Son sumos sacerdotes, ordenados según el santo orden de Dios” destaca la naturaleza sagrada y elevada del sacerdocio en el cumplimiento del plan de salvación. Los sumos sacerdotes no solo tienen autoridad, sino también la responsabilidad de liderar en la obra divina de reunir a Israel y preparar al mundo para la redención final.
Este pasaje nos recuerda la solemnidad del sacerdocio y la necesidad de actuar con fe, humildad y obediencia al cumplir con los deberes que conlleva. También resalta el amor de Dios al confiar en Sus hijos para ser instrumentos en Su obra eterna, permitiéndoles participar en Su santo orden.
Doctrina y Convenios 77:11 Los 144,000 sellados
Durante la primavera de 1832, el profeta José Smith se hallaba sumido en el estudio profundo del libro de Apocalipsis. Entre visiones de bestias, ángeles y sellos, se encontró con un pasaje intrigante: los ciento cuarenta y cuatro mil que serían sellados en sus frentes. El texto hablaba de doce mil de cada tribu de Israel. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Qué representaban? ¿Acaso era un número literal? ¿Qué papel jugarían en los últimos días?
El Señor reveló una clave esencial: estos 144,000 son sumos sacerdotes, ordenados a la santa orden de Dios. No son figuras abstractas ni místicas, sino hombres reales, escogidos y ordenados para administrar el evangelio eterno. Son líderes sagrados, no por linaje sanguíneo únicamente, sino por llamamiento divino, representantes del poder de Dios sobre la tierra.
Estos sumos sacerdotes provienen “de todo linaje de las tribus de Israel”. Aquí aprendemos una verdad doctrinal crucial: Israel es un pueblo espiritual además de literal. El Señor puede y de hecho ha recogido hijos de Israel de entre todas las naciones de la tierra. Así, estos 144,000 reflejan la obra universal de Dios: una invitación extendida a todos los pueblos, tribus, lenguas y naciones.
Y su misión es clara: traer almas a la Iglesia del Primogénito, que es la iglesia celestial, la comunidad de los justos perfeccionados en Cristo. En otras palabras, su obra es misional y salvífica. Están sellados con poder, no para gloria personal, sino para levantar la estandarte de Cristo en los últimos días, preparándolo todo para Su venida gloriosa.
Los 144,000 no son simplemente santos devotos, sino sumos sacerdotes con autoridad para actuar en nombre de Dios. Han sido ordenados a la santa orden de Dios, lo que implica el Sacerdocio de Melquisedec y la responsabilidad de guiar y ministrar.
Ser “sellado” significa ser aprobado por Dios, apartado, protegido y comisionado. Este sello es espiritual y representa tanto la fidelidad del individuo como la confianza que Dios deposita en él para cumplir Su obra.
Aunque el número remite a las doce tribus, el Señor aclara que estos sumos sacerdotes provienen de todo linaje, lo cual enseña que el recogimiento de Israel es espiritual y abarca a toda la humanidad, incluyendo a los conversos fieles.
Su labor es reunir a los hijos de Dios de todas partes del mundo, “de todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos”, en preparación para el día en que Cristo reine en gloria.
Aquellos que escuchen y acepten el mensaje de estos siervos son llevados a la Iglesia del Primogénito, una expresión que representa la comunión de los justos en el cielo (véase Hebreos 12:23).
Este versículo nos recuerda que Dios no actúa al azar en la obra de los últimos días. Ha llamado y preparado siervos con poder y autoridad para llevar a cabo la recolección final de Su pueblo. Estos 144,000 representan no solo una clase especial de líderes, sino también un modelo de consagración, fidelidad y servicio que todos podemos emular.
Al reflexionar en su ejemplo, podemos preguntarnos: ¿Cómo estoy ayudando yo en la recogida de Israel? ¿Estoy actuando como un instrumento en manos de Dios para reunir a Sus hijos dispersos? No todos seremos llamados como los 144,000, pero todos podemos ser parte del ejército espiritual del Señor, sellados en propósito, firmes en fe y dedicados a edificar Su reino.
Versículo 12: “Al principiar el séptimo milenio, el Señor Dios santificará la tierra.”
Este versículo conecta la santificación de la tierra con el inicio del séptimo milenio. Esto marca el comienzo de la era milenaria, cuando Cristo reinará y se cumplirá la redención de la creación.
El presidente Wilford Woodruff enseñó: “El séptimo milenio será un tiempo de paz y santificación, cuando la obra de redención alcance su plenitud.” (Discourses of Wilford Woodruff, pág. 308).
“Al principiar el séptimo milenio”
El séptimo milenio simboliza un período especial dentro del plan de salvación: el Milenio, un tiempo de paz y justicia en el que Cristo reinará personalmente sobre la tierra. Este período comienza después de los eventos de los últimos días, incluyendo la segunda venida de Jesucristo. El séptimo milenio refleja el patrón establecido en la creación, donde Dios descansó el séptimo día, santificándolo como un tiempo de culminación y propósito.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “El séptimo milenio será un tiempo en el que la obra de Dios se completará y la tierra será renovada para convertirse en un lugar celestial.” (Mormon Doctrine, pág. 500).
El inicio del séptimo milenio marca el cumplimiento de muchas profecías y la inauguración de un estado de paz y rectitud. Es un recordatorio de que el plan de Dios está organizado y se cumple según Su cronología divina.
“El Señor Dios santificará la tierra”
La santificación de la tierra implica una transformación completa y gloriosa. La tierra será purificada de la maldad, renovada y preparada para ser el hogar de los exaltados. Este evento refleja la promesa de que toda la creación será redimida a través de la expiación de Jesucristo.
El presidente Brigham Young enseñó: “Cuando el Salvador venga, la tierra será renovada y recibirá su gloria paradisiaca, donde los justos morarán para siempre.” (Journal of Discourses, 9:318).
La santificación de la tierra simboliza el cumplimiento de la redención no solo para los individuos, sino también para toda la creación. Esto también es un recordatorio de que la tierra tiene un propósito eterno dentro del plan de salvación.
Este versículo establece un hito crucial en la historia del plan de salvación. Al principiar el séptimo milenio, los juicios de Dios se habrán cumplido, y la tierra será un lugar de paz, justicia y santidad. Este evento prepara la tierra para la residencia de Jesucristo durante Su reinado milenario y, eventualmente, para su transformación final en un estado celestial.
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “El Milenio será una época de aprendizaje, sanación y unión, en la que la tierra misma será purificada y preparada para su destino eterno.” (“Para las generaciones venideras,” Conferencia General, abril de 1985).
El versículo “Al principiar el séptimo milenio, el Señor Dios santificará la tierra” describe un momento de transición entre la mortalidad y la eternidad. La santificación de la tierra refleja el poder redentor de Cristo, quien no solo salva a los individuos, sino que también redime y glorifica toda Su creación.
Este pasaje nos invita a prepararnos espiritualmente para ser dignos de participar en este tiempo sagrado. Al vivir con rectitud y enfocarnos en el evangelio de Jesucristo, podemos ser parte de Su obra redentora y disfrutar de las bendiciones de Su reino en la tierra santificada.
Versículo 15: Los dos testigos de Jerusalén
P ¿Qué se debe entender por los dos testigos, en el capítulo once de Apocalipsis?
R Se debe entender que son dos profetas que serán levantados a la nación judía en los últimos días, en el tiempo de la restauración, y que profetizarán a los judíos después de que hayan sido reunidos y hayan edificado la ciudad de Jerusalén en su tierra natal.
En las visiones que el apóstol Juan recibió en la isla de Patmos, aparece una escena poderosa y solemne: dos testigos profetizan en Jerusalén, obran milagros, son asesinados por sus enemigos, y luego resucitados ante el mundo. El simbolismo es profundo, pero en el contexto de la Restauración, el Señor le ofreció a José Smith una interpretación clara y directa: estos dos testigos son dos profetas verdaderos que serán enviados a la nación judía en los últimos días.
Estos hombres no son personajes figurativos ni meramente representaciones del testimonio del Antiguo y del Nuevo Testamento, como algunos intérpretes han sugerido. Según la revelación moderna, serán dos individuos reales, con autoridad divina, levantados por Dios mismo, y que actuarán en el tiempo profetizado cuando los judíos regresen a su tierra y reconstruyan Jerusalén, lo cual ha comenzado a cumplirse con el restablecimiento del Estado de Israel en 1948 y el retorno continuo de los judíos a Sion.
Estos profetas actuarán en un momento de gran oposición. Según Apocalipsis 11, testificarán durante 1,260 días (aproximadamente tres años y medio), tiempo en el que tendrán poder para cerrar los cielos, convertir agua en sangre, y herir la tierra con plagas, conforme a la voluntad de Dios (Ap. 11:6). Finalmente serán muertos por “la bestia que sube del abismo”, y sus cuerpos yacerán en las calles de Jerusalén por tres días y medio, mientras el mundo celebra su aparente derrota. Pero entonces, ante los ojos de todos, Dios los resucitará y los llamará al cielo.
La escena es simbólica, pero también literal. Doctrina y Convenios 77:15 afirma con claridad que estos dos profetas serán verdaderamente enviados a la nación judía, y actuarán como testigos del poder de Dios, del evangelio de Jesucristo, y de la veracidad de la obra restaurada.
El élder Bruce R. McConkie enseñó: “¿Quiénes serán estos testigos? No lo sabemos, excepto que serán seguidores de José Smith, poseerán el santo Sacerdocio de Melquisedec y serán miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Es razonable suponer, sabiendo cómo el Señor ha tratado siempre con Su pueblo en todas las épocas, que serán dos miembros del Consejo de los Doce o de la Primera Presidencia de la Iglesia” (The Millennial Messiah: The Second Coming of the Son of Man, 1982, pág. 390).
El Señor no ha olvidado a la casa de Israel. Jerusalén, como ciudad de pacto, tiene un papel profético importante, y la restauración del evangelio incluye a los judíos.
No son sólo testigos de fe, sino profetas con poder real del sacerdocio, autorizados para obrar milagros y declarar la palabra de Dios en un tiempo de gran conflicto.
Su muerte y resurrección serán una manifestación pública del poder de Dios, y un testimonio para las naciones de que el Señor aún reina y que Su plan se cumplirá.
El versículo aclara que esta obra ocurre en los “últimos días”, “en el tiempo de la restauración”, es decir, en la misma época en que vivimos actualmente.
La restauración del Evangelio no es sólo para los gentiles o para los miembros actuales de la Iglesia, sino también para los descendientes literales de Abraham, Isaac y Jacob que aún no han reconocido al Mesías.
Este versículo nos invita a ver más allá del horizonte inmediato y contemplar el cumplimiento global de los convenios de Dios. El Señor no ha olvidado a Su pueblo. Los dos testigos serán enviados como una señal del testimonio final, un eco del poder profético que marcó la antigüedad y que culminará el testimonio del Salvador antes de Su venida gloriosa.
El mensaje de estos dos testigos no es sólo para los judíos en Jerusalén. Es también para nosotros. Nos recuerda que cada discípulo verdadero es también un testigo del Señor Jesucristo. No todos seremos llamados a profetizar entre naciones enemigas, pero todos hemos sido llamados a testificar, a soportar la oposición con fe, y a confiar en que, como estos profetas, el poder de Dios siempre tendrá la última palabra.
¿Estamos nosotros preparados para dar ese testimonio cuando el mundo lo necesite? ¿Estamos viviendo de tal forma que nuestra vida hable de Cristo incluso si nuestras palabras fueran silenciadas? Este versículo nos impulsa a prepararnos con fe, porque los acontecimientos de los últimos días ya están en marcha, y el Señor está obrando con poder en ambos hemisferios del plan divino.























