Doctrina y Convenios Sección 78

Doctrina y Convenios
Sección 78


Contexto Histórico

En marzo de 1832, la joven Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se encontraba en una etapa crucial de organización y expansión. Apenas dos años antes, José Smith había recibido la visita de mensajeros celestiales que restauraron el sacerdocio, y la obra comenzaba a establecerse en varios estados. Sin embargo, los desafíos eran significativos: persecuciones externas, pobreza entre los miembros y la necesidad de financiar las iniciativas de la Iglesia, incluido el establecimiento de Sion en Misuri.

El 1 de marzo de 1832, en Kirtland, Ohio, José Smith y otros líderes se reunieron para abordar estas preocupaciones. En ese contexto, José recibió la revelación que ahora conocemos como la Sección 78 de Doctrina y Convenios. Esta revelación tenía un propósito claro: organizar a los santos para establecer un sistema que ayudara a cumplir con los mandamientos de Dios, sostener a los pobres y avanzar en la causa del evangelio.

El Señor instruyó a José Smith, Sidney Rigdon y Newel K. Whitney para que viajaran a Misuri y establecieran lo que se denominó la “Firma Unida”. Esta organización no solo supervisaría los asuntos mercantiles y editoriales, sino que también serviría como un vehículo para apoyar el bienestar de los miembros necesitados y preparar el camino para el establecimiento de Sion, una comunidad de pureza y justicia.

La creación de la Firma Unida simbolizaba el esfuerzo de los líderes de la Iglesia por alinear las prácticas temporales con principios espirituales. El Señor enfatizó la necesidad de igualdad entre los santos, tanto en asuntos terrenales como celestiales, reflejando un ideal de consagración y mayordomía en el cual los recursos se compartieran para el beneficio de todos.

El Señor habló de un “vínculo o convenio sempiterno” que los miembros debían hacer para organizarse bajo una estructura divinamente ordenada. Este convenio debía ser tomado con seriedad, ya que su violación implicaría graves consecuencias espirituales. Este aspecto subrayaba la importancia de la responsabilidad individual y colectiva dentro de la comunidad de fe.

Un tema clave en la revelación fue la independencia de la Iglesia frente a los “poderes terrenales”. En una época de incertidumbre política y económica, el Señor instruyó a los santos a ser autosuficientes y a confiar en su providencia divina, lo que les permitiría resistir las tribulaciones y seguir adelante con su misión divina.

La revelación también introdujo referencias significativas a Miguel (Adán), quien fue descrito como un príncipe bajo la dirección de Cristo. Este detalle conecta la revelación con el plan eterno de salvación y las promesas del reino celestial. El Señor recordó a los santos que eran como “niños pequeños”, todavía incapaces de comprender completamente las bendiciones reservadas para ellos, pero los instó a tener buen ánimo y confianza en Su guía.

La Firma Unida se organizó oficialmente en abril de 1832, pero enfrentó desafíos financieros y operativos que llevaron a su disolución en 1834. A pesar de su breve duración, la Firma Unida marcó el inicio de esfuerzos sistemáticos para integrar principios espirituales y temporales en la administración de la Iglesia.

Posteriormente, el enfoque de esta revelación se trasladó hacia un sistema de almacenes para los pobres, reflejando un cambio de prioridad hacia el bienestar de los miembros necesitados. La palabra “firma” fue reemplazada por “orden”, subrayando el carácter divino y duradero del principio de consagración en la Iglesia.

La Sección 78 representa un momento en el que la Iglesia se esforzó por balancear la espiritualidad con las necesidades prácticas de sus miembros. En un tiempo de grandes desafíos, la revelación ofreció una visión de esperanza, unidad y preparación para el reino celestial. Este llamado a la organización y la consagración sigue siendo un recordatorio poderoso de los principios de igualdad, mayordomía y fe en las promesas de Dios.

Estos versículos reflejan temas clave de la Sección 78: organización, igualdad, convenios, independencia, gratitud y mayordomía. Cada uno de ellos resalta un aspecto fundamental del evangelio restaurado, mostrando cómo los principios espirituales se integran con las acciones prácticas para preparar a los santos para su herencia celestial.


Versículo 3. “Pues de cierto os digo, ha llegado la hora y está cerca; y he aquí, es necesario que haya una organización de mi pueblo, a fin de reglamentar y establecer los asuntos del almacén para los pobres de entre mi pueblo, tanto en este lugar como en la tierra de Sion.”
Este versículo enfatiza la necesidad de una estructura organizada dentro de la Iglesia para abordar las necesidades temporales de sus miembros. La creación de un almacén para los pobres refleja el principio de consagración y la mayordomía como una manifestación práctica del amor cristiano.

“Pues de cierto os digo, ha llegado la hora y está cerca;”
Esta frase indica urgencia y el cumplimiento de un tiempo señalado por Dios. El Señor está estableciendo que el momento para actuar ya ha llegado, subrayando que Su obra avanza según Su cronología divina. Esto recuerda a la exhortación de Jesús en Juan 9:4: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar.”
El élder Jeffrey R. Holland enseñó: “El Señor espera que seamos personas que respondan con prontitud y con diligencia a Su llamado, porque Su obra es urgente y el tiempo apremia para bendecir a Sus hijos.” (Conferencia General, octubre de 2012).
Dios opera en el tiempo eterno, pero llama a Sus hijos a actuar con urgencia para avanzar en Su obra. Este llamado refuerza la necesidad de actuar con fe y decisión en las tareas que Él nos asigna.

“Y he aquí, es necesario que haya una organización de mi pueblo,”
La frase destaca la importancia de la organización en el pueblo de Dios. Desde los días de Moisés, el Señor ha guiado a Su pueblo mediante estructuras organizadas (véase Éxodo 18:13-27). Este principio se restaura aquí para establecer un sistema que facilite el cumplimiento de Sus mandamientos.
El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “La Iglesia de Jesucristo es una organización divinamente establecida, dirigida por el sacerdocio y organizada para llevar a cabo la obra del Señor de manera eficiente y eficaz.” (Conferencia General, abril de 1999).
La organización en la Iglesia no es meramente administrativa; es un reflejo de los principios divinos de orden, eficiencia y mayordomía. Este patrón ayuda a los miembros a actuar de manera unificada en su labor espiritual y temporal.

“A fin de reglamentar y establecer los asuntos del almacén para los pobres de entre mi pueblo,”
Dios revela aquí la necesidad de un sistema para cuidar a los pobres, basado en el principio de consagración y mayordomía. Esto se alinea con el mandato dado por Cristo en Mateo 25:40: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”
El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “La verdadera religión es ayudar a los pobres, consolar a los afligidos y levantar las manos caídas. Este principio es esencial para el evangelio de Jesucristo.” (Conferencia General, octubre de 1982).
El almacén para los pobres simboliza la responsabilidad colectiva de cuidar a los necesitados. No solo es una acción de caridad, sino una expresión del amor de Cristo a través de Su pueblo.

“Tanto en este lugar como en la tierra de Sion.”
El Señor establece que este principio no es local, sino universal. La referencia a “la tierra de Sion” extiende el llamado a todos los lugares donde habiten los santos. Sion, como un ideal de pureza y unidad, requiere que sus habitantes vivan según estos principios.
El presidente Brigham Young enseñó: “Sion no será establecida únicamente por nuestras palabras, sino por nuestras obras. Es la práctica de la justicia, la igualdad y el amor lo que convertirá nuestros hogares y comunidades en lugares dignos de ser llamados Sion.” (Journal of Discourses, vol. 7, p. 13).
El llamado a construir Sion no está limitado por la geografía, sino que es un esfuerzo colectivo dondequiera que estén los santos. Esto destaca la importancia de aplicar los principios de Sion en nuestras comunidades y familias.

Este versículo encapsula principios fundamentales del evangelio restaurado: la urgencia de actuar, la necesidad de organización divina, la responsabilidad hacia los pobres y el ideal de construir Sion. Estos conceptos no solo tienen relevancia histórica, sino que también son esenciales para la vida moderna de los santos.

El cuidado por los necesitados no es una sugerencia, sino un mandamiento divino que nos permite reflejar el carácter de Cristo. Al establecer un sistema para el bienestar temporal y espiritual, los santos participan en la obra redentora del Señor, avanzando hacia una comunidad de unidad, igualdad y amor cristiano.
La organización de los santos para el cuidado de los pobres y la edificación de Sion refleja el patrón divino de orden y mayordomía. Este llamado a actuar con urgencia y unidad es una invitación a vivir como verdaderos discípulos de Cristo, poniendo en práctica Su amor en nuestras vidas diarias.


Versículo 6. “Porque si no sois iguales en las cosas terrenales, no podéis ser iguales en la consecución de cosas celestiales.”
Aquí se introduce un principio fundamental: la igualdad en lo terrenal es un requisito para alcanzar la unidad en lo celestial. Este versículo subraya que las bendiciones espirituales están intrínsecamente conectadas con cómo los santos manejan los recursos terrenales con justicia y equidad.

“Porque si no sois iguales en las cosas terrenales,”
Esta frase subraya el principio de igualdad en los asuntos temporales. En el evangelio de Jesucristo, las cosas terrenales no son separadas de las espirituales, ya que ambas están profundamente conectadas. La igualdad aquí no significa uniformidad, sino que todos deben tener acceso a lo necesario para vivir dignamente y cumplir con su propósito divino.
El presidente Joseph F. Smith enseñó: “El Señor nunca tuvo la intención de que un hombre poseyera en exceso mientras otro sufría necesidad. Él diseñó que hubiera igualdad entre Su pueblo para que todos fueran libres y tuvieran lo necesario para la vida.” (Teachings of Presidents of the Church: Joseph F. Smith, cap. 27).
La igualdad en lo temporal implica un sentido de justicia y solidaridad. Es un principio de consagración en el que los recursos se distribuyen de acuerdo con las necesidades, no como una imposición, sino como un acto de amor y responsabilidad mutua.

“No podéis ser iguales en la consecución de cosas celestiales.”
Esta frase establece una conexión directa entre las cosas terrenales y las celestiales. El trato justo y equitativo en este mundo es un reflejo y un requisito para la preparación espiritual hacia las bendiciones eternas. En el reino celestial, la igualdad es un principio fundamental donde todos participan plenamente de las bendiciones de Dios.
El élder D. Todd Christofferson explicó: “La verdadera igualdad, como la concibe el Señor, comienza con la equidad en lo terrenal. Cuando aprendemos a cuidar a los pobres, a compartir con generosidad y a actuar como mayordomos de lo que se nos ha dado, nos estamos preparando para vivir en Su presencia.” (Conferencia General, abril de 2021).
La falta de igualdad en este mundo impide que los santos desarrollen el carácter celestial requerido para vivir en la presencia de Dios. El Señor utiliza las pruebas temporales para enseñar principios eternos de caridad, humildad y unidad.

El principio de igualdad terrenal no es un fin en sí mismo, sino un medio para prepararse para la exaltación. Este concepto refleja el patrón divino de unidad descrito en Moisés 7:18, donde se menciona que “Sion” fue un pueblo “de un solo corazón y una sola mente”. La conexión entre lo terrenal y lo celestial refuerza la idea de que la manera en que tratamos a los demás y administramos los recursos que Dios nos da afecta directamente nuestra preparación espiritual.

Este versículo enseña que el evangelio es un plan de acción integral que abarca tanto los asuntos temporales como los espirituales. La igualdad en lo terrenal no solo es una expresión de la justicia divina, sino también una preparación para la vida eterna. Los santos están llamados a vivir el principio de consagración, que no es simplemente una redistribución de bienes, sino un acto de amor cristiano que une a los hijos de Dios en un propósito común.
La igualdad es un principio celestial que comienza en la tierra. Al buscar ser iguales en lo terrenal, no solo construimos una comunidad más justa, sino que también nos preparamos para recibir las bendiciones completas del reino celestial. Este versículo nos llama a actuar con caridad y responsabilidad, recordándonos que nuestra vida temporal es una preparación para la eternidad.


Doctrina y Convenios 78:5–7. Prepararnos para un lugar en el Reino Celestial

Las palabras de Doctrina y Convenios 78:5–7 no eran meramente una instrucción para organizar recursos temporales; eran un llamado divino a una preparación espiritual colectiva. “Para que todos sean iguales en las cosas temporales, y esto para que sean iguales en la obtención de las cosas celestiales.” (v. 6)

Aquí el Señor presenta una ecuación espiritual reveladora: la igualdad en lo temporal es un paso hacia la preparación para lo eterno. No se trata simplemente de redistribución económica, sino de cultivar un espíritu de consagración, generosidad, desprendimiento y hermandad. La igualdad celestial no puede establecerse sin que antes el corazón del discípulo sea humilde, compasivo y justo. Esta igualdad no suprime la individualidad, sino que armoniza los esfuerzos y deseos hacia una causa común: el Reino de Dios.

El versículo 7 contiene una advertencia que revela tanto misericordia como justicia: “Porque si no son iguales en las cosas terrenales, no pueden ser iguales en la obtención de las cosas celestiales.”

El Señor nos recuerda que la exaltación no es una bendición individualista, sino comunitaria. El Reino Celestial está reservado para aquellos que aprenden a vivir en amor puro, en unidad, en sacrificio mutuo. El egoísmo, la codicia y la indiferencia no caben en ese lugar de gloria. La forma en que tratamos a los necesitados, la disposición con la que compartimos nuestras bendiciones, y la voluntad de someternos a la ley de consagración reflejan si estamos o no preparados para morar en la presencia de Dios.

El profeta José Smith enseñó: “Dios tiene determinado en Su propio seno un período o tiempo en que traerá a Su reposo celestial a todos Sus súbditos que hayan obedecido Su voz y guardado Sus mandamientos. Este reposo es de tal perfección y gloria, que el hombre tiene necesidad, según las leyes de este reino, de una preparación antes que pueda entrar en él y disfrutar de sus bendiciones. Por ser esto así, Dios ha dado ciertas leyes a la familia humana que son suficientes, si se observan, para prepararla a fin de heredar este reposo. Concluimos, pues, que para este propósito nos ha dado Dios Sus leyes” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 173).

Doctrina y Convenios 78:5–7 nos enseña que la preparación para el Reino Celestial es inseparable de nuestras acciones temporales y nuestras relaciones terrenales. La igualdad que el Señor requiere no es simplemente económica, sino espiritual: igualdad en entrega, en servicio, en amor cristiano. Aquellos que deseen un lugar eterno junto a Dios deben aprender desde ahora a vivir como ciudadanos de Sión —un pueblo de un solo corazón y una sola alma. La ley celestial requiere corazones celestiales, y esos corazones se forman mediante la obediencia, el sacrificio y la unidad aquí en la tierra.


Doctrina y Convenios 78:10
Satanás procura desviar nuestro corazón de la verdad y cegarnos


El Señor ofrece una advertencia directa y clara a Sus siervos y discípulos, una advertencia que sigue siendo relevante en cada época de la historia del Evangelio: “para que Satanás no tenga poder sobre vosotros, y no os desvíe vuestro corazón de la verdad, a fin de que sea cegado el corazón y no entendáis las cosas que están preparadas para vosotros.”

Este versículo describe una progresión espiritual peligrosa, una cadena de consecuencias que comienza con una distracción y termina con la ceguera espiritual. En primer lugar, Satanás actúa desviando el corazón. No siempre lo hace de forma violenta o descarada, sino con sutilezas, halagos, distracciones o dudas disfrazadas de razonamientos convincentes. Su objetivo no es solo alejarnos de una práctica correcta, sino desalojar la verdad del centro de nuestro corazón.

Cuando el corazón se desvía —cuando la voluntad, el afecto y la fe ya no están centrados en Cristo— entonces ocurre el segundo paso: el corazón se ciega. Esta ceguera no es solo ignorancia, sino una incapacidad progresiva para discernir lo que el Señor ya ha revelado. Es como si una niebla se asentara sobre la mente y el alma, oscureciendo el entendimiento espiritual.

Y el efecto final es devastador: ya no se puede comprender “las cosas que están preparadas” para los que aman a Dios. Esas “cosas” no son triviales ni superficiales. Son bendiciones eternas: entendimiento espiritual, dirección divina, el poder de la expiación, revelación personal y una visión clara del plan de salvación.

Este versículo nos enseña que la batalla espiritual se libra principalmente en el corazón y en la mente. Satanás sabe que si puede desviar nuestros afectos, nuestros deseos y nuestra atención de la verdad revelada, podrá gradualmente robarnos la luz del entendimiento. Por eso, el Señor invita con tanta frecuencia a recordar, a orar, a escudriñar las Escrituras y a ser obedientes: esas prácticas protegen el corazón y mantienen viva la verdad.

La doctrina aquí es clara: la verdad no solo se pierde por rebeldía abierta, sino por descuido espiritual. Cuando el corazón se enfría, cuando dejamos de buscar al Señor con humildad, nos volvemos vulnerables al engaño del adversario. Y como resultado, perdemos la visión eterna de lo que Dios ha preparado para nosotros.

El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Una de las tácticas astutas de Satanás es tentarnos a concentrarnos en lo presente y olvidarnos del futuro. El Señor advirtió a José Smith que ‘Satanás procurará desviar sus corazones de la verdad, de manera que sean cegados y no comprendan las cosas que están preparadas para ellos’ (D. y C. 78:10). Las ‘cosas que están preparadas para ellos’ son las recompensas prometidas de la vida eterna, que se reciben como resultado de la obediencia. El diablo trata de cegarnos en cuanto a esas recompensas. El presidente Heber J. Grant dijo: ‘Si somos fieles en guardar los mandamientos de Dios, Sus promesas se cumplirán al pie de la letra… El problema es que el adversario del alma humana ciega la mente del hombre. Es como si le echara tierra en los ojos y lo cegara con las cosas de este mundo’ (Gospel Ideals, Salt Lake City: Improvement Era, 1942, págs. 44–45). Él nos tienta con los placeres transitorios del mundo para que no concentremos nuestros esfuerzos en aquello que trae gozo eterno. El diablo juega sucio y debemos estar alerta a sus artimañas” (véase “La pureza precede al poder”, Liahona, enero de 1991, pág. 47).

Doctrina y Convenios 78:10 nos recuerda que la verdad no se retiene con indiferencia, sino con diligencia y fe activa. El adversario no descansa, y su obra consiste en desviar, cegar y destruir. Pero el Señor nos ofrece la armadura espiritual para resistir esa influencia: un corazón firme en la verdad, alimentado por la revelación, la obediencia y la gratitud. Aquellos que permanecen anclados en la verdad, podrán ver claramente los propósitos divinos y no serán cegados por las mentiras del mundo. En última instancia, ver la verdad y permanecer en ella es una bendición prometida a los puros de corazón.


Versículo 11. “Por tanto, os doy el mandamiento de prepararos y organizaros por medio de un vínculo o convenio sempiterno que no se puede violar.”
Este pasaje recalca la naturaleza sagrada de los convenios en la Iglesia. El vínculo o convenio sempiterno no solo refleja el compromiso de los santos con Dios, sino también con sus hermanos, creando una comunidad basada en la responsabilidad mutua y la fe.

“Por tanto, os doy el mandamiento de prepararos”
El Señor insta a los santos a estar preparados espiritualmente y temporalmente para cumplir con Su obra. Esta preparación no es solo individual, sino colectiva, reflejando la responsabilidad compartida entre los miembros de la Iglesia.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “Cuando estamos preparados, no tenemos necesidad de temer. Este principio se aplica tanto a lo espiritual como a lo temporal, ya que la preparación nos permite enfrentar los desafíos de la vida con fe y confianza.” (Conferencia General, abril de 2002).
La preparación incluye el fortalecimiento de la fe, el desarrollo del carácter y la disposición de recursos para apoyar las necesidades de la comunidad. Prepararse es un acto de fe y obediencia, demostrando confianza en el plan de Dios.

“Y organizaros por medio de un vínculo o convenio sempiterno”
El Señor llama a los santos a unirse mediante un convenio eterno, un compromiso sagrado que refleja Su orden celestial. Los convenios no solo fortalecen la relación entre el individuo y Dios, sino también entre los miembros de Su pueblo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Los convenios nos vinculan con Dios y con Su Hijo Jesucristo. Nos permiten recibir Su poder y fortalecen nuestra capacidad de resistir las pruebas de la vida.” (Conferencia General, abril de 2022).
El concepto de un “vínculo o convenio sempiterno” enfatiza que los compromisos hechos con Dios no son temporales ni circunstanciales, sino permanentes. Estos convenios son la base de la unidad y el propósito común entre los santos.

“Que no se puede violar.”
Los convenios con Dios son inquebrantables desde Su perspectiva; Su fidelidad es absoluta. Sin embargo, los hombres deben ser fieles para permanecer dentro de ese vínculo y disfrutar de las bendiciones prometidas.
El élder David A. Bednar explicó: “La violación de los convenios trae consecuencias espirituales serias, porque implica una ruptura de nuestra relación con Dios. Pero la obediencia a los convenios trae consigo bendiciones eternas que no podemos obtener de ninguna otra manera.” (Conferencia General, abril de 2009).
La inquebrantabilidad de los convenios subraya su santidad y seriedad. Los santos deben tomar sus compromisos con Dios con profunda reverencia, reconociendo que cualquier violación afecta no solo a su progreso personal, sino también a la comunidad de fe.

Este versículo conecta la importancia de los convenios con la preparación y organización de los santos. En el evangelio restaurado, los convenios son esenciales para el progreso espiritual, y su observancia es fundamental para la edificación de Sion. En el ámbito colectivo, los convenios fortalecen la unidad y aseguran que la obra del Señor avance de manera ordenada y efectiva.

El versículo 11 de Doctrina y Convenios 78 es un recordatorio poderoso de la relación entre la preparación, la organización y los convenios. Nos enseña que el Señor no solo exige acción, sino que también proporciona el modelo celestial para esa acción. Los convenios sempiternos son una manifestación del amor de Dios y un medio para acercarnos a Él. Al guardar estos convenios con fidelidad, los santos participan en Su obra divina y se preparan para recibir bendiciones eternas.
El llamado a prepararse y organizarse bajo un “vínculo o convenio sempiterno” resalta la centralidad de los convenios en el plan de Dios. Estos compromisos divinos nos invitan a elevarnos por encima de las preocupaciones terrenales, unirnos como pueblo y enfocarnos en las bendiciones eternas que provienen de vivir según los mandamientos del Señor.


Versículo 14. “A fin de que mediante mi providencia, no obstante las tribulaciones que os sobrevengan, la iglesia se sostenga independiente de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial.”
Este versículo destaca la importancia de la autosuficiencia y la independencia de la Iglesia frente a influencias externas. La confianza en la providencia divina asegura que la misión de la Iglesia no sea comprometida por poderes terrenales.

“A fin de que mediante mi providencia”
Esta frase subraya que la obra de Dios se lleva a cabo gracias a Su providencia divina. La “providencia” implica la guía y cuidado de Dios en los asuntos de Su pueblo, asegurando que Sus propósitos se cumplan a pesar de los desafíos.
El presidente Harold B. Lee enseñó: “Cuando reconocemos la providencia de Dios en nuestra vida, aprendemos a confiar en que Él está a cargo, incluso cuando enfrentamos incertidumbre.” (Teachings of Presidents of the Church: Harold B. Lee, cap. 5).
El Señor asegura a Su pueblo que, aunque los caminos de la vida puedan parecer inciertos, Su providencia es constante. Este reconocimiento invita a los santos a tener fe en que Dios no solo está al tanto de sus desafíos, sino que también provee los medios para superarlos.

“No obstante las tribulaciones que os sobrevengan,”
Dios no promete una vida libre de pruebas, sino Su ayuda en medio de ellas. Las tribulaciones tienen un propósito divino, ya que fortalecen el carácter y preparan a los santos para mayores bendiciones.
El élder Neal A. Maxwell dijo: “Las tribulaciones nos refinan, moldean y acercan más a Dios si confiamos en Él. No son castigos, sino herramientas en Su plan para perfeccionarnos.” (Conferencia General, abril de 1991).
Esta frase recuerda a los santos que las tribulaciones son parte del plan de Dios. La fe en Su providencia no elimina los desafíos, pero sí brinda la fortaleza y la perspectiva necesarias para enfrentarlos.

“La iglesia se sostenga independiente de todas las otras criaturas bajo el mundo celestial.”
El Señor establece que Su Iglesia debe ser autosuficiente e independiente de influencias externas. Esta independencia no implica aislamiento, sino la capacidad de actuar según los principios revelados sin comprometer su misión divina. La autosuficiencia espiritual y temporal es clave para esta independencia.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “Debemos ser independientes como individuos y como Iglesia. La autosuficiencia nos permite servir a otros y seguir el consejo del Señor sin ser influenciados por el mundo.” (Conferencia General, octubre de 1998).
La independencia de la Iglesia refuerza su naturaleza divina y su propósito eterno. Al mantenerse independiente, la Iglesia puede operar según los principios del evangelio y no ser restringida por sistemas terrenales o intereses políticos.

El versículo 14 conecta tres conceptos clave: las tribulaciones como parte del plan de Dios, Su providencia como un medio de guía y fortaleza, y la independencia de la Iglesia como un reflejo de Su gobierno divino. Esto demuestra que el éxito y la sostenibilidad de la Iglesia no dependen de recursos terrenales, sino de la fidelidad de sus miembros y la intervención divina.

Este versículo enseña que la Iglesia está diseñada para operar bajo la guía directa de Dios, incluso en medio de tribulaciones. La independencia espiritual y temporal es esencial para cumplir su misión divina, y esta independencia se basa en la providencia de Dios y la fidelidad de Sus santos.
El llamado a confiar en la providencia divina, incluso durante tribulaciones, nos recuerda que Dios tiene el control absoluto de Su obra. La independencia de la Iglesia refleja Su carácter eterno y Su propósito divino, enseñando a los santos a actuar con fe y fortaleza mientras enfrentan los desafíos de la vida terrenal.


Doctrina y Convenios 78:13–14
Para que “la iglesia se sostenga independiente”

En un momento crucial para la naciente Iglesia de Jesucristo, cuando aún enfrentaba pobreza, persecución y una organización incipiente, el Señor reveló principios económicos y espirituales que trascendían las condiciones temporales del momento. En Doctrina y Convenios 78:13–14, el Señor declaró el propósito de establecer un sistema administrativo, temporal y espiritual: “… para que la iglesia se sostenga independiente por encima de todas las demás criaturas debajo del cielo…” (v. 14)

Este pasaje no se refiere únicamente a independencia económica. Aunque incluye eso, el Señor estaba revelando un principio más profundo: la Iglesia debía ser autosuficiente no solo para sobrevivir, sino para ejercer influencia divina sin depender de los poderes o estructuras del mundo.

En el versículo 13, el Señor explicó que este sistema —la firma unida y otras estructuras de administración temporal— era parte de Su plan para sacar a Su pueblo de la obscuridad temporal y espiritual. La oscuridad no solo está compuesta de ignorancia o pecado, sino también de esclavitud económica, dependencia de sistemas injustos, o falta de preparación para servir plenamente en el Reino. El propósito era ayudar a los santos a caminar en luz, con libertad espiritual y también con capacidad temporal para edificar Sión.

Así, la independencia de la Iglesia no era un objetivo político ni una muestra de orgullo institucional. Era una necesidad espiritual para sostener la obra de Dios. Cuando la Iglesia es autosuficiente, puede actuar con poder, decisión y pureza, sin estar atada a intereses del mundo. Puede enviar misioneros, ayudar a los pobres, edificar templos y preparar al pueblo del convenio para la venida del Salvador, sin pedir permiso ni recursos externos.

Esta enseñanza sigue teniendo aplicación en nuestros días. El Señor desea que Su pueblo —y Su Iglesia— caminen con dignidad, sin tener que recurrir a los sistemas del mundo para sostenerse. Por eso, la Iglesia enseña principios de autosuficiencia, ahorro, educación, preparación para emergencias, y cuidado temporal. Pero más allá de eso, nos enseña a ser espiritualmente independientes: capaces de recibir revelación, de sostener nuestra fe, y de actuar con rectitud sin necesidad de que otros lo hagan primero.

La independencia aquí es un fruto de la consagración, la obediencia y la organización celestial. No es aislamiento ni autosuficiencia orgullosa. Es la capacidad de actuar bajo el albedrío recto, con recursos consagrados y corazones dispuestos, sin comprometer principios por conveniencias mundanas.

El presidente Russell M. Nelson explicó: “El Señor dio instrucciones a los líderes de Su Iglesia restaurada de establecer y mantener la integridad institucional, para que ‘la iglesia se sostenga independiente’ [D. y C. 78:14].

“Mientras tanto, se recomienda a sus miembros unirse a ciudadanos con creencias afines para hacer el bien. Estamos agradecidos por los muchos ejemplos de servicio heroico prestado durante terremotos, inundaciones, huracanes y otros desastres. Estos esfuerzos cooperativos por ayudar a vecinos en tiempos de necesidad trascienden cualquier barrera de religión, raza y cultura. ¡Esas obras buenas son el amor de los últimos días en acción!

“La ayuda humanitaria que prestan los miembros de la Iglesia es extensa, abarca naciones diversas y es generalmente anónima” (véase “Llena nuestro corazón de tolerancia y amor”, Liahona, julio de 1994, págs. 79–80).

Doctrina y Convenios 78:13–14 nos enseña que la verdadera independencia de la Iglesia —y de sus miembros— es una expresión de preparación espiritual y obediencia temporal. El Señor desea que Su obra no dependa del mundo, sino de Sus propios sistemas santos. Al participar en esa obra, ya sea mediante nuestro servicio, nuestras ofrendas, nuestra preparación o nuestra obediencia, contribuimos a levantar una Iglesia y un pueblo que caminen en luz, con libertad y poder divino para cumplir su misión en los últimos días. En esa independencia recta, se encuentra la fortaleza de Sión.


Versículo 16. “Y el que ha nombrado a Miguel por príncipe vuestro, y le ha asentado los pies, y lo ha puesto en alto, y le ha dado las llaves de la salvación bajo el consejo y dirección del Muy Santo.”
Este versículo conecta a Adán (Miguel) con el plan de salvación y su posición bajo la dirección de Cristo. Refuerza la idea de un plan divino perfectamente estructurado donde los profetas y líderes sirven bajo la autoridad y guía de Jesucristo.

“Y el que ha nombrado a Miguel por príncipe vuestro,”
Aquí se identifica a Miguel, quien es Adán, como un príncipe designado por Dios. En la doctrina restaurada, Adán es reconocido no solo como el primer hombre en la tierra, sino también como un líder en el reino de Dios, encargado de un papel significativo en el plan de salvación.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “Adán, conocido como Miguel, el Arcángel, es uno de los grandes gobernantes en el reino de Dios. Fue elegido para ser el primer hombre y para tener un papel clave en el plan de salvación.” (Doctrinas de Salvación, tomo 1, pág. 91).
La designación de Miguel como “príncipe” resalta su posición prominente y su liderazgo divinamente establecido en el reino de Dios, tanto en lo terrenal como en lo celestial.

“Y le ha asentado los pies, y lo ha puesto en alto,”
Esta frase simboliza la autoridad y el honor otorgados a Miguel. “Asentar los pies” implica firmeza y poder, mientras que “poner en alto” sugiere exaltación y preeminencia en su rol.
El élder Bruce R. McConkie explicó: “Adán fue escogido y ordenado por Dios para liderar a la familia humana. Como el cabeza de todos nosotros, está firmemente asentado en una posición de honor y poder en el plan eterno.” (Mormon Doctrine, “Adam”).
Dios no solo asigna responsabilidades, sino que también exalta a Sus siervos fieles, dándoles la capacidad y el poder para cumplir con Sus designios eternos.

“Y le ha dado las llaves de la salvación”
Miguel, como Adán, tiene un papel especial en la administración de las llaves del sacerdocio relacionadas con la salvación de la humanidad. Las llaves representan la autoridad divina para actuar en el nombre de Dios, especialmente en asuntos relacionados con el plan de salvación.
El presidente Brigham Young enseñó: “Adán tiene las llaves del gobierno de la familia humana. Es el padre de todos y preside bajo la autoridad de Jesucristo.” (Journal of Discourses, vol. 1, pág. 50).
La delegación de llaves a Adán muestra cómo Dios establece un orden divino en Su obra, asegurando que los principios del evangelio y las ordenanzas sagradas sean administrados bajo Su autoridad.

“Bajo el consejo y dirección del Muy Santo.”
Aunque Miguel tiene un rol prominente, se subraya que su autoridad y acción están subordinadas al “Muy Santo,” que es Jesucristo. Esto refleja el orden divino donde Cristo es el centro del plan de salvación y la cabeza de todas las cosas.
El élder Jeffrey R. Holland declaró: “En el reino de Dios, todo se hace bajo la dirección de Jesucristo, quien es el Mediador, Redentor y Salvador de la humanidad.” (Conferencia General, abril de 2008).
Este pasaje recalca la supremacía de Cristo en el plan de salvación. Todos los líderes y siervos, incluidos los de mayor rango, actúan bajo Su consejo y guía divina.

Este versículo destaca el papel central de Adán (Miguel) en el plan de salvación y su posición de liderazgo bajo la dirección de Jesucristo. En el evangelio restaurado, Adán no solo es el primer hombre, sino también una figura clave en la obra de Dios. Su autoridad y llaves reflejan cómo el Señor delega responsabilidades a Sus siervos para llevar a cabo Su obra eterna.
El versículo 16 subraya el orden divino del sacerdocio, la importancia de las llaves de la salvación y el liderazgo de Miguel (Adán) en el plan eterno. Aunque Adán tiene un papel significativo, este está subordinado al consejo y dirección de Jesucristo, el “Muy Santo.” Este versículo es un recordatorio de que toda autoridad en el reino de Dios fluye de Cristo y está destinada a bendecir a la humanidad en su progreso hacia la salvación eterna.


Doctrina y Convenios 78:15–16
Adán-ondi-Ahmán, un lugar sagrado en el plan del Señor

En estos versículos, el Señor revela un misterio sagrado con palabras que invitan a la reflexión profunda y al asombro espiritual. En medio de una revelación que trata sobre la preparación de la Iglesia y su autosuficiencia, el Señor inserta una poderosa declaración sobre un lugar santo y un evento aún futuro: “Porque así os conviene, para que se cumplan las escrituras, conforme a lo que fue decretado por el Señor, para que los pobres sean exaltados, en tanto que los ricos sean humillados.” (v. 15) “Porque la hora está próxima, y está cerca el día en que la venida del Hijo del Hombre será; y será en un día de obscuridad y de tinieblas; y sucederá que el Señor hará temblar la tierra, y estará sobre ella, y juzgará a toda carne, y los inicuos serán traspasados por la luz;” (v. 16)

Aunque el nombre Adán-ondi-Ahmán no aparece explícitamente aquí, el contexto inmediato (así como los versículos anteriores y posteriores) hace referencia directa a este lugar profetizado, que se menciona específicamente en otros pasajes de Doctrina y Convenios (por ejemplo, D. y C. 107:53–56; 116:1). Aquí se habla de la cercanía del juicio del Señor, Su venida gloriosa y la reunión de los santos, lo cual se vincula directamente con ese lugar sagrado.

Adán-ondi-Ahmán, según revelación moderna, es el sitio donde Adán reunió a su posteridad para darles su última bendición y donde, en los últimos días, el Hijo del Hombre vendrá nuevamente para prepararse para reinar como Rey de reyes. Será un lugar de reunión, de orden, de restauración de llaves y de juicio divino.

El Señor habla de ese día como uno de “oscuridad y de tinieblas”, no porque Él traiga confusión, sino porque el mundo estará sumido en caos moral y espiritual, mientras Él venga con luz y poder. En ese día, los humildes serán elevados y los orgullosos serán humillados. Será un momento en el que el Señor hará temblar la tierra no solo físicamente, sino espiritualmente —sacudiendo las naciones y estableciendo Su reino.

Estos versículos revelan una doctrina escatológica clave en la restauración: la segunda venida de Cristo no será solo un evento glorioso y repentino, sino también una serie de eventos proféticos ordenados, uno de los cuales incluye la reunión en Adán-ondi-Ahmán, donde Cristo recibirá un informe de aquellos a quienes ha dado llaves para presidir Su obra.

Esta reunión no será pública ni espectacular a los ojos del mundo, pero será crucial en el plan de Dios. Se restaurarán llaves, se afirmará la autoridad del Hijo, y se preparará el terreno para Su manifestación al mundo.

Adán-ondi-Ahmán no es solo un lugar geográfico (en Missouri, según revelación moderna), sino un símbolo del recogimiento, de la reunión de dispensaciones, y del regreso del gobierno divino sobre la tierra.

El profeta José Smith enseñó: “El sacerdocio se dio primeramente a Adán; él recibió la Primera Presidencia y tuvo las llaves de ella de generación en generación. La recibió en la Creación, antes de que se formara el mundo… Se le dio dominio sobre toda criatura viviente; él es Miguel el Arcángel, de quien se habla en las Escrituras” (Enseñanzas: José Smith, pág. 109). Además, el Profeta explicó que, cuando el evangelio de Jesucristo se restaura, las llaves del sacerdocio “tienen que ser traídas de los cielos cada vez que se envía el Evangelio; y cuando se revelan de los cielos, se hace mediante la autoridad de Adán” (Enseñanzas: José Smith, pág. 109).

Doctrina y Convenios 78:15–16 apunta hacia el cumplimiento de un plan eterno: la exaltación de los humildes, el juicio de los impíos, y el retorno glorioso de Cristo como Rey. Todo esto tendrá una etapa clave en Adán-ondi-Ahmán, un lugar donde el cielo y la tierra se encontrarán, donde se afirmará el dominio del Mesías y se unirá toda dispensación bajo Su nombre. Este recordatorio debe llenarnos de reverencia, preparación y esperanza: el Reino de Dios se establecerá con poder, y Sus santos tendrán parte en esa obra gloriosa si se preparan ahora con fe, humildad y consagración.


Versículo 19. “Y el que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado; y le serán añadidas las cosas de esta tierra, hasta cien tantos, sí, y más.”
Este versículo resalta el principio de gratitud y la promesa de que aquellos que reconocen y valoran las bendiciones de Dios recibirán aún más. La gratitud es presentada aquí como una virtud esencial para acceder a las riquezas espirituales y terrenales.

“Y el que reciba todas las cosas con gratitud será glorificado;”
La gratitud es presentada como un principio divino que conduce a la glorificación. Este versículo enseña que reconocer las bendiciones de Dios, incluso en circunstancias difíciles, eleva espiritualmente al individuo y lo acerca a la presencia de Dios.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La gratitud es una actitud de fe que nos ayuda a ver la mano del Señor en todas las cosas. Nos eleva y purifica, preparándonos para las bendiciones eternas.” (Conferencia General, abril de 2020).
La gratitud no solo es un reconocimiento de las bendiciones recibidas, sino también una demostración de humildad y fe en el plan divino. Ser “glorificado” aquí sugiere que aquellos que son agradecidos serán preparados para recibir la exaltación y morar en la presencia de Dios.

“Y le serán añadidas las cosas de esta tierra,”
Dios promete bendiciones materiales a quienes reconocen Sus dones con gratitud. Este principio está relacionado con la mayordomía, ya que quienes demuestran gratitud y utilizan sabiamente las bendiciones que reciben, son dignos de recibir más.
El élder David A. Bednar explicó: “Cuando somos agradecidos, desarrollamos un corazón dispuesto y aprendemos a administrar las bendiciones que el Señor nos da. En Su tiempo, Él nos confía aún más.” (Conferencia General, octubre de 2011).
Las bendiciones terrenales no son un fin en sí mismas, sino una evidencia de la generosidad de Dios. La gratitud permite que estas bendiciones sean un medio para edificar el reino de Dios y ayudar a los demás.

“Hasta cien tantos, sí, y más.”
Esta frase refleja la abundancia y generosidad de Dios. La promesa de recibir “cien tantos” y más no es solo una expresión literal, sino también simbólica de la multiplicación de las bendiciones, tanto temporales como espirituales, que el Señor otorga a Sus hijos fieles.
El Salvador enseñó un principio similar en Mateo 19:29: “Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras por mi nombre, recibirá cien tantos, y heredará la vida eterna.” El presidente Gordon B. Hinckley afirmó: “Cuando damos con gratitud y servimos con sinceridad, recibimos de vuelta mucho más de lo que damos, en formas que muchas veces no imaginamos.” (Conferencia General, abril de 1997).
Dios no limita Sus bendiciones a medidas terrenales. La promesa de “cien tantos, sí, y más” ilustra Su capacidad infinita de bendecir a aquellos que viven con gratitud y fe.

El versículo 19 enseña que la gratitud es una virtud clave para obtener bendiciones tanto temporales como eternas. Aquellos que reconocen con gratitud la mano de Dios en sus vidas son preparados para la glorificación y reciben bendiciones en mayor medida, tanto en esta vida como en la eternidad. Este principio es un recordatorio de que la gratitud transforma nuestra perspectiva, fortalece nuestra relación con Dios y nos hace dignos de recibir aún más de Sus dones.
La gratitud no es solo un reconocimiento pasivo, sino un principio activo que abre las puertas a la glorificación y a mayores bendiciones. Dios nos invita a cultivar un corazón agradecido como una forma de honrarlo, administrar Sus bendiciones y prepararnos para la vida eterna. Este versículo subraya que el camino hacia la exaltación comienza con un espíritu humilde y agradecido.


Versículo 22. “Y el que es mayordomo fiel y sabio heredará todas las cosas. Amén.”
Este pasaje subraya la importancia de la fidelidad en la mayordomía. Los santos son llamados a ser responsables con los recursos que Dios les ha confiado, con la promesa de que esta fidelidad será recompensada con herencias eternas.

“Y el que es mayordomo fiel”
La mayordomía implica responsabilidad, obediencia y diligencia al administrar los recursos, dones y bendiciones que Dios nos confía. Ser “fiel” como mayordomo significa actuar con integridad y siguiendo los principios del evangelio en el manejo de estas bendiciones. Esta responsabilidad abarca tanto lo temporal como lo espiritual.
El presidente Thomas S. Monson enseñó: “Un mayordomo fiel se esfuerza por cuidar aquello que se le ha confiado y da cuentas con gratitud al Dador de todo.” (Conferencia General, octubre de 1995).
La fidelidad en la mayordomía refleja nuestro amor y devoción hacia Dios. Al ser mayordomos responsables, demostramos que somos dignos de recibir mayores bendiciones y de avanzar en nuestro progreso eterno.

“Y sabio”
La sabiduría en la mayordomía no solo implica usar los recursos adecuadamente, sino también hacerlo con perspectiva eterna, priorizando las cosas que importan más: el crecimiento espiritual, el servicio y el cumplimiento del plan de Dios. Esto implica discernimiento y alinearse con la voluntad divina.
El élder Dallin H. Oaks explicó: “La sabiduría divina nos guía a administrar nuestras responsabilidades y recursos de manera que edifiquen el reino de Dios y nos preparen para recibir la vida eterna.” (Conferencia General, abril de 2019).
Ser sabio implica actuar con propósito y previsión, considerando no solo los resultados inmediatos, sino también las consecuencias eternas de nuestras decisiones como mayordomos.

“Heredará todas las cosas.”
Esta frase alude a las bendiciones eternas y a la exaltación que esperan a los mayordomos fieles y sabios. Heredar “todas las cosas” significa recibir las promesas completas de Dios, incluyendo el reino celestial, la vida eterna y la plenitud de gozo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Aquellos que son fieles a sus convenios y responsabilidades heredarán el reino de Dios con todas sus bendiciones, en su plenitud. Esa es la promesa divina para los fieles.” (Conferencia General, abril de 2018).

Además, en Apocalipsis 21:7 se promete: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.”
Heredar “todas las cosas” implica recibir las bendiciones completas de la exaltación, incluyendo la posibilidad de morar con Dios y participar en Su obra eterna.

El versículo conecta directamente la fidelidad y la sabiduría en la mayordomía con la herencia de las bendiciones eternas. En el evangelio, la mayordomía no es simplemente una responsabilidad temporal, sino una preparación para la exaltación. A través de la obediencia, el discernimiento y la gratitud, los santos demuestran su disposición a recibir la plenitud de las promesas divinas.

Este versículo enseña un principio central del evangelio: la mayordomía fiel y sabia es la base para recibir las bendiciones eternas de Dios. Al cuidar lo que el Señor nos confía—nuestro tiempo, talentos, recursos y responsabilidades—mostramos nuestro compromiso con Él y nuestro deseo de participar plenamente en Su obra. La promesa de heredar “todas las cosas” es una invitación a vivir con propósito, gratitud y obediencia.
Dios nos llama a ser mayordomos fieles y sabios, no solo para administrar lo temporal, sino también para prepararnos espiritualmente. La recompensa por esta fidelidad es heredar Su reino y participar en Su gloria eterna, lo que resalta la importancia de vivir según los principios del evangelio con diligencia y devoción.


Versículo 17 – 18. De cierto, de cierto os digo, sois niños pequeños, y todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene en sus propias manos y ha preparado para vosotros;  y no podéis sobrellevar ahora todas las cosas; no obstante, sed de buen ánimo, porque yo os guiaré. De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras.”
Estos versículos enseñan principios fundamentales del evangelio: la humildad para aceptar nuestras limitaciones, la fe para confiar en la guía del Salvador y la esperanza en las promesas eternas de Dios. Nos invitan a ver más allá de las pruebas y desafíos del momento presente, recordándonos que el propósito de Dios es conducirnos a la exaltación y la vida eterna.
Aunque no siempre entendamos el camino, debemos confiar en que Dios tiene grandes bendiciones preparadas para nosotros. Su guía amorosa y Sus promesas eternas nos fortalecen en el presente y nos aseguran un futuro lleno de gozo celestial.

“De cierto, de cierto os digo, sois niños pequeños, y todavía no habéis entendido cuán grandes bendiciones el Padre tiene en sus propias manos y ha preparado para vosotros;”
El Señor compara a los santos con “niños pequeños,” destacando nuestra inmadurez espiritual y limitada comprensión de Su plan eterno. A pesar de nuestras limitaciones actuales, Dios tiene bendiciones preparadas que exceden nuestra capacidad de imaginar o comprender.
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó: “A menudo no entendemos las cosas grandes y gloriosas que el Señor tiene para nosotros. Pero, como un niño que confía en sus padres, debemos confiar en nuestro Padre Celestial.” (Conferencia General, octubre de 2014).
La referencia a “niños pequeños” subraya la necesidad de humildad, confianza y dependencia de Dios. Nos recuerda que, aunque no comprendamos completamente el propósito de las pruebas o las promesas, Dios tiene un plan perfecto para Sus hijos.

“Y no podéis sobrellevar ahora todas las cosas; no obstante, sed de buen ánimo, porque yo os guiaré.”
Esta frase reconoce que hay cosas que no podemos manejar en el momento presente, debido a nuestras limitaciones espirituales o emocionales. Sin embargo, el Señor nos invita a tener “buen ánimo,” recordándonos que no estamos solos y que Él nos guiará a través de Su amor y poder.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Salvador nunca nos deja solos en nuestras pruebas. Él siempre está dispuesto a guiarnos y fortalecernos si nos volvemos a Él con fe.” (Conferencia General, abril de 2021).
La invitación a tener “buen ánimo” es un llamado a mantener la fe y la esperanza, sabiendo que el Señor siempre nos acompaña y guía en cada etapa de nuestra jornada.

“De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras.”
Aquí se reafirma la promesa eterna de Dios a Sus hijos: el reino celestial y las riquezas de la eternidad. Estas bendiciones están reservadas para los que permanecen fieles y perseveran en Su plan, demostrando confianza y obediencia.
En Romanos 8:17, Pablo declara: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo.” El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “Las riquezas de la eternidad no tienen límite. Son el resultado de la fidelidad y el amor de nuestro Padre Celestial por Sus hijos.” (Doctrinas de Salvación, tomo 2, pág. 35).
Este versículo nos recuerda que las bendiciones eternas de Dios, aunque a menudo invisibles en esta vida, son reales y están garantizadas para aquellos que confían y obedecen Su voluntad.

Estos versículos son un recordatorio reconfortante de nuestra relación con Dios como hijos espirituales en proceso de aprendizaje y crecimiento. El Señor reconoce nuestra inmadurez espiritual, comparándonos con “niños pequeños,” y nos invita a confiar en Su plan, incluso cuando no comprendemos plenamente las bendiciones que Él ha preparado para nosotros. Este mensaje destaca la humildad necesaria para aceptar nuestras limitaciones y la fe para depender de la guía divina.

El llamado a tener “buen ánimo” es especialmente poderoso. En momentos de prueba o incertidumbre, el Señor nos asegura que no estamos solos. Él promete guiarnos, fortalecer nuestra fe y llevarnos a un lugar de mayor entendimiento y paz. Esta promesa es un ancla para el alma, recordándonos que las pruebas presentes son temporales, mientras que las bendiciones que Él ha preparado son eternas.

Finalmente, las palabras “De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras” reflejan el amor infinito de Dios y Su deseo de compartir con nosotros todo lo que tiene. Aunque en el presente podamos sentirnos inadecuados o enfrentemos desafíos, el Señor nos asegura que nuestro destino eterno, si somos fieles, es glorioso y lleno de gozo.

En resumen, estos versículos nos invitan a confiar plenamente en el Señor, vivir con esperanza y recordar que nuestras pruebas actuales son parte de un plan más grande que culminará en la herencia de las riquezas eternas que Dios ha preparado para Sus hijos fieles.


Doctrina y Convenios 78:18

El Salvador nos muestra el camino hacia la felicidad en esta vida y el gozo eterno en la venidera. “Tened buen ánimo” (Juan 16:33), amonestó Él a los santos en la dispensación meridiana. Hoy, al igual que entonces, el Gran Ejemplo nos muestra el camino. Él sabe que debemos progresar línea por línea, tanto en el entendimiento como en la vivencia del Evangelio.
“He aquí, sois pequeñitos y no podéis sobrellevar todas las cosas ahora; debéis crecer en la gracia y en el conocimiento de la verdad” (DyC 50:40).

El Buen Pastor ama a todas sus ovejas y, dentro de los límites que imponen el albedrío humano, la justicia divina y la misericordia, obrará nuestras recompensas y castigos para otorgar la mayor bendición posible.
Él es el único que puede juzgarnos con justicia, porque es el único que comprende plenamente nuestros corazones y mentes: qué nos ha formado, cuáles son nuestras susceptibilidades y debilidades, y de qué somos capaces.
Él está dispuesto a fortalecer a los fieles y bendecirlos con las riquezas de la eternidad.

Este pasaje combina una escritura poderosa de Doctrina y Convenios con una meditación doctrinal sobre el carácter amoroso y paciente del Salvador. El versículo de DyC 78:18 destaca una verdad reconfortante: aunque aún no somos capaces de comprender o sobrellevar todas las cosas, Cristo promete guiarnos con ternura, darnos Su reino, Sus bendiciones y las riquezas de la eternidad.

El comentario que le sigue refuerza la idea de que Jesucristo no sólo es nuestro Salvador, sino también nuestro modelo perfecto, nuestro guía, y el único juez completamente justo, porque es el único que conoce perfectamente nuestra historia, nuestras luchas y nuestro potencial eterno. Este conocimiento divino no lo usa para condenarnos, sino para bendecirnos al máximo dentro de lo posible, considerando nuestro albedrío, la justicia y Su infinita misericordia.

Las referencias a “línea por línea” y “pequeñitos” nos recuerdan que el crecimiento espiritual es un proceso gradual, que requiere paciencia, humildad y confianza en que el Salvador está presente en cada etapa.

Este mensaje invita a la esperanza. En momentos de debilidad, incertidumbre o frustración por no ser lo que aún deseamos ser, Cristo nos dice: “Tened buen ánimo, yo os guiaré.” No se espera de nosotros perfección inmediata, sino disposición constante para avanzar, crecer y confiar.

El Señor no nos exige más de lo que podemos dar hoy. Pero sí nos invita a dar lo mejor de nosotros, sabiendo que Él complementará nuestras deficiencias con Su gracia. No estamos solos en el camino del discipulado; el Buen Pastor nos busca, nos cuida, y nos lleva en Sus hombros cuando estamos cansados (véase Lucas 15:4-5).

Este pasaje nos recuerda que el Evangelio no es solo un sistema de mandamientos, sino una relación viva y continua con Jesucristo, quien nos entiende mejor que nadie y desea conducirnos hacia la plenitud eterna.


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