Doctrina y Convenios
Sección 93
Contexto histórico y trasfondo
Resumen breve por Steven C. Harper
A su manera inimitable, el profesor de filosofía de BYU Truman Madsen relató una anécdota durante una presentación que dio en la Escuela de Divinidad de Yale. Contó de una conversación con algunos sacerdotes católicos, jesuitas muy eruditos, quienes expresaron su incapacidad de concebir a Dios como un Padre íntimo, empeñado en elevar a la humanidad para que participe plenamente de su gloria y estatus. El hermano Madsen dijo que les respondió que a los Santos de los Últimos Días les resulta difícil concebir a Dios como algo distinto a un Padre amoroso cuyo trabajo y gloria es exaltar a todos sus hijos dispuestos.
¿Qué tiene esto que ver con la sección 93? Esta trata sobre la naturaleza de Dios como Padre, Cristo como Hijo, y también habla a los padres al reprender al obispo Whitney y a los miembros de la Primera Presidencia, diciéndoles que deben ser mejores padres. El Señor explica por qué dio la revelación en el versículo 19: “Os doy estas palabras para que entendáis y sepáis lo que adoráis, a fin de que vengáis al Padre en mi nombre y, a su debido tiempo, recibáis de su plenitud.”
El uso de la palabra plenitud por parte del Señor nos indica que la sección 93 es una revelación sobre la exaltación. Plenitud aparece ocasionalmente en el Libro de Mormón y en las primeras revelaciones para describir el evangelio, pero en la sección 76—la primera revelación que describe el progreso más allá de la simple salvación del pecado y la muerte—el término resalta en la página nueve veces. En la sección 93 lo escuchamos quince veces, a veces con matices adicionales, como en “plenitud de verdad” (v. 26) o “plenitud de gozo” (v. 34). La sección 93 es un texto introductorio sobre cómo entrar en la presencia del Señor y llegar a ser como él.
La sección 93 añade el concepto de inteligencia al impresionante catálogo de sinónimos de la sección 88 que incluyen luz, vida, ley, poder y gloria—recordado sobre todo en DyC 93:36: “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.” Adoramos a “El Padre”, el organizador de los elementos eternos y de los seres inteligentes a quienes Él diseña para heredar sus atributos y con ellos su “plenitud de gozo.” Adoramos a un Dios que no nos creó ex nihilo o de la nada, sino de elementos e inteligencias que existen eternamente (vv. 33–35). Adoramos a un Dios cuya obra consiste en formar mundos y llenarlos con sus hijos, proveyéndoles un ámbito en el que puedan actuar independientemente, libres de verdad para hacer la voluntad de su Padre o la suya propia.
Adoramos a Dios al elegir, por nuestra propia voluntad, recibir la inteligencia, o luz y verdad, que nos ofrece; al guardar sus mandamientos y, por lo tanto, recibir más verdad, más luz, más inteligencia, hasta que sepamos todo lo que Él sabe y lleguemos a ser todo lo que Él es. Adoramos a nuestro Padre Celestial al llegar a ser como Él. Imitarlo es la forma más elevada de adoración que podemos ofrecerle. En la sección 93, Cristo se presenta como ejemplo: “Él no recibió la plenitud al principio, sino que recibió gracia sobre gracia.” Obedeció a Su Padre y creció en grados de gloria “hasta que recibió una plenitud” (vv. 12–13). En la sección 93, Cristo declara que nosotros tenemos un potencial similar de crecimiento y divinidad (v. 20).
Hay una transición abrupta en el versículo 40 hacia instrucciones prácticas, y la conclusión de la revelación “desciende de los cielos a las preocupaciones cotidianas de José y sus amigos. El Señor los reprende por no mantener el orden en sus familias.” Esta parte de la revelación no está desconectada de los elevados versículos anteriores. Todos ellos explican cómo criar a los hijos y por qué. Dios organiza la vida y da a sus hijos un entorno en el que puedan actuar con libertad. Los dota de luz, verdad y conocimiento para actuar de manera independiente, dejándolos libres de obedecer o desobedecer cuando “aquel inicuo viene y arrebata la luz y la verdad por la desobediencia de los hijos de los hombres, y a causa de las tradiciones de sus padres” (DyC 93:39).
En la sección 93, José recibió la teología divina de la paternidad y un mandamiento práctico de ir y hacer lo mismo (v. 40). Además, ya que la gloria de Dios es inteligencia, hay un mandamiento de adorar aprendiendo, obteniendo conocimiento como medio hacia el fin que es la exaltación. El conocimiento que exalta viene por la obediencia a la luz y a la verdad de Dios. “Y el que guarda sus mandamientos recibe verdad y luz, hasta que es glorificado en la verdad y sabe todas las cosas” (v. 28).
El profesor Madsen citó la sección 93 como una profunda solución a varios problemas teológicos:
- ¿Cómo puede algo venir de la nada? Respuesta: El universo no fue creado de la nada. “Los elementos son eternos.”
- ¿Cómo pudo Cristo ser absolutamente humano y absolutamente divino al mismo tiempo? Respuesta: No lo fue al mismo tiempo. Cristo “no recibió la plenitud al principio, sino que continuó… hasta que recibió la plenitud.”
- Si el hombre es totalmente creación de Dios, ¿cómo puede ser o hacer algo que no haya sido previamente causado por Dios? Respuesta: El hombre no es totalmente creación de Dios. “La inteligencia no fue creada ni hecha, ni lo puede ser. He aquí la libertad del hombre.”
- ¿Cómo puede el hombre ser creación divina y, sin embargo, estar “totalmente depravado”? Respuesta: El hombre no está totalmente depravado. “Todo espíritu del hombre era inocente en el principio; y Dios, habiendo redimido al hombre de la caída, los hombres se hicieron otra vez, en su estado infantil, inocentes delante de Dios.”
- ¿Cuál es la relación entre el ser y los seres, entre lo uno y lo múltiple? Respuesta: “El ser” es solo el nombre colectivo de los seres, de los cuales Dios es uno. La verdad es conocimiento de las cosas (plural), y no, como decía Platón, de la “cosidad.” “La verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser.”
- ¿Cómo puede el espíritu relacionarse con la materia? Respuesta: “Los elementos son el tabernáculo de Dios.”
- ¿Por qué debe el hombre tener un cuerpo? Respuesta: “El espíritu y el elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo.”
- Si somos susceptibles a la luz y a la verdad, ¿cómo es que la gente yerra y abusa de la luz? Respuesta: El hombre es libre; puede ser persuadido solo si lo elige. No puede ser obligado.
- La tesis socrática de que el conocimiento es virtud (que si realmente sabes lo bueno lo buscarás y lo harás) es errónea. Es mediante la desobediencia y a causa de las tradiciones de los padres que la luz es quitada de la humanidad.
Eso es impresionante incluso para José Smith, el joven agricultor/revelador de veintisiete años cuya historia contextualiza la sección 93 de manera casual al decir: “el 6 [de mayo de 1833] recibí lo siguiente.”
Contexto adicional por Casey Paul Griffiths
Sabemos muy poco sobre el contexto de Doctrina y Convenios 93. El propio José Smith solo proporcionó una breve introducción a la revelación en su historia, escribiendo: “El 6 [de mayo de 1833] recibí lo siguiente.” Debido a las similitudes de la revelación con el primer capítulo del Evangelio de Juan, podría suponerse fácilmente que surgió en relación con la traducción de la Biblia por José. Sin embargo, los registros mantenidos por el Profeta y sus escribas muestran que concluyeron el trabajo en el Nuevo Testamento más de tres meses antes, en febrero de 1833. Además, los cambios hechos al Evangelio de Juan en esta revelación no coinciden con los cambios que José hizo como parte de su nueva traducción de la Biblia.
Un pequeño indicio del contexto de la revelación proviene del obispo Newel K. Whitney, quien es mencionado en ella. En el reverso de la copia más antigua que sobrevive de la revelación, él escribió: “Revelación a José, Sidney [Rigdon], Frederick [G. Williams] y Newel [K. Whitney] por amonestación y también relativa al Padre y al Hijo.” Probablemente la mejor motivación para esta revelación proviene del mismo Salvador, quien declara en el texto: “Os doy estas palabras para que entendáis y sepáis cómo adorar, y sepáis lo que adoráis, a fin de que vengáis al Padre en mi nombre, y a su debido tiempo recibáis de su plenitud” (DyC 93:20).
Dentro de esta revelación no solo se hallan profundos conocimientos sobre cómo adoramos al Padre y al Hijo, sino también algunas de las afirmaciones más trascendentes hechas sobre la naturaleza de Dios, Jesucristo y los mismos hijos e hijas de Dios.
Versículos 1–5
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Este breve conjunto de versículos, en particular el versículo 1, constituye una de las descripciones más completas y, al mismo tiempo, sencillas del evangelio de Jesucristo. Antes de este momento, el Salvador ya había hecho varias promesas a líderes prominentes de la Iglesia de que podrían ver Su rostro (véase DyC 50:45; 67:10, 14; 76:116–118; 88:68), pero en el versículo 1 la promesa se extiende a “toda alma” que siga cinco pasos simples y lógicamente progresivos para entrar en la presencia del Salvador. Estas promesas pueden aplicarse no solo después de nuestra muerte y resurrección, sino también en esta vida, con la promesa de llegar a conocer verdaderamente a Cristo mediante la recepción del Segundo Consolador (DyC 88:3–4; 68:12).
Los cinco pasos que se presentan en el versículo 1 son simplemente:
- Abandonar tus pecados.
- Venir a Jesucristo.
- Invocar el nombre de Jesucristo.
- Obedecer la voz de Cristo.
- Guardar los mandamientos.
Esta sencilla secuencia brinda a todos los hombres y mujeres las instrucciones claras que necesitan para entrar en la presencia de Dios.
El Salvador también explica dos ventajas que cada hombre y mujer que busca este camino ya poseen para ayudarlos en el trayecto. Primero, tenemos la “luz verdadera”, o la luz de Cristo, que da un sentido intrínseco del bien y del mal a toda persona que nace en este mundo (Moroni 7:16; DyC 84:46–54; 88:5–13). Segundo, tenemos el ejemplo de Jesucristo, quien obtuvo un cuerpo de carne, recibió de la plenitud del Padre y demostró las obras del Padre (2 Nefi 31:7). Estos dos guías—la luz de Cristo en nosotros y el ejemplo de la vida de Jesucristo—preparan nuestro camino hacia la vida eterna.
Versículos 1–5 Comentario doctrinal
En un momento crucial para la restauración, el Señor se dirige a José Smith para darle una instrucción fundamental. Al comenzar la revelación, el Señor deja claro que Él está guiando a Su pueblo en los «últimos días», un tiempo determinado para el cumplimiento de las promesas hechas desde la antigüedad. Esto no es un esfuerzo aislado ni temporal; es un proceso continuo en el que Dios sigue hablando y guiando a Su Iglesia mediante revelación. El hecho de que el Señor se manifieste de manera continua subraya una doctrina central del Evangelio restaurado: que la revelación no cesa, sino que es una constante, vital para la Iglesia y su funcionamiento.
José Smith, al ser llamado como el profeta de esta dispensación, no estaría solo en su liderazgo. El Señor le recuerda que el propósito de la Iglesia no se logra a través de la sabiduría humana o esfuerzos personales, sino a través de la revelación divina. Los líderes de la Iglesia, bajo la dirección del profeta, deben ser instrumentos de Dios, guiados por el Espíritu en cada paso. Este principio recalca que el liderazgo en la Iglesia no es una cuestión de títulos o autoridad terrenal, sino de recibir la guía directa de Dios para conducir al pueblo.
A lo largo de la revelación, el Señor enfatiza la necesidad de unidad en el liderazgo. Aunque José Smith tiene la autoridad para recibir revelaciones para la Iglesia, Dios también quiere que los líderes trabajen juntos, en armonía y con un propósito común. El Señor no pide que los líderes tomen decisiones en aislamiento; más bien, establece un modelo de cooperación y consejo mutuo. Este principio de unidad en el liderazgo es esencial para la estabilidad y el éxito de la obra de la restauración.
Finalmente, el Señor instruye a José a buscar la sabiduría de los sabios y expertos dentro de la Iglesia. En este punto, se resalta la doctrina de que la sabiduría no se encuentra exclusivamente en un solo individuo, sino que es algo que se comparte y se fortalece a través del consejo y la colaboración. Los líderes, aunque dirigidos por el Espíritu, también deben tomar decisiones colectivas y buscar la guía de aquellos que son igualmente dedicados y sabios en la fe. Esta enseñanza sobre la sabiduría colectiva refuerza la idea de que la toma de decisiones dentro de la Iglesia debe ser un esfuerzo conjunto, basado en la revelación y la unidad.
En resumen, estos versículos de Doctrina y Convenios 90 nos enseñan que el liderazgo en la Iglesia debe estar fundamentado en la revelación continua de Dios, que la unidad entre los líderes es esencial para el progreso de la obra, y que la sabiduría colectiva es un principio doctrinal clave. Todo esto refleja cómo el Señor organiza y dirige a Su Iglesia, guiando a Su pueblo con sabiduría, revelación y unidad en los últimos días.
Versículos 6–11
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Debido a las similitudes entre el primer capítulo del Evangelio de Juan y la apertura de Doctrina y Convenios 93, es fácil suponer que el registro mencionado en el versículo 6 es el Evangelio escrito por Juan. Sin embargo, un examen más detenido del texto muestra que el registro al que aquí se hace referencia es un registro guardado y escrito por Juan el Bautista (véase el versículo 15). Varios prominentes comentaristas de las Escrituras de los Santos de los Últimos Días, incluyendo a Orson Pratt, John Taylor, Sidney B. Sperry y Bruce R. McConkie, han interpretado este versículo de manera similar.² Bruce R. McConkie instó a sus lectores a comparar cuidadosamente estos versículos con Mateo 3:16–17 para identificar al autor de este pasaje.
Identificar a Juan el Bautista como el autor de este pasaje armoniza bien con el tributo que el Salvador le hizo: “Entre los nacidos de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista” (Mateo 11:11). Lo que hizo verdaderamente grande a Juan el Bautista fue su papel como testigo de Jesucristo. En las palabras de Juan el Bautista registradas en Doctrina y Convenios 93, y en las palabras registradas en el Nuevo Testamento, Juan fue, ante todo, un testigo de Jesucristo. Se le dio el singular honor de realizar el bautismo del Salvador del mundo. Pero Juan nunca procuró atraer la atención hacia sí mismo. Más bien, señaló sabiamente la verdadera fuente de luz: el Mesías (DyC 93:9). A su propio grupo de seguidores devotos, Juan testificó: “Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él… Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:28–30). Estos actos desinteresados de devoción a Jesucristo y su testimonio inquebrantable de Él hasta el día de su martirio distinguen a Juan el Bautista como uno de los más grandes entre todos los profetas que hayan existido.
La obra de Juan como testigo de Jesucristo continúa en nuestro tiempo. Él fue uno de los primeros ángeles en aparecer en esta dispensación para restaurar “la autoridad de bautizar por inmersión para la remisión de los pecados.” Esperamos con anhelo el momento en que podamos recibir la plenitud del registro escrito por Juan el Bautista (DyC 93:18).
Versículos 6–11 Comentario doctrinal
En estos versículos, el Señor se dirige a los miembros de la Iglesia, revelando instrucciones importantes para el gobierno y la organización de la obra en la dispensación moderna. El contexto en el que se recibe esta revelación es clave, ya que la iglesia está en un proceso de estructuración formal y necesita establecer roles y responsabilidades claras para guiar a los fieles.
El versículo 6 comienza con un mandato directo a aquellos que son llamados a liderar: “Y esta es la palabra que el Señor da a los que están designados a presidir el sacerdocio.” El Señor resalta la importancia de la obediencia y la humildad al ejercer cualquier tipo de autoridad. Los líderes deben buscar la dirección divina y actuar con justicia, recordando siempre que su autoridad proviene de Dios, no de su propio poder o ego.
En los versículos 7 y 8, se especifica la importancia de los sacerdotes y maestros que deben enseñar con la unción del Espíritu Santo y vivir de acuerdo con las enseñanzas que predican. Se les instruye para que no se desvíen de los caminos del Señor y para que trabajen con diligencia, predicando el arrepentimiento y la salvación a todos los que escuchen. Es un llamado a la integridad y la pureza en el servicio al Señor y a los demás.
El versículo 9 refuerza el hecho de que aquellos que sirven en la Iglesia deben ser buenos ejemplos para la congregación. Aquí el Señor subraya la necesidad de que los líderes sean ejemplos de virtud, paz y paciencia. La función de los líderes no es solo administrativa, sino también moral y espiritual. A través de su ejemplo, los miembros de la Iglesia pueden aprender a seguir a Cristo más de cerca.
En los versículos 10 y 11, se habla de la necesidad de orden en la Iglesia. El Señor promete que si sus líderes y miembros siguen sus instrucciones y se sujetan a los principios establecidos, Él bendecirá su obra y les dará éxito. La obediencia a la organización divinamente establecida asegura que la obra de Dios se lleve a cabo de manera efectiva, ayudando a la edificación de Su reino.
A través de estos versículos, el Señor nos enseña la importancia de la organización dentro de Su Iglesia, el respeto y la humildad en el liderazgo, y el ser ejemplos para los demás. Nos recuerda que el verdadero poder viene de Dios y que al vivir con obediencia a Sus mandamientos, podemos ser instrumentos en Sus manos para bendecir a aquellos que nos rodean.
Doctrina y Convenios 93:12–13
Juan el Bautista testifica que Jesús de Nazaret recibió “gracia por gracia” (D. y C. 93:12). La gracia es el favor divino inmerecido, la ayuda divina no ganada, el poder supremo que capacita. Así, a medida que el Maestro se entregaba en servicio a quienes lo rodeaban (al extender gracia), Dios el Padre otorgaba a Su Hijo Amado derramamientos espirituales aún más profundos y sublimes (él recibía gracia).
Además, debido a que Jesús nació no solo como Hijo de Elohim, sino también como hijo de María, una mujer mortal, su desarrollo espiritual ocurrió como el nuestro: línea por línea y precepto por precepto. Su progreso no fue desde una ausencia de gracia hacia la gracia, sino de gracia en gracia, de una altura espiritual a otra superior.
Finalmente, en la resurrección, Jesús recibió una plenitud de la gloria y del poder del Padre y, por lo tanto, declaró: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18).
Este pasaje revela verdades esenciales sobre la naturaleza divina y el crecimiento progresivo de Jesucristo. A través del testimonio de Juan el Bautista, aprendemos que incluso el Salvador del mundo, siendo perfecto y sin pecado, progresó espiritualmente en esta vida terrenal. Su desarrollo fue desde una gracia recibida hacia una gracia mayor —una demostración sublime de humildad, obediencia y consagración.
Esta doctrina nos enseña dos grandes principios:
- La gracia es un poder divino que habilita y transforma, no solo un don para perdonar pecados. Jesucristo, quien no necesitó redención, recibió gracia como potenciador espiritual mientras servía, enseñaba y se sometía a la voluntad del Padre.
- El crecimiento espiritual ocurre por etapas, incluso para el Hijo de Dios. Él no lo recibió todo de una vez, sino que progresó al igual que nosotros debemos progresar: línea por línea, principio por principio, gracia por gracia.
Finalmente, su exaltación y poder absoluto como Señor resucitado muestran el destino final de ese progreso perfecto: una plenitud divina completa, compartida con todos los que también sean fieles y sigan Su ejemplo.
Doctrina y Convenios 93:12–13 nos ofrece una visión extraordinaria de Jesucristo no solo como el Redentor divino, sino también como el modelo perfecto de progreso espiritual. Su crecimiento «de gracia en gracia» nos enseña que la perfección no se recibe de golpe, sino mediante la obediencia constante, el servicio abnegado y la búsqueda deliberada de la voluntad de Dios.
Para nosotros, esta verdad es profundamente consoladora y esperanzadora. No estamos llamados a ser perfectos de inmediato, sino a crecer como Él creció. A medida que damos gracia—servimos, amamos, obedecemos—también recibimos gracia. Y en ese proceso, paso a paso, llegamos a ser más semejantes a Cristo, hasta recibir de Su plenitud.
Versículo 12: “Y yo, Juan, vi que no recibió de la plenitud al principio, mas recibía gracia sobre gracia;”
Este versículo enseña que incluso Cristo, siendo el Hijo de Dios, progresó gradualmente hasta alcanzar la plenitud. Esto establece un ejemplo para la humanidad: el crecimiento espiritual es un proceso continuo y requiere dedicación y fidelidad. El progreso “de gracia en gracia” nos invita a seguir el modelo de Cristo en nuestro esfuerzo por alcanzar la perfección. Presidente Lorenzo Snow: “Como el hombre es, Dios una vez fue; como Dios es, el hombre puede llegar a ser” (Teachings of Lorenzo Snow, p. 1).
“Y yo, Juan, vi que no recibió de la plenitud al principio”
Esta frase nos enseña que Jesucristo, aunque era el Hijo de Dios, no comenzó Su vida terrenal con una plenitud de conocimiento, poder o gloria. Esto demuestra Su humanidad y Su necesidad de crecer y progresar, igual que todos los demás. Este crecimiento fue un proceso deliberado y divinamente planificado que le permitió experimentar todas las cosas, incluso las limitaciones mortales.
Doctrina y Convenios 93:14: “Y por esto fue llamado el Hijo de Dios, porque no recibió de la plenitud al principio.” Esto subraya que Su progreso fue gradual, lo que permite que Su vida sirva como ejemplo para todos. Bruce R. McConkie: “Jesús tuvo que aprender, crecer y avanzar, tal como lo hacemos nosotros. Su perfección fue alcanzada mediante la obediencia y el esfuerzo deliberado” (The Promised Messiah, p. 492).
Este concepto es una declaración poderosa sobre la humildad de Cristo al someterse a las limitaciones terrenales y progresar como parte de Su misión divina. Refleja que incluso Él, como el Hijo de Dios, vivió Su vida en un proceso de aprendizaje y obediencia.
“Mas recibía gracia sobre gracia”
Esta frase describe el progreso continuo de Cristo. La “gracia sobre gracia” indica que recibió dones divinos progresivamente como recompensa por Su obediencia perfecta a los mandamientos del Padre. Cada paso que daba en justicia le permitía recibir mayor luz, verdad y poder.
Juan 1:16: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.” Este pasaje conecta la gracia divina que Cristo recibió con la que se extiende a todos los que lo siguen. Élder Neal A. Maxwell: “Gracia sobre gracia describe no solo el crecimiento de Cristo, sino también la manera en que todos podemos progresar espiritualmente al emular Su ejemplo” (Conference Report, octubre de 1997).
El proceso de recibir “gracia sobre gracia” nos muestra que el progreso espiritual es un principio eterno. Al obedecer los mandamientos y buscar al Padre con sinceridad, todos podemos avanzar en conocimiento, poder y gloria, siguiendo el modelo de Cristo.
Este versículo subraya principios esenciales para el progreso espiritual de la humanidad: Tanto Cristo como los hombres y mujeres progresan de manera gradual, avanzando paso a paso hacia la perfección. Este proceso es parte del plan divino. Cristo recibió “gracia sobre gracia” como resultado de Su obediencia perfecta. Esto nos enseña que la fidelidad a los mandamientos es el medio para recibir bendiciones espirituales. El crecimiento de Cristo nos da esperanza. Si incluso Él progresó, entonces todos nosotros, como hijos de Dios, tenemos la capacidad y el potencial de crecer y alcanzar una plenitud divina.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “Al igual que Cristo progresó gracia sobre gracia, también podemos hacerlo nosotros. Nuestro progreso es posible gracias a Su gracia divina y nuestro esfuerzo constante” (Conference Report, abril de 2018).
En última instancia, este versículo nos inspira a confiar en el proceso divino de crecimiento espiritual. A través de la obediencia y la fe, podemos avanzar de manera similar a Cristo, recibiendo cada vez más luz y verdad en nuestra jornada hacia la plenitud.
Bruce R. McConkie: Juan explicó cómo Cristo era Dios en la preexistencia, ejerciendo la plenitud de los poderes creadores de su Padre; cómo luego vino a la tierra para pasar por una probación mortal, en la que adquirió experiencia y fue de gracia en gracia; y cómo, después de la resurrección, recibió, como consecuencia, todo el poder en el cielo y en la tierra. (Comentario Doctrinal del Nuevo Testamento, 3 vols. [Salt Lake City: Bookcraft, 1965-1973], 1: 867)
Versículos 12–18
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Uno de los aspectos más frustrantes de los registros del ministerio mortal del Salvador es que comparten relativamente poco acerca de Él. El período desde el bautismo del Salvador hasta Su resurrección está registrado con detalle en los cuatro evangelios del Nuevo Testamento, pero hay poca información sobre Su vida antes de ese tiempo. Mateo y Lucas proveen la mayor parte de los datos, aunque aun así se concentran principalmente en la historia de María y José y el nacimiento del Salvador (Mateo 1–2; Lucas 1; 2:1–41). Lucas ofrece un breve vistazo a la niñez de Cristo al contar la historia de Jesús siendo hallado en el templo sentado con un grupo de hombres sabios, quienes estaban “oyéndole [a Jesús] y haciéndole preguntas” (Traducción de José Smith, Lucas 2:46). Lucas luego resume el resto de la infancia del Salvador simplemente anotando: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).
Debido a que carecemos de conocimiento sobre la vida temprana de Jesucristo, han surgido diversas leyendas populares en torno a cómo era Él de niño. Un querido himno cristiano habla de la noche de Su nacimiento diciendo: “The cattle are lowing, the poor baby wakes, but little Lord Jesus, no crying he makes.” En realidad, el Salvador probablemente lloró la noche en que nació. Aunque no sepamos muchos detalles sobre la juventud del Salvador, el registro de Juan el Bautista nos brinda un trasfondo doctrinal al enseñar que el Salvador “no recibió de la plenitud al principio, sino que recibió gracia sobre gracia” (DyC 93:12). La lección esencial aquí es clara: el Salvador vino a la tierra y pasó por el velo, perdiendo todo el conocimiento y poder que había poseído anteriormente como Jehová, el Dios del Antiguo Testamento. Pablo enseñó:
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5–8).
Jesús nunca pidió a ningún hombre o mujer hacer algo que Él mismo no estuviera dispuesto a hacer. Así como todos los hombres y mujeres pierden la memoria de su condición premortal al venir a la tierra, también lo hizo Él. Lorenzo Snow enseñó:
Cuando Jesús yacía en el pesebre, un infante indefenso, Él no sabía que era el Hijo de Dios, y que anteriormente había creado la tierra. Cuando se emitió el edicto de Herodes, Él nada sabía de ello; no tenía poder para salvarse a sí mismo; y Su padre y madre tuvieron que llevarlo y huir a Egipto para preservarlo de los efectos de ese edicto. Pues bien, creció hasta llegar a la edad adulta, y durante su progreso se le reveló quién era Él y con qué propósito estaba en el mundo. La gloria y el poder que poseía antes de venir al mundo le fueron dados a conocer.
En estos versículos, el Señor establece principios claros sobre el liderazgo en la Iglesia. En primer lugar, destaca que la autoridad en la Iglesia proviene directamente de Dios y que aquellos que presiden, ya sea sobre el sacerdocio mayor o menor, son llamados por Él (versículos 12-13). Los líderes deben servir con fidelidad y humildad, siguiendo los mandamientos divinos y trabajando en unidad para edificar el Reino de Dios (versículos 14-17).
El versículo 18 nos recuerda que si alguien asume un liderazgo sin ser llamado por Dios, la gloria del Señor se apartará de él. Esto enfatiza la importancia de la obediencia y la integridad en el ejercicio del liderazgo en la Iglesia.
Versículos 19–20
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En estos breves versículos, el Salvador describe el propósito de la revelación: “para que entendáis y sepáis cómo adorar, y sepáis lo que adoráis” (DyC 93:19). Con respecto a la primera parte de esta declaración, debemos preguntarnos en qué consiste realmente la adoración. Bruce R. McConkie enseñó: “La adoración perfecta es la emulación. Honramos a aquellos a quienes imitamos. La manera más perfecta de adorar es ser santos como Jehová es santo. Es ser puros como Cristo es puro. Es hacer las cosas que nos permiten llegar a ser como el Padre. El camino es el de la obediencia.” En los servicios de adoración de la Iglesia, por ejemplo, pedimos a los jóvenes que preparen, bendigan y repartan la Santa Cena, acciones que Cristo mismo demostró primero. Estos sencillos actos de imitación, solo unos minutos de cada semana, tienen como propósito ayudarnos a adorar mediante la imitación directa.
En relación con Su declaración de que quiere que sepamos lo que adoramos, el Salvador comienza a describir a los hijos e hijas de Dios usando las mismas palabras que Juan el Bautista empleó para describirlo a Él. Al enseñar que hombres y mujeres deben también recibir “gracia por gracia”, el Salvador está enseñando que la humanidad es una forma embrionaria de divinidad—y que todos los hombres y mujeres tienen el potencial de llegar a ser como Dios. Sin embargo, esta enseñanza iba en contra del pensamiento cristiano predominante de la época, que sostenía que Cristo era a la vez plenamente humano y plenamente divino, una filosofía que la mayoría de los cristianos ha seguido desde el Concilio de Calcedonia en el año 451 d.C.
A partir de aquí, los siguientes versículos (DyC 93:21–35) guían al lector a través de una secuencia de verdades que explican la verdadera naturaleza de todas las personas y su relación con Dios. El élder Tad R. Callister resumió estas verdades cuando enseñó:
“La diferencia entre el hombre y Dios es significativa, pero es de grado, no de especie. Es la diferencia entre una bellota y un roble, un capullo y una rosa, un hijo y un padre. En verdad, cada hombre es un dios potencial en embrión, en cumplimiento de esa ley eterna de que lo semejante engendra lo semejante… ¿Por qué es tan crítico tener una visión correcta de este destino divino de divinidad del que las Escrituras y otros testigos testifican tan claramente? Porque con mayor visión viene mayor motivación.”
Versículos 19–20 Comentario doctrinal
En estos versículos, el Señor se dirige de manera clara y directa a los miembros de Su Iglesia, enfatizando la importancia de ser verdaderos y fieles a los mandamientos que Él ha dado. Estos versículos siguen siendo parte de la revelación dada en un momento clave en la organización de la Iglesia, cuando el Señor instruye a Su pueblo sobre cómo actuar con sabiduría, justicia y rectitud.
El versículo 19 comienza con una advertencia seria sobre la necesidad de mantener la integridad y la sinceridad al servir en la obra de Dios: «Y así, en su ministerio, deben procurar ser fieles en todas las cosas». Este mandato es esencial, pues el Señor está instruyendo a los Siervos de Su Iglesia a ser fieles no solo en las grandes decisiones o momentos de liderazgo, sino también en los detalles más pequeños y cotidianos de su vida y servicio. La fidelidad no es algo que se demuestre únicamente en los momentos de gloria o cuando los demás nos observan, sino también en la privacidad de nuestro corazón y en nuestra vida diaria.
A continuación, el versículo 20 reafirma la promesa divina que acompaña a la obediencia: «Y yo, el Señor, estaré con ellos». Este versículo muestra el amor y la misericordia de Dios al recordar que, si somos fieles y obedientes, Él siempre estará con nosotros para guiarnos, bendecirnos y fortalecernos. La presencia de Dios en nuestra vida no es solo una promesa abstracta, sino una realidad vivencial que nos proporciona paz, dirección y fortaleza frente a las adversidades.
Lo que el Señor nos enseña aquí es que nuestra fidelidad tiene una recompensa directa: la cercanía y la bendición de Su Espíritu. Si buscamos ser fieles en todas las cosas, Su compañía nos guiará en cada paso que demos. Esto nos anima a ser constantes en la oración, el estudio de las escrituras y el servicio a los demás, sabiendo que, aunque las pruebas puedan surgir, el Señor está a nuestro lado.
Este mensaje también subraya el principio de que la fidelidad es integral; no se limita solo a las áreas más visibles de la vida, como las funciones en la Iglesia o el servicio en la comunidad, sino que debe abarcar todo lo que somos. La sinceridad en la devoción, la honestidad en las relaciones y la lealtad en el corazón son aspectos esenciales que el Señor valora.
En resumen, estos versículos nos enseñan que la verdadera fidelidad no se mide solo por lo que hacemos en los momentos importantes, sino por nuestra constancia en seguir los principios del evangelio en todas las circunstancias. Al ser fieles, podemos estar seguros de que la guía del Señor estará con nosotros, dándonos las fuerzas para avanzar en Su obra y en nuestras vidas diarias.
Doctrina y Convenios 93:19
Comprender cómo el Hijo del Hombre dio y recibió durante su vida mortal nos permite entender cómo debemos actuar nosotros de la misma manera. Al dar a los demás, nuestra vasija de aceite se vuelve a llenar: recibimos gracia por gracia. A medida que nos esforzamos continuamente por alinear nuestros deseos, esperanzas y sueños con los propósitos del cielo, ascendemos por la escalera espiritual: seguimos avanzando de gracia en gracia.
Tal conocimiento nos permite adorar al Maestro de la manera más elevada: emulándolo. Estos principios nos enseñan tanto a quién adoramos como cómo adorarlo. Es la imitación de Cristo —la búsqueda de llegar a ser como el Prototipo de todos los seres salvos— lo que nos motiva y nos impulsa hacia la vida eterna.
Doctrina y Convenios 93:19 introduce una poderosa idea: adorar verdaderamente al Salvador implica imitarlo. Este versículo conecta la adoración con la acción transformadora. No se trata solo de palabras, canciones o sentimientos; se trata de vivir como Él vivió, de dar como Él dio, y de recibir gracia mediante ese mismo proceso de entrega y consagración.
El versículo también alude a una progresión espiritual dinámica, en la que cada acto de servicio y entrega personal renueva nuestra fuerza espiritual («nuestra vasija de aceite se vuelve a llenar»), permitiéndonos avanzar «de gracia en gracia». Aquí vemos reflejada la enseñanza de que el discipulado es un camino ascendente, comparable a una escalera espiritual que subimos paso a paso, en comunión con Dios.
Finalmente, al describir a Cristo como el «Prototipo de todos los seres salvos», se refuerza la doctrina de que la salvación consiste en llegar a ser como Él (véase Moroni 7:48). No se trata simplemente de ser buenos, sino de reflejar Su carácter, Su amor, Su pureza y Su dedicación al Padre.
Este pasaje nos revela que la adoración verdadera es mucho más que expresión: es transformación. Adoramos a Jesucristo cuando lo imitamos—cuando vivimos con humildad, cuando servimos con amor, cuando sacrificamos lo propio por el bien de los demás, y cuando alineamos nuestra voluntad con la de nuestro Padre Celestial.
Comprender cómo Jesús dio y recibió en esta vida nos muestra el modelo perfecto para nuestra propia jornada espiritual. En cada acto de bondad, en cada esfuerzo por seguir Su ejemplo, recibimos gracia por gracia, avanzando hacia la vida eterna. Así, adorar a Cristo es llegar a ser como Él, y en ese proceso descubrimos el camino más elevado del discipulado y la verdadera adoración.
Versículo 19: “Os digo estas palabras para que comprendáis y sepáis cómo adorar, y sepáis qué adoráis, para que vengáis al Padre en mi nombre, y en el debido tiempo recibáis de su plenitud.”
El Señor explica que la adoración verdadera requiere comprensión. Este versículo nos invita a aprender acerca de Dios y Su naturaleza para que nuestra adoración sea significativa y nos acerque a Él. La búsqueda de conocimiento espiritual se convierte en un acto de adoración en sí mismo. Doctrina y Convenios 88:118: “Buscad diligentemente, y enseñaros unos a otros palabras de sabiduría; sí, buscad en los mejores libros palabras de sabiduría; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe.”
“Os digo estas palabras para que comprendáis y sepáis cómo adorar”
La adoración verdadera requiere entendimiento. Este versículo subraya que no basta con realizar actos de adoración mecánicos; es necesario comprender el propósito y la naturaleza de nuestra adoración. La adoración informada incluye conocer la naturaleza divina de Dios y nuestras responsabilidades hacia Él.
Doctrina y Convenios 88:118: “Buscad diligentemente, y enseñaros unos a otros palabras de sabiduría.” Esto destaca la importancia de buscar conocimiento espiritual como parte de nuestra adoración. Élder Jeffrey R. Holland: “La adoración verdadera viene de un corazón lleno de entendimiento y gratitud hacia Dios” (Conference Report, octubre de 2011).
Esta frase enfatiza que la adoración significativa comienza con el conocimiento. Comprender a quién adoramos y cómo hacerlo nos permite acercarnos más a Dios y fortalecer nuestra relación con Él.
“Y sepáis qué adoráis”
El Señor nos llama a saber a quién adoramos, lo cual requiere entender Su naturaleza, atributos y plan divino. La adoración correcta se basa en un conocimiento verdadero de Dios, evitando el error de adorarlo según ideas falsas o incompletas.
Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” Presidente Gordon B. Hinckley: “No podemos adorar a un Dios que no conocemos. Debemos esforzarnos por comprender quién es Él y lo que espera de nosotros” (Conference Report, abril de 2002).
Saber qué adoramos incluye conocer el carácter de Dios y Su plan de salvación. Esto nos ayuda a adorarlo en espíritu y en verdad, siguiendo Su voluntad en lugar de nuestras suposiciones.
“Para que vengáis al Padre en mi nombre”
Jesucristo es el mediador entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5). Este pasaje enseña que nuestra adoración y nuestras oraciones deben ser ofrecidas en el nombre de Cristo, quien nos abre el camino hacia el Padre a través de Su expiación. Él es el ejemplo perfecto de cómo acercarse a Dios.
Juan 14:6: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.” Élder Russell M. Nelson: “Es solo a través del Salvador que podemos acercarnos a nuestro Padre Celestial. Sus enseñanzas son el modelo para nuestra adoración” (Conference Report, octubre de 2017).Esta frase destaca la centralidad de Cristo en nuestra adoración. Nos recuerda que solo a través de Su expiación podemos tener acceso pleno al Padre y recibir Sus bendiciones.
“Y en el debido tiempo recibáis de su plenitud”
El objetivo final de nuestra adoración es recibir la plenitud de Dios, lo que incluye Su gloria, poder y conocimiento. Este proceso es gradual y se basa en nuestra obediencia y progreso espiritual. La frase “en el debido tiempo” subraya que este regalo se concede en el tiempo de Dios, conforme a Su sabiduría.
Doctrina y Convenios 93:20: “Si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud y seréis glorificados en mí como yo lo soy en el Padre.” Élder Neal A. Maxwell: “La plenitud que Dios promete no es instantánea; requiere paciencia y fidelidad a lo largo de nuestra jornada terrenal” (Conference Report, abril de 1996).
La promesa de recibir la plenitud de Dios nos motiva a perseverar en nuestra obediencia y adoración. Este don no solo es un reflejo de la gracia de Dios, sino también de nuestro progreso personal.
El versículo 19 de Doctrina y Convenios 93 es una invitación a reflexionar profundamente sobre cómo y a quién adoramos. Nos enseña que la adoración verdadera debe basarse en el conocimiento y la comprensión de Dios y Su plan, lo que nos permite acercarnos a Él con mayor significado. Además, enfatiza la centralidad de Jesucristo como nuestro mediador y ejemplo.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La adoración verdadera ocurre cuando buscamos entender a Dios y vivir de acuerdo con Su voluntad. Es un proceso transformador que nos acerca más a Su plenitud” (Conference Report, abril de 2018).
Este versículo nos anima a buscar conocimiento espiritual, adorar en espíritu y en verdad, y acercarnos al Padre a través del Salvador, con la promesa de recibir Su plenitud en el debido tiempo. La adoración significativa y comprensiva no solo nos transforma, sino que también nos prepara para recibir las bendiciones eternas prometidas por Dios.
Versículo 19: sepáis cómo adorar, y sepáis qué adoráis
José Smith: Hay muy pocos seres en el mundo que comprenden correctamente el carácter de Dios. La gran mayoría de la humanidad no comprende nada, ni de lo pasado ni de lo futuro, en lo que respecta a su relación con Dios. No saben, ni entienden la naturaleza de esa relación; y, en consecuencia, no saben más que la bestia bruta, o más que comer, beber y dormir. Esto es todo lo que el hombre sabe acerca de Dios o de su existencia, a menos que se lo dé la inspiración del Todopoderoso.
Si el hombre no aprende más que a comer, beber y dormir, y no comprende ninguno de los designios de Dios, la bestia comprende las mismas cosas. Come, bebe, duerme y no sabe nada más de Dios; sin embargo, sabe tanto como nosotros, a menos que seamos capaces de comprender por la inspiración del Dios Todopoderoso. Si los hombres no comprenden el carácter de Dios, no se comprenden a sí mismos…
Mi primer objetivo es averiguar el carácter del único Dios sabio y verdadero, y qué clase de ser es… Me remontaré al principio, antes de que el mundo fuera, para mostrar qué clase de ser es Dios. ¿Qué clase de ser era Dios en el principio? Abrid vuestros oídos y escuchad, todos los confines de la tierra, porque voy a demostrároslo con la Biblia, y a deciros los designios de Dios en relación con la raza humana, y por qué se inmiscuye en los asuntos del hombre.
Dios mismo fue una vez como nosotros ahora, y es un hombre exaltado, y se sienta entronizado en aquellos cielos. Ese es el gran secreto. Si el velo se rasgara hoy, y el gran Dios que sostiene este mundo en su órbita, y que sostiene todos los mundos y todas las cosas por su poder, se hiciera visible, digo, si lo vieran hoy, lo verían como un hombre en forma, como ustedes mismos en toda la persona, imagen y forma misma como un hombre; pues Adán fue creado a la misma manera, imagen y semejanza de Dios, y recibió instrucción de él, y caminó, habló y conversó con él, como un hombre habla y comulga con otro.
Para entender el tema de los muertos, para consuelo de los que lloran la pérdida de sus amigos, es necesario que entendamos el carácter y el ser de Dios y cómo llegó a serlo; pues voy a deciros cómo llegó Dios a ser Dios. Hemos imaginado y supuesto que Dios era Dios desde toda la eternidad. Voy a refutar esa idea, y a quitar el velo, para que podáis ver.
Estas son ideas incomprensibles para algunos, pero son simples. Es el primer principio del Evangelio conocer con certeza el carácter de Dios, y saber que podemos conversar con él como un hombre conversa con otro, y que una vez fue un hombre como nosotros; sí, que Dios mismo, el Padre de todos nosotros, habitó en una tierra, lo mismo que Jesucristo mismo. (Joseph Fielding Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, 343-346)
Harold B. Lee: Para tener la debida reverencia por Dios, nuestro Padre Celestial, en nuestras devociones, se requiere una comprensión de su personalidad y su existencia. De hecho, el propósito expreso de algunas de las revelaciones más importantes del Señor por medio de los profetas es «que entendáis y sepáis cómo adorar, y conozcáis lo que adoráis, para que podáis venir al Padre en mi nombre, y a su debido tiempo recibir de su plenitud». (D&C 93:19)
Un profeta (Brigham Young) de esta dispensación nos enseñó que «Si cualquiera de nosotros pudiera ver al Dios al que nos esforzamos por servir, si pudiéramos ver a nuestro Padre que mora en los cielos, aprenderíamos que estamos tan bien familiarizados con él como lo estamos con nuestro padre terrenal; y nos sería tan familiar en la expresión de su semblante y estaríamos dispuestos a abrazarlo, si tuviéramos el privilegio». (Decisiones para una vida exitosa [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1973], 46)
Versículo 20: “Porque si guardáis mis mandamientos, recibiréis de su plenitud y seréis glorificados en mí como yo lo soy en el Padre; por lo tanto, os digo, recibiréis gracia sobre gracia.”
Este versículo resalta que el progreso espiritual depende de la obediencia a los mandamientos. Recibir “gracia sobre gracia” es un proceso que conduce a la glorificación y la plenitud divina, siguiendo el ejemplo de Cristo. Élder Neal A. Maxwell: “La gracia no solo nos limpia del pecado, sino que también nos habilita para recibir todas las bendiciones necesarias para nuestra exaltación” (Conference Report, abril de 1997).
“Porque si guardáis mis mandamientos”
El Señor establece una condición clara para recibir Su plenitud: la obediencia a los mandamientos. Guardar los mandamientos es una demostración de nuestro amor y fe en Dios (Juan 14:15) y un medio para acceder a Su gracia y poder. La obediencia no solo nos protege espiritualmente, sino que también nos prepara para recibir bendiciones eternas.
Doctrina y Convenios 130:20-21: “Hay una ley irrevocablemente decretada en el cielo… sobre la cual se basan todas las bendiciones.” Presidente Russell M. Nelson: “Guardar los mandamientos de Dios es el primer paso para recibir Su plenitud. Es el camino hacia la exaltación” (Conference Report, abril de 2019).
La obediencia es un principio eterno que abre las puertas para recibir la plenitud de Dios. Este mandato nos recuerda que las bendiciones divinas están condicionadas a nuestra disposición para cumplir Su voluntad.
“Recibiréis de su plenitud y seréis glorificados en mí como yo lo soy en el Padre”
La “plenitud” mencionada se refiere a la plenitud de gloria, poder y conocimiento que Dios posee. A través de la obediencia y la expiación de Cristo, los hijos de Dios tienen el potencial de recibir esta plenitud y ser glorificados en Cristo, de la misma manera en que Cristo es glorificado en el Padre. Este principio refleja la promesa de que podemos llegar a ser como Dios (Mateo 5:48).
José Smith: “Dios tiene la intención de que Sus hijos lleguen a ser como Él, poseedores de Su plenitud” (Teachings of the Prophet Joseph Smith, p. 346). Élder Neal A. Maxwell: “La glorificación en Cristo significa que compartimos Su luz, poder y propósito divinos, convirtiéndonos en herederos conjuntos con Él” (Conference Report, octubre de 1998).
Esta frase subraya nuestro potencial eterno como hijos de Dios. A través de Cristo, no solo somos redimidos del pecado, sino que también estamos capacitados para recibir Su plenitud y ser exaltados en gloria.
“Por lo tanto, os digo, recibiréis gracia sobre gracia”
El progreso espiritual es un proceso continuo de recibir “gracia sobre gracia”. Esto significa que, al obedecer los mandamientos y buscar la verdad, recibimos luz y conocimiento de manera progresiva. Este principio refleja que la perfección se alcanza gradualmente, como lo hizo Cristo (Doctrina y Convenios 93:12-14).
Juan 1:16: “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia.” Presidente Dieter F. Uchtdorf: “La gracia de Dios no solo nos limpia, sino que también nos capacita para llegar a ser como Él” (Conference Report, abril de 2015). Élder David A. Bednar: “Recibir gracia sobre gracia es el resultado de seguir al Salvador con fidelidad y constancia” (Conference Report, abril de 2006).
La frase nos enseña que el progreso espiritual es acumulativo. Cada paso en obediencia nos prepara para recibir más luz, conocimiento y poder divino, acercándonos cada vez más a la plenitud de Dios.
El versículo 20 de Doctrina y Convenios 93 encapsula principios fundamentales del evangelio restaurado: la obediencia, el progreso espiritual y la promesa de exaltación. Este versículo nos recuerda que, al guardar los mandamientos, podemos recibir la plenitud de la gloria de Dios y avanzar de gracia en gracia, siguiendo el ejemplo del Salvador.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El Señor no solo desea que seamos obedientes, sino que también lleguemos a ser como Él. Esa transformación ocurre cuando seguimos Su ejemplo y progresamos gracia sobre gracia” (Conference Report, abril de 2020).
En resumen, este versículo nos invita a ser diligentes en guardar los mandamientos y a confiar en el proceso divino de progreso espiritual. A medida que obedecemos y seguimos a Cristo, podemos recibir Su plenitud y alcanzar nuestro destino eterno como herederos conjuntos con Él.
Versículo 22: todos los que son engendrados por medio de mí son partícipes de la gloria del mismo, y son la iglesia del Primogénito
Como miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, debemos aspirar a unirnos a otra iglesia: la Iglesia del Primogénito. La primera está llena de personas imperfectas que se esfuerzan por guardar los mandamientos de Dios. Algunos serán exaltados; otros no. La segunda está llena de personas perfectas, o, mejor dicho, de almas resucitadas de hombres justos perfeccionados por la expiación de Cristo. Estos han nacido de nuevo como hijos e hijas de Cristo (Mosíah 5:7), herederos de su gloria, coherederos con él de todo lo que el Padre tiene (Rom. 8:17; D. y C. 84:38). Aunque debemos honrar nuestra pertenencia a la Iglesia de los últimos días, la pertenencia a la Iglesia eterna del Primogénito es aún más deseable.
Joseph Fielding Smith: Según entiendo, los que llegan a ser miembros de la Iglesia del Primogénito son los que han guardado los mandamientos del Señor en su totalidad. No entiendo que todos los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días deban llegar a ser miembros de la Iglesia del Primogénito; porque hay muchos que no están dispuestos a andar en la luz de la verdad y a continuar en Dios obedientes a toda ordenanza y mandamiento. Estos se quedarán cortos de esta gran gloria porque no han vencido por la fe. Entonces, de nuevo se ve en esta escritura que la promesa se hace que, si caminamos en la luz, aprendemos cómo y qué adorar, nos convertimos en hijos engendrados e hijas de Dios y por lo tanto somos partícipes de su gloria. (Tened cuidado con vosotros mismos [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1966], 95)
Doctrina y Convenios 93:21–23
“En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios” (Juan 1:1–2). Jehová, quien es Jesucristo, es el Verbo, el “mensajero de salvación” (D. y C. 93:8). En el principio —es decir, en la existencia premortal— Jehová estaba con Elohim, el Padre. Elohim era Dios, y Jehová también lo era. A lo largo de las eras posteriores a su nacimiento espiritual (Jehová fue el primogénito en el espíritu), Jehová creció y progresó hasta llegar a ser “semejante a Dios” (Abraham 3:24).
Una de las verdades trascendentes de la Restauración es la afirmación reconfortante de que el hombre también estaba en el principio con Dios, que vivió como espíritu, o inteligencia organizada, antes de su nacimiento mortal. Este conocimiento contribuye en gran medida a explicar muchos de los misterios de la vida y ofrece una perspectiva elevada frente al dolor y la angustia. Es una doctrina singular y santificadora.
Doctrina y Convenios 93:21–23, junto con otros pasajes revelados en la Restauración, abre las cortinas del tiempo para mostrarnos nuestra identidad eterna como hijos e hijas espirituales de Dios. Al igual que Jesucristo, quien fue el Primogénito en el espíritu, nosotros también existimos como inteligencias organizadas antes de nacer, y esa existencia premortal es parte esencial del plan divino.
Este conocimiento responde a preguntas profundas que han inquietado a la humanidad: ¿De dónde venimos? ¿Cuál es nuestro propósito? ¿Por qué sufrimos? Saber que vivíamos con Dios, que fuimos agentes conscientes y participantes en el gran consejo del cielo, le da dignidad y significado eterno a nuestra existencia mortal.
También se destaca aquí el progreso de Jesucristo. Aunque divino desde su origen, Él avanzó hasta llegar a ser “semejante a Dios”, lo cual nos enseña que la divinidad es alcanzable mediante el crecimiento, la obediencia y la fidelidad. Esto conecta con la doctrina de que el propósito del Evangelio es ayudarnos a llegar a ser como Él (véase D. y C. 76:58; Moroni 7:48).
El testimonio revelado de que Jesucristo y nosotros fuimos con Dios en el principio es uno de los pilares más profundos y reveladores de la Restauración. No somos accidentes cósmicos ni criaturas sin rumbo: somos inteligencias eternas con un origen divino y un destino glorioso.
Esta verdad ilumina nuestra identidad, da sentido a nuestras pruebas y eleva nuestras aspiraciones. Nos recuerda que, al igual que el Salvador, estamos llamados a progresar, a recibir luz y verdad, y a llegar a ser semejantes a nuestro Padre Celestial.
En última instancia, saber que estuvimos con Dios al principio nos da esperanza para volver a Él al final, por medio de Jesucristo, el Verbo, nuestro mediador y ejemplo eterno.
Versículos 21–23
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Después de enseñarnos que nosotros también debemos recibir gracia por gracia, Jesús hace una segunda conexión, relacionada con nuestra existencia premortal, entre los hombres y las mujeres, el Salvador y el Padre. Jesús enseña que Él estuvo en el principio con el Padre y que es el Primogénito. Una declaración de la Primera Presidencia de 1909 aclara el estatus de Jesús como el Primogénito, enseñando:
“Jesús… es el primogénito entre todos los hijos de Dios —el primogénito en espíritu, y el unigénito en la carne. Él es nuestro hermano mayor, y nosotros, como Él, somos a imagen de Dios.”
El estatus de Jesús como “el primogénito de toda creación” también fue enseñado por Pablo en su carta a los colosenses (Colosenses 1:15).
Sin embargo, Jesús afirma no solo que Él estuvo en el principio con Dios, sino también que nosotros estuvimos en el principio con Dios. Este es el primer lugar en Doctrina y Convenios en el que el Señor enseña claramente sobre la existencia premortal de hombres y mujeres. En una revelación anterior dada a José Smith durante su traducción del libro de Génesis, el Señor declaró: “Yo soy Dios; hice el mundo, y a los hombres antes que existiesen en la carne” (Moisés 6:51). Pero al declarar que todas las personas estuvieron también en el principio con Dios, el Salvador se refiere a las características eternas e increadas de todos los hombres y mujeres.
En contraste con las percepciones cristianas de la época, que generalmente enseñaban que los seres humanos fueron creados ex nihilo o de la nada, existe en cada persona una parte eterna y perdurable. Esta es la segunda gran contribución doctrinal de la revelación: la diferencia entre los hombres, las mujeres y Dios es una diferencia de grado, no de especie. Es la diferencia entre una majestuosa encina y una bellota.
Doctrina y Convenios 93:24
Un líder religioso comentó hace algunos años que, durante siglos, la escritura más citada en el mundo cristiano era: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…” (Juan 3:16). Este líder había notado, sin embargo, que en las últimas décadas este pasaje había comenzado a desvanecerse en favor de otro que parecía especialmente atractivo para los estudiantes universitarios inmersos en una cosmovisión posmoderna, principalmente porque no conocían ni entendían su verdadero significado: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1).
Para él, este cambio cultural era alarmante, ya que revelaba una tolerancia excesiva que en realidad era relativismo ético. Muchos en el mundo actual se han vuelto tan tolerantes con la falsedad que ya no logran discernir la verdad. La Restauración afirma que algunas verdades son absolutas, así como existe un Dios que posee todo poder, toda fuerza, todo conocimiento y todo dominio. Algunas cosas simplemente son. Tales verdades no pueden ser alteradas en el esquema eterno de las cosas por el consenso social.
Doctrina y Convenios 93:24 declara: “Y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como fueron y como han de ser.”
Este principio central de la Restauración contrasta fuertemente con el relativismo moral del mundo moderno. Hoy en día, muchos consideran que “cada quien tiene su verdad”, y que no hay principios absolutos, especialmente en asuntos de moralidad, religión o justicia. Sin embargo, el Señor enseña que la verdad es eterna e inmutable. No cambia con las modas culturales ni con la opinión popular.
La malinterpretación de versículos como «No juzguéis…» ha llevado a una actitud de permisividad que confunde compasión con aprobación del error. Pero la verdadera caridad, como enseñó Jesús, implica enseñar, corregir y guiar en amor, no justificar el pecado o negar la existencia de una verdad revelada.
La Restauración reafirma que Dios es el poseedor y fuente de toda verdad absoluta, y que el conocimiento espiritual no es una construcción humana, sino una realidad eterna revelada por medio del Espíritu Santo, las Escrituras y los profetas.
Doctrina y Convenios 93:24 nos recuerda que, en un mundo de confusión moral y relativismo, la verdad sigue siendo lo que es—independiente de la cultura, las ideologías o el tiempo. La verdad eterna no puede ser votada, modificada ni ignorada sin consecuencias espirituales.
Como discípulos de Cristo, estamos llamados no solo a conocer la verdad, sino también a defenderla con valor y enseñarla con amor. Vivimos en una época donde distinguir entre verdad y error requiere discernimiento espiritual, anclaje en la revelación, y el compromiso de seguir a Dios antes que a los hombres.
En última instancia, la verdad nos libera (Juan 8:32), pero solo si la buscamos sinceramente y la aceptamos con humildad. La Restauración nos da esa verdad clara y firme en un mundo que desesperadamente la necesita.
Versículos: 24 la verdad es el conocimiento de las cosas tal como son, como eran y como han de ser
Poco sabía Poncio Pilato que su conversación con un aparentemente oscuro nazareno quedaría registrada para la eternidad. Poco sabía él que su mejor momento con el Salvador era hacer la pregunta: «¿Qué es la verdad?». El error de Pilato fue hacer la pregunta retóricamente, sin saber que su prisionero podía responder a la pregunta. Desgraciadamente, no esperó la respuesta. En lugar de ello, «salió de nuevo a los judíos, y les dijo: No hallo en él falta alguna» (Juan 18:38). 1800 años después, casi al mes, el Señor respondería a esta gran pregunta a través de su profeta, José Smith.
Por favor, no den por sentada la vastedad de esta definición de la verdad. ¿Qué hay de la gran y pesada responsabilidad de dar tal definición? Los filósofos y pensadores durante siglos han tratado de lidiar con la naturaleza de la verdad. ¿Cómo puede creer el mundo que el impoluto Joe Smith, a la edad de 27 años, podría haber llegado a esta brillante definición de la verdad sin ayuda divina? 175 años después, la definición es tan innovadora como cuando se dio por primera vez. De hecho, ¿cómo puede el mundo explicar la genialidad, la inteligencia bruta, la indiscutible trascendencia de esta y las demás doctrinas de la sección 93?
Charles A. Callis: ¿Qué es la verdad? «Y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser». ¡Qué definición tan amplia y comprensiva de la verdad da el Señor! Y porque somos guiados a toda la verdad por ese guía infalible, el Consolador, guardamos en nuestro corazón estos grandes principios fundamentales: La filiación divina y la misión del Señor Jesucristo, su crucifixión y expiación divina, la gloriosa resurrección, la vida eterna, la eternidad de la alianza matrimonial, todo lo cual produce alegrías inexpresables, los indecibles dones de Dios, manifestados a nuestras almas por el Espíritu Santo. (Informe de la Conferencia, abril de 1938, Reunión de la tarde, 99)
Hyrum M. Smith: ¿No es ésta una hermosa definición de la verdad? ¿No abarca toda la verdad? Y, de hecho, según esa definición, ¿no tienen los Santos de los Últimos Días más verdad que todos los demás pueblos del ancho mundo, porque tienen un mayor conocimiento de los tratos de Dios con los hombres en el pasado, de la condición del hombre en el presente y del destino de la humanidad, que cualquier otro pueblo o denominación? ¿Y cómo hemos recibido esto, mis hermanos y hermanas? (Informe de la Conferencia, abril de 1902, Sesión de la tarde, 22)
Joseph Fielding Smith: La verdad no cambia; es inmutable… La verdad nunca envejece, siempre es nueva, porque es lo que permanece cuando todo lo demás pasa. (Informe de la Conferencia, octubre de 1928, Tercer Día-Reunión Matutina 99)
Neal A. Maxwell: El verdadero religioso es en realidad el realista por excelencia, pues tiene una visión plenamente realista del hombre y del universo; trafica con verdades que son culminantes y eternas; no se centra en hechos que se desvanecen con las circunstancias cambiantes ni en datos que se disuelven bajo la presión del tiempo y las circunstancias. El Señor dijo: «. . . la verdad permanece y no tiene fin». (D&C 88:66) (Las cosas como realmente son [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1978], 1)
Neal A. Maxwell: La verdad atraviesa las tres zonas de tiempo: nuestro estado pre-mortal, nuestro segundo estado (mortalidad) y el futuro eterno que se ha formado para nosotros. Es la comprensión de estas verdades lo que puede hacer a los hombres libres y felices. (Deposición de un discípulo [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1976], 48)
Versículos 24–28
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En las horas previas a Su muerte en la cruz, Jesús fue preguntado por Poncio Pilato: “¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38). El Evangelio de Juan no registra una respuesta del Salvador, pero la respuesta se encuentra en esta revelación. El Salvador declara: “La verdad es el conocimiento de las cosas como son, y como fueron, y como han de ser” (DyC 93:24). En nuestro tiempo hay muchos que sugieren que toda verdad es relativa, sujeta a las percepciones de quien la observa. En contraste con esta idea, el versículo 24 enseña que existe una verdad objetiva de las cosas tal como son, como fueron y como han de ser. Aunque a veces nos preocupamos con la pregunta de lo que vendrá, también son importantes las preguntas de cómo fueron las cosas en el pasado y cómo son en realidad en el presente. A veces la tarea más difícil no es conocer el pasado o el futuro, sino conocer la realidad de lo que es la verdad en el presente.
El élder Dieter F. Uchtdorf citó una vez el poema de John Godfrey Saxe, “The Blind Men and the Elephant” (Los ciegos y el elefante), para ilustrar el peligro de acercarse a la verdad de la manera equivocada. El poema comienza:
Seis hombres de Indostán,
inclinados al saber,
fueron a ver al Elefante
(aunque ciegos todos eran),
pues cada uno, por observación,
quería su mente satisfacer.
El élder Uchtdorf añadió:
En el poema, cada uno de los seis viajeros toma una parte diferente del elefante y luego describe a los demás lo que ha descubierto. Uno de los hombres encuentra la pierna del elefante y la describe como redonda y áspera, como un árbol. Otro toca el colmillo y describe al elefante como una lanza. Un tercero agarra la cola e insiste en que un elefante es como una cuerda. Un cuarto descubre la trompa e insiste en que el elefante es como una gran serpiente. Cada uno describe una verdad. Y debido a que su verdad proviene de la experiencia personal, cada uno insiste en que sabe lo que sabe.
El poema concluye:
Y así estos hombres de Indostán
discutieron largo y fuerte,
cada uno en su opinión
terca y firmemente,
aunque cada cual tenía algo de razón,
¡todos estaban equivocados plenamente!
Al igual que los hombres ciegos del poema, cometemos un error cuando asumimos conocer toda la verdad objetiva—en realidad, quizá solo conozcamos una parte de ella. El Padre y el Hijo, sin embargo, ven y contemplan la verdad completa, la cual existe objetivamente ante Sus ojos. Debemos confiar en que Ellos ven el panorama completo y nos guían para que podamos conocer cuál es la verdad en relación con el pasado, el presente y el futuro.
Versículos: 26 Yo soy el Espíritu de la verdad
Este pasaje revela una verdad central: Jesucristo se presenta como “el Espíritu de la verdad”. En las Escrituras, la verdad no se entiende solo como un conjunto de conceptos correctos o un cúmulo de doctrinas, sino como una realidad viviente que se encarna en Cristo mismo. Al decir “yo soy el Espíritu de la verdad”, el Señor está enseñando que la verdad no es simplemente algo que se aprende, sino alguien a quien se sigue y con quien se establece una relación.
Aquí se muestra la unidad perfecta entre el Padre y el Hijo. La verdad no surge del esfuerzo humano por definir lo correcto, sino que fluye del mismo ser y naturaleza de Dios. Jesucristo, en su papel de Mediador y Redentor, es quien encarna y manifiesta la verdad eterna. Por eso, conocer la verdad es conocerlo a Él; y vivir en la verdad es vivir conforme a su ejemplo y enseñanzas.
Además, este versículo tiene implicaciones profundas para la adoración y la vida espiritual. Si Cristo es el Espíritu de la verdad, entonces toda búsqueda sincera de luz, conocimiento y revelación tiene que pasar por Él. No hay otra fuente que pueda conducir al hombre a la plenitud de la verdad. Esto conecta directamente con Su declaración en Juan 14:6: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
De manera práctica, este principio nos recuerda que la verdad no se relativiza ni se fragmenta según la opinión humana. El mundo suele hablar de “mi verdad” o “tu verdad”, pero el evangelio enseña que hay una verdad absoluta y viviente: Jesucristo mismo. Él es el estándar eterno contra el cual se mide toda doctrina, toda moral y toda experiencia espiritual.
Finalmente, identificarse como el Espíritu de la verdad implica también Su papel en la revelación. Es por medio de Cristo, y a través del Espíritu Santo que procede de Él y del Padre, que recibimos luz y verdad en nuestras mentes y corazones. Así, cuando buscamos ser llenos de verdad, en realidad estamos buscando ser llenos de Cristo mismo, hasta llegar a ser uno con Él y con el Padre.
Harold B. Lee: La Luz de Cristo, el Espíritu de la Verdad o el Espíritu de Dios, de los que se habla diversamente… en esencia significa la influencia de la Deidad que procede de la presencia de Dios, la que aviva el entendimiento del hombre. (Véase D. y C. 88:49.) El apóstol Juan habló de él como «la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre que viene al mundo». (Juan 1:9.)
Un presidente de la Iglesia hace esta explicación adicional: “No hay un hombre [o persona] que haya nacido en el mundo, sino que tiene una porción del Espíritu de Dios, y es ese Espíritu de Dios el que da a su espíritu entendimiento, … cada uno de acuerdo con su capacidad de recibir la luz … [que] nunca dejará de luchar con el hombre, hasta que el hombre sea llevado a la posesión de la inteligencia superior”. (Joseph F. Smith, Gospel Doctrine, pp. 63, 62.)
Para aquellos que no están familiarizados con el lenguaje de las escrituras, se podría explicar que la Luz de Cristo podría describirse como la propia conciencia, o la voz de lo divino dentro de la propia alma. (“A Time of Decision”, Ensign, julio de 1972, 32)
Versículos: 27 “nadie recibe la plenitud si no guarda sus mandamientos”
Este principio es directo y a la vez profundamente revelador. El Señor declara que la plenitud —es decir, la plenitud de luz, de verdad, de gloria y de semejanza con Dios— no se recibe por simple conocimiento intelectual ni por haber hecho convenios de manera formal, sino mediante la obediencia constante a los mandamientos divinos.
En este pasaje, la plenitud se entiende como llegar a ser semejantes a Cristo, recibir de Su gracia sobre gracia, hasta reflejar en nosotros la imagen de Su gloria. Sin embargo, el camino hacia esa plenitud no es automático ni forzado: se abre paso únicamente para quienes deciden someter su voluntad a la voluntad del Padre.
Obedecer los mandamientos no es un requisito arbitrario, sino el proceso divino mediante el cual el hombre se transforma. Al guardar los mandamientos, nuestro carácter se moldea, nuestro entendimiento se aclara y nuestra capacidad de recibir luz se expande. De ese modo, cada acto de obediencia se convierte en un peldaño hacia la plenitud.
El Señor nos recuerda que la plenitud no se alcanza en un instante ni como un regalo inmerecido, sino que es el resultado de un camino de fidelidad. Así como Jesucristo mismo “recibió gracia sobre gracia” y “continuó de gracia en gracia” (vv. 12–13), nosotros también debemos avanzar paso a paso, mediante la obediencia diaria.
Este principio también confronta una idea muy común en el mundo: la de querer las bendiciones sin la responsabilidad de cumplir con las leyes de Dios. El evangelio es claro: la obediencia es la llave de la plenitud. El Señor no puede conferir Su gloria a quien vive en desorden espiritual, porque la plenitud solo puede habitar en un alma que armoniza con la santidad.
En lo práctico, esto significa que cada mandamiento —ya sea pequeño o grande— es un canal para recibir mayor porción de luz. Al honrar el día de reposo, al pagar un diezmo íntegro, al amar al prójimo, al mantenernos moralmente limpios, estamos guardando los mandamientos y, con ello, nos acercamos un paso más a esa plenitud prometida.
En resumen, este versículo establece una ley eterna: nadie recibe la plenitud de Dios sin antes demostrar lealtad a Sus mandamientos. No es una restricción, sino una invitación misericordiosa a vivir de tal manera que podamos ser llenos de gloria, como el Padre y el Hijo son llenos de ella.
Joseph Fielding Smith: “Ningún hombre recibe una plenitud (de verdad) a menos que guarde sus mandamientos”. Esta es una verdad vital. Es lógica y justa. Si los hombres pudieran recibir una plenitud de la verdad en pecado, o en rebelión contra Dios, entonces todo el universo estaría en peligro de disolución, y, por supuesto, ya que la verdad es lo que fue, es y será, lo que es falso no puede perdurar ni encontrar la supremacía. Dios es la fuente de la luz y de la verdad. Él es quien aviva la inteligencia de los hombres, y tiene poder para restringir a los hombres en la luz y la verdad. Nunca, mundos sin fin, puede el hombre obtener la plenitud y estar fuera de armonía con Dios. Pero cuando esté en plena armonía será “glorificado en la verdad” hasta que “conozca todas las cosas”. (Historia de la Iglesia y Revelación Moderna, 4 vols. [Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1946-1949], 2: 162.)
Versículo 29: “También el hombre fue en el principio con Dios. La inteligencia, o sea, la luz de verdad, no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser.”
Este versículo revela que el espíritu humano es eterno y preexistente. Enseña que somos coeternos con Dios en cuanto a nuestra esencia espiritual, lo que otorga un profundo significado a nuestra relación con Él y a nuestro potencial eterno. José Smith: “El espíritu del hombre es inmortal, y su inteligencia nunca fue creada ni puede ser destruida” (Teachings of the Prophet Joseph Smith, p. 353).
“También el hombre fue en el principio con Dios”
Este principio enseña que el espíritu del hombre es eterno y existió junto con Dios antes de que fuera creado físicamente. Esta doctrina profundiza nuestra comprensión de la preexistencia, donde las almas humanas convivieron con Dios como seres espirituales. Somos coeternos con Él en cuanto a nuestra esencia espiritual, lo que otorga un profundo significado a nuestra relación con Él y nuestro destino eterno.
Abraham 3:22-23: “Ahora bien, el Señor me había mostrado a mí, Abraham, las inteligencias que fueron organizadas antes de que el mundo fuese; y entre todas estas había muchas de las nobles y grandes.” José Smith: “El espíritu del hombre es inmortal y eterno. No puede haber un principio para ello” (Teachings of the Prophet Joseph Smith, p. 352). Élder Neal A. Maxwell: “Saber que somos coeternos con Dios nos da una perspectiva eterna sobre nuestro propósito y potencial divinos” (Conference Report, abril de 1994).
Esta frase refuerza la doctrina de que nuestra existencia no comenzó al nacer ni terminará con la muerte. Somos seres eternos, con un origen divino y un destino exaltado si seguimos el plan de Dios.
Joseph Fielding Smith: Los Santos de los Últimos Días son el único pueblo en el mundo, hasta donde yo sé, que tiene una doctrina clara y definida con respecto a las preguntas: ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? y ¿A dónde vamos? Creo que somos los únicos en el mundo que creemos en la preexistencia de la familia humana. Hay muchos que creen en la preexistencia de Jesucristo, pero no creen que nosotros, individualmente, hayamos vivido antes de venir a esta vida.
Una de las cosas extrañas para mí es el hecho de que mucha gente cree que hay un espíritu en el hombre y que cuando muere ese espíritu sigue viviendo como algo inmortal, pero que no tenía existencia hasta que el hombre nació en esta vida mortal.
Vivíamos en la presencia de Dios en el espíritu antes de venir aquí. Deseábamos ser como él, lo veíamos, estábamos en su presencia. No hay un alma que no haya visto al Padre y al Hijo, y en el mundo de los espíritus estábamos en su presencia; pero se hizo necesario que obtuviéramos experiencias que no podían obtenerse en ese mundo de los espíritus, y así se nos concedió el privilegio de bajar aquí a esta tierra. (Doctrinas de Salvación, 3 vols., editado por Bruce R. McConkie [Salt Lake City: Bookcraft, 1954-1956], 1: 56.)
Neal A. Maxwell: En 1833 se le dijo a José no sólo que Jesús estaba con Dios premortalmente, sino que «el hombre también estaba en el principio con Dios». La inteligencia, o la luz de la verdad, no fue creada ni hecha, ni puede serlo». (D&C 93:29.)
¡Qué impresionante separación de las cortinas para que el hombre pudiera tener una visión correcta de sí mismo! El silencio de siglos se rompió oficialmente. A medida que la mañana de la Restauración comenzaba a despuntar, las sombras de las falsas doctrinas comenzaron a huir. La visión que el hombre tenía de sí mismo pudo aclararse, sin el obstáculo del «pecado original». Somos responsables ante un Dios justo por nuestros pecados reales e individuales, no por el original de Adán. («A Choice Seer», Ensign, agosto de 1986, 8)
“La inteligencia, o sea, la luz de verdad”
La “inteligencia” es descrita como luz y verdad, conceptos que representan tanto el conocimiento espiritual como la esencia divina que poseemos. Esta inteligencia es lo que nos conecta con Dios y nos permite progresar eternamente. Es un atributo inherente al espíritu humano, que puede desarrollarse a través de la obediencia y la búsqueda de conocimiento.
Doctrina y Convenios 88:40: “La inteligencia se une con la inteligencia; la verdad abraza la verdad.” Élder David A. Bednar: “La inteligencia no es solo la acumulación de conocimiento; es la capacidad de comprender y vivir de acuerdo con la verdad de Dios” (Conference Report, octubre de 2009). Presidente Gordon B. Hinckley: “La luz y la verdad son los medios por los cuales nos acercamos a nuestro Padre Celestial y reflejamos Su gloria” (Conference Report, abril de 1995).
La inteligencia, entendida como luz y verdad, es lo que nos permite comprender el propósito de nuestra existencia y avanzar hacia la perfección divina.
Joseph Fielding Smith: Algunos de nuestros escritores se han esforzado por explicar lo que es una inteligencia, pero hacerlo es inútil, ya que nunca se nos ha dado ninguna idea sobre este asunto más allá de lo que el Señor ha revelado fragmentariamente. Sabemos, sin embargo, que hay algo llamado inteligencia que siempre ha existido. Es la verdadera parte eterna del hombre, que no fue creada ni hecha. Esta inteligencia combinada con el espíritu constituye una identidad o individuo espiritual. (The Progress of Man [Salt Lake City: Genealogical Society of Utah, 1936], p. 11)
Stephen L. Richards: Ahora bien, como la inteligencia es coeterna con Dios y es la gloria misma de Dios, se deduce lógicamente que es la principal investidura del hombre. En efecto, es el hombre, pues es la parte de su constitución que persiste, la que es eterna. Este principio de existencia que conoce, concibe e ilumina, está en la base de todos nuestros poderes y potencialidades. (Informe de la Conferencia, abril de 1938, Reunión de la tarde 20)
“No fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser”
Aquí se enseña que la inteligencia, al igual que el espíritu humano, es eterna y no fue creada. Este principio resalta que nuestra esencia divina no tiene principio ni fin, lo que implica que tenemos un potencial infinito para progresar y llegar a ser como Dios. La eternidad de la inteligencia establece nuestra naturaleza divina y nuestro valor inherente.
Élder Bruce R. McConkie: “Nuestra inteligencia y espíritu existieron en el principio con Dios. Esto nos da una perspectiva sobre nuestra relación eterna con Él” (The Promised Messiah, p. 216). Presidente Lorenzo Snow: “El espíritu del hombre nunca fue creado; es coeterno con Dios. Esta verdad nos da una gran responsabilidad para alcanzar nuestro potencial divino” (Teachings of Lorenzo Snow, p. 3).
La eternidad de la inteligencia nos da una visión eterna de nuestra existencia. No somos creaciones temporales; somos parte del plan eterno de Dios, con el potencial de reflejar Su gloria.
El versículo 29 de Doctrina y Convenios 93 es uno de los pasajes más profundos y esclarecedores sobre la naturaleza eterna del hombre. Este versículo nos enseña que somos coeternos con Dios, que nuestra inteligencia (o luz de verdad) es innata y que nuestra existencia no tiene principio ni fin. Estas verdades nos invitan a reflexionar sobre nuestro propósito divino y nuestro potencial eterno.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “Saber que nuestra inteligencia es eterna y que somos coeternos con Dios nos da una visión clara de nuestro potencial celestial y nos inspira a vivir de acuerdo con las verdades divinas” (Conference Report, abril de 2018).
Este conocimiento debería motivarnos a buscar luz y verdad, crecer espiritualmente y esforzarnos por alcanzar la plenitud que Dios nos ofrece a través de Su plan de salvación. La eternidad de nuestra inteligencia y nuestra relación con Dios nos recuerdan que somos capaces de progresar infinitamente, reflejando la gloria divina en nuestra vida eterna.
Versículo 30: “de otra manera, no hay existencia”
La frase “de otra manera, no hay existencia” nos abre una visión profunda sobre la naturaleza misma de la vida, de la verdad y de la libertad.
El principio aquí revelado es que la existencia real depende de la capacidad de actuar y elegir. Donde no hay libertad para obrar, donde no existe independencia para decidir, la vida pierde su esencia y se convierte en una mera ilusión. El Señor nos recuerda que fuimos creados para actuar, no para ser objetos pasivos, y que nuestra existencia misma se valida en el ejercicio de esa agencia.
Esto significa que la agencia es inseparable de la verdad y de la existencia. Un ser que no pudiera escoger, obedecer o rechazar, simplemente no existiría como individuo con identidad propia. Sería, en el mejor de los casos, un objeto sin propósito. Por eso, la capacidad de actuar por uno mismo es el sello divino que distingue a los hijos de Dios de todas las demás creaciones.
El Señor afirma que “toda verdad es independiente”. Esto quiere decir que la verdad no depende de la opinión humana ni de las circunstancias del mundo; permanece firme y absoluta en la esfera que Dios le asignó. Y como esa verdad es eterna, solo quienes se alinean a ella mediante su libre albedrío participan de la plenitud de la existencia. Aquellos que se apartan de la verdad, en cambio, caminan hacia la disolución de lo que realmente son, porque se desconectan de la fuente misma de la vida.
La frase también nos ayuda a entender por qué la exaltación no puede forzarse. Si Dios eliminara la libertad, eliminaría también la existencia verdadera. Obligar a alguien a vivir Sus leyes sin la posibilidad de elegir sería anularlo como ser independiente. En otras palabras, sin verdad, sin libertad y sin obediencia voluntaria, la existencia carece de significado y realidad.
En un sentido práctico, esto nos enseña que cada decisión que tomamos de seguir a Cristo afirma nuestra existencia eterna. Escoger la verdad es escoger ser, mientras que rechazarla es caminar hacia la nada. Por eso, el evangelio no solo nos salva del pecado, sino que nos preserva en nuestra identidad eterna, asegurando que nuestra existencia tenga propósito, dirección y plenitud.
Joseph Fielding Smith: Es fácil ver en qué triste condición estaría el mundo si el plan de Lucifer hubiera tenido éxito. El caos habría gobernado de manera suprema. Cada alma se habría convertido en una no-entidad; la individualidad habría sido destruida y toda la rectitud, la misericordia, la verdad, habrían pasado para siempre, y esto habría traído la destrucción al universo. Qué ciertas son las palabras del Señor: “Toda verdad es independiente en la esfera en la que Dios la ha colocado, para actuar por sí misma, como toda inteligencia también; de lo contrario no hay existencia” -D. C. 93:30. (El Camino a la Perfección [Salt Lake City: Sociedad Genealógica de Utah, 1949], 179 – 180.)
Versículos 29–32
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En Doctrina y Convenios 93:30–32, el Salvador explica cómo los hombres y mujeres pueden ser coeternos con Dios y aun así ser Sus hijos. El elemento eterno del ser humano es denominado aquí como “inteligencia.” Esta revelación establece dos cosas sobre la naturaleza de la inteligencia. Primero, que no puede ser creada ni hecha (DyC 93:29). Segundo, que la inteligencia es libre de actuar en la esfera en la que Dios la ha colocado; o dicho de manera más sencilla, toda inteligencia posee albedrío (DyC 93:30). Más allá de estas dos verdades, sabemos poco acerca de la inteligencia. Joseph Fielding Smith advirtió sobre los peligros de llevar demasiado lejos nuestro limitado conocimiento en este tema:
“Algunos de nuestros escritores han intentado explicar qué es una inteligencia, pero hacerlo es inútil, porque nunca se nos ha dado ningún conocimiento de este asunto más allá de lo que el Señor ha revelado fragmentariamente. Sabemos, sin embargo, que hay algo llamado inteligencia que siempre existió. Es la parte eterna real del hombre, la cual no fue creada ni hecha. Esta inteligencia, combinada con el espíritu, constituye una identidad espiritual o individual.”
Esta revelación sobre la naturaleza eterna de la inteligencia y el albedrío tiene amplias consecuencias filosóficas. Consideremos, por ejemplo, el problema del mal. Aquellos que cuestionan la existencia de Dios suelen usar la existencia del mal y del sufrimiento en el mundo como evidencia de que no existe un Ser supremo que gobierne el universo. Cuando las personas de fe señalan que los hombres y mujeres tienen albedrío y, a veces, lo usan de manera imprudente produciendo el mal, los críticos pueden responder: “¿Por qué Dios hizo a los hombres y mujeres del tipo de seres que podían hacer cosas malas?”
Doctrina y Convenios 93 presenta la respuesta a esta pregunta sobre la capacidad de los hombres y mujeres de realizar actos de maldad. Hay una parte del ser humano, aquí llamada inteligencia, que Dios no creó. La inteligencia siempre ha existido y siempre ha tenido albedrío. Por lo tanto, los hombres y mujeres son responsables de sus propias decisiones y siempre lo han sido. Esto responde no solo al problema del mal, sino también a la cuestión del libre albedrío y el predeterminismo. Truman G. Madsen, profesor de filosofía, planteó el asunto de esta manera:
“P. Si el hombre es totalmente creación de Dios, ¿cómo puede ser o hacer algo que no haya sido previamente causado divinamente?
R. El hombre no es totalmente creación de Dios. ‘La inteligencia no fue creada ni hecha, ni lo puede ser… he aquí el albedrío del hombre.’”
La parte de nuestra naturaleza que corresponde a la inteligencia y que no fue creada por Dios no disminuye nuestra relación con Él. Dios tomó la inteligencia, le dio un cuerpo espiritual y luego dispuso el plan para la progresión eterna de quienes lo siguen. En este sentido, la relación entre Dios y Sus hijos e hijas se asemeja mucho a la relación entre los padres terrenales y sus hijos. Los padres no aman menos a sus hijos porque sepan que existieron antes de llegar a su hogar. Conocer la naturaleza eterna de cada hijo hace que nuestra conexión con nuestro Padre Celestial sea aún más profunda.
Versículos 29–32
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En Doctrina y Convenios 93:30–32, el Salvador explica cómo los hombres y mujeres pueden ser coeternos con Dios y aun así ser Sus hijos. El elemento eterno del ser humano es denominado aquí como “inteligencia.” Esta revelación establece dos cosas sobre la naturaleza de la inteligencia. Primero, que no puede ser creada ni hecha (DyC 93:29). Segundo, que la inteligencia es libre de actuar en la esfera en la que Dios la ha colocado; o dicho de manera más sencilla, toda inteligencia posee albedrío (DyC 93:30). Más allá de estas dos verdades, sabemos poco acerca de la inteligencia. Joseph Fielding Smith advirtió sobre los peligros de llevar demasiado lejos nuestro limitado conocimiento en este tema:
“Algunos de nuestros escritores han intentado explicar qué es una inteligencia, pero hacerlo es inútil, porque nunca se nos ha dado ningún conocimiento de este asunto más allá de lo que el Señor ha revelado fragmentariamente. Sabemos, sin embargo, que hay algo llamado inteligencia que siempre existió. Es la parte eterna real del hombre, la cual no fue creada ni hecha. Esta inteligencia, combinada con el espíritu, constituye una identidad espiritual o individual.”
Esta revelación sobre la naturaleza eterna de la inteligencia y el albedrío tiene amplias consecuencias filosóficas. Consideremos, por ejemplo, el problema del mal. Aquellos que cuestionan la existencia de Dios suelen usar la existencia del mal y del sufrimiento en el mundo como evidencia de que no existe un Ser supremo que gobierne el universo. Cuando las personas de fe señalan que los hombres y mujeres tienen albedrío y, a veces, lo usan de manera imprudente produciendo el mal, los críticos pueden responder: “¿Por qué Dios hizo a los hombres y mujeres del tipo de seres que podían hacer cosas malas?”
Doctrina y Convenios 93 presenta la respuesta a esta pregunta sobre la capacidad de los hombres y mujeres de realizar actos de maldad. Hay una parte del ser humano, aquí llamada inteligencia, que Dios no creó. La inteligencia siempre ha existido y siempre ha tenido albedrío. Por lo tanto, los hombres y mujeres son responsables de sus propias decisiones y siempre lo han sido. Esto responde no solo al problema del mal, sino también a la cuestión del libre albedrío y el predeterminismo. Truman G. Madsen, profesor de filosofía, planteó el asunto de esta manera:
“P. Si el hombre es totalmente creación de Dios, ¿cómo puede ser o hacer algo que no haya sido previamente causado divinamente?
R. El hombre no es totalmente creación de Dios. ‘La inteligencia no fue creada ni hecha, ni lo puede ser… he aquí el albedrío del hombre.’”
La parte de nuestra naturaleza que corresponde a la inteligencia y que no fue creada por Dios no disminuye nuestra relación con Él. Dios tomó la inteligencia, le dio un cuerpo espiritual y luego dispuso el plan para la progresión eterna de quienes lo siguen. En este sentido, la relación entre Dios y Sus hijos e hijas se asemeja mucho a la relación entre los padres terrenales y sus hijos. Los padres no aman menos a sus hijos porque sepan que existieron antes de llegar a su hogar. Conocer la naturaleza eterna de cada hijo hace que nuestra conexión con nuestro Padre Celestial sea aún más profunda.
Versículos 31: He aquí, esto constituye el del hombre y la condenación del hombre;
Este versículo coloca en el centro de la experiencia mortal una verdad clave: el albedrío. Dios declara que el hecho de estar rodeados de luz y verdad, y la posibilidad de recibirlas o rechazarlas, es lo que constituye tanto la grandeza como la condenación del ser humano.
El albedrío no es meramente la capacidad de escoger entre opciones triviales, sino la facultad divina que nos da la oportunidad de decidir entre aceptar la luz de Cristo o resistirla. En otras palabras, el albedrío nos hace responsables de nuestro progreso espiritual. La gloria eterna está al alcance de todos, pero se obtiene únicamente si elegimos caminar hacia la luz.
El pasaje añade que esa misma facultad también puede convertirse en la condenación del hombre. No porque el albedrío sea malo, sino porque el rechazo consciente de la luz trae tinieblas. Así, cada persona queda definida por cómo usa esa facultad sagrada: o la emplea para acercarse a Dios y recibir plenitud, o la malgasta en decisiones que lo alejan de Él.
Aquí se manifiesta un equilibrio perfecto entre justicia y misericordia. Nadie puede culpar a Dios de su destino eterno, pues todos tienen acceso a la luz de Cristo, “la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo” (Juan 1:9; D. y C. 93:2). La condenación, por tanto, no es un castigo arbitrario impuesto desde afuera, sino el resultado natural de haber preferido la oscuridad a la luz.
Este principio también resalta la dignidad del ser humano: somos libres, pero también responsables. El albedrío nos eleva porque nos permite llegar a ser semejantes a Dios al escoger voluntariamente lo bueno. Sin embargo, esa misma libertad nos juzga si decidimos endurecer el corazón.
En lo práctico, esta enseñanza nos recuerda que cada decisión —pequeña o grande— es una expresión de nuestro albedrío, y cada una nos acerca más a la plenitud o a la condenación. No se trata de un solo gran acto, sino de una suma constante de elecciones diarias que reflejan nuestro deseo de vivir en la luz de Cristo.
En conclusión, este versículo enseña que el albedrío es un don divino que encierra en sí mismo tanto la posibilidad de exaltación como de condenación. El destino eterno de cada alma se forja en cómo decide responder a la luz y la verdad que Dios ya ha puesto a su alcance.
David O. McKay: Junto al otorgamiento de la vida misma, el derecho a dirigir esa vida es el mayor don de Dios al hombre. Entre las obligaciones y los deberes inmediatos que recaen sobre los miembros de la Iglesia, y uno de los más urgentes y apremiantes para la atención y la acción de todas las personas amantes de la libertad, está la preservación de la libertad individual. La libertad de elección es más valiosa que cualquier posesión que la tierra pueda dar. Es inherente al espíritu del hombre. Es un don divino para todo ser normal. (Ideales del Evangelio: Selecciones de los discursos de David O. McKay [Salt Lake City: Improvement Era, 1953], 299)
Wilford Woodruff: Deseo decir que Dios ha dado a todos sus hijos de esta dispensación, como dio a todos sus hijos de dispensaciones anteriores, el albedrío individual. Este albedrío ha sido siempre la herencia del hombre bajo el dominio y gobierno de Dios. Lo poseía en el cielo de los cielos antes de que existiera el mundo, y el Señor lo mantuvo y defendió allí contra la agresión de Lucifer y de los que tomaron partido por él, hasta el derrocamiento de Lucifer y de un tercio de las huestes celestiales. En virtud de este organismo, tú y yo y toda la humanidad somos seres responsables, responsables del curso que seguimos, de la vida que llevamos, de los actos que realizamos en el cuerpo. (The Discourses of Wilford Woodruff, editado por G. Homer Durham [Salt Lake City: Bookcraft, 1969], 8)
P.D: Nótese que las escrituras nunca, absolutamente nunca, usan el término «albedrío libre». El término «albedrío moral» (D&C 101:78) puede ser usado pero nunca «albedrío libre». La primera razón es que el albedrío no era libre; tenía un precio: costaba las almas de un tercio de la hueste del cielo. En segundo lugar, el hombre no es libre en cuanto utiliza su albedrío de forma imprudente. Todo pecado tiene un efecto constrictivo, vinculante y aprisionante sobre el alma. Dado que todos los hombres que tienen albedrío cometerán en algún momento un pecado, todos los agentes independientes acabarán cayendo en la condenación y, por tanto, necesitarán un Salvador. En tercer lugar, el término libre albedrío es la combinación desafortunada y redundante del término filosófico, libre albedrío, y el concepto bíblico de albedrío moral. En el pasado, las Autoridades Generales utilizaban con frecuencia el término, pero hoy en día rara vez se utiliza.
Versículos 33: “espíritu y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo.”
Este versículo revela una de las verdades más sublimes sobre la naturaleza eterna del ser humano: el verdadero gozo solo se alcanza cuando el espíritu y el cuerpo —llamado aquí “elemento”— están unidos de manera inseparable.
En la mortalidad, esa unión ya existe, pero es temporal y frágil, sujeta a enfermedad, debilidad y finalmente a la muerte. Con la separación en la tumba, el espíritu se desprende del cuerpo, y aunque sigue existiendo y progresando, no puede disfrutar de la plenitud de gozo prometida. Esa plenitud se reserva para la resurrección, cuando el cuerpo y el espíritu se unan otra vez, pero esta vez de forma incorruptible, glorificada y eterna.
Doctrina y Convenios 93 ilumina así una doctrina central: el cuerpo no es un obstáculo para la vida espiritual, sino parte esencial de nuestro destino eterno. Lejos de ser una prisión, el cuerpo es un compañero eterno del espíritu, y juntos forman la identidad completa del alma. Por eso, la resurrección no es un detalle accesorio del plan de salvación, sino la culminación del albedrío de Dios para Sus hijos.
La expresión “plenitud de gozo” enseña que hay grados de felicidad posibles en el estado espiritual, pero la verdadera y completa alegría se logra solo cuando el espíritu y el cuerpo resucitado participan en la gloria de Dios. Cristo mismo es el modelo: al resucitar, se convirtió en el Ser perfecto y glorificado, mostrando que solo con esa unión eterna se alcanza la plenitud de Su gloria.
Este principio también tiene implicaciones prácticas y sagradas para nuestra vida presente. Al comprender que el cuerpo es parte eterna de nuestra identidad, aprendemos a valorarlo, cuidarlo y santificarlo. La pureza moral, la obediencia a la Palabra de Sabiduría, el respeto por la vida y la dignidad del cuerpo humano no son mandamientos arbitrarios, sino preparación para recibir ese estado eterno de gozo.
Finalmente, este versículo eleva la visión de lo que significa ser exaltado. No se trata simplemente de existir eternamente como espíritus en la presencia de Dios, sino de vivir con la gloria de un ser completo: espíritu y cuerpo, inseparables, llenos de luz, capaces de una felicidad que ahora apenas podemos imaginar.
Charles W. Penrose: El Señor, por medio del profeta José Smith, dijo que el espíritu y el cuerpo del hombre deben estar inseparablemente conectados antes de que se pueda obtener una plenitud de gozo. El hombre debe ser levantado en un cuerpo inmortal que no puede ser agarrado por la mano de la muerte. El espíritu incorpóreo o desencarnado no puede recibir las alegrías que vienen a través de los elementos más groseros. El espíritu ministra al espíritu, las cosas espirituales tienen afinidad con lo que es espiritual. Hay placeres que sólo pueden pasar por el medio de un cuerpo material, y de ahí la necesidad de la resurrección. Un ser perfecto es un espíritu inmortal que mora en un cuerpo inmortal, y por afinidad con todas las cosas, y el cielo la llave de las alturas y profundidades y anchuras del universo, es capaz de extraer de toda fuente el gozo y la dicha y los placeres y las glorias, que son la herencia de los celestiales que están llenos de la plenitud del Dios eterno. (Diario de Discursos, 21:231)
Alexander B. Morrison: Poseer un cuerpo mortal es un paso esencial para recibir la plenitud del gozo. Lehi dijo: “Adán cayó para que el hombre existiera; y existen los hombres, para que puedan tener gozo» (2 Ne. 2:25). El Señor declaró al profeta José Smith: “Los elementos son eternos, y el espíritu y el elemento, inseparablemente conectados, reciben una plenitud de gozo; y cuando están separados, el hombre no puede recibir una plenitud de gozo” (D. y C. 93:33-34). En otras palabras, el espíritu y el elemento juntos, el cuerpo y el espíritu unidos, son esenciales para el gozo del hombre. Sólo en esta unidad inmortal como seres resucitados podemos experimentar una plenitud de gozo y alcanzar la razón misma de nuestro ser. (“La vida: el don que se le da a cada uno”, Liahona, diciembre de 1998, pág. 16)
Marion G. Romney: Cuando llega la muerte, como a todos los hombres, el cuerpo vuelve a la tierra y el espíritu regresa al mundo espiritual.
Separado de su cuerpo por la muerte, el espíritu se encuentra en una situación precaria, que el profeta Jacob describe así
Si la carne no se levanta más, nuestros espíritus deben quedar sujetos a ese ángel que cayó de la presencia del Dios Eterno, y se convirtió en el diablo, para no levantarse más.
Y nuestros espíritus deben llegar a ser semejantes a él, y nos convertimos en diablos, ángeles para un diablo, para ser excluidos de la presencia de nuestro Dios, y permanecer con el padre de la mentira, en la miseria, como él mismo. (2 Ne. 9:8-9.)
La redención de la muerte -es decir, la resurrección- es, pues, imperativa para la felicidad futura del hombre.
El espíritu y el elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo;
Y cuando están separados, el hombre no puede recibir una plenitud de gozo. (D&C 93:33-34.)
Ahora bien, Dios, siendo omnisciente, previó este predicamento. Sabía que la muerte pasaría a todos los hombres por el hecho de que Adán participara del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. También sabía que sería injusto que los hombres sufrieran para siempre a causa de la muerte, de la que no eran responsables. Por ello, dispuso la redención del alma mediante la muerte y resurrección de Cristo.
Sobre este punto, dijo en una revelación moderna
En verdad os digo que por medio de la redención que se ha hecho por vosotros se lleva a cabo la resurrección de los muertos.
Y el espíritu y el cuerpo son el alma del hombre.
Y la resurrección de los muertos es la redención del alma.
Y la redención del alma es por medio de aquel que vivifica todas las cosas (D&C 88:14-17),
es decir, por medio de Cristo. (“Pensamientos de Pascua”, Liahona, mayo de 1975, 82)
Versículos 36: “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.”
Este versículo abre una ventana extraordinaria a la naturaleza de Dios y al propósito de nuestra existencia. Mientras que muchas tradiciones religiosas describen la gloria de Dios en términos de poder, majestad o dominio, aquí el Señor la define en algo mucho más profundo: inteligencia, luz y verdad.
Esto significa que la gloria de Dios no es simplemente una manifestación externa de esplendor, sino Su esencia misma: conocimiento perfecto, sabiduría infinita y la posesión plena de toda verdad. La gloria divina no radica solo en Su capacidad de crear mundos o gobernar el universo, sino en Su perfecta comprensión de todas las cosas y en Su armonía absoluta con la verdad eterna.
Para nosotros, Sus hijos, esta declaración enseña que participar de Su gloria consiste en recibir inteligencia, es decir, llenarnos de luz y verdad hasta llegar a ser semejantes a Él. No se trata de acumular únicamente conocimiento académico, sino de recibir luz espiritual, entendimiento divino y revelación que nos acerquen al carácter y naturaleza de Dios. Cada vez que adquirimos verdad y la vivimos, aumentamos en inteligencia y, por lo tanto, en gloria.
Este principio también nos ayuda a entender que la exaltación no es un estado pasivo al que se llega por decreto, sino un proceso activo de crecimiento en luz. Así como Jesucristo mismo “continuó de gracia en gracia” (D. y C. 93:13), nosotros también debemos continuar “de inteligencia en inteligencia”, de manera que nuestro ser se llene cada vez más de la gloria de Dios.
De forma práctica, este versículo nos invita a cultivar todo lo que eleva la mente y ennoblece el espíritu: el estudio de las Escrituras, la búsqueda sincera de la revelación personal, el aprendizaje secular que amplía nuestro entendimiento, y sobre todo, la obediencia a la verdad recibida. Pues la inteligencia no se mide solo por lo que sabemos, sino por lo que aplicamos.
Finalmente, este pasaje nos recuerda que el pecado, la ignorancia y el rechazo de la verdad son, en esencia, pérdidas de luz, y por ende, pérdidas de gloria. La gloria de Dios crece en nosotros en la medida en que vivimos en conformidad con Su verdad. Así, llegar a ser como Él significa llegar a ser seres de pura luz, llenos de verdad, irradiando la misma inteligencia divina que constituye Su gloria eterna.
Gordon B. Hinckley: Para mí, el Evangelio no es una gran masa de jerga teológica. Es algo simple, hermoso y lógico, con una verdad tranquila que sigue a otra en una secuencia ordenada. No me preocupo por los misterios. No me preocupa si las puertas del cielo se abren o se cierran. Sólo me preocupa que se abran. No me preocupa que el profeta José Smith diera varias versiones de la primera visión, como tampoco me preocupa que haya cuatro escritores diferentes de los evangelios en el Nuevo Testamento, cada uno con sus propias percepciones, cada uno relatando los acontecimientos para cumplir con su propio propósito de escribir en ese momento.
Me preocupa más el hecho de que Dios haya revelado en esta dispensación un plan grande, maravilloso y hermoso que motiva a los hombres y mujeres a amar a su Creador y a su Redentor, a apreciarse y servirse unos a otros, a caminar con fe por el camino que lleva a la inmortalidad y a la vida eterna.
Estoy agradecido por la maravillosa declaración de que “la gloria de Dios es inteligencia, o, en otras palabras, luz y verdad”. (D. y C. 93:36.) Estoy agradecido por el mandato que se nos ha dado de «buscar en los mejores libros palabras de sabiduría” y de adquirir el conocimiento “mediante el estudio y también mediante la fe”. (D. y C. 88:118.) («Dios no nos ha dado el espíritu de temor”, Liahona, octubre de 1984, 5)
Gordon B. Hinckley: A nosotros, los de esta Iglesia, se nos ha dado una maravillosa promesa del Señor. Dijo Él: “Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz, y permanece en Dios, recibe más luz; y esa luz se hace más y más brillante hasta el día perfecto” (D. y C. 50:24).
Qué declaración tan extraordinaria es ésta. Es uno de mis versículos favoritos de las Escrituras. Habla del crecimiento, del desarrollo, de la marcha que conduce a la divinidad. Va de la mano de estas grandes declaraciones: “La gloria de Dios es la inteligencia, o, en otras palabras, la luz y la verdad” (D. y C. 93:36); “Si una persona adquiere más conocimiento e inteligencia en esta vida por medio de su diligencia y obediencia que otra, tendrá mucha ventaja en el mundo venidero» (D. y C. 130:19); y, “Cualquier principio de inteligencia que alcancemos en esta vida, se levantará con nosotros en la resurrección» (D. y C. 130:18).
Qué profundo desafío se encuentra en estas maravillosas declaraciones. Debemos seguir creciendo. Debemos aprender continuamente. Es un mandato divino que sigamos aumentando nuestro conocimiento. (“Una conversación con adultos solteros”, Liahona, marzo de 1997, pág. 62)
Gordon B. Hinckley: La mente del hombre es la creación suprema de Dios, a cuya imagen expresa fue hecho el hombre. El desarrollo de la mente es una responsabilidad que acompaña al cultivo del espíritu, tal como se establece en los principios revelados del Evangelio restaurado de Jesucristo. (“Venid y participad”, Liahona, mayo de 1986, pág. 48)
Russell M. Nelson: Nuestra inteligencia personal es eterna y divina. Creo que Thomas Jefferson sintió esa dignidad del espíritu humano cuando escribió: “He jurado sobre el altar de Dios, hostilidad eterna contra toda forma de tiranía sobre la mente del hombre”.
Debido a nuestra sagrada consideración por cada intelecto humano, consideramos que la obtención de una educación es una responsabilidad religiosa. Sin embargo, las oportunidades y las capacidades difieren. Creo que en la búsqueda de la educación, el deseo individual es más influyente que la institución, y la fe personal más contundente que la facultad. (“¿Dónde está la sabiduría?” Ensign, Nov. 1992, 6)
Doctrina y Convenios 93:36–37
La gloria de Dios es inteligencia, o, en otras palabras, luz y verdad. La luz y la verdad abandonan a aquel que es malo.
La inteligencia es luz y verdad, no simplemente conocimiento o información. Satanás sabe muchas cosas: que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que Dios tiene un profeta viviente sobre la tierra. Pero ese conocimiento no le sirve de nada. No posee inteligencia (luz y verdad), o de lo contrario se humillaría y obedecería los principios del evangelio.
Todo el conocimiento del mundo no nos servirá de nada si no nos lleva a la comunión con el Infinito. “El ser instruido es bueno si hacen caso a los consejos de Dios” (2 Nefi 9:29). No basta con conocer la verdad: debemos vivir la verdad.
Vivir en la verdad significa vivir en la luz del Señor y de Su evangelio. Vivir en la verdad significa ser humildes y enseñables, estar dispuestos a obedecer al Señor y buscar hacer Su voluntad. Satanás solo desea destruir nuestras almas—apartarnos de la luz y la verdad, y dejarnos en oscuridad espiritual. La inteligencia es la luz y la verdad que conducen a la salvación.
En este poderoso pasaje, el Señor revela una definición divina y profunda: la gloria de Dios es inteligencia, y esta no se limita al conocimiento académico o a la acumulación de datos. La verdadera inteligencia es luz y verdad —el tipo de conocimiento que ilumina el alma, purifica el corazón y guía al ser humano hacia Dios y la salvación.
El contraste entre conocer y obedecer es central aquí. Satanás, aunque tiene conocimiento, carece de inteligencia divina, porque ha rechazado la luz y la verdad, y no se somete a la voluntad de Dios. Por eso vive en oscuridad espiritual.
Esta doctrina enfatiza que la inteligencia que salva es inseparable de la rectitud. No es posible ser verdaderamente inteligentes sin ser obedientes. Aquellos que eligen la humildad, la fe, la rectitud y el discipulado están adquiriendo la inteligencia que llena de gloria a Dios y que también conduce a la gloria eterna del ser humano.
El versículo también enseña un principio espiritual fundamental: la luz y la verdad abandonan al malvado. Es decir, no podemos vivir en el pecado y retener al mismo tiempo el Espíritu, el discernimiento o el entendimiento divino. Es en la obediencia donde la inteligencia florece y se convierte en parte de nuestro ser eterno.
La verdadera inteligencia es luz y verdad vividas, no simplemente sabidas. Este principio nos enseña que la exaltación no se logra por saber más que otros, sino por ser más como Cristo. Cada decisión que tomamos con humildad y fe nos llena de luz; cada obediencia a la voluntad de Dios nos acerca más a Su gloria.
Vivir la verdad conlleva esfuerzo, humildad, y disposición para ser guiados por el Espíritu. Pero ese camino es el que nos lleva a la comunión con Dios y a la salvación eterna.
La gloria de Dios es inteligencia; nuestra gloria será llegar a poseerla plenamente viviendo en Su luz, en Su verdad y en Su amor.
Versículo 36: “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.”
La revelación define la gloria de Dios en términos de luz y verdad, destacando que el conocimiento y la comprensión espiritual son esenciales para alcanzar la plenitud divina. Este versículo subraya que el progreso eterno está intrínsecamente vinculado con la adquisición de inteligencia divina. Doctrina y Convenios 88:40: “La inteligencia se une con la inteligencia; la verdad abraza la verdad.” Élder David A. Bednar: “El conocimiento espiritual amplía nuestra capacidad para servir a Dios y a Sus hijos” (Conference Report, octubre de 2007).
“La gloria de Dios es la inteligencia”
La “inteligencia” aquí no se refiere solo al conocimiento académico, sino a la capacidad divina de comprender y aplicar la luz y la verdad de manera perfecta. La inteligencia es un atributo esencial de la gloria de Dios, quien es omnisciente y todo lo sabe. Esto sugiere que nuestra búsqueda de inteligencia y conocimiento es parte de nuestro proceso para acercarnos a Dios y reflejar Su gloria.
José Smith: “La inteligencia es la luz de la verdad, y quien adquiera más de ella está más cerca de Dios” (Teachings of the Prophet Joseph Smith, p. 297). Élder David A. Bednar: “La inteligencia espiritual nos permite discernir las cosas como realmente son y como serán” (Conference Report, abril de 2011).
Este principio nos invita a entender que el crecimiento espiritual está ligado al desarrollo de nuestra inteligencia divina. Cuanto más buscamos conocimiento, especialmente conocimiento espiritual, más nos asemejamos a Dios.
“O en otras palabras, luz y verdad”
La luz y la verdad son componentes esenciales de la inteligencia divina. La “luz” simboliza la guía del Espíritu Santo, el conocimiento y la comprensión espiritual; mientras que la “verdad” representa la realidad eterna de las cosas tal como son. Este versículo conecta la adquisición de luz y verdad con el propósito eterno de nuestra existencia: progresar y recibir la gloria de Dios.
Doctrina y Convenios 84:45: “La palabra de verdad es luz, y todo lo que es luz es espíritu, sí, el Espíritu de Jesucristo.” Presidente Gordon B. Hinckley: “La luz y la verdad son el antídoto contra la oscuridad espiritual. A medida que buscamos estas cualidades, nos acercamos más a Dios” (Conference Report, abril de 1998). Élder Neal A. Maxwell: “Buscar luz y verdad es un mandato divino. Estas son las herramientas que nos habilitan para progresar eternamente” (Conference Report, octubre de 1991).
La frase recalca que para alcanzar la gloria divina debemos cultivar luz (conocimiento espiritual) y verdad (principios eternos). Este proceso no solo transforma nuestra comprensión, sino también nuestro carácter, acercándonos más a la naturaleza divina de Dios.
Este versículo destaca tres principios clave: La búsqueda de inteligencia, luz y verdad es el medio para alcanzar la gloria de Dios y cumplir nuestro potencial divino. La inteligencia, entendida como la adquisición de luz y verdad, no solo es un atributo de Dios, sino también el camino por el cual los hijos de Dios pueden progresar eternamente. El conocimiento espiritual no es solo una meta intelectual, sino una transformación espiritual que nos prepara para heredar la gloria de Dios.
El presidente Russell M. Nelson explicó: “La luz y la verdad no son solo atributos divinos, sino regalos que podemos adquirir al buscar diligentemente conocimiento espiritual y obedecer los mandamientos” (Conference Report, octubre de 2020).
En resumen, este versículo nos invita a buscar inteligencia, luz y verdad con un propósito eterno. Nuestra capacidad de acercarnos a Dios y reflejar Su gloria está directamente relacionada con nuestra disposición para aprender, obedecer y progresar en el camino del evangelio.
Versículos 36–37
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
En las revelaciones dadas a José Smith, términos como inteligencia, luz, verdad, espíritu y gloria suelen usarse de manera intercambiable. La frase “la gloria de Dios es la inteligencia” se utiliza con frecuencia para resaltar la importancia del aprendizaje. Aunque la educación es importante en esta vida, algunos tipos de conocimiento son más útiles que otros. John A. Widtsoe sugirió que el significado del evangelio de inteligencia es más profundo que la simple adquisición de hechos. Él enseñó:
“El hombre inteligente es aquel que busca el conocimiento y lo usa de acuerdo con el plan del Señor para el bien humano… Cuando los hombres siguen la luz, su conocimiento siempre será bien usado. La inteligencia, entonces, se convierte en otro nombre para la sabiduría. En el lenguaje de las matemáticas podríamos decir que conocimiento, más el uso adecuado del conocimiento, es igual a inteligencia, o sabiduría. En este sentido la inteligencia se convierte en la meta de la vida exitosa.”
Versículos 38: “Todos los espíritus de los hombres fueron inocentes en el principio.”
Esta declaración del Señor revela un principio fundamental sobre nuestra identidad eterna y nuestro origen divino. Antes de venir a la tierra, todos los espíritus fueron inocentes; es decir, sin mancha de pecado, puros y limpios ante la presencia de Dios. Esto significa que la maldad, la culpa y la corrupción no forman parte de nuestra naturaleza eterna, sino que son condiciones adquiridas en el trayecto mortal.
La palabra “principio” aquí apunta a nuestra existencia premortal. Cada uno de nosotros vivió en la presencia de Dios como Su hijo o hija espiritual, gozando de luz y verdad. Éramos inocentes porque aún no habíamos entrado en la experiencia de la mortalidad, donde el albedrío se pone a prueba en un ambiente de oposición, tentación y oscuridad parcial.
Este pasaje refuta la antigua idea de que el hombre nace con “culpa original” por el pecado de Adán. El evangelio restaurado enseña lo contrario: nacemos inocentes, con un espíritu limpio y con la capacidad de escoger el bien. Lo que se hereda de la Caída no es culpa, sino condiciones mortales: debilidad, dolor, sufrimiento y la inclinación a ser tentados. Pero la inocencia espiritual es un don de nacimiento, una confirmación de que todos somos criaturas puras al comenzar nuestro viaje mortal.
Al mismo tiempo, esta verdad resalta la responsabilidad del albedrío. Si todos comenzamos inocentes, significa que lo que somos ahora y lo que llegamos a ser depende de las decisiones que tomamos. El pecado no es parte inevitable de la naturaleza eterna del hombre, sino una elección que oscurece la luz que originalmente poseíamos.
Este principio también ilumina la doctrina de la Expiación de Jesucristo. El Señor vino al mundo para que esa inocencia inicial no se perdiera para siempre. Aunque el pecado puede ensuciar al espíritu, Cristo ofrece el poder de purificación y redención que nos permite volver a ese estado de inocencia, ahora con mayor madurez, conocimiento y gloria, porque hemos vencido por medio del albedrío.
De manera práctica, esta doctrina nos enseña a mirar a cada ser humano —y en especial a los niños— con reverencia. Los niños son el ejemplo viviente de esa inocencia original; por eso el Señor dijo que “de los tales es el reino de Dios” (Mateo 19:14). Recordar que todos fuimos inocentes en el principio nos motiva a tratar a los demás con respeto y esperanza, pues todos tienen la capacidad de volver a la luz de esa pureza por medio de Cristo.
En conclusión, esta frase reafirma nuestra identidad divina y pura en los orígenes, nos recuerda que el pecado no define lo que somos en esencia, y nos señala a Cristo como el medio por el cual podemos recuperar y perfeccionar aquella inocencia eterna con la que comenzamos nuestro viaje hacia la gloria de Dios.
Boyd K. Packer: Las doctrinas [falsas] tergiversan la condición de los niños pequeños… [Una] sostiene que los niños pequeños son concebidos en pecado y entran en la mortalidad en un estado de corrupción natural. Esa doctrina es falsa.
Cada vez que nace un niño, el mundo se renueva en inocencia.
Las revelaciones nos enseñan que “la gloria de Dios es la inteligencia, o, en otras palabras, la luz y la verdad. La luz y la verdad abandonan al malvado. Todo espíritu del hombre era inocente en el principio; y habiendo redimido Dios al hombre de la caída, los hombres volvieron a ser, en su estado infantil, inocentes ante Dios. (“Niños pequeños”, Liahona, noviembre de 1986, 17)
Joseph Fielding Smith: Todo espíritu era inocente en el principio. Cuando Lucifer se rebeló a causa de su albedrío, persuadió a otros a seguirlo, entonces su inocencia llegó a su fin, pues estaban en rebelión ante Dios y tuvieron que ser expulsados. Parece muy razonable que otros no fueran valientes en ese estado pre-mortal, y pueden haber conducido a las gradaciones sobre la tierra. Sin embargo, el Señor declara que todo espíritu que viene a este mundo es inocente. Es decir, en lo que respecta a esta vida, el espíritu que viene aquí es inocente. Esto es una corrección de la falsa doctrina que prevalece en algunas organizaciones religiosas, de que los niños nacen con la mancha del “pecado original” sobre ellos. Tal falsa doctrina niega las misericordias de Jesucristo y declara la ignorancia de la expiación de nuestro Señor. (Church History and Modern Revelation, 4 vols. [Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1946-1949], 2: 163.)
Bruce R. McConkie ¿Qué es el pecado original? Es la falsa doctrina de que el pecado de Adán recae sobre todos los hombres y que, por lo tanto, todos los hombres -incluidos los niños- deben ser bautizados para salvarse. Sin embargo, es un principio fundamental de la verdadera religión “que los hombres serán castigados por sus propios pecados, y no por la transgresión de Adán”. (A de F 1:2)
¿Están los niños contaminados por el pecado original? Absolutamente no. No existe el pecado original tal y como se define en los credos de la cristiandad. Tal concepto niega la eficacia de la expiación. Nuestra revelación dice: “Todo espíritu del hombre era inocente en el principio” -lo que significa que los espíritus comenzaron en un estado de pureza e inocencia en la preexistencia- “y habiendo redimido Dios al hombre de la caída, los hombres volvieron a ser, en su estado infantil, inocentes ante Dios” (D. y C. 93:38) -lo que significa que todos los niños comienzan su probación mortal en pureza e inocencia debido a la expiación. Nuestras revelaciones también dicen: “El Hijo de Dios ha expiado la culpa original, por lo que los pecados de los padres no pueden ser respondidos sobre la cabeza de los hijos, ya que están enteros desde la fundación del mundo”. (Moisés 6:54.) (“La salvación de los niños pequeños», Ensign, abril de 1977, 4)
Versículos 38–40
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Estos versículos responden una pregunta filosófica más: ¿son los hombres y las mujeres buenos o malos por naturaleza? La revelación declara que todas las personas son inocentes en el momento de su nacimiento y no tienen una predisposición hacia el mal. Las decisiones que toman las personas son las que las llevan a convertirse en buenas o malas, pero cada persona comienza la vida con un nuevo inicio. Cualesquiera que sean los pecados o transgresiones que las personas hayan cometido en la vida premortal, tienen un nuevo comienzo con una vida llena de nuevas posibilidades cuando vienen a la tierra.
El Señor reconoce que algunos nacen en mejores entornos y otros en peores. Las tradiciones de sus padres a veces pueden nublar el sentido de moralidad dado a los individuos a través de la luz de Cristo. Sin embargo, la condición predeterminada de la mortalidad es la inocencia. Los hombres y las mujeres no son inherentemente malos, sino que a veces son llevados a tomar malas decisiones por el inicuo, y esas decisiones pueden posteriormente causarles perder la luz y la verdad que son su derecho de nacimiento.
Truman G. Madsen lo expresa de esta manera:
“P. ¿Cómo puede el hombre ser una creación divina y, sin embargo, estar ‘totalmente depravado’?
R. El hombre no está totalmente depravado. ‘Todo espíritu del hombre era inocente en el principio; y Dios, habiéndolos redimido de la caída, los hombres se hicieron de nuevo, en su estado infantil, inocentes delante de Dios.’”
Esta verdad no niega la presencia de un mal genuino en el mundo, pero afirma que el mal es antinatural. El mal surge cuando el albedrío de una persona se distorsiona para obrar contra el bien mayor y la voluntad de Dios.
Versículo 40: “Pero yo os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad.”
Este versículo subraya la importancia del hogar como el lugar principal para la enseñanza del evangelio. Criar a los hijos en luz y verdad implica enseñarles principios del evangelio, cultivar la fe en Cristo y prepararlos para su progreso eterno. Presidente Gordon B. Hinckley: “Ningún éxito en la vida puede compensar el fracaso en el hogar” (Conference Report, octubre de 1994).
F“Pero yo os he mandado”
El uso de la palabra mandado enfatiza que la instrucción de enseñar y criar a los hijos en luz y verdad no es una sugerencia, sino un mandamiento divino. Esto resalta la importancia que Dios da a la enseñanza en el hogar como un aspecto fundamental de Su plan de salvación. Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos en los principios del evangelio.
Élder Robert D. Hales: “El Señor no delega la enseñanza de Sus hijos a nadie más; Él confía en los padres para que guíen a Sus hijos en luz y verdad” (Conference Report, octubre de 1996). Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”
Este mandamiento recuerda a los padres su rol como los primeros maestros de sus hijos, encargados de guiarlos en el camino del Señor con intención y diligencia.
“Criar a vuestros hijos”
Criar implica mucho más que proveer necesidades físicas; incluye nutrir a los hijos espiritual, emocional e intelectualmente. Este mandato subraya que la enseñanza de los principios del evangelio en el hogar es parte esencial de la crianza. Además, criar a los hijos en el evangelio ayuda a fortalecerlos contra las influencias negativas del mundo.
Presidente Gordon B. Hinckley: “Nuestros hijos necesitan ser nutridos con la palabra de Dios desde el hogar. Ese es su refugio, su fortaleza” (Teachings of Gordon B. Hinckley, p. 206). Mosíah 4:15: “Enseñadles a andar por los caminos de la verdad y la seriedad.”
La crianza según los principios del evangelio no solo protege a los hijos del mal, sino que también les brinda las herramientas espirituales necesarias para progresar en su vida terrenal y eterna.
“En la luz y la verdad”
Luz y verdad representan el conocimiento y los principios del evangelio que provienen de Dios. Criar a los hijos en luz y verdad significa enseñarles a reconocer a Cristo como la fuente de toda verdad y a vivir de acuerdo con Sus enseñanzas. También implica ayudarles a buscar el Espíritu Santo como guía constante en sus vidas.
Élder David A. Bednar: “La luz y la verdad no solo iluminan nuestras mentes, sino que también protegen nuestros hogares de la oscuridad espiritual” (Conference Report, abril de 2014). Juan 8:12: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.”
Criar a los hijos en luz y verdad implica enseñarles a vivir en armonía con los principios del evangelio y a buscar siempre la guía del Espíritu Santo en sus decisiones y acciones.
El versículo 40 de Doctrina y Convenios 93 destaca la responsabilidad sagrada de los padres de enseñar a sus hijos el evangelio y guiarlos hacia Cristo. Este mandato no solo garantiza que los hijos crezcan en un entorno espiritual fuerte, sino que también ayuda a los padres a cumplir con su papel divino en el plan de salvación.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El hogar es el primer lugar donde la fe se planta y crece. Ningún esfuerzo es más importante que criar a nuestros hijos en luz y verdad” (Conference Report, abril de 2019).
Este versículo nos recuerda que la enseñanza en el hogar es una obra divina. Al criar a los hijos en luz y verdad, los padres fortalecen sus hogares, edifican a la próxima generación y contribuyen al establecimiento del reino de Dios en la tierra. La enseñanza de los principios eternos comienza en el hogar y tiene repercusiones eternas.
Versículos 41–53
Casey Paul Griffiths (Erudito SUD)
Los últimos versículos de la revelación pueden parecer una desviación de las profundas declaraciones doctrinales de la misma, pero en realidad están vinculados temáticamente. Las verdades enseñadas en esta sección instruyen a los santos sobre la naturaleza sagrada de todas las personas. En esta última parte de la revelación, se reprende a los miembros de la Primera Presidencia y al obispo Whitney por no enfocarse en sus familias. Como enseñaría un profeta posterior de la Iglesia: “Ningún otro éxito puede compensar el fracaso en el hogar.” En la medida de la eternidad, el papel que desempeñamos en nuestros hogares es más significativo que los llamamientos que tengamos en la Iglesia, incluso el llamamiento de ser profeta.
De entre todos los grandiosos papeles y poderes de Dios que se discuten en las revelaciones, el más significativo que Él posee es nutrir y ayudar a Sus hijos en su camino hacia la vida eterna. La paternidad es un elemento inseparable de cómo los Santos de los Últimos Días conciben, piensan y conceptualizan la naturaleza de Dios. El presidente Dallin H. Oaks enseñó:
“Nuestra teología comienza con padres celestiales. Nuestra aspiración más elevada es llegar a ser como ellos. Bajo el misericordioso plan del Padre, todo esto es posible mediante la expiación del Unigénito del Padre, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Como padres terrenales participamos en el plan del evangelio al proveer cuerpos mortales para los hijos espirituales de Dios. La plenitud de la salvación eterna es un asunto familiar.”
Aunque no todos serán padres en esta vida, el nutrir y ayudar a otras personas a ser mejores nos ayuda significativamente a comprender a Dios y llegar a ser como Él. Estamos aprendiendo la naturaleza de la divinidad cuando actuamos como padres, madres, maestros o mentores de otra persona.
Doctrina y Convenios 93:47–48
De cierto te digo a ti, José Smith hijo: No has guardado los mandamientos y es necesario que seas reprendido ante el Señor; tu familia también debe arrepentirse y abandonar algunas cosas, y prestar más atención a tus palabras, o serán removidos de su lugar.
El presidente Boyd K. Packer explicó que la única vez que el Señor utilizó la palabra reprensión para amonestar a José Smith fue cuando él no enseñó a sus hijos (Liahona, noviembre de 1998, pág. 22). Aun con todas sus grandes responsabilidades como cabeza de la dispensación de la plenitud de los tiempos, se esperaba que el Profeta enseñara a sus hijos el evangelio y los criara “en luz y verdad” (D. y C. 93:40). Nosotros debemos hacer lo mismo.
Cualquiera sea nuestra mayordomía en el reino, nuestra familia no debe sufrir ni caer en la incredulidad a causa de nuestras ocupaciones, incluso si esas ocupaciones son nobles o justificadas. Estamos aquí para aprender a poner lo primero en primer lugar. Nuestro matrimonio y las relaciones familiares pueden continuar más allá de la tumba y merecen nuestro mejor y más diligente esfuerzo.
Como enfatizó la Primera Presidencia: “Al fortalecer las familias, fortaleceremos toda la Iglesia” (Carta de la Primera Presidencia, 11 de febrero de 1999). La Iglesia es tan fuerte como lo sean sus familias.
Estos versículos contienen una de las correcciones más personales y conmovedoras del Señor al profeta José Smith, no por error doctrinal o administrativo, sino por una omisión en su deber como esposo y padre. Este hecho ilustra la seriedad con la que el Señor considera la enseñanza del evangelio dentro del hogar, incluso para Sus profetas.
En Doctrina y Convenios 93:40, el Señor ya había enseñado que “yo he mandado que criéis a vuestros hijos en luz y verdad”. Aquí se ve que esta instrucción no era opcional ni secundaria. La familia es el primer círculo de influencia espiritual y, como tal, la enseñanza del evangelio en el hogar es una responsabilidad sagrada.
El mensaje es claro: ningún deber en la Iglesia, por noble que sea, justifica el descuido del deber familiar. La enseñanza diaria, la guía amorosa, la corrección justa y la devoción familiar son pilares del discipulado verdadero. Este principio también se aplica a todos los padres y madres: la salvación de nuestras familias requiere tiempo, atención y ejemplo continuo.
La reprensión del Señor a José Smith por no enseñar a sus hijos es una llamada poderosa y personal a cada uno de nosotros. Nos recuerda que la obra más importante que haremos no será en un púlpito, en una oficina o en una reunión, sino en nuestro hogar. Allí se forman los testimonios, se enseñan los principios eternos y se cultiva la fe.
La Iglesia del Señor se fortalece cuando las familias están centradas en Cristo, guiadas por la verdad, y sostenidas por el amor y el esfuerzo diligente de padres que enseñan por palabra y ejemplo. En un mundo de distracciones, el Señor nos enseña a priorizar lo eterno sobre lo urgente, y a asegurar que nuestros hijos caminen en luz y verdad.
Al cuidar y nutrir espiritualmente a nuestras familias, participamos directamente en la edificación del reino de Dios sobre la tierra.
Versículo 53: “Y de cierto os digo, es mi voluntad que os deis prisa para traducir mis Escrituras y para adquirir un conocimiento de la historia, y de los países y de los reinos, y de las leyes de Dios y de los hombres, y todo esto para la salvación de Sion. Amén.”
“Y de cierto os digo, es mi voluntad que os deis prisa para traducir mis Escrituras”
El Señor enfatiza la importancia de la traducción de las Escrituras. Esto destaca el rol fundamental de las Escrituras en la edificación espiritual de los santos y en la proclamación del evangelio. La instrucción de “darse prisa” refleja la urgencia divina de poner Su palabra a disposición del pueblo para su edificación y dirección espiritual.
2 Nefi 29:11: “Porque mando a todos los hombres… que escriban las palabras que yo les hable.” Presidente Ezra Taft Benson: “El poder de las Escrituras es esencial para el progreso espiritual de los santos y para la conversión de aquellos que buscan la verdad” (Conference Report, abril de 1986).
El Señor subraya que Su palabra es vital para la salvación y para que Su pueblo tenga acceso a la guía divina en todos los aspectos de su vida.
“Y para adquirir un conocimiento de la historia, y de los países y de los reinos”
El conocimiento secular también es esencial en la obra de Dios. El Señor manda a los santos a adquirir entendimiento sobre la historia, los países y los reinos, lo cual les permite actuar con sabiduría en el mundo. Este conocimiento es una herramienta para el avance del Reino de Dios, ayudando a los santos a comprender el contexto en el que viven y a contribuir al progreso de Su obra.
Doctrina y Convenios 88:79: “De cosas tanto en el cielo como en la tierra, y de debajo de la tierra, y sobre la tierra.” Élder Russell M. Nelson: “El conocimiento es esencial para la exaltación. Mientras más sepamos, más podemos contribuir al progreso eterno” (Conference Report, abril de 2006).
El Señor nos enseña que el conocimiento espiritual y secular no son opuestos, sino complementarios, ambos necesarios para la salvación y el establecimiento de Sión.
“Y de las leyes de Dios y de los hombres”
El Señor ordena a los santos estudiar tanto las leyes divinas como las humanas. Conocer las leyes de Dios fortalece la relación con Él, mientras que entender las leyes humanas permite a los santos operar dentro de la sociedad, proteger sus derechos y promover la justicia.
Doctrina y Convenios 134:1: “Creemos que los gobiernos fueron instituidos por Dios para el beneficio del hombre.” Presidente Dallin H. Oaks: “La comprensión de las leyes de Dios y de los hombres nos prepara para ser ciudadanos responsables y discípulos más fieles” (Conference Report, octubre de 2015).
El equilibrio entre las leyes divinas y humanas refleja la necesidad de actuar con rectitud en los ámbitos espiritual y terrenal.
“Y todo esto para la salvación de Sion”
El propósito final de estos mandamientos es la salvación de Sión, tanto en un sentido espiritual como colectivo. Sión no es solo un lugar físico, sino un pueblo consagrado y preparado para recibir al Señor. Este versículo conecta el conocimiento, tanto espiritual como secular, con la edificación de Sión como una comunidad justa y dedicada.
Moisés 7:18: “Y el Señor llamó a su pueblo Sión, porque eran de un solo corazón y una sola mente.” Presidente Gordon B. Hinckley: “La construcción de Sión comienza con la edificación de personas y familias que estén en armonía con Dios” (Conference Report, octubre de 1991).
La salvación de Sión depende de la preparación y el conocimiento de su pueblo, quienes trabajan juntos en unidad y obediencia al Señor.
Este versículo nos enseña que la obra del Señor requiere una combinación de conocimiento espiritual y secular. El Señor manda a los santos a dedicarse diligentemente al estudio de las Escrituras, la historia, los países, los reinos y las leyes para que puedan estar preparados para edificar Su Reino en la tierra y establecer Sión.
El presidente Russell M. Nelson enseñó: “El conocimiento es un don divino. Ya sea espiritual o secular, todo conocimiento inspirado nos acerca a nuestro Padre Celestial y nos capacita para construir Su Reino” (Conference Report, abril de 2020).
Este versículo nos invita a esforzarnos por adquirir conocimiento en todas las áreas, reconociendo que el aprendizaje es parte de nuestro progreso eterno y esencial para cumplir con el propósito divino de establecer Sión en la tierra.
























