
La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball
Capitulo catorce
La castidad
El amor en oposición a la lujuria
Listos para una entrevista] y sentados frente a mi escritorio, se encontraban un apuesto muchacho de diecinueve años y una hermosa, tímida pero muy simpática jovencita de dieciocho años. Los dos parecían incómodos, inquietos y casi aterrorizados. La actitud defensiva del joven parecía indicar que de un momento a otro pondría de manifiesto su rebeldía y disposición de contender. Durante las vacaciones del verano recién pasado habían tenido relaciones sexuales periódicamente y desde que las clases se habían reanudado, lo habían estado haciendo en forma irregular hasta la semana previa a nuestra entrevista. Lo sucedido no me extrañaba del todo, puesto que casos como éstos ya se me habían presentado en repetidas oportunidades; pero lo que sí me desconcertaba era que estos muchachos no mostraran casi ni la menor seña de remordimiento. Era claro que admitían haber quebrado algunas normas sociales y en esto se justificaban citando artículos de revistas y periódicos en los que se aprobaban abiertamente las relaciones sexuales antes del matrimonio, además de señalar que el sexo era un instinto natural de la existencia humana que debía satisfacerse.
Adentrados en la conversación, el muchacho finalmente expresó: “Sí, nos entregamos el uno al otro, pero no creemos que haya nada de incorrecto en ello porque nos queremos”. Pensé que no le había entendido, pues si bien es cierto, desde que se fundó el mundo siempre han existido las transgresiones morales, pero escuchar aquello justificado en labios de dos jóvenes Santos de los Últimos Días era algo que yo no podía concebir. De nuevo él insistió: »No, lo que hemos hecho no está incorrecto porque nos queremos”.
Habían repetido tanto aquella abominable herejía, que habían terminado por convencerse a sí mismos de que no había nada prohibido en ello, creando así un muro de resistencia tras el cual se escudaban tenaz e intransigentemente. Cegados completamente por sus razonamientos, la vergüenza que en un principio pudieron haber sentido había desaparecido del todo. ¿No habían leído, pues, en varios diarios universitarios sobre la nueva libertad en que las relaciones sexuales premaritales no se condenaban, o por lo menos no se prohibían? ¿No habían visto, pues, el libertinaje mostrado en las películas, en los teatros, las pantallas de televisión y en las revistas? ¿No habían discutido eso ya en los vestidores del balneario o del gimnasio y en sus conversaciones privadas? ¿No habían quedado ya, pues, en que el sexo antes del matrimonio no era completamente prohibido? ¿No había necesidad de un período de prueba? ¿Cómo iban a saber, si no era probando primero, si eran sexualmente compatibles para el matrimonio? ¿No era cierto que, como muchos otros, habían llegado ya a la conclusión de que el sexo era la base misma de la vida?
Al escuchar todo aquello, no pude más que pensar en el proverbio: El proceder de la mujer adúltera es así: Come, y limpia su boca, y dice: No he hecho maldad. (Proverbios 30:20.)
Eran muchas las influencias que habían contribuido a que aquellos jóvenes razonaran de esa manera. El apóstol Pedro dijo en referencia a esto: . . . habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras . . . atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina.
Y muchos seguirán sus disoluciones. … (2 Pedro 2:1-2.)
He aquí los vemos por todas partes, falsos maestros que hacen uso de un bajo vocabulario y de literatura pornográfica en las revistas, en el radio, en la televisión y en las propias calles —divulgando herejías detestables para destruir las normas de la moral y así satisfacer las lascivias de la carne.
El Salvador dijo que aun los mismos elegidos serían engañados por Satanás, si éstos lo permitían. Satanás siempre hará uso de su lógica para confundirlos y de sus razonamientos para destruirlos. El siempre empañará el significado de las cosas, abrirá sus puertas centímetro por centímetro y en su afán de pervertir empezará por el tono de blanco más puro para avanzar poco a poco por las diferentes tonalidades de gris hasta llegar al tono más intenso del negro.
El astuto embustero siempre engaña a la gente joven, haciendo uso de los recursos menos imaginados.
Pues bien, con el rostro lleno de asombro, la joven pareja a la que entrevistaba escuchó lo que categórica y firmemente les dije: “No, mis queridos muchachos, vosotros no os quisisteis realmente, sino mas bien os codiciasteis el uno al otro”.
Me temo que para Pedro, Jacobo y Pablo no fue ninguna tarea fácil el tener que llamar constantemente al arrepentimiento a la gente de aquella época, advirtiéndolos de los peligros acechantes. No obstante, estos Apóstoles jamás cesaron de obrar con toda resolución en contra del pecado. Por lo tanto, nosotros, vuestros líderes, hemos de mantener esa misma posición eternamente, y si hay algunos que no lo comprenden, es probable que en parte la culpa sea nuestra. Más si os señalamos claramente el camino a seguir, nos encontramos sin culpa alguna. La mayoría de los que lo entienden claramente siempre están dispuestos a seguir nuestros consejos.
Y [si] él [el atalaya] viere venir la espada sobre la tierra, y tocare trompeta y avisare al pueblo, cualquiera que oyere el sonido de la trompeta y no se apercibiere, y viniendo la espada lo hiriere, su sangre será sobre su cabeza.
El sonido de la trompeta oyó, y no se apercibió; su sangre será sobre él; mas el que se apercibiere librará su vida.
Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. (Ezequiel 33:3-6.)
Los jóvenes me miraban callados y con una actitud llena de respeto. No sabía yo exactamente si estaban entendiendo todas mis palabras. Debía ser difícil para ellos cambiar de inmediato aquellos conceptos erróneos que por tanto tiempo se habían arraigado en ellos tan firmemente.
Esta joven pareja había profanado la belleza y santidad de la palabra amor hasta que ésta había degenerado para convertirse en la compañera de cama de la lascivia, o sea su antítesis.
En los tiempos de Isaías, se condenaba a los razonadores de la siguiente manera:
¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! (Isaías 5:20-21.)
En medio de aquella conversación, miré al joven a los ojos y le dije: “No, mi muchacho, no fue amor lo que estabas expresando cuando le robaste la virtud a tu compañera”. Ya ella también le dije: “No era amor verdadero el que había en tu corazón cuando le robaste e él su castidad. Fue la lujuria la que os unió en la más seria de todas las prácticas, superable en gravedad únicamente por el homicidio. El apóstol Pablo dijo: ‘El amor no hace mal al prójimo. . . .’” (Romanos 13:10.)
Continuando, agregué: “Cuando se ama verdaderamente a otra persona, antes que lastimarla, uno preferiría morir. En el momento del desenfreno se expulsa el amor puro por una puerta, mientras que por la otra se entra la lujuria sin que lo advirtamos. En ese momento el afecto puro es reemplazado por el materialismo biológico y la pasión descontrolada, y se le abre la puerta a la doctrina que el demonio está tan ansioso de implantar —la de que las relaciones sexuales se justifican con el pretexto de que son en sí una experiencia deleitable y de que no admite consideración moral.
“Cuando los que no están casados ceden a la lujuria que los lleva a las intimidades y al desenfreno, dejan que la carne se sobreponga al espíritu y encadenan a éste al mismo tiempo. Es inconcebible pensar que alguien pueda llamar amor a tal cosa. Es como ignorar el hecho de que toda situación, condición o acción cuyos placeres y satisfacciones ilícitos culminen con la realización del acto sexual jamás producirán grandes pueblos ni edificarán grandes reinos.
“A fin de poder tolerarse a sí mismos, los que han transgredido las leyes morales deben escoger uno de dos caminos. Uno consiste en cauterizar la conciencia y en mermar la sensibilidad con tranquilizantes mentales mientras que continúan la práctica de la transgresión; y el otro camino consiste en permitir que el remordimiento conduzca a la convicción y al arrepentimiento totales y consecuentemente al perdón”.
Es por causa de la tolerancia tan abierta que se ha dado a la promiscuidad que el mundo se encuentra en tan grave peligro. No obstante, mientras se continúe desacreditando, prohibiendo y castigando el mal, el mundo todavía podrá salvarse. Mas si la tolerancia hacia el pecado continúa en aumento, el futuro que se espera no es nada prometedor y lo más seguro es que vuelvan los días de Sodoma y Gomorra.
Hace algunos años, mientras me encontraba en Los Angeles (California), circulaba por todos lados la noticia del amorío ilícito de una actriz de cine que había resultado embarazada como consecuencia del mismo. Debido a la popularidad de la actriz, la noticia apareció en grandes titulares en todos los periódicos de la nación. El hecho de que ella hubiera cometido adulterio no era lo que más me sorprendía —las noticias daban a entender que aquello sucedía en Hllywood en una manera tan común como ocurre en el resto del mundo— pero que la sociedad aprobara y aceptara tal libertinaje era motivo de gran indignación para mí. Los reporteros de los periódicos de Los Angeles habían realizado una encuesta de opiniones entre los ministros, mujeres miembros de diferentes clubes, gerentes y empleados, secretarias, maestros y amas de casa, cuyos resultados indicaban que, casi sin excepción, los miembros de aquella comunidad opinaban, como que si aquello hubiera sido una indiscreción infantil, que el asunto no era nada del otro mundo y criticaban a los que estaban en contra como “puritanos” o “anticuados”. “Déjenla que viva propia vida”, argüían, agregando: “¿Por qué hemos de intervenir en la vida privada de las personas?” En cada estado, nación y en todo el mundo, la tolerancia hacia el pecado se hace aterradora cada día más.
Ya no existe la vergüenza. El profeta Isaías atacó el pecado, diciendo: La apariencia de sus rostros testifica contra ellos; porque como Sodoma publican su pecado, no lo disimulan. ¡Ay del alma de ellos! porque amontonaron mal para sí. (Isaías 3:9.)
A fin de aclarar la posición de la Iglesia sobre la moralidad, declaramos firme e inalterablemente que no se trata de una posición gastada, desteñida, anticuada o raída. Dios es hoy el mismo de ayer y nunca cambiará; sus convenios y doctrinas son inmutables; de modo que cuando el sol se enfríe y las estrellas no brillen más, la ley de castidad permanecerá inviolable en el reino de Dios y en la iglesia del Señor. Por esta razón, la Iglesia continúa sosteniendo principios antiguos, no porque sean antiguos, sino porque son correctos.
Una vida sexual pura dentro de los límites del matrimonio es enteramente aceptable. Es por eso que hay un tiempo y una ocasión para todas las cosas de valor. Mas cuando se trata de encuentros sexuales fuera del matrimonio legalizado, los partícipes no se convierten más que en objetos de uso mutuo, de explotación, intercambio y de desecho.
En esta época en la que todo se produce en serie, “nos ha tocado ver cómo por medio del uso de códigos, números y etiquetas de suscripciones o tarjetas perforadas, los seres humanos han terminado por ser reducidos a objetos de los cuales podría prescindirse en cualquier momento”. Tal situación convierte al hombre en un funcionario sin identidad definida que lo pierde y lo empequeñece en un gigantesco universo. Esto se hace mayormente evidente en el momento en que se “usa” a las personas para satisfacer pasiones físicas en forma ilícita.
No es cierto que “amemos” a los objetos. Más bien hacemos uso de ellos, como es el caso de una alfombra de puerta, un automóvil, la ropa de vestir o la maquinaria, pero a las personas las amamos al servirlas y al contribuir a su bienestar permanente.
Y cuando nos toque comparecer ante el gran Juez del tribunal de justicia, ¿nos presentaremos ante El cómo personas o como cosas, como un cuerpo de carne y huesos depravado por actos bajos, o como hijos de Dios erguidos de dignidad y con la frente en alto? A medida que nos contestemos estas preguntas esenciales, ¿seremos capaces de decir: “En mi vida yo no destruí nada ni a nadie, sino que construí; yo no rebajé a nadie, sino que los edifiqué; no me estanqué en un mismo lugar, sino que progresé; ni humillé a otros, sino que les ayudé; en cambio, amé intensamente y pude bendecir las vidas de muchos; nunca fui capaz de codiciar ni explotar a otros para lastimarlos?”
De la misma manera en que un dinámico vendedor reclama más cualidades para su producto de las que le es posible negociar, la explotación sexual también ofrece lo que jamás es capaz de producir ni entregar. Por lo tanto, lo único que las relaciones sexuales fuera del matrimonio pueden ofrecer es decepción, asco y por lo general, repulsión, además de “arrastrar a los participantes hasta el fondo del abismo de una relación que está destinada al fracaso”.
Generalmente, aquellos que han vivido en la promiscuidad y el libertinaje, atravesando así los límites del decoro, han terminado por despreciarse el uno al otro, hastiados de una relación insostenible por más tiempo. Como consecuencia, muchos les toman aversión, si no es que hasta les sienten odio, a sus compañeros de pecado.
El sexo practicado ilícitamente es un acto de egoísmo, es una traición y un acto deshonesto. El negarse a aceptar responsabilidades es un acto de cobardía y de deslealtad. Mientras que el matrimonio es un convenio para el presente y para la eternidad, la fornicación y todas sus desviaciones son pasajeras; duran por el día de hoy, por una hora y por el “presente” únicamente. El matrimonio engendra y da vida, mas la fornicación produce la muerte.
El muchacho que promete popularidad, diversión, seguridad, entretenimiento y hasta amor, cuando todo lo que puede ofrecer es pasión y sus frutos diabólicos —complejos de culpabilidad, repugnancia, odio, aborrecimiento y finalmente repulsión y un posible embarazo ilegítimo y deshonroso —traiciona su verdadera masculinidad. Reclama que en su caso se trata de amor, cuando realmente lo único que da es lujuria. De la misma manera, la muchacha que con él se involucra se rebaja totalmente. El resultado final para los dos es una vida arruinada y un alma infestada de pecado.
El reverendo Lawrence Lowell Gruman dice, refiriéndose a este acto indecente: Es básicamente un tipo de moralidad que denigra el sexo y reduce a los seres humanos a criaturas diminutas en busca de placer, pues, de ser bueno el sexo, como el comer y el dormir, debe entonces tener sus limitaciones específicas y su lugar apropiado, el cual es el matrimonio mismo.
¡Y todavía así hablan estos jóvenes de amor! ¡Cómo se atreven a corromper la belleza de tan delicado término! No es de extrañar que de ese árbol corrupto salga un fruto amargo. Mientras que con sus labios dicen: “Te quiero”, con sus cuerpos están diciendo “Te deseo”, El amor es benigno y edificante; consiste en dar y no en quitar, en servir y no en explotar.
De nuevo el Dr. Gruman dice: El acto sexual debe constituir una experiencia plena en la que ambos partícipes se sientan seguros el uno del otro,. . . una entrega totalmente sincera y fiel que represente duración, que es precisamente lo que el matrimonio presupone. … El que cree amar a otra persona con toda sinceridad y entereza y sin el menor egoísmo debe por lo tanto respetar la vida sexual de esa persona, ofreciéndole el seno ideal del matrimonio. Si dejamos que otros nos usen o hacemos nosotros lo mismo, fracasamos como seres humanos e hijos de Dios.
¿Qué es en sí el amor? Muchos piensan que no es más que la atracción física que se siente hacia otra persona y hablan de “enamorarse” y del “amor a primera vista” como si se tratase de cualquier cosa. Es probable que ésta sea la versión de Hollywood o la interpretación de aquellos que escriben canciones o novelas de amor. El verdadero amor no está recubierto de una envoltura tan endeble. Es probable que una persona se sienta atraída hacia otra en el preciso momento en que la ve por primera vez, pero el amor es mucho más que una simple atracción física. El amor es algo más profundo, pleno y abundante. La atracción física forma parte de los muchos elementos que lo componen. Implica fe, confianza, comprensión y compañerismo. Una correspondencia de normas e ideales comunes; una gran devoción y solidaridad. El amor es la esencia de la pureza, del progreso, del sacrificio y de la generosidad. Este tipo de amor nunca aburre ni fenece, sino que sobrevive a la enfermedad y a las penas, a la pobreza y a las privaciones, a los logros y decepciones, al tiempo y a la eternidad. Para que el amor se desarrolle, debe haber un aumento constante de confianza y de comprensión, de incesantes y sinceras demostraciones de cariño y aprecio. Debe haber un deseo de olvidarse de sí mismo y una constante preocupación por la otra persona. Deben canalizarse en un solo curso los intereses, los ideales y los objetivos de sus vidas.
Por muchos años observé a un hombre que siempre llevaba a su pequeña y demacrada esposa, que padecía de artritis, a todo tipo de reuniones y lugares a donde ella podía estar. Nada parecía indicar que hubiera entre ellos alguna expresión sexual. Aquél era un verdadero ejemplo de bondad y afecto. A esto es a lo que yo llamo amor puro.
Sé de otro caso de una abnegada mujer que cuidó de su esposo durante muchos años, mientras que él parecía consumirse del padecimiento de distrofia muscular. Pendiente de cada cosa que él necesitaba, día y noche permanecía ella a su lado, mientras que él todo lo que podía hacer era expresarle su agradecimiento con la dulce mirada de sus ojos. A esto es también a lo que yo llamo amor.
Si hay alguien que piensa que el acariciarse indebidamente o el practicar otras desviaciones es amor, debe preguntarse: » Si de pronto se me deformara o paralizara este bello cuerpo que he usado incorrectamente, ¿tendría yo las mismas reacciones? Si este atractivo rostro quedara cicatrizado por las llamas de un incendio, o este cuerpo que he usado de pronto se paralizara, ¿habría amor todavía?” El hacerse preguntas como éstas puede ayudar a comprobar si se trata de un verdadero amor o si no es más que una atracción física que ha motivado contactos físicos inadecuados.
El jovencito que protege a su novia contra todo uso o abuso, o contra cualquier insulto o infamia, tanto de su parte como de otros, puede ciertamente estar expresando un verdadero amor. Pero el joven que usa a su compañera como un juguete biológico para proporcionarse satisfacción temporal está pecando de lascivo.
Una jovencita que se conduce rectamente para mostrarse atractiva espiritual, mental y físicamente y que bajo ninguna circunstancia, ni por palabra, ni por su vestir ni por sus actos, despierta o estimula reacciones físicas ni en ella misma ni en su compañero, también puede estar expresando un verdadero amor. Pero ese tipo de muchacha que tiene necesidad de tocar indebidamente, despertar placeres, acariciar, mover a tentación y usar al otro no está mostrando más que lascivia y explotación.
A pesar de que este tema no es de mi completo agrado, he considerado necesario hablar franca y abiertamente contra los pecados de estos tiempos y advertiros contra los ataques del astuto tentador, que con sus huestes de emisarios y todos los recursos que tiene bajo su dominio, se prepara para destruir a la juventud de Sión, mayormente a través del engaño, la falsedad y la mentira.
No justifiquéis en modo alguno las caricias indebidas y las intimidades físicas. Recordad lo que ha dicho el Señor: Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. (Mateo 5:27-28.)
Percataos de las estrategias diabólicas que el demonio utiliza para presentar el mal como bien, bajo nombres que esconden el verdadero carácter malévolo de las cosas. El mayor ejemplo de ello lo tenemos en el razonamiento de que la lujuria es amor.
Si es que en vuestras vidas ha existido la lujuria, arrepentíos ahora y conservad limpias vuestras mentes, y reconoceos culpables de seria iniquidad si permitís que vuestras mentes descansen en tales cosas prohibidas o si vuestras manos y cuerpos atienden al llamado de la lujuria.
Sed prudentes en los días de vuestra probación; despojaos de toda impureza; no pidáis para dar satisfacción a vuestras concupiscencias, sino pedid con una resolución inquebrantable, para que no cedáis a ninguna tentación, sino que podáis servir al verdadero Dios viviente. (Mormón 9:28.)
























