La Fe Precede al Milagro

La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball

Capitulo quince

La modestia
Nuestras propias normas


La desobediencia a las leyes y mandamientos constituye una de las razones principales de la corrupción y degeneración de las naciones del mundo.

En la actualidad, se están pisoteando las leyes de Dios y nuestro propio mundo se está mofando de Dios con la deshonestidad pública y privada, la corrupción política, el uso universal de bebidas alcohólicas, la facilitación del divorcio, la profanación del día de reposo y las transgresiones sexuales de toda naturaleza.

No obstante todo esto, debido a la fe que tenemos en nuestra juventud, confiamos en que si se les aconseja y previene, evitarán por todos los medios caer en las trampas del adversario y conservarán su virtud y dignidad. Bien sabemos que “hombre prevenido vale por dos”.

De manera que sólo hay un camino que puede salvarnos del peligro y ése es el estrecho sendero que el Señor Jesucristo nos dejó trazado.

Al estudiar lo que las Escrituras dicen sobre el tema recuerdo al profeta Alma reprendiendo y aconsejando a su hijo Coriantón, reconociendo que había sido culpable de graves pecados. Ante la rebeldía y tenacidad de su hijo amado, Alma le habla de la impureza sexual:

¿No sabes tú, hijo mío, que estas cosas son abominables a los ojos del Señor; sí, más abominables que todos los pecados, salvo el derramar sangre inocente o negar al Espíritu Santo?….

Y ahora, hijo mío, ojalá no hubieses sido culpable de tan grande delito. No persistiría en hablar de tus faltas para atormentar tu alma, si no fuera para tu bien.

Mas he aquí, tú no puedes ocultar tus crímenes de Dios; y a menos que te arrepientas, se levantarán como un testimonio contra ti en el postrer día.

Hijo mío, quisiera que te arrepintieses y abandonases tus pecados, y no te dejases llevar más por las concupiscencias de tus ojos,. . . porque a menos que hagas esto, de ningún modo podrás heredar el reino de Dios. . . . (Alma 39:5, 7-9.)

El mundo de hoy se ha desviado notablemente de las normas establecidas en cuanto a la pureza de cuerpo y de alma. La falta de castidad o impureza sexual ha llegado a convertirse en una cosa común. Según estoy enterado, muchísimos de los estudiantes de las escuelas secundarias y de las universidades son presas de ese pernicioso pecado que los aleja cada vez más de su Padre Celestial. Los demás hermanos* y yo sostenemos entrevistas con varios miles de jóvenes adolescentes de ambos sexos, así como con jóvenes mayorcitos que necesitan ser avanzados a un oficio mayor del sacerdocio y también con otros que se preparan para salir a servir misiones regulares, para entrar en el templo o para aceptar un llamamiento en la Iglesia. A la vez que encontramos a muchísimos que llevan una vida limpia y virtuosa, también encontramos a muchos otros que han tenido serios problemas morales. Estamos seguros de que no hay ningún otro pueblo que se encuentre libre de esta mancha, como lo estamos nosotros los mormones; no obstante, vivimos en el mismo mundo, y éste se ha robado un buen número de los nuestros.

La falta de castidad es la gran plaga del día. Tal como un pulpo, esta plaga va extendiendo sus tentáculos progresiva­mente sobre sus víctimas. Son tantos los caminos que llevan a la juventud a esta perdición. Permitidme mencionaros algunas de las maneras en que se rompen a menudo las estructuras morales: Algunos empiezan a disminuir su actividad en la Iglesia y a apartarse de su influencia protectora y purificadora. El evangelio parece ser secundario a sus intereses personales. Empiezan a ausentarse de las reuniones, dándoles primera prioridad a las tareas académicas, a la vida social, a los negocios o a la profesión, dejando de medio lado las actividades impor­tantes de la Iglesia y el evangelio mismo, hasta que llega un punto en que sus sentimientos hacia éstos y sus principios han sido anestesiados en cierta manera.

Otra de las causas de la falta de castidad es la inmodestia. Muchos de los jóvenes de ambos sexos de hoy presumen de mucho conocimiento en los hechos de la vida. Creen que saben la respuesta a todo. Hablan del sexo con la misma libertad con la que hablan de automóviles, de películas y otros espectáculos o de la ropa. Se desarrolla un espíritu de inmodestia, hasta que ya nada les parece sagrado.

Uno de los factores contribuyentes a la inmodestia y a la desvirtuación de los valores morales es la moda moderna. No me cabe ni la menor duda de que la forma inmodesta de vestir de algunas de nuestras jovencitas y de sus madres contribuye directa e indirectamente a la inmoralidad de esta época. Hasta los padres las alientan algunas veces. Me pregunto si nuestras jóvenes hermanas se han percatado ya de la tentación de que son objeto al exhibir parte de sus cuerpos ante los jóvenes. Generalmente dejan al descubierto algunas partes de sus cuerpos al usar ciertas falditas o blusas provocativas por las que se trasluce todo o suéteres que parecen haber sido confeccionados para llamar la atención o pintar la figura de la muchacha y evocar sensualidad.

En los periódicos aparecen a diestra y siniestra fotografías de personas vestidas deshonestamente. Se ha desatado una increíble explotación de la mujer en los concursos de belleza. Prácticamente, se ha creado la necesidad de nombrar una reina en cada escuela, negocio o institución política, para cada evento o clase. Se elige una reina para cada vegetal, fruta, producto agrícola, al punto de llegar a absurdos extremos. Ya no representa ninguna distinción especial el ser una de esas numerosas reinas. La multiplicidad de las que se coronan para cada acto, aventura o proyecto creado por el hombre me hace recordar a los dioses de los griegos y los romanos, quienes tenían un dios para cada necesidad e idea. ¿Será posible que todavía se celebren en algún lugar concursos de belleza en los que se persiga beneficiar realmente a las jóvenes participantes? Tal parece ser que todos esos concursos se hacen con el único fin de explotarlas, beneficiando así a los negociantes y dando publicidad a las agencias patrocinadoras para incrementar las ventas de sus productos. De algo podéis estar seguros, y esto es que ninguno de los organizadores tiene en mente el desarrollo del carácter, la edificación de la fe, o la enseñanza de la pureza o de la castidad a las jóvenes participantes. A causa de la publicidad, se permiten ofrecer premios sumamente tentadores y exhibir a las ingenuas jovencitas sedientas de popularidad.

Los elogios y las adulaciones del concurso resultan ser por lo general engañosos y perjudiciales para la ganadora. Es la vanidad de las jóvenes demitas y de sus familias lo que las induce y las motiva a participar en tales concursos.

¡Ay de los que traen la iniquidad con cuerdas de vanidad, y el pecado como con coyundas de carreta. (Isaías 5:18.)

En cierto periódico aparecieron las bases para un concurso de belleza, descritas de la siguiente manera: El jurado calificador basará su fallo en la personalidad de las señoritas concursantes y en su presentación en traje de noche y en traje de baño, así como en la demostración de sus talentos.

No aparece ninguna palabra que sugiera cualidades de carácter, modestia, dignidad, integridad o humildad como requisitos que ha de reunir la ganadora.

El anuncio continúa: El miércoles por la noche, las diez finalistas del Concurso de Miss ____ harán su última aparición en un desfile de talentos y belleza a realizarse ante los ojos del jurado calificador y del público en general en la Feria del Estado. . . . La monumentalidad de la figura de Miss____es algo que habrá de decidirse sin dificultad la noche del próximo miércoles. Las participantes desfilarán en traje de baño en el concurso preliminar de apertura de esta celebración.

¿Cuál es la razón del que una jovencita tenga que aparecer en traje de baño en un concurso? ¿No constituye esto un vergonzoso y tremendo precio por la popularidad y la corona de reina? ¿Es que le agrada que la exploten? Entre los espectadores hay muchas miradas de hombres vulgares y obscenos que desean ver ese cuerpo también, y a los jueces y al público les complace tal cosa. De modo que nuestras ingenuas jovencitas se exhiben en atrevidos trajes de baño para ser admiradas y codiciadas por aquellos ojos llenos de lascivia.

Yo no podría concebir que ninguna de nuestras jovencitas decidiera exhibir su cuerpo sagrado ante las miradas codiciosas de tantos hombres obscenos. Considero que es por causa del gran atractivo del concurso, de la posibilidad de salir ganadoras, de la tentación de hacerse acreedoras a los suntuosos premios y la pretensión de las grandes oportunidades que se ofrecen lo que las ciega ante la realidad del sacrilegio. Permitidme ahora citar las palabras de un hermano amigo que siente y piensa como yo y vuestros profetas. Después de asistir a un juego deportivo en una universidad del occidente de los Estados Unidos, escribió:

En el intermedio del juego hubo una demostración de destreza en la manipulación del bastón, lo que produjo un cambio inmediato en la atmósfera de aquel lugar. Un grupo de muchachas en trajes relucientes hizo su aparición en el campo de juego, marchando al compás de un gran tambor. Los trajecitos que llevaban dejaban al descubierto parte de sus cuerpos, de las caderas hacia abajo y parecían tan ajustados que fácilmente revelaban la figura de sus cuerpos apenas cubiertos por el torso. Vestidas así, con aquellos trajecitos de mal gusto, presentaron su punto las bastoneras al resplandor del sol de aquella tarde, demostrando gran destreza al hacer girar sus bastones y al hacer una serie de maniobras ante los ojos de la multitud de espectadores.

No dudo que la manipulación del bastón requiere bastante habilidad, pero la verdad es que no encuentro la relación entre este arte y el exhibicionismo que tuvo lugar al mismo tiempo de la presentación. Los chiflidos de los libertinos y las demás exclamaciones que se escuchaban desde los palcos de los estudiantes al este del estadio, en donde se situaban ambas secciones de los que gritaban, no constituían en manera alguna un tributo a la destreza artística de aquellas muchachas. Yo me encontraba sentado en la sección pública del lado oeste y aquella experiencia fue totalmente embarazosa para mí. No dudo de la virtud, sinceridad y dignidad de aquellas señoritas, pero no puedo concebir que se sintieran agraciadas por aquellas risitas y exclamaciones sugestivas, ni por los comentario obscenos que infestaban el aire de aquel lugar mientras que presentaban su número.

Desde el momento en que sabemos que existe el bien y el mal, debemos observar un comportamiento distinto. No necesitamos hacer nada que nos desagrade. Podemos crear nuestro propio estilo y normas de vestir. Está en nuestras manos el controlar y ejercer influencia en las normas o patrones de muchas de nuestras escuelas y, en esta forma, contribuir al desarrollo de normas apropiadas dentro de la comunidad.

Hace varios años también apareció en un periódico el siguiente comentario: “Cancelado proyecto de investigación de la universidad el miércoles pasado como resultado de las protestas de varios padres de familia que se opusieron ro­tundamente a que se fotografiara a sus hijas al desnudo”. ¡Gracias al cielo que todavía existe gente sensitiva y valiente en aquella gran ciudad! ¡¿Qué clase de investigación profesional era aquélla?! ¡Caramba! ¡¿Hasta qué punto hemos llegado ya?! ¡Es increíble hasta dónde sernos capaces de rebajarnos ciertas veces para realizar algún trabajo experimental!

Consideremos ahora brevemente el uso de un traje de noche. Existen los confeccionados a la medida del cuerpo y los que lo cubren con singular belleza. El Señor mismo proveyó a nuestros primeros padres de ropas para cubrir sus cuerpos. Estamos completamente seguros de que a Él no le agrada ver a sus hijas exhibiendo sus cuerpos sagrados en vestidos deshonestos. En alguna medida, los deseos que entran en juego al seleccionar esos trajes de noche no son sagrados. ¿Cuál es la razón por la que una mujer decide usar ropa inmodesta? ¿Lo hace para seguir los dictados de la moda? Considero que aunque en las mentes de la mayoría de nuestra gente joven no aunque en las mentes de la mayoría de nuestra gente joven no surjan tales ideas diabólicas preconcebidas, siempre hay perjuicio aunque no haya habido ninguna intención tal.

No hay razón para que una mujer tenga que usar un vestido escotado o de alguna otra forma provocativo, simplemente porque es el estilo del mundo. ¿Por qué no crear nuestra propia moda? Conozco a algunas damas que por años han lucido trajes de noche y jamás las he visto llevar nada inmodesto. Todas ellas los han adquirido en las mismas tiendas y almacenes que todo el mundo frecuenta. Entiendo que la mayoría de los almacenes tienen en existencia los vestidos que el comercio demanda.

La belleza de una mujer se realza cuando se cubre debidamente el cuerpo y deja que la dulzura de su rostro se vea acentuada por un cabello bien cuidado. No hay nada más que necesite para realzar su belleza. Es así como expone el verdadero esplendor de su belleza que el sexo masculino admirará. Los hombres no la admirarán más porque deje al descubierto todo su cuello o espalda. ¡Jovencitas, si él es un hombre decente y digno de vosotras, les pareceréis más atractivas cuando estéis vestidas decorosamente! Sin embargo, si se trata de un hombre corrupto, por supuesto que le agradará más una mujer que viste inmodestamente.

Parece existir cierta costumbre ya establecida entre muchas jovencitas, que consiste en tomarse fotos con vestidos de escotes tan bajos, que ya casi parece que no llevaran ropa puesta en esas fotografías de medio busto. Las he visto sobre los pianos y las cómodas de algunos hogares y sobre los escritorios de estudio de algunos misioneros en Sur América y en Europa. Sólo la irreflexión puede ser la causa de esto.

Hasta en los mismos periódicos aparecen participaciones de matrimonios en el templo acompañadas de fotografías que de ninguna manera le agradarían al Señor. En un periódico metropolitano leí lo siguiente: “La ceremonia de la Srta. con el caballero____será solemnizada en el Templo del Salt Lake”. En la fotografía de medio busto de la novia que acompañaba al anuncio de periódico, ¡apenas si se veía que tuviera ropa puesta!

Si las jovencitas son descuidadas en este asunto, al menos sus mayores —madres, hermanas o tías— deberían preocu­parse y orientarlas debidamente.

Conozco un caso en el que una madre le reprochaba a su dulce hija el que ésta quisiera comprar un modesto vestido de noche. Su madre le decía en tono suplicante: “Pero hija, ahora es la oportunidad para mostrar tus lindos hombros, tu espalda y tu cuello. Cuando te cases en el templo, entonces será el tiempo para empezar a usar ropa conservadora».

¿Qué se puede esperar, entonces, de la nueva generación, cuando las propias madres inducen a sus hijas a desviarse del camino recto?

De igual manera, no existe excusa alguna para que nuestros jóvenes muchachos expongan tampoco sus cuerpos al desnudo. Bien harían los muchachos en mostrar valor y buen juicio al alentar a sus jóvenes amigas a vestirse modestamente. Si los jóvenes no invitaran a salir a las muchachas que se visten inmodestamente, la moda cambiaría muy pronto.

Estoy completamente convencido de que la ropa que se lleva ejerce una influencia bastante marcada en las reglas de la moralidad. Un oficial de policía de una ciudad del este de los Estados Unidos expresó lo siguiente: “… Tenemos que enfrentar el hecho brutal de que cada día la mujer americana aumenta inconscientemente su provocación de los crímenes sexuales. . .”. Luego agregó: “El sistema peculiar americano de alentar a nuestras mujeres a lucir atractivas y seductivas y de entrenarlas a comportarse cautivadoras para luego, por supuesto, fijar la línea intraspasable, puede muy bien estar acarreando ya las semillas de su propia destrucción. ¿Cuántas madres bien intencionadas existen, que ayudan a sus hijas a vestirse de una manera provocativa? ¿Cuántas madres hay que prácticamente les enseñan a sus hijas a convertirse en verdaderas ‘tentaciones?’… El concepto total de entrenar a nuestras jóvenes a seducir y a repeler al mismo tiempo crea conflictos irreconciliables. …”

¿Cómo es que las jovencitas de limpias intenciones pueden ser capaces de crear con su forma de vestir una imagen que despierte los deseos sensuales? Pues este escritor os dice: “Oramos por una generación de jovencitas que pongan de manifiesto su talento e inteligencia, su encanto decoroso, su integridad, gracia y dulzura, más bien que sus posibilidades sexuales”.

Considero que la ropa que usamos puede ser un factor trascendental en la deterioración gradual de nuestro apego a la virtud y de nuestra firme creencia en la castidad.

El Señor les ha prometido a los valientes: “Todo lo que tengo es vuestro”. Para alcanzar estas excelsas alturas e infinitas  bendiciones,   no   debéis   arriesgaros.   Conservad vuestras vidas dulces, limpias y puras, de manera que nunca perdáis nada. Para que esto se haga posible, habréis de evitar “toda apariencia de maldad” y “toda tentación que os conduzca al mal».

“El que tenga oídos para oír, que oiga”.