La Fe Precede al Milagro

La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball

Capítulo diecinueve

La resistencia contra el mal
Vestios de toda la armadura de Dios


Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.

Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.

Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.

Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.

Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;

orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos. (Efesios 6:10-18.)

Al finalizar una conferencia de estaca a la que asistí, vino a mí un ex misionero a quien yo conocía. Era aparente que no se sentía feliz. Después de intercambiar saludos, le pregunté si todo marchaba bien en su vida, a lo cual me respondió, sin que con ello yo me sintiera del todo sorprendido: “Me siento desdichado e infeliz. Ya no me siento como antes, ni tengo la misma seguridad que me caracterizaba. Tampoco tengo las mismas firmes creencias que solía tener y ya no tengo un testimonio. Me imagino que las cosas de las que yo testificaba en la misión no son verdaderas, después de todo”.

“¿A qué te dedicas ahora?” le pregunté.
“Asisto a la universidad”, me respondió.
“¿Y qué estudias?”
Nombró los cursos que estaba tomando.

Le pedí, entonces, que nombrara los libros que había estado leyendo, además de los requeridos por sus estudios.

Empezó a nombrar varios libros relacionados con la religión y la filosofía. En cada uno de ellos había algo de ateísmo, criticismo o apostasía, lo cual explicó arguyendo que él pensaba que era necesario conocer todos los ángulos del pensamiento religioso.

Luego continué preguntándole: “¿Cuántas veces has leído el Libro de Mormón desde que volviste de la misión?”

Moviendo la cabeza hacia los lados, dijo: “No muchas veces”.

“¿Lo has leído por lo menos una vez completa?”
De nuevo movió la cabeza en señal de negación.
“¿Has leído por lo menos un solo versículo?”
Admitió que tampoco lo había hecho.
¿Has leído el Nuevo Testamento?”

Su respuesta volvió a ser negativa. Tres años sin leer ninguna literatura de la Iglesia ni las Escrituras; se había puesto a dieta rigurosa. Algo más que eso; su espíritu se estaba muriendo de hambre y se encontraba en medio de la agonía de la muerte.

Le pregunté también sobre su participación en diversas actividades.

Tampoco estaba asistiendo mucho a la Iglesia. Había asistido a esa conferencia donde nos vimos con el único propósito de hablar conmigo.

Había dejado de pagar sus diezmos y estaba usando esos fondos para cubrir otras necesidades.

Le  interrogué también sobre  sus oraciones,  pero de antemano ya esperaba su respuesta. ¿Por qué habría de orar? Había perdido su fe, se había quitado su yelmo de salvación; había colgado sobre la pared su espada del Espíritu; se había quitado los zapatos y sus pies no estaban calzados más con el apresto del evangelio de paz; se había aflojado el cinturón con que la verdad había ceñido sus lomos; se había quitado y había guardado en un rincón apartado la coraza de verdadera justicia y así se había despojado de toda la armadura, escondiéndola en la oscuridad, quedándose desnudo y expuesto a los dardos de fuego del maligno. Había olvidado lo que Pablo había dicho sobre el predominio del mal, los dardos de fuego del maligno y las asechanzas constantes del demonio. No se encontraba preparado para pelear al momento del ataque —la derrota había sido rápida. Había caído porque había hecho muy poco o simplemente nada; de donde Pablo dice: “y habiendo acabado todo, estar firmes “[después de haber hecho todo lo necesario].

A mi oficina se presentó una vez un jovencito universitario que se encontraba en la casa de las oficinas misionales rumbo a su misión. Se había sentido inferior en espiritualidad a los otros jóvenes que también se encontraban por salir a sus misiones mientras recibían instrucciones en el hogar misional. Este hecho lo había llevado a mi oficina para expresarme sus dudas en cuanto a la conveniencia de su salida al campo proselitista.

Me dijo: “Yo no tengo un testimonio”.

Conforme platicamos, me cercioré de que sí poseía un testimonio, aunque un poco débil. Entonces me enteré de que tan inmerso había estado en sus estudios seglares en la universidad por tres años, que estando tan ocupado no le había sido posible asistir al instituto de religión. Sin embargo, sí había encontrado tiempo para hacerse miembro y participar en las actividades de una fraternidad universitaria. También averigüé que había reducido grandemente su participación en las actividades de la Iglesia y que sólo asistía de vez en cuando a sus reuniones del Día de Reposo. Había leído cantidades prodigiosas de libros, pero nada de ello tenía que ver con las Sagradas Escrituras. De hecho, al preguntarle sobre sus oraciones, admitió que sólo lo hacía muy de vez en cuando. Sin embargo, por un súbito impulso de interés o curiosidad, o por alguna otra razón, le había pedido a su obispo que lo enviara a una misión.

Al concluir nuestra conversación, traté de infundirle ánimo para seguir adelante con el llamamiento que había aceptado, asegurándole que si le dedicaba con todo su corazón a la misión las mismas energías que les había dedicado a sus estudios seglares, muy pronto vería el crecimiento de su testimonio, al grado de equipararse al de los otros misioneros.

Los poderes de la oscuridad a los que se refirió Pablo no son fáciles de disipar. Por el contrario, se encuentran al comando de sus tropas, prestos a atacar y destruir el alma del hombre con armas más poderosas que las de fuego o artillería o que las bombas. En cada campo de esfuerzo, en cada preocupación o interés del hombre, los poderes de la oscuridad encuentran sus fortificaciones para hacernos la batalla.

Las preguntas que siempre surgen son, entonces: ¿Estamos preparados para permanecer firmes? ¿Hemos hecho ya todo lo posible por fortificarnos, inmunizarnos y protegernos? ¿Estamos prevenidos contra la propaganda del enemigo y contra su uso seductivo de la palabra?

La palabra “nuevo” atrae a menudo nuestra atención y parece implicar que si surge algo nuevo, debe tratarse entonces de algo mejor que debe suplantar a lo anticuado y a lo pasado de moda. Por ejemplo, se ha difundido la llamada “nueva moralidad” que presupone la indiferencia hacia las leyes eternas de castidad que Dios ha dado a los hombres.

También se habla de una “nueva vida familiar” que prescinde o le resta importancia al nacimiento y educación de los hijos.

Existe igualmente un “nuevo periodismo” que abandona todo esfuerzo por reportar objetivamente y aprueba cualquier esfuerzo por interpretar los sucesos de acuerdo con ideas preconcebidas.

Es posible que jamás haya existido otra época en la historia en que se haya hecho necesario oponer tanta resistencia como ahora. Nunca antes se hizo tan imprescindible el que los hombres tuvieran que analizar, sopesar y evaluar cada supuesta verdad que se les presentara para aceptar únicamente aquello que subsista el paso del tiempo, se ajuste a las Escrituras y vaya de acuerdo a la fe y al testimonio del corazón.

Shakespeare escribió en su tragedia Macbeth lo siguiente: … y frecuentemente para atraernos a nuestra perdición los agentes de las tinieblas  nos profetizan verdades y nos  seducen con  inocentes  bagatelas  para  arrastrarnos  pérfidamente   a  las consecuencias más terribles. (William Shakespeare, Obras completas, Madrid: Aguilar, 1967, págs. 1582-1583.)

En nombre de la “libertad”  se cometen muchísimas infamias. No se tiene en cuenta que lo que para algunos puede significar “libertad” para otros no representa  más   que privaciones. Cuando se pasa por inadvertido un escándalo o una sublevación y, por sobre todo, también se le justifica, y cuando se destruyen hogares y se mata a gente inocente, se encadena a algunos para dar »libertad» a otros. En el avión, el tren u otros lugares públicos, el fumador tiene su libertad. Despide su insoportable humo sobre las narices de otros sin la más mínima consideración o disculpa.  Nos preguntamos, entonces, ¿libertad para quién?

Al conductor ebrio se le llama la atención por lo general con una simple represión, de modo que éste continúa bebiendo alcohol y manejando en tal estado, para poner en peligro las vidas de tantos inocentes.

¿Es que debe dársele libertad al mundo para infectar la sociedad con láminas obscenas y artículos vulgares y para hacer gala de la corrupción delante de los niños y otras personas? ¿Por qué habrá de dárseles libertad de restricciones a algunos, mientras que a otros se les encadena con el terror al que se ven expuestos?

Existe también la nueva libertad del divorcio. Algunos dicen: “Podemos probar a casarnos y, si no funciona, pues nos divorciamos”. En un estudio realizado en cierta región de Utah, la duración del matrimonio promedio fue de siete años, siendo la edad promedio de los divorciados treinta y dos años y el promedio de niños involucrados en cada caso dos. En el período abarcado en este estudio particular, de cada cien matrimonios, cuarenta parejas se divorciaron. Y nosotros nos preguntamos de nuevo: ¿Libertad para quién? Desde luego que no lo es para los numerosos niños cuyas vidas se ven truncadas y cuyas privaciones son severas. El cociente de delincuencia, de hospitales mentales, de centros reformatorios no proviene tanto de la pobreza, sino más bien de la inestabilidad.

Cuando de niño viví en Arizona, las grandes minas de Clifton y Morenci vertían los materiales de desecho en el río San Francisco que quedaba arriba de donde vivíamos. El barro duro era arrastrado por nuestras aguas de riego y cubría nuestras tierras agrícolas, nuestros terrenos productivos, dejando una capa de barro dura como el cemento, de modo que los cultivos no podían aflorar. ¿Libertad para quién?

Un prominente orador, abogando por el sexo libre, recientemente dijo: “La revolución ha sido ganada; el nuevo orden se ha impuesto. El sexo ya no es hoy un asunto de ¿Debo?, sino de ¿Soy capaz? De manera que la Nueva Moralidad ha emitido el código para el nuevo cambio”.

El orador se está refiriendo a la “revolución erótica”, que impondría sus propias reglas y que exigiría la aceptación de su errónea forma de vida ante la sociedad, sin ninguna interferencia o control. El dirige una escuela del pensamiento que no vacilaría en ofrecer dispositivos anticonceptivos o píldoras para el control de la natalidad a cualquiera que los solicitara, sin considerar la edad del peticionario y asimismo ofrecería abortos sin costo alguno. Otra proposición es que haya un “intercambio de esposas durante las fiestas de los fines de semana”. En sus declaraciones el orador habla de la juventud como el grupo al que más se le ha privado de sus derechos para dirigir sus propias vidas sexuales. Se le oye decir: “Indíqueles a sus estudiantes, en mi nombre, que si quieren alcanzar su libertad, van a tener que obtenerla en la misma forma que los negros, es decir tomando posesión arbitraria de ella y contraviniendo la ley en desobediencia civil. De modo que cada vez que salgan en citas y tengan relaciones sexuales estarán practicando la desobediencia civil”.

Hay cierta porfiada oposición en algunas áreas en cuanto a todo lo que es sagrado —todo lo que el Señor ha estado enseñando a sus hijos en estos milenios.

De Alexander Pope, poeta inglés, se citan a menudo las siguientes palabras:

El vicio es un monstruo de horrendo semblante,
que para huirle, sólo basta con verle;
Y al verle a menudo, familiar se vuelve,
se tolera, nos conmueve, y lo aceptamos, (traducción libre)

Se oye hablar de libertad, pero se trata de la libertad de explotar y de limitar a otros. ¡Libertad, pobre libertad, oh mundo seducido y prostituido! Cuidémonos mejor de tal tergiversación de palabras y vivamos de tal manera que tengamos el poder de discernimiento.

De acuerdo con mi experiencia, son pocas las personas que, habiendo permanecido cerca del Señor en sus oraciones, activos en la Iglesia y en contacto con su hermandad, han perdido alguna vez la paz interna, la espiritualidad y sus testimonios. Sena poco común que alguien que continuamente leyera las Sagradas Escrituras y mantuviera su vida en orden fuera acosado alguna vez por serias dudas o por la incredulidad.

“Vestíos de toda la armadura de Dios”, tal como lo advirtió Pablo. Con esta divina influencia y protección podremos discernir los engaños del adversario, aun cuando lo haga con los más seductivos razonamientos o palabras, e igualmente “resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.