
La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball
Capítulo tres.
Le revelación.
La comunicación continua con Dios.
Hace algún tiempo recibí una carta en la que un misionero que estaba sirviendo en Alemania me decía: “Cuando enseñamos el evangelio, hablamos constantemente… de la necesidad de profetas vivientes sobre la tierra y nos fundamos en el testimonio de un jovencito que vio y habló con el Padre y el Hijo y que dejó un registro de sus experiencias. . . Sin embargo, . . . no contamos con ningún registro de que la revelación continúe…”
Mi primera reacción al leer la carta fue un gran asombro —asombro de pensar que un joven de veinte años pudiera declarar concienzudamente que »no contamos con ningún registro de que la revelación continúe”.
Miles de personas en el mundo creen que la Biblia contiene todas las revelaciones que el Señor ha dado a los hombres e ignoran la declaración del apóstol Juan referente a que si se escribiera todo lo que hizo Jesús, se llenarían muchísimos volúmenes. (Véase Juan 21:26.) Algunos Santos de los Últimos Días cometen un error muy similar al pensar que lo que se encuentra escrito en los libros canónicos constituye la suma total de las revelaciones de esta dispensación. En cuanto a este mal entendido, George Q. Cannon, miembro de la Primera Presidencia de la Iglesia en 1880, declara:
Muchos se han engañado a sí mismos al asumir que porque no se han escrito ni publicado más revelaciones, ha habido, por lo tanto, un decrecimiento de poder en la Iglesia de Cristo. Esta es una gran equivocación.
… los siervos del Señor continúan recibiendo revelaciones que son tan vigentes y tan obligatorias para los miembros, como si se hubieran publicado y distribuido en todas las estacas de Sión.
Dios habla por medio de su siervo al cual ha escogido para poseer las llaves; y los oráculos se encuentran dentro de la Iglesia. . . Gomo pueblo hemos sido ricamente bendecidos con revelaciones.
¿Ha visto acaso este pueblo una época en la cual el consejo de los siervos de Dios no le haya bastado en medio de dificultades? No. Eso nunca ha sucedido. En ningún momento se ha quedado este pueblo sin la voz de Dios; no ha habido momento alguno desde que se fundó de nuevo esta Iglesia hasta el día de hoy, en que el poder de Dios no se haya manifestado plenamente entre nosotros. . . (Gospel Truth, pág. 332.)
Los días de revelación nunca han cesado; el Señor continúa comunicándose con sus siervos hoy día como siempre lo ha hecho.
Si cesaran las revelaciones de Dios, se debería ya a la desobediencia del hombre y a la oscuridad de su apostasía, o a que Dios hubiera muerto. Ya que sabemos positivamente que Dios vive y que ha sido el mismo “ayer, hoy y para siempre”, podemos medir la fidelidad y espiritualidad de los hombres por el grado e intensidad de su comunicación con Dios.
La revelación es el proceso por medio del cual Dios se manifiesta a los hombres. . . . Esta presupone una capacidad de correspondencia de parte del hombre la cual requiere fe. … Las Escrituras son el registro de la auto manifestación de Dios al hombre y los resultados de ello. La revelación es, por lo tanto, inseparable de la fe, y, a menos que haya una respuesta de fe, no puede haber revelación efectiva. (Harper’s Bibk Dictionary, pág. 614.)
El hecho de negar la concesión de ciertos dones no implica que éstos no existan. Cuando se rechaza un anillo de diamantes, éste no deja de existir por ello. En cuanto a esto, el presidente George Q. Cannon también expresó: La autenticidad divina de las revelaciones nunca se vería afectada por su recepción o falta de recepción, sino que quedaría al criterio del pueblo de Dios el aceptarlas después de ser reveladas por El. Esta es la manera en que han sido dadas a la Iglesia, a fin de ser presentadas a los miembros para su aceptación y observancia, o su rechazo. José Smith poseía un sentido tan alto de su llamamiento profético y de la autoridad que había recibido del Señor, que jamás sometió a la aprobación de ningún individuo a fin de probar su validez, las revelaciones que se le habían dado, por numerosas que éstas fueran. (Gospel Truth, pág. 332.)
Conviene hacer hincapié en el hecho de que existen muchas clases de revelaciones; algunas son del tipo trascendental y transformador para el mundo, mientras que otras son menos espectaculares y tienen que ver con la inspiración necesaria para administrar los pormenores de los asuntos del Señor. De todas las revelaciones que se han dado desde el pasado hasta nuestros días, una de las más gloriosas es la visión en la cual el profeta José Smith vio al Padre y al Hijo. Ni aun la visión que Pedro, Santiago y Juan, la Primera Presidencia de la Iglesia Primitiva, tuvieron en el Monte de la Transfiguración sobrepasa en importancia a aquélla. En esta última, los tres Apóstoles siguieron a Jesús hasta un monte alto, en donde “resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (véase Mateo 17:1-8). En ese lugar vieron a Moisés y a Elías, que hacía mucho que habían muerto, hablando con el Cristo transfigurado, y escucharon la voz de Elohím que presentaba a su Amado Hijo, Jehová.
Otra visión extraordinaria fue la de Saulo de Tarso, quien vio y escuchó a Jesucristo, el Señor resucitado. Aparentemente, en esta visión no vio a Elohím.
El profeta Enoc también nos habla de su impresionante visión, con las siguientes palabras: … y mientras estaba en el monte, vi abrirse los cielos y fui revestido de gloria; y vi al Señor; y estaba ante mi faz, y habló conmigo, así como un hombre habla con otro, cara a cara; y me dijo: Mira, y te mostraré el mundo por el espacio de muchas generaciones. (Moisés 7:3-4.)
A Abraham se le conocía como “el amigo de Dios”. El expresó lo siguiente: . . . yo, Abraham, hablé con el Señor cara a cara, como un hombre habla con otro; y me habló de las obras que sus manos habían hecho. (Abraham 3:11.)
Por medio de Aarón y María, en el Antiguo Testamento, el Señor describió sus revelaciones a Moisés: Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él.
No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa.
Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová. ¿Por qué, pues, no tuvisteis temor de hablar contra mi siervo Moisés? (Números 12:6-8.)
Estas trascendentales experiencias son tan excepcionales, que entre todas las que se han registrado en la historia, son muy pocas las que se les comparan. Solamente un pequeño número de las revelaciones manifestadas a Moisés, Abraham o a José Smith fueron de naturaleza tan extraordinaria.
No pretendo, de ninguna manera, restar importancia a revelación alguna del libro de Doctrina y Convenios, mas deseo señalar que sólo un pequeño número de las 138 secciones revelan la aparición de seres celestiales. La mayoría de las revelaciones de esta dispensación han sido recibidas de la misma manera en que se dieron a los profetas de todos los siglos; es decir, por medio de visiones, sueños y profundas impresiones. Esto queda ilustrado con las palabras del profeta Enós, cuando dice: Y mientras así me hallaba luchando en el espíritu, he aquí, la voz del Señor de nuevo penetró mi mente, diciendo: Visitaré a tus hermanos según su diligencia en guardar mis mandamientos. . . (Enós 10.)
Debe tenerse presente también, que no todas las revelaciones que recibió el profeta José Smith se encuentran impresas en el libro de Doctrina y Convenios. Únicamente se incluyen las que él consideró ser de mayor necesidad y ayuda para la gente de esta época. Muchas de las revelaciones del Profeta se aplicaban solamente al caso o problema específico de determinado momento.
Además, hay otros de nuestros hermanos de los días antiguos que también recibieron visiones o tuvieron experiencias extraordinarias. Entre ellos podemos mencionar a Adán, Nefi, al hermano de Jared, y a muchos otros.
Las revelaciones también vienen a menudo por medio de sueños, y ¿quién va a estar allí para decirnos cuándo termina el sueño y comienza la visión? El presidente Wilford Woodruff dio la siguiente declaración en la conferencia general del 10 de octubre de 1900:
Después de la muerte de José Smith, yo lo vi y conversé con él muchas veces en mis sueños durante la noche. Recuerdo una ocasión en la que nos encontramos en el mar, con él y su hermano Hyrum, cuando yo me dirigía a Inglaterra a cumplir una misión. Dan Jones, quien había recibido su llamamiento de José Smith antes de su muerte, iba también conmigo. Entonces el Profeta me habló de la misión que yo iba a cumplir y de la misión de los Doce Apóstoles vivientes, explicándome el trabajo que ellos iban a realizar y la recompensa que recibirían al morir. Además me habló de muchas otras cosas durante esta entrevista, algunas de las cuales ya no pude entender al despertar. Fueron muchas las conversaciones que tuve con el profeta José, hasta hace quince o veinte años, tiempo desde el cual ya no lo he visto. Sin embargo, durante mis viajes al sur del país el invierno pasado, sostuve varias conversaciones de la misma naturaleza con el presidente Young y con Heber C. Kimball, George A. Smith, Jedediah M. Grant, y muchos otros que ya han muerto. Ellos asistieron a nuestra conferencia y también a nuestras reuniones. Recuerdo otra ocasión en la que vi al hermano Brigham y al hermano Heber en una diligencia adelante de la mía cuando me dirigía a una conferencia. Los vi vestidos con ropas sacerdotales. Cuando llegamos a nuestro destino, le pedí al presidente Young que nos predicara, a lo cual él me contestó: “No puedo. Ya he concluido mi misión de testificar en la carne, y es por eso que no les hablaré más. No obstante (continuó), a Ud. sí he venido a visitarlo y a ayudarlo. Quiero saber qué están haciendo los miembros, y también que —después de ponerlo Ud. mismo en práctica— les enseñe que deben esforzarse continuamente y vivir de tal manera que puedan obtener el Espíritu Santo, porque no hay otra manera de edificar el reino: sin el Espíritu de Dios corren peligro de caer en la oscuridad y de fallar en sus llamamientos como apóstoles y élderes de la Iglesia y Reino de Dios. Este principio (agregó) lo aprendí del hermano Joseph.” A esto debo añadir que yo lo escuché referirse a este asunto en vida; mas lo que iba a decir es que: Vino a mi mente el pensamiento de que el hermano José había encargado a otros el cuidado de esta Iglesia y Reino, y de que él había seguido adelante con otro trabajo y asignado esta obra a hombres que habían vivido y trabajado entre nosotros desde que él se fue. Se me manifestó la idea de que tales hombres siguen progresando en el mundo de los espíritus. Yo creo personalmente que a estos hombres que ya han muerto y se han ido al mundo de los espíritus, es decir, a algunos de ellos, se les encomendó conservar esa misión de velar por los Santos de los Últimos Días. (Journal of Discourses, vol. 21,págs. 317-18.)
¿No se comparan estas visiones modernas con los sueños de José, hijo de Jacob, como cuando vio que su gavilla se mantuvo derecha en el campo, mientras que las gavillas de sus hermanos, que estaban alrededor, se inclinaban y se postraban ante la suya? (Ver Génesis 37:7.)
Recordaréis también el sueño que este José tuvo en la cárcel, cuando reveló a Faraón que habría siete años de abundancia y siete años de escasez y hambre? (Ver Génesis 41:26-30.)
¿No son las visiones de los presidentes Wilford Woodruffy Joseph F. Smith sobre la redención de los muertos comparables a la visión de Lehi sobre el árbol de la vida; y la de Nefi, con su sueño similar; y la de Jacob (Antiguo Testamento) cuando vio una escalera entre el cielo y la tierra y un concurso de ángeles que ascendían y descendían?
De nuevo recordaréis la visión del profeta José y de Sidney Rigdon, en la que vieron al Redentor a la diestra del Padre. ¿Negaréis la igualdad de importancia de todas estas visiones con la experiencia de Daniel, en la que, como él describió, miró en su gran visión a un personaje celestial que vino a él y le habló; o ¿la visión de Juan el Revelador, quien también dio una descripción similar de la personalidad y naturaleza de Jesús el Cristo, a quien vio y escuchó?
Debe haber muchísimas otras experiencias de esta naturaleza que los hermanos han tenido y que por razón de su carácter sagrado no se pueden relatar o publicar. No obstante, contamos con la relación escrita de una experiencia que tuvo Orson F. Whitney. Mientras estuvo en el servicio misional, ocupó parte considerable de su tiempo en mantener correspondencia con el Salt Lake Herald, un periódico de aquella época: Entonces tuve una maravillosa manifestación, algo así como una admonición proveniente de una fuente divina, una imposible de ignorar. Fue un sueño, o una visión dentro de un sueño, que tuve al acostarme una noche en el pueblecito de Columbia, en el Condado de Lancaster, en Pensilvania. Me pareció estar en el huerto de Getsemaní y haber sido un testigo de la agonía del Salvador. Lo vi con una claridad como nunca había visto a nadie. Allí desde un árbol escondido, vi salir de entre los muros a mi derecha a Jesús, junto con Pedro, Santiago y Juan. Después de pedirles que se arrodillaran en oración, el Hijo de Dios se despidió de ellos y se dirigió hacia el otro lado de la muralla, en donde Él también se arrodilló a orar. De sus labios escuché la misma oración con la que todos los lectores de la Biblia estamos familiarizados: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.”
Al decir aquellas palabras, las lágrimas le rodaron por las mejillas, y al verle el rostro de frente, me enternecí tanto, que yo también lloré, conmovido por la escena y lleno de compasión por su dolor. Con toda la condolencia de mi ser y todo el amor de mi alma, deseé allegarme a El más que cualquier otra cosa. Entonces se levantó y caminó hacia donde estaban los tres Apóstoles, ¡y los encontró dormidos! Los tocó suavemente y los despertó. Luego, sin la menor muestra de enojo o impaciencia, con un tono de dulce reproche, les suplicó encarecidamente permanecer despiertos con El una hora más. En aquel preciso lugar se encontraba el Hijo de Dios, agobiado por el terrible peso de los pecados del mundo, y con el corazón deshecho por el dolor que le causaban las aflicciones de los hombres, mujeres y niños —mas ellos no podían permanecer despiertos ¡por una triste hora! . . .
Repentinamente, las circunstancias parecieron transformarse, mas el lugar siguió siendo el mismo. Ya después de la crucifixión, el Salvador, con los tres Apóstoles, se encontraban reunidos ahora en un sitio a mi izquierda. Ya se disponían a ascender al cielo, cuando, no pudiendo soportar más, salí de aquel árbol detrás del cual me había escondido y corrí hacia Él, postrándome a sus pies para implorarle, sujetado a sus rodillas, que me llevara con El.
Jamás olvidaré la forma suave y bondadosa en que se detuvo, me levantó y me abrazó. Fue una experiencia tan vivida, tan real. Sentí el calor de su amor al abrazarme y decirme con tierno acento: “No, hijo mío; ellos ya han terminado su obra en la tierra y por eso pueden irse conmigo; pero tú debes quedarte para finalizar la tuya”. Todavía prendido a Él, alzando mi vista hacia su rostro —pues Él era más alto que yo— le supliqué fervientemente: “Entonces prométeme que estaré contigo al final de la jornada”. Sonriendo dulcemente, me dijo: “Eso dependerá enteramente de ti”. Con un nudo en la garganta, abrí los ojos, y ya era de mañana.
“Eso vino de Dios”, expresó el élder Musser cuando le relaté lo que había visto y oído. A lo que repliqué: “Eso ya lo sé”. Claramente entendí la moraleja. Para entonces, ni siquiera se me había ocurrido llegar a ser un Apóstol del Señor, ni tener ningún otro llamamiento en la Iglesia. Ya sé que esos Apóstoles adormitados estaban representándome a mí mismo. Yo me encontraba dormido en mi puesto —tal como cualquier hombre que, habiendo sido llamado por medios divinos a hacer una cosa, hace lo contrario.
Más a partir de aquella hora, todo ha cambiado. Jamás he vuelto a ser el mismo hombre de antes. Nunca dejé de escribir, pues el presidente Young, habiendo notado algunas de mis contribuciones a los registros del lugar, me había aconsejado que cultivara lo que él llamaba mi “don de la pluma”, “para que puedas usarlo”, me dijo, »para el establecimiento de la verdad y rectitud». Así es que continúo escribiendo, sin descuidar, por supuesto, el trabajo del Señor. Esta era mi primera prioridad, todo lo demás era secundario. (Through Memory ‘s Halls, Life Story of Orson F. Wkitney, págs. 81-83.)
¿Por qué es que nosotros, los mortales, tenemos la tendencia a adornar los sepulcros de los muertos y apedrear a los vivos, o de ensalzar el pasado y negar el presente, y asumir que sólo ha acontecido lo que está escrito?
Consideremos por unos momentos algunos movimientos y programas de colonización que se han revelado tanto en el pasado como en nuestros tiempos.
Desde la época de Adán, siempre ha habido muchos éxodos y tierras prometidas. Así sucedió con Abraham, Jared, Moisés, Lehi y otros grupos. Cuán fácil nos es aceptar que los grupos de tiempos antiguos fueron dirigidos por el Señor, mas a los de nuestros tiempos los vemos como el producto del control y cálculos humanos. Analicemos por un momento la gran migración de los refugiados mormones del estado de Illinois hacia el Valle del Gran Lago Salado. Muy pocos, si no es que ninguno, de los otros grandes movimientos que han acontecido podrían igualarse a éste. Muy a menudo escuchamos decir que Brigham Young dirigió al pueblo en la exploración de nuevos caminos en el desierto y en la escalada de montañas casi desconocidas por otros. Dificultosamente tuvieron que cruzar ríos sin puentes y atravesar el hostil territorio de los indios. Y mientras que Brigham Young fue un instrumento en las manos del Señor, no fue él sino el Señor de los cielos quien dirigió al Israel moderno a través de las montañas, y lo llevó a su tierra prometida.
Asimismo, los numerosos esfuerzos de colonización realizados en Nevada, el Río Muddy, en Idaho, el territorio de los indios, Moab, Canadá, México, Arizona y Colorado —todos ellos considerados como trayectorias menores— deben haber parecido a aquellos que las hicieron, tan difíciles como la de Lehi a través del desierto.
Qué fácil debe ser para las personas irreflexivas decir que todos estos recientes éxodos fueron simples cálculos humanos, pero que los movimientos similares del pasado sí fueron efectivamente inspirados y dirigidos por el Señor. La producción cinematográfica Brigham Young presenta al Profeta como preocupado y preguntándose si realmente ha sido llamado por Dios. Lo muestra indeciso, inseguro y dudoso de la naturaleza de su llamamiento. En el punto culminante de la película, se muestra al presidente Young titubeante y a punto de admitir ante su pueblo que no había sido llamado divinamente; que no había sido inspirado y que les había mentido y los había engañado. En otra escena se le muestra casi decidido a aceptar dramáticamente su culpa y falsa representación, cuando entonces vienen las gaviotas y lo salvan milagrosamente. La verdad es que el presidente Brigham Young jamás se mostró indeciso, débil o dudoso. Él sabía que era el líder de Dios sobre la tierra y que Él lo guiaba en las cosas que tenía que hacer. De manera que, con toda la presteza y valentía del caso, cumplió con su programa de llevar a los santos al Oeste y colonizar luego los valles asentados entre las montañas. He aquí lo que declaró Brigham Young: Sé que hay algunos entre nosotros que atentarán contra las vidas de los Doce Apóstoles, tal como lo hicieron con José y Hyrum. Por eso ordenaremos a otros y les daremos la plentitud del sacerdocio para que, si nos quitan la vida, esta plenitud permanezca.
José confirió sobre nuestras cabezas todas las llaves v poderes pertenecientes al Apostolado que él mismo poseía antes de ser arrebatado de entre nosotros, y ningún individuo o grupo puede interponerse entre José y los Doce, ni en esta tierra ni en el mundo venidero.
¿Cuántas veces no repitió José a los Doce: “Os he dejado los cimientos sobre los cuales debéis gobernar. El reino descansa ahora sobre vuestros hombros.”
Yo tengo las llaves y los medios para obtener la palabra de Dios en lo que concierne a estos asuntos.
Brigham Young sabía que el Señor mismo era el verdadero director del éxodo a través de las llanuras: No deseo en ningún momento dar a entender a los hombres que yo tuve algo que ver con nuestro traslado a este lugar; fue la providencia del Todopoderoso; fue el poder de Dios el que obró la salvación de este pueblo; yo nunca pude haber concebido tal plan…
Llegamos a estas montañas por la fe. . . .
Nunca ha habido una tierra, desde los días de Adán hasta los nuestros, mas bendecida por nuestro Padre Celestial que ésta; y aún será más bendecida si somos fieles, humildes y agradecidos con Dios. . . .
La mayoría de las revelaciones de Doctrina y Convenios y de la Biblia fueron la acentuación de los sentimientos más profundos y de la impresionante certeza de que la dirección venía desde lo alto. Este es el tipo de revelación que todos recibimos para nuestras propias necesidades. Se me viene a la mente la experiencia de un joven soldado que murió en Europa y quien, previo a su muerte, fue dirigido a conocer a una familia de Inglaterra, la cual le suministró considerable información genealógica y familiar. Estoy seguro de que esto no fue una coincidencia.
Yo frecuentemente he contado la historia de un joven a quien se le prometió un regreso seguro de la Segunda Guerra Mundial. Este joven se encontró en una aterradora y peligrosísima situación en una cabeza de playa de Italia. Después de recibir tres fuertes impresiones, se quitó del lugar en donde estaba estudiando un mapa que le serviría para distribuir a sus soldados. No bien se hubo movido, cuando cayó una bomba desde el cielo y destruyó totalmente todo cuanto había en el área en donde él había estado.
El presidente Wilford Woodruff nos cuenta una de sus más singulares experiencias: Una noche, mientras viajábamos, nos quedamos a dormir en el camino. Decidí entrar mi carruaje al patio del hermano Williams, en donde también el hermano Orson Hyde dejó el suyo a la par del mía. Mi esposa y mis hijos se encontraban conmigo y cuando nos disponíamos a dormir, pasados apenas unos momentos de estar allí, oí muy claramente la voz del Espíritu que me dijo: “Levántate y quita tu carruaje de aquí. Entonces le dije a mi esposa lo que iba a hacer, a lo que ella preguntó: ¿Para qué? Y le contesté: “Yo no sé.” Cada vez que algo así sucedía, eso era todo lo que me preguntaba, y cuando yo le contestaba que no sabía, eso le bastaba y simplemente me seguía. Así es que moví el carruaje unas cuatro o cinco varas más allá de donde estaba y puse una de las ruedas delanteras contra la esquina de la casa. Luego miré hacia todos lados y me fui a acostar. Entonces, de nuevo escuché la misma voz diciéndome” “Ve y mueve tus animales de ese roble”. Estos se encontraban como a unos 200 metros de nuestro carruaje. De modo que los trasladé cerca de unos arbolitos de nueces, después de lo cual me regresé a dormir.
Como a la media hora de esto, se desató un remolino que arrebató el roble partiendo el tronco a medio metro de la tierra. Pasó sobre tres o cuatro cercas y fue a parar a la puerta del sitio cerca de donde estaba el carruaje del hermano Hyde y justo donde había estado el mío antes. ¿Cuáles hubieran sido las fatales consecuencias si yo no hubiera escuchado y obedecido esa voz del Espíritu? Mi esposa, mis hijos y yo habríamos muerto sin lugar a dudas. Esa fue para mí la voz quieta y apacible. No fue un terremoto, ni un trueno ni un relámpago lo que nos salvó la vida, sino el suave susurro del Espíritu de Dios. Para mí, fue un espíritu de revelación. (Discourses of Wilford Woodruff, págs. 295-96.)
Nunca habría llegado a ser Presidente de la Iglesia, el destino del hermano Woodruff, si no hubiera sido tan receptivo al Espíritu.
Me temo que hay muchas personas en la Iglesia que creen en las revelaciones escritas, pero que piensan que los llamamientos a la obra misional, por ejemplo, no son más que el resultado de una fría decisión y cálculo, y que la apertura de nuevas misiones, el llamamiento de siervos para presidirlas y la asignación de misioneros a distintos lugares no es más que un asunto rutinario. Estas personas que piensan así probablemente creerán en las palabras registradas en Alma 17:11, en donde el Señor habla a los misioneros de ese tiempo:
… Id entre los lamanitas, vuestros hermanos, y estableced mi palabra; empero seréis pacientes en las congojas y aflicciones, para que podáis darles buenos ejemplos en mí; y os haré instrumentos en mis manos, para la salvación de muchas almas.
O bien, estas personas podrán creer en el llamado de Enoc a predicar el arrepentimiento a los antediluvianos. Después de escuchar una voz, Enoc se postró a tierra y éstas fueron sus palabras:
¿Cómo es que he hallado gracia en tu vista, si no soy más que un jovenzuelo, y toda la gente me desprecia, por cuanto soy tardo en el habla; por qué soy tu siervo? (Moisés 6:31.)
Al reflexionar, encontramos una gran similitud entre la obra misional de estos tiempos y la de días antiguos.
¿Es que existe alguna diferencia entre la delegación de autoridad que Pablo dio a otros para llevar a cabo el trabajo misional en Asia Menor, Grecia, Roma y España, y los muchos presidentes de misiones que hoy delegan su autoridad a través del programa de proselitismo en el mundo entero?
¿Existe alguna diferencia entre el llamamiento de más de cien misioneros cada semana y sus asignaciones a los diferentes países del mundo para predicar el evangelio a todo pueblo, y el llamado dado en 1830 a través del profeta José a Ziba Peterson, Oliverio Cowdery, Peter Whitmer y Parley P. Pratt para predicar el evangelio a los indios? Esto es lo que el Señor ha dicho concerniente al asunto: … y yo mismo los acompañaré y estaré entre ellos; y soy su abogado ante el Padre, y nada prevalecerá en contra de ellos. (DyC 32:3.)
Hablemos ahora de estructuras, edificios, templos y tabernáculos. Moisés construyó un tabernáculo en el desierto para los hijos de Israel. Salomón construyó un grandioso templo en Jerusalén por el cual se guiaron los nefitas para construir sus templos. José Smith construyó casas para la adoración del Señor en Kirtland y Nauvoo; Brigham Young construyó templos en las ciudades de Salt Lake City, Saint George, Logan y Manti; el presidente Joseph F. Smith dirigió la obra para la construcción de los templos de Hawai y Canadá; el presidente Heber J. Grant para el de Arizona; el presidente George Albert Smith para el de Idaho Falls; el presidente David O. McKay, para los de Suiza, Nueva Zelanda, Inglaterra, Los Angeles y Oakland; y el presidente Joseph Fielding Smith terminó los templos de Ogden y Provo.
Todos los templos mencionados se han comenzado y terminado bajo el mismo espíritu y revelación de un mismo Dios. Recordad que Él es el mismo hoy, mañana y para siempre. ¿O acaso suponen los hombres de este tiempo que los templos construidos en nuestros propios días puedan ser el producto del simple cálculo planificado de los seres humanos? Habiendo visitado con bastante regularidad cada uno de ellos, desde el de Arizona que se construyó en 1927, yo considero a cada uno de estos edificios como la obra misma de Jehová, iniciada por El, diseñada por El, y dedicada a Él y a su divino programa.
Hoy, en nuestros propios días, el Señor ha dicho: . . . ¿cómo podré aceptar vuestros lavamientos, si no los efectuáis en una casa que hayáis erigido a mi nombre?
Porque por esta causa le mandé a Moisés que edificara un tabernáculo que pudieran llevar consigo por el desierto, y que construyera una casa en la tierra de promisión, a fin de que se pudieran revelar las ordenanzas que habían estado ocultas desde antes que el mundo fuese. (DyC 124:37-38.)
En el Templo de Kirtland, el Señor también declaró lo siguiente en nuestros propios días:
De cierto os digo, es mi voluntad que se me edifique una casa en la tierra de Sión, semejante al modelo que os he dado. Sí, edifíquese cuanto antes. . . (DyC 97:10-11.)
Al encontrarse los santos en Nauvoo, recibieron el llamado del Señor de juntar el oro y la plata, las piedras preciosas y otros objetos de valor y antigüedades, diciéndoles: “Venid… y edificad una casa a mi nombre, para que en ella more el Altísimo”. (DyC 124:26-27.)
Fue una experiencia diferente la que tuvo lugar el 28 de julio de 1847, cuando en la recién descubierta tierra del Valle del Gran Lago Salado, “caminando sobre la tierra con sus colaboradores, [Brigham Young] repentinamente se detuvo, y golpeando la punta de su bastón contra el suelo árido, exclamó: ‘Aquí construiremos el templo de nuestro Señor’.” Wilford Woodruff entonces enterró una estaca en el pequeño agujero abierto. Ese día quedó seleccionado en el centro de la ciudad el sitio donde habría de construirse el templo.
¿Existe alguna diferencia entre los mandamientos dados en los primeros días y los últimos dados a todos los Presidentes de la Iglesia para reservar tierras, diseñar edificios, construir dichos edificios sagrados y dedicarlos para el servicio del Señor? ¿Habrá alguna vez alguna diferencia entre los templos del pasado, los del presente, y todos los centenares que están por ser localizados y construidos todavía?
El 19 de agosto de 1906, el Presidente Joseph F. Smith declaró: Tal vez no sea en mis días ni durante esta generación, pero vendrá el día en que, aun en los países más recónditos de la tierra, se construirán templos de Dios, dedicados especialmente para las sagradas ordenanzas del evangelio y no para la adoración de ídolos. Porque este evangelio debe extenderse por sobre toda la tierra, hasta que el conocimiento de Dios cubra la tierra como las aguas del mar.
¿Existe alguna diferencia entre la organización de la Iglesia de hoy día y la de la antigüedad?
Desde que fui ordenado como apóstol el 7 de octubre de 1943, he tenido la oportunidad de tomar parte y ayudar en el llamamiento de muchísimas Autoridades Generales. ¿Cómo han sido llamados estos hermanos? Permitidme aseguraros que cada uno de estos hombres ha sido llamado por Dios, por profecía y revelación. El proceso de selección y eliminación se ha realizado por medio de mucho ayuno y oración. Muchos han sido los hombres considerados, pero finalmente uno de entre toda la Iglesia ha sido designado por el Profeta del Señor, aprobado por sus consejeros y por los miembros de los Doce, y sostenido por la congregación; después de lo cual ha sido ordenado por el Profeta mismo. Este proceso se compara con el que se seguía en los días de Pedro. Después de la ascensión de Jesucristo a los cielos, los Apóstoles que quedaron, con Pedro a la cabeza como el profeta de Dios, examinaron minuciosamente el área en busca de los mejores hombres, y por el proceso de eliminación seleccionaron a dos: a José, llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías. Con esta selección, ya Pedro, tomando la dirección del asunto, explicó los atributos necesarios para la posición, indicando que el escogido tenía que haberse asociado con ellos durante todo el tiempo del ministerio de Cristo, desde su bautismo hasta su ascensión, para que así pudiera ser un testigo especial de Él.
Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra cuál de estos dos has escogido. (Hechos 1:24.)
Entonces se escogió a Matías y entró a formar parte del quórum y agregado a los once Apóstoles.
El presidente John Taylor registró la revelación recibida al llamar al Apostolado a George Teasdale y a Heber J. Grant. He aquí lo que se lee en el registro: Así dice el Señor a los Doce, al Sacerdocio y a los demás miembros de la Iglesia: Que mis siervos George Teasdale y Heber J. Grant sean llamados para ocupar las posiciones vacantes en el Consejo de los Doce… y que se llame a Seymour B. Young para ocupar la posición vacante en la Presidencia del Quorum de los Setentas.
Durante veintinueve años he gozado del privilegio de ayudar en la selección de muchos hombres distintos para ocupar posiciones de responsabilidad en las presidencias de estaca, y en la ordenación de varios cientos de obispos, y estoy plenamente convencido de que los llamamientos de todos estos presidentes de estaca, obispos y otros líderes, así como las Autoridades Generales, se han realizado de la misma manera como se hacía en la Iglesia Primitiva, cuando:
Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.
Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. (Hechos 13:2-3.)
La sección 124 del libro Doctrina y Convenios describe la organización eclesiástica y de los quórumes de la Iglesia, tal como ha sido establecida por el Señor.
Al tiempo en que el Señor estableció nuevamente su Iglesia, los hombres llamados a organizaría no estaban familiarizados con la manera de hacerlo, por lo que Él tuvo que darles instrucciones específicas para organizar la Presidencia, el Consejo de los Doce, el Quorum de los Setentas, el oficio de Patriarca, los líderes de estaca, los líderes de barrio y los otros diversos quórumes, aun hasta el de diáconos. Era necesario que todas estas especificaciones fueran recibidas por medio de revelación, ya que en esa época no había nadie en la tierra que conociera el plan perfecto. Pero ahora que el programa ya ha sido establecido nuevamente, no será más necesario que el Señor revele todos estos pormenores.
Me imagino que hay algunos que piensan que la organización de una presidencia de estaca sucede como cuestión de cálculos meramente humanos. En cuanto a esto, George Q. Cannon dijo: El hermano Brigham Young solía decir —y yo siempre he apreciado su observación— que no quería escribir todas las revelaciones que recibía debido a que entonces los miembros tendrían que dar mayores cuentas de las que ya se les exigían.
¿Qué revelación escrita existe concerniente a la organización de las estacas, tal y como las tenemos ahora? Aquí tenemos a la Estaca Davis con su presidencia y sumo consejo; ¿qué se ha escrito en el libro de Doctrina y Convenios para sostener esto? En la sección 102 de este libro encontramos el plan dado para la organización del Sumo Consejo de la Iglesia, sobre el cual a su vez la Presidencia de la Iglesia preside. Pero así como estamos organizados ahora, no se ha escrito nada específico. ¿Cómo es, entonces, que se han organizado estas estacas? ¿Es acaso que el presidente Young las ha organizado por su propia imaginación? ¿O es que las organizó de acuerdo con las revelaciones de Dios? La respuesta es que las organizó por medio de revelación, tal como si se hubiera escrito la revelación recibida sobre el particular. El Señor no exigió escribirlas, y sin embargo, las estacas han sido organizadas. De manera que Sión se encuentra hoy perfectamente establecida hasta el punto en que las circunstancias lo han permitido.
Hoy contamos con nuestras organizaciones de barrio y de estaca, y éstos se extienden por todos los lugares a donde Sión se ha establecido, y todos llegan a su seno. Las organizaciones de barrio funcionan casi ya en una manera perfecta. ¿Cómo es que ha sucedido esto? ¿Se ha hecho por medio de revelación escrita a la Iglesia? ¿Se ha realizado de acuerdo con algo que se ha escrito en el libro de Doctrina y Convenios? No, no es así. Es muy poco lo que el libro nos dice en cuanto a la manera clara y específica de organizar un barrio tal como los que existen ahora. ¿Cómo es que se han organizado entonces? Se ha hecho por el espíritu de revelación dado al hombre a quien Dios ha escogido para poseer las llaves de su autoridad sobre la tierra. (Gospel Truth, págs, 325-26.)
Aquellos que se preguntan: “¿Por qué no tenemos revelaciones en estos días?” se asemejan a los muchos que preguntan: “¿Por qué no tenemos dones y manifestaciones espirituales hoy?»
Siempre he dicho que si se escribieran todas las visiones y manifestaciones maravillosas que muchos han tenido, así como los sueños y saneamientos que tantos otros han recibido, y muchos otros milagros, se llenarían muchos libros imposibles de guardar en una biblioteca. Permitidme daros algunos ejemplos que pueden ilustrar cómo el Señor está trabajando hoy tan activamente con sus fieles seguidores como lo ha hecho en el pasado.
El presidente Wilford Woodruff nos cuenta algunos de sus sueños y visiones, incluyendo una experiencia que tuvo mi abuelo, Heber C. Kimball, junto con el hermano Russell y el hermano Hyde, cuando unos espíritus malos trataron de destruir a Heber C. Kimball, quien “poseía el sacerdocio y las llaves de esta autoridad para presidir la obra en Inglaterra; en vista de lo cual, aquellos espíritus no pudieron destruirlos”. Nos cuenta también de otra experiencia que les sucedió a Heber C. Kimball, George A. Smith y a él en Londres, en que los poderes de la oscuridad hubieran acabado con ellos. En esa ocasión, se les aparecieron tres mensajeros santos, vestidos con ropas del templo, y llenaron el cuarto de luz. Les pusieron las manos sobre sus cabezas y desecharon el terrible poder que estaba por destruirlos. Asimismo nos relata la visita que recibió de José Smith y su hermano Hyrum, después de la muerte de éstos, al encontrarse navegando en el mar. El barco en el que iba llevaba tres días y tres noches de estar viajando en dirección opuesta por causa de una gran tempestad. Los hermanos hicieron una oración muy especial mientras estaban en la cubierta del barco y, en menos de un minuto, pareció como si un hombre hubiera cortado la tempestad con una espada. Ni un pañuelo de muselina que hubieran tirado al agua se habría movido después de lo sucedido. A la siguiente noche, José y Hyrum me visitaron de nuevo y el Profeta me comunicó muchas cosas grandes.
El presidente Woodruff también relata otra experiencia en la que vino el Profeta y le explicó por qué siempre andan de prisa en los cielos. José Smith dijo: Le diré, hermano Woodruff, que cada dispensación que ha tenido el sacerdocio sobre la tierra y que ha pasado al reino celestial ha tenido cierta cantidad de trabajo que realizar para prepararse para acompañar al Salvador cuando El venga a reinar a la tierra. De manera que cada dispensación ha tenido suficiente tiempo para llevar a cabo esta obra, mas nosotros no. Somos la última dispensación y hay demasiado que hacer. Por eso necesitamos apresurarnos para poder cumplir con todo ese trabajo. (Discourses of Wilford Woodruff, pág. 289.)
Líderes de nuestra dispensación, incluyendo a George Q. Cannon, vieron a seres celestiales. Wilford Woodruff dijo: He tenido la ministración de ángeles en mi vida, aunque no oré por tenerla. He recibido, en muchas ocasiones, la ministración de mensajeros celestiales. (Discourses of Wilford Woodruff, pág. 286.)
También contamos con la notable experiencia del joven Apóstol, Heber J. Grant, cuando al estar en Arizona tuvo un sueño o visión en la que un consejo celestial explicaba su llamamiento a los Doce.
Dentro de nosotros hay siempre dos espíritus en constante lucha: uno que nos incita a continuar con la obra de rectitud, y el otro que nos susurra que no podemos ser dignos a causa de las flaquezas y faltas de nuestra naturaleza humana. Puedo decir con toda certeza que, desde octubre de 1882 hasta febrero de 1883, este último espíritu me ha acosado día y noche haciéndome creer que era indigno de ser un Apóstol de la Iglesia y que debía renunciar. Cuando testificaba sobre mi conocimiento de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y el Redentor del género humano, me parecía oír esa voz contra-diciéndome: “¡Mentiroso! ¡Mentiroso! Si nunca los has visto.”
Cuando nos encontrábamos en una reservación de los indios navajos con Brigham Young, hijo, y algunos otros hombres a caballo y otros en “capotas blancas” —siguiendo la procesión junto con Lot Smith— de repente hubo un viraje forzado en el camino directamente hacia la izquierda, casi en línea recta. Entonces noté un caminito trillado que se extendía por delante de nosotros y exclamé:
—Detente, Lot, detente. ¿A dónde lleva este desvío? Hay muchas huellas de hombres y de cascos de caballos.
A Lo cual él replicó:
—Conduce a un inmenso barranco que queda no muy lejos de aquí y que sería imposible atravesar en carruaje. Lo que hemos hecho antes es dar toda una vuelta en forma de herradura para llegar al otro lado del barranco.
Un día antes yo había estado en un lugar en donde un indio de la tribu Navajo le había preguntado a George A. Smith, hijo, si podía ver su pistola. George había asentido y al dársela al indio, éste le había disparado.
Pregunté, entonces:
—Lot, ¿hay peligro de indios en este lugar?
—No, contestó—, para nada.
Quiero estar solo, así es que sigue tú a los demás”. Pero antes de que se fuera le pregunté que si me iba en mi caballo a velocidad normal, que si llegaría al otro lado del barranco antes que los jinetes y los carruajes, a lo cual dijo que sí.
Entonces, no bien hube empezado a andar en mi caballo para hacerles encuentro al otro lado, me pareció ver y escuchar lo que para mí ha sido una de las experiencias más reales de mi vida. Creí ver un Consejo Celestial y escuchar las cosas de que estaban hablando. Puse mucha atención a lo que decían y advertí que la Primera Presidencia y el Consejo de los Apóstoles todavía no llegaban a un acuerdo sobre los dos hombres que necesitaban para ocupar las posiciones vacantes que había en el Quorum de los Doce. Por dos años había habido una posición abierta y por un año dos. La conferencia había tenido que proseguir sin que se ocuparan tales posiciones. El Salvador estaba presente en este Consejo, así como mi padre y el profeta José Smith. Hablaron de la inconveniencia que el no llenar dichas vacantes había causado y de que probablemente pasarían otros seis meses antes de que se completara el Quorum. También mencionaron a los hombres que ellos querían para ocupar dichas posiciones y decidieron que la manera de poner remedio a la falta cometida al no completar el Quorum en su debido tiempo era enviar una revelación. Se me informó que iba ser llamado a ocupar tan noble posición no por haber hecho algo extraordinario, sino por el simple hecho de haber vivido una vida limpia y benévola. Además se me dijo que era por causa de los muchos sacrificios que mi padre había realizado en su vida al luchar en la causa de la gran Reformación, por decirlo así, de la gente de aquella época, constituyéndose prácticamente en un mártir, que el profeta José y mi padre deseaban que yo ocupara esa posición. Además, era por causa de sus fieles obras que se me llamaba, y no por nada especial que yo hubiese hecho por mí mismo, no por ningún gran logro que hubiese alcanzado. Esto es todo lo que ellos podían hacer por mí, entonces, y que de allí en adelante dependería únicamente de mí mismo el prosperar o fracasar en mi vida. . . .
De manera pues, que ya todo estaba en mis propias manos. Nadie pudo haber sido más infeliz que yo durante ese período de octubre de 1882 a febrero de 1883; pero, desde ese entonces, jamás he tenido ese tipo de aflicción otra vez, ni de día ni de noche, en cuanto a no ser digno de ser Apóstol, y nunca más volví a preocuparme después de oír las últimas palabras pronunciadas por Joseph F. Smith, cuando me dijo: “Que el Señor te bendiga, hijo mío; que te bendiga en esta gran responsabilidad que has asumido. Recuerda siempre que ésta es la obra del Señor y no la de los hombres. El Señor es más grande que cualquier hombre. Él sabe exactamente a quién escoger para dirigir su Iglesia, y nunca se equivoca. Que Él te bendiga.”
He vivido feliz durante los veinte años que me ha tocado ocupar esta posición a la cabeza de esta iglesia. He sentido la inspiración del Dios Viviente dirigiéndome en todos mis actos. Desde el día en que escogí como Apóstol a un hombre casi totalmente desconocido para mí, en lugar de mi mejor amigo, a quien había conocido toda mi vida he sabido, como sé que vivo yo, que tengo el derecho de recibir luz e inspiración y guía de Dios para dirigir su obra en esta tierra; y sé también, con la misma certeza que sé que vivo, que ésta es la obra de Dios, y que Jesucristo es el Hijo del Dios Viviente y el Redentor del mundo, y que El vino a la tierra con una misión divina, la de morir en la cruz como el Salvador del género humano y expiar los pecados del mundo. (Conference Report, abril de 1941, págs. 4-6.)
También conocemos la increíble experiencia del hijo del obispo Wells, quien después de haber muerto en un accidente de tren, vino a ver a su inconsolable madre para decirle que todo estaba bien y que no debía llorar más por él.
Algo parecido le sucedió al presidente David O. McKay en Hawai, cuando un hermano Hawaiano le dijo que mientras se estaba dando la oración en el lugar en donde se había realizado el primer bautismo, él había visto a George Q. Cannon y al presidente Joseph F. Smith parados en el círculo. Estos hermanos habían fallecido muchos años antes.
Es increíble el número de manifestaciones divinas que tienen lugar en nuestros días; es una lástima que no tengamos ni tiempo ni espacio para mencionarlas todas.
En el periódico semanal Church News se imprimió hace algún tiempo lo acontecido al presidente George F. Richards: Hace más de cuarenta años tuve un sueño que estoy seguro vino del Señor. Soñé que estaba en la presencia de mi Salvador y que Él estaba en el aire, arriba de mí. No profirió palabra alguna, pero mi amor hacia Él era tan inmenso, que no encuentro palabras para expresarlo. Sé que no existe alma mortal que pueda amar al Señor en la manera en que yo lo sentí en el sueño, a menos que Dios se lo revele. Yo me hubiera quedado en su presencia, pero había una fuerza que me alejaba de Él. Es por causa de este sueño que adquirí el sentimiento de que no importa lo que se requiera de mí, o lo que el vivir el evangelio imponga sobre mí, haré lo que se me pida, aun cuando tenga que dar por ello mi propia vida.
De manera que, cuando leemos en las Escrituras lo que el Salvador expresó a sus discípulos, al decirles: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay. . . voy, pues, a preparar lugar para vosotros. . . para que donde yo estoy, vosotros también estéis. (Juan 14:2-3)”, pienso que allí es donde yo quiero estar. Si tan sólo puedo estar con mi Salvador y sentir el mismo amor que sentí en mi sueño, ésta será la meta de mi existencia, el deseo primordial de mi vida.
El élder Melvin J. Ballard escribió lo siguiente acerca de una manifestación que recibió: Yo vi en el mundo de los espíritus a uno de mis hijos que murió a la edad de seis años. Vi también que al convertirse en un hombre, en el debido tiempo recibiría, de su propia voluntad y elección, una compañera y todas las bendiciones y privilegios de un sellamiento en la casa del Señor, tal como sucederá con todos los que sean dignos de ello. (Three Degrees of Glory, pág. 31.)
En otra de sus experiencias, el hermano Ballard indica que entre los cielos y la tierra hay una gran cercanía y que, por lo tanto, nunca han cesado las manifestaciones espirituales.
Recuerdo muy bien un incidente que le sucedió a mi padre. Todos estábamos muy ansiosos de ver la terminación del Templo de Logan, el cual estaba casi listo para ser dedicado. Mi padre había trabajado en ese sagrado edificio desde que se había iniciado su construcción y lo primero que puedo recordar son las ocasiones en que le llevaba comida cada día después de que él regresaba de extraer piedra de la cantera. Todos esperábamos con gran ansiedad la llegada de aquel gran día. También recuerdo que durante todo este tiempo mi padre trabajó mucho en la obtención de información sobre sus familiares. El tema principal de sus oraciones cada noche y cada mañana era rogarle al Señor que le facilitara la manera de conseguir información sobre sus muertos.
Un día antes de la dedicación, mientras mi padre llenaba las recomendaciones para los miembros de su barrio que asistirían al primer servicio dedicatorio, aparecieron en las calles de Logan dos caballeros mayores de edad, quienes se acercaron a mis dos hermanas más pequeñas, y dirigiéndose a la mayor de ellas, colocaron en sus manos un periódico, diciéndole:
—Llévale esto a tu padre y no se lo des a nadie más. Date prisa y no lo pierdas.
Al llegar a casa, mi madre quería ver el periódico, pero mi hermanita exclamó:
—No, se lo tengo que dar a papá y a nadie más.
La llevaron al cuarto de mis padres y ella contó lo sucedido. Buscamos en vano a estos hombres, pero nadie más los había visto. Entonces procedimos a ver el periódico.
Se trataba del semanario The Newsbury Weekly News, que se había impreso en el antiguo hogar de mi padre en Inglaterra el jueves 15 de mayo de 1884, y había llegado a nuestras manos el 18 de mayo de ese mismo año; es decir, tres días después de su publicación. Realmente estábamos asombrados, pues no había medio humano que pudiera habernos hecho llegar ese ejemplar; de modo que nuestra curiosidad aumentó más. Al examinarlo, notamos una página dedicada a los escritos de un reportero de ese periódico, quien acababa de estar de vacaciones y había visitado, entre otros lugares, un viejo cementerio. Las curiosas inscripciones de las tumbas le llamaron tanto la atención, que se sintió motivado a copiar lo se hallaba inscrito en ellas, incluyendo nombres, fechas de nacimiento y de muerte, etc., llenando así casi toda una página.
Se trataba de un viejo cementerio en donde yacían sepultados por muchas generaciones los miembros de la familia Ballard, y se mencionaban muchos de los familiares inmediatos y amigos íntimos de mi padre.
Cuando se presentó el asunto al presidente Merrill, director del Templo de Logan, esto fue lo que él dijo: “Puede realizar la obra por todos ellos, pues la información fue dada por intermedio de mensajeros del Señor.”
No cabe duda que los que habían recibido el evangelio en el mundo de los espíritus habían puesto en el corazón de aquel reportero el deseo de escribir aquellas cosas, preparando así el camino para que mi padre pudiera obtener la información que buscaba. (Three Degrees of Glory, págs. 21-22.)
En cuanto al tema de las revelaciones, el presidente Wilford Woodruff dio en 1890 una declaración de primordial importancia: Leed de la vida de Brigham Young y notad que son escasas las revelaciones en las que señalaba: “Así dice el Señor». El Espíritu Santo lo asistía constantemente y todo lo que enseñaba era por inspiración y revelación, con la única excepción de que él no nos dio sus revelaciones en la misma forma en que lo hizo José Smith, ya que no se escribieron ni se dieron como revelaciones o mandamientos a la Iglesia en las palabras y en el nombre del Salvador. Al poner los cimientos de esta obra, José Smith siempre dijo, cada día de su vida: “Así dice el Señor”. Los profetas que lo han sucedido no siempre han considerado indispensable hacer esta declaración; hecho que no significa que no han sido guiados por el Espíritu Santo. Si deseáis entender esto mejor, leed los primeros seis versículos de la sección 68 del libro de Doctrina y Convenios, en la que el Señor mandó a Orson Hyde. Luke Johnson, Lyman Johnson y a William E. McClellan a ir y predicar el evangelio a las personas conforme fueran dirigidos por el Espíritu Santo. “Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la obra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para salvación.”
Es por ese poder que hemos dirigido a Israel; es por ese poder que el presidente Young dirigió y presidió la Iglesia. Es por ese mismo poder que el presidente John Taylor también dirigió y presidió la Iglesia. Y es en esa misma manera como yo he obrado lo mejor que me ha sido posible en esta misma capacidad. No quiero que los Santos de los Últimos Días se tomen la impresión de que el Señor no está con nosotros, ni que ha cesado de revelar su voluntad, porque, al contrario, El continúa revelándola hoy día y así lo seguirá haciendo hasta que se realicen todos los propósitos de Dios respecto a esta tierra.
Recientemente he recibido algunas revelaciones de mucha importancia para mí, y les diré lo que El Señor me ha declarado. Permitidme recordaros lo que se conoce como el Manifiesto. . . .
Desde que se me dio esta revelación, he oído de muchos que han sido probados en estas cosas. … El Señor me mostró por visión revelación exactamente lo que habría de acontecer si no suspendíamos esta práctica. … El Señor está con él [Wilford Woodruff] y con su pueblo. Él me dijo que debía hacer exactamente y lo que sucedería si no lo hacíamos. … De modo que me presenté ante el Señor y escribí lo que El me dictó. . . . Lo di a conocer a mis hermanos, hombres fuertes como George Q. Cannon, el hermano Joseph F. Smith y los Doce Apóstoles… y todos ellos estuvieron de acuerdo conmigo, al igual que diez mil Santos de los Últimos Días, Pero, ¿por qué lo hicieron? Porque fueron movidos por el Espíritu de Dios y por las revelaciones de Jesucristo a hacerlo así. . . . (Deseret News, 7 de noviembre de 1891.)
Sin importar cuán sobresaliente sea un individuo, el tiempo siempre llega cuando ha de entregar el cargo a su sucesor. Cuando Josué sucedió a Moisés, el Señor proclamó: Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. (Josué 1:5.)
De la misma manera sucedió cuando el manto de José Smith cayó sobre Brigham Young. Algunos que estaban presentes cuando Brigham Young se levantó para hablar en Nauvoo después del martirio parecieron oír la voz de José y ver la propia imagen de José. Fue un milagro indescriptible.
Y así sucesivamente, el manto de dirección ha sido pasado de Presidente a Presidente de la Iglesia. En esta manera, cada sucesor ha llevado la obra adelante bajo incesante revelación. El matrimonio plural fue suspendido por revelación; la ley del diezmo fue afirmada nuevamente y como consecuencia la Iglesia pudo saldar sus deudas; muchos templos han sido construidos y la obra misional ha sido expandida; el programa de bienestar ha sido introducido nuevamente, y todo esto bajo la dirección de los profetas y por medio de constante revelación.
Al Élder Marriner W. Merrill se le mostró que su hijo había pasado al otro lado del velo de la muerte para poder obrar con sus familiares fallecidos: Pocos días después de la muerte de su hijo, cuando volvía a casa en su carruaje, el élder Merrill venía sumido en el pensamiento de su recién fallecido hijo, que apenas si se daba cuenta do lo que estaba pasando a su alrededor. Repentinamente, su estado de inconsciencia se vio interrumpido por la súbita detención de la marcha de su caballo. Al alzar la vista, vio a su hijo parado en el camino a un costado de él. Este le habló, diciéndole: “Padre, lloras mi muerte innecesariamente y te estás preocupando demasiado por mi familia (pues había dejado una familia grande con niños pequeños) y por su bienestar. Tengo mucho que hacer a donde he ido, pero tú dolor me apena mucho. Ahora estoy en la posición de dar un servicio valioso a mi familia. Deberías consolarte, pues tú bien sabes que hay demasiado trabajo que hacer en este lugar y fue por eso que se me llamó. Tú también sabes que el Señor todo lo hace bien.” Y al decir esto, el hijo desapareció. (Bryant S. Hinckley, The Faith of Our Pioneer Fathers, págs. 182-83.)
Durante los años que sirvió en el Consejo de los Doce, el presidente Heber J. Grant siempre recomendó a la Primera Presidencia nombres de varios hermanos para que fueran considerados para la posición de Apóstoles. Frecuentemente le había asaltado el pensamiento de que si alguna vez llegaba a ser Presidente de la Iglesia, nombraría como Apóstol a su mejor amigo de toda la vida, el general Richard W. Young, quien era nieto del presidente Brigham Young. Sin embargo, cuando fue llamado como Presidente, escogió bajo inspiración a un hombre a quien ni siguiera conocía, cuyo nombre era Melvin J. Ballard.
En 1918, el presidente Joseph F. Smith tuvo una visión poco antes de morir, la cual relata con las siguientes palabras: …se abrieron los ojos de mi entendimiento y el Espíritu del Señor descansó sobre mí, y vi las huestes de los muertos. . . (DyC 138:11.)
En la impresionante y grande visión que le siguió, vio a multitudes de almas que habían vivido con rectitud y fidelidad y le impresionaron el gozo y júbilo que les embargaban al esperar con ansias la venida del Hijo de Dios al mundo de los espíritus para redimirlos y rescatarlos. En la oscuridad se encontraban las huestes de aquellos que lo habían rechazado a Él y su programa. A éstos no los visitó en esta ocasión, más envió a otros para que les predicaran el evangelio, organizando así el programa misional en ese mundo. Esto fue lo que el Salvador hizo mientras su cuerpo yacía en la tumba en Jerusalén.
Entre los fieles pudo distinguir a Adán y todas las grandes almas que vivieron a través de los siglos en ambos hemisferios. Entonces vio a José Smith y a Brigham Young y a muchos nobles espíritus de nuestra dispensación. Vio que también los fieles élderes de esta dispensación continúan su obra al otro lado al abandonar la vida mortal. El presidente Smith expresó su testimonio sobre la veracidad de esta visión tiempo después de haberla recibido.
Otra revelación de gran importancia para los Santos de los Últimos Días es la aparición de los que firmaron la Declaración de Independencia y de los Presidentes de los Estados Unidos de América al presidente Wilford Woodruff en el Templo de Saint George. En la conferencia general de abril de 1898, el presidente Woodruff informó:
Si nunca más puedo volver a hacerlo, voy a expresar en esta ocasión mi testimonio a esta congregación, sobre los hombres que pusieron los cimientos del Gobierno de los Estados Unidos y firmaron la Declaración de su Independencia. Sé que esos hombres fueron los mejores espíritus que el Dios de los Cielos pudo encontrar en la faz de la tierra en ese tiempo. No fueron hombres inicuos o indignos, sino espíritus escogidos. George Washington y todos los hombres que trabajaron con él en la causa fueron inspirados por el Señor. Además, creo tener el derecho de decirles que cada uno de esos hombres que firmaron la Declaración de Independencia, junto con George Washington, clamaron por mi nombre, como Apóstol del Señor Jesucristo, en el Templo de Saint George por dos noches consecutivas, y suplicaron que yo procediera a hacer las ordenanzas de la casa de Dios por ellos. Hay algunos hombres aquí que saben acerca de esto —los Hermanos J. D. T. McAllister, David H. Cannon y James C. Bleak. El hermano McAllister me bautizó por todos estos hombres y luego les dije a estos hermanos que era su responsabilidad entrar en el templo y asegurarse de que se hicieran todas las investiduras por ellos; y así lo hicieron. ¿Creéis vosotros que hubiera sido posible que esos espíritus me llamaran como Eider de Israel para llevar a cabo esta obra si no hubieran sido espíritus nobles del Señor? De ninguna manera. Por lo que doy testimonio de que estas cosas son verdaderas. El Espíritu de Dios me lo confirmó, tanto a mí como a los otros hermanos, mientras llevábamos a cabo la obra. (Temples of the Most High, pág. 87.)
El 16 de setiembre de 1877, el presidente Woodruff informó sobre lo siguiente en una conferencia general: Hemos estado trabajando en el Templo de Saint George desde enero, y haciendo lo que ha sido posible; y durante todo este tiempo, El Señor ha sacudido nuestras mentes revelándonos muchas cosas sobre los muertos. El presidente Young nos ha dicho, y así es, que si a los muertos se les permitiera, nos hablarían con una voz tan fuerte como el sonido de mil truenos, para llamarnos como siervos de Dios a levantarnos y construir templos, magnificar nuestros llamamientos y redimir a nuestros muertos. Esto les parecerá muy extraño a aquellos que me escuchan y que no creen en la fe y doctrina de los Santos de los Últimos Días, pero cuando todos pasemos al mundo de los espíritus, confirmaremos que todo lo que Dios ha revelado es verdadero.
Descubriremos también que todo es real allí, y que Dios tiene un cuerpo, con todas sus partes, y sentimientos como los nuestros, y se desvanecerán todas las ideas erróneas que existen hoy día sobre el carácter de su personalidad. No tengo más que decir a los Santos de los Últimos Días, no sólo ahora sino cuando me sea posible hablarles, que continúen con la obra de construcción de los templos que ya se han comenzado y que los terminen pronto. Los muertos os buscarán, tal como nos han buscado a nosotros en St. George. Ellos recurrieron a nosotros sabiendo que poseíamos las llaves y el poder para redimirlos. Antes de concluir, les diré que dos semanas después de que yo saliera de Saint George, los espíritus de aquellos muertos se reunieron a mi alrededor, queriendo saber por qué no se les había redimido. Dijeron: “Habéis tenido en funcionamiento la Casa de Investiduras por varios años, y en todo ese tiempo nada se hizo por nosotros, quienes establecimos el gobierno del cual vosotros gozáis ahora, y jamás nos retiramos del mismo, sino permanecimos leales y fieles a Dios.” Me estoy refiriendo a los hombres que firmaron el acta de Declaración de Independencia y que esperaron por mí dos días y dos noches para que los atendiera. Me pareció muy raro que, a pesar del mucho trabajo que se había hecho, la obra por ellos se nos había pasado por alto. Nunca se me ocurrió realmente preocuparme por esto; me imagino que se debió al hecho de que hasta ahora nuestras mentes habían estado concentradas en nuestros familiares y amigos inmediatos. De manera que yo mismo me dirigí directamente a la pila bautismal y llamé al hermano McAllister para que me bautizara por estos hombres y otros cincuenta eminentes más, haciendo un total de cien, incluyendo entre ellos a John Wesley, Colón [Cristóbal] y otros. Después de esto, yo lo bauticé a él por todos los Presidentes de los Estados Unidos, excepto por tres, por quienes alguien hará la obra cuando sea el tiempo debido. (Journal of Discourses, vol. 19, Pág. 229.)
Una de las muchas historias que nos dejaron nuestros antepasados es la siguiente: Heber C. Kimball estaba a cargo de un grupo que había llegado a obrar en la Casa de las Investiduras, pero por alguna razón, se sentía incómodo y su espíritu estaba deprimido. Entonces les habló, diciéndoles: “Hay alguien en este grupo que no se encuentra digno de participar en estas sagradas ordenanzas; de manera que puede retirarse ahora.” Pero nadie se movió. Volvió a repetir lo mismo nuevamente y aún nadie se movía. Entonces, habló una tercera vez, diciendo: “Hay una pareja adúltera en este grupo que debe abandonar este lugar inmediatamente, porque si no lo hacen, diré sus nombres en voz alta.” Una pareja se levantó, entonces, y salieron del cuarto; después de lo cual el grupo prosiguió con las ordenanzas sin ningún problema.
Todas estas experiencias de las que hemos hablado, y muchas otras más de las autoridades vivientes, son un testimonio de que, tal como George Q. Cannon ha declarado, nunca ha habido un minuto desde 1830 sin que el pueblo de Dios haya dejado de recibir guía y revelación del Señor. Cada semana que escucho al Profeta en el templo tomar decisiones llenas de inspiración celestial, y desarrollar nuevos programas que le son revelados, mi testimonio en cuanto a la dirección inspirada que recibimos y a la divinidad de esta obra se acrecienta en gran manera, porque sé que nunca nadie podrá detenerla ni destruirla.
Cada vez, cuando después de haber discutido y orado sobre ciertos asuntos, el Profeta declara solemnemente: “Hermanos, el Señor ha hablado”, o “Hermanos, eso está correcto; ésa es la manera en que el Señor lo desea», o “Hemos expresado la voluntad de Dios hoy en este lugar”, hay una honda confirmación y seguridad en mi corazón de que él habla en nombre del Señor.
Os testifico que la Iglesia continúa su marcha hacia adelante por medio de las revelaciones de Dios a sus siervos divinamente llamados. El Todopoderoso está con su pueblo. Siempre tendremos todas las revelaciones que necesitemos mientras cumplamos con nuestros deberes y guardemos los mandamientos de Dios.
























