La Fe Precede al Milagro

La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball

Capítulo cuatro.

Otros mundos.
Voces del espacio.


Hoy vivimos en una maravillosa época en la que se han alcanzado adelantos superiores a los pronósticos más fantásticos e increíbles de hace un cuarto de siglo. Nuestras líneas de comunicación se han extendido del servicio de correos por medio de mulas al moderno y eficiente servicio aéreo postal; el transporte ha trascendido del caballo y los carruajes a los aviones intercontinentales para las masas y hasta los supersónicos que viajan a velocidades de miles de kilómetros por hora para propósitos científicos. De la época de los vikingos y de Cristóbal Colón, hemos llegado a la era de los astronautas, y hoy los persistentes científicos continúan explorando la tierra y los mares, y ahora viajan por el espacio. En verdad, el hombre ha logrado mucho con su intelecto y se enorgullece de sus grandes avances; pero lejos está de percatarse de lo relativamente elementales que son todos estos descubrimientos y alcances del conocimiento. Existe otra manera de explorar y descubrir. Los científicos han buscado su conocimiento por medio del estudio, pero los profetas lo han hecho por medio de la fe. Los astrónomos han desarrollado poderosos telescopios con los cuales han podido ver muchas cosas, mas los profetas y videntes han tenido una visión más clara, a distancias mayores, con instrumentos de gran precisión tales como la Liahona y el Urim y Tumim, los cuales han sobrepujado aun hasta a los más avanzados radares, radios, televisores y equipos telescópicos.

Un artículo escrito por un astrónomo alemán informa que los astrónomos de radio discuten hoy la inequívoca posibilidad de comunicación interplanetaria entre el hombre y las criaturas de otros planetas. Con intrínseca lógica matemática, “demuestra” que puede haber varios planetas en los que exista vida, entre todos los astros del espacio, y que hay “posiblemente diez comunidades civilizadas en 1000 años luz de la tierra”, y “Muy bien puede haber criaturas con inteligencia suficiente para transmitir mensajes de radio a través de las enormes distancias entre los espacios interestelares”.

Este astrónomo parece estar convencido de que eventualmente sus colegas de la tierra podrán detectar e interpretar nuevos mensajes de seres sumamente cultos provenientes de esas comunidades inteligentes. Agrega que la historia galáctica de tales planetas “podrá tomar miles de millones de años en desarrollarse, pero su florecimiento podría tal vez durar únicamente algunos miles de años; de manera que sus breves momentos de apogeo muy raramente coincidirían”. Además, especula que “algunas civilizaciones extraterrestres deben haberse destruido completamente a sí mismas, mientras que otras deben haber destruido sólo las más altas formas de vida, permitiendo así que otras nuevas y más recientes civilizaciones se desarrollaran de las simples criaturas que lograron sobrevivir”.

Al parecer, no se hace mención de ningún poder de control, por lo que tememos que exista la suposición de que los planetas se forman por sí mismos y que sus habitantes también se crean a sí mismos. Respetamos y felicitamos a los científicos por su incansable labor de investigación y por algunas de las valiosas conclusiones a las que han llegado. Sin embargo, no es sino al agregar a sus suposiciones y descubrimientos el conocimiento que hemos adquirido por medio de las Escrituras y al poner a un Dios omnipotente en medio de todas las cosas, que el panorama se esclarece y que el propósito de la existencia cobra su significado y color.

El apóstol Juan, autor de uno de los Evangelios, aportó estas preciosas palabras:

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.

Este era en el principio con Dios.

Todas las cosas por El fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. (Juan 1:1-3.)

A todo esto, la revelación moderna confirma: Los mundos por él fueron hechos, y por él los hombres fueron hechos; todas las cosas fueron hechas por él, mediante él y de él. . . . y por esto fue llamado el Hijo de Dios. . . . (DyC 93:10, 14.)

El Señor mismo testifica: “He aquí, soy Jesucristo, el Hijo del Dios viviente, el que hice los cielos y la tierra. …” (DyC 14:9.) “y… están en mis manos. . .” (DyC 67:2.)

Los investigadores del universo podrán admirarse del conocimiento que Adán tenía sobre la astronomía, o del cúmulo de conocimiento que poseían Enoc y Moisés acerca de este mundo y su origen, historia y destino final. Muchos se maravillarían del gran Abraham que vivió hace cerca de cuarenta siglos y que era una autoridad no sólo en materia del conocimiento de la tierra, sus movimientos y condiciones, sino del universo mismo, y aun hasta el mismo centro de éste.

Seguramente complementó su conocimiento sobrenatural con investigación y observación adicionales en las claras y estrelladas noches de las llanuras de Mesopotamia. ¿Sería posible que hubiera observatorios en las altas cimas de las antiguas pirámides tan impresionantes? El mandamiento del Señor ha sido: “Buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe.” (DyC 88:118.) Abraham debe haber recibido la mayor parte de su conocimiento por medio del Urim y Tumim, los cuales podían haber sido más iluminativos que el telescopio más poderoso del mejor observatorio del mundo. Durante sus 175 años de brillante vida, Abraham acumuló conocimiento en muchos campos del saber, pero principalmente en astronomía, rama en la que parece haberse destacado notablemente, siendo posiblemente igual o superior al más experto de los astrónomos egipcios. Su conocimiento científico se puso totalmente de manifiesto en el altar próximo a Bet-el, cerca de Jerusalén.

Al estar en la tierra de Egipto y sentarse a escribir su tratado sobre papiro, posiblemente para presentárselo a Faraón y a su respetable corte, escribió lo siguiente: Y yo, Abraham, tenía el Urim y Tumim que el Señor mi Dios me había dado en Ur de los Caldeos;

y vi las estrellas, y que eran muy grandes, y que una de ellas se hallaba más próxima al trono de Dios; y había muchas de las grandes que estaban cerca;

y el Señor me dijo: Estas son las que rigen; y el nombre de la mayor es Kólob, porque está cerca de mí, pues yo soy el Señor tu Dios; a ésta la he puesto para regir a todas las que pertenecen al mismo orden que ésa sobre la cual estás. (Abraham 3:1-3.)

Los mundos fueron creados, organizados y puestos a funcionar bajo Jesucristo, nuestro Señor, a petición y bajo la dirección del Padre, Elohím, nuestro Padre Celestial. Abraham sabía, tal como nosotros lo sabemos también, que las obras de Dios en todas sus creaciones son infinitas, eficientes, ilimitadas y llenas de propósito.

En su revelación al profeta José Smith, el Señor aclara: “Y hay muchos reinos; pues no hay espacio en el cual no haya reino;… Y a cada reino se le ha dado una ley. . .” (DyC 88:37-38.) El conocía los límites de los cielos, la tierra, el sol, las estrellas, y sus tiempos, revoluciones, leyes y glorias—cuyas esferas reciben su luz de Kólob, la mayor de todas las estrellas. (Ver Abraham 3.) De hecho nos habla del trono de Dios y explica que El reside “en un globo semejante a un mar de vidrio y fuego… un gran Urim y Tumim.” (DyC 130:7-8.)

En su inspirado tratado, Abraham continúa diciendo: “Y el Señor me dijo por el Urim y Tumim que Kólob era conforme a la manera del Señor…” (Abraham 3:4.), y que una revolución de ésta equivalía a mil años, según la manera de medir de esta tierra.

Kólob. . . significa la primera creación, la más próxima a lo celestial o la morada de Dios. Primera en gobierno, última en cuanto a la medida del tiempo. . . . (Perla de Gran Precio, Facsímile 2:1.)

En el mismo tratado se describen otras creaciones gobernantes cercanas a donde reside Dios. Este conocimiento tan avanzado fue dado a Abraham, como se lee: ‘ ‘Así lo reveló Dios a Abraham cuando éste ofreció sacrificio sobre un altar que había  edificado  al  Señor,”   (Perla  de  Gran  Precio, Facsímile 2:2.) Abraham nos dice: Así fue que yo, Abraham, hablé con el Señor cara a cara,… y me habló de las obras que sus manos habían hecho;… las cuales eran muchas; y se multiplicaron ante mis ojos, y no pude ver su fin. (Abraham 3:11,12.)

Si pudiéramos extender nuestra imaginación para absorber la infinita magnitud de las creaciones de Dios en honda meditación, comprenderíamos mejor las palabras de este hermoso himno: Si pudieras volar a Kólob en el término de un parpadeo y continuar tu trayectoria con la misma velocidad, ¿Crees que alguna vez podrías, en el curso de la eternidad, encontrar la generación en que los Dioses empezaron a existir? ¿O ver el gran principio, en que el espacio no se extendía? ¿O presenciar la última creación donde los Dioses y la materia se unen?

Mi ser piensa que el Espíritu susurra: “Ningún hombre ha jamás encontrado ‘espacio puro,’ “

Ni visto las cortinas exteriores, donde nada tiene un lugar. Las obras de Dios de ser no cesan, y los mundos y las vidas sobreabundan;

La superación y el progreso un giro eterno tienen. No existe fin para la materia; ni lo hay para el espacio; No existe fin para el espíritu; ni lo hay para la raza humana. (Hymns, No. 257)

El científico antes mencionado habla de otros planetas y sugiere la existencia de otras comunidades civilizadas en el espacio. Hubo tiempo cuando la mayoría de las personas pensaban que la mayor unidad de la creación era la tierra, y que el sol, la luna y las estrellas eran satélites subalternos de ésta, provistos de luz únicamente para servir de linternas suspendidas de los cielos. Ahora todos saben relativamente lo que los profetas han sabido desde siempre, y es que la tierra no es más que una ínfima unidad del sinnúmero de creaciones del espacio, iluminada por la presencia de Dios, “que está en medio de todas las cosas.” (DyC 88:13.) “Y tan grande será la gloria de su presencia, que el sol esconderá su faz avergonzado. . .” (DyC 113:49)

Nuestro amigo el astrónomo menciona otros planetas y especula acerca de posibles civilizaciones interestelares, que posiblemente se encuentran atravesando una historia turbulenta tal como la que nuestra propia tierra ha sufrido con el surgimiento y caída de grandes civilizaciones, tales como Babilonia, Nínive, Jerusalén, Egipto, Grecia, Roma y muchas otras que han brillado como las luces de una lámpara de arco, pero que luego se han desvanecido y opacado como la luz de una vela o han desaparecido completamente. Los profetas han sabido a través de los siglos que no sólo las civilizaciones van y vienen, sino también los mundos nacen, maduran y terminan. Esto es lo que el Señor ha dicho al respecto:

Y vendrá el fin, y el cielo y la tierra serán consumidos y pasarán. . . . porque es la obra de mis manos. (DyC 29:23, 25.)

… la tierra soporta la ley de un reino celestial, porque cumple la medida de su creación,… a pesar de que morirá, será vivificada de nuevo,… y los justos la heredarán. (DyC 88:25-26.)

El profeta José Smith escribió también: La tierra rueda sobre sus alas, y el sol da su luz de día, y la luna da su luz de noche, y las estrellas también dan su luz, a medida que ruedan sobre sus alas en su gloria, en medio del poder de Dios.
… y el hombre que ha visto a cualquiera o al menor de ellos [los reinos], ha visto a Dios obrando en su majestad y poder. (DyC 88:45, 47.)

Porque después de haber cumplido la medida de su creación, será coronada de gloria, sí, con la presencia de Dios el Padre;

Para que los cuerpos que son del reino celestial puedan poseerla para siempre jamás; porque para este fin fue hecha y creada, y para este fin ellos son santificados. (DyC 88:19-20.)

Tanto a Moisés, como a José Smith y a otros de los grandes profetas, se les dieron visiones y revelaciones sumamente claras, específicas y suficientemente extensas, que pasará mucho tiempo, si es que esto sucede alguna vez, para que a través de observación y exploración únicamente, el hombre alcance el mismo conocimiento. “Pero sólo te doy un relato de esta tierra y sus habitantes”, le dijo el Señor a Moisés. “Porque he aquí, hay muchos mundos que por la palabra de mi poder han dejado de ser. Y hay muchos que hoy existen, y son incontables para el hombre; pero para mí todas las cosas están contadas, porque son mías y las conozco.” (Moisés 1:35.)

Siempre nos admiramos de la perspicacia y discernimiento de los científicos, cuyo cúmulo de conocimiento es grande, pero existe aún un conocimiento más profundo; existen instru­mentos más perfectos; hay mucho más conocimiento que adquirir. Muchos de nosotros ni siquiera nos imaginamos cómo han sido transmitidas las grandes verdades a través de todas las épocas. En cuanto a cómo funciona el precioso instrumento del Urim y Tumim, no podernos más que hacer suposiciones, pues parece ser infinitamente superior a cualquier mecanismo jamás imaginado por los investigadores de todos los tiempos. Parecería ser un instrumento o aparato receptor. Para que un aparato pueda recibir imágenes y programas, debe existir un mecanismo de emisión o transmisión. La escritura antes citada indica que Dios mora en un Urim y Tumim mayor, y la sincronización de aparatos de recepción y transmisiones de este tipo es ilimitada.

En tan poco tiempo el hombre ha perfeccionado tanto las técnicas de comunicación, que hoy se pueden escuchar voces de cualquier ángulo de la tierra a otro (intercomunicaciones mundiales). Hace apenas algunos años, aún con el uso de auriculares, únicamente podíamos descifrar parte de la estática a través del recién descubierto invento del radio. Las primeras imágenes de televisión era muy limitadas y simples. Hoy vemos desde nuestros hogares un combate de boxeo en Nueva York, un partido de fútbol en Alabama, o al Coro del Tabernáculo en Chicago, y aun a un astronauta vía a la luna.

¿Es acaso difícil creer que con tales avances logrados por el pequeño hombre, el Dios Omnipotente posea instrumentos de precisión con los cuales engrandecer el conocimiento de aquellos que tienen la gran habilidad de saber utilizarlos? ¿Es demasiado difícil creer que el Urim y el Tumim fuera un instru­mento de una precisión tal que pudiera transmitir mensajes de la Deidad a su suprema creación—el hombre? ¿Existe alguna limitación para Dios? ¿Pueden la atmósfera o la distancia o el espacio impedir que nos comuniquemos con El por medio de visiones o revelaciones? ¿Habría sido tan difícil para Moisés o Enoc o Abraham o José ver una proyección viva, precisa y a todo color de todas las cosas pasadas y presentes, y aun las futuras? El Creador le dijo a Moisés: “… mira, pues, y te mostraré las obras de mis manos; pero no todas, porque mis obras son sin fin. . .” (Moisés 1:4.)

Y he creado incontables mundos, y también los he creado para mi propio fin; y por medio del Hijo, que es mi Unigénito, los he creado. (Moisés 1:33.)

. . . Los cielos son muchos, y son innumerables para el hombre; pero para mí están contados, porque son míos. (Moisés 1:37.)

El perfeccionado Enoc, al ver la esplendorosa e increíble escena, exclamó: Y si fuera posible que el hombre pudiese contar las partículas de la tierra, sí, de millones de tierras como ésta, no sería ni el principio del número de tus creaciones. . . (Moisés 7:30.)

A lo que el Creador le replicó: . . . y no tienen fin mis obras, ni tampoco mis palabras. Porque he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre. (Moisés 1:38-39.)

El erudito que hemos mencionado también nos habla del florecimiento de civilizaciones en los varios planetas. El Señor le dijo a Enoc: Por consiguiente, puedo extender mis manos y abarcar todas las creaciones que he hecho; y mi ojo las puede traspasar también, y de entre toda la obra de mis manos jamás ha habido tan grande iniquidad como entre tus hermanos. (Moisés 7:36.)

Las Escrituras postulan que muchos mundos han desaparecido al destruirse a sí mismos, mientras que otros han sido perfeccionados, pues la comunicación entre lo alto y lo bajo no es solamente posible sino que es una realidad. Y el centro de coordinación del universo en tal mundo perfeccionado es Dios. El conoce todas las cosas que podrían afectarnos, y es a causa de su experiencia al crearnos a su imagen, que está ansioso de vernos convertidos como El—perfectos. Es por esta razón que Él ha estado comunicándose con nosotros a través de todos los siglos. Sin necesidad de aviones o naves espaciales, sus mensajeros han visitado esta tierra.

Para nuestro mayor asombro, el científico concluye finalmente su informe con la declaración de que “la civilización actual de la tierra está llegando ya a su primera gran crisis, debido a los recién descubiertos poderes de autodestrucción”, y que »la mejor esperanza del hombre para evitar el desastre yace en escuchar atentamente los consejos teletransmitidos. Porque más allá del estrellado espacio infinito”, nos dice, “tal vez exista una antigua y sobria civilización que habrá sobrevivido muchas crisis, y que está tratando de advertir y librar a la inexperta tierra de los errores de su propia inexperiencia.” ¡Qué observación más audaz! Desconocen que por miles de años nuestro omnisciente y sapientísimo Padre Celestial, desde su “antiguo y sobrio mundo”, ha estado tratando de que sus hijos capten sus consejos radiotransmitidos y su sabiduría teledirigida, pero ellos siempre han estado ciegos para ver y sordos para escuchar. Nunca han querido conectarse con la línea de poder celestial.

Siempre se han recibido mensajes de advertencia por medios escritos. El inicuo rey Belsasar del Antiguo Testamento, con príncipes y mujeres, en grandes orgías, bebieron vinos en vasos de oro robados de templos sagrados, y mientras se emborrachaban y cometían todo tipo de desenfreno y exceso sensual. . . .

En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelera sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía.
Entonces el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una con la otra. (Daniel 5:5-6.)

Se trataba de un mensaje de otro mundo, y fue Daniel quien interpretó la solemne amonestación. En otro continente, Aminadí “… interpretó la escritura que se hallaba sobre el muro del templo, la cual fue escrita con el dedo de Dios. (Alma 10:2.) Otro mensaje, también escrito por el Señor sobre tablas de piedra, fue el del Monte Sinaí: “. . .y escribió en tablas las palabras del pacto, los diez mandamientos.” (Éxodo 34:28.)

¿De qué otra manera, sino a través de mensajes extraplanetarios [extraterrestres] podía Nefi, sin contar con ninguna experiencia náutica haber construido un barco habilitado para cruzar el océano? ¿De qué otra manera podía Noé saber las especificaciones más precisas para construir un arca que sobreviviera el diluvio? ¿De qué otra manera podía Moisés saber las dimensiones, materiales y usos del tabernáculo, o Salomón saber todos los detalles para la construcción del templo?

Siempre, a través de todas las épocas, se han recibido muchos mensajes que han sido interpretados por los Jeremías, Ézequieles y Danieles; por los Nefis, Moronis, Benjamines; por los Pedros, Pablos y los Josés.

Superior a las comunicaciones transmitidas por radio y televisión y prescindiendo de los aviones o naves espaciales, desde el seno del Padre han venido mensajeros celestiales personalmente a anunciar el nacimiento de Isaac, la destrucción de Sodoma y Gomorra, la venida de Saulo a Damasco. José de Egipto previo la gran carestía que acecharía al pueblo y pudo advertir a Faraón y salvar a su propia familia. Y otro José también recibió un mensaje que lo hizo huir hacia Egipto con el niño Jesús, y luego regresar a Nazaret. Pedro vio un gran lienzo, atado de las cuatro puntas, descender de los cielos, en el cual había de toda clase de animales y bestias, y oyó voces que le indicaron extender el programa proselitista no sólo a los judíos, sino también a todo el resto del mundo. Otro mensajero del Padre atravesó el espacio para anunciar:

Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. . . .

Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían;

¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! (Lucas 2:11, 13-14.)

Consoladores mensajeros acompañaron al Cristo en el Getsemaní, después de tomar Su crucial decisión. Un mensajero que se encontraba afuera del muro de Jerusalén, cerca de la tumba vacía, “removió la piedra, y se sentó sobre ella”. (Mateo 28:2.) Dijo entonces [a las mujeres]: “No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado. …” (Mateo 28:5-6.)

Y también hubo dos enviados que no pudieron ser detenidos ni por el espacio ni por el tiempo, que se pararon en el Monte de los Olivos, y declararon: Varones galileos,. . . Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. (Hechos 1:11.)

Hace apenas en el siglo pasado, un mensajero visitó a José Smith, anunciándole “que era un mensajero enviado de la, presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía una obra para. [él]…” (José Smith—Historia 33.)

¡En una sola noche parecieron negociarse repetidas visitas y el traspaso del espacio entre la tierra y la morada de Dios; sin límite de tiempo, ni de espacio, ni de la fuerza de gravedad!

Desde el centro del universo, donde el poder, la luz, la dirección y la inteligencia se originan, vino otro mensajero anunciándose como Juan el Bautista, el mismo que había sido decapitado, pero que ahora venía como un ser resucitado a restaurar las llaves y los poderes que él mismo había poseído sobre la tierra. Después de él vinieron otros tres mensajeros: Pedro, Santiago y Juan, quienes restauraron el Sacerdocio de Melquisedec, con todos sus poderes y autoridad.

Guardias divinos se han desplazado por el espacio para salvar las vidas de Abraham en la Colina de Potifar en la tierra de Ur; la de Daniel en el foso de los leones; la de Nefi ante la ira y el odio mortal de sus hermanos; y la de Isaac del cuchillo del sacrificio.

Hubo algunos mensajes tan vitales y preciosos que el Señor mismo se manifestó y visitó a sus escogidos. El caminó con Adán en el Jardín de Edén y lo instruyó. Le habló a Enoc y le mostró las miríadas de unidades del universo. El descendió al Monte Sinaí e instruyó a su gran siervo Moisés para dirigir al pueblo de Israel. También le apareció a Pablo [Saulo] en el camino hacia Damasco, sobrecogiéndolo en una trasformación maravillosa para llamarlo al ministerio.

También tenemos las visitas del Padre mismo, que vino para dar testimonio de su Amado Hijo, Jesucristo, en las aguas del Jordán, en el Monte de la Transfiguración, en tierras del Nuevo Mundo entre los Nefitas. La manera en que presentó a su Hijo en estas relevantes y cruciales visitas fue: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre”.

De nuevo, en la Arboleda Sagrada del estado de Nueva York, aparecieron el Padre y el Hijo a su siervo José para restaurar cosas grandes y sagradas.

¿Se encuentra el hombre confinado a los límites de este mundo? En gran parte sí y temporalmente también.” Sin embargo, tenemos a Enoc y su pueblo, que fueron trasladados fuera de esta tierra, y ese día Cristo y sus ángeles se movilizaron entre la tierra y el espacio.

¿Existen, entonces, las conversaciones extraterrestres? Por supuesto que sí. El hombre puede comunicarse con Dios y recibir respuestas de Él.

¿Existen las asociaciones con seres que no son humanos? No hay duda de ello.

¿Se encuentran los otros planetas del espacio habitados por seres inteligentes? Sin lugar a dudas.

¿Será posible que alguna vez se transmitan mensajes celestiales de un planeta a otro a través del espacio infinito? No hay discusión en cuanto a esto, pues por miles de años se han estado recibiendo mensajes exactos, de suprema importancia, que han sido interpretados y divulgados entre los habitantes de la tierra. Constantemente se han recibido sueños y visiones como programas perfectos de televisión. Innumerables veces se han recibido mensajes de amonestación de mensajeros personales, y es nuestro testimonio al mundo, que Dios vive y mora en su trono celestial, y que la tierra es el estrado de sus pies y sólo una de sus infinitas creaciones; que Jesucristo es el Hijo del Dios viviente y el Creador, Salvador y Redentor de todos los habitantes de esta tierra, y sobre todo de aquellos que lo obedecen y lo escuchan; y que el profeta viviente de Dios que mora entre nosotros continúa recibiendo los mensajes interestelares de que hemos hablado —ya se trate de visiones, revelaciones, televisión, radio— procedentes del seno del Padre para el beneficio del hombre.