
La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball
Capítulo cinco
El conocimiento de Dios
Las cosas débiles del mundo
Cierto filósofo de una renombrada universidad escribió: “Yo no puedo entender a Dios ni tampoco la forma en que trabaja. Cuando ocasionalmente elevo mi corazón en oración, no es hacia ningún Dios que vea, ni oiga, ni sienta. Es como orarle a un Dios en una noche sombría y fría, tal como la habrá conocido cualquier incrédulo de estas cosas.” Dios parece ser para muchas personas “cualquier cosa, desde un gas celestial hasta un soberano invisible y honorario que se localiza en algún lugar del espacio, muy lejos del alcance de los astronautas”.
Cierto científico también ha dicho: “Si se puede describir a Dios como algo, no es más que hidrógeno y carbono o una fusión termonuclear, pues ésos son los elementos que hacen posible la vida en este planeta.”
Alguien más ha dicho: “Dios es un fantasma que flota en el espacio.” Otros lo definen como “una fantasía infantil que fue necesario inventar cuando los hombres no comprendían lo que era un relámpago. …”
Otros expresan que “Dios es como una llama ardiente, tan blanca que puede llegar a cegarnos”.
Un director de un seminario expresó que “Dios es todo lo que no está dentro de mi alcance comprender”.
Desde hace muchísimo tiempo, el hombre ha estado en busca de Dios. No es posible borrar del corazón de un hombre ese innato anhelo, esa sed, esa hambre. Es algo natural para él buscar un Creador personal. Esta herencia espiritual del hombre parece venir desde el principio. Puede ser que adore dioses de madera y piedra, o árboles o animales, o la tierra, o el cielo, o el sol; pero el hombre siempre necesita y debe tener una deidad. En la antigua Babilonia, se dice que había hasta 700 deidades.
Una fría mañana de enero, antes de que rayara el alba, mi esposa y yo nos encontrábamos sentados sobre la impresionante y conspicua colina rocosa que se asienta bajo la Acrópolis de Atenas, en el Monte de Marte. Mientras esperábamos que la aurora alumbrara, tratamos de imaginarnos al apóstol Pablo discursando para los brillantes cerebros que lo rodeaban en aquella plaza ateniense, mientras que éstos deliberaban sobre el poder de sus muchos dioses, tal como se lee en la escritura: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio.
El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas . . .
Porque en él vivimos, y nos movemos y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos.
Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres.
Pero, Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan. (Hechos 17:22-25, 28-30.)
Yo creo, como Pablo, que es esencial para nuestra salvación aceptar y conocer al Dios verdadero. La diversidad de opiniones y criterios sobre Su personalidad y las abiertas dudas sobre su verdadera existencia nos recuerdan la profecía de Amós:
He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.
E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán.
En aquel tiempo las doncellas hermosas y los jóvenes desmayarán de sed. (Amós 8:11-13.)
“Ese día” del que habla Amos es nuestro propio tiempo, cuando las instituciones de los hombres y las filosofías humanas dejan insatisfechas hambres espirituales y sedes insaciables. No hay por qué asombrarse, entonces, del porqué los espíritus de los hombres se hallan desmayados.
La confusión y los enigmas de los letrados, tratando de encontrar a Dios en los laboratorios de su propia hechura, nos llevan a los días del fermento del pasado, de donde se produjo el increíble credo que se suponía aclararía el pensamiento religioso de aquella época, pero que, al contrario, no lo dejó más que en el peor de los caos de la oscuridad. Los registros revelan que muchos de los gigantes del ingenio se debatieron en encontrar la solución a verdades incomprensibles, pero no terminaron más que en una mayor y seria confusión, la cual aún subsiste en nuestros días. Esto causó que hombres brillantes empezaran a dudar y a tratar de resolver con sus limitaciones humanas el gran misterio, alejándose cada vez más de éste y haciéndolo más complejo.
Toda esta diversidad de conceptos místicos y negativos sobre este asunto no pueden más que privar a cualquiera de la plenitud de paz, esperanza y gozo. No constituyen más que bases de arena sobre las cuales cualquier estructura peligra.
Mas ahora, he aquí que Satanás los arrastra, tal como tamo que se lleva el viento; o como el barco que, sin velas o ancla, o cosa alguna con qué dirigirlo, es juguete de las olas; y así como la nave son ellos. (Mormón 5:18.)
Un prominente teólogo ha dicho que hay una creciente desesperación sobre la posibilidad de conocer a Dios. A lo cual ha agregado: “A medida que la ciencia y la tecnología crean una gran serie de preguntas que no se pueden contestar científicamente, tal desesperación parece ahondarse. . . Los historiadores señalan que los hombres, y aun los santos, siempre han sentido tal agobio desde el momento en que empezaron a surgir las preguntas básicas: ¿Quiénes somos? ¿De dónde vinimos? ¿Cuál es el significado fundamental de nuestra vida? A pesar de todo, la mayoría de los teólogos, aun los más radicales, acuerdan que el concepto de Dios, sea éste personal o de otra índole, es lo que contribuye al orden y significado de la existencia humana. No es sino hasta que los hombres pierden este concepto, que empiezan a decir: “Comed, bebed y divertíos, porque mañana moriremos”, y proceden justamente a hacer estas cosas.
También se ha dicho que “Mientras que los hombres de estos tiempos han rechazado a Dios como una solución a la vida, no han podido evadir la gran curiosidad sobre su significado. El aparente eclipse de Dios no es más que una señal de que el mundo está experimentando lo que Rahner llama la ‘anónima presencia’ de Dios, cuya palabra viene al hombre no en tablas de piedra, sino a través de los murmullos de su corazón».
Una y otra vez surgen las interrogantes: “¿Por qué existo?” “¿Quién debo ser, y en qué he de convertirme?” “¿Cuál es el verdadero significado de mi vida?”
El apóstol Pablo nos dio las respuestas, pero los modernistas se muestran renuentes a aceptar tales explicaciones de un extemporáneo. Entre los efesios, Pablo encontró muchos hombres cuya conducta era como de niños: “fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error”, y nos dio la solución a ello. Esto significa que a la cabeza de la Iglesia tendría que haber hombres que se comunicaran con Dios, en una organización con apóstoles, evangelistas, pastores y maestros. Esta organización tendría el poder para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio y para su propia edificación, y perseguiría la unidad de la fe, un conocimiento del Hijo de Dios, y la perfección de los hombres hasta llegar a la estatura de la plenitud de Cristo. (Ver Efesios 4:11-14.)
En los primeros siglos de la era cristiana, la apostasía no se llevó a cabo en forma de persecución, sino por medio del abandono de la verdadera fe, causada por la superimposición de una organización de hombres sin autoridad para administrar el programa divino. Muchos hombres sin intenciones ni derecho a recibir revelación, basados en su propio intelecto y curiosidad, reclamando ser representantes de las congregaciones cristianas, sosteniendo grandes juntas y reunidos en consejos de eruditos, pretendieron crear un Dios que todo el mundo pudiera aceptar. Los brillantes y sobresalientes cerebros, con sus exageradas y avanzadas filosofías, creyendo saber lo suficiente sobre las tradiciones cristianas y las filosofías paganas, dispusieron combinar todos estos elementos en un esfuerzo por complacer a todo individuo. Con el transcurso del tiempo, éstos reemplazaron al programa y métodos sencillos utilizados por Cristo, realizando en su lugar ritos espectaculares, vistosos eventos llenos de impresionante pompa, haciendo pasar éstos como el programa original de Cristo y llamándolo por ende cristianismo. Después de todo, con esto se cumplió literalmente la profecía de Isaías, en la que proclama que los moradores de la tierra “traspasaron las leyes, falsearon el derecho [la ordenanza], quebrantaron el pacto sempiterno.” (Isaías 24:5.) Es decir que sustituyeron el glorioso y divino plan de exaltación que Cristo ofrecía por un sistema complicado y llamativo que atrajera la imaginación de muchas almas inocentes. Parece que en aquellos tiempos no se imaginaban que con tal proceder desplazarían totalmente a Cristo y eliminarían la existencia de Dios el Padre, como sucede en nuestros días; pero más bien parecieron llenar la necesidad de establecer algo que preservara la idea de Dios, pero que a su vez no contradijera sus conceptos racionales.
Como resultado de estas largas y notables discusiones, combinaciones de ideas y reconciliaciones de conceptos, llegaron a la creación de una fórmula incomprensible llamada “el misterio de los misterios”. El credo que finalmente adoptaron se lee más o menos como sigue: “Creemos en un solo Dios Padre Todopoderoso, Creador de todas las cosas, visibles e invisibles; y en un solo Señor Jesucristo, su Hijo (el Verbo), engendrado, nacido del Padre, unigénito, que es la esencia (sustancia) del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz (Vida de Vida), Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho, tanto en el cielo como en la tierra; Quien descendió por todos nosotros y por nuestra salvación, y se hizo carne, y se hizo hombre, padeció y se levantó al tercer día, y ascendió a los cielos (al Padre), y que vendrá a juzgar a vivos y muertos; y [creemos] en un solo Espíritu Santo.” (James L. Barker, The Divine Church, vol. 2 Pág. 55.)
Desde este misterio incomprensible nació la confusión. Después de muchos siglos, muchos cristianos todavía parecen estar confusos y mistificados, y es esto lo que ha contribuido grandemente al surgimiento de los creadores de la teoría del “Dios muerto”, tal como lo expresó un pensador contemporáneo: “Es más fácil pensar en un Dios muerto que en uno misterioso, sin cuerpo, sin sentimientos, impotente, carente de poder de convicción. … Es más fácil para mí pensar en un mundo sin Creador que en un Creador plagado con todo tipo de contradicciones del mundo.”
Con razón Pablo dijo: “La sabiduría del mundo es insensatez para con Dios.” El mismo se refirió a los arrogantes romanos que adoraban su propia sabiduría, más bien que al que se las había dado, diciendo: Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
Profesando ser sabios, se hicieron necios, Y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.
Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. (Romanos 1:21-25.)
El Salvador mismo pregunta en términos parabólicos: ¿Quién es más grande, las criaturas o su Creador?
¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro?
También decís: Si alguno jura por el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor.
¡Necios y ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? (Mateo 23:17-19.)
Cristo escogió a Pedro y a los otros apóstoles por su humildad, buena voluntad y obediencia, cándida fe y devoción, no por sus logros intelectuales. A pesar de que Pablo era un hombre muy instruido, fue muy dócil y obediente. Su tema parecía ser el siguiente:
Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.
Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos.
Y otra vez: El Señor conoce los pensamientos de los sabios, que son vanos.
Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. (1 Corintios 3:18-23.)
Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. (Colosenses 2:8.)
¿Por qué es que los hombres desperdician su tiempo y energías, poniendo en peligro sus vidas mismas en una balsa a la deriva en el gran océano de la incertidumbre, cuando existe una nave poderosa, bien equipada, completa y segura?
El fracaso de las iglesias cristianas tradicionales es evidente, tal como está escrito:
Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre.
Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error.
Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció. (2 Pedro 2:17-19.)
Alguien ha dicho que vivimos en un tiempo en el que Dios, si es que lo hay, ha escogido permanecer en silencio, mas La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días proclama al mundo que ni el Padre ni el Hijo han permanecido en silencio, y que hoy hablan y se comunican con el hombre en la forma debida y con la frecuencia necesaria. Sí, el Padre y el Hijo nos expresan constantemente sus deseos, en efecto, su ansiedad por mantener esa comunicación con el hombre, para que éste, por medio de una estrecha relación, pueda ratificar ineludiblemente la existencia, personalidad, propósitos y obra de Dios; todo lo cual se sintetiza en un doble objetivo, el que El mismo ha proclamado: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.” (Moisés 1:39.)
Uno de los teólogos antes citados expresó que era imposible para el hombre conocer a Dios. Esto equivale a decir: Nunca he subido al Monte Ararat —de manera que nadie más puede subirlo; o, nunca me he bañado en las cristalinas aguas tibias del Mar Adriático —no existe, por lo tanto, ese mar; o, nunca he cazado en el Parque Kreuger, ni he visto los animales que hay allí —por lo que no existe tal parque; o decir, como nunca he visto un arbusto quemado en las laderas de las Montañas Rocosas o de la Cordillera de los Andes —entonces no existe tal arbusto quemado; o, siempre he sido muy saludable —por lo tanto, los dolores de los que otros se quejan son producto de su imaginación. Yo nunca he volado hacia el espacio —así es que es imposible hacerlo. Nunca he visto ni oído a Dios —de manera que ningún otro hombre jamás lo ha visto tampoco, ni oído, ni caminado con El. ¡Qué lamentables son estos razonamientos! ¡Qué presuntuoso y arrogante es el hombre al decir que Dios es inasequible, incognoscible, invisible, imposible de escuchar, simplemente porque él no se ha preparado a sí mismo para gozar de tal experiencia!
En el sepelio de King Follet, el Profeta de nuestros tiempos, José Smith, hizo las siguientes declaraciones mientras discursaba: Existen muy pocos en este mundo que comprenden correctamente el carácter de Dios. . . El hombre que no comprende el carácter de Dios no se comprende a sí mismo. . . ¡Dios mismo fue una vez como nosotros somos ahora, y ahora Él es un hombre exaltado, y se sienta en su trono en las alturas de los cielos!
Si pudieseis verlo hoy, lo veríais como a un hombre —exactamente como sois vosotros, con la misma imagen y forma de hombre— pues Adán fue creado en la misma forma, a la imagen y semejanza de Dios, y fue instruido por El, habiendo caminado y conversado con El cómo un hombre habla con otro.
Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. (Juan 17:3.)
Ninguna investigación humana puede descubrir a Dios, más Él se ha revelado a sus siervos los profetas y ellos nos han explicado su naturaleza. Cualquiera de nosotros puede recibir una confirmación de la verdad a través del ayuno y la oración individuales. Las tormentas teológicas que nos acechan pueden hallarnos tranquilos y serenos en medio de la tempestad, con un conocimiento seguro y sencillo sobre el Padre y el Hijo, derivado del estudio de las Escrituras, antiguas y modernas, y reafirmado por el Santo Espíritu. Es en este conocimiento que centramos nuestras esperanzas para la vida eterna.
























