
La Fe Precede al Milagro
Basado en discursos de
Spencer W. Kimball
Capítulo seis
Un testimonio de Cristo
Mi Redentor vive eternamente
Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. (1 Corintios 2:1-2.)
En cierta ocasión, un pastor de una iglesia de Illinois expresó que él sentía por Jesucristo el mismo tipo de respeto que le inspiraba San Nicolás, con las siguientes palabras:
Los considero a ambos como personajes de cuentos folklóricos, únicamente que en diferentes categorías. La historia de San Nicolás no está tan matizada de sentimientos religiosos ni tan implantada en la cultura de las personas.
Sin embargo, este pastor dijo encontrar una diferencia, y ésa es que “un hombre llamado Jesús» sí existió, mientras que San Nicolás es un “personaje nacido de la imaginación”.
En la revista Time, se presenta un amplio reportaje de lo que expresó un conocido profesor emérito de una de nuestras más grandes universidades [E.U. A.] en cuanto a su concepción de Jesucristo y sus obras. En el mismo, el profesor le atribuye a Jesús cierta afectuosidad humana, una gran capacidad para amar y una habilidad de comprensión sorprendente. Declara que Lázaro no estaba muerto y que Jesús simplemente le »devolvió la salud’, el poder de la mente y el entendimiento, y que Lázaro recobró la vida como resultado de la ‘terapia de su propia gran vitalidad’”.
Muchas personas en el mundo comparten este concepto sobre Jesús de Nazaret, mas yo os doy testimonio de que Jesús no es solamente un maestro excepcional, un gran humanista y un gran dramaturgo, sino que es en verdad el Hijo del Dios viviente, el Redentor del mundo, el Salvador de la humanidad. Además quiero agregar solemnemente que El no solamente vivió en el meridiano de los tiempos por aproximadamente treinta y tres años, sino que también ha existido desde las eternidades previas y vivirá aún de eternidad en eternidad. El no fue solamente el Organizador del reino de Dios sobre la tierra, sino el Creador de este mundo, el Redentor del género humano.
Lo primero que aprendemos de El es el importante hecho de que, junto con una hueste de espíritus, compareció ante el Padre en solemne asamblea, antes de la fundación de este mundo. La visión de este concilio celestial se encuentra registrada de la siguiente manera:
Y el Señor me había mostrado a mí, Abraham, las inteligencias que fueron organizadas antes que existiera el mundo; y entre todas éstas había muchas de las nobles y grandes;
… y me dijo: Abraham, tú eres uno de ellos; fuiste escogido antes de nacer.
- estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con él: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar;
- con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare. (Abraham 3:22-25.)
Había otro entre los de ese grupo que también se ofreció para venir a la tierra y hacer, a manera de imposición, que todos los hombres se salvaran. Pero el que era “semejante a Dios» se presentó para apoyar un plan de libre albedrío por el cual se ofrecería sin coerción redención, salvación y exaltación a los habitantes de la tierra. Este último plan, propuesto por Jehová, o sea Jesucristo, fue el aceptado.
Finalmente llegó el tiempo en que la tierra iba a ser creada: Entonces el Señor dijo: Descendamos. Y descendieron en el principio, y ellos, esto es, los Dioses, organizaron y formaron los cielos y la tierra. (Abraham 4:1.)
De manera que Jesús el Cristo, o sea Jehová, fue uno de los Dioses que crearon la tierra y la proveyeron de luz, establecieron sobre ella vida vegetal y animal y, como obra culminante, creado a la imagen de Dios, colocaron al hombre sobre su faz. Muchos siglos después, el Señor mismo declaró a los nefitas:
He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios. Yo creé los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay. … (3 Nefi 9:15.)
A Adán y Eva, a quienes se les encomendó el dominio y cuidado de esta tierra, el Redentor también les dio este testimonio. Así vivieron nuestros primeros padres en el Jardín de Edén, hasta que fueron expulsados después de probar del fruto prohibido. La primera familia de la tierra se extendió por sobre su faz; y cultivaron ésta y cuidaron de sus rebaños. Al recibir de Dios el mandamiento de ofrecer las primicias de sus rebaños, Adán procedió a hacerlo con toda obediencia.
Y después de muchos días, un ángel del Señor se apareció a Adán y le dijo: ¿Por qué ofreces sacrificios al Señor? Y Adán le contestó: No sé, sino que el Señor me lo mandó.
Entonces el ángel le habló, diciendo: Esto es una semejanza del sacrificio del Unigénito del Padre, el cual es lleno de gracia y de verdad. . . .
Y ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo, diciendo: Soy el Unigénito del Padre desde el principio, desde ahora y para siempre, para que así como has caído puedas ser redimido, y también todo el género humano, sí, cuantos quieran. (Moisés 5:6-7, 9.)
El evangelio de arrepentimiento y redención también fue manifestado a nuestros antepasados por el Salvador mismo.
Después de algunas generaciones, el Redentor vino nuevamente a la tierra a visitar a otro de sus siervos escogidos, el poderoso dirigente Enoc, quien, a causa de su rectitud, pudo escuchar la voz de Jehová, quien le mandó predicar el arrepentimiento a un pueblo inicuo. Al principio él oyó la voz de Dios llamando a la gente a arrepentirse de sus pecados. Entonces Enoc se humilló a tierra ante el Señor, y habló diciendo:
¿Cómo es que he hallado gracia en tu vista, si no soy más que un jovenzuelo, y toda la gente me desprecia, por cuanto soy tardo en el habla, por qué soy tu siervo? . . .
Y el Señor habló a Enoc y le dijo: Úntate los ojos con barro, y lávatelos, y verás. Y Enoc lo hizo. (Moisés 6:31, 35.)
Y Enoc vio el mundo de los espíritus y todas las creaciones no visibles al ojo humano y natural.
… y desde entonces se esparció este dicho por la tierra: El Señor ha levantado un vidente a su pueblo. (Moisés 6:36.)
Y desde las colinas y los lugares altos, Enoc clamaba y testificaba en contra del pecado. Al concluir su predicación al pueblo, Enoc dio el siguiente testimonio:
… y mientras estaba en el monte, vi abrirse los cielos y fui revestido de gloria;
Y vi al Señor; y estaba ante mi faz, y habló conmigo, así como un hombre habla con otro, cara a cara . . . (Moisés 7:3-4.)
Las transgresiones del pueblo de la generación de Enoc parecen haber ido en aumento, pues al venir Noé, tuvo que continuar predicando y amonestando vigorosamente al pueblo contra los pecados del mundo durante los largos años de su ministerio. Mas el mundo había madurado tanto en la iniquidad, que aun intentaron quitarle la vida.
Y así Noé halló gracia en los ojos del Señor ; porque Noé fue un hombre justo y perfecto en su generación; y anduvo con Dios . . . (Moisés 8:27.)
En el tiempo de la torre de Babel, cuando los jareditas se preparaban para cruzar el océano hacia la tierra prometida, hoy conocida como América, se subieron al monte y “de una roca fundió [el hermano de Jared] dieciséis piedras pequeñas” (Éter 3:1), y el profeta suplicó al Señor que tocara estas piedras para que brillaran en la obscuridad de sus barcos cerrados, iluminándolos así mientras cruzaran el mar. Y cuando el Señor extendió su mano y tocó piedra por piedra con Su dedo, . . . fue quitado el velo de ante los ojos del hermano de Jared, y vio el dedo del Señor; y era como el dedo de un hombre, a semejanza de carne y sangre. . . .
Y el Señor le dijo: A causa de tu fe has visto que tomaré sobre mí carne y sangre; y jamás ha venido a mí un hombre con tan grande fe como la que tú tienes; porque de no haber sido así, no hubieras podido ver mi dedo. . . .
Y cuando hubo dicho estas palabras, he aquí, el Señor se le mostró, y dijo: . . .
He aquí, yo soy el que fui preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. . . .
. . . ¿Ves que eres creado a mi propia imagen? . . .
He aquí, este cuerpo que ves ahora es el cuerpo de mi espíritu; y he creado al hombre a semejanza del cuerpo de mi espíritu; y así como me aparezco a ti en el espíritu, apareceré a mi pueblo en la carne. (Éter 3:6, 9, 13-16.)
Algunos siglos después, en lo que se conoce como el meridiano de los tiempos, los habitantes del continente de América esperaban las señales de la venida del Mesías, como cumplimiento de las profecías que se habían dado de El. Los hombres inicuos de ese tiempo se imaginaron que el día anunciado ya había pasado y pronunciaron espantosas advertencias contra los que creían en las profecías del profeta Samuel concernientes al nacimiento de Critso. Nefi, estando muy preocupado, oró devotamente al Señor durante todo un día, al final del cual vino a El la voz del Señor, diciendo:
Alza la cabeza y regocíjate, pues he aquí, el tiempo está cerca; y esta noche se dará la señal, y mañana vengo al mundo para mostrar que he de cumplir todas las cosas que he hecho que se declaren por boca de mis santos profetas. (3 Nefi 1:13.)
Y aconteció que esa noche no hubo oscuridad; de manera que dos días y una noche fueron como un día, y los justos entendieron que ése era el día en que había de nacer el Salvador del mundo. Y aconteció también que apareció una nueva estrella, como una evidencia más del nacimiento del Cristo.
Lejos de allí, al otro lado del océano, en la tierra de Judea, la misma estrella alumbró y dirigió a los tres reyes magos en su trayectoria desde el Oriente hasta un establo en las afueras de Belén. En ese lugar encontraron, de acuerdo con las muchas profecías anunciadas en las Escrituras, “a un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”. María, quien era una virgen, fue la madre del Hijo de Dios. Su esposo, José, un carpintero de Nazaret, el había llevado a la ciudad de David durante la época de empadronamientos* y fue en aquel lugar en donde tuvo lugar el cumplimiento de las predicciones que por muchos siglos se habían hecho en cuanto al nacimiento mortal de Jesús el Cristo. Tanto los pastores del lugar como los reyes magos llegaron a adorarle y le ofrecieron presentes; los ángeles cantaron hosannas y el Salvador vino a habitar en su tabernáculo de carne y sangre.
Muy poco es lo que se sabe de la infancia de Jesús, mas en el evangelio de Lucas se registra:
Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre El. (Lucas 2:40.)
Y cuando Jesús se hizo hombre y salió de las aguas del bautismo—
… los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él:
Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. (Mateo 3:16-17.)
Mientras Jesús estuvo en el desierto, el diablo vino a tentarle, pero El lo resistió y lo reprendió.
Al seguir imaginariamente los pasos de nuestro Salvador, descendemos por los caminos polvorientos de Judea; subimos por los senderos empedrados de los montes y pasamos por las arenosas playas de los mares; luego entramos en las sinagogas, en donde El reprendía y reprobaba al pecador; y nos internamos en aquellos apartados caminos en los que llamaba a todos al arrepentimiento.
Encontramos al Redentor en las bodas de Cana convirtiendo el agua en vino; lo vemos en el templo de Jerusalén, expulsando a los profanadores negociantes y cambistas con un azote de cuerdas pequeñas que se hizo allí mismo, deciéndoles: “. . .no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”. (Juan 2:16.)
A la mujer samaritana le dijo: mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás . . . (Juan 4:14.)
La vida mortal del Salvador fue muy dura, a juzgar por las normas del mundo. En cuanto a esto, El dijo: . . . Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza. (Lucas 9:58.)
El gran Maestro fue un hombre de dolores, experimentado en quebranto. (Véase Isaías 53:3.) Multitudes de discípulos sinceros, curiosos buscadores de señales y críticos empedernidos lo siguieron por los polvorientos caminos de Judea, siempre habiendo entre ellos algunos hombres perversos acechándolo desde lejos para atentar contra su vida.
Aun en su propio pueblo nunca fue apreciado. En su primera visita a su ciudad, lo expulsaron de la sinagoga y lo condujeron hacia la cumbre de una cima para matarlo, mas El pudo escapar. Muchos de sus discípulos se “volvieron atrás, y ya no andaban con él”. (Véase Juan 6:66.) A pesar de que su vida peligraba seriamente, sus discípulos lo instaban a hacer milagros, “porque ni aun sus hermanos creían en él”. (Juan 7:5.) Los fariseos hipócritas y el jefe de los sacerdotes se reunieron en consejo para arrestarlo y así dar fin a su vida.
Constantemente, bajo la presión de las multitudes que le exigían señales de su poder, se retiraba con frecuencia, tal como se lee en la escritura: “… fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios.” (Lucas 6:12.)
Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos . . . pescadores.
Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.
Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. (Mateo 4:18-20.)
Asimismo vio el Señor a Jacobo (Santiago) y a Juan arreglando sus redes, y también los llamó. Subsecuentemente llamó a otros ocho, todos de diferentes lugares y ocupaciones, para dirigir su iglesia, y los “llamó apóstoles”.
Los numerosos milagros del Redentor levantaron el interés de muchos desde el principio, Los curiosos lo seguían fascinados, los creyentes observaban con reverente admiración, y a causa de su creciente popularidad, sus enemigos buscaban sorprenderlo en la infracción de alguna ley para poner fin a su influencia.
Empezando con las bodas de Caná, dejó maravillados a todos sus seguidores. Después bendijo los panes y los peces y alimentó a millares de personas hambrientas. Ponía sus dedos sobre los oídos de los sordos, diciendo: “Abrios”, y éstos podían oír claramente. “Escupió y tocó” la lengua de un hombre que tenía un impedimento en el habla, y ‘ ‘pudo hablar claramente”. Tocaba los ojos de los ciegos, diciendo: “Conforme a vuestra fe os sea hecho”, y “sus ojos eran abiertos”. (Mateo 9:29-30.)
Las multitudes exclamaban con admiración: “Nunca se ha visto cosa semejante en Israel», al echar fuera demonios. Sus acusadores lo encontraron en cierta ocasión sanando en el día de reposo y lo culparon de transgresor al oírlo decir a un hombre que tenía una mano seca: ‘ ‘Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra.” (Mateo 12:13.)
»Nunca hemos visto tal cosa», exclamó la gente al ver a un hombre enfermo levantar su lecho al escuchar la voz del Salvador decir: “Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.”
En otra ocasión, Jesús detuvo a una multitud que llevaba a enterrar a un difunto y, tocando el féretro en el que iba el hijo de la viuda de Naín, dijo: »Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar.» (Lucas 7:14-15.)
La gente se quedó asombrada cuando El habló a la hija de Jairo, que acababa de morir: “Niña, a ti te digo, levántate.” (Mateo 5:41.) Antes se habían burlado y reído de él, mas al ver a la niña levantarse y andar, se espantaron grandemente.
Una mujer que había padecido de una enfermedad por doce años »y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto” (Lucas 8:43-44.) y al instante fue sanada. Una y otra vez el Salvador perdonó a los pecadores, calmó la tempestad, sanó a los leprosos y levantó a los muertos, aun a su amigo Lázaro, quien estuvo muerto por cuatro días, hasta que la voz de Jehová le mandó: ¡Lázaro, ven fuera!” (Juan 11:43.)
Ya hacia el final de su ministerio,
. . . Jesús tomó a Pedro, a Jacobo [Santiago] y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto;
- se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
- he aquí les aparecieron Moisés y Elias, hablando con él.
. . . una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. (Mateo 17:1-3, 5.)
Sabiendo que su hora había llegado, se dirigió hacia el lugar que había sido preparado, y allí ofreció la Ultima Cena a sus discípulos, después de lo cual se retiró al Jardín de Getsemaní, en donde volcó su alma a su Padre: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad. (Mateo 26:42.)
Entonces se acercó una multitud dirigida por Judas, el traidor. Le quitaron la ropa a Jesús y le pusieron una túnica escarlata. Luego ensartaron en la cabeza una corona de espinas y le colocaron una vara en la mano derecha, después de lo cual se inclinaron ante El en señal de burla, escupiéndolo y golpeándole la cabeza. Entonces lo llevaron al Monte Calvario para crucificarlo. Clavado sobre una cruz, fue puesto en medio de dos ladrones, y los soldados se repartieron entre sí las ropas del Salvador.
Todos los que lo amaban se arrodillaron cerca de sus pies y lloraron inconsolablemente. Al desvanecerse su vida, lo escucharon decir:
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. (Lucas 23:34.) Y también lo oyeron clamar en alta voz,
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y … expiró. (Lucas 23:46.)
Entonces bajaron su cuerpo cuidadosamente, lo envolvieron en un lienzo de lino, y lo colocaron en un sepulcro labrado de piedra, en donde jamás se había enterrado a nadie. Y las mujeres [que habían venido con El desde Galilea] prepararon especias aromáticas y ungüentos para Su cuerpo. Pasaron los tres días anunciados y Jesús salió de la tumba, tal como lo había prometido. Sus discípulos, tanto hombres como mujeres, fueron a ver la tumba y la encontraron vacía, de lo cual se sorprendieron grandemente, pues todavía no comprendían el hecho de la resurrección. Y el Salvador resucitado habló a María Magdalena, diciéndole:
No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas vé a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. (Juan 20:17.)
Ese mismo día se les apareció a sus apóstoles, quienes se encontraban reunidos con las puertas cerradas, y manifestándose a sí mismo, les aseguró que había vuelto a la vida. De la misma manera se manifestó a muchos otros, recibiendo éstos un testimonio similar.
Ahora, ya su iglesia estaba organizada, su programa había sido esclarecido, y los hombres que El había llamado para dirigirla ya sabían cómo administrarlo. Y cuando sus seguidores se encontraban reunidos en Jerusalén, Jesucristo, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.
Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas,
los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo. (Hechos 1:9-11.)
Y mientras todo esto acontecía en Jerusalén, en el hemisferio occidental también se habían manifestado muchas señales al tiempo de su muerte. La oscuridad y la destrucción habían cubierto la tierra, muchas ciudades se incendiaron, montañas se hundieron y mares se desbordaron. Fue en medio de la lamentación y sufrimiento de aquel pueblo, que se oyó una voz entre ellos que declaraba el motivo de aquellos desastres ocurridos, diciendo:
He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios. Yo creé los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay. . . .
Vine a los míos, y los míos no me recibieron. . . .
Yo soy la luz y la vida del mundo. Soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. . . .
He aquí, he venido al mundo para traer redención al mundo, para salvar al mundo del pecado. (3 Nefi 9:15-16, 18, 21.)
Al encontrarse los nefitas conversando de nuevo sobre Jesucristo, cuyas señales de su muerte les acababan de ser manifestadas, escucharon una suave y penetrante voz desde los cielos, la cual atravesó sus corazones e hizo que se hincharan de emoción. Entonces la voz pronunció estas palabras: He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd.
Y… dirigieron la vista hacia el cielo otra vez; y he aquí vieron a un Hombre que descendía del cielo; y estaba vestido con una túnica blanca; y descendió y se puso en medio de ellos. . . .
Y… extendió su mano, y habló al pueblo, diciendo: He aquí yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo.
. . . y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre, tomando sobre mí los pecados del mundo. . . .
. . . Cuando Jesús hubo hablado estas palabras, toda la multitud cayó al suelo; pues recordaron que se había profetizado entre ellos que Cristo se les manifestaría después de su ascensión al cielo.
Y ocurrió que les habló el Señor, diciendo: Levantaos y venid a mí, para que podáis meter vuestras manos en mi costado, y para que también podáis palpar las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo. (3 Nefi 11:7-14.)
Y todos los que allí se encontraban pudieron palpar las huellas de los clavos y de la lanza, y
. . . supieron con certeza, y dieron testimonio de que era él, de quien habían escrito los profetas, que había de venir. (3 Nefi 11:15.)
Y el Salvador organizó su iglesia y escogió a doce apóstoles entre este pueblo, y les enseñó Su doctrina y bendijo a todos los niños. Restauró la vista a los ciegos, la fortaleza a los débiles, e hizo sanar a los que estaban enfermos. Y después de visitarlos varias veces,
. . . llegó una nube y cubrió a la multitud, de modo que no podían ver a Jesús.
Y mientras los cubría, él partió de entre ellos y ascendió al cielo. Y los discípulos vieron y dieron testimonio de que ascendió de nuevo al cielo. (3 Nefi 18:38-39.)
Transcurrió el tiempo y vino la apostasía, desplazando así la fidelidad de aquellos que habían creído. Sin embargo, vino el día en que, después de muchos siglos, la densa oscuridad comenzó a disiparse; se había vuelto a descubrir el nuevo mundo de América, y hoy la habitaba un pueblo honorable y temeroso de Dios. Al terminar la guerra, lograron su independencia y con ello también se concedió libertad religiosa. Por lo tanto, el Señor Jesucristo vino nuevamente para restaurar y restablecer Su obra y reino sobre la tierra. Un jovencito de mente abierta e imparcial se arrodilló una bella mañana de primavera en una arboleda y oró para pedir luz. A pesar de que el poder del maligno intentó destruirlo, se liberó de él al aparecerle un pilar de luz “más brillante que sol”.
No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado. Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!
. . . pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera, y a cuál debía unirme. (José Smith-Historia: 17-18.)
Posterior a esta visita, muchos otros seres celestiales descendieron también a la tierra para llevar a cabo la restauración del evangelio y el establecimiento del reino sobre ella.
La obra continuó su marcha, se organizó la Iglesia, se publicó el Libro de Mormón, se recibieron revelaciones, se escogieron doce apóstoles, se construyó el Templo de Kirtland, y durante las ceremonias de dedicación, después de la administración del sacramento ese domingo 3 de abril de 1836, José Smith y Oliverio Cowdery se retiraron al pulpito, los velos tendidos, y allí se arrodillaron en silenciosa oración. Al ponerse de pie, vieron al Salvador delante de ellos, parado sobre el barandal del pulpito. Los bendijo y aceptó el edificio del templo.
De manera que, después de delinear y seguir las manifestaciones del Señor Jesucristo que se encuentran registradas en las Escrituras, desde su preexistencia hasta nuestros días, esperamos ansiosamente su prometida segunda venida, la cual se cumplirá literalmente en la misma manera en que han tenido lugar sus otras promesas. Mientras tanto, ensalzamos su santo numbre y le servimos, dando testimonio de su misión y de todos los profetas a quienes El ha llamado a través de todas las generaciones. Apoyamos el testimonio de Juan el Bautista, quien, al ver al Señor acercarse a él, dijo: “ He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo.” (Juan 1:29.)
Secundamos también el testimonio de Juan el Amado, quien, después de haber pasado la noche pescando inútilmente y viendo a Jesús a la orilla del mar, dijo con toda convicción: “¡Es el Señor!” (Juan 21:7.)
Y con la misma firmeza con que Simón Pedro contestó, cuando el Señor preguntó a sus discípulos: “¿Quién decís que soy yo?”, testificamos que El es “El Cristo, el Hijo del Dios viviente”. (Mateo 16:15-16.)
Al concluir este capítulo, damos el mismo testimonio que dio José Smith, quien, dispuesto a dar su vida por defenderlo, dijo: … Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto; y mientras me perseguían, y me censuraban, y decían falsamente toda clase de mal en contra de mí por afirmarlo, yo pensaba en mi corazón: ¿Por qué me persiguen por decir la verdad? En realidad he visto una visión, y ¿quién soy yo para oponerme a Dios? ¿o por qué piensa el mundo hacerme negar lo que realmente he visto? Porque había visto una visión; yo lo sabía, y comprendía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación. (José Smitn-Historia 25.)
Nosotros sabemos también, y no lo podemos negar, que Jesús es el Cristo, el Salvador de toda la humanidad, que murió por nuestros pecados, y que vive y reina hoy en los cielos como un ser resucitado y perfecto, a la espera del día en que vendrá a imperar en gloria.
























