
Moisés: Hombre de Milagros
por Mark E. Petersen
28
La Oportunidad Perdida
El Señor prometió a las Doce Tribus que si guardaban sus mandamientos, Él los haría la nación más grande de la tierra.
¡Qué oportunidad tenían! ¡Cómo habría cambiado la historia si tan solo hubieran mantenido la fe!
Al dirigirse a la congregación, Moisés dijo: “Y acontecerá que, si oyeres atentamente la voz del Señor tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también el Señor tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra.” (Deut. 28:1.)
Anteriormente el profeta había dicho:
“Guardarás, pues, los mandamientos, y los estatutos, y los decretos que yo te mando hoy, para ponerlos por obra.
Y será que, por haber oído estos decretos, y haberlos guardado y puesto por obra, el Señor tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres.
Y te amará, y te bendecirá, y te multiplicará; y bendecirá el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría.
Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados.
Y quitará el Señor de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren.
Y consumirás a todos los pueblos que el Señor tu Dios te da; no los perdonará tu ojo, ni servirás a sus dioses, porque te será tropiezo.
Si dijeres en tu corazón: Estas naciones son muchas más que yo, ¿cómo las podré desposeer?
No tengas temor de ellas; acuérdate bien de lo que hizo el Señor tu Dios con Faraón y con todo Egipto,
De las grandes pruebas que vieron tus ojos, y de las señales, y de las maravillas, y de la mano poderosa, y del brazo extendido con que el Señor tu Dios te sacó; así hará el Señor tu Dios con todos los pueblos de cuya presencia tú temieres.
También enviará el Señor tu Dios avispas sobre ellos, hasta que perezcan los que quedaren y los que se hubieren escondido de delante de ti.
No desmayes delante de ellos, porque el Señor tu Dios está en medio de ti, Dios grande y temible.
Y el Señor tu Dios echará a estas naciones de delante de ti poco a poco; no podrás acabar con ellas enseguida, para que no se aumenten contra ti las fieras del campo.
Mas el Señor tu Dios las entregará delante de ti, y las quebrantará con grande destrozo hasta que sean destruidas.
Y entregará sus reyes en tu mano, y tú destruirás el nombre de ellos de debajo del cielo; nadie te hará frente hasta que los destruyas.” (Deut. 7:11-24.)
Estos versículos expresan claramente lo que el Señor tenía en mente para Israel:
“El Señor tu Dios te manda hoy que cumplas estos estatutos y decretos; cuida, pues, de ponerlos por obra con todo tu corazón y con toda tu alma.
Has declarado hoy que el Señor es tu Dios, y que andarás en sus caminos, y guardarás sus estatutos, y sus mandamientos, y sus decretos, y que escucharás su voz.
Y el Señor te ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos;
Y para exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria; y para que seas un pueblo santo al Señor tu Dios, como él ha dicho.” (Deut. 26:16-19.)
Había grandes naciones en aquellos tiempos, y algunas de ellas continuaron hasta alrededor del 600 a.C. Sargón I creó una de las más grandes de las antiguas naciones (2300 a.C.) en Mesopotamia. Conquistó todas las tierras cercanas y luego extendió su imperio hasta lo que hoy es Siria y Turquía. Una docena de reyes le pagaban tributo.
Construyó su capital en Agade, considerada una de las ciudades más magníficas de la antigüedad, con sus grandes templos y espectacular palacio real, resplandeciente con tesoros de todas partes de su imperio.
Bajo uno de sus sucesores, Ur-Nammu, que gobernó alrededor del 2100 a.C., la nación prosperó y se desarrolló notablemente. “La agricultura y el comercio… disfrutaron de un notable auge, y en todas las ramas del arte se produjo un repentino renacimiento.” (Cuna de la Civilización, p. 39.)
Ur-Nammu es considerado por los historiadores como el primer legislador conocido en la historia. “Su código de leyes, partes del cual se han encontrado inscritas en tablillas cuneiformes, precedió el célebre código de Hammurabi por más de tres siglos y las leyes de Moisés por más de un milenio.” (Ibid., p. 40.)
Y consideremos a Hammurabi. Ascendió al trono de Babilonia alrededor del 1750 a.C., solo unos pocos años antes de que José fuera vendido a Egipto. Su nación había sido grande durante doscientos años antes del tiempo de Abraham.
El arte y la arquitectura de esos pueblos se mantuvieron en un alto nivel durante quinientos años. Los babilonios fueron verdaderamente una gran nación. El Código de Leyes de Hammurabi es considerado una de las maravillas de ese antiguo tiempo.
Una de las civilizaciones más notables de la antigüedad fue la de los minoicos en la isla de Creta. Tenían una cultura bien avanzada, que solo recientemente ha sido apreciada completamente, ya que se han realizado más descubrimientos arqueológicos.
Los egipcios se mantuvieron destacados a lo largo de los siglos, comenzando alrededor del 3000 a.C. Los elamitas, mencionados en la Biblia, tampoco fueron un poder insignificante.
Los asirios aparecieron alrededor del 1800 a.C. poco después del tiempo de Abraham, solo alrededor de un siglo antes de que José fuera vendido a Egipto. Continuaron siendo un poder a tener en cuenta durante mil doscientos años. Los hititas también alcanzaron alturas considerables durante unos cuatrocientos años comenzando alrededor del 1700 a.C.
¿No deberíamos mencionar a los jareditas en América, que vivieron durante estos mismos períodos? Sus registros ciertamente muestran que estaban avanzados. El libro de Éter da testimonio de esto.
Una de las mayores naciones antiguas, aunque más reciente que algunas de estas, fue Grecia, cuya influencia aún nos acompaña.
A través de la arqueología se ha descubierto que estas naciones fueron de mucho mayor importancia de lo que se pensaba anteriormente. La mayoría de ellas eran fuertes poderes militares, pero con todas sus habilidades en la guerra, también tenían actividades culturales sin las cuales ninguna nación puede ser grande.
¡Y los israelitas podrían haber sido más grandes que todos ellos! Si hubieran vivido de acuerdo con su oportunidad, todo el curso de la historia podría haber cambiado. Los milagros del Señor en su favor y la prosperidad con la que los habría bendecido habrían garantizado más que su completa superioridad.
En Levítico (26:6) se les prometió paz y seguridad y “ni pasará espada por vuestra tierra.”
Esta fue una promesa notable, porque la historia muestra que Palestina se convirtió en el campo de batalla no solo para los israelitas, sino también para otras naciones en guerra, del norte y del sur, que pisotearon el área en repetidas campañas. ¡Si tan solo la espada no hubiera pasado por su tierra!
Es cierto que en los días de Salomón las tribus se convirtieron en una gran y rica nación, atrayendo incluso a la Reina de Saba a Palestina. Pero aunque la nación alcanzó un pico parcial en ese momento, ni siquiera se acercó a lo que el Señor tenía en mente. Por desobediencia, todo se perdió en conflictos internos, guerra civil e invasión.
Las Diez Tribus se perdieron en el exilio. Las dos tribus restantes sufrieron su cautiverio babilónico y luego fueron dispersadas por la tierra.
Al llamarlos al arrepentimiento, el Señor dijo que a menos que se apartaran de su maldad, “Yo también procederé en contra de vosotros en furor;… Y asolaré la tierra… Y os esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra será desolada, y vuestras ciudades asoladas.” (Lev. 26:28, 32-33.)
El precio de la desobediencia es enorme.
El Señor también les dijo:
“Pero acontecerá, si no oyeres la voz del Señor tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te ordeno hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán:
Maldito serás en la ciudad, y maldito serás en el campo.
Maldita tu canasta y tu artesa de amasar.
Maldito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas.
Maldito serás en tu entrar, y maldito en tu salir.
El Señor enviará sobre ti maldición, quebranto y destrucción en todo cuanto pusieres mano e hicieres, hasta que seas destruido y perezcas pronto, a causa de la maldad de tus obras por las cuales me habrás dejado.
El Señor traerá sobre ti mortandad, hasta que te consuma de la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella.
El Señor te herirá con tisis, fiebre, inflamación, ardor, espada, sequía, calamidad repentina y añublo; y te perseguirán hasta que perezcas.
Y tus cielos que están sobre tu cabeza serán de bronce, y la tierra que está debajo de ti será de hierro.
Dará el Señor por lluvia a tu tierra polvo y ceniza; de los cielos descenderán sobre ti hasta que perezcas.
El Señor te entregará derrotado delante de tus enemigos; por un camino saldrás contra ellos, y por siete caminos huirás delante de ellos; y serás vejado por todos los reinos de la tierra.
Y tus cadáveres servirán de comida a todas las aves del cielo y a las bestias de la tierra, y no habrá quien las espante.
El Señor te herirá con la úlcera de Egipto, con tumores, sarna y comezón, de que no puedas ser curado.
El Señor te herirá con locura, ceguera y turbación de espíritu;
Y palparás a mediodía, como palpa el ciego en la oscuridad, y no serás prosperado en tus caminos; y no serás sino oprimido y robado todos los días, y no habrá quien te salve.
Te desposarás con una mujer, y otro hombre dormirá con ella; edificarás una casa, y no habitarás en ella; plantarás una viña, y no la disfrutarás.
Tu buey será matado delante de tus ojos, y tú no comerás de él; tu asno será arrebatado de delante de ti, y no te será devuelto; tus ovejas serán dadas a tus enemigos, y no tendrás quien las rescate.
Tus hijos y tus hijas serán entregados a otro pueblo, y tus ojos lo verán, y desfallecerán por ellos todo el día; y no habrá fuerza en tu mano.
El fruto de tu tierra y todo tu trabajo comerá un pueblo que no conociste; y no serás sino oprimido y quebrantado todos los días.
Y enloquecerás a causa de lo que verán tus ojos.
El Señor te herirá en las rodillas y en los muslos con una llaga maligna que no puedas ser curado, desde la planta de tu pie hasta tu coronilla.
El Señor te llevará a ti y al rey que hubieres puesto sobre ti a nación que no conociste tú ni tus padres; y allá servirás a dioses ajenos, al palo y a la piedra.
Y serás motivo de horror, proverbio y burla en todos los pueblos a los cuales te llevará el Señor.
Sacarás mucha semilla al campo, y recogerás poco, porque la langosta lo consumirá.
Plantarás viñas y labrarás, pero no beberás vino, ni recogerás uvas, porque el gusano las devorará.
Tendrás olivos en todo tu territorio, mas no te ungirás con el aceite, porque tu aceituna se caerá.
Hijos e hijas engendrarás, y no serán para ti, porque irán en cautiverio.
Toda tu arboleda y el fruto de tu tierra consumirá la langosta.
El extranjero que estará en medio de ti se elevará sobre ti muy alto, y tú descenderás muy bajo.
Él te prestará a ti, y tú no le prestarás a él; él será la cabeza, y tú serás la cola.
Y vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te perseguirán y te alcanzarán, hasta que perezcas; por cuanto no habrás atendido a la voz del Señor tu Dios, para guardar sus mandamientos y sus estatutos que él te mandó;
Y serán en ti por señal y por maravilla, y en tu descendencia para siempre.
Por cuanto no serviste al Señor tu Dios con alegría y con gozo de corazón, por la abundancia de todas las cosas,
Servirás, por tanto, a tus enemigos que el Señor enviará contra ti, con hambre y con sed y con desnudez, y con falta de todas las cosas; y él pondrá yugo de hierro sobre tu cuello, hasta destruirte.
El Señor traerá contra ti una nación de lejos, del extremo de la tierra, que vuele como águila, nación cuya lengua no entiendas;
Nación fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño;
Y comerá el fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra, hasta que perezcas; y no te dejará grano, ni mosto, ni aceite, ni la cría de tus vacas, ni los rebaños de tus ovejas, hasta destruirte.
Y pondrá sitio a todas tus ciudades, hasta que caigan tus muros altos y fortificados en que tú confías, en toda tu tierra; sitiará, pues, todas tus ciudades y toda la tierra que el Señor tu Dios te hubiere dado.” (Deut. 28:15-52.)
La maldición continuó aún más, como puede verse leyendo hasta el final de Deuteronomio 28.
El problema básico era que los israelitas, aunque eran el pueblo del convenio, realmente tenían poca o ninguna fe genuina en Dios. El Señor había intentado tanto demostrar su propia realidad y su amor por ellos; les había recordado una y otra vez su convenio con Abraham, y su obligación, bajo ese convenio, de bendecirlos y prosperarlos, y su gran deseo de hacerlo, si solo lo obedecieran. Pero no creyeron y no se arrepintieron; mataron a los profetas que les advirtieron de la ruina inminente y se entregaron a los pecados del mundo. Sus pecados parecían mayores a los ojos de Dios porque estaban violando descaradamente sus sagrados convenios.
Querían tanto ser como otras naciones, y no convertirse en el pueblo peculiar que el Señor tenía en mente. Este estatus “peculiar” los habría hecho felices, limpios, rectos, prósperos y espirituales en el verdadero sentido; la mayor nación de la tierra.
Una expresión notable de la misma filosofía que les hizo perder su herencia privilegiada se observó cuando clamaron al profeta Samuel por un rey “como las otras naciones.” Se les había dicho repetidamente cuán malvadas eran esas naciones, y sin embargo, querían ser como ellas.
Todo el drama de la antigua Israel fue una tragedia de proporciones tremendas, una amarga lección de desobediencia. ¡Y cuán similar fue a la historia de los nefitas en América y su eventual destrucción!
¿Y por qué? Porque el Señor no puede mirar el pecado con el más mínimo grado de permisividad.
























