Un Nuevo Testigo de Dios, Volumen 1

Capítulo 15

Idoneidad en el desarrollo de la nueva dispensación


Habiendo considerado las objeciones formuladas contra José Smith y determinado su valor, estoy ahora preparado para proceder con el testimonio y el argumento que sostiene mi cuarta tesis, a saber: José Smith es un Nuevo Testigo de Dios, un Profeta autorizado divinamente para enseñar el evangelio y establecer la Iglesia de Cristo en la tierra.

Ya he argumentado extensamente que la única manera en que el evangelio podía ser restaurado a la tierra, una vez que fue quitado de ella, era mediante una nueva revelación. Fue sobre el principio de la revelación que Jesús prometió edificar su iglesia; fue a través del ministerio de un ángel que el apóstol Juan previó que el evangelio sería restaurado en la hora del juicio de Dios; y fue en este punto particular donde José Smith comenzó, diferenciándose así de todos los demás maestros religiosos que han surgido en tiempos modernos.

Él apeló a Dios en busca de sabiduría, como ya hemos visto; y esa súplica trajo una revelación de Dios el Padre, quien presentó a su Hijo Jesucristo. Al joven se le informó que Dios no aceptaba a ninguna de las sociedades religiosas como su iglesia o reino, pero se le prometió que la Iglesia de Cristo sería restaurada en la tierra y que él sería un instrumento en las manos del Señor para llevar a cabo ese acontecimiento. Posteriormente, el ángel Moroni lo visitó, revelándole la existencia del Libro de Mormón y finalmente entregándoselo para que lo tradujera al idioma inglés. Este libro contiene en sí mismo la plenitud del evangelio de Jesucristo, tal como fue enseñado a los antiguos habitantes del hemisferio occidental; pero además de esto, el ángel Moroni se reunió con José Smith en la colina Cumorah el 22 de septiembre durante cuatro años consecutivos, y en cada una de esas reuniones anuales él “recibió instrucción e inteligencia… respecto a lo que el Señor iba a hacer, y cómo y de qué manera su reino sería conducido en los últimos días.” Así fue como José Smith comenzó correctamente. Comenzó sobre el único principio mediante el cual la iglesia podía ser restablecida; recibió el evangelio mediante el ministerio de un ángel—exactamente de la manera que un profeta reconocido de Dios había predicho que sería restaurado.

Sin embargo, alguien podría decir que todo esto no fue más que un audaz acto de genialidad por parte de un impostor atrevido. Esa podría ser una explicación si no fuera por el hecho de que todo ocurrió en conexión con un joven que aún no se había apartado de la inocencia de la niñez. Luego, nuevamente, si esta corrección en el inicio por parte de José Smith se atribuye a un golpe maestro de genialidad—¿por qué es que ninguno de los muchos impostores que han surgido entre los cristianos y que han fundado sectas, ha dado con el plan de anunciar una nueva revelación de Dios y la restauración del evangelio mediante el ministerio de un ángel? Seguramente, entre los muchos impostores y “reformadores” que han surgido desde los días de Jesús ha habido algunos que no carecían de lo que los hombres reconocen como genialidad. ¿Por qué fue dejado a un simple muchacho en los campos del oeste del estado de Nueva York el mostrar más “genialidad” que todos los impostores desde los días de Cristo? El hecho de que alguien tan inexperto en los caminos del mundo tuviera el valor de anunciar una nueva revelación al mundo y proclamar la restauración del evangelio mediante el ministerio de un ángel, lleva en sí mismo mucha evidencia de su veracidad.

Sin embargo, no solo nuestro Profeta comenzó correctamente, sino que continuó correctamente. No solo recibió el evangelio mediante el ministerio de un ángel; sino que recibió su autoridad para predicarlo, administrar sus ordenanzas y edificar la Iglesia de Cristo de aquellos que por última vez poseyeron las llaves de esa autoridad en la tierra. De Juan, quien en la tierra fue llamado el Bautista, ahora resucitado y convertido en ángel de Dios, recibió el Sacerdocio Aarónico, el cual le dio poder para predicar el arrepentimiento y bautizar para la remisión de los pecados; de Pedro, Jacobo y Juan, los tres principales apóstoles de la dispensación inaugurada por el ministerio personal del Señor Jesús, recibió las llaves del Sacerdocio de Melquisedec—el Santo Apostolado, que le dio poder para establecer la iglesia de Cristo hasta lo último y regular todos sus asuntos; de Moisés recibió las llaves del recogimiento de Israel desde los cuatro puntos cardinales de la tierra y la conducción de las diez tribus desde la tierra del norte; de Elías, las llaves del sacerdocio para volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres, conforme a la predicción de Malaquías.

Así fue llamado y ordenado por Dios mediante agentes divinamente designados, como lo fue Aarón, y por lo tanto cumplió con la ley que estipula que aquellos que ministran por los hombres en cosas que pertenecen a Dios, deben ser llamados por Dios como lo fue Aarón, por profecía y revelación.

En este desarrollo de la obra de Dios se percibe una idoneidad de las cosas. Contemplad por un momento la obra que Dios se ha propuesto llevar a cabo: ha llegado el momento de la restauración del evangelio; de la reorganización de su iglesia; del inicio de la dispensación del cumplimiento de los tiempos en la cual ha prometido reunir en uno todas las cosas en Cristo, “las que están en los cielos, y las que están en la tierra.” Está por inaugurarse un reinado de paz, un reinado de rectitud—el Milenio prometido en las escrituras—largamente anhelado por los atribulados hijos de la tierra—desesperado—abandonado—¡está por hacerse realidad! El remanente de Israel debe ser reunido en Sion; Jerusalén ha de ser establecida, para no ser derribada jamás; las naciones han de forjar sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas, y nación no alzará espada contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra—la tierra ha de descansar de su maldad. Para que esto se cumpla, es necesaria la cooperación del hombre—su obediencia, su rectitud. Para lograr esa obediencia, esa cooperación, se necesita fe; y como la fe se basa en evidencia, Dios procede a crear la evidencia al suscitar un testigo que no solo pueda testificar de la existencia de Dios, sino también de sus propósitos. Luego, amplía la evidencia al sacar a la luz el Libro de Mormón, la voz de naciones enteras de personas que hablan desde el polvo de los siglos, testificando que el Señor es Dios, que Jesús es el Cristo, que el evangelio es el poder de Dios para salvación; y al aumentar así la evidencia, se ensanchó el fundamento de la fe; y al establecer la fe en los corazones de los hombres, se plantó la semilla de la obediencia. Porque la fe es el incentivo para la acción, la causa de la obediencia y el fundamento de toda rectitud.

Cuando la obra alcanzó ese punto de desarrollo en el que los hombres podían ser enseñados a arrepentirse y recibir el bautismo para la remisión de los pecados, ¿quién estaba tan calificado o con más propiedad podía ser enviado para entregar las llaves del sacerdocio especialmente designado para proclamar el arrepentimiento y administrar el bautismo, sino el maestro del arrepentimiento y el Bautista? O, cuando llegó el momento de la restauración del apostolado, ¿quién podía restaurarlo sino aquellos que por última vez poseyeron sus llaves en la tierra—Pedro, Jacobo y Juan? ¿Quién más apropiado para restaurar las llaves del recogimiento de Israel y conducir a las diez tribus de regreso desde el norte que Moisés, el gran profeta de Israel? ¿Quién más apto para restaurar las llaves del sacerdocio que debían volver el corazón de los padres hacia los hijos y el de los hijos hacia los padres, que Elías, de quien se profetizó que haría esa obra? Así, en todo el proceso hubo una idoneidad en el desarrollo de la gran obra de Dios en los últimos días—una conveniencia observable en las personas empleadas para restaurar las llaves de autoridad que abrirían las distintas áreas de la gran dispensación. Y también debe observarse que esta idoneidad de las cosas, tal como se ha señalado aquí, no fue el resultado de un plan bien elaborado en la mente de José Smith; él era demasiado joven e inexperto para concebirlo todo de antemano y luego disponerse a desarrollarlo con tal hermoso orden. Por supuesto, sí se estaba siguiendo un plan bien concebido, pero ese plan existía en la mente de Dios; y le fue revelado a José Smith de manera fragmentaria—acontecimiento tras acontecimiento, sin que él sospechara aparentemente que cada acontecimiento era un paso en el avance de la poderosa marcha de hechos ya madurados en la mente de Dios—cada llave de autoridad o parte del evangelio no era más que un fragmento de un todo grandioso y coherente que Dios estaba revelando. José Smith nunca habló de la coherencia y adecuación de ese desarrollo; se dejó que otros observaran estas cosas una vez que la obra ya había avanzado en su curso de desarrollo. El Profeta recibió a los mensajeros que Dios le enviaba, y bajo su instrucción procedió con el despliegue de los propósitos del Señor, dejando a otros admirar la obra y notar las evidencias de la mano directriz de Dios en el orden de los acontecimientos y la idoneidad de las personas encargadas de introducir las diversas áreas de dicha obra.

No estoy afirmando que esta adecuación en el desarrollo de la obra del Señor, tal como hasta ahora se ha visto, constituya una prueba absoluta de que José Smith fue divinamente inspirado y comisionado por Dios; es solo un elemento de la evidencia acumulativa, y la inferencia solo una parte del argumento acumulativo que me propongo presentar; pero ciertamente, como parte de dicha evidencia y argumento, no es insignificante. Para apreciar su fuerza, basta pensar en lo que valdrían las pretensiones de José Smith si no existiera esta idoneidad de las cosas. Habiendo afirmado que el evangelio había sido quitado de la tierra y que la iglesia de Cristo había sido destruida, supongamos que hubiera afirmado haber recuperado lo primero y fundado lo segundo sobre cualquier otra base que no fuera una revelación de Dios; ¡qué fácil habría sido demostrar, tanto por la razón como por las Escrituras, que la única manera de restablecer el evangelio y la iglesia era mediante una nueva dispensación de Dios a través de una nueva revelación! Si hubiera afirmado haber recibido el evangelio por cualquier otro medio que no fuera mediante el ministerio de un ángel, ¡qué fácil habría sido confundirlo a él y a sus seguidores, mostrando que un profeta reconocido de Dios había predicho su restauración en la hora del juicio de Dios mediante un ángel! Si hubiera afirmado haber recibido autoridad divina de cualquier otra manera que no fuera por revelación y la ordenación de alguien ya conocido por poseer autoridad de Dios, ¡qué fácil habría sido refutar su afirmación citando la ley de Dios que establece que ningún hombre toma para sí esta honra de ministrar en cosas que pertenecen a Dios, sino aquel que es llamado por Dios como lo fue Aarón! Pero cuando en todas estas cosas se ve que las pretensiones de José Smith están en armonía tanto con la razón como con las profecías y leyes de las Escrituras, y que hay una conveniencia en que todos los mensajeros celestiales hagan exactamente lo que José Smith afirma que hicieron—por su conocida relación con la obra de Dios en dispensaciones anteriores—todo ello constituye al menos una sólida evidencia presuntiva de que sus afirmaciones son genuinas—de que fue llamado por Dios.

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