Un Nuevo Testigo de Dios, Volumen 1

Capítulo 16

La evidencia de doctrinas escriturales y perfectas


Continuando con la línea de evidencia presuntiva, llamo la atención al hecho de que las doctrinas enseñadas por José Smith son escriturales y perfectas en todos sus aspectos. No me refiero con esto a todo lo que se alega que él enseñó y que se encuentra en discursos reportados de manera imperfecta o transmitidos por el aún más incierto vehículo de la tradición oral; sino a aquellas doctrinas que enseñó ex cathedra, es decir, aquellas doctrinas que enseñó en su calidad oficial de Profeta y testigo de Dios, como Presidente de la Iglesia de Cristo.

No debe entenderse que estoy diciendo que José Smith no enseñó doctrinas que tal vez no se encuentran en la Biblia; porque siendo la Biblia en sí misma fragmentaria, conteniendo a lo sumo solo una parte de lo que Dios ha revelado al hombre, no contiene toda la verdad; ni contiene una plenitud de la verdad respecto a algunos de los temas que trata; y por tanto, en las revelaciones que el Señor ha dado a José Smith, hay muchas verdades sobre las cuales la Biblia guarda silencio; y en otros casos, las revelaciones modernas contienen las verdades mencionadas en la Biblia con mayor plenitud. Pero dado que el Profeta reconocía la Biblia como la palabra de Dios, imperfecta solo en cuanto a que puede serlo por ser fragmentaria y estar alterada por traducciones defectuosas, sus revelaciones y enseñanzas deben estar en armonía con las verdades de la Biblia. Así, la Biblia se convierte, al menos en alguna medida, en un estándar por el cual probar la veracidad de las afirmaciones y la obra de José Smith. Hablando en términos generales, sus doctrinas deben estar en armonía con la Biblia; y aunque mucho de lo que él enseña puede ir más allá de lo que está escrito en las escrituras judías, entre sus doctrinas y las de la Biblia, en la medida en que tratan los mismos temas, debe haber acuerdo sustancial.

Las doctrinas que nuestro Profeta enseña como revelaciones de Dios deben ser perfectas en todos sus aspectos; ya que él afirma haberlas recibido directamente del Señor Todopoderoso, por revelación, no queda espacio para apelar al error de historiadores o traductores, y ciertamente el Señor no revelaría doctrinas erróneas o falsas.

La fuerza del argumento en favor de la autenticidad de las afirmaciones del Sr. Smith, derivada del hecho de que sus doctrinas son escriturales y perfectas en todos sus aspectos—como en el caso del argumento basado en la idoneidad del orden en que se desarrolló la gran obra—se ve mejor desde el lado negativo, es decir, contemplando cuál sería el resultado si sus doctrinas fueran absolutamente contrarias a la Biblia y fueran imperfectas en algunos puntos. Si tal cosa pudiera demostrarse, sería fatal para la validez de sus pretensiones; y por tanto, si por un lado encontrar doctrinas no escriturales e imperfectas sería tan desastroso para sus afirmaciones, por el otro, si puede demostrarse que sus doctrinas están en armonía con la Biblia y son perfectas en todos sus aspectos, tal hecho debería aceptarse como una fuerte evidencia presuntiva de que fue un verdadero testigo y profeta enviado por Dios.

Con estas consideraciones en mente, examinemos sus doctrinas. Deseo aclarar, sin embargo, que algunas de las doctrinas que aquí se mencionan brevemente recibirán, debido a su importancia, una atención especial en capítulos posteriores dedicados exclusivamente a ellas.

Primero, entonces, José Smith enseñó la existencia de Dios, el Padre, el Creador del cielo y de la tierra; que Jesucristo es el Hijo de Dios, en cuyo nombre se debe adorar al Padre; que el Espíritu Santo es un testigo del Padre y del Hijo, y que estos tres constituyen la Divinidad o Gran Presidencia del cielo y la tierra.

Segundo, enseñó que Dios el Padre amó tanto al mundo que dio a su Hijo Unigénito para la redención de la humanidad; que Jesucristo sufrió tentaciones pero no les prestó atención; que fue crucificado, murió y resucitó al tercer día; que ascendió al cielo para sentarse a la diestra del Padre, para reinar con poder omnipotente conforme a la voluntad de Dios. Todo esto está tan perfectamente en armonía con las enseñanzas bien conocidas de la Biblia, que no considero necesario dar referencias a textos específicos para probarlo.

Tercero, enseñó que los hombres serán castigados por sus propios pecados y no por la transgresión de Adán; que mediante la expiación de Cristo toda la humanidad puede ser salvada mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio. Ya que el albedrío del hombre no estuvo involucrado en la transgresión de Adán, es justo que sean liberados de las consecuencias de esa transgresión de manera incondicional; por tanto, José Smith enseña que mediante y por la expiación lograda en el sufrimiento y muerte de Jesucristo, y sin necesidad de obedecer ninguna condición, todos los hombres serán salvos de las consecuencias de la transgresión de Adán, es decir, serán redimidos mediante la resurrección de los muertos de esa muerte que vino sobre nuestra raza por la desobediencia de Adán. Esta enseñanza está en armonía con la escritura que dice:
“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho. Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.”

Pero el evangelio no salva al hombre únicamente de las consecuencias de la transgresión de Adán, sino también de las consecuencias de sus propios pecados, con la condición de que obedezca las leyes y ordenanzas del evangelio. La belleza y justicia de esta doctrina se hace evidente al considerarla en relación con la doctrina que acabamos de analizar: todos los hombres serán salvos de las consecuencias de la transgresión de Adán sin necesidad de cumplir condición alguna, porque su albedrío no estuvo involucrado en dicha transgresión; pero para ser salvos de las consecuencias de sus propios pecados—de sus violaciones personales a las leyes de Dios—ciertas condiciones deben cumplirse, ya que su albedrío fue ejercido en el acto de transgresión, y la justicia tiene una demanda sobre ellos y puede exigir obediencia a dichas condiciones.

José Smith enseñó que las leyes y ordenanzas que deben obedecerse son:
Primero, fe en el Señor Jesucristo;
Segundo, arrepentimiento;
Tercero, bautismo por inmersión para la remisión de los pecados;
Cuarto, la imposición de manos para el don del Espíritu Santo.

Cuarto, enseñó que un hombre debe ser llamado por Dios, mediante profecía y por la imposición de manos por aquellos que tienen autoridad, para predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas.

Quinto, enseñó que la Iglesia de Cristo debe organizarse de la misma manera—es decir, con los mismos oficios que existieron en la iglesia primitiva, a saber: apóstoles, profetas, setentas, obispos, élderes, pastores, maestros, evangelistas, etc.

Sexto, enseñó que todos los dones espirituales del evangelio pueden poseerse y ejercerse hoy tanto como en tiempos antiguos: el don de lenguas, profecía, revelación, visiones, sanidades, interpretación de lenguas, etc.

Séptimo, enseñó que la Biblia es la palabra de Dios en la medida en que esté traducida correctamente, y también enseñó que el Libro de Mormón es la palabra de Dios. De hecho, el Profeta enseñó a los hombres a creer todo lo que Dios ha revelado, todo lo que revela actualmente, y también dijo que el Señor revelará muchas cosas grandes e importantes concernientes al Reino de Dios en el futuro.

Octavo, enseñó que habría un recogimiento literal de Israel y una restauración de las diez tribus; que una ciudad llamada Sion sería edificada en el continente de América del Norte; que Cristo reinará personalmente sobre la tierra, y que la tierra será renovada y recibirá su gloria paradisíaca.

Noveno, José Smith reclamó para sí mismo y sus seguidores el derecho de adorar al Dios Todopoderoso conforme a los dictados de su propia conciencia, pero concedió el mismo privilegio a todos los demás hombres, sin importar cómo, dónde o qué adoraran. “Creemos”, dijo él, “en ser honestos, veraces, castos, benevolentes, virtuosos, y en hacer el bien a todos los hombres. En verdad, podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: ‘Creemos todas las cosas, esperamos todas las cosas’; hemos soportado muchas cosas y esperamos poder soportar todas las cosas. Si hay algo virtuoso, bello, de buena reputación o digno de alabanza, buscamos estas cosas.”

Esto es, por supuesto, solo un epítome de las enseñanzas del Profeta, y como se indicó anteriormente, varias de estas doctrinas serán tratadas en capítulos dedicados exclusivamente a ellas; pero aun en este epítome pueden discernirse los contornos de una gran obra, las partes armoniosas de un todo grande y perfecto; un sistema que contempla la culminación de la obra de redención para toda la raza humana y para la tierra misma—una concepción de los poderosos propósitos de Dios que supera con creces cualquier cosa que la mente de José Smith, sin la ayuda de la inspiración divina, hubiera sido capaz de concebir.

Deja un comentario