Un Nuevo Testigo de Dios, Volumen 1

Capítulo 17

El modo de enseñar del profeta


Después de considerar lo que enseñó José Smith, puede examinarse su manera de enseñar; en la cual, según creo, también pueden verse evidencias de inspiración divina, al igual que en la corrección de sus doctrinas. Sin embargo, antes de indagar en su modo de enseñanza, es necesario explicar que me sentiré con libertad de referirme a cualquiera de las revelaciones que él publicó como ilustración de este método. Debe tenerse siempre presente que en estas páginas se afirma que José Smith fue un hombre inspirado por Dios; y dado que en este punto estamos por considerar su modo de enseñar como una evidencia de su inspiración, se verá fácilmente que las revelaciones que él anunció, y cualquier estilo particular que posean, pueden ser apropiadamente consideradas como prueba.

Debe hacerse otra observación, a saber: que José Smith no fue un hombre instruido en el sentido en que el mundo entiende la instrucción. Qué tan limitados fueron sus logros académicos ya se ha mencionado; y aunque su diligencia en la búsqueda del conocimiento más adelante en la vida hizo mucho por compensar las deficiencias ocasionadas por la falta de oportunidades en su juventud, aún con eso, debe decirse que no fue un hombre instruido en el sentido en que el mundo entiende esa expresión. Sabía poco de historia, aún menos de lenguas, y menos aún de ciencia o de la filosofía del mundo. Sin embargo, esto no puede serle reprochado si se toman en cuenta las condiciones en las que fue criado y vivió; y, por otro lado, no creo que la falta de educación, en el sentido que el mundo le da, haya sido un obstáculo serio para el éxito en la obra a la que Dios lo llamó. Si bien le faltaba el refinamiento y la pulidez que se supone otorgan una educación amplia y formal, también evitó los prejuicios y desviaciones que una formación en escuelas y universidades suele imprimir en la mente.

Ya se ha explicado cómo recibió José Smith sus revelaciones; y dado que gran parte de su enseñanza está en forma de revelaciones, naturalmente puede esperarse que venga con un tono y espíritu de autoridad, y no como las enseñanzas de hombres que no hacen tales pretensiones como las que hizo el Profeta, y que se conforman con deducciones extraídas de las revelaciones dadas en dispensaciones anteriores, enseñando como los escribas y fariseos de antaño. José Smith se declaró a sí mismo como maestro enviado por Dios; y necesariamente debía apoyar la veracidad de lo que enseñaba en esa autoridad. Esta es la característica peculiar de su enseñanza. Es un estilo que sería completamente fuera de lugar en un filósofo o moralista; pero uno que la posición de nuestro Profeta hacía imperativo; y si él hubiese fallado en enseñar con ese estilo, su manera habría estado totalmente en desacuerdo con sus pretensiones y habría sido un medio para desenmascarar a un impostor. Como ilustración del estilo al que aquí se hace referencia, cito lo siguiente:

“Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia.”

“Cualesquiera que sean los principios de inteligencia que alcancemos en esta vida, se levantarán con nosotros en la resurrección; y si una persona adquiere más conocimiento e inteligencia en esta vida por medio de su diligencia y obediencia que otra, tendrá tanto mayor ventaja en el mundo venidero.”

“No existe tal cosa como la materia inmaterial. Todo espíritu es materia, pero es más fina y pura, y solo puede ser discernida por ojos más puros. No podemos verla; pero cuando nuestros cuerpos sean purificados, veremos que todo es materia.”

“El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos tan tangible como el del hombre; el Hijo también; pero el Espíritu Santo no tiene un cuerpo de carne y huesos, sino que es un personaje de espíritu. Si no fuera así, el Espíritu Santo no podría morar en nosotros.”

“En la Iglesia hay dos sacerdocios, a saber: el de Melquisedec y el Aarónico, que incluye el Sacerdocio Levítico. Por qué el primero se llama el Sacerdocio de Melquisedec es porque Melquisedec fue un gran sumo sacerdote. Antes de su tiempo se llamaba el Santo Sacerdocio según el Orden del Hijo de Dios. Pero por respeto o reverencia al nombre del Ser Supremo, para evitar la repetición demasiado frecuente de su nombre, ellos, la iglesia en los días antiguos, llamaron a ese sacerdocio por el nombre de Melquisedec, o Sacerdocio de Melquisedec.”

“Ningún hombre quebrante las leyes de la tierra, porque el que guarda las leyes de Dios no necesita quebrantar las leyes de la tierra. Por tanto, estad sujetos a los poderes establecidos, hasta que reine aquel a quien le corresponde reinar, y someta a todos sus enemigos bajo sus pies.”

“No seas orgulloso en tu corazón; que todas tus vestiduras sean sencillas, y su hermosura, la hermosura de la obra de tus propias manos.”

“No seas ocioso; porque el que es ocioso no comerá el pan ni vestirá la ropa del obrero.”

Esto tal vez sea suficiente para fines de ilustración, y muestra el espíritu de todas sus enseñanzas. De esta manera establece los oficios de la Iglesia, afirma los poderes que cada uno posee, y define sus relaciones con la Iglesia y entre sí. Del mismo modo establece las leyes de la Iglesia, y da instrucciones sobre la forma en que deben administrarse las ordenanzas. Por ejemplo, sobre el bautismo—tema de tanta controversia en la cristiandad—dice:

“El bautismo ha de ser administrado de la siguiente manera: La persona que ha sido llamada por Dios y tiene autoridad de Jesucristo para bautizar, descenderá al agua con la persona que se ha presentado para el bautismo, y dirá, llamándolo por su nombre: Habiendo sido comisionado por Jesucristo, te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.”

Y así en todas las ordenanzas que deben realizarse, se da instrucción con este mismo espíritu. No se trata de una declaración deducida de escrituras antiguas, sostenida por una lógica elaborada, sino expresada en términos claros y rotundos en virtud de la autoridad que él poseía. Debe observarse también que, en todos estos casos, la sencillez y adecuación del lenguaje empleado testifican de su inspiración. La tendencia humana al administrar cosas sagradas es a la verbosidad; a introducir formas, pompa y ceremonia; mientras que la simplicidad y la claridad directa caracterizan todas las obras de Dios, tanto en la revelación como en la naturaleza. Consideradas con la intención de descubrir estas cualidades, ¡cuánta ventaja presentan las fórmulas para las ordenanzas dadas por José Smith! Tomemos esta ceremonia del bautismo—no tiene una sola palabra superflua—es directa, cubre todo lo necesario, ¡y cuán sencilla es a la vez!

Así ocurre con la fórmula dada para administrar la Santa Cena del Señor, que es la siguiente:

“Oh Dios, Padre Eterno, te pedimos en el nombre de tu Hijo Jesucristo, que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él, para que lo coman en memoria del cuerpo de tu Hijo, y te testifiquen, oh Dios, Padre Eterno, que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de tu Hijo, y a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos que él les ha dado, para que siempre tengan su Espíritu consigo. Amén.”

La fórmula para administrar el vino o el agua es solo ligeramente distinta de esta. De la oración anterior, puede decirse que “por su sucesión de pensamientos solemnes, por fijar la atención en unos pocos puntos importantes, por su conveniencia,  por su suficiencia, por su concisión sin oscuridad, por el peso y la verdadera importancia de sus peticiones”, esta oración, hasta donde tengo conocimiento, no tiene igual, salvo quizá la oración del Señor.

Las mismas cualidades—claridad y sencillez—pueden observarse en la ordenación de José Smith y Oliver Cowdery al Sacerdocio Aarónico, por Juan el Bautista. Esto resulta aún más sorprendente si se consideran las circunstancias relacionadas con ese acontecimiento. El Sacerdocio Aarónico no había estado sobre la tierra durante muchos siglos; debía ser restaurado por el gran precursor del Mesías, cuya misión era preparar el camino delante de Él; él descendió del cielo en una columna de luz y se apareció a José Smith y a Oliver Cowdery y les impuso las manos. Me atrevo a afirmar como creencia firme que cualquier entusiasta o impostor habría aprovechado estas circunstancias tan dramáticas para dejarse llevar por una ceremonia teatral en la ordenación que seguiría. Alguna referencia a la larga ausencia del sacerdocio en la tierra; algunas palabras elocuentes sobre su importancia; la solemne gravedad de conferir una parte del poder de Dios a los hombres; el honor que estos hombres recibían al serles conferido—la tentación, para el mero entusiasta o impostor, de emplear alguna expresión extravagante habría sido simplemente irresistible. Pero escuchemos lo que dijo el ángel:

“Sobre vosotros, mis consiervos, en el nombre del Mesías, confiero el Sacerdocio de Aarón, que posee las llaves del ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento, y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados; y esto no será quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví ofrezcan nuevamente una ofrenda al Señor en justicia.”

Eso fue todo, excepto que el mensajero explicó que actuaba bajo la dirección de Pedro, Santiago y Juan; que un sacerdocio más alto les sería conferido más adelante; y les mandó que se bautizaran el uno al otro.

La simplicidad, claridad y adecuación de esta ordenación, aun en presencia de tan fuerte tentación a introducir pompa y ceremonia, la sellan con el sello de la verdad. Es exactamente el tipo de ordenación que, tras una reflexión adecuada, esperaríamos que realizara un ángel: completa, abarcando todo lo necesario, pero sencilla y directa.

Así se ve que el modo de enseñar de José Smith está en armonía con sus pretensiones; y si bien no constituye una prueba concluyente, sí representa al menos una evidencia presuntiva de la veracidad de sus afirmaciones.

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