Capítulo 25
Testimonio de la inspiración y llamamiento divino de José Smith derivado de la integralidad de la obra que introdujo
Después de la evidencia de inspiración divina que puede observarse en la organización de la Iglesia y en el espíritu de su gobierno, vienen aquellas que pueden verse en lo que llamaré la integralidad de la gran obra fundada por José Smith. Con esto me refiero a que la Nueva Dispensación contempla el cumplimiento de todas las cosas predichas por los profetas: la recogida de Israel, la redención de Jerusalén, la fundación de una ciudad llamada Sion o la Nueva Jerusalén, la instauración de un reinado de paz y justicia en la tierra, con Cristo como Rey; la culminación de la obra de Dios en lo relativo a la salvación de la raza humana, y una redención final de la tierra que la convierta en una esfera celestial, morada feliz de aquellos de sus habitantes que hayan obedecido y sean santificados por leyes celestiales.
Estos temas ya se han mencionado en un capítulo anterior; pero ahora mi propósito es considerar algunos de ellos con mayor detalle, y a esa consideración se dedican este capítulo y el siguiente.
Que Israel —con lo cual me refiero a las doce tribus que descendieron de los doce hijos de Jacob, junto con sus descendientes esparcidos entre todas las naciones de los gentiles— será recogido y restablecido sobre las tierras que el Señor prometió a sus antepasados, es algo abundantemente evidente por las profecías de las Escrituras.
“Oíd palabra de Jehová, oh naciones”, exclama Jeremías, “y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel, lo reunirá, y lo guardará como el pastor a su rebaño. Porque Jehová redimió a Jacob, lo redimió de mano del más fuerte que él. Y vendrán con gritos de gozo en lo alto de Sion, y correrán al bien de Jehová: al trigo, al vino, al aceite, y al ganado de las ovejas y de las vacas; y su alma será como huerto de riego, y nunca más tendrán dolor.”
Otra vez dice el profeta: “Por tanto, he aquí vienen días, dice Jehová, en que no se dirá más: Vive Jehová que hizo subir a los hijos de Israel de tierra de Egipto; sino: Vive Jehová que hizo subir y trajo a los hijos de Israel de la tierra del norte, y de todas las tierras adonde los había arrojado; y los haré volver a su tierra, la cual di a sus padres.”
Hablando de aquel día en que la enemistad entre hombres y bestias habrá cesado; cuando no harán mal ni dañarán en todo el monte santo de Dios; cuando habrá un reinado de justicia en el cual a los pobres y a los mansos de la tierra se les concederá equidad —”Acontecerá en aquel tiempo”, dice el profeta Isaías, “que Jehová alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede, de Asiria, de Egipto, de Patros, de Cus, de Elam, de Sinar, de Hamat y de las costas del mar. Y levantará pendón a las naciones, y reunirá a los desterrados de Israel, y juntará a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra. Y se disipará la envidia de Efraín, y los enemigos de Judá serán destruidos. Efraín no tendrá envidia de Judá, ni Judá afligirá a Efraín. * * * Y habrá una calzada para el remanente de su pueblo que quedó de Asiria, como la hubo para Israel el día que subió de la tierra de Egipto.”
Ésta es una de las profecías que el ángel Moroni repitió a José Smith en la ocasión de su primera visita, y le aseguró que estaba a punto de cumplirse.
De nuevo, Jeremías: “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo; y os tomaré uno de cada ciudad, y dos de cada familia, y os introduciré en Sion. Y os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y con inteligencia. Y acontecerá que cuando os multipliquéis y crezcáis en la tierra, en aquellos días, dice Jehová, no se dirá más: El arca del pacto de Jehová; ni vendrá al pensamiento. En aquel tiempo llamarán a Jerusalén trono de Jehová, y todas las naciones se congregarán en ella, en el nombre de Jehová, en Jerusalén. En aquellos días andará la casa de Judá con la casa de Israel, y vendrán juntas de la tierra del norte a la tierra que hice heredar a vuestros padres.”
Es innecesario multiplicar los pasajes; si se ha de conceder algún crédito a la profecía, es claro que Israel, el pueblo escogido de Dios, aunque ahora herido y disperso, será reunido nuevamente y restablecido en la tierra dada a sus padres. Las tribus perdidas serán traídas de la tierra del norte, Judá volverá a Jerusalén, y la envidia de Efraín y Judá desaparecerá, y el poder grandioso de Dios, que se manifestó en la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto, será tan superado por una manifestación aún mayor de Su poder en la liberación de los últimos días, que la primera no será ya recordada.
No solo han de ser reunidas las tribus de Israel en las tierras de su herencia, sino que también han de ser recogidos los descendientes de los hijos de Israel esparcidos entre todas las naciones entre las cuales han sido “cribados”. Los judíos, desde la destrucción de su ciudad y nación por los romanos, han estado dispersos entre todas las naciones, pero han logrado de manera notable preservar su identidad como un pueblo distinto. Sin embargo, no debe dudarse que existen casos en que judíos se han casado y mezclado con los gentiles entre quienes vivían, hasta perder su identidad, y así la sangre de Israel, sin ser reconocida, corre en las venas de muchos que se suponen gentiles. Las tribus de Israel enviadas a Babilonia, Asiria y los países circundantes con la caída del reino de Israel en el siglo VI a. C., de manera semejante mezclaron su sangre con los pueblos de esas naciones. Además, hay buenas razones para creer que en ese éxodo de las diez tribus desde Asiria hacia el norte —(mencionado, es cierto, únicamente por el escritor apócrifo Esdras; pero como lo que él dice concuerda tan bien con la idea de que Israel ha de regresar desde el “norte”, conforme a los profetas, me inclino a aceptarlo como verdadero)— muchos se desanimaron y se detuvieron en el camino. Otros, incapaces de continuar el viaje, abandonaron la expedición, y aquellos que se detuvieron, uniéndose y casándose con los habitantes originales de esas tierras, sin duda constituyeron aquellas razas prolíficas que invadieron la división occidental del imperio romano. De esta manera la sangre de Israel ha sido rociada entre todas las naciones de la tierra, hasta que la palabra del Señor que dice: “Yo haré que la casa de Israel sea zarandeada entre todas las naciones” se ha cumplido literalmente.
Estos restos dispersos, digo, han de ser recogidos; de ahí que el profeta Jeremías dice: “Y os tomaré uno de cada ciudad y dos de cada familia, y os introduciré en Sion”; e Isaías dice: “Acontecerá en los postreros días, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes… y correrán a él todas las naciones.” Juan el Apóstol, en aquellas visiones que recibió en Patmos, predice un tiempo en que se oirá una voz desde el cielo, llamando al pueblo de Dios a salir de Babilonia: “Para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades.” Esto no solo predice la recogida del pueblo de Dios, sino que aclara una de las razones por las cuales se les ha de sacar de entre las naciones: es para que escapen de los juicios de Dios que han sido decretados sobre los impíos.
La Nueva Dispensación introducida por José Smith incluye el cumplimiento de estas profecías concernientes al retorno de Israel a sus tierras. Como ya se ha indicado, Moisés, el gran profeta del antiguo Israel, se apareció en el Templo de Kirtland y allí confirió a José Smith y a Oliver Cowdery “las llaves de la recogida de Israel de las cuatro partes de la tierra, y la conducción de las diez tribus desde la tierra del norte”. De hecho, las revelaciones recibidas por José Smith están llenas de referencias a este tema. En una de notable importancia, aparece el siguiente pasaje:
“El Señor, sí, el Salvador, se parará en medio de su pueblo y reinará sobre toda carne. Y los que se hallen en las regiones del norte serán recordados ante el Señor, y sus profetas oirán su voz y no se detendrán más, y golpearán las rocas, y el hielo fluirá delante de su presencia. Y se construirá una calzada en medio del gran abismo. Sus enemigos serán presa para ellos, y en los desiertos áridos brotarán fuentes de agua viva; y la tierra reseca no será más una tierra sedienta. Y traerán sus ricos tesoros a los hijos de Efraín, mis siervos. Y los límites de los montes eternos temblarán ante su presencia. Y allí caerán postrados y serán coronados con gloria, aun en Sion, por las manos de los siervos del Señor, aun los hijos de Efraín; y serán llenos de cantos de gozo eterno. He aquí, ésta es la bendición del Dios eterno sobre las tribus de Israel, y la bendición más rica sobre la cabeza de Efraín y sus compañeros. Y también los de las tribus de Judá, después de su sufrimiento, serán santificados en santidad ante el Señor para morar en su presencia día y noche, por los siglos de los siglos.”
Dado que este tema de la recogida de Israel y su restauración a las tierras de sus antepasados es un asunto tan prominente en las profecías de las Escrituras judías, habría sido fatal para todas las reclamaciones de una comisión divina por parte de José Smith si él hubiera omitido este importante punto profético entre las cosas que debían cumplirse en la nueva dispensación. Y ya que no haberlo incluido lo habría demostrado como impostor, el hecho de que esté incorporado como una parte importante de la gran obra de los últimos días constituye, al menos, una prueba presuntiva en favor de la autenticidad de las afirmaciones del profeta. Todo esto resulta aún más fuerte por el hecho de que esta recogida de Israel, su restauración a sus tierras y al favor de Dios, parecía haber sido olvidada por el mundo. El anuncio de ello participa casi de la naturaleza de un descubrimiento profético: y muestra cuán universal es la simpatía de la Nueva Dispensación, cuando se ve que lleva a los remanentes heridos de Israel un mensaje tan cargado de esperanza.
También es necesario, para la plenitud de la Nueva Dispensación, que incluya entre sus acontecimientos la aparición personal y gloriosa del Señor Jesucristo, la resurrección de los santos justos y un reinado de justicia por mil años. Estos asuntos no son menos objeto de profecía que la recogida de Israel; y omitirlos de la Nueva Dispensación sería tan fatal para la afirmación de José Smith de poseer autoridad divina como lo sería omitir la recogida de Israel. Me propongo citar algunas de las profecías relacionadas con la venida personal del Mesías, para que el lector recuerde cuán directas y enfáticas eran.
En el primer capítulo de los Hechos de los Apóstoles se da un relato de la partida de Jesús de sus discípulos hacia el cielo. “Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que lo ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.” Generalmente se concede que los dos varones con vestiduras blancas eran ángeles de Dios. Esta profecía está también en estricta armonía con lo que el mismo Jesús dijo: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles; y entonces recompensará a cada uno según sus obras.”
Pablo es muy explícito sobre el tema. Escribiendo a los santos tesalonicenses, dice: “Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen (los muertos), para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el mismo Señor descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.”
Escribiendo una segunda vez al mismo pueblo, evidentemente para animarlos en medio de su tribulación, dijo: “Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros).”
Íntimamente ligada a estas profecías está la predicción del escritor del Apocalipsis, que habla del encadenamiento de Satanás por mil años y de la resurrección de “las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la palabra de Dios… y vivieron y reinaron con Cristo mil años… Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre estos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años.”
Las sectas ortodoxas de la cristiandad han espiritualizado tanto estas profecías que han llegado a anular su sentido literal, o bien han pospuesto la gloriosa venida del Señor a un día tan distante, que difícilmente puede decirse que exista una fe real y activa en ese gran acontecimiento.
Hay otro asunto relacionado con la segunda venida de Jesucristo que debe considerarse. Se observará que su venida está acompañada de juicio sobre los impíos y de recompensas para los justos. Esto concuerda con nuestras concepciones de justicia —aunque necesariamente imperfectas— y ciertamente con nuestras ideas de la misericordia de Dios, si la humanidad fuera advertida por mensajeros especiales de estos juicios inminentes. Tal proceder estaría en armonía no solo con nuestras concepciones de justicia, sino también con el curso que el Señor ha seguido en épocas pasadas. Por ejemplo, cuando Dios decretó que destruiría a los antediluvianos mediante un diluvio, primero envió a Noé, predicador de justicia, entre ellos para advertirles del inminente desastre. Cuando la destrucción pendía sobre las ciudades de la llanura —Sodoma y Gomorra— el Señor envió a sus ángeles para primero sacar al justo Lot y su familia. Cuando se decretó la destrucción contra Nínive, el profeta Jonás fue enviado a proclamar el arrepentimiento al pueblo, y en este caso, la advertencia fue atendida y el desastre fue evitado. Siempre que esclavitud, hambre, enfermedad o juicios de cualquier índole estaban por sobrevenir al antiguo Israel por causa de su iniquidad, se enviaban profetas para advertirles, para que se arrepintieran y escaparan de la aflicción; y ahora que se han pronunciado poderosos juicios contra los impíos con motivo de la venida del Hijo de Dios, podemos razonablemente esperar que Dios será fiel a su proceder en el pasado y enviará mensajeros para advertir a las naciones de la cercana llegada de esas calamidades. De hecho, las Escrituras lo afirman claramente. Jesús, respondiendo a la pregunta: “¿Cuál será la señal de tu venida?”, dijo, entre otras cosas: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.” Ya he tratado extensamente la declaración de Juan de que un ángel sería enviado en la hora del juicio de Dios con el evangelio eterno, para ser predicado a todas las naciones.
“He aquí, yo envío mi mensajero,” dice el Señor por medio de Malaquías, “el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el mensajero del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador y como jabón de lavadores. Y se sentará para afinar y limpiar la plata; porque limpiará a los hijos de Leví, los afinará como a oro y como a plata, y traerán al Señor ofrenda en justicia. Y será grata al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén como en los días pasados, y como en los años antiguos.”
He citado este último pasaje con extensión porque aquellos que sostienen que no ha de darse más revelación —y esa clase, como hemos visto, incluye a toda la cristiandad— representan que el mensajero aquí mencionado no es otro que Juan el Bautista, y que esta profecía se cumplió cuando ese personaje recorrió Judea proclamando arrepentimiento, anunciando la venida del Mesías y la cercana llegada del reino de los cielos. No es con el deseo de disminuir la importancia de la misión de Juan en esa ocasión que disiento respetuosamente de las conclusiones de los eruditos cristianos sobre ese tema. Y como justificación de tal disenso presento las siguientes reflexiones:
I. Después de la obra de este mensajero de la que habla el profeta Malaquías, el Señor ha de venir súbitamente a su templo. ¿Ocurrió esto cuando Juan el Bautista, hace unos diecinueve siglos, preparó el camino para la venida del Hijo de Dios proclamando el arrepentimiento? Lo considero dudoso, incluso, que el Señor reconociera el templo de Jerusalén en esos días —corrompido como estaba por un sacerdocio caído— como su casa. Considerando esto junto con las reflexiones siguientes, estoy seguro de que el lector concluirá que esta profecía debe referirse a otro templo diferente de aquel viejo y corrompido de Jerusalén, y a otra aparición distinta de cualquiera que haya ocurrido en ese templo durante la carrera terrenal anterior de Jesús.
II. “¿Y quién podrá soportar el tiempo de su venida? ¿O quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?” De esto se deduce que será difícil soportar el día de su venida y estar en pie cuando se manifieste en cumplimiento de esta profecía de Malaquías. ¿Fue así cuando Jesús vino en la meridiana dispensación para efectuar su gran expiación por el hombre? Que lo responda la vida de Jesús. Dejando a un lado los días de su niñez y juventud, lo vemos emerger de la oscuridad de una vida sin acontecimientos relevantes en Nazaret, en el pleno florecimiento de la virilidad perfeccionada. Acude a Juan para ser bautizado, a fin de cumplir toda justicia; y cuando es sacado de la tumba acuosa, ¡he aquí! una voz del cielo lo proclama como el Hijo de Dios. Desde ese momento se convierte en maestro de los hombres. En las colinas apacibles y en las aldeas tranquilas de Galilea, o a lo largo de las agradables orillas del lago de ese nombre, los hombres escuchaban sus palabras llenas de gracia, y admiraban, maravillados, la sabiduría de alguien que no había sido instruido en las escuelas ni enseñado en la sabiduría limitada del hombre. Las sinagogas de los judíos también resonaban con sus doctrinas, y los tonos de su voz, tan suaves entre el pueblo pastoril de Galilea, se elevaban en poderosas notas de denuncia cuando se acercaba a los centros de población donde abundaba la maldad. Su acusación contra los sacerdotes, su denuncia de la hipocresía nacional, su condena de las falsas tradiciones que anulaban la ley de Dios —todo esto, pronunciado con tono de autoridad indudable, atrajo sobre él la ira de un sacerdocio corrupto que conspiró para matarlo.
Los sacerdotes tuvieron éxito. Se cuidaron de incitar al pueblo contra él; y con frecuencia el Hijo de Dios buscó salvarse de su violencia por medio de la huida. Finalmente fue traicionado en sus manos; arrastrado sin ceremonias ante el sumo sacerdote a medianoche; de allí al Sanedrín, donde fue juzgado y condenado, y después escarnecido, golpeado y escupido; a la mañana siguiente fue llevado ante Pilato para la confirmación de la sentencia de muerte; y aunque el juez romano no hallaba nada en su conducta que justificara dicha sentencia, los gritos de la muchedumbre prevalecieron sobre su mejor juicio, y Jesús fue condenado a la crucifixión. Por las calles de Jerusalén, inclinado bajo el peso de su propia cruz y azotado con látigos por los soldados —para el deleite infinito de la turba que gritaba a sus espaldas— Jesús avanzaba hacia el lugar de su ejecución. Al llegar allí, es despojado de sus vestiduras, sus miembros son extendidos sobre la cruz, y los clavos son clavados en su carne temblorosa. La cruz es alzada, y a cada lado de ella se coloca a un criminal condenado a muerte. Delante de él pasa ahora la muchedumbre burlona, entre la cual se mezclan los principales sacerdotes. Burlonamente pasan y le rinden una falsa reverencia diciendo: “¡Salve, Rey de los Judíos, salve!” “A otros salvó,” gritan, “que se salve a sí mismo. Que baje ahora de la cruz y creeremos en él.” “Confió en Dios, líbrele ahora si le quiere—” y entre tales burlas el Hijo de Dios expiró.
Dime, ¿fue difícil soportar aquel día de su venida? ¿O difícil mantenerse en pie en el día de su manifestación? Claramente, no lo fue. Pero cuando el Hijo de Dios venga en la gloria de su Padre, para recompensar a cada hombre según sus obras; cuando venga “con decenas de millares de sus santos, para hacer juicio contra todos, y para convencer a todos los impíos de entre ellos, de todas las obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él”; cuando descienda del cielo con voz de mando, con voz de arcángel, entonces tendrán sentido las preguntas: “¿Quién podrá soportar el día de su venida?” “¿Y quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?”
III. El argumento puede ser llevado aún más lejos. Cuando el Señor venga súbitamente a su templo, en cumplimiento de la profecía de Malaquías, ha de “sentarse como fundidor y purificador de plata; y purificará a los hijos de Leví, y los afinará como a oro y como a plata, para que ofrezcan al Señor ofrenda en justicia.” ¿Hizo Jesús eso cuando estuvo en la tierra hace diecinueve siglos? No; los hijos de Leví no fueron purificados, ni entonces ni en ningún momento desde entonces han ofrecido una ofrenda aceptable al Señor.
IV. “Entonces será grata al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén como en los días antiguos, y como en los años pasados.” ¿Siguió a la aparición y misión de Jesús en Palestina un resultado semejante, cuando vino a ofrecerse como sacrificio por el hombre pecador? Por el contrario, Judá fue rechazado; su templo fue destruido, de modo que no quedó piedra sobre piedra que no fuera derribada; Jerusalén fue asolada, y por muchos siglos ha sido hollada por los gentiles, mientras sus hijos, como desterrados, han vagado entre las naciones, siendo un escarnio, un proverbio y una afrenta.
A la luz de todas estas circunstancias, resulta perfectamente claro:
(1) Que los términos de la profecía de Malaquías concernientes a la venida súbita del Señor a su templo, no se cumplieron en su primera venida, y por lo tanto, la profecía debe referirse a alguna aparición futura, la cual ha de ir acompañada de una bendición sobre la casa de Israel, la purificación de los hijos de Leví, y la restauración de Jerusalén;
(2) Que antes de esa gloriosa venida, será enviado un mensajero para preparar el camino.
La profecía de Malaquías, sin duda, se refiere a una aparición gloriosa del Señor Jesús, como la que predicen los escritores del Nuevo Testamento, cuando profetizan que vendrá en la gloria de su Padre para juzgar; pero antes de ese evento, se ha de llevar a cabo una gran obra preparatoria: el evangelio ha de ser restaurado en la tierra y predicado a todas las naciones como testimonio, Israel ha de ser recogido, los judíos restaurados a Palestina, ha de construirse un templo al cual el Señor pueda venir, y debe prepararse un pueblo que lo reciba. Esta obra preparatoria, el lector la reconocerá en la obra fundada por José Smith. Y si Juan el Bautista fue un mensajero especial para preparar el camino para la primera venida de Cristo, y si él ha de preparar el camino para su segunda venida así como lo hizo para la primera, el lector recordará que fue ese mismo personaje quien se apareció a José Smith y a Oliver Cowdery, y les confirió el Sacerdocio Aarónico. Ese sacerdocio, según las enseñanzas de José Smith, posee “las llaves del ministerio de ángeles y del evangelio preparatorio.” Además, cuando Juan el Bautista confirió ese sacerdocio a los dos hombres mencionados, les dijo que “nunca más sería quitado de la tierra, hasta que los hijos de Leví vuelvan a ofrecer una ofrenda al Señor en justicia,” una promesa tan similar a la hecha en la profecía de Malaquías que seguramente sugiere una conexión entre el mensaje de este ángel y el cumplimiento de aquella profecía.
Como prueba adicional de que la obra fundada por José Smith es una que prepara el camino para la gloriosa aparición del Mesías, considérense las siguientes instrucciones y amonestaciones dadas, al inicio de la historia de la Iglesia de Cristo en esta dispensación, a los élderes de la Iglesia:
“He aquí, os envío a testificar y advertir al pueblo, y corresponde a todo hombre que ha sido advertido advertir a su prójimo. Por tanto, quedan sin excusa, y sus pecados recaen sobre su propia cabeza… Por tanto, quedaos y trabajad diligentemente, para que seáis perfeccionados en vuestro ministerio y salgáis entre los gentiles por última vez, tantos como el Señor llame por su boca, para sellar la ley y atar el testimonio, y preparar a los santos para la hora del juicio que ha de venir; para que sus almas escapen de la ira de Dios, de la desolación de abominación que espera a los impíos, tanto en este mundo como en el venidero… Permaneced en la libertad con la cual habéis sido hechos libres; no os enredéis en el pecado, sino que vuestras manos estén limpias hasta que venga el Señor; porque no faltan muchos días para que la tierra tiemble y se sacuda como un hombre ebrio, y el sol esconda su rostro y se niegue a dar su luz, y la luna se tiña de sangre, y las estrellas se enfurezcan grandemente y se precipiten como higos que caen de la higuera.
“Y después de vuestro testimonio vendrá la ira y la indignación sobre el pueblo; porque después de vuestro testimonio vendrá el testimonio de terremotos, que harán que se oigan gemidos en medio de ella, y los hombres caerán al suelo y no podrán permanecer en pie. También vendrá el testimonio de la voz de truenos, y la voz de relámpagos, y la voz de tempestades, y la voz de las olas del mar que se desbordarán. Y todas las cosas estarán en conmoción; y ciertamente, los corazones de los hombres desfallecerán; porque el temor se apoderará de todos los pueblos; y ángeles volarán por en medio del cielo, clamando a gran voz, sonando la trompeta de Dios, diciendo: ¡Preparaos, preparaos, oh habitantes de la tierra! porque ha venido el juicio de nuestro Dios: he aquí, el Esposo viene, salid a recibirlo.”
“Escuchad, y he aquí, una voz como de uno que está en lo alto… Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Las llaves del reino de Dios han sido confiadas al hombre sobre la tierra, y desde allí el evangelio se esparcirá hasta los confines de la tierra, como la piedra cortada del monte sin mano que rodará hasta llenar toda la tierra; sí, una voz clama: Preparad el camino del Señor, preparad la cena del Cordero, preparaos para el Esposo; orad al Señor, invocad su santo nombre, haced conocer sus maravillosas obras entre el pueblo; invocad al Señor para que su reino avance sobre la tierra, para que sus habitantes lo reciban y estén preparados para los días venideros, en los cuales el Hijo del Hombre descenderá del cielo, revestido del fulgor de su gloria, para encontrarse con el reino de Dios que ha sido establecido sobre la tierra.”
























