Un Nuevo Testigo de Dios, Volumen 1

Capítulo 26

Testimonio de la inspiración y del llamamiento divino de José Smith derivado de la amplitud de la obra que introdujo—continuación


Íntimamente relacionada con la venida del Señor Jesús, y fatal para toda pretensión de una comisión divina por parte de José Smith si la hubiera omitido de la Nueva Dispensación, es la misión de Elías. Esta también es el tema de una de las profecías de Malaquías. “He aquí”, representa el profeta al Señor diciendo, “yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible; y él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.” De acuerdo con el testimonio de José Smith y Oliver Cowdery, el 3 de abril de 1836, Elías se les apareció en el Templo de Kirtland y cumplió esta profecía. “Por tanto”, dijo en esa ocasión, “las llaves de esta dispensación os son entregadas en vuestras manos, y por esto sabréis que el gran y terrible día del Señor está cerca, sí, a las puertas.”

La naturaleza de la misión de Elías, la manera en que los corazones de los padres se volverían hacia los hijos y los corazones de los hijos hacia los padres, ha sido y sigue siendo un misterio para la cristiandad; y sólo por medio de una revelación de Dios podría aclararse. La misión de Elías se relacionaba con la salvación de los muertos; y la introducción de esa doctrina fue el comienzo de una revolución en la teología del cristianismo. Hasta ese momento—1836—puedo decir que los cristianos creían universalmente que las almas de los hombres que morían sin convertirse a la religión cristiana estaban perdidas para siempre. Como he dicho en otra parte, se creía que la aplicación del evangelio de Jesucristo estaba limitada a esta vida; y aquellos que no lograban, por cualquier causa, obtener los beneficios de los medios de salvación que ofrece, quedaban para siempre excluidos de tales beneficios. “Si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar donde cayere el árbol, allí quedará;” y argumentaban con base en esto que en cualquier estado en que muriera un hombre, así permanecería. Si moría en un estado de justificación, su salvación estaba asegurada; pero si no, entonces la justificación, y por consiguiente la salvación, estaban para siempre fuera de su esperanza.

Esta doctrina sectaria que hace tanta violencia a la justicia de Dios—puesto que cierra la puerta de la salvación a tantos millones de hijos de Dios por la única circunstancia de que nunca oyeron hablar del evangelio de Jesucristo, y por lo tanto no pudieron ni creerlo ni obedecerlo—surgió, primero, por una mala interpretación de la doctrina del castigo eterno con que las escrituras amenazan a los impíos; y segundo, por una concepción muy limitada de las seguras misericordias de Dios.

Los cristianos creían que recibir castigo eterno significaba ser castigado eternamente. Este error popular fue corregido en una revelación dada a Martin Harris por medio de José Smith, aun antes de que se organizara la Iglesia. En esa revelación se explica que Dios es “Eterno”, que ese es uno de sus nombres; así como también “Sin Fin” es uno de sus nombres. “Por tanto, el castigo eterno es el castigo de Dios.” En otras palabras, el castigo que alcanzará a los malvados es el castigo del Eterno; el castigo del Sin Fin. Pero los cristianos, al confundir el nombre del castigo con la duración del mismo, enseñaron que los hombres eran castigados eternamente por los pecados cometidos en esta vida. El castigo de Dios es eterno; es decir, existe siempre; es eterno como lo es Dios, pero el transgresor recibe sólo tanto de él, lo sufre sólo por el tiempo necesario para satisfacer las justas demandas de la justicia, atemperada con misericordia. Entonces, cuando la ley ultrajada ha sido vindicada, el infractor queda libre del castigo. Pero así como “las rejas sobreviven al cautivo que encarcelan”, así como la prisión permanece después de que el transgresor ha cumplido su condena, así también, en el gobierno de Dios, el castigo permanece eternamente después de que los transgresores han satisfecho las demandas de la justicia y han sido liberados de sus dolores y penas. Permanece para vindicar la ley de Dios cada vez que esta sea quebrantada.

Pero los hombres leen: “El que no creyere” (el evangelio) “será condenado”, y se les ha enseñado a creer que están condenados por toda la eternidad—que están destinados para siempre a las llamas del infierno. Los así llamados padres primitivos de la iglesia, Justino Mártir, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Cipriano, todos enseñaron que el fuego del infierno es una llama real, material; y que los impíos eran castigados en ella eternamente. Agustín, en el siglo V, declaró la misma doctrina con gran énfasis y argumentó contra quienes intentaban modificarla. Tomás de Aquino, de la escuela teológica medieval, elevándose por encima de los teólogos de su tiempo, enseña en su Summa Theologiae que el fuego del infierno es de la misma naturaleza que el fuego común, aunque con diferentes propiedades; que el lugar del castigo, aunque no se conoce con certeza, probablemente está debajo de la tierra. También enseñó que no hay redención para los ya condenados; su castigo es eterno. Llegando a tiempos más modernos, leemos en la Confesión de Fe de Westminster—adoptada en el siglo XVII por el partido puritano en Inglaterra—lo siguiente sobre el tema: “Los impíos que no conocen a Dios, y no obedecen al evangelio de Jesucristo, serán echados al tormento eterno y serán castigados con destrucción eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.” La pregunta veintinueve del catecismo mayor y su respuesta son las siguientes: “¿Cuáles son los castigos del pecado en el mundo venidero?”

Resp. Los castigos del pecado en el mundo venidero son la separación eterna de la presencia reconfortante de Dios, y el tormento más doloroso del alma y del cuerpo, sin interrupción, en el fuego del infierno para siempre.” La Confesión de Fe de Westminster y el catecismo mayor siguen siendo los estándares de las iglesias presbiterianas. De hecho, lo anterior expresa la fe cristiana ortodoxa, desde los siglos segundo y tercero hasta el tiempo presente.

Uno pensaría que una concepción correcta de los atributos de la justicia y la misericordia, tal como existen en el carácter de Dios, llevaría a los hombres a rechazar el horrible dogma del castigo eterno tal como lo enseña el cristianismo ortodoxo. Pero si eso no fuera suficiente, las mismas escrituras lo refutan, como se verá en los siguientes párrafos:

Por una observación hecha en los escritos del apóstol Pedro, sabemos que después de que el Mesías fue muerto en la carne, “fue y predicó a los espíritus encarcelados, que en otro tiempo” [antaño] “desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé.”

Durante los tres días, entonces, en que el cuerpo del Mesías yacía en la tumba en Jerusalén, su espíritu estaba en el mundo de los espíritus predicando a aquellos que habían rechazado el testimonio del justo Noé. Las tradiciones cristianas, no menos que las escrituras, enseñan que Jesús descendió al infierno y predicó a los que allí estaban detenidos. “En los siglos segundo y tercero, toda rama y división del cristianismo, en la medida en que sus registros nos permiten juzgar, creía que Cristo predicó a los muertos; y esta creencia se remonta a nuestras fuentes más antiguas de información confiable en el primero de estos dos siglos.” “Así como Cristo murió por nosotros y fue sepultado, también se debe creer que descendió al infierno.” Un escritor en la Enciclopedia de Literatura Bíblica de Kitto, refiriéndose al pasaje de Pedro sobre la predicación a los espíritus encarcelados, dice: “Se supone que estos ‘espíritus encarcelados’ son los santos muertos. Sin embargo, el significado más inteligente sugerido por el contexto es que Cristo, por su espíritu, predicó a aquellos que en el tiempo de Noé, mientras se preparaba el arca, fueron desobedientes, y cuyos espíritus están ahora en prisión, esperando el juicio general. La prisión es, sin duda, el hades, pero lo que es el hades debe determinarse por otros pasajes de las escrituras; y sea la tumba o el infierno, sigue siendo una prisión para aquellos que aguardan el día del juicio.”

No sólo se declara en las escrituras el simple hecho de que el Mesías fue a la prisión, sino que también se aprende de la misma fuente el propósito de su ida allí: “Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos, para que sean juzgados en la carne según los hombres, pero vivan en el espíritu según Dios.” Esto manifiestamente significa que a esos espíritus que una vez rechazaron los consejos de Dios contra sí mismos, se les predicó nuevamente el evangelio y tuvieron el privilegio de vivir conforme a sus preceptos en la vida espiritual, y de ser juzgados según los hombres en la carne, es decir, conforme al grado de fidelidad con que obedecieran los preceptos del evangelio.

Naturalmente surge la pregunta: ¿por qué se predicó el evangelio a los espíritus encarcelados que una vez fueron desobedientes si no existiera ningún medio por el cual pudiera aplicárseles para su salvación? Difícilmente podríamos suponer que el Mesías les predicaría el evangelio si no pudiera hacerles ningún bien. No fue allí para burlarse de sus sufrimientos o para añadir algo al tormento de su condenación explicándoles las bellezas de una salvación ahora para siempre fuera de su alcance. Tal suposición sería a la vez repugnante a la razón, insultante a la justicia de Dios y totalmente opuesta a los dictados de la misericordia. El hecho mismo, por lo tanto, de que el evangelio fue predicado a los muertos es suficiente para asegurarnos de la existencia de algún método mediante el cual sus poderes de salvación puedan ser aplicados a todos aquellos a quienes se les predica, incluyendo a los muertos.

A esa pregunta le sigue otra: Si el evangelio es predicado nuevamente a quienes lo rechazaron una vez, ¿con cuánta mayor razón será presentado a aquellos que nunca lo oyeron, que vivieron en generaciones cuando el evangelio y la autoridad para administrar sus ordenanzas no estaban sobre la tierra? Dado que a aquellos que una vez rechazaron la oferta de salvación se les presentó de nuevo—después de pagar la pena de su primera desobediencia—parecería que aquellos que vivieron cuando no estaba en la tierra, o que cuando sí lo estuvo murieron en ignorancia de él, vendrán mucho más pronto a la salvación.

De lo que hemos escrito, este es el resumen:
(1) El evangelio fue predicado por el Mesías a los espíritus en prisión que rechazaron las enseñanzas de Noé; por lo tanto, debe existir algún medio por el cual sus preceptos y ordenanzas puedan aplicarse a ellos.
(2) Si el evangelio puede hacerse eficaz para aquellos que una vez rechazaron las misericordias ofrecidas por Dios, sus privilegios serán mucho más pronto y, sin duda, más abundantemente concedidos a quienes murieron en ignorancia de él.

Consideremos ahora cómo pueden aplicarse a los muertos las ordenanzas del evangelio, en las cuales se manifiesta el poder de la divinidad, y sin las cuales no se manifiesta.

La manera en que las ordenanzas del evangelio pueden ser administradas a aquellos que han muerto sin recibirlas es insinuada por Pablo. Escribiendo a los corintios sobre el tema de la resurrección—corrigiendo a aquellos que decían que no había resurrección—pregunta: “¿Qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” En esto, el apóstol evidentemente se refiere a una práctica que existía entre los santos cristianos, en la cual los vivos se bautizaban por los muertos, y argumenta a partir de la existencia de esa práctica que los muertos deben resucitar, o ¿para qué la necesidad de bautizarse por los muertos? Aunque este es el único pasaje en el Nuevo Testamento, o en toda la Biblia, que se refiere al tema, por sí solo es suficiente para establecer el hecho de que tal principio era conocido entre los antiguos santos.

Aunque no sostiene la opinión de que exista tal cosa como un hombre vivo siendo bautizado por uno que ha muerto, un escritor en la Literatura Bíblica (de Kitto) expresa estas ideas: “Por la redacción de la frase (‘¿por qué, pues, se bautizan por los muertos?’), la impresión más simple ciertamente es que Pablo habla de un bautismo que un hombre vivo recibe en lugar de uno muerto. Esta interpretación es adoptada especialmente por aquellos expositores para quienes la construcción gramatical es de suma importancia y lo primero que debe considerarse.” Esta visión también es sostenida por Ambrosio entre los primeros escritores cristianos; y por Erasmo, Scaliger, Grocio, Calisto entre los modernos; y más recientemente por Agustí Meyer, Billroth y Ruckert. De Wette considera que este es el único significado posible de las palabras. Epifanio, un escritor del siglo IV, al hablar de los marcionitas, una secta de cristianos a la que se oponía, dice: “En este país—quiero decir Asia—e incluso Galacia, su escuela floreció notablemente; y ha llegado hasta nosotros un hecho tradicional sobre ellos, que cuando alguno de ellos moría sin bautismo, solían bautizar a otros en su nombre, no fuera que en la resurrección sufrieran castigo por no estar bautizados.”

Esto prueba, más allá de toda controversia, que el bautismo vicario por los muertos se practicaba entre algunas de las sectas del cristianismo primitivo.

Otro hecho lo prueba aún más enfáticamente que esta declaración de Epifanio. El Concilio de Cartago, celebrado en el año 397 d. C., en su sexto canon, prohíbe la administración del bautismo y de la santa comunión por los muertos; ¿por qué habría de formarse tal canon en contra de estas prácticas si no existieran entre los cristianos de aquellos días?

De las revelaciones de Dios a la Iglesia en esta dispensación se puede aprender lo siguiente: Elías, en cumplimiento de la antigua profecía, se apareció a José Smith y a Oliver Cowdery, y les entregó aquellas llaves o poderes del sacerdocio que otorgan a los vivos el derecho de realizar una obra por la salvación de los muertos. Como consecuencia, el corazón de los hijos se vuelve hacia los padres; y, por supuesto, dado que los padres en el mundo de los espíritus, a través de la predicación del evangelio, aprenden que está en el poder de sus hijos hacer una obra por ellos, sus corazones también se vuelven hacia los hijos, y así se cumple el resultado profetizado de la misión de Elías.

La obra que los vivos pueden hacer por los muertos consiste en atender las ordenanzas exteriores—bautismos, confirmaciones, ordenaciones, lavamientos, unciones y sellamientos—todas establecidas por revelación del Señor, y todas selladas y ratificadas por el poder del sacerdocio de Dios, el cual ata en la tierra y en los cielos. Se requiere que todos los bautismos y demás ordenanzas del evangelio realizadas por los muertos se efectúen en templos dedicados a tales fines sagrados. Estas ordenanzas realizadas en la tierra por los vivos, y aceptadas en el mundo de los espíritus por aquellos por quienes se administran, llegarán a ser un medio poderoso de salvación para los muertos y de exaltación para los vivos, ya que ellos se convierten en verdad en “salvadores en el monte de Sion”.

Esta obra que puede realizarse por los muertos amplía la visión que uno tiene del evangelio de Jesucristo. Se comienza a ver, en verdad, que es el “evangelio eterno”; pues corre en paralelo con la existencia del hombre, tanto en esta vida como en la venidera. Vindica el carácter de Dios, pues por medio de ella podemos ver que justicia y juicio, verdad y misericordia están en todos sus caminos.

Los siervos de Dios y los santos en general han sido diligentes en procurar erigir templos en los cuales atender estas ordenanzas del evangelio por los muertos. Al principio, estuve tentado a decir que esta obra por los muertos era, con mucho, la parte más grande de la obra contemplada en la Nueva Dispensación; porque así como las hojas en los árboles durante un solo verano son insignificantes en comparación con las hojas que han florecido en los árboles en todos los veranos desde los albores de la creación, así también el número de hombres que viven actualmente es insignificante en comparación con los incontables millones que han pasado ya; pero recordé que esta obra se extiende tanto hacia el futuro como hacia el pasado; que afectará a las generaciones venideras así como a las que ya pasaron, y por eso reprimí el pensamiento de que la obra en relación con las generaciones pasadas era la mayor. Basta decir respecto a esta fase de la obra relacionada con la salvación de los muertos, que reconoce la gran verdad que Pablo también enseña, en parte, que los padres que han muerto sin nosotros no pueden ser perfeccionados; ni nosotros sin ellos podemos ser perfeccionados. Por lo tanto, en la gran dispensación del cumplimiento de los tiempos, se activan esos principios y se despiertan esos sentimientos que han de volver los corazones de la generación presente hacia los padres, y los corazones de los padres hacia los hijos, circunstancia que resultará en la completa salvación y unión no solo de todas las generaciones de los hombres, sino también de todas las familias y linajes de la tierra.

Estrechamente relacionado con lo tratado en los párrafos anteriores está el tema de los diferentes grados de gloria. Nada está más claramente declarado en las sagradas escrituras que el hecho de que los hombres serán juzgados y recompensados según sus obras. Y así como sus obras varían en grado de rectitud, también variarán sus recompensas, y así recibirán diferentes grados de gloria según lo que sus obras merezcan, y según la inteligencia que tengan para recibirla y disfrutarla. El Mesías dijo a sus discípulos: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros;  para que donde yo estoy, vosotros también estéis.” Sin embargo, comúnmente se sostiene entre las sectas cristianas que quien alcanza el cielo participa inmediatamente de las glorias más elevadas; mientras que quien pierde el cielo va directamente al infierno y participa de todas sus miserias por la eternidad.

Pero nada es más claro que el hecho de que en las Escrituras se habla de diferentes cielos y de distintos grados de gloria. Cuando Salomón dedicó el templo que había construido, exclamó en su oración: “He aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te pueden contener; ¡cuánto menos esta casa que yo he edificado!” Pablo, al escribir a los corintios, dice: “Conozco a un hombre en Cristo que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.”

Al razonar sobre la resurrección, el mismo autor dice: “Y hay cuerpos celestiales, y cuerpos terrenales; pero una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrenales. Una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas; pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos.” Sin embargo, en todo esto, el gran tema apenas está insinuado, y para una comprensión completa del mismo, estamos en deuda con una revelación dada a José Smith el 16 de febrero de 1832. De esa revelación resumimos lo siguiente:

Aquellos que reciben el testimonio de Jesús, que creen en su nombre y se bautizan conforme a su sepultura; que guardan los mandamientos de Dios y son lavados y limpios de todo pecado; que reciben el Espíritu Santo por la imposición de manos; que vencen por la fe y son sellados por el Santo Espíritu de la Promesa—éstos llegan a ser la iglesia del Primogénito. Son aquellos en cuyas manos el Padre ha puesto todas las cosas—son sacerdotes y reyes, que han recibido de la plenitud de Dios y de su gloria; son sacerdotes del Altísimo, según el orden de Melquisedec, que es según el orden del Hijo de Dios—por tanto, son dioses, incluso hijos de Dios. Todas las cosas son suyas. Ya sea la vida o la muerte, lo presente o lo venidero, todo es suyo, y ellos son de Cristo, y Cristo es de Dios. Vencerán todas las cosas; morarán en la presencia de Dios y de Cristo por los siglos de los siglos; son aquellos que Cristo traerá consigo cuando venga en las nubes del cielo a reinar sobre la tierra con su pueblo; tienen parte en la resurrección de los justos; sus nombres están escritos en los cielos, donde habitan Dios y Cristo; son hombres justos hechos perfectos por medio de Jesús, el Mediador del nuevo convenio; éstos son aquellos cuyos cuerpos son celestiales, cuya gloria es semejante a la del sol en los cielos—ellos heredan la gloria celestial, ven como son vistos y conocen como son conocidos.

La gloria terrenal difiere de la celestial como la luz de la luna difiere de la del sol. Éstos son aquellos que murieron sin ley, y también aquellos que son los espíritus de los hombres en prisión, a quienes el Hijo visitó y a quienes predicó el evangelio, para que fueran juzgados según los hombres en la carne; que no recibieron el testimonio de Jesús en la carne, pero que después lo recibieron. Éstos son los hombres honorables de la tierra, que fueron cegados por la astucia de los hombres. Éstos son los que reciben de la gloria de Dios, pero no de su plenitud. Gozarán de la presencia del Hijo, pero no de la presencia del Padre; éstos son los que no fueron valientes en el testimonio de Jesús, por tanto no obtienen la corona sobre el reino de Dios.

La gloria telestial difiere de la terrenal como la luz de las estrellas difiere de la de la luna. Los habitantes de la gloria telestial son aquellos que no recibieron el evangelio de Cristo en la carne ni el testimonio de Jesús en el mundo espiritual. Éstos son los que fueron arrojados al infierno y no serán redimidos del diablo sino hasta la última resurrección, cuando Cristo haya terminado su obra. Éstos son los que son de Pablo, y de Apolos, y de Cefas; algunos de Cristo y algunos de Juan; algunos de Moisés y algunos de Elías; pero no recibieron el evangelio ni el testimonio de Jesús. Éstos son los que no serán reunidos con los santos para ser llevados a la iglesia del Primogénito ni recibidos en la nube. Éstos son mentirosos, hechiceros, adúlteros, fornicarios y todo aquel que ama y hace mentira. Sufren la ira de Dios sobre la tierra y la venganza del fuego eterno; pero serán juzgados cada uno según sus obras, y recibirán conforme a sus hechos su propio dominio, en las moradas que están preparadas; y serán siervos del Altísimo, pero donde habitan Dios y Cristo no podrán venir, por los siglos de los siglos. Los de la gloria telestial no gozan ni de la presencia del Padre ni del Hijo, pero reciben el ministerio de ángeles y del Espíritu Santo, pues aun ellos, los de la gloria telestial, son contados como herederos de salvación.

El profeta José y Sidney Rigdon, en su visión, vieron que los habitantes de la gloria telestial eran tan innumerables como las estrellas del firmamento del cielo, o como la arena a la orilla del mar—y oyeron la voz de Dios diciendo: “Todos éstos doblarán la rodilla y toda lengua confesará al que está sentado sobre el trono por los siglos de los siglos; porque serán juzgados conforme a sus obras, y cada hombre recibirá conforme a sus propias obras, sus propios dominios en las mansiones que están preparadas; y serán siervos del Altísimo, pero donde habitan Dios y Cristo no podrán venir, por los siglos sin fin.”

Estas son las grandes divisiones de gloria en el mundo venidero, pero existen subdivisiones o grados. De la gloria telestial está escrito: “Y la gloria de lo telestial es una, así como la gloria de las estrellas es una, pues como una estrella difiere de otra en gloria, así también difieren unos de otros en gloria en el mundo telestial.” De esto se deduce claramente que existen diferentes grados de gloria tanto dentro de la gloria celestial como dentro de la telestial; y aunque no tenemos una autoridad directa para afirmarlo, parece razonable concluir que también existen diferentes grados de gloria en el mundo terrenal. Parece lógico que así sea, ya que los grados de dignidad entre los hombres son casi infinitos en su variedad; y dado que cada hombre será juzgado conforme a sus obras, será necesario un número igualmente infinito de grados de gloria para otorgar a cada uno la recompensa que merece y la que su inteligencia le permita disfrutar.

La cuestión del progreso dentro de las grandes divisiones de gloria—celestial, terrenal y telestial—, así como la posibilidad de progreso de una esfera de gloria a otra, aún queda por considerar. En la revelación de la cual hemos resumido lo aquí escrito respecto a los diferentes grados de gloria, se dice que aquellos de la gloria terrenal serán ministrados por los de la gloria celestial; y los de la telestial serán ministrados por los de la terrenal—es decir, los de una gloria superior ministran a los de una gloria menor. No puedo concebir ninguna otra razón para toda esta ministración de los más altos a los más bajos, sino la de hacer avanzar a los hijos de nuestro Padre a lo largo del camino de la progresión eterna. Si en ese gran futuro, lleno de tantas posibilidades que ahora nos están ocultas, los que están en glorias menores—después de educación y progreso dentro de esas esferas—pueden eventualmente salir de ellas y avanzar hacia grados superiores de gloria hasta alcanzar la más alta, no está revelado en las revelaciones de Dios, y cualquier declaración al respecto debe participar, en mayor o menor grado, de la naturaleza de una conjetura. Pero si se concede que tal cosa es posible, entonces aquellos que inicialmente entraron en la gloria celestial—teniendo también ante sí el privilegio del progreso eterno—habrán seguido avanzando, de modo que la distancia relativa entre ellos y los que han luchado para ascender desde las glorias menores podría ser tan grande cuando estos últimos alcancen los grados de gloria celestial en los que los justos inicialmente estaban, como lo era al principio. Así: aquellos cuya fe y obras les permiten heredar solamente una gloria telestial, podrían llegar eventualmente al lugar donde estaban los que merecieron entrar en el reino celestial—pero nunca donde estos están ahora.

Existe una clase de almas con las cuales debe tratar la justicia de Dios, que no puede clasificarse dentro de las glorias celestial, terrenal o telestial. Son los hijos de perdición. Pero aunque no se les asignará un lugar en ninguna de estas grandes divisiones de gloria, la revelación de la cual hemos obtenido nuestra información sobre el estado futuro del hombre describe la condición de estos hijos de perdición en la medida que se ha dado a conocer a los hijos de los hombres. También nos informa sobre la naturaleza del crimen que exige un castigo tan severo.

Los hijos de perdición son aquellos de quienes Dios ha dicho que hubiera sido mejor para ellos no haber nacido; porque son vasos de ira, destinados a sufrir la ira de Dios con el diablo y sus ángeles por la eternidad. Sobre ellos ha dicho que no hay perdón ni en este mundo ni en el venidero. Éstos son los que “irán al castigo eterno” con el diablo y sus ángeles, y los únicos sobre quienes la segunda muerte tendrá poder; los únicos que no serán redimidos en el debido tiempo del Señor, después de haber sufrido su ira. Él salvará todas las obras de sus manos, excepto a los hijos de perdición; pero éstos irán a reinar con el diablo y sus ángeles en la eternidad, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga, lo cual será su tormento. El fin, el lugar, nadie lo conoce. No ha sido revelado ni lo será a los hombres, excepto a aquellos que sean partícipes de ello. Ha sido mostrado parcialmente en visión a algunos, y puede ser mostrado nuevamente de la misma manera parcial a otros; pero el fin, la anchura, la altura, la profundidad y la miseria de ello no la entienden, ni será revelada a nadie sino a los que reciban esa terrible condenación.

Tal es el castigo; ahora, en cuanto al crimen que lo merece. Es el crimen de alta traición a Dios, lo que trae sobre los hombres esta condenación espantosa. Recae sobre hombres que conocen el poder de Dios y que han sido partícipes de él, y que luego se permiten ser vencidos por el diablo hasta el punto de negar la verdad que les fue revelada y desafiar el poder de Dios. Niegan al Espíritu Santo después de haberlo recibido. Niegan al Unigénito del Padre después de que el Padre se lo ha revelado, y así lo crucifican de nuevo para sí mismos y lo exponen a vituperio público. Cometen el mismo acto de alta traición que cometió Lucifer en la rebelión del cielo, y por tanto son condenados al mismo castigo. ¡Gracias a Dios, el número que comete ese crimen terrible es pequeño! Solo aquellos que alcanzan un conocimiento muy grande de las cosas celestiales son capaces de cometerlo; y aun entre ellos, son muy pocos los que se vuelven tan perversos como para rebelarse y desafiar el poder de Dios. Pero cuando tales personas caen, caen como Lucifer, para no levantarse jamás; se colocan más allá del poder del arrepentimiento o de la esperanza de perdón.

Arrastrado por la belleza, la coherencia y la grandeza de estas doctrinas, ¡cuánto me he desviado de la línea de argumentación directa! Y sin embargo, no tanto; porque estas mismas doctrinas, que respiran un espíritu tan puramente caritativo, cargado de gozo para los vivos y de esperanza incluso para los muertos no convertidos, que manifiestan tal espíritu de amor universal, tan amplio, noble y semejante a Dios, son en sí mismas los argumentos más fuertes de que no son meras concepciones humanas. Así como “los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos,” así estas doctrinas proclaman que la mente que las diseñó fue inspirada por Dios. En otras palabras, no fueron concepciones de la mente humana, sino fruto de revelación directa de Dios; y testifican de una autoridad divina en aquel que en esta generación fue el primero en enseñarlas al mundo.

¡Qué amplia es esta Nueva Dispensación! ¡Verdaderamente la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos, en la cual Dios está reuniendo “en Cristo todas las cosas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra”! Una dispensación en la que todas las dispensaciones anteriores hallan su complemento, y sin la cual serían ininteligibles. Nada se omite que sea esencial para su plenitud. En ella, todas las profecías de las Escrituras han sido cumplidas, están en proceso de cumplimiento, o están contempladas, es decir, se está preparando el camino para su realización.

Al contemplar una obra tan vasta en su propósito, tan completa en lo que está realizando y en lo que contempla, uno queda sobrecogido por la audacia de las concepciones implicadas en ella; y al comenzar a comprender su verdadera grandeza, se hace evidente la insensatez de atribuir tal obra a José Smith sin estar inspirado por Dios. No hay proporción alguna entre una obra así y la inteligencia no inspirada de José Smith, o de cualquier otro hombre. Es demasiado universal en sus simpatías, demasiado amplia en sus logros proyectados, demasiado grande, en todos los sentidos demasiado espléndida, para ser atribuida a un origen meramente humano. Y afirmo nuevamente que, así como la grandeza del universo fuerza a la mente a la convicción de que detrás de todos sus fenómenos debe operar una inteligencia infinitamente superior a la del hombre, así también la amplitud de la Nueva Dispensación proclama una inteligencia superior a la del hombre como origen de ella; inteligencia que solo puede atribuirse a la inspiración de Dios en aquel que fue el instrumento por medio del cual fue traída a existencia.

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