Capítulo 11
Tierras del Libro de Mormón
La ubicación de muchas ciudades mencionadas en el Libro de Mormón, y las regiones de tierras nefitas que corresponderían a departamentos y provincias en la nomenclatura política de los tiempos modernos, no puede determinarse con precisión en la actualidad. Esta circunstancia se debe en gran medida al hecho de que los historiadores nefitas no dijeron nada explícito sobre la magnitud de los tremendos cambios que se produjeron en la forma de los países del Libro de Mormón debido a las terribles convulsiones de la naturaleza en el momento de la crucifixión del Mesías. Que los cambios fueron considerables, nadie lo puede cuestionar; pues aunque siempre deben hacerse ciertas concesiones al lenguaje utilizado al describir sucesos como los que ocurrieron entonces, las declaraciones muy definidas del Libro de Mormón con respecto a estos eventos no dejan lugar a dudas sobre las grandes transformaciones ocurridas en los aspectos físicos de la tierra debido a aquellos grandes cataclismos. Tres escritores diferentes mencionan los cambios físicos producidos en la crucifixión del Mesías: dos lo hacen de manera profética, y uno ofrece dos descripciones de los cambios físicos que ocurrieron por causa de las convulsiones de la naturaleza. Cabe señalar, de paso, que debe recordarse que las descripciones proféticas deben considerarse tan reales como las descripciones históricas; porque tal como los profetas lo vieron, así en verdad sucedió. Nefi el primero, en su descripción de los grandes cataclismos, dice:
“Vi una niebla de oscuridad sobre la faz de la tierra de promisión; y vi relámpagos, y oí truenos y terremotos, y toda clase de ruidos tumultuosos; y vi que la tierra y las rocas se hendían; y vi montañas desmoronarse en pedazos; y vi que las llanuras de la tierra se partían; y vi muchas ciudades que se hundían; y vi muchas que eran consumidas por el fuego; y vi muchas que se derrumbaban a tierra a causa del temblor.”
La siguiente es la descripción del profeta Samuel acerca de los cambios físicos en el hemisferio occidental durante la crucifixión de Cristo:
“He aquí, en aquel día en que él padecerá la muerte, el sol se oscurecerá y se negará a daros su luz; así también la luna y las estrellas; y no habrá luz sobre la faz de esta tierra, desde el momento en que él padezca la muerte, por el espacio de tres días, hasta el momento en que resucite de entre los muertos. Sí, en el momento en que él entregue el espíritu, habrá truenos y relámpagos por el espacio de muchas horas, y la tierra temblará y se estremecerá; y las rocas que están sobre la faz de esta tierra, tanto las que están encima de la tierra como las de debajo, que vosotros sabéis que ahora son sólidas, o que en su mayor parte constituyen una masa sólida, se partirán; sí, se hendirá en dos, y en adelante se hallarán en grietas y fisuras, y en fragmentos rotos sobre la faz de toda la tierra, tanto arriba como abajo de ella. Y he aquí, habrá grandes tempestades, y muchas montañas serán rebajadas como valles, y muchos lugares que ahora se llaman valles se convertirán en montañas de gran altura. Y muchos caminos serán destruidos, y muchas ciudades quedarán desoladas. Y he aquí, así me lo ha dicho el ángel; porque me dijo que habría truenos y relámpagos por el espacio de muchas horas. Y me dijo que mientras duraran el trueno y el relámpago, y las tempestades, estas cosas sucederían, y que la oscuridad cubriría la faz de toda la tierra por el espacio de tres días.”
La descripción abreviada que hace Mormón de los grandes cataclismos, después de que ocurrieron, tomada del libro de 3 Nefi, es la siguiente:
“Y aconteció que en el año treinta y cuatro, en el primer mes, el día cuarto del mes, se levantó una gran tempestad, como nunca se había conocido en toda la tierra. Y también hubo un gran y terrible huracán; y hubo truenos terribles, tanto que sacudieron toda la tierra como si estuviera a punto de partirse en dos. Y la ciudad de Zarahemla se incendió. Y la ciudad de Moroni se hundió en las profundidades del mar, y sus habitantes se ahogaron. Y la tierra fue amontonada sobre la ciudad de Moroníhah, de modo que en lugar de la ciudad se formó una gran montaña. Y hubo una gran y terrible destrucción en la tierra del sur. Pero he aquí, hubo una destrucción aún mayor y más terrible en la tierra del norte; porque he aquí, toda la faz de la tierra fue cambiada, a causa de la tempestad y los torbellinos, y los truenos y los relámpagos, y el grandísimo terremoto de toda la tierra; y los caminos fueron destruidos, y los caminos planos arruinados, y muchos lugares lisos se volvieron escabrosos. Y muchas ciudades grandes y notables se hundieron, y muchas fueron quemadas, y muchas fueron sacudidas hasta que sus edificios cayeron a tierra, y sus habitantes fueron muertos, y los lugares quedaron desolados. Y hubo algunas ciudades que permanecieron; pero los daños en ellas fueron muy grandes, y muchos de sus habitantes perecieron. Y así, la faz de toda la tierra quedó deformada, a causa de las tempestades, los truenos, los relámpagos y los temblores de tierra. Y he aquí, las rocas se partieron en dos; se rompieron sobre la faz de toda la tierra, tanto que se hallaban en fragmentos rotos, en grietas y fisuras por toda la superficie del país.”
La segunda descripción de estos verdaderamente terribles acontecimientos en 3 Nefi es atribuida a la voz de Dios, escuchada por los sobrevivientes de ese tiempo espantoso en toda la tierra:
“Y aconteció que se oyó una voz entre todos los habitantes de la tierra, sobre toda la faz de esta tierra, que decía: ¡Ay, ay, ay de este pueblo! ¡Ay de los habitantes de toda la tierra, a menos que se arrepientan! Porque el diablo se ríe, y sus ángeles se regocijan, a causa de la muerte de los hermosos hijos e hijas de mi pueblo; ¡y es por su iniquidad y abominaciones que han caído! He aquí, a aquella gran ciudad de Zarahemla la he quemado con fuego, junto con sus habitantes. Y he aquí, a aquella gran ciudad de Moroni he hecho que se hunda en las profundidades del mar, y sus habitantes se han ahogado. Y he aquí, a aquella gran ciudad de Moroníhah la he cubierto con tierra, junto con sus habitantes, para ocultar sus iniquidades y sus abominaciones de delante de mi rostro, para que la sangre de los profetas y de los santos no venga más ante mí contra ellos. Y he aquí, a la ciudad de Gilgal he hecho que se hunda, y a sus habitantes que quedaran sepultados en las profundidades de la tierra; sí, y a la ciudad de Onihah y a sus habitantes, y a la ciudad de Mocum y a sus habitantes, y a la ciudad de Jerusalén y a sus habitantes, y he hecho que suban aguas en lugar de ellas, para ocultar su maldad y sus abominaciones de delante de mi rostro, para que la sangre de los profetas y de los santos no venga más ante mí contra ellos. Y he aquí, la ciudad de Gadiandi, y la ciudad de Gadiomnah, y la ciudad de Jacob, y la ciudad de Gimgimno, todas estas he hecho que se hundan, y he formado colinas y valles en sus lugares; y a sus habitantes los he sepultado en las profundidades de la tierra, para ocultar su maldad y sus abominaciones de delante de mi rostro, para que la sangre de los profetas y de los santos no venga más ante mí contra ellos. Y muchas grandes destrucciones he hecho venir sobre esta tierra, y sobre este pueblo, a causa de su maldad y sus abominaciones.”
Pero a pesar de todo lo que se dice en estos pasajes sobre los enormes cambios que ocurrieron en la tierra, no se establece nada que nos ayude a determinar con certeza la naturaleza de los cambios físicos en las tierras nefitas. Sin embargo, creo que esos cambios fueron considerables; lo suficiente, al menos, como para hacer inútiles, salvo de manera muy general, las conjeturas que a veces se hacen con respecto a las tierras y ciudades nefitas.
Soy consciente de que la ciencia de la geología, si bien reconoce claramente la inestabilidad de la corteza terrestre, generalmente sostiene que la elevación de continentes y cordilleras desde el fondo del océano, y el hundimiento de islas y continentes en el fondo marino, se produce tan lentamente que se requieren largos períodos geológicos para que tales cambios se lleven a cabo; y que estos períodos son tan extensos que resulta inútil medirlos con unidades de tiempo como los años.
Pero no obstante las razones muy válidas que, en general, se presentan para sostener la lentitud de este proceso, existe evidencia del hecho, y también autoridades respetables que afirman, que a veces grandes cambios de gran extensión pueden producirse de forma bastante repentina.
Sir Charles Lyell dice:
“Mientras estas pruebas de elevación y hundimiento continental, mediante movimientos lentos e imperceptibles, han salido recientemente a la luz, también se ha fortalecido diariamente la evidencia de continuos cambios de nivel provocados por convulsiones violentas en países donde los terremotos son frecuentes. Allí las rocas se rasgan de tiempo en tiempo, y se elevan o hunden varios pies de una sola vez, y se perturban de tal manera que la posición original de los estratos puede, en el curso de los siglos, modificarse en cualquier medida.”
Nuestro mundo moderno está rápidamente empezando a reconocer la historia de Platón sobre el hundimiento del continente-isla de Atlántida como algo más que una fábula. La historia de esa supuesta isla, que el sacerdote egipcio que transmitió la tradición a Solón describió como más grande que “Libia y Asia juntas”, se relata en el Timeo de Platón, de la siguiente manera:
“En aquellos días, el Atlántico era navegable; y había una isla situada frente a los estrechos que ustedes llaman las Columnas de Hércules; la isla era más grande que Libia y Asia juntas, y era la vía hacia otras islas, y desde esas islas se podía pasar a todo el continente opuesto que rodeaba el verdadero océano; porque este mar dentro de los estrechos de Hércules es solo un puerto, con una entrada estrecha,
pero el otro es un verdadero mar, y la tierra que lo rodea con justicia puede llamarse un continente.”
Platón representa que en esa tierra existía un gran y maravilloso imperio que tenía dominio sobre toda la isla, y que sus ejércitos intentaron subyugar a Egipto y a Europa bajo su autoridad. En este conflicto, los muy antiguos griegos ganaron la admiración de Europa y Egipto al resistir casi por sí solos las agresiones del imperio atlántico. Los griegos son presentados como los vencedores de los invasores y, ahora, Platón:
Pero después ocurrieron violentos terremotos e inundaciones; y en un solo día y una noche de lluvia, todos vuestros hombres guerreros, en conjunto, se hundieron en la tierra, y la isla de la Atlántida, de igual manera, desapareció y se hundió bajo el mar. Y esa es la razón por la cual el mar en esas regiones es intransitable e impenetrable, porque hay tal cantidad de lodo superficial en el camino; y esto fue causado por el hundimiento de la isla.
Sobre la aceptación de la historia de Platón acerca de la Atlántida, tanto por autores antiguos como modernos, P. De Roo, en su obra Historia de América antes de Colón, dedica un capítulo interesante, del cual cito lo siguiente:
“Sin mencionar a otros autores antiguos a los que nos referiremos más adelante, podemos señalar que el escritor judío Filón (20 a. C.–54 d. C.), y el platónico Crantor, se inclinaron a admitir la interpretación literal de la descripción de la Atlántida por parte de Platón. Tertuliano (siglo II d. C.) y Arnobio (siglo IV d. C.) coincidieron con el sabio pagano Ammiano Marcelino respecto a la isla de Platón, la Atlántida; y hemos notado que Cosmas Indicopleustes creía que nuestro continente [América] era la cuna del género humano. No sería difícil encontrar varios autores de los primeros siglos del cristianismo y de la Edad Media que confiaron en la narrativa de Platón en sus profecías sobre descubrimientos en el misterioso oeste, y Cristóbal Colón mismo fue, sin duda, alentado por su creencia en la verdad objetiva del Timeo y el Critias de Platón; pero después de que nuestro continente fuera redescubierto a fines del siglo XV, casi todos los científicos europeos aceptaron la interpretación literal de la descripción del filósofo ateniense sobre los países en y más allá del Océano Atlántico.”
Este pasaje va seguido de varias páginas sobre el mismo tema, y se citan muchas autoridades en los márgenes, a las que remito al lector.
Élisée Reclus, autor de La Tierra, una Historia Descriptiva de los Fenómenos de la Vida del Globo, y una de las más altas autoridades en geografía física, al hablar de un istmo que en algún tiempo conectaba “los pocos grupos de montañas que formaban, por decirlo así, los rudimentos de nuestra Europa”, con la costa americana, también dice:
“Este istmo era la Atlántida, y las tradiciones de las que habla Platón sobre esta tierra desaparecida quizás se basaban en un testimonio auténtico. Es posible que el ser humano haya presenciado el hundimiento de ese continente antiguo, y que los guanches de las Islas Canarias hayan sido los descendientes directos de los primeros habitantes de esta tierra primigenia.”
También recomiendo al lector un volumen más reciente sobre el tema de Ignatius Donnelly, publicado por Harper’s en 1898, bajo el título Atlantis; y aunque no acepto todas las teorías que propone el autor sobre la Atlántida, reconozco que ha reunido una gran cantidad de evidencia que tiende a establecer la existencia y el hundimiento de la isla-continente de Platón. Por supuesto, durante muchas edades la historia de Platón ha sido considerada como una fábula, pero, como señala Donnelly:
“Hay una incredulidad que nace de la ignorancia, así como un escepticismo que nace de la inteligencia”, y luego añade:
“Durante mil años se creyó que las leyendas de las ciudades sepultadas de Pompeya y Herculano eran mitos: se las mencionaba como ‘ciudades fabulosas’. Durante mil años el mundo ilustrado no creyó los relatos de Heródoto sobre las maravillas de las civilizaciones antiguas del Nilo y Caldea. Se le llamaba ‘el padre de los mentirosos’. Incluso Plutarco se burló de él. Ahora, en palabras de Frederick Schlegel, ‘cuanto más profundas y amplias han sido las investigaciones de los modernos, más ha aumentado su respeto y estima por Heródoto.’ Buckle dice: ‘Su información minuciosa sobre Egipto y Asia Menor es admitida por todos los geógrafos.’ Hubo un tiempo en que la expedición enviada por el faraón Necao para circunnavegar África fue puesta en duda, porque el sol estaba al norte de ellos; esta circunstancia, que entonces despertaba sospechas, ahora prueba que los navegantes egipcios realmente habían pasado el ecuador, y se anticiparon en 2,100 años a Vasco de Gama en su descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza.”
No obstante, no me apoyo en la probabilidad del levantamiento y hundimiento de esta isla-continente para sostener mis puntos de vista con respecto a que los cambios que se han producido en los continentes occidentales en tiempos relativamente modernos han sido considerables. Hay suficiente evidencia registrada en años recientes para establecer la posibilidad de que tales cambios hayan ocurrido. Le Conte, en su Compendio de Geología, dice:
“Pero los grandes terremotos están a menudo asociados con movimientos generales de extensas áreas de la corteza terrestre. Así, por ejemplo, en 1835, después de un fuerte terremoto en la costa occidental de América del Sur, se comprobó que toda la línea costera de Chile y la Patagonia se había elevado entre dos y diez pies sobre el nivel del mar. Nuevamente, en 1822, se observó el mismo fenómeno en la misma región después de un gran terremoto. En 1819, tras un fuerte terremoto que sacudió el delta del Indo, un tramo de tierra de cincuenta millas de largo y dieciséis de ancho se elevó diez pies, y un área adyacente de 2,000 millas cuadradas se hundió, y se convirtió en una laguna. En conmemoración de este suceso maravilloso, el terreno elevado fue llamado ‘Ullah Bund’, o ‘montículo de Dios’. En 1811, un terremoto severo—quizás el más severo jamás sentido en los Estados Unidos—sacudió el valle del Misisipi. Coincidiendo con el temblor, grandes áreas de pantanos del río se hundieron completamente, y desde entonces han permanecido cubiertas de agua. En conmemoración de este evento, esta área todavía se conoce como la tierra hundida. En todos estos casos, probablemente—y en los dos últimos, con certeza—hubo una gran fisura en la corteza terrestre, y un deslizamiento de un lado sobre el otro.”
Pasando por alto varias descripciones de elevaciones y hundimientos de tierra que Sir Charles Lyell relata como ocurridas en Chile durante el siglo XIX, para poder dedicar más atención a las tierras que se supone fueron ocupadas por los nefitas, cito la siguiente declaración de este eminente geólogo con respecto al terremoto de Bogotá en 1827:
“El 16 de noviembre de 1827, la llanura de Bogotá, en Nueva Granada, o Colombia, fue sacudida por un terremoto, y un gran número de ciudades fueron destruidas. Torrentes de lluvia hincharon el río Magdalena, arrastrando grandes cantidades de lodo y otras sustancias, que emitían vapores sulfurosos y destruyeron los peces. Popayán, situada a unas doscientas millas geográficas al sur-suroeste de Bogotá, sufrió gravemente. Amplias grietas aparecieron en el camino de Guanacas, lo que no deja duda de que toda la cordillera recibió una fuerte sacudida. Se abrieron otras fisuras cerca de Costa, en las llanuras de Bogotá, dentro de las cuales el río Tunza comenzó a fluir inmediatamente. Es digno de mención que en todos estos casos, el antiguo lecho de grava de un río es abandonado y se forma uno nuevo a un nivel inferior; por lo tanto, la falta de relación en la posición de los depósitos aluviales de los cursos de agua existentes no puede considerarse prueba de la antigüedad remota de dichos depósitos, al menos en países sacudidos habitualmente por terremotos. Lluvias extraordinarias acompañaron las sacudidas mencionadas, y se dice que dos volcanes entraron en erupción en la cadena montañosa más cercana a Bogotá.”
La Enciclopedia Británica, al referirse a la formación geográfica de Colombia, también dice:
“Las formaciones fundamentales en toda Colombia son ígneas y metamórficas; la gran masa de las cordilleras consiste en gneis, granito, pórfido y basalto. En muchos lugares, los estratos carboníferos han alcanzado un considerable desarrollo, aunque han sido arrojados a una extraña confusión por alguna perturbación desconocida.”
El escritor de la Enciclopedia de Chamber, al hablar sobre Colombia, también dice:
“La geología del país es muy extraordinaria. Se nos dice: ‘Por todas partes se encuentran huellas de estupendos cataclismos y una mezcla y desorden de rocas primitivas y sedimentarias, lo cual parece desafiar toda clasificación.’”
El profesor Winchell dice:
“Estamos en medio de grandes cambios, y apenas somos conscientes de ello. Hemos visto mundos en llamas, y hemos sentido el impacto de un cometa contra la tierra. Hemos visto toda la costa de Sudamérica elevarse diez o quince pies y luego descender nuevamente en una hora. Hemos visto los Andes hundirse 220 pies en setenta años. Grandes desplazamientos han tenido lugar en la línea costera de China. La antigua capital, ubicada con toda probabilidad en una posición accesible cerca del centro del imperio, ahora está casi rodeada por el agua, y su sitio se encuentra en la península de Corea. Hubo un tiempo en que las barreras rocosas del Bósforo tracio cedieron y el Mar Negro se desbordó. Antes cubría una vasta área al norte y al este. Ahora esa área se ha drenado y fue conocida como la antigua Lectonia: hoy es la región de las praderas de Rusia, y el granero de Europa.”
Volviendo a Donnelly:
“El terremoto de 1783 en Islandia destruyó a 9,000 personas de una población de 50,000; veinte aldeas fueron consumidas por el fuego o inundadas por el agua, y se expulsó una masa de lava mayor que el volumen del Mont Blanc.”
El profesor Lyell, al referirse al gran terremoto ocurrido en la isla de Java, cerca del monte Galung Gung, el 8 de octubre de 1822, dice:
“Se escuchó una fuerte explosión, la tierra tembló, e inmensas columnas de agua caliente y lodo hirviente, mezcladas con azufre ardiente, cenizas y lapilli del tamaño de nueces, fueron proyectadas desde la montaña como un géiser, con tal violencia prodigiosa que grandes cantidades cayeron más allá del río Tandoi, que se encuentra a cuarenta millas de distancia. La primera erupción duró casi cinco horas; y en los días siguientes la lluvia cayó en torrentes, y los ríos, densamente cargados de lodo, inundaron el país a lo largo y ancho. Al cabo de cuatro días (12 de octubre), ocurrió una segunda erupción, más violenta que la primera, en la cual nuevamente se vomitaron agua caliente y lodo, y grandes bloques de basalto fueron arrojados a una distancia de siete millas del volcán. Al mismo tiempo, hubo un violento terremoto, la faz de la montaña fue totalmente transformada, sus cumbres desmoronadas, y un lado que había estado cubierto de árboles se convirtió en una enorme sima en forma de semicírculo. Más de 4,000 personas murieron y 114 aldeas fueron destruidas.”
El siguiente relato de perturbaciones sísmicas se toma de la obra Atlantis de Donnelly:
“El Golfo de Santorini, en el archipiélago griego, ha sido durante dos mil años un escenario de actividad volcánica. Plinio informa que en el año 186 a. C. la isla de ‘Kaimeni Vieja’, o la Isla Sagrada, fue elevada desde el mar; y en el año 19 d. C. apareció la isla de ‘Thia’ (la Divina). En el año 1573 d. C., se creó otra isla llamada ‘la pequeña isla quemada por el sol’. Un examen reciente de estas islas muestra que toda la masa de Santorini se ha hundido, desde su surgimiento del mar, más de 1,200 pies.”
El fuerte y los pueblos de Sindree, en el brazo oriental del Indo, por encima de Luckput, fueron sumergidos en 1819 por un terremoto, junto con una extensión de 2,000 millas cuadradas de territorio.
En abril de 1815, ocurrió una de las erupciones más aterradoras registradas en la historia en la provincia de Tomboro, en la isla de Sumbawa, a unas doscientas millas del extremo oriental de Java. La erupción duró desde el 5 de abril hasta julio de ese año, pero fue más violenta el 11 y 12 de julio. El sonido de la explosión se escuchó a casi mil millas de distancia. De una población de 12,000 personas en la provincia de Tomboro, solo veintiséis sobrevivieron.
“Violentos torbellinos levantaban por los aires a hombres, caballos y ganado, arrancaban los árboles más grandes de raíz, y cubrían todo el mar con madera flotante.” (Historia de Java, Raffles, vol. I, p. 38).
Las cenizas oscurecieron el aire:
“Las cenizas flotantes al oeste de Sumatra formaron, el 12 de abril, una masa de dos pies de grosor y de varias millas de extensión, a través de la cual los barcos apenas podían abrirse paso.”
La oscuridad durante el día fue más profunda que la noche más oscura.
“La ciudad llamada Tomboro, en el lado occidental de Sumbawa, fue inundada por el mar, que se adentró tanto que el agua quedó de forma permanente a dieciocho pies de profundidad en lugares donde antes había tierra.”
El área afectada por la convulsión tuvo una circunferencia de 1,000 millas inglesas.
“En la isla de Amboina, en el mismo mes y año, el suelo se abrió, expulsó agua y luego se cerró nuevamente.” (Historia de Java, Raffles, vol. I, p. 52).
Pero fue en el punto de la costa europea más cercano al sitio de la Atlántida, en Lisboa, donde ocurrió el terremoto más tremendo de los tiempos modernos. El 1 de noviembre de 1775, se escuchó un sonido subterráneo y, de inmediato, una sacudida violenta derribó la mayor parte de la ciudad. En seis minutos, 60,000 personas perecieron. Una gran multitud se había reunido en un nuevo muelle, construido completamente de mármol, en busca de seguridad; pero repentinamente se hundió con todas las personas encima, y ninguno de los cadáveres volvió a salir a la superficie.
El agua en el lugar donde se hundió el muelle tiene ahora una profundidad de 600 pies.
El área afectada por este terremoto fue muy extensa. Humboldt dice que una porción de la superficie terrestre, cuatro veces mayor que Europa, fue sacudida simultáneamente. Se extendió desde el Báltico hasta las Indias Occidentales, y desde Canadá hasta Argelia. A ochenta leguas de Marruecos, el suelo se abrió y tragó un pueblo de 10,000 habitantes, para luego cerrarse nuevamente sobre ellos.
Aunque Charles Darwin, uno de los científicos más conservadores, generalmente sostiene que la elevación y el hundimiento de la corteza terrestre se produce de forma lenta y se extiende a lo largo de largos períodos geológicos, en su obra Observaciones Geológicas registra evidencias muy importantes de elevaciones y subsidencias recientes ocurridas repentinamente. Un caso está relacionado con una elevación en la isla de San Lorenzo, frente a la costa del Perú, cerca de Lima, donde concluye que la playa en esa isla ha sido elevada 85 pies desde que los indígenas habitaron el Perú.
Da otro ejemplo de una elevación reciente de tierra en la isla de Chiloé; y otro más en la isla de Lemus.
Al hablar de forma general sobre la elevación en el lado occidental del continente sudamericano, Darwin también dice:
“En las costas del Pacífico se han encontrado conchas elevadas de especies recientes, generalmente —aunque no siempre— en la misma proporción que en el mar adyacente, a lo largo de un espacio de 2,075 millas de norte a sur, y hay razones para creer que se extienden por un espacio de 2,480 millas.
La elevación en este lado occidental del continente no ha sido uniforme; en Valparaíso, durante el período en que las conchas elevadas no se han descompuesto en la superficie, la tierra se ha elevado 1,300 pies, mientras que en Coquimbo, a 200 millas al norte, durante el mismo período, solo 252 pies.
En Lima, el terreno se ha elevado al menos 80 pies desde que el hombre indígena habitó esa región; pero el nivel ha descendido aparentemente dentro de los tiempos históricos.”
Pasando a perturbaciones sísmicas más recientes, llamo la atención sobre la que ocurrió en 1883, en una isla del estrecho de Sonda:
“Se vio una gran nube elevarse sobre la isla, que al expandirse oscureció el sol, mientras ceniza caía del cielo. En las tierras vecinas el suelo temblaba, y en las costas bajas una gran ola de agua arrasó, destruyendo miles de vidas.
Krakatoa, que no había estado en erupción durante este siglo, volvió a hacer erupción, con la explosión más terrible que el hombre haya registrado.
La ceniza se elevó millas en el aire, y al expandirse, cayó sobre la tierra y el agua circundante. Por un tiempo fue tan densa sobre la superficie del mar, en el Estrecho de Sonda, que se dificultaba el avance de los barcos.
Subió tanto que la ceniza ligera, flotando en las altas corrientes de aire, permaneció suspendida por meses, y parte de ella cayó en América y Europa.
Una enorme ola de agua, generada por la explosión, cruzó el Pacífico hasta la costa de California, y fue observada en las costas de África y Australia.
Cuando terminó la erupción, se descubrió que Krakatoa se había dividido en dos partes, una de las cuales desapareció en el mar, dejando agua oceánica donde antes había tierra firme.
La parte de la isla que quedó quedó cubierta con una gruesa capa de ceniza, y no quedó ningún ser vivo, ni planta ni animal.
Hablando del mismo evento, W. J. McGee, vicepresidente de la Sociedad Geográfica Nacional y etnólogo encargado del Buró de Etnología Americana, dice:
“Esta estupenda erupción lanzó una nube de gas y polvo a una altura de más de 17 millas, que oscureció el sol en un radio de 150 millas en todas direcciones;
generó una ola marina de 135 pies de altura en las costas adyacentes;
su estruendo fue escuchado en todas direcciones hasta 1,000 millas, y en una dirección, hasta 2,968 millas (si no hasta las antípodas);
y envió una serie de grandes ondas atmosféricas que rodaron en ambas direcciones tres veces alrededor del globo.”
La autoridad citada por última vez también afirma que el terremoto de New Madrid de 1811–1812 sacudió una área de un millón y cuarto de millas cuadradas; y que el terremoto de Charleston de 1886 se sintió en casi medio millón de millas cuadradas de tierra, y también muy lejos en el mar. También ofrece una descripción extensa del reciente terremoto en la isla de San Vicente, en las Indias Occidentales, el cual sacudió toda Martinica por la fuerza de su explosión. Las perturbaciones magnéticas se propagaron en rápidas ondulaciones por miles de millas, pasando por Maryland y Kansas en unos segundos, y alcanzando Honolulu un minuto o dos después; mientras que la lluvia de polvo volcánico que siguió se extendió cien millas al este más allá de Barbados, al oeste hasta Jamaica, al norte hasta Texas, y también hasta el continente sudamericano.
Las conclusiones que deben extraerse de los hechos aquí presentados son, primero, que si bien las elevaciones y hundimientos de la corteza terrestre generalmente se producen de forma lenta y a lo largo de largos períodos de tiempo, también es cierto que cambios muy extensos pueden ser provocados por fuerzas internas de la tierra en períodos muy cortos; y segundo, que hay motivos para creer que las perturbaciones sísmicas descritas en el Libro de Mormón, como sucedidas en el momento de la crucifixión del Mesías, causaron enormes cambios en el carácter físico de la tierra ocupada por los nefitas.
Si se argumentara que, aunque los casos de terremotos citados en este capítulo describen áreas extensas de territorio afectadas súbita y severamente, sin embargo, en ningún lugar (excepto en el caso de la Atlántida) dichos cambios alcanzan la magnitud de los cambios físicos requeridos por las ideas aquí expuestas, la respuesta sería que en ningún otro registro conocido por el hombre se relata un cataclismo tan terrible, tan prolongado y tan generalizado en la tierra como el que se describe en el Libro de Mormón.
Las terribles perturbaciones sísmicas que ocurrieron en el hemisferio occidental durante la crucifixión del Mesías duraron tres horas (en lugar de unos pocos minutos, como en los casos más notorios mencionados anteriormente); y afectaron los continentes occidentales de extremo a extremo, siendo seguidas por tres días de oscuridad total.
Y dado que las fuerzas entonces operativas superan en magnitud y duración a cualquier otro caso conocido de este tipo, puede razonablemente sostenerse que los cambios físicos resultantes fueron proporcionalmente mayores que los provocados por cataclismos de menor escala y menor duración.
Para concluir este capítulo —aunque aún no he llegado a la etapa argumentativa de mi tratado— sugeriría que los casos de disturbios sísmicos citados aquí son suficientes, tanto por su naturaleza como por su extensión, para justificar la creencia en la posibilidad de los terribles cataclismos descritos en el Libro de Mormón, y que estos produjeron grandes cambios físicos en los continentes de América.























