Un Nuevo Testigo de Dios, Volumen 2


Capítulo 7

La Manera de Traducir el Libro de Mormón


Con respecto a la manera de traducir el Libro de Mormón, el propio Profeta ha dicho muy poco. “Por medio del Urim y Tumim traduje el registro por el don y poder de Dios” es la declaración publicada más extensa que hizo sobre el tema. Sobre el Urim y Tumim dice: “Con el registro se halló un curioso instrumento que los antiguos llamaban Urim y Tumim, el cual consistía en dos piedras transparentes montadas en un aro de arco fijado a un pectoral.”

Oliver Cowdery, uno de los Tres Testigos del Libro de Mormón y principal amanuense del Profeta, dice respecto a la obra de traducción en la que participó: “Escribí con mi propia pluma todo el Libro de Mormón (salvo unas pocas páginas), tal como salía de los labios del Profeta José Smith, mientras traducía por el don y poder de Dios, mediante el Urim y Tumim, o, como se llama en ese libro, ‘Intérpretes Sagrados’.” Esto es todo lo que dejó registrado sobre la manera en que se tradujo el libro.

David Whitmer, otro de los Tres Testigos, es más específico sobre este asunto. Después de describir los medios que el Profeta usaba para excluir la luz de la “piedra vidente”, dice: “En la oscuridad brillaba la luz espiritual. Aparecía algo parecido a un pergamino, y debajo de ello estaba la interpretación en inglés. El hermano José leía en inglés a Oliver Cowdery, quien era su escriba principal, y cuando se escribía lo dicho y se le repetía al hermano José para ver si era correcto, entonces desaparecía, y aparecía otro carácter con su interpretación. Así se tradujo el Libro de Mormón por el don y poder de Dios, y no por ningún poder del hombre.”

Puede parecer que hay una contradicción entre esta declaración de David Whitmer y lo que dijeron tanto José Smith como Oliver Cowdery. José y Oliver dicen que la traducción se hizo por medio del Urim y Tumim, que José describe como dos piedras transparentes “montadas en un aro de arco fijado a un pectoral”; mientras que David Whitmer dice que la traducción se hizo mediante una “piedra vidente”. Esta aparente contradicción se aclara, sin embargo, por una declaración de Martin Harris, otro de los Tres Testigos. Él dijo que el Profeta poseía una “piedra vidente” con la cual podía traducir tan bien como con el Urim y Tumim, y que, por conveniencia, en ese momento (es decir, cuando Harris actuaba como su escriba) usaba la piedra vidente.  Martin agregó que la piedra vidente difería completamente en apariencia del Urim y Tumim que se obtuvo con las planchas, que eran dos piedras claras montadas en dos aros, muy parecidos a unas gafas, solo que más grandes.

La “piedra vidente” mencionada aquí era una piedra de color chocolate, algo ovalada como un huevo, que el Profeta encontró mientras cavaba un pozo en compañía de su hermano Hyrum. Poseía las cualidades del Urim y Tumim, ya que por medio de ella —como se describe arriba— así como por medio de los “Intérpretes” hallados con el registro nefitas, José fue capaz de traducir los caracteres grabados en las planchas.

Otro relato sobre la manera de traducir el registro, que supuestamente fue dado por David Whitmer y publicado en el Kansas City Journal del 5 de junio de 1881, dice:

Él [refiriéndose a José Smith] tenía dos piedras pequeñas de color chocolate, casi en forma de huevo, perfectamente lisas, pero no transparentes, llamadas intérpretes, que le fueron dadas junto con las planchas. No veía las planchas durante la traducción, sino que sostenía los intérpretes ante sus ojos y se cubría el rostro con un sombrero, excluyendo toda luz, y ante sus ojos aparecía lo que parecía ser un pergamino, en el cual aparecían los caracteres de las planchas en una línea en la parte superior, e inmediatamente debajo aparecía la traducción en inglés, que Smith leía a su escriba, quien lo escribía exactamente tal como salía de sus labios. Luego el escriba leía la frase escrita, y si había algún error, los caracteres permanecían visibles para Smith hasta ser corregidos, momento en el que desaparecían para ser reemplazados por otra línea.

Es evidente que hay inexactitudes en la declaración anterior, sin duda debidas a la negligencia del reportero del Journal, quien confundió lo que el Sr. Whitmer dijo acerca de la piedra vidente y del Urim y Tumim. Si intentaba describir el Urim y Tumim o los “Intérpretes” que se dieron a José Smith con las planchas —como parece ser el caso—, entonces el reportero se equivoca al decir que eran de color chocolate y no transparentes; porque los “Intérpretes” dados al Profeta con las planchas, según su propia descripción, eran “dos piedras transparentes”. Si el reportero intentaba describir la “piedra vidente” —lo cual es poco probable—, tendría razón al decir que era de color chocolate y con forma de huevo, pero se equivocaría al afirmar que eran dos.

Martin Harris describió la manera de traducir mientras actuaba como amanuense del Profeta de la siguiente manera:

Con la ayuda de la piedra vidente, aparecían oraciones que el Profeta leía y Martin escribía, y cuando terminaban, él decía “escrito”; y si estaba correctamente escrito, esa oración desaparecía y otra aparecía en su lugar; pero si no estaba correctamente escrita, permanecía hasta ser corregida, de modo que la traducción era tal como estaba grabada en las planchas, exactamente en el idioma usado en ese entonces.

En una ocasión, Harris intentó poner a prueba la autenticidad del procedimiento del Profeta con respecto a la traducción, de la siguiente manera:

Martin dijo que, tras un tiempo de traducción continua, se cansaban y bajaban al río para ejercitarse lanzando piedras al agua, etc. En una de esas ocasiones, Martin encontró una piedra muy parecida a la que se usaba para traducir, y al reanudar el trabajo de traducción, Martin colocó esa piedra [en lugar de la piedra vidente]. Dijo que el Profeta permaneció inusualmente en silencio, mirando fijamente en la oscuridad, sin que apareciera señal alguna de la oración habitual. Muy sorprendido, José exclamó: “¡Martin! ¿Qué pasa? Todo está tan oscuro como Egipto.” El rostro de Martin lo delató, y el Profeta le preguntó por qué había hecho eso. Martin respondió que era para “cerrar la boca de los necios”, quienes le habían dicho que el Profeta se había memorizado las oraciones y solo las repetía.

El resumen de todo el asunto, entonces, sobre la manera de traducir el registro sagrado de los nefitas, de acuerdo con el testimonio de los únicos testigos competentes para testificar al respecto, es el siguiente: Con el registro nefitas se depositó un curioso instrumento, compuesto por dos piedras transparentes montadas en un aro de arco, algo parecido a unos lentes, pero más grandes, llamado por los antiguos hebreos “Urim y Tumim”, pero por los nefitas “Intérpretes”. Además de estos “Intérpretes”, el Profeta José tenía una “piedra vidente”, que para él funcionaba como un Urim y Tumim; el Profeta usaba a veces uno y a veces otro de estos instrumentos sagrados en la obra de traducción. Ya fuera que se usaran los “Intérpretes” o la “piedra vidente”, los caracteres nefitas con su interpretación en inglés aparecían en el instrumento sagrado; el Profeta pronunciaba la traducción en inglés a su escriba, y cuando se escribía correctamente, desaparecía y otros caracteres con su interpretación tomaban su lugar, y así sucesivamente hasta completar la obra.

No debe suponerse, sin embargo, que esta traducción, aunque se realizó mediante los “Intérpretes” y la “piedra vidente” como se ha descrito, fue simplemente un procedimiento mecánico; que no se requería fe, ni esfuerzo mental o espiritual por parte del Profeta; que los instrumentos lo hacían todo, mientras que él solo miraba y repetía mecánicamente lo que veía reflejado. Mucho se ha escrito sobre esta forma de traducir el registro nefitas por parte de quienes han sido opositores al Libro de Mormón, y en su mayoría de manera burlona. Han basado gran parte, no de sus argumentos, sino de su burla, en el método de traducción; y dado que en otra parte de este volumen me ocuparé de lo que ellos consideran sus argumentos —y lo que yo sé que es burla—, aquí consideraré algunos otros hechos relacionados con la manera en que se tradujo el Libro de Mormón, los cuales son sumamente importantes, ya que proporcionan una base sobre la cual pueden responderse con éxito todas las objeciones formuladas sobre la forma en que se realizó la traducción, así como también sobre errores gramaticales, uso de palabras modernas, expresiones típicas del oeste del estado de Nueva York y otros defectos lingüísticos que se admite pueden encontrarse en el Libro de Mormón, especialmente en la primera edición.

Repito, entonces, que la traducción del Libro de Mormón mediante los “Intérpretes” y la “piedra vidente” no fue un proceso meramente mecánico, sino que requirió la máxima concentración de fuerza mental y espiritual por parte del Profeta, para poder ejercer el don de traducción a través de los instrumentos sagrados provistos para esa obra. Afortunadamente, tenemos la evidencia más perfecta de este hecho, aunque podría deducirse de la verdad general de que Dios no recompensa la pereza mental o espiritual; porque, sin importar los medios que Dios haya provisto para ayudar al hombre a llegar a la verdad, siempre ha hecho necesario que el hombre los acompañe con su máximo esfuerzo de mente y corazón. Hasta aquí la reflexión; pasemos ahora a los hechos mencionados.

En su folleto Address to All Believers in Christ, David Whitmer dice:

A veces, cuando el hermano José intentaba traducir y miraba dentro del sombrero en el que se colocaba la piedra, encontraba que estaba espiritualmente ciego y no podía traducir. Nos decía que su mente se enfocaba demasiado en cosas terrenales, y que diversas causas le impedían proceder con la traducción. Cuando se encontraba en esa condición, salía a orar, y cuando se humillaba lo suficiente ante Dios, entonces podía proseguir con la traducción. Ahora vemos cuán estricto es el Señor y cómo requiere que el corazón del hombre esté justo delante de Él antes de que pueda recibir revelación.

En una declaración a Wm. H. Kelley, G. A. Blakeslee, de Gallen, Michigan, con fecha del 15 de septiembre de 1882, David Whitmer dijo lo siguiente sobre José Smith y la necesidad de su humildad y fidelidad al traducir el Libro de Mormón:

“Era un hombre religioso y recto. Tenía que serlo; porque era iletrado y no podía hacer nada por sí mismo. Tenía que confiar en Dios. No podía traducir a menos que fuera humilde y tuviera los sentimientos correctos hacia todos. Para ilustrarlo de modo que puedan entenderlo: una mañana, cuando se preparaba para continuar con la traducción, algo salió mal en la casa y se molestó por ello. Algo que Emma, su esposa, había hecho. Oliver y yo subimos al piso de arriba y José llegó poco después para continuar la traducción, pero no pudo hacer nada. No pudo traducir ni una sola sílaba. Bajó al primer piso, salió al huerto y oró al Señor; estuvo fuera alrededor de una hora—volvió a la casa, pidió perdón a Emma y luego subió al piso superior donde estábamos nosotros, y entonces la traducción prosiguió sin problemas. No podía hacer nada a menos que fuera humilde y fiel.”

La forma de traducción ha sido descrita hasta aquí por David Whitmer y Martin Harris, quienes recibieron su información necesariamente de José Smith, y sin duda es sustancialmente correcta, salvo en cuanto sus declaraciones puedan haber dado la impresión de que la traducción fue un mero proceso mecánico; lo cual queda al menos parcialmente corregido por lo que David Whitmer dijo respecto al estado mental que debía tener José para poder traducir. Pero tenemos una evidencia aún más importante que considerar sobre este asunto de la traducción. Durante el transcurso de la obra de traducción, Oliver Cowdery deseó que se le otorgara el don de traducir, y Dios prometió concedérselo en los siguientes términos:

“Oliver Cowdery, de cierto, de cierto te digo que tan ciertamente como vive el Señor, quien es tu Dios y tu Redentor, así de cierto recibirás conocimiento de todas las cosas que pidas con fe, con un corazón sincero, creyendo que recibirás conocimiento referente a las inscripciones de los antiguos registros, que son antiguos y que contienen aquellas partes de mis Escrituras de las cuales se ha hablado, mediante la manifestación de mi Espíritu. Sí, he aquí, te diré en tu mente y en tu corazón, por medio del Espíritu Santo, que vendrá sobre ti y que morará en tu corazón. Ahora bien, he aquí, este es el espíritu de revelación; he aquí, este es el espíritu mediante el cual Moisés condujo a los hijos de Israel por el Mar Rojo en tierra seca. […] Pide para que puedas conocer los misterios de Dios, y para que puedas traducir y recibir conocimiento de todos esos antiguos registros que han sido guardados, los cuales son sagrados; y conforme a tu fe te será hecho.”

Sin embargo, al intentar ejercer este don de traducción, Oliver Cowdery fracasó; y en una revelación sobre el asunto, el Señor explicó la causa de su fracaso al traducir:

“He aquí, no has entendido; supusiste que te lo daría [es decir, el don de traducción], cuando no pensaste más que en pedírmelo. Pero he aquí, te digo que debes meditarlo en tu mente; luego debes preguntarme si está bien, y si está bien haré que tu pecho arda dentro de ti; por lo tanto, sentirás que está bien. Pero si no está bien, no tendrás tales sentimientos, sino que tendrás un letargo en el pensamiento que te hará olvidar lo que está mal; por lo tanto, no puedes escribir lo que es sagrado a menos que te sea dado de mí.”

Aunque esto no es una descripción directa del modo en que José Smith tradujo el Libro de Mormón, es, no obstante, la descripción que el Señor hace de cómo otro hombre debía ejercer el don de traducción; y sin duda es sustancialmente la manera en que José Smith lo ejerció, y la forma en que tradujo el Libro de Mormón. Es decir, el Profeta José Smith miraba a través de los “Intérpretes” o de la “piedra vidente”, y allí veía, por el poder y el don de Dios, los caracteres antiguos nefitas; y al enfocar todas las facultades de su mente para entender su significado, la interpretación que surgía mediante ese esfuerzo —”meditarlo en su mente”, para usar la frase del Señor— se reflejaba en el instrumento sagrado, donde permanecía hasta ser escrita correctamente por el escriba.

Vemos algo parecido también en la manera en que los nefitas usaron la Liahona, su Urim y Tumim—el instrumento mediante el cual fueron guiados por el Señor durante su jornada hacia la tierra prometida en América—funcionaba “según la fe, diligencia y atención” que le prestaban. (1 Nefi 16:28)

Como prueba adicional de que la traducción no fue un mero proceso mecánico para el Profeta José, llamo la atención sobre la evidente reflexión y estudio que posteriormente dedicó a la traducción de los rollos de papiro encontrados junto con las momias egipcias, compradas por los santos en Kirtland a Michael H. Chandler, alrededor del 6 de julio de 1835. “Poco después de esto,” dice el Profeta, “con W. W. Phelps y Oliver Cowdery como escribas, comencé la traducción de algunos de los caracteres o jeroglíficos, y para nuestra gran alegría descubrimos que uno de los rollos contenía los escritos de Abraham, y otro los escritos de José de Egipto,” etc. Al hablar en su historia de la última parte de julio, dice: “El resto de este mes estuve constantemente ocupado en traducir un alfabeto para el Libro de Abraham y en preparar una gramática del idioma egipcio.” En su diario del 26 de noviembre de 1835, escribió: “Pasé el día traduciendo los caracteres egipcios del papiro, aunque sufría de un fuerte resfriado.” Y en la entrada del 15 de diciembre anotó: “Mostré y expliqué los caracteres egipcios a ellos (a los élderes M’Lellin y Young), y expliqué muchas cosas relacionadas con los tratos de Dios con los antiguos, y la formación del sistema planetario.” Así continuó, de tiempo en tiempo, trabajando en esta traducción, la cual no se publicó sino hasta 1842, en el Times and Seasons, comenzando en el número nueve del volumen tres.

Debe recordarse, en relación con este trabajo de “preparar un alfabeto” y “organizar una gramática del idioma egipcio”, que el Profeta aún tenía en su posesión la “piedra vidente” (o al menos la tenía Oliver Cowdery, ya que al completar la traducción del Libro de Mormón, el Profeta le entregó la piedra vidente a Oliver, según el folleto de David Whitmer Address to All Believers, p. 32), la cual había usado en ocasiones para traducir el Libro de Mormón, y sin embargo, por las circunstancias mencionadas, parece evidente que tuvo que aplicar todas sus facultades intelectuales para obtener la traducción de los caracteres egipcios.

No puede haber duda alguna de que la interpretación obtenida fue expresada en el lenguaje que el Profeta podía manejar, en una fraseología que dominaba, y que era común en la época y localidad donde vivía; modificada, por supuesto, por la aplicación de esa fraseología a hechos e ideas que, en muchos aspectos, eran nuevos para él y estaban por encima del nivel ordinario de sus pensamientos y lenguaje, debido a la inspiración de Dios que estaba sobre él. Esta visión de la traducción del registro nefitas explica el hecho de que el Libro de Mormón, aunque es una traducción de un registro antiguo, está presentado, no obstante, en el idioma inglés de la época y la región donde vivía el Profeta; y además, en un inglés defectuoso, tanto en composición, fraseología y gramática, propio de una persona con la educación limitada de José Smith; y también explica la uniformidad en la fraseología y el estilo literario que recorre todo el volumen.

Y no carecemos de autoridad de alto valor en cuanto a estas opiniones sobre el estilo verbal de los escritores inspirados. En The Annotated Bible, publicada por la “Religious Tract Society”, Londres, 1859, se dice lo siguiente en relación con la explicación de las palabras “profeta” y “profecía”:

Que los profetas eran más que simples predictores del futuro es evidente tanto por su historia como por sus escritos. También debe recordarse que, aunque la profecía contiene muchas alusiones muy concretas a hechos y personas particulares, estas se mencionan principalmente por la revelación que ofrecen de los grandes principios generales con los que la profecía trata. La profecía es la voz de Dios hablándonos acerca de la gran lucha que ha habido y continúa en este mundo entre el bien y el mal.

Las comunicaciones divinas se dieron a los profetas de diversas maneras; a veces Dios parece haberles hablado con voz audible; en ocasiones apareciendo en forma humana. En otras ocasiones, empleó el ministerio de ángeles o dio a conocer sus propósitos mediante sueños. Pero más frecuentemente reveló su verdad a los profetas al producir ese estado sobrenatural de las facultades sentimentales, intelectuales y morales que las Escrituras llaman “visión”. De ahí que los anuncios proféticos sean a menudo llamados “visiones”, es decir, cosas vistas; y los profetas mismos son llamados “videntes”.

Aunque las visiones que el profeta contemplaba y las predicciones del futuro que anunciaba eran totalmente inspiradas por el Espíritu divino, sin embargo, la forma de la comunicación, las imágenes con las que se vestía, las ilustraciones que la aclaraban e impactaban, los símbolos usados para presentarla más gráficamente a la mente—en resumen, todo lo que puede considerarse su ropaje y presentación—dependía de la educación, los hábitos, las asociaciones, los sentimientos y el carácter mental, intelectual y espiritual completo del profeta. De ahí que el estilo de algunos sea más puro, más conciso, más ornamentado o más sublime que el de otros.

El autor de Moral and Metaphysical Philosophy, Frederick Denison Maurice, antiguo profesor de Casuística y Filosofía Moderna en la Universidad de Cambridge, al discutir a los filósofos de la segunda mitad del siglo XVII, ofrece un excelente pasaje sobre las opiniones de Spinoza respecto a los profetas hebreos y sobre cómo deben ser entendidos ellos y su obra. El pasaje es tan apropiado al tema aquí tratado, que cito las partes esenciales:

“¿Qué comunican los libros sagrados cuando afirman que el Espíritu de Dios fue infundido en los profetas—que los profetas hablaban por el Espíritu de Dios?” (Spinoza). El resultado al que llega nuestro autor tras un largo examen sobre los distintos usos de la palabra “Espíritu” es que estas expresiones sobre la infusión del Espíritu “no significan nada más que que los profetas poseían una virtud singular y extraordinaria y una piedad cultivada, con gran constancia de ánimo, y que por ello tenían percepción de la mente o juicio de Dios; pues encontraremos que el Espíritu de Dios denota en hebreo tanto la mente como el juicio o sentencia de Dios, y por tanto, que la ley de Dios, por revelar la mente de Dios, es llamada la mente o el Espíritu de Dios; de modo que la imaginación de los profetas podría con igual justicia decirse que era la mente de Dios, y que los profetas tenían la mente de Dios, en tanto que a través de su imaginación se revelaban los decretos de Dios. […]”

La pregunta de cómo los profetas adquirían una sensación de certeza respecto a sus revelaciones da lugar a una larga discusión. Siendo la imaginación su principal instrumento de descubrimiento, no podían tener la misma seguridad que nosotros tenemos respecto a las verdades descubiertas por la percepción científica o la “luz natural”. “Es”, dice Spinoza, muy a su manera, “una certeza moral, no matemática. Se deriva (1) de la gran fuerza de su fantasía, que les presentaba los objetos con la misma claridad con que nosotros los vemos cuando estamos despiertos. (2) De alguna señal divina. (3) De que sus mentes estaban dispuestas hacia lo justo y correcto.” Spinoza afirma que esta última es el secreto principal de su certeza.

Sin embargo, afirma que las revelaciones al profeta dependían de su temperamento y de sus propias opiniones. Estas las aportaba él mismo—y variaban no solo su estilo de escritura, sino su entendimiento de cualquier comunicación que le fuera hecha. Su alegría, su tristeza, todos los diversos estados de ánimo de su mente y cuerpo, afectaban continuamente sus juicios y enseñanzas.

Todo lector reflexivo notará que en estas afirmaciones Spinoza tiene una ventaja evidente sobre aquellos que tratan los sentimientos personales, las experiencias y luchas de los profetas como si no significaran nada—que olvidan que eran seres humanos—que los ven meramente como emisores de ciertos dogmas divinos, o como predictores de ciertos eventos futuros. Tiene derecho a decir que tales personas pasan por alto la letra de los libros, mientras profesan honrarla; que alteran su esencia mientras creen estarlos tomando tal como son. Pero ningún lector verdaderamente devoto de los profetas olvida que son hombres. Sus sentimientos humanos, sufrimientos, alegrías, forman parte para él de la revelación divina. Las luchas del profeta con su propio mal—la conciencia y confesión de que lo vil se mezcla con lo precioso—ayudan más que toda enseñanza formal a mostrarle a él y a nosotros cómo la mente superior se distingue de la inferior, así como cómo una se relaciona con la otra. Vemos cómo el profeta alcanzó una certeza sobre la voluntad y propósito divino a través de las propias dudas y contradicciones dentro de sí mismo.

También el reverendo Joseph Armitage Robinson, D.D., deán de Westminster y capellán del rey Eduardo VII de Inglaterra, en cuanto a la manera en que el mensaje del Antiguo Testamento fue recibido y comunicado al hombre, dijo lo siguiente en fecha tan reciente como 1905:

“El mensaje del Antiguo Testamento no fue escrito por mano divina, ni dictado por una compulsión externa; fue sembrado en el corazón de los hombres y hecho crecer en un suelo fértil. Y entonces se les exigió expresarlo en su propio lenguaje, según sus métodos naturales, y de acuerdo con el nivel de conocimiento que su época había alcanzado. Sus facultades humanas fueron purificadas y avivadas por el Espíritu divino; pero hablaron a su tiempo en el lenguaje de su tiempo, hablaron un mensaje espiritual, adaptado a la experiencia de su época, un mensaje de fe en Dios y de rectitud, como lo exige un Dios justo.”

Aprovecho esta ocasión para observar que, porque un escritor o un orador afirme estar bajo la inspiración de Dios, no se sigue que al expresar lo que el Señor pone en su corazón lo hará siempre en términos gramaticales correctos, ni más de lo que la ortografía de un escritor inspirado será siempre precisa. Tenemos muchas ilustraciones de este hecho entre los hombres inspirados que hemos conocido en la Iglesia de Jesucristo en estos últimos días. Aquellos de nosotros que hemos escuchado las palabras de profetas y apóstoles no podemos dudar de su inspiración, y al mismo tiempo, algunos de los más inspirados han sido imprecisos en el uso del idioma inglés. Lo mismo parece ser cierto también con respecto a los antiguos apóstoles. El escritor de Hechos, al concluir un resumen de un discurso que atribuye a Pedro, dice: “Entonces, viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban.”

Los comentaristas sobre este pasaje dicen que los judíos que escuchaban se dieron cuenta de que Pedro y Juan no habían sido instruidos en el conocimiento de las escuelas judías, y que eran personas comunes, sin formación en la enseñanza. Y nuevamente: “Su lenguaje y argumentos prueban que no estaban instruidos en el aprendizaje rabínico de las escuelas judías.” Pero, ¿de qué otra forma habrían podido discernir los judíos la ignorancia y falta de aprendizaje de Pedro y Juan, sino a través de las imperfecciones en su lenguaje? Y sin embargo, esas imperfecciones en el lenguaje no pueden usarse como evidencia de ausencia de inspiración en los dos apóstoles. Ciertamente, para Dios debe ser más importante el contenido que la forma en que se expresa; el pensamiento tiene más valor que la palabra; es el Espíritu el que da vida, no la letra. “El que tenga mi palabra, que hable mi palabra con verdad. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová.”

La visión aquí presentada sobre el modo de traducir el Libro de Mormón proporciona la base para justificar los cambios verbales y correcciones gramaticales que se han hecho desde que se publicó la primera edición; y también justificaría la realización de muchas más correcciones verbales y gramaticales en el libro; porque si, como se establece aquí, el significado de los caracteres nefitas fue dado a José Smith en un inglés imperfecto, tal como él —un hombre sin instrucción— podía expresarlo, mientras que cada detalle y matiz del pensamiento debía conservarse estrictamente, entonces no hay base razonable para objetar la corrección de meros errores verbales o gramaticales.

No cabe duda razonable de que, si José Smith hubiera sido un erudito consumado del idioma inglés y los hechos e ideas representados por los caracteres nefitas en las planchas le hubieran sido dados por la inspiración de Dios a través del Urim y Tumim, esas ideas habrían sido expresadas en un inglés correcto; pero como no lo era, tuvo que expresar esos hechos e ideas en el lenguaje que podía manejar, y ese era un inglés imperfecto,

el cual el propio Profeta y aquellos que le han sucedido como custodios de la palabra de Dios han tenido, y tienen ahora, todo el derecho de corregir.

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