Capítulo 10
Evidencias internas—la originalidad del Libro de Mormón como evidencia en apoyo de sus afirmaciones
Hasta qué punto puede insistirse en la originalidad como un elemento necesario en un libro que se declara portador de una revelación de Dios, es una cuestión abierta; al igual que lo es hasta qué punto puede exigirse originalidad en un profeta. En ambos casos, sin embargo, no cabe duda de que la originalidad sería considerada como una evidencia de peso considerable a favor de la divinidad del mensaje, ya sea del profeta o del libro. De algún modo, los hombres esperan encontrar originalidad en cualquier cosa que pretenda ser una revelación de Dios, venga como venga. Buscan una palabra que surja “desde el hecho interior de las cosas” en una revelación. Una palabra nueva que aporte algo al conjunto de lo conocido, y pronunciada de tal manera que atraiga de nuevo la atención de los hombres. Y, sin embargo, no debe olvidarse que “todo escriba docto en el reino de los cielos saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” —las viejas, notad bien, así como las nuevas—y uno de los antiguos llegó incluso a dudar de que realmente existiera algo nuevo bajo el sol. “Lo que fue, eso será; lo que se hizo, eso se hará; y no hay nada nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de lo que se pueda decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos precedieron.”
De todo esto concluyo que, si bien de algún modo puede considerarse que la originalidad ofrece cierta evidencia a favor de las afirmaciones de un profeta y su mensaje, o de un libro y su revelación, aún así, la originalidad no es una cualidad indispensable ni en el profeta ni en el libro. Profetas contemporáneos, o profetas que viven en sucesión, pueden venir cargados con la misma palabra del Señor, con el mismo mensaje divino; pero aquel que habla en segundo o tercer lugar, y que por tanto carece ya de toda pretensión a la originalidad, no por eso deja de ser mensajero de Dios; y la palabra que pronuncia no debe ser rechazada por carecer de originalidad. Así también ocurre con los libros. Sería una actitud absurda tratar las escrituras de tal manera que se rechazaran los libros llamados Primero y Segundo de Crónicas porque repiten en su mayoría el contenido de los libros llamados Primero y Segundo de Reyes, y carecen de originalidad que recomiende su aceptación. Lo mismo ocurre con los libros del Nuevo Testamento. Aceptando para nuestro propósito aquí el orden en que se presentan en las versiones comúnmente aceptadas del Nuevo Testamento como el orden en que fueron escritos, ¿debería rechazarse el libro de Marcos porque en su mayor parte trata los mismos temas que el libro de Mateo, y apenas hay algo en términos de originalidad que lo recomiende como libro inspirado? La misma pregunta podría hacerse en relación con el libro de Lucas. La verdad es que Dios, en los libros como en los profetas, a veces requiere más de un testigo para su mensaje, y por lo tanto repite la revelación en varios libros inspirados, en cuyo caso, los libros que simplemente repiten la revelación son tan verdaderamente inspirados, tan verdaderamente escritura, como aquel en el que el mensaje apareció por primera vez, aunque pueda decirse que carecen completamente de originalidad.
Puesto que el Libro de Mormón no pretende introducir una nueva religión, sino que ofrece meramente un relato de la introducción del cristianismo en el hemisferio occidental por medio de maestros inspirados, tanto antes como después de la venida del Mesías, y por el ministerio personal del Mesías después de su resurrección; y dado que la religión cristiana es siempre la misma, en todos los tiempos y en todas las tierras, debió haber sido la misma cuando se introdujo en América que cuando fue enseñada en Judea—¿dónde hay espacio para la originalidad? ¿No queda excluida la originalidad por la propia naturaleza de las afirmaciones del Libro de Mormón? Creo que el lector reconocerá la fuerza de esta pregunta; y aprovecho aquí para señalar que el punto planteado en la misma muestra la debilidad de aquellas objeciones que a veces se hacen contra el Libro de Mormón con base en la similitud de su contenido con el del Nuevo Testamento; y además demuestra cuán insensata es la exigencia de que el Libro de Mormón contenga alguna verdad moral o religiosa nueva que no se halle en el Antiguo o Nuevo Testamento.
Puesto que, entonces, el Libro de Mormón, en cuanto trata de religión, trata de la religión cristiana, debe hacerse comparación y no contraste; debe buscarse similitud, no diferencia; identidad de verdades morales y religiosas, no discrepancias; conformidad con verdades antiguas, más que la existencia de verdades nuevas. La religión cristiana no puede contrastarse consigo misma; y como la plenitud del evangelio fue revelada en su proclamación en Judea, bastará si una dispensación del mismo evangelio proclamada en América está en estricta conformidad con la que se enseñó en Judea. De hecho, eso es todo lo que la naturaleza del caso requiere estrictamente. Aun así, una vez establecida la razonabilidad de todo esto,
puede reivindicarse para el Libro de Mormón cierta originalidad en el hecho de la existencia de nuevas e importantes verdades cristianas en sus páginas; así como también una originalidad en el énfasis que pone sobre ciertas otras verdades cristianas.
Esto basta para que se forme una valoración adecuada del valor de la originalidad como evidencia de la autenticidad divina o inspiración de un libro; sin otorgarle, por un lado, un valor exagerado, ni considerarla, por otro, de poca o nula importancia.
I.—Originalidad de la Estructura
Al enumerar los diversos aspectos en los cuales el Libro de Mormón manifiesta originalidad, mencionaría en primer lugar su estructura peculiar—tan en desacuerdo con todas las ideas modernas de elaboración de libros—ya señalada en el tratamiento de la última subdivisión del capítulo XXXVIII. Pido al lector que considere aquel tratado como parte de esta subdivisión, y que la estructura peculiar del Libro de Mormón sea tomada como una, y la primera, de las evidencias de su originalidad.
II.—Originalidad en los Nombres
Asimismo, en lo que respecta a los nombres, en la medida en que son originales, deseo que se considere ese hecho como otra—la segunda—evidencia de la originalidad del Libro de Mormón; y que la parte de aquel tratado que trata sobre la originalidad de los nombres (véase capítulo XXXVII) se entienda como trasladada a esta subdivisión.
III.—En la Manera de Su Manifestación
En la manera en que fue dado a conocer, no menos que en su estructura y en sus nombres, el Libro de Mormón es original. Debe recordarse que, en el tiempo de su aparición, algo como una nueva revelación de parte de Dios era completamente inesperado. De hecho, era consenso entre las opiniones y enseñanzas cristianas que el tiempo de las revelaciones había pasado; que los días de los milagros habían concluido; que Dios, en la dispensación cristiana a la humanidad (la dispensación en la que el Mesías ministró en persona), había pronunciado la palabra final; y que no se darían más comunicaciones divinas. Reflexionando sobre este mismo asunto en relación con el deseo de conocer más acerca de los antiguos habitantes de América, Ethan Smith, en su obra View of the Hebrews; or the Tribes of Israel in America, afirma enfáticamente:
“No hemos de esperar nueva revelación del cielo, y se considera que los días de los milagros han pasado. Probablemente debamos buscar exactamente ese tipo de evidencia que pueda mostrar al mundo a ese pueblo perdido por tanto tiempo [como lo fueron las diez tribus de Israel], tal como, de hecho, se manifiesta en los nativos de América.”
Es conveniente recordar que esto se dijo varios años antes de que se publicara el Libro de Mormón, y repito que representa la idea cristiana comúnmente aceptada en cuanto a revelaciones y milagros. Además, es notorio que la principal objeción formulada contra el Libro de Mormón fue precisamente el hecho de que afirmaba ser una nueva revelación de Dios; y los argumentos que se encuentran en los discursos y escritos de los primeros élderes de la Iglesia demuestran claramente que la controversia principal en torno al Libro de Mormón en aquellos primeros días giraba en torno a este punto. Se deduce, por tanto, que el relato de José Smith sobre la forma en que el Libro de Mormón fue manifestado y traducido, fue sumamente original; pues implicaba una revelación de Dios para dar a conocer su existencia, y lo que los hombres llaman un milagro para asegurar su traducción.
Aquí, entonces, no solo hubo originalidad, sino una audaz contradicción de lo que se suponía que era la doctrina más asentada del cristianismo moderno: a saber, que la era de las revelaciones y los milagros había pasado para siempre. Es poco probable que los impostores se movieran en tales líneas como estas. La proclamación de una nueva revelación que daba a conocer la existencia de un nuevo volumen de escritura fue la innovación más notable sobre la opinión cristiana que el mundo haya presenciado jamás. La ortodoxia quedó estupefacta ante lo que ellos llamaban una presunción; y por un tiempo pareció olvidar todos los demás puntos de controversia para concentrar sus ataques en esta innovación que contrariaba su idea más apreciada. Pensaron que el simple hecho de que el Libro de Mormón afirmara ser una nueva revelación de Dios era razón suficiente para rechazarlo.
Sin embargo, nunca fue una oposición tan completamente demolida en el debate como este argumento sectario contra las revelaciones nuevas y continuas. Fue tan completamente refutado que hoy en día casi nunca se lo menciona. No obstante, eso no es de mi incumbencia aquí. Mi único punto en este momento es que hubo una originalidad audaz en el relato de José Smith sobre la manifestación y traducción del Libro de Mormón que, además de contradecir la opinión cristiana aceptada en su tiempo sobre las revelaciones y milagros, aporta un peso considerable en apoyo de las afirmaciones hechas respecto de este volumen de escritura americana; porque, sin duda, los impostores que intentaran imponer un libro al mundo con fines de fama o lucro jamás se moverían en una dirección tan diametralmente opuesta a las opiniones generalmente aceptadas.
IV.—Su Explicación del Poblamiento de América
En su explicación sobre el poblamiento de América, no menos que en su estructura y la manera en que se dio a conocer y se llevó a cabo su traducción, el Libro de Mormón es original. Todos los libros sobre antigüedades americanas que podrían haber estado al alcance de José Smith y sus asociados favorecían la teoría de migraciones desde el noreste de Asia, a través del Estrecho de Behring, donde los continentes asiático y americano se aproximan. Véase el prefacio de American Antiquities, de Josiah Priest. Ethan Smith, refiriéndose a las autoridades que conocía sobre este tema, dice:
“Todos parecen estar de acuerdo en que los indios vinieron desde el noroeste y se extendieron por el continente hacia el sur. Me abstengo de hacer más comentarios sobre estos testimonios ofrecidos incidentalmente por este autor tan célebre [refiriéndose a Humboldt]. Que sean debidamente ponderados por el lector juicioso; y ciertamente no podrá dudar de que los nativos de América vinieron del norte a través del Estrecho de Behring, y descendieron de un pueblo de tan elevada cultura mental como lo fue la antigua familia de Israel.”
No solo estas eran las opiniones predominantes en la época en que escribió Ethan Smith (1825), sino que incluso hoy en día prevalece la misma opinión general entre las autoridades: es decir, que América fue poblada desde Asia por medio del Estrecho de Behring. Las migraciones del Libro de Mormón, sin embargo, contradicen esta teoría ampliamente aceptada. Aunque se supone que los jareditas salieron del valle del Éufrates y vagaron durante varios años hacia el este a través de Asia, cruzaron el Pacífico y desembarcaron en la parte sur del continente norteamericano, y se establecieron en una región que luego llamaron Morón, cerca de lo que después fue la provincia nefita llamada Desolación, en lo que hoy conocemos como los estados de América Central. La colonia nefita, como ya hemos visto, desembarcó en la costa occidental de Sudamérica, aproximadamente a treinta grados de latitud sur; y se supone que la colonia de Mulek llegó a alguna parte del sur del continente norteamericano. Estos relatos del Libro de Mormón sobre las migraciones hacia los continentes americanos constituyen la desviación más radical posible respecto de las teorías comúnmente aceptadas sobre el tema.
V.—El Origen de los Pueblos Antiguos de América
El Libro de Mormón es original en lo que respecta a los hechos que presenta sobre el origen de sus pueblos. En este punto, a veces los creyentes en el Libro de Mormón afirman más de lo que justifican los hechos. Por ejemplo, en ocasiones se dice que el origen israelita de los nativos americanos fue afirmado por primera vez por el Libro de Mormón. Eso no es cierto. Mucho antes de la aparición del Libro de Mormón, James Adair, cuya obra fue publicada en 1775, propuso la teoría de que los indígenas americanos eran las Diez Tribus Perdidas de Israel, y argumentó extensamente a favor de su veracidad. Ethan Smith, en la obra que ya hemos citado varias veces, sostiene también la teoría de que los indios nativos eran las “Diez Tribus Perdidas de Israel”; el propio título de su libro—View of the Hebrews; or the Tribes of Israel in America—es prueba de que sostenía dicha teoría.
Por lo tanto, es un error decir que la idea del origen israelita de los indios nativos americanos se originó con el Libro de Mormón. De hecho, la teoría de que los americanos nativos eran las Diez Tribus Perdidas de Israel contó con numerosos defensores, tanto en Europa como en Estados Unidos, especialmente, podría decirse, en los estados de Nueva Inglaterra antes de 1830.
Donde el Libro de Mormón es original en este asunto es que, si bien declara el origen israelita de los pueblos antiguos de América, contradice directamente la idea de que los nativos americanos son las Diez Tribus Perdidas de Israel, al declarar incidentalmente que esas tribus están en otra parte del mundo, y que Jesús anunció a los nefitas su intención de aparecerse a ellas y ministrar entre ellas. Por supuesto, la referencia al origen israelita aquí se refiere solo a las dos últimas migraciones: es decir, a la colonia de Lehi y a la colonia de Mulek. La colonia de Jared era sin duda de la misma raza, pero de ancestros anteriores, entre los cuales se encontraba el patriarca Sem. El Libro de Mormón se refiere a la colonia de Lehi como compuesta por descendientes de Manasés (Lehi) y de Efraín (Ismael), mientras que la colonia de Mulek estaba formada por judíos.
De esto se deduce que el Libro de Mormón es tan audazmente original al declarar el origen de estas colonias que poblaron América con millones de sus descendientes, como lo es en su relato sobre el curso de sus migraciones o sobre la manera en que el Libro de Mormón salió a la luz. Pues, al limitar el origen de estas colonias a los descendientes de José y de Judá, contradice tan radicalmente las opiniones existentes sobre el tema como lo hace respecto a la forma en que el libro fue manifestado o al curso de las migraciones.
VI.—Explicación de la Existencia de Ideas Cristianas en América
El Libro de Mormón es original en cuanto a su explicación sobre la existencia de ideas y doctrinas cristianas entre los nativos americanos. Quiero que esta afirmación se entienda en el sentido de incluir todas las ideas bíblicas, ya que una concepción correcta del cristianismo en su plenitud incluye tanto el Antiguo Testamento y la dispensación de Dios descrita allí para con los hijos de los hombres como parte de la herencia cristiana, así como la dispensación cristiana específica que se describe en el Nuevo Testamento.
La manera en que el Libro de Mormón explica la existencia de ideas y doctrinas cristianas entre los nativos americanos es, primero, detallando los hechos de la revelación directa de verdades cristianas a los antiguos habitantes de América. Por ejemplo, en el caso del profeta Moriáncumr entre los jareditas, donde se representa a ese gran profeta como autorizado a estar en la presencia revelada del espíritu preexistente de Jesucristo, y a oír la proclamación de que en Él tendría vida toda la humanidad, y vida eterna; y que, así como se apareció a ese profeta en espíritu, así se aparecería a su pueblo en carne; y que aquellos que creyeran en su nombre serían hechos sus hijos e hijas.
También se narra la revelación de verdades cristianas otorgada al primer Nefi, quien, en visión, varios siglos antes del advenimiento de Cristo, fue autorizado a ver el nacimiento del Redentor, la obra de su precursor, Juan el Bautista, quien prepararía el camino delante de él, y mucho del ministerio de Cristo en Judea, incluyendo su crucifixión, su resurrección y el establecimiento de su ministerio por medio de doce apóstoles; así también su advenimiento y ministerio entre los habitantes del mundo occidental, culminando en el establecimiento de los sacramentos cristianos y de la Iglesia cristiana como depósito sagrado de las verdades cristianas.
En segundo lugar, el Libro de Mormón explica la existencia de ideas y doctrinas cristianas entre las razas nativas americanas declarando que los nefitas estaban en posesión de las Escrituras hebreas existentes entre su pueblo desde el principio hasta el año 600 a. C., incluyendo los cinco libros de Moisés y algunos de los escritos de Isaías y Jeremías. También se atribuye a los jareditas el conocimiento de eventos antiguos mediante escrituras que tenían en su poder, que trataban desde la Torre de Babel hasta los días mismos de Adán.
Así pues, mediante los medios más directos—las revelaciones de Dios a los antiguos habitantes de América, la ministración personal de Jesucristo entre ellos, y el conocimiento impartido por estos diversos volúmenes de escrituras antiguas—el Libro de Mormón da cuenta de la existencia de ideas cristianas y verdades cristianas entre los nativos americanos.
No hay nada parecido a esto en las teorías humanas para explicar la existencia de estas verdades en América. En primer lugar, el lector debe tener claro que está bastante aceptado por las mejores autoridades que entre las tradiciones de los nativos americanos se encuentran ideas muy análogas a las verdades cristianas. “La mayoría de los autores antiguos y modernos”, dice De Roo, “coinciden en afirmar que la religión cristiana fue enseñada en nuestro [el continente americano] en una época no muy anterior al descubrimiento colombino. Bastian confirma esta opinión señalando las numerosas analogías que encuentra entre las creencias y prácticas religiosas de los cristianos y las de los aborígenes americanos. Humboldt admite que la paridad es tan evidente que ofreció a los misioneros españoles una excelente oportunidad para engañar a los nativos haciéndoles creer que su propia religión no era otra que la cristiana. ‘No hay un solo misionero americano que haya dejado escritos hasta el día de hoy que haya olvidado señalar los vestigios evidentes del cristianismo, que en tiempos antiguos penetraron incluso entre las tribus más salvajes’, dice el Dr. de Mier, comentando la Historia de Sahagún. Un buen número de escritores antiguos, como Garcilaso de la Vega, Solórzano, Acosta y otros, son igualmente explícitos al afirmar que se encontraron entre nuestros aborígenes varios dogmas y prácticas cristianas; pero niegan que hayan sido introducidos por maestros cristianos, atribuyendo, curiosamente, al diablo el honor de haber difundido la luz del cristianismo, a pesar de su odio hacia ella.”
Más adelante, añade:
“Ningún estudioso moderno de las antigüedades americanas deja de notar las estrechas y sorprendentes semejanzas entre varios aspectos principales de la fe, moral y ceremonias cristianas y las de las religiones antiguas americanas. Sahagún, quien escribió en México hacia mediados del siglo XVI, y se esforzó profundamente por informarse con exactitud sobre todos los ritos religiosos de nuestros aborígenes, ya señalaba que todos los misioneros españoles que escribieron en América antes que él habían apuntado los numerosos vestigios del cristianismo que se encontraban incluso entre las tribus indias más salvajes.”
La teoría de la “propaganda diabólica del cristianismo” fue una de las favoritas entre muchos de los primeros escritores españoles, mientras que otros sostuvieron la teoría de que apóstoles cristianos habían evangelizado el hemisferio occidental. Entre estos últimos se encontraba el Arzobispo de Santo Domingo, Dávila Padilla, cronista real, quien escribió un libro para probar que apóstoles cristianos habían predicado en tiempos antiguos en las Indias Occidentales. También Torquemada sostenía la misma opinión, aunque admitía la posibilidad de que el diablo hubiera enseñado el cristianismo. Escritores más modernos procuran explicar la existencia de estas analogías cristianas de otras formas. Prescott, por ejemplo, en La Conquista del Perú, dice:
“En la distribución del pan y el vino durante esta gran festividad [la fiesta del Raymi], los ortodoxos españoles que llegaron por primera vez al país vieron una sorprendente semejanza con la comunión cristiana; como también en la práctica de la confesión y la penitencia, que, aunque en forma muy irregular, parece haber sido usada por los peruanos, vieron una coincidencia con otro de los sacramentos de la Iglesia. Los buenos padres se deleitaban en trazar tales coincidencias, que consideraban invenciones de Satanás, quien así procuraba engañar a sus víctimas imitando los benditos ritos del cristianismo. Otros, en un tono diferente, imaginaron ver en tales analogías evidencia de que algunos de los primeros maestros del evangelio, quizás un apóstol mismo, había visitado esas regiones distantes y esparcido sobre ellas las semillas de la verdad religiosa. Pero apenas parece necesario invocar al Príncipe de las Tinieblas, ni la intervención de los santos benditos, para explicar coincidencias que han existido en países muy alejados de la luz del cristianismo, e incluso en épocas en que esa luz aún no había amanecido sobre el mundo. Es mucho más razonable atribuir tales puntos de semejanza casuales a la constitución general del hombre y a las necesidades de su naturaleza moral.”
A lo cual De Roo muy justamente comenta:
“Los misterios cristianos admitidos por los antiguos peruanos y mexicanos difícilmente pueden tener su origen en la constitución del hombre; ni prácticas religiosas como el bautismo, el ayuno, el celibato y la vida monástica pueden considerarse necesidades de la naturaleza moral del hombre, aunque corrupta. Deben hallarse causas más razonables y mejores desde el punto de vista histórico para explicar la presencia de la fe cristiana y de ritos cristianos en la América antigua.”
- H. Bancroft también concede la existencia de ritos entre los nativos americanos análogos a los que existían entre los judíos y cristianos, pero los considera meras coincidencias. Dice:
“Se hallaron entre las naciones civilizadas de América muchos ritos y ceremonias muy similares a ciertos otros observados por los judíos y cristianos del Viejo Mundo. Los innumerables teóricos sobre el origen de los habitantes aborígenes del Nuevo Mundo, o al menos sobre el origen de su civilización, no han dejado de presentar estas coincidencias—que no hay razón válida para suponer que sean otra cosa—en apoyo de sus diversas teorías.”
A lo que De Roo responde:
“¡Coincidencias tan numerosas, tan sorprendentes, en la fe, la moral y la liturgia! ¡Coincidencias, en verdad, poco menos que prodigiosas!”
Nadaillac también intentaría atribuir estas “coincidencias” a causas naturales. Dice:
“Ninguna difusión de meras ideas cristianas desde la conquista [por parte de los españoles] es suficiente para explicar estos mitos [teniendo en mente las tradiciones sobre la creación, el diluvio, las migraciones, las analogías cristianas, etc.], que parecen tener su raíz en las tendencias naturales de la mente humana en su evolución desde un estado salvaje.”
Y así, por medio de estas diversas teorías, los hombres han procurado explicar la existencia de ideas y doctrinas cristianas; pero fue reservado a José Smith, el Profeta de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, a través del Libro de Mormón, anunciar la idea audazmente original de que el conocimiento de las verdades y doctrinas cristianas tuvo su origen entre los pueblos nativos de América mediante revelación directa de Dios; mediante la ministración personal del Señor Jesucristo, después de su resurrección de entre los muertos; y por el hecho de estar en posesión de antiguas escrituras que, para los nefitas no menos que para los judíos, daban a conocer el plan de redención de Dios para la humanidad mediante el sufrimiento personal y la resurrección de su Hijo Jesucristo.
Sostengo que la misma originalidad y audacia de estas afirmaciones respecto a los medios directos por los cuales los pueblos de la América antigua recibieron su conocimiento de las verdades cristianas—y que tan ampliamente trascienden las tímidas y tentativas especulaciones de los hombres, incluso de los más inteligentes y valientes—tienen en sí mismas un aire de verdad profundamente convincente; además, no puedo evitar creer que la originalidad en lo que respecta a cosas como las aquí señaladas: la estructura, los nombres, la manera en que salió a la luz, su relato del poblamiento de América, la natividad de los pueblos americanos, y finalmente esta explicación sobre la existencia de ideas cristianas entre las razas nativas americanas, tiene una importancia inmensamente mayor que la originalidad meramente en la fraseología o el estilo de redacción.
























