Un Nuevo Testigos de Dios Volumen 3


Capítulo 14

Pruebas internas.—El espíritu del Libro


“Ya no puedo recordar los libros que he leído más de lo que puedo recordar las comidas que he ingerido”, dijo Emerson, “pero me han hecho lo que soy”. De esta manera, el filósofo estadounidense reconoce la simple verdad de que la lectura de libros tiene algo que ver con la formación del ser humano—que afectan la mente. Un libro tiene un espíritu tan claramente como una pintura o una escultura poseen “sentimiento”; por supuesto, me refiero a una verdadera obra de arte, en la cual ha penetrado algo del alma del artista. Se dice que lo mejor de una pintura o escultura es aquello que no se puede describir; así también, la mejor parte de un libro es su espíritu, el cual puede no ser siempre describible. Y esa cualidad esquiva y misteriosa que llamamos su espíritu puede surgir de algo totalmente ajeno a su retórica, lógica o dicción. Puede ser incluso como la voz de Dios: no en el fuerte viento que rompe los montes y quiebra las peñas delante del Señor; no en el terremoto, ni en el fuego; sino en la voz apacible y delicada que sigue al viento, al terremoto y al fuego.
Así también con un libro: su espíritu puede deber su existencia a su simple verdad—al espíritu de verdad en aquellos que lo hicieron.

“¿Te has detenido a pensar alguna vez”, decía un escritor en una de nuestras revistas populares—”¿te has detenido a pensar cuál es el efecto de un libro sobre tu mente? ¿Tu mente es más pura por ello, o más clara? ¿Te ha llenado de imágenes buenas o malas? ¿Ha elevado tu norma o la ha rebajado? Todo libro que lees y entiendes te afecta para bien o para mal. Tiene algún efecto sobre ti, y si eres sensato, estás obligado a averiguar cuál es”.

En común con todos los libros, el Libro de Mormón tiene su espíritu, produce sus efectos sobre la mente de los hombres; y como afirma ser una obra escrita originalmente y también traducida por inspiración de Dios, y trata principalmente de cosas sagradas, se espera que el espíritu de este libro tenga no solo una buena, sino incluso una influencia divina; que sea de carácter edificante para la fe, disipador de dudas, portador de consuelo. Sus efectos sobre la mente de los hombres, por tanto, pueden ser otra prueba de su pretensión a un origen divino; y a esa prueba lo someto ahora.

En su obra titulada Mi primera misión, el fallecido presidente George Q. Cannon hace la siguiente declaración respecto a la influencia que ejerció sobre su espíritu la lectura del Libro de Mormón, bajo las difíciles condiciones en que se hallaba mientras servía como misionero en las Islas Hawaianas:

Algunos de mis lectores pueden encontrarse en circunstancias similares a las que me rodearon parte del tiempo en las Islas Sandwich, y puede ser provechoso contarles cómo me mantuve sin perder el ánimo ni sentir nostalgia por el hogar. Mi amor por el hogar es naturalmente muy fuerte. Durante el primer año después de dejarlo, apenas podía pensar en él sin que mis sentimientos me dominaran. Pero allí estaba yo, en una tierra distante, entre un pueblo cuya lengua y costumbres me eran desconocidas. Su misma comida era ajena para mí, y diferente a cualquier cosa que antes hubiera visto o probado. Estaba separado gran parte del tiempo de mis compañeros, los élderes. Hasta que dominé el idioma y comencé a predicar y bautizar al pueblo, era en verdad un extraño entre ellos.

Antes de comenzar a realizar reuniones regulares, tenía mucho tiempo para meditar y repasar todos los acontecimientos de mi corta vida, y para pensar en el querido hogar del cual estaba tan lejos. Fue entonces cuando descubrí el valor del Libro de Mormón.

Era un libro que siempre amé. Si me sentía inclinado a la soledad, al desánimo o a la nostalgia, solo tenía que acudir a sus sagradas páginas para recibir consuelo, nueva fortaleza y una rica efusión del Espíritu. Difícilmente había una página que no contuviera ánimo para alguien como yo. La salvación del hombre era el gran tema sobre el cual escribían sus autores, y por ello estaban dispuestos a soportar toda privación y hacer todo sacrificio.

¿Qué eran mis pequeñas dificultades comparadas con aquellas aflicciones que ellos tuvieron que soportar? Si esperaba compartir la gloria por la cual ellos lucharon, podía ver que debía trabajar con el mismo espíritu. Si los hijos del rey Mosíah pudieron renunciar a su elevada posición e ir entre los degradados lamanitas para trabajar como lo hicieron, ¿no debía yo laborar con paciencia y devoto celo por la salvación de estos pobres hombres rojos, herederos de la misma promesa?

Permítanme recomendar este libro, por tanto, a jóvenes y ancianos, si necesitan consuelo y ánimo. Especialmente puedo recomendarlo a quienes están lejos de casa en misiones. Ningún hombre puede leerlo, participar de su espíritu y obedecer sus enseñanzas sin llenarse de un profundo amor por las almas de los hombres y un ardiente celo por hacer todo lo que esté en su poder para salvarlas.

En la experiencia y sentimientos expresados en el pasaje anterior, el élder Cannon no hace más que dar voz a la experiencia y sentimientos de muchísimos Santos de los Últimos Días, incluidos miles de misioneros que han sentido todo lo que él ha descrito con respecto a los efectos del Libro de Mormón sobre su espíritu. Las experiencias de esta multitud de creyentes pueden invocarse con toda propiedad como evidencia del efecto del libro sobre sus mentes; y no puedo menos que creer que también constituyen evidencia de su veracidad. Hombres han acudido al Libro de Mormón en la desolación, y se han marchado animados; han acudido a él en la tristeza, y han salido consolados; han acudido a él en momentos cuando estaban abrumados por las brumas que las especulaciones de los hombres a veces lanzan sobre la verdad, y han salido de sus páginas iluminados—con la fe, la esperanza y la caridad renovadas. Les ha generado una fe más firme en Dios. Ante su espíritu, la duda se desvanece. Sus normas morales y espirituales se hallan entre las más elevadas y nobles. En verdad, su moralidad es tan perfecta que nadie ha podido presentar queja alguna en su contra por defecto moral; y sin duda fue una conciencia de esa excelencia moral lo que llevó al profeta José Smith a declarar en una ocasión, en consejo con el Cuórum de los Doce Apóstoles, que el Libro de Mormón era el libro más correcto sobre la faz de la tierra, y que un hombre podía acercarse más a Dios obedeciendo sus preceptos que los de cualquier otro libro en absoluto.

Si en sus partes históricas los creyentes encuentran que trata de hechos que exhiben egoísmo, ambiciones impías y todas las locuras y crímenes comunes a todos los tiempos, naciones y razas, nunca encuentran que el tratamiento de tales cosas en el libro sea de un tipo que ensalce hechos malvados o consagre el crimen, y mucho menos que canonice a los viciosos. En sus páginas, las cosas se ven a la luz de la verdad. No hay evasivas: los actos malos reciben su justa condena en el lenguaje sencillo y directo de sus hombres inspirados. Para los creyentes, el Libro de Mormón difiere de los libros de los hombres como difieren las obras de la naturaleza de las obras del hombre. ¡Y con qué alivio los hombres de profunda naturaleza espiritual se apartan de las obras de los hombres para volverse a las de la naturaleza! De parques artísticos, al desordenado desierto natural; de jardines bien cuidados, a las llanuras áridas o valles salvajes; de lagos artificiales con bordes de pasto, a un vasto cuerpo de agua enmarcado por montañas, de profundidades desconocidas y maravillosa coloración; de las ciudades abarrotadas, con su bullicio y conflicto, a las cumbres montañosas o a la orilla solitaria del océano, donde el alma liberada en soledad puede tener comunión con su Dios—donde lo profundo llama a lo profundo, y se reúne inspiración para las batallas de la vida.

Todo esto y más encuentran los creyentes en las páginas del Libro de Mormón, y el libro que respira tal espíritu debe tener, sin duda, algo de divinidad en sí; y la existencia del espíritu divino en el libro debe ser una evidencia de que sus afirmaciones son sinceras, y su contenido verdadero. De lo contrario, tendríamos que creer que los hombres recogen uvas de los espinos y higos de los abrojos; que fuentes impuras envían aguas puras.

Sin embargo, se me dirá que la clase de testigos a los que se apela aquí—es decir, esos creyentes en el Libro de Mormón que reciben de sus páginas ese consuelo espiritual—son en su mayoría personas sencillas, que aportan poco o nada en cuanto a erudición al examinar el libro; y que pocos de ellos se detienen alguna vez a considerarlo de manera completamente analítica. No negaré esta afirmación; en verdad, me regocijo en ese hecho; y creo estar justificado en tal regocijo, ya que me parece que toma parte del tono de aquella alegría que expresó Jesús cuando dijo, en ocasión del júbilo de algunos de sus discípulos sencillos por poseer ciertos dones espirituales: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó”.

El hecho de que esta gracia y consuelo espiritual procedente del volumen de la escritura americana sea disfrutado principalmente por personas de espíritu humilde, es para mí una evidencia de que cierta verdad expresada por los apóstoles antiguos es universal en su naturaleza—válida en todas las épocas y entre todos los pueblos, a saber:

“Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.”

Cuando se habla del orgullo, los oyentes suelen pensar, principalmente, en el “orgullo por la riqueza”—la altivez del rico en virtud del poder que el dinero otorga; o piensan en el “orgullo de cuna”—la distinción que proviene del accidente del nacimiento; o en el “orgullo político”, nacido del cargo cívico; o quizá en el “orgullo del valiente y fuerte”, satisfecho por el reconocimiento en altos rangos militares. Pero hay otro tipo de orgullo que quizá sea aún más ofensivo para Dios que cualquiera de los anteriormente mencionados. Me refiero al “orgullo intelectual”—el orgullo del saber, de la opinión; el orgullo que tan a menudo acompaña al hombre docto del mundo, que aún no ha avanzado tanto en su aprendizaje como para adquirir esa humildad de espíritu que pertenece con justicia, y que al final se hallará en todo verdadero saber profundo. Por mi parte, no puedo imaginar nada que ofenda más la majestad de Dios que un hombre, con su poder intelectual limitado, presumiendo emitir juicio y rechazar las cosas de Dios porque, a su parecer, tales cosas no se ajustan a su idea de lo que deberían ser; o porque el modo en que se revelan no concuerda con la manera en que él piensa que Dios debería comunicar sus verdades. Tal orgullo siempre ha separado, y siempre separará, a los hombres de recibir conocimiento por medio de comunicación divina. Mientras tanto, los mansos y humildes de espíritu, cargados por el sentido de sus propias limitaciones, hallan gracia, iluminación espiritual y consuelo en las cosas que Dios revela; y muchas veces alcanzan tesoros ocultos de conocimiento, e incluso de sabiduría, desconocidos para los orgullosos intelectuales a quienes Dios resiste.

En este contexto, también debe recordarse el tipo de personas para quienes fue preparado especialmente el Libro de Mormón. Aunque es una revelación para todo el mundo, y contiene verdades profundas cuya hondura la sabiduría humana aún no ha sondeado, fue diseñado primordialmente para las razas nativas americanas, entenebrecidas, caídas del alto estado que sus antepasados una vez tuvieron ante Dios; y su sencillez y poder edificante constituirán aún una poderosa herramienta para llevar a esas razas al conocimiento de Dios, y a una verdadera comprensión de su relación con Él. Por tanto, digo que es eminentemente apropiado que este libro sea de tal carácter que pueda apelar a la comprensión de los sencillos y de aquellos que están dispuestos y felices de ser enseñados por Dios. Además, en todo caso, la religión es, y debe ser, un “asunto sencillo”, ya que aun entre las naciones altamente civilizadas hay muchos iletrados que solo pueden entender lo que es simple, y la religión concierne por igual al ignorante y al instruido, al pobre y al rico. Pero tan claro hasta el punto de ser simple como es el Libro de Mormón, cuando los hombres se dan cuenta de su poder para calmar la mente, animar el corazón, elevar el alma, acuden a sus páginas en busca de ayuda, como los cojos, ciegos y enfermos solían acudir a la antigua piscina de Betesda, cuyas aguas habían sido tocadas por un ángel y dotadas de virtudes sanadoras.

El espíritu del Libro de Mormón, entonces, su benéfica influencia sobre la mente de los hombres, se cuentan entre las evidencias más fuertes de su veracidad. Esto se hace aún más evidente si el lector recuerda que dicha influencia no surge de la destreza de su construcción; pues su estructura, según la visión humana de los libros, es compleja, confusa y torpe. Su espíritu e influencia no surgen de un tratamiento estrictamente lógico de los acontecimientos históricos, y mucho menos de su tratamiento filosófico; comparado en estos aspectos con las obras de Hume, Macaulay, Gibbon, Hallam o George Bancroft, podría estimarse como despreciable. Tampoco los efectos beneficiosos del libro sobre la mente de los hombres proceden de su retórica, de la belleza de su dicción o de la agradable corrección de su lenguaje; en todos estos puntos se admite que tiene defectos; posee pocas o ninguna de esas excelencias meramente humanas por las cuales pueda ser deseado. Cualquiera sea el poder que tenga para alegrar, consolar y animar a los hombres; cualquiera sea su poder para edificar la esperanza, crear fe o promover la caridad, no existe en virtud de sus excelencias humanas, sino a pesar de su ausencia; por lo tanto, tal influencia benéfica debe atribuirse al Espíritu de Dios en el cual fue escrito y por el cual está impregnado; y en virtud de la presencia de ese espíritu en él, el libro mismo debe considerarse de origen divino.

La poesía que ha inspirado el Libro de Mormón

Como era de esperarse, el Libro de Mormón ha inspirado considerable poesía entre aquellos que lo han aceptado como una revelación de Dios; y como estas composiciones pueden revelar algo de su influencia sobre mentes de temperamento poético, presento algunas de ellas.

Primero cito a Parley P. Pratt, uno de los primeros poetas de la Nueva Dispensación y uno de sus más fervientes apóstoles. En su Llave de la Teología, una de las obras más luminosas publicadas por la Iglesia, al tratar sobre el “Origen, Progreso y Decadencia de la Ciencia de la Teología en el Hemisferio Occidental”, abre ese capítulo con lo siguiente:

El mundo espiritual se conmueve, el silencio se rompe,
los antiguos videntes desde la tierra han hablado.
Los años señalados han pasado con las alas del tiempo,
y voces susurran desde los antiguos muertos.
Volúmenes de verdad rinden los archivos sagrados,
el pasado, el glorioso futuro, se revelan ante nosotros.

Fue la revelación del Libro de Mormón y las verdades históricas que revela respecto a las bendiciones del Señor sobre Israel lo que inspiró el siguiente himno:

El alba se levanta, las sombras huyen;
¡He aquí! el estandarte de Sion ondea.
Amanece un día más brillante
Que majestuoso se levanta sobre el mundo.

Las nubes del error desaparecen
Ante los rayos de la verdad divina;
La gloria, surgiendo desde lejos,
Pronto brillará ampliamente sobre las naciones.

La plenitud gentil ahora llega,
Y las bendiciones de Israel están a la mano;
¡He aquí! el remanente de Judá, limpio de pecado,
Permanecerá en su Canaán prometido.

¡Jehová habla! que la tierra escuche,
Y las naciones gentiles se vuelvan y vivan;
Su poderoso brazo se descubre,
Para recibir a su pueblo del convenio.

Ángeles del cielo y verdad desde la tierra
Se han encontrado, y ambos han dado testimonio;
Así la luz de Sion está brotando,
Para alegrar el feliz regreso de sus hijos.

El siguiente himno también fue inspirado por el Libro de Mormón:

Un ángel desde lo alto,
El largo, largo silencio rompió,
Descendiendo desde el cielo,
Estas palabras de gracia pronunció:

¡He aquí! en la solitaria colina de Cumorah,
Un registro sagrado yace oculto.

Sellado por la mano de Moroni,
Ha yacido por siglos,
Esperando el mandato del Señor,
Para hablar nuevamente desde el polvo.

Nuevamente saldrá a la luz,
Para iniciar el reinado de Cristo en la tierra.

Habla de la descendencia de José,
Y da a conocer el remanente
De naciones hace mucho tiempo extintas,
Que una vez habitaron solas.

La plenitud del evangelio, también,
Sus páginas revelarán a la vista.

El tiempo ahora se ha cumplido,
El día largamente esperado;
Que la tierra obedezca,
Y las tinieblas huyan;

Abran los sellos, sea desplegada
Su luz y gloria al mundo.

¡He aquí! Israel lleno de gozo,
Será ahora recogido en su hogar,
Sus riquezas y recursos empleará
Para edificar Jerusalén;

Mientras Sion se levantará y brillará,
Y llenará la tierra con verdad divina.

También el siguiente poema, sobre la destrucción de los nefitas
y la gloria que aún vendrá a su posteridad:

¡Oh, quién que ha visto sobre la vasta llanura,
Y ha leído las últimas escenas de aflicción?
Veinticuatro con Mormón quedaron
Para contemplar su nación yaciendo bajo tierra.

Los nefitas destruidos, los lamanitas habitaron
Por siglos en pena desconocida,
Generaciones pasaron hasta que por fin los gentiles
Dividieron sus tierras como propias.

¡Oh, quién que ha visto sobre la vasta llanura,
A los lamanitas vagar desolados,
Mientras los gentiles con orgullo y opresión dividen
La tierra que una vez fue suya;

Y quién que cree no anhela la hora
Cuando el pecado y la opresión cesen,
Y la verdad, como el arco iris, brille tras la tormenta,
Esa brillante promesa escrita de paz?

Oh, tú raza tan afligida y doliente,
¡Los días de tu tristeza terminarán!
El Señor te ha declarado remanente suyo,
Descendiente de Abraham, su amigo.

Tus piedras con hermosos colores gloriosos estarán,
Y zafiros resplandecerán alrededor,
Tus ventanas de ágatas, en esta tierra gloriosa,
Y tus puertas llenas de carbunclos.

Con cantos de regocijo volverás a Sion,
Y el dolor y el suspiro huirán,
El poder del cielo descenderá entre ustedes,
Y Cristo estará en el centro.

Y entonces todos los atalayas verán ojo a ojo,
Cuando el Señor traiga a Sion de nuevo,
El lobo y el cabrito juntos yacerán,
Y el león morará con el cordero.

La tierra se llenará del conocimiento de Dios,
Y nada herirá ni destruirá,
Y estas son las nuevas que debemos proclamar,
¡Buenas nuevas que rebosan de gozo!

Después del élder Pratt, el más prolífico de los primeros poetas de la Iglesia, y quizás quien captó con mayor fidelidad el genio de la obra y lo expresó en forma poética, fue W. W. Phelps. Él compuso el siguiente poema inspirado en el Libro de Mormón:

¡Oh, detente y dime, Hombre Rojo,
¿Quién eres, por qué deambulas,
Y cómo te ganas la vida;
Acaso no tienes Dios ni hogar?

De estatura recta y gallarda,
Ataviado en su orgullo nativo,
Con plumas, pinturas y broches,
Me respondió con gusto:

“Una vez fui el plácido Efraín,
Por quien Jacob oró;
¡Pero, oh, cómo se desvanecen las bendiciones,
Cuando el hombre de Dios se apartó!

Antes de que vuestra nación nos conociera,
Hace ya miles de lunas,
Nuestros padres cayeron en tinieblas,
Y vagaron de un lado a otro.

Y por mucho tiempo han vivido de la caza
En lugar del arte y del trabajo,
Y así nuestra raza ha menguado,
A corazones indios ociosos.

Sin embargo, la esperanza en nosotros perdura,
Como si el Espíritu hablara,
Vendrá por vuestra redención,
Y romperá vuestro yugo gentil.

Y todos vuestros hermanos cautivos,
De cada clima vendrán,
Y dejarán sus costumbres salvajes,
Para vivir con Dios en su hogar.

Entonces el gozo llenará nuestros pechos,
Y las bendiciones coronarán nuestros días,
Para vivir en religión pura,
Y cantar alabanzas a nuestro Creador.”

De nuestros poetas más recientes, el élder Orson F. Whitney, del Cuórum de los Doce, ha celebrado más que ningún otro el volumen escritural nefita en su gran poema “Elías”. Un canto completo (el VI) está dedicado al Libro de Mormón, bajo el título “Desde el polvo” (From Out the Dust). En este canto, el élder Whitney desarrolla todo el tema de América como tierra de promisión:

El Viejo Mundo, no el Nuevo—este suelo mal llamado;
Cuna del hombre y tumba de vastas naciones,
Cuya gloria, riqueza y sabiduría sobrepasaron
A los imperios más poderosos, presentes y pasados;
La tierra donde habitó Adán, donde el Edén arrojó
Desde su puerta flamígera a la pareja fatídica
Que cayó para que el hombre pudiera ser; caída aún casta,
Aunque pecaron, descendiendo la temida escalera de la muerte
Para arrojar la escala de la vida, y preparar la obra y camino del Amor.

Sobre los decretos de Dios respecto a la tierra, escribe:

El Dios de la libertad, Dios de la justicia, juró
Que ningún tirano profanaría esta tierra escogida;
Y las naciones aquí, que por un tiempo portaron
La palma del poder, debían ser justas mientras tanto,
O el alud de la ruina sobre ruina se acumularía.

Raza tras raza ha perecido en su orgullo,
Y naciones tan luminosas como las luces del cielo
Han pecado y se han hundido, en suicidio temerario,
Sobre este suelo, desde que esa palabra terrible fue dada.

Reinos desgarrados por batallas y regiones asoladas por tempestades;
La tierra barrida por la ira, por siglos desolada;
Un remanente miserable, desgastado, endurecido y expulsado
Por las furias de un destino vengativo;
Hasta que la maravilla pregunta en vano: ¿Qué fue de su antiguo estado?

¿Deseas saber la causa, el árbol de upas que trajo
La plaga de la desolación? Es un tema
Capaz de derretir el corazón de la Tierra, y mover a todo el Cielo a derramar
Con las ondas temblorosas del dolor, como cuando supremo
Sobre el Lucifer caído, el generoso torrente
De tristeza casi apagó la alegría de la victoria.

Observa cómo los anales de los siglos rebosan
De repetición. El tiempo, la eternidad,
Lo han enseñado de igual forma; pero, ¡ay!, pocos ven la lección.

Hay un pecado llamado egoísmo, que ata al mundo
Con cadenas funestas, más fuertes que todo salvo la verdad;
Un pecado muy serpentino, que envuelve a todos los hombres,
Y en su abrazo fatal la tierra se retuerce largo tiempo;
Gran causa inicial del crimen, raíz primordial del mal,
Padre del orgullo y árbol de la tiranía.

A ti te pertenece poner el hacha.
¡Golpea, para que el mundo conozca la libertad,
Y la tierra de Sion sea en verdad una tierra de Sion!

El poeta trata sucesivamente la ocupación jaredita y nefita del mundo occidental, en la misma noble corriente poética. Cierra el período jaredita con estos versos, celebrando los últimos actos de los dos sobrevivientes de la nación jaredita, Ether el Profeta y Coriantumr, el último de los reyes jareditas:

Usurpando la traición, se apoderó del timón cívico,
El error pisoteó el derecho, y la justicia y el juicio huyeron.
Luego la contienda, la división, llevó a los ejércitos a la batalla;
Los profetas, burlados, levantaron su voz de advertencia en vano;
Un continente empapado en sangre, un mar de muertos,
Y de esa gran nación, caída, autodestruida.
Un profeta y un rey, una pareja solitaria.

Ese profeta vio la venida del Señor
A la Antigua, la Nueva, Jerusalén;
Vio a Israel regresar por Su palabra
Desde dondequiera que Su voluntad los hubiera dispersado;
Vio la vasta ruina del reino, y luchó por detenerla.
Ese rey, único descendiente de una raza masacrada,
Arrojando su espada ensangrentada y su diadema,
Vivió solo para ver a otra nación colocar
Firme el pie sobre la tierra, luego desapareció de su rostro.

La llegada de la colonia nefita se narra de la siguiente manera:

De nuevo a través del desierto de olas,
Surcando el viejo Este y el aún más antiguo Oeste,
Donde el mar solitario baña la florida Tierra del Sur,
Y corona sobre muchas tierras la reina chilena,
Desafiando la ola, una embarcación sacudida por la tormenta se ve.
Desde la condenada Jerusalén, hacia el querido Jacob,
Aunque leproso, a tientas, ciego, impuro,
Sale el pionero profeta de Manasés,
Predestinado a desvelar el hemisferio oculto.

A él le toca cosechar y sembrar en esta lejana orilla
La promesa de sus padres. La rama de José,
De la fuente de Jacob, la pared de olas se extiende.
Perdura con fuerza el arco herido por el arquero,
Hasta el límite más lejano prevalece ahora,
De las colinas celestiales que invitan al cielo de Hesperia. Cosecha de gavillas
De Israel, como ramas dobladas con nieve,
Hasta su gavilla como la más poderosa; y como hojas
Por su multitud, el hijo teje la gloria del gran padre.

Los cataclismos que ocurrieron en este mundo occidental durante la crucifixión y sepultamiento del Mesías y Su posterior venida al mundo occidental, Su enseñanza del evangelio aquí y el establecimiento de Su Iglesia, son relatados por nuestro poeta en los siguientes versos.

Todo esto y más vio el monarca vidente;
Al mismo Mesías, Jehová, Él contempló;
El Cordero de Dios, en quien no hubo falla,
Aunque las negras olas del Odio a su alrededor rugieran y se alzaran;
El árbol de la vida—imperecedero, aunque abatido por demonios;
El estruendo resonando hasta esta lejana orilla,
Cuyo remanente purificado lo recibió revelado
En gloria resucitada, cuando cesó el rugido
Y la furia de la tempestad enviada por heraldos anteriores.

A cuya reprensión se inclinaron los altivos montes,
Segados por el torbellino, hundidos o arrasados,
Ya su ceño no infundía temor en los valles humildes,
Que se alzaban como olas en la furiosa refriega,
Y golpeaban contra los cielos con su rociada polvorienta.

Rocas, peñascos, colinas—ninguna fuerza titánica podría levantarlos—
Se lanzan como guijarros en el juego del demonio de la tormenta.
La tierra abre sus fauces, y por la grieta abierta,
Ciudades, pueblos, desaparecen, privados de esperanza y de vida.

Tres horas de tormenta y tres días de noche;
Oscuridad espesa, estallidos de truenos y relámpagos;
Millones tragados, millones en postración total,
Reptando como esclavos que sienten o temen el látigo,
Mezclando sus lamentos y gritos con el crujido y estruendo
De peñascos lanzados por la catapulta del ciclón,
Cuyas aulladoras trillas golpean campos y bosques.

Salvaje sobre la tierra, se hincha la cólera del Océano despertado;
La lengua profética de la Llama predice el juicio final.

Tres horas de lucha tempestuosa—luego todo queda en silencio.
Salvo una Voz que todo el universo podría oír,
Proclamando lo ocurrido como voluntad suprema del Cielo,
Otorgando perdón y disipando el temor,
Atrayendo a los justos más cerca y más cerca.

Luego alza Él el telón del cielo.
El sol del mediodía ya no es su ministro;
Uno mayor ha surgido; y las glorias se multiplican
Mientras ángeles vuelan en su mirada entre la tierra y el cielo.

Los saluda como un pastor a su rebaño;
Les muestra Su costado herido, Sus manos, Sus pies;
Entonces edifica Su Iglesia sobre la Roca quebrantada,
Donde fluyen las aguas sanadoras de la vida, límpidas, dulces,
Como la inocencia infantil que se regocija en encontrar
A su Gran Original. Con mano santa
Ministra, ordena a la muerte y al infierno que retrocedan,
Y escoge a doce de entre los santos congregados
Para sembrar con la luz del evangelio la tierra surcada por el llanto.

Luego sigue la narración de la edad de oro nefita, y tras ella un período de apostasía de Dios y la derrota final del pueblo, concluyendo con la llegada de las razas gentiles a la tierra prometida y el advenimiento del Vidente, José Smith, quien dará a conocer, mediante el Libro de Mormón, la historia —hasta entonces desconocida— del mundo occidental.

Llega el gentil, como el destino decreta,
A la tierra de José, llena de maravillas reservadas.
La libertad es su consigna; hijos de la libertad son estos,
Como aquellos grupos favorecidos que, mucho tiempo antes,
Hallaron refugio en esta costa protectora.

Pero los campeones del derecho a menudo tuercen la justicia;
Los oprimidos se vuelven opresores en una hora;
Y ahora, como el día que empuja a la noche,
Los fuertes atacan, esclavizan y expulsan a los débiles.

Ni aun así puede el destino abandonarlos. La mano de Jafet
Contra el remanente de Jacob, destinado a la ira, aún prevalece.
Tiranos lo oprimen desde la tierra madre;
El Señor de los ejércitos arma y reviste a un campeón,
Contra cuya fuerza ningún poder humano es eficaz;
Ni causa ni caudillo más grandiosos han surgido jamás.
Una nación recién nacida lo aclama como su padre,
Y con gusto lo coronaría, pese a su voluntad, pese a su cuna,
Si el cielo concediera tal rey para avergonzar a los reyes de la tierra—

Reales aunque a menudo renegados hijos de la Deidad,
Constructores, destructores de tronos imperiales,
En actos injustos de libre albedrío justo,
Empapando con sangre, pavimentando con huesos humanos
El camino hacia el poder, lúgubre con lágrimas y gemidos.

¿Fueron sus vidas un fracaso? ¿Dios un fracaso? No;
Sea lo que fuere, el alma que peca expía;
Y Aquel que reparte los papeles que todos los mortales actúan,
Siempre tiene éxito; suya es la noche, y suyo es el día.

Tus antecedentes, tus precursores, son estos,
Profeta de Efraín, vidente homónimo de José.
Más que aquellos antiguos que cruzaron los mares,
Revelador del hemisferio largamente oculto,
Cuyo secreto yace aquí registrado y sepultado.

Saca a la luz esa palabra de José, ahora para unirse
Con la palabra de Judá, para erigir el trono del Mesías;
Para que se eleve en santidad y brille en lo alto
La casa de Dios, el reino del Rey divino, formado por los puros de corazón.

El canto completo, y de hecho todo el poema, debe leerse para captar plenamente la belleza y el poder del tema del poeta, en el cual el Libro de Mormón es una fuente importante de inspiración.

Resumen de las Evidencias Internas

Esto es todo lo que pretendo decir directamente sobre el tema de las evidencias internas de la veracidad del Libro de Mormón; lo que resta, que pueda caer apropiadamente dentro de esta división del tema, se tratará en conexión con las respuestas a las objeciones contra las afirmaciones del libro.

Sin embargo, antes de dejar el tema, pido al lector que recuerde en conjunto las diversas evidencias internas consideradas hasta ahora, para que tenga presente cuán numerosas son y cuán fuertes y concluyentes resultan cuando se presentan en conjunto.

Las Evidencias Internas del Libro de Mormón consisten en los siguientes hechos:

  • El libro, en estilo y lenguaje, es coherente con la teoría de su construcción;
  • Responde a las exigencias tanto de unidad como de diversidad en su estilo, conforme a la teoría de su estructura;
  • Tiene todas las características de un compendio o resumen;
  • Cumple todos los requisitos de las circunstancias en lo referente a nombres, originalidad de los nombres, diferencias entre los nombres jareditas y nefitas, y la costumbre del pueblo hebreo en cuanto a los nombres;
  • Sus formas de gobierno están en armonía con los principios políticos de la época en que dichos gobiernos supuestamente existieron;
  • Los acontecimientos a los que se da importancia son los que cabría esperar dado el carácter de sus escritores;
  • La complejidad de su estructura está en consonancia con la teoría de su origen;
  • Cumple los requisitos en cuanto a originalidad de su estructura, forma en que surgió, teoría del poblamiento de América, origen de sus pueblos, explicación de verdades cristianas en América y en sus doctrinas;
  • Sus profecías, numerosas e importantes, se han cumplido hasta donde el tiempo lo ha permitido, y otras están en curso de cumplimiento;
  • Trata temas dignos de que Dios los revele y que es importante que el hombre conozca;
  • Tiene una atmósfera, un espíritu, que da testimonio de su veracidad.