Capítulo 16
Objeciones al Libro de Mormón (Continuación)
I.—Errores de Estilo y Gramática
Una de las principales objeciones al Libro de Mormón desde el principio ha sido la uniformidad de su estilo literario y los defectos en su lenguaje: errores gramaticales, localismos neoyorquinos, y el uso de palabras modernas—todo ello considerado, según se afirma, injustificado en la traducción de un registro antiguo. Alexander Campbell, en su ataque al Libro de Mormón en 1831, dijo al respecto:
El libro pretende haber sido escrito en intervalos y por diferentes personas durante un largo período de 1020 años, y sin embargo, en cuanto a uniformidad de estilo, nunca ha habido un libro que evidentemente haya sido escrito más claramente por un solo conjunto de manos, ni más seguramente concebido en un solo cráneo, desde que apareció el primer libro en lenguaje humano, que este mismo libro. Si yo pudiera jurar por la voz, el rostro o la persona de un hombre que asume diferentes nombres, podría jurar que este libro fue escrito por un solo hombre. Y como Joseph Smith es un hombre muy ignorante y se le llama el “Autor” en la portada, no puedo dudar ni por un momento que él es el único “Autor y Propietario” del mismo.
Luego procede a señalar los mismos giros idiomáticos en el prefacio de la primera edición—por supuesto, de composición del propio Profeta—en el testimonio de los testigos y en varias partes del Libro de Mormón, probando, según él, la unidad de estilo y la identidad de autoría para los diversos libros que componen el volumen. También señala una gran cantidad de errores gramaticales, además de varios supuestos anacronismos, elementos modernos, etc., indicando las páginas donde ocurren los defectos. De hecho, la crítica del Sr. Campbell fue tan amplia en este punto, que proporcionó el material para este argumento contra el Libro de Mormón, el cual ha sido repetido por casi todos los escritores posteriores. Howe, por ejemplo, retoma el estribillo de la siguiente manera:
El estilo del Libro de Mormón es sui generis, y quien lo lea no tendrá duda de que todo fue ideado y escrito por la misma mano individual.
A continuación, siguen citas que él considera justifican tal conclusión.
El profesor J. B. Turner del Illinois College, en Jacksonville, Illinois, en su obra El mormonismo en todas las épocas, sigue en la misma línea y utiliza ilustraciones similares.
También John Hyde en su Mormonismo. Tal vez él sea más elaborado en su crítica sobre este punto que cualquier otro escritor antimormón, excepto Campbell.
Samuel M. Smucker también critica en el mismo sentido.
Asimismo, el reverendo M. T. Lamb dedica un capítulo a este mismo tipo de crítica.
Linn adopta el mismo argumento, y con algunas manifestaciones de regocijo, bastante impropias de un historiador serio que profesa escribir al menos una historia seria del mormonismo; pero quien, al señalar estos defectos en la construcción gramatical, etc., en ninguna parte considera con espíritu justo las evidencias que tienden a apoyar la veracidad del Libro de Mormón.
Las cosas que deben considerarse en estas objeciones son:
Primero: ¿Existe uniformidad de estilo? ¿Existen errores gramaticales? ¿Hay modernismos y localismos en el libro, y especialmente en la primera edición, ya que fue con esta edición que comenzó esta crítica? Estas preguntas deben responderse afirmativamente. La existencia de uniformidad de estilo, errores gramaticales, modernismos y localismos no puede negarse, como saben todos los que han investigado el asunto. Una comparación de las ediciones actuales con la primera edición revelará que muchos de los errores verbales y gramaticales más flagrantes han sido corregidos, además de muchos cambios sin importancia, como “which” y “that” por “who” y “whom”, y viceversa, para ajustarse al uso moderno; y aún podrían hacerse muchas más correcciones de este tipo sin cambiar en lo más mínimo el matiz de ninguna afirmación o pensamiento.
Muchos de estos cambios, quizás la mayoría, fueron realizados bajo la supervisión del propio profeta José. En el prefacio de la segunda edición publicada en Kirtland en 1837, se encuentra lo siguiente:
Las personas familiarizadas con la impresión de libros saben de los numerosos errores tipográficos que siempre ocurren en las ediciones manuscritas. Es suficiente decir que todo el contenido fue cuidadosamente reexaminado y comparado con el manuscrito original por el élder Joseph Smith, hijo, el traductor del Libro de Mormón, asistido por el impresor actual, el hermano Cowdery, quien anteriormente escribió la mayor parte del mismo según lo dictado por el hermano Smith.
En la tercera edición publicada en Nauvoo en 1840, aparece lo siguiente en la portada:
“Cuidadosamente revisado por el Traductor.”
Por supuesto, el hecho de que el Libro de Mormón se publicara en un pueblo, en una imprenta manual, y por personas sin experiencia en la edición de libros, y que las pruebas fueran corregidas por Oliver Cowdery, quien no tenía ninguna experiencia en tal labor, explica muchos de los errores verbales y gramaticales. El hecho adicional de que los empleados en el establecimiento de impresión donde se publicó el libro no eran amistosos con él, y estaban más interesados en hacerlo parecer ridículo que en entregar un trabajo bien hecho, puede explicar otros errores que aparecen en la primera edición. Pero aun haciendo todas las concesiones debidas por estas condiciones, los errores son demasiado numerosos y de una naturaleza tan estructural que no pueden explicarse simplemente por las condiciones desfavorables bajo las cuales se publicó la obra. Además, el examen de un fragmento del manuscrito original, que ahora (1909) está en posesión del presidente Joseph F. Smith, revela que muchos de los errores verbales y gramaticales están en el manuscrito, escritos tal como el Profeta los dictó.
Segundo: ¿Cómo deben explicarse estos errores en el lenguaje? ¿Cómo es posible que existan errores gramaticales en una obra que se dice fue traducida por el “don y poder de Dios, mediante el Urim y Tumim”? ¿Deben atribuirse estos errores lingüísticos al Urim y Tumim, o a Dios? ¿Es cierto, como afirma el profesor Turner, que tal es la descripción del modo en que se tradujo el Libro de Mormón, que todos los relatos “coinciden en hacer al Señor responsable no solo del pensamiento, sino también del lenguaje del libro, por necesidad del caso, ya que [quienes han descrito el modo de traducción] todos afirman que las palabras pasaban ante los ojos de Smith mientras miraba a través de las piedras traslúcidas”? ¿Debemos recordar, como el profesor nos advierte que “recordemos”, que según el relato de Smith “el Señor es responsable no solo del pensamiento, sino también del lenguaje de esta nueva traducción? ¿Las palabras de la traducción se leían a través de los lentes de piedra?”
Por mi parte, me niego a aceptar esa versión del asunto. No creo que el Señor sea responsable de ningún defecto en el lenguaje que aparezca en el Libro de Mormón ni en ninguna otra revelación. Por el contrario, me alineo con Moroni aquí: “Y ahora, si hay errores [es decir, en el registro nefitas], son los errores de los hombres.” También con Mormón: “Si hay errores, son errores de un hombre.”
Si el Señor hablara directamente al hombre sin ningún intermediario, sería razonable concluir que su lenguaje sería perfecto en cualquier idioma que hablara. Pero si, en cambio, Él eligiera un intermediario mediante el cual comunicar su mensaje al mundo, el lenguaje en que ese mensaje fuera expresado podría o no ser perfecto, según si el intermediario fuera instruido o no en el idioma mediante el cual el Señor comunicó la revelación.
Tercero: ¿Pueden estos errores verbales y gramaticales, estos modernismos y localismos, originarse en defectos equivalentes en los registros nefitas originales? Es decir,
¿pueden haberse transferido estos errores desde el antiguo idioma nefitas a nuestros modismos en inglés? Sé cuán poco razonable puede parecer tal proposición para los lectores que estén en cualquier grado familiarizados con las traducciones. Sin embargo, hablo de esto porque hay quienes simpatizan con el Libro de Mormón que sostienen que así fue. Los que adoptan este punto de vista creen que, como el Profeta usó el Urim y Tumim en la traducción del registro nefitas, entonces el proceso de traducción fue una transferencia palabra por palabra del idioma nefitas al inglés; que el instrumento hizo la traducción más que el Profeta, siendo este último simplemente quien miraba a través del Urim y Tumim como uno puede mirar en un espejo y decir lo que ve reflejado allí; y que, por tanto, la traducción fue realmente una absolutamente verbatim et literatim (palabra por palabra y letra por letra) del registro. Además, creen que como el instrumento fue designado divinamente, no podía cometer errores, y por lo tanto, si ocurren errores en la traducción al inglés, es porque estos errores estaban en el idioma nefitas tal como fue registrado por Mormón.
Como ya se ha mencionado, para quienes estén algo familiarizados con las traducciones, esto se reconoce como imposible. Saben que algo como una traducción absolutamente literal, o un traspaso palabra por palabra de un idioma a otro, está fuera de discusión; que en la mayoría de los casos, una traducción así sería carente de sentido. Doy los siguientes ejemplos del latín:
- “Aversum hostem videre” — original.
“Volteado – enemigo – ver” — palabra por palabra.
“Ver a un enemigo en retirada” — traducción. - “Non satis commode” — original.
“No – suficiente – convenientemente” — palabra por palabra.
“No muy convenientemente” — traducción. - “Ad eas se applicant” — original.
“A – estas – se – adhieren” — palabra por palabra.
“Se apoyan en estas” — traducción. - “Impii est virtutem parvi estimare” — original.
“De un impío – es – virtud – poco – valorar” — palabra por palabra.
“Es propio de un impío valorar poco la virtud” — traducción. - “Christiani est quam plurimis prodesse” — original.
“De un cristiano – es – a cuantos más – beneficiar” — palabra por palabra.
“Es deber de un cristiano hacer el bien al mayor número posible” — traducción.
Cuarto: Admitiendo, como debemos hacerlo de entrada, que existen errores verbales y gramaticales, junto con modernismos y localismos, en la traducción al inglés del registro nefitas; que el pensamiento está expresado no solo en modismos ingleses, sino también, en ocasiones, en localismos del oeste del estado de Nueva York; que todo el cuerpo de expresiones corresponde a la época y el lugar en que se realizó la traducción; y que todos los errores son de la clase que cometería una persona con las circunstancias de José Smith en cuanto al conocimiento del idioma inglés; y que estos modismos locales y errores gramaticales no se encontraban en términos equivalentes en el idioma nefitas ni fueron trasladados al inglés por medio de un proceso de traducción palabra por palabra—admitiendo todas estas cosas, ¿existe alguna manera de enfrentar eficazmente esta crítica basada en el inglés defectuoso de la traducción, y aun así mantener la verdad de que la traducción del Libro de Mormón fue realizada por un hombre inspirado por Dios, y asistido por un instrumento de designación divina?
Creo firmemente que todos estos requisitos pueden cumplirse; que, en realidad, los defectos del inglés del Libro de Mormón no constituyen ninguna dificultad real; que las dificultades, en la medida en que existen, son de nuestra propia creación (hablo de aquellos que aceptan el Libro de Mormón como un registro divino); que nuestro problema surge al haber aceptado demasiado literalmente el relato necesariamente indirecto, dado por Martin Harris y David Whitmer, sobre el modo en que se realizó la traducción. Debido a que se ha dicho que el Profeta veía los caracteres nefitas en el Urim y Tumim; que la traducción aparecía en inglés debajo de esos caracteres; que el Profeta leía la traducción al escriba y que tanto los caracteres como la traducción permanecían en el Urim y Tumim hasta ser escritos—debido a esta descripción del modo de traducción, nuestros opositores han insistido—y nosotros, con nuestro silencio, lo hemos concedido en cierta medida—en que José Smith no tuvo nada que ver con la traducción, salvo ver lo que el instrumento revelaba y repetirlo como un loro; por tanto, se ha concluido por parte de nuestros opositores que la traducción debe atribuirse enteramente al Urim y Tumim; y como es irrazonable pensar que Dios, o un instrumento divino provisto por Él para el propósito de traducir idiomas desconocidos—es decir, que Dios, directa o indirectamente, pudiera ser acusado de estos errores en inglés—han argumentado que la traducción no fue inspirada; que Dios no tuvo nada que ver con ella; que las pretensiones de José Smith eran blasfemas, y que el Libro de Mormón es falso.
A esta afirmación de nuestros opositores no hemos respondido, en general, creyendo que el argumento tenía poca o ninguna fuerza (lo cual, a mi juicio, es un error), o bien hemos argumentado débil y vanamente que los errores estaban en los registros nefitas originales, y que fueron trasladados en su totalidad a la traducción, lo cual es una absurdidad.
El fundamento para responder a esta objeción y el argumento que la sustenta fue establecido en el Volumen I, capítulo VII de esta obra, donde se argumenta que la traducción del Libro de Mormón no fue simplemente un proceso mecánico en el cual el instrumento Urim y Tumim hacía todo y el Profeta nada, salvo entregar al escriba la traducción que aparecía en el instrumento divino. Se cita allí la descripción del Señor sobre el modo de traducir mediante el Urim y Tumim como prueba de que la traducción no fue mecánica; que, por el contrario, requirió profundo pensamiento, el uso, de hecho, de todos los poderes mentales y espirituales del traductor; que era necesario que estuviera en un estado mental elevado para obtener el significado de los caracteres nefitas. Ahora bien, el pensamiento y las ideas las obtenía mediante un esfuerzo mental concentrado, bajo la inspiración de Dios; pero el lenguaje en el que la traducción era concebida mentalmente estaba compuesto por palabras y formas de expresión que José Smith podía utilizar; y esta traducción mental, en lenguaje, probablemente se reflejaba en el Urim y Tumim, donde permanecía hasta ser escrita por el escriba. Y ahora, dado que el Profeta José era una persona sin educación formal en el momento de traducir el registro nefitas, el lenguaje de su traducción estaba en el inglés defectuoso de alguien con sus circunstancias, y correspondía al período y lugar donde se realizó la traducción. Esto lo considero una respuesta completa a todas las objeciones que puedan hacerse basadas en el inglés defectuoso del Libro de Mormón, y es la única respuesta que puede darse con éxito. Los errores que existen son errores de hombres, no de Dios. Tal es la respuesta a este tipo de objeciones cuando se hacen contra las escrituras, porque este tipo de objeción no se limita al Libro de Mormón. Se ha planteado con casi igual fuerza contra la Biblia. De hecho, no faltan quienes afirman que el lenguaje humano, oral o escrito, es inadecuado para transmitir una revelación de Dios.
“El lenguaje humano” —dice uno de ellos— “ya sea en el habla o por escrito, no puede ser el vehículo de la palabra de Dios. La palabra de Dios existe en otra cosa. Aunque el libro llamado la Biblia sobresaliera en pureza de ideas y expresión sobre todos los libros existentes en el mundo, no lo tomaría como mi norma de fe, como siendo la palabra de Dios, porque la posibilidad de que se me engañara seguiría existiendo.”
Y nuevamente, el mismo autor dice:
“El lenguaje humano, más aún al no existir un lenguaje universal, es incapaz de ser usado como un medio universal de información inmutable y uniforme, y por tanto no es el medio que Dios utiliza para manifestarse universalmente al hombre. Solo en la Creación pueden unirse todas nuestras ideas y concepciones de una palabra de Dios. La creación habla un lenguaje universal, independientemente del habla humana o del lenguaje humano,
tan variados y múltiples como estos sean. Es un original siempre existente, que todo hombre puede leer.”
Se podría objetar a este escritor debido a la naturaleza irreverente de su crítica a la Biblia, pero, no obstante, en el párrafo anterior representa las opiniones de una clase muy numerosa de personas—una clase que, me temo, está aumentando en lugar de disminuir en número.
Este autor ataca el Libro de Isaías de la siguiente manera:
Quien se tome la molestia de leer el libro atribuido a Isaías encontrará que es una de las composiciones más desordenadas y extravagantes jamás reunidas; no tiene ni principio, ni medio, ni fin; y, excepto por una breve parte histórica y algunos bocetos de historia en dos o tres de los primeros capítulos, es un discurso continuo, incoherente y grandilocuente, lleno de metáforas exageradas sin aplicación y carente de sentido; ni siquiera a un escolar se le excusaría por escribir tales cosas; es (al menos en traducción) ese tipo de composición y mal gusto que propiamente se llama prosa enloquecida.
Refiriéndose al volumen completo de las escrituras hebreas, nuestro autor dice:
Por mi parte, mi creencia en la perfección de la Deidad no me permite creer que un libro tan manifiestamente oscuro, desordenado y contradictorio pueda ser obra suya. ¡Yo mismo puedo escribir un libro mejor!
Otros autores de la misma escuela, y con el mismo espíritu, atacan las escrituras hebreas. ¿Cuál es la respuesta a tales ataques? Afortunadamente, sobre este punto, tengo a mano las opiniones recientemente expresadas por un hombre muy erudito y de alta reputación, el reverendo Joseph Armitage Robinson, D. D., Deán de Westminster y capellán del rey Eduardo VII de Inglaterra. En una reciente conferencia pronunciada en la Abadía de Westminster sobre el tema “Cómo se escribió la Biblia”, dijo:
El mensaje del Antiguo Testamento no fue escrito por mano divina, ni dictado por una compulsión externa; fue sembrado en los corazones de los hombres y hecho crecer en un suelo fértil. Y luego se les requirió que lo expresaran en su propio lenguaje, conforme a sus métodos naturales y de acuerdo con el nivel de conocimiento que su época había alcanzado. Sus facultades humanas fueron purificadas y avivadas por el Espíritu Divino; pero hablaron a su tiempo en el idioma de su tiempo; pronunciaron un mensaje espiritual, adaptado a la experiencia de su época, un mensaje de fe en Dios y de justicia como exigencia de un Dios justo.
Asimismo, Lyman Abbot, en una serie de conferencias sobre “La Biblia como literatura”, dice:
Ni en la teología antigua ni en la moderna hay una declaración más sencilla ni más comprensiva del origen y carácter de la Biblia que la contenida en una sola frase con la que la Segunda Epístola de Pedro la describe: “Santos hombres de Dios hablaron, siendo inspirados por el Espíritu Santo.” Según esta definición, la Biblia fue escrita por hombres buenos, y fue escrita por hombres buenos bajo la inspiración o aliento del Espíritu de Dios.
Estos hombres no fueron amanuenses que escribieron por dictado; incorporaron en sus escritos su propia experiencia, su propio pensamiento, su propia vida. Así, deberíamos esperar encontrar en la Biblia fuertemente marcada la ecuación personal de los escritores. Deberíamos esperar, como el sol desarrolla cada semilla según su especie, que el resplandor de Dios sobre el alma humana desarrolle cada alma germinante según su tipo…
No vemos a hombres escribiendo como escriben los empleados, plasmando solo lo que dicta otro; en cada uno hallamos la corriente, el curso, el color de su propia personalidad. También deberíamos esperar encontrar que todos estos hombres escriben como Pablo dice que él escribió: “En parte conocemos, y en parte profetizamos,” y “vemos por espejo, oscuramente.”
Opiniones similares fueron sostenidas por el fallecido Henry Drummond, autor de “La Ley Natural en el Mundo Espiritual”. Refiriéndose a los escritores de las escrituras hebreas, dijo:
Estos hombres, cuando hablaban, no eran máquinas de escribir. Eran autores. No eran plumas. Eran hombres; y su individualidad se manifiesta en cada página que escribieron. A veces escriben con mejor estilo que otras veces. A veces sus mentes están más claras y sus argumentos más condensados, consecutivos y lógicos. Observa algunas de las declaraciones teológicas complejas del Nuevo Testamento, y contrástalas con las expresiones absolutamente diáfanas del mismo autor escritas en otra ocasión, cuando se encontraba en un estado de ánimo diferente.
Repito: esos hombres no eran meras plumas; eran autores, y no es tanto el libro lo que está inspirado, sino los hombres. Dios inspiró a hombres para crear un libro inspirado. Así como un científico, en comunicación con la naturaleza, lee sus secretos, bebe su espíritu y lo escribe, así también un hombre que camina con Dios capta la mente de Dios, recibe revelaciones de Dios y las escribe; la religión no es el resultado de esto, sino la causa de ello.
Jenyns, en su tratado sobre las “Evidencias internas de la religión cristiana”, dice:
Hay quienes admiten que una revelación de parte de Dios puede ser tanto necesaria como creíble; pero alegan que las Escrituras, es decir, los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, no pueden ser esa revelación, porque en ellas se encuentran errores e inconsistencias, relatos fabulosos, hechos falsos y filosofía errónea, lo cual, según argumentan, no puede proceder de la fuente de toda sabiduría y verdad. A esto respondo que reconozco con gusto que las Escrituras no son revelaciones de Dios, sino la historia de ellas [es decir, la historia de las revelaciones]. La revelación en sí proviene de Dios; pero la historia de esa revelación es obra de hombres, y por lo tanto, la veracidad de ella no se ve en lo más mínimo afectada por la falibilidad humana, sino que depende de la evidencia interna de su propia excelencia sobrenatural. Si en estos libros existe en realidad una religión como la que aquí se ha descrito, entonces ningún defecto aparente, ni siquiera real, que se encuentre en ellos, puede refutar el origen divino de dicha revelación, ni invalidar mi argumento. Si alguien pudiera demostrar que estos libros nunca fueron escritos por los autores que se les atribuyen, sino que fueron imposiciones posteriores a edades ignorantes y crédulas—todos esos maravillosos descubrimientos no probarían más que esto: que Dios, por razones que nos son desconocidas, consideró apropiado permitir que una revelación que Él mismo comunicó a la humanidad fuera mezclada con su ignorancia, y corrompida por sus fraudes desde su misma infancia, del mismo modo en que visiblemente ha permitido que se mezcle y corrompa desde entonces hasta el presente. Si en estos libros existe una religión superior a toda imaginación humana, no tiene importancia para la prueba de su origen divino por qué medios fue introducida allí, o con qué errores e imperfecciones humanas está mezclada. Un diamante, aunque se encuentre en un lecho de lodo, sigue siendo un diamante, ni la suciedad que lo rodea puede disminuir su valor ni destruir su brillo.
El punto del argumento de Jenyns es que, tanto en doctrina como en ética, el Nuevo Testamento es tan superior, supera tanto en sublimidad de ideas y belleza de preceptos morales a todo lo que se conoce entre los hombres fuera del Nuevo Testamento, y está tan apartado de las expresiones no inspiradas de los hombres, que concluye que es irresistible la idea de que las Escrituras cristianas derivan su origen directamente de Dios; que el conocimiento que enseñan es divino, sin importar los errores que puedan atribuirse a la forma en que se expresa ese conocimiento. Desde este punto de vista, llega casi a mostrarse despreocupado al admitir errores y defectos en los escritores del Nuevo Testamento. Ha sido muy criticado, de hecho, por el ministerio cristiano profesional—pues él era laico en su relación con la iglesia, y miembro del Parlamento británico—por la admisión de errores en el Nuevo Testamento en el pasaje que acabo de citar, pero creo que esas críticas son injustas. Lo que se necesita, tanto en lo que respecta a las Escrituras del Nuevo Testamento como a las Escrituras nefitas, es un reconocimiento a fondo del hecho de que la verdad es más importante que la forma en la que se expresa. El grano de trigo es más importante que la paja en la que crece y que lo sostiene hasta que es trillado y aventado. La cuestión no es tanto si toda la veta es de oro, sino si hay oro en la veta.
La inspiración de Dios cae sobre un profeta como un rayo de luz blanca puede caer sobre un prisma, que separa el rayo blanco del cual se compone—azul, naranja, rojo, verde, etc. La claridad de estos diversos rayos y la nitidez con que se definen dependerá de la pureza, y quizás de la posición, del prisma a través del cual pasa el rayo blanco. Así también ocurre con el rayo blanco de la inspiración de Dios que cae sobre los hombres. Recibe diferentes matices o expresiones a través de ellos, de acuerdo con sus características personales. Aunque es cierto que la inspiración de Dios puede ser tan poderosa en ocasiones que el profeta puede casi perder su individualidad y convertirse simplemente en la boca de Dios, el órgano a través del cual habla lo Divino, no suele ser tan abrumadora la influencia como para borrar por completo la personalidad del profeta; por eso cada profeta conserva, aun bajo la inspiración de Dios, su albedrío y sus propias idiosincrasias personales. Así, Isaías, Ezequiel, Daniel, Amós, Nefi, Mormón, Moroni—todos conservan su individualidad en la concepción de ideas y en la forma de expresarlas, aunque inspirados por el mismo espíritu. Así también José Smith aportó ciertas características a su traducción del registro nefitas, a pesar del uso del Urim y Tumim y de la inspiración del Señor que reposaba sobre él. De qué manera específica lo asistió el Urim y Tumim tal vez esté más allá de la capacidad humana de explicar en la actualidad, pero de esto podemos estar seguros: de ningún modo fue el factor principal en la obra; su papel debe considerarse para siempre como secundario; fue una ayuda al Profeta, y no el Profeta una ayuda a él. Por muy maravilloso que sea como instrumento divino, no podría ser tan maravilloso como la mente humana, especialmente como la mente de este hombre, José Smith, este vidente por excelencia; fue José el “Vidente” quien tradujo el Libro de Mormón, asistido por el Urim y Tumim. Esta es su declaración:
“Por medio del Urim y Tumim traduje el registro por el don y el poder de Dios.”
Presta atención a estas palabras: “Yo traduje el registro”, no “el Urim y Tumim lo tradujo.” Por supuesto, el Profeta reconoce en esto, como lo hacía en toda su obra profética y de vidente, su obligación hacia la inspiración de Dios, y ciertamente no deseo restar importancia a la inspiración divina como factor en su obra. Solo deseo enfatizar aquí que fue el Profeta, bajo la inspiración de Dios, quien realizó la obra, y que el instrumento divino, el Urim y Tumim, por maravilloso que sea, fue simplemente una ayuda para el Profeta, como unas “gafas” pueden ser una ayuda para el que tiene vista débil. Pero a pesar de esta ayuda provista por la inventiva humana, es el ojo, después de todo, el que ve, aunque este artefacto llamado “lentes” ayude a la visión y la haga más perfecta. Así también, por analogía, pero de un modo que nos es desconocido, el Urim y Tumim ayudó al Profeta en su labor de traducción.
La defensa de la revelación escrita, entonces, frente a la existencia de elementos humanos en ella—limitaciones evidentes en el conocimiento de los profetas respecto a cosas que no son el tema inmediato sobre el cual fueron inspirados por Dios; expresión desigual de ideas, cayendo a veces de lo sublime a lo común; falta de claridad y de precisión en la expresión, circunloquios; errores gramaticales; repeticiones innecesarias; en ocasiones, largas suspensiones del pensamiento (una falta frecuente tanto en los escritores del Antiguo como del Nuevo Testamento), y algunos pensamientos que nunca se completan del todo—todas estas y muchas otras fallas de mera construcción, desajustes en las meras vestiduras del pensamiento, deben atribuirse a la debilidad humana y a sus limitaciones en el conocimiento, más que a alguna falla en la inspiración dada por Dios. Es el cuerpo lo que es defectuoso, no el alma; es la expresión lo que es deficiente, no la verdad inspirada que lucha por manifestarse a través de la dicción defectuosa de profetas, antiguos o modernos.
“Si hay errores, son errores de los hombres; por tanto, no condenéis las cosas de Dios a causa de los errores de los hombres”
habrá de ser considerado con el tiempo como un texto de oro en defensa de la revelación escrita.
II.—Objeciones basadas en la existencia de pasajes en el Libro de Mormón que siguen al pie de la letra la traducción de la Biblia del Rey Jacobo
Se objeta al Libro de Mormón que en él se encuentran capítulos enteros, además de muchas citas menores, tomadas de la traducción inglesa de la Biblia del Rey Jacobo (King James). Ya que estos capítulos y pasajes, en algunos casos, siguen palabra por palabra la versión autorizada en inglés, y se le parecen mucho en otros casos; y dado que es bien sabido que al traducir de un idioma a otro es posible una variedad casi infinita de expresiones, surge la pregunta: ¿cómo es que José Smith, al traducir las planchas nefitas con ayuda divina, sigue tan de cerca una traducción independiente hecha de forma común, por medio de erudición, labor paciente y cuidadosa comparación de versiones anteriores? Esta traducción del Rey Jacobo fue realizada por eruditos del siglo XVI. Es bien sabido que ninguna traducción de un mismo texto hecha por distintos traductores desde un idioma a otro resultará idéntica; por lo tanto, estos pasajes de las escrituras hebreas encontrados en el Libro de Mormón, que se asemejan tanto y en partes siguen palabra por palabra el lenguaje de la traducción del Rey Jacobo, constituyen una dificultad, y para algunos, una objeción insuperable contra las afirmaciones del Libro de Mormón. Casi todos los escritores antimormones plantean esta objeción, aunque tal vez John Hyde (1857) sea quien más la desarrolla. Le siguen el reverendo M. T. Lamb (1887) y, por último pero no menos importante, Linn (1902).
Esta objeción fue expuesta recientemente (22 de octubre de 1903) de forma muy cuidadosa e inteligente por el Sr. H. Chamberlain, de Spencer, Iowa, EE. UU., en una carta dirigida al presidente Joseph F. Smith, de Salt Lake City, en la que dijo:
He descubierto que Cristo, al citar a las personas de este lado del mundo los capítulos 3 y 4 de Malaquías, cita, según el Libro de Mormón, el texto idéntico de la versión del Rey Jacobo, sin omitir una sola palabra. He encontrado capítulos de Isaías citados prácticamente de la misma manera. He observado que en muchas ocasiones, en sus discursos a la gente y a sus discípulos aquí, usó el lenguaje idéntico de la versión del Rey Jacobo, sin omitir las palabras añadidas por los traductores. Ahora bien, sé que ningún par de traductores tomará un mismo manuscrito y producirá una traducción con el mismo lenguaje; de hecho, el lenguaje usado por ambos diferirá considerablemente. Estas traducciones provienen de manuscritos distintos y de idiomas distintos, y aun así aparecen en el Libro de Mormón como si fueran la traducción del Rey Jacobo. No puedo concebir ninguna otra manera, dentro del alcance de la experiencia humana, en que tal coincidencia pudiera haber ocurrido, excepto que un escrito haya sido copiado de otro, y aun entonces se requiere el mayor cuidado para lograr que queden exactamente iguales, palabra por palabra y letra por letra, como lo están estos textos. Ahora bien, lo que quiero saber es: ¿cómo explica la Iglesia que estas cosas aparezcan en el Libro de Mormón con el lenguaje idéntico de la versión del Rey Jacobo, cuando sabemos que esa versión tiene errores, y ni siquiera los mismos traductores pudieron haberla hecho dos veces igual? ¿Lo copió José de la Biblia, o el Señor adoptó este lenguaje idéntico al revelárselo a José?
Esta comunicación fue remitida por el presidente Smith al autor de este ensayo para su respuesta, la cual fue escrita, y de la cual cito:
“La dificultad que usted señala, por supuesto, ha sido reconocida por los creyentes en el Libro de Mormón, aunque no creo que pueda decirse que la Iglesia haya adoptado aún una explicación que pueda considerarse como una posición oficial sobre el tema. A cada persona se le ha dejado resolver el asunto según las líneas que le parezcan más razonables.
En realidad, aunque nuestros oponentes han señalado con frecuencia la dificultad en cuestión, esta no ha causado mayor ansiedad entre los nuestros. Aceptando las abrumadoras evidencias que existen a favor de la verdad del Libro de Mormón, hemos considerado esa dificultad, junto con algunas otras, como de importancia secundaria, que con el tiempo sería satisfactoriamente resuelta.
Aun así, reconozco la razonabilidad de la objeción que puede hacerse contra el Libro de Mormón desde el punto de vista en que usted plantea el asunto, y reconozco que constituye una verdadera dificultad; y además, una para la cual no tenemos ninguna declaración del profeta José Smith, ni de quienes estuvieron inmediatamente asociados con él en la publicación del registro nefitas, que nos ayude a encontrar una solución al respecto.
Por tanto, estamos muy limitados a especulaciones, basadas en los hechos del caso, los cuales usted expone de manera muy concisa en su estimada comunicación, a saber:
“Primero. Es un hecho que varios pasajes del Libro de Mormón, versículos y capítulos enteros, corren en paralelo muy estrecho en contenido y fraseología con pasajes de Isaías, Malaquías y algunas partes del Nuevo Testamento.”
“Segundo. Es un hecho que ninguna de dos personas hará una traducción del mismo contenido de un idioma a otro, y que el lenguaje de ambas traducciones sea igual.
“Tercero. Es un hecho que las traducciones de las palabras de Isaías, de Malaquías y de las palabras del Salvador en el Libro de Mormón se suponen generalmente como traducciones independientes, provenientes de manuscritos o registros distintos y de idiomas diferentes.
“Entonces, por supuesto, surge su pregunta: ¿cómo puede explicarse este hecho tan extraño, a saber, que las traducciones en el Libro de Mormón correspondientes a Isaías, Malaquías y a las palabras del Salvador estén en el mismo lenguaje que la traducción del Rey Jacobo?
“Por supuesto, usted recordará que, según el Libro de Mormón, la colonia nefitas llevó consigo a América gran parte del Antiguo Testamento que existía en el momento de su partida de Jerusalén (600 a.C.). La profecía de Malaquías, capítulos 3 y 4, citada en el Libro de Mormón, fue proporcionada por el Salvador. Los nefitas grabaron porciones de estas escrituras en sus registros, tanto en hebreo como en lo que los nefitas llamaban egipcio reformado—es decir, modificado. Menciono esto solo de paso, para que recuerde cómo llegaron esos pasajes a estar en el registro nefitas, y que tenga presente que los nefitas tenían las Escrituras judías en una forma muy similar a como se hallaban en Judea hacia el año 600 a.C. Cuando el Salvador vino al hemisferio occidental y se apareció a los nefitas, tenía el mismo mensaje para presentarles que había presentado en Palestina: las mismas ordenanzas del evangelio para establecer, una organización eclesiástica similar para fundar, y los mismos principios éticos para enseñar. El estilo de enseñanza del Salvador lo llevaría sin duda a presentar estas grandes verdades en las mismas formas de expresión que había usado al enseñar a los judíos, de modo que, en sustancia, lo que enseñó como doctrina en Judea lo repetiría en América. Menciono esto también, de paso, para que le parezca razonable que, de manera general, el Salvador debe haber enseñado al pueblo del hemisferio occidental sustancialmente las mismas cosas que enseñó al pueblo en Palestina. Teniendo esto en mente, creo que hallamos una solución a la dificultad que usted plantea de la siguiente manera: cuando José Smith vio que el registro nefitas estaba citando las profecías de Isaías, de Malaquías o las palabras del Salvador, tomó la Biblia en inglés y comparó estos pasajes en la medida en que se paralelaban, y al encontrar que, en sustancia, eran iguales, adoptó nuestra traducción inglesa; y de ahí que tengamos la semejanza a la que usted se refiere.
“Debe entenderse también, en este contexto, que aunque José Smith obtuvo los hechos e ideas de los caracteres nefitas por medio de la inspiración de Dios, se le dejó expresar esos hechos e ideas, en general, en el lenguaje que él pudiera manejar; y cuando descubría que partes del registro nefitas eran paralelas a pasajes de la Biblia, y siendo consciente de que el lenguaje de nuestra Biblia inglesa era superior al suyo propio, lo adoptaba, salvo en aquellas diferencias indicadas en el original nefitas que aquí y allá hacían que la versión del Libro de Mormón de los pasajes fuera superior en sentido y claridad. Por supuesto, reconozco que esto no es más que una conjetura; pero creo que es una conjetura razonable; y, de hecho, la única que resuelve satisfactoriamente la dificultad que usted ha señalado.
“Existe, sin embargo, otra dificultad; y es que, aunque la explicación anterior puede dar cuenta de la semejanza en la fraseología entre estos pasajes del Libro de Mormón y la traducción del Rey Jacobo, queda por explicar las diferencias que existen entre estos pasajes del Libro de Mormón y los que los paralelizan en la traducción del Rey Jacobo. Me inclino a pensar que usted ha estado tan absorbido, quizás, en seguir la semejanza de la expresión, que ha pasado por alto las diferencias a las que aludo, pues usted afirma con demasiada fuerza la identidad estricta entre el Libro de Mormón y la versión del Rey Jacobo cuando dice que se utiliza el ‘lenguaje idéntico de la versión del Rey Jacobo, sin omitir siquiera las palabras añadidas por los traductores’. A lo largo de los pasajes paralelos, hay aquí y allá diferencias (salvo quizá en los capítulos de Malaquías, y aun en estos hay una ligera diferencia), y una comparación minuciosa de estas diferencias mostrará que, en cuanto a las palabras añadidas por los traductores del Rey Jacobo, hay cambios muy frecuentes, y que en todos los cambios que aparecen, los pasajes del Libro de Mormón son muy superiores en sentido y claridad. Cito algunos pasajes como ilustración:
LIBRO DE MORMÓN
“Has multiplicado la nación y aumentado el gozo; se gozan delante de ti conforme al gozo de la siega, y como se alegran los hombres cuando reparten el botín.”
—2 Nefi 29:3
BIBLIA (Versión del Rey Jacobo)
“Has multiplicado la nación, y no aumentaste el gozo; se alegran delante de ti conforme al gozo de la siega, y como los hombres se regocijan cuando reparten el botín.”
—Isaías 9:3
Aquí encontrarás que el pasaje del Libro de Mormón está más en armonía con los hechos del caso. ¡Qué inconsistente es el pasaje en Isaías: “Has multiplicado la nación, y no aumentaste el gozo!” Y sin embargo, esa afirmación va seguida de esta otra: “se alegran delante de ti conforme al gozo de la siega, y como se alegran los hombres cuando reparten el botín.”
Pero en el Libro de Mormón todo es perfectamente consistente, pues allí dice: “Has multiplicado la nación y aumentado el gozo.”
Los siguientes pasajes también indican la superioridad de la versión del Libro de Mormón:
LIBRO DE MORMÓN
Y cuando os dijeren: Consultad a los que tienen espíritus familiares y a los adivinos que susurran y murmuran; ¿no debe un pueblo consultar a su Dios para oír a los vivos de parte de los muertos?
—2 Nefi 17:19
BIBLIA (Reina-Valera / King James)
Y cuando os dijeren: Consultad a los que evocan a los muertos, y a los adivinos que susurran y murmuran; ¿no consultará el pueblo a su Dios? ¿consultará a los muertos por los vivos?
—Isaías 8:19
Como ilustración de mi afirmación de que la versión del Libro de Mormón de ciertos pasajes difiere notablemente de nuestra versión común en inglés en cuanto a las palabras añadidas, cito los siguientes pasajes. Las palabras añadidas en el texto bíblico (King James) están escritas en cursiva:
LIBRO DE MORMÓN
Di al justo que le irá bien; porque comerán del fruto de sus obras.
¡Ay del impío! porque perecerá; pues el galardón de sus manos vendrá sobre él.
—2 Nefi 23:10–11
BIBLIA
Decid al justo que le irá bien; porque comerán del fruto de sus obras.
¡Ay del impío! le irá mal; porque según las obras de sus manos le será pagado.
—Isaías 3:10–11
Si comparas cuidadosamente los pasajes del Libro de Mormón, y algunos capítulos de Mateo—digamos el capítulo 12 de 3 Nefi con Mateo capítulo 5; el capítulo 13 de 3 Nefi con Mateo capítulo 6; el capítulo 14 de 3 Nefi con Mateo capítulo 7, verás también que existen diferencias entre ambos, tanto como entre la Biblia católica (comúnmente llamada Biblia Douay) y la traducción del Rey Jacobo, las cuales, por supuesto, son traducciones independientes hechas por eruditos distintos. Doy los siguientes pasajes a modo de ilustración:
Mateo 5:3
BIBLIA DEL REY JACOBO
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
LIBRO DE MORMÓN (3 Nefi 12:3)
Sí, bienaventurados los pobres en espíritu que vienen a mí, porque de ellos es el reino de los cielos.
BIBLIA DOUAY (católica)
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:4
BIBLIA DEL REY JACOBO
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
LIBRO DE MORMÓN (3 Nefi 12:4)
Y además, bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Mateo 5:6
BIBLIA DEL REY JACOBO
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
LIBRO DE MORMÓN (3 Nefi 12:6)
Y bienaventurados todos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán llenos del Espíritu Santo.
BIBLIA DOUAY
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
Mateo 5:7
BIBLIA DEL REY JACOBO
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
LIBRO DE MORMÓN (3 Nefi 12:7)
Y bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
BIBLIA DOUAY
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Mateo 5:10
BIBLIA DEL REY JACOBO
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
LIBRO DE MORMÓN (3 Nefi 12:10)
Y bienaventurados todos los que son perseguidos por causa de mi nombre, porque de ellos es el reino de los cielos.
BIBLIA DOUAY
Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Mateo 5:12
BIBLIA DEL REY JACOBO
Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros.
LIBRO DE MORMÓN (3 Nefi 12:12)
Porque tendréis gran gozo y os alegraréis mucho, porque grande será vuestro galardón en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.
Mateo 6:25
BIBLIA DEL REY JACOBO
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
LIBRO DE MORMÓN (3 Nefi 13:25)
Y aconteció que cuando Jesús hubo dicho estas palabras, miró a los doce que había escogido, y les dijo:
Recordad las palabras que os he hablado. Porque he aquí, vosotros sois a quienes he escogido para ministrar a este pueblo.
Por tanto os digo: No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Mateo 5:12
Biblia Douay
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa es muy grande en el cielo; pues así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros.
Mateo 6:25
Biblia del Rey Jacobo
Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Libro de Mormón (3 Nefi 13:25)
Y aconteció que cuando Jesús hubo dicho estas palabras, miró a los doce que había escogido, y les dijo:
Recordad las palabras que os he hablado. Porque he aquí, vosotros sois a quienes he escogido para ministrar a este pueblo.
Por tanto, os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
Biblia Douay
Por eso os digo: No estéis solícitos por vuestra vida, qué habéis de comer, ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Mateo 6:26
Biblia del Rey Jacobo
Mirad las aves del cielo: que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
Libro de Mormón
Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho más valiosos que ellas?
Biblia Douay
Mirad las aves del cielo: que ni siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?
Mateo 6:27
Biblia del Rey Jacobo / Libro de Mormón
¿Quién de vosotros, por mucho que se afane, puede añadir una codo a su estatura?
Biblia Douay
¿Quién de vosotros, afanándose, puede añadir un codo a su estatura?
Mateo 6:28–29
Biblia del Rey Jacobo
¿Y por qué os afanáis por el vestido? Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan;
pero os digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Libro de Mormón
¿Y por qué os afanáis por el vestido? Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan;
y sin embargo, os digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Biblia Douay
¿Y por el vestido, por qué estáis solícitos? Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan.
Pero os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.
Mateo 6:30
Biblia del Rey Jacobo
Y si Dios viste así la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?
Libro de Mormón
Por tanto, si Dios viste así la hierba del campo, que hoy está y mañana es echada al horno, así también os vestirá, si no sois de poca fe.
Biblia Douay
Y si la hierba del campo, que hoy es, y mañana se echa al horno, Dios la viste así: ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
Mateo 6:31–33
Biblia del Rey Jacobo
No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos? ¿o qué beberemos? ¿o con qué nos vestiremos?
Porque los gentiles buscan todas estas cosas. Pero vuestro Padre celestial sabe que necesitáis todas estas cosas.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Libro de Mormón
Por tanto, no os afanéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿o qué beberemos? ¿o con qué nos vestiremos?
Porque vuestro Padre celestial sabe que necesitáis todas estas cosas.
Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Biblia Douay
No estéis, pues, solícitos diciendo: ¿Qué comeremos? ¿qué beberemos? ¿con qué nos vestiremos?
Porque los gentiles buscan todas estas cosas. Pero vuestro Padre sabe que las necesitáis.
Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura.
Mateo 6:34
Biblia del Rey Jacobo
Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.
Libro de Mormón
Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana, porque el día de mañana se cuidará de sí mismo. Basta al día su propio mal.
Biblia Douay
No estéis, pues, solícitos por el día de mañana. Porque el mañana se preocupará de sí mismo; basta al día su propio mal.
Comentario general del texto traducido:
Este segmento concluye el argumento que responde a la objeción de que el Libro de Mormón copia literalmente la versión del Rey Jacobo. Se demuestra mediante comparaciones específicas que:
- Aunque hay similitudes significativas, también hay diferencias claras, tanto en contenido, forma como en añadidos doctrinales, por ejemplo:
- El Libro de Mormón añade “que vienen a mí” (3 Nefi 12:3), dando una conexión más directa con Cristo.
- En 3 Nefi 12:6, se añade: “serán llenos del Espíritu Santo”, lo cual no está en Mateo 5:6.
- Estas diferencias no se limitan a simples palabras, sino que enriquecen el mensaje teológico, mostrando que el Libro de Mormón no es un mero plagio, sino una versión inspirada, adaptada a las necesidades del pueblo nefita, conservando similitud doctrinal con lo enseñado en Judea.
¿Te gustaría que elabore una conclusión final doctrinal sobre este argumento o deseas continuar con la traducción del siguiente apartado?
Pero ¿cómo deben explicarse estas diferencias? Indudablemente surgen del hecho de que el Profeta comparó la traducción del Rey Jacobo con los pasajes paralelos en los registros nefitas, y cuando encontró que el sentido del pasaje de las planchas nefitas era superior al de la versión en inglés, hizo los cambios necesarios para transmitir ese sentido superior con mayor claridad. Esta opinión se ve respaldada por el hecho de la superioridad uniforme de la versión del Libro de Mormón en todos los casos donde ocurren tales diferencias. También es significativo que estos cambios ocurran, por lo general, en las palabras añadidas por los traductores al inglés, y que para indicar que son palabras añadidas se imprimen en cursiva.
Imagino, sin embargo, que ante todo esto surgirá otra pregunta en su mente, y es la siguiente: si José Smith tradujo el Libro de Mormón por medio del Urim y Tumim, ¿por qué no presentó toda la traducción directamente desde las planchas nefitas, en lugar de seguir la Biblia inglesa en los pasajes paralelos?, puesto que la traducción por medio del Urim y Tumim debería haber sido tan sencilla y fácil.
Es precisamente en este punto donde, en mi opinión, se comete un gran error, tanto por parte de los nuestros como por parte de nuestros amigos en el mundo. El error es suponer que la traducción mediante el Urim y Tumim era un proceso simple y fácil, como podría parecer a primera vista. Muchos han supuesto que el profeta José solo tenía que mirar dentro del Urim y Tumim, y allí ver, sin esfuerzo ni pensamiento de su parte, tanto los caracteres nefitas como su traducción al inglés. En otras palabras, que el instrumento hacía todo y el Profeta nada, salvo mirar dentro del Urim y Tumim como uno mira dentro de un espejo, y luego repetir lo que veía allí.
Creo que esta concepción del trabajo del Urim y Tumim es completamente errónea. Pienso que el Profeta tuvo que emplear todas sus fuerzas intelectuales y espirituales para obtener la traducción; que fue un trabajo extenuante, uno que exigió al máximo incluso sus grandes facultades; y por tanto, cuando pudo aliviarse de parte de esa carga adoptando una traducción ya existente y razonablemente buena, considero que estuvo justificado en hacerlo.
Tal fue la respuesta dada a las preguntas del Sr. Chamberlain, y como sin duda al lector le interesará saber cómo recibió esta explicación este caballero imparcial, cito lo siguiente de su carta en respuesta:
Por supuesto, me doy cuenta de que si el Libro de Mormón no es exactamente lo que afirma ser, toda la estructura [del mormonismo] debe caer por tierra en lo que respecta a ser una religión inspirada, y entonces sólo valdría lo que uno pudiera obtener de ella como la mejor organización o religión controlada sobre la tierra.
Al estudiar el Libro de Mormón, encontré, naturalmente, esos pasajes de la versión del Rey Jacobo de nuestra Biblia, y al juzgarlo por la ley aplicada de la experiencia humana—como los abogados aprendemos a juzgar todo—no pude encontrar otra forma de explicarlo sino que José Smith los copió de allí; y debo decir libremente que las razones que usted ofrece para que lo hiciera no solo son probables, sino la única solución posible.
Creo y pienso que su sugerencia es la única teoría sobre la cual puede defenderse el carácter divino del libro. Me parece que Dios, por lo que sé, nunca ha provisto al hombre de lo que este ya poseía, y José Smith ya tenía un idioma con el cual expresar sus ideas, y todo lo que se requería adicionalmente de parte de Dios era que le proporcionara el pensamiento, y luego dejarlo expresarlo en su propio idioma.
Nunca he podido creer, ni por un momento, que a Dios le interese aprobar el estilo de traducción de los traductores del Rey Jacobo, ni la composición del idioma inglés que allí se adoptó.
No veo en qué medida su teoría disminuya el valor del Libro de Mormón como una obra inspirada reconocida por Dios como auténtica, ni hace más impracticable la forma en que fue introducido.
II.—Objeciones Misceláneas Basadas en el Estilo Literario y el Lenguaje
Una vez establecida la teoría de que el lenguaje de la traducción del Libro de Mormón es de José Smith, y que al menos para las citas extensas de Isaías y de los escritores del Nuevo Testamento, recurrió a la versión inglesa común de la Biblia y la adoptó, la respuesta a todas las objeciones basadas en errores de estilo literario y gramática, y a la presencia de numerosos pasajes de los profetas hebreos y escritores del Nuevo Testamento transcritos desde la traducción del Rey Jacobo, se vuelve evidente:
- El lenguaje es de José Smith; los errores de estilo y gramática se deben a su muy limitada educación, lo cual se explica únicamente por la falta de oportunidades educativas.
- Para aliviarse un poco del esfuerzo mental en la obra de traducción, cuando llegaba a pasajes transcritos de los profetas hebreos en el registro nefitas, o a enseñanzas del Mesías que paralelaban sus enseñanzas al pueblo de Judea—de las cuales ya existía una traducción inglesa razonablemente buena—el Profeta adoptó esa traducción.
Una vez aceptadas estas ideas fundamentales, es igualmente sencillo responder a las objeciones al Libro de Mormón basadas en la existencia de palabras y expresiones modernas en él; de provincialismos propios del tiempo y lugar en que se realizó la traducción; de frases y palabras provenientes de poetas modernos y predicadores religiosos contemporáneos.
Estas palabras y frases formaban parte del vocabulario de José Smith, y su forma de expresar el pensamiento era la del período y el entorno en que vivió; por tanto, las ideas obtenidas de las planchas nefitas las expresó en esas palabras y formas modernas que le eran familiares.
Sin embargo, a veces se ha afirmado más de lo que se justifica sobre la existencia de estas palabras modernas, frases, y supuestas citas de poetas modernos, como lo hizo por ejemplo Campbell, Hyde, Lamb, Linn y muchos otros comentan con sarcasmo que se citan palabras de Shakespeare en un pasaje del Libro de Mormón atribuido a Lehi, ¡2200 años antes del nacimiento de Shakespeare! Linn lo expresa de la siguiente manera:
Shakespeare resulta ser un plagiario al comparar sus palabras con las de Segundo Nefi, quien, hablando dos mil doscientos años antes del nacimiento de Shakespeare, dijo: “Escuchad las palabras de un padre tembloroso, cuyos miembros pronto tendréis que depositar en la fría y silenciosa tumba, de la cual ningún viajero puede regresar.”
La teoría ya expuesta como explicación de la existencia de palabras y expresiones modernas en la traducción que hizo José Smith del registro nefitas basta también para explicar estos casos de modernismo. A través de los libros escolares de la época, o al escuchar a predicadores itinerantes, el Profeta pudo haber llegado a conocer tales expresiones como esta supuesta cita de Shakespeare, y haberla empleado donde expresara adecuadamente una idea o pensamiento nefitas hallado en el registro.
Aun así, esta supuesta cita del poeta británico al menos es susceptible de otra explicación.
En el libro de Job se encuentran dos pasajes, cualquiera de los cuales, o ambos combinados, proporcionan el pensamiento completo, y en gran medida también la fraseología, tanto a Lehi como a Shakespeare. Cito primero las palabras de Job, y luego las de Lehi y Shakespeare, para que el lector pueda compararlas:
- Job: “Déjame, para que me consuele un poco, antes que me vaya al lugar del que no volveré, a la tierra de tinieblas y sombra de muerte.” “Cuando hayan pasado algunos años, yo iré por el camino de donde no volveré.”
- Lehi (Libro de Mormón): “Escuchad las palabras de un padre cuyos miembros pronto tendréis que depositar en la fría y silenciosa tumba, de donde ningún viajero puede regresar.”
- Shakespeare: “Ese país inexplorado del cual ningún viajero regresa.” (Hamlet, acto 3, escena 1)
Se puede observar que el pasaje del Libro de Mormón sigue más de cerca a Job que a Shakespeare, tanto en pensamiento como en dicción; y esto, sin duda, porque Lehi fue influenciado por la idea de Job sobre ir a una tierra de la cual no se regresa; y José Smith, familiarizado con Job y muy probablemente no con Shakespeare, al llegar al pensamiento de Lehi, lo expresó con una fraseología similar a la de Job. E indudablemente, Shakespeare parafraseó su ahora célebre pasaje a partir de Job.
También se objeta que muchas de las profecías del Libro de Mormón respecto a la vida terrenal del Mesías—especialmente las que se encuentran en 1 Nefi—se presentan a veces en lenguaje de hechos ya cumplidos. Campbell dice:
“Lehi fue un profeta más grande que cualquiera de los profetas judíos, y anunció todos los acontecimientos de la Era Cristiana y desarrolló los registros de Mateo, Lucas y Juan, 600 años antes de que naciera Juan el Bautista.”
Luego sigue esa declaración general con varios pasajes ilustrativos.
Sin embargo, esta circunstancia de escribir profecía en lenguaje de hechos consumados no debería parecer una objeción muy grave a los cristianos ortodoxos, dado que ellos mismos tienen que explicar el capítulo 53 de Isaías. Este capítulo, según un consenso general entre los estudiosos cristianos ortodoxos, se considera una maravillosa profecía que describe la vida terrenal, el carácter y la misión redentora del Cristo; y, en su mayor parte, esta profecía se presenta en tiempo pasado, es decir, como hechos ya realizados.
Cito una parte de ese capítulo, que se reconoce como referente a Cristo:
“No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.”
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.”
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.”
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”
“Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca.”
“Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes; por la rebelión de mi pueblo fue herido.”
“Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.” (Isaías 53:2–10)
Ciertamente, después de esto, ya no tiene sentido que los cristianos ortodoxos objeten las profecías del Libro de Mormón con el argumento de que están escritas en lenguaje de hechos ya cumplidos. Lejos de desacreditar al profeta Isaías, esta peculiaridad parece haber aumentado su gloria, ya que, se dice, al redactar sus profecías de este modo, les dio un realismo vívido, una precisión que hizo que las profecías mesiánicas fueran aún más valiosas.
“Las profecías con respecto al nacimiento, la pasión, la gloria, el rechazo del Mesías por parte de los judíos y su aceptación por parte de los gentiles son tan exactas que le han valido el nombre de ‘el Profeta Evangélico’.” (Oxford Bible Helps—Isaiah)
Debe recordarse también, en este contexto, que el libro de las profecías de Isaías que fue llevado al hemisferio occidental por la colonia de Lehi se convirtió en una poderosa influencia entre los escritores nefitas. Su libro es citado con mayor amplitud que cualquier otro de las Escrituras judías que los nefitas poseían; y eso se debe a la claridad con la que Isaías hablaba de la venida y misión del Mesías. El primer Nefi, comentando sobre Isaías y la estima que tenía por sus escritos, dijo:
“Y ahora yo, Nefi, escribo más de las palabras de Isaías, porque mi alma se deleita en sus palabras. Porque aplicaré sus palabras a mi pueblo, y las enviaré a todos mis hijos, porque él verdaderamente vio a mi Redentor, así como yo lo he visto. Y mi hermano Jacob también lo ha visto como yo lo he visto; por tanto, enviaré sus palabras a mis hijos, para probarles que mis palabras son verdaderas.”
No es de extrañar, entonces, que un profeta tan estimado como Isaías, y tan citado, haya influido en la literatura profética nefita, y haya conducido al hábito de escribir profecías sobre Cristo en lenguaje de hechos cumplidos.
El reverendo M. T. Lamb, en su libro The Golden Bible, formula prácticamente las mismas acusaciones que el Sr. Campbell, agregando además que muchas de las citas de las Escrituras judías encontradas en el Libro de Mormón están escritas “en el lenguaje exacto del Nuevo Testamento.”
A esta objeción basta responder que José Smith, al tener conocimiento completo de los hechos de la historia cristiana tal como se relatan en el Nuevo Testamento, revistió las ideas obtenidas del registro nefita con la fraseología del Nuevo Testamento; y se ha sugerido que pudo haberlo hecho en algunos casos con términos más enfáticos de lo que una traducción estricta hubiera permitido.
No es necesario entrar en detalle al considerar esta objeción ni otras de naturaleza similar, porque toda esta clase de objeciones queda completamente respondida por la teoría presentada en estas páginas sobre la forma en que se tradujo el Libro de Mormón.
III.—La dificultad de que los escritores nefitas citen pasajes de Isaías que, según la crítica bíblica moderna (Crítica Superior), no fueron escritos hasta el tiempo del cautiverio en Babilonia (586–538 a. C.), y que no habrían sido escritos por Isaías.
Se sostiene que el período histórico de Isaías—es decir, el período de su ministerio profético—abarca el reinado de cuatro reyes de Judá: Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías. Algunos extienden su ministerio hasta el reinado de Manasés, por cuyo edicto, según se dice, fue aserrado en dos. En cualquier caso, Isaías habría sido un anciano al final del reinado de Ezequías (698 a. C.), y tendría entre ochenta y noventa años al momento de la ascensión de Manasés. Así que es seguro decir que su vida terminó poco después del reinado de Ezequías.
Ahora bien, si es cierto que la última parte del libro de Isaías (capítulos 40 al 66) no fue escrita sino hasta durante el cautiverio en Babilonia (586–538 a. C.)—como sostiene la crítica moderna—entonces, por supuesto, el profeta Isaías no escribió esa parte del libro que lleva su nombre.
Además, si es cierto que esos capítulos 40–66 no fueron escritos sino mucho después del tiempo de Isaías, entonces Lehi no pudo haber llevado esa parte del libro de Isaías con él al desierto, y posteriormente traerla a América, donde su hijo Nefi copió pasajes y capítulos enteros en el registro que grabó en las llamadas placas de Nefi, ya que Lehi salió de Jerusalén en el año 600 a. C.
La dificultad que plantea la Crítica Superior es evidente: si José Smith representa a Nefi copiando en sus registros nefitas pasajes que supuestamente fueron escritos por Isaías, cuando en realidad esos capítulos no fueron escritos sino unos 125 a 150 años después de la muerte de Isaías, y cincuenta años después de que la colonia de Lehi partiera de Jerusalén, entonces José Smith estaría representando a Nefi haciendo algo imposible, y ello arrojaría sospechas de fraude sobre todo el Libro de Mormón. Esta, por tanto, se convierte en una objeción muy interesante e importante; y muchos entre los críticos superiores dirán que es fatal para la veracidad del libro. Aquí solo puede tratarse de manera esquemática, aunque indudablemente merece un análisis exhaustivo.
El libro de Isaías se divide en dos partes:
- Capítulos 1–39, que se consideran universalmente como obra del profeta Isaías, cuyo ministerio se extendió durante los reinados de los cuatro reyes mencionados en Isaías 1:1.
- Capítulos 40–66, que habrían sido escritos por un autor desconocido, casi 150 años después de Isaías, a quien a veces se llama “Segundo Isaías”.
Se afirma que estos capítulos forman una profecía continua, tratando un tema común: la restauración de Israel tras el exilio en Babilonia. Jerusalén y el templo han estado en ruinas durante mucho tiempo—los “antiguos lugares desolados”—e Israel está en el exilio. A estas condiciones se dirige el profeta desconocido, y su objetivo es despertar fe en la certeza de una restauración inminente.
Se dice que tres líneas de argumento independientes establecen esta teoría sobre la autoría de los capítulos 40–66 de Isaías:
(1) La evidencia interna provista por la misma profecía señala este período (el del exilio) como el momento en que fue escrita. Se alude repetidamente a Jerusalén como ruinosa y desierta; a los sufrimientos que los judíos han experimentado o están experimentando a manos de los caldeos; y a la posibilidad de un regreso que, según el profeta, es inminente.
Las personas a quienes el profeta se dirige, y a quienes se dirige personalmente, argumentando con ellas, apelando a ellas, tratando de ganarse su asentimiento con su cálida y apasionada retórica, no son los hombres de Jerusalén, contemporáneos de Acaz, Ezequías o incluso de Manasés, sino los exiliados en Babilonia.
Juzgado por analogía con otras profecías, esto constituye una fuerte presunción de que el autor vivió realmente en el período que describe, y no simplemente (como se ha supuesto) que Isaías se proyectó espiritualmente al futuro y sostuvo conversación, por así decirlo, con generaciones aún no nacidas.
Tal proyección al futuro no solo carecería de paralelo en el Antiguo Testamento, sino que iría en contra de la naturaleza de la profecía.
El profeta siempre habla, en primer lugar, a sus contemporáneos: el mensaje que trae está íntimamente relacionado con las circunstancias de su tiempo; sus promesas y predicciones, por muy lejos que lleguen en el futuro, se basan en la historia de su propia época, y corresponden a las necesidades sentidas en ese entonces.
El profeta nunca abandona su propia posición histórica, sino que habla desde ella.
(2) El argumento derivado de la función histórica de la profecía se confirma por el estilo literario de los capítulos 40 al 66, el cual es muy diferente al de los capítulos 1 al 39 de Isaías. Los capítulos 1 al 39 muestran marcadas características individuales de estilo; Isaías gusta de ciertas imágenes y frases particulares, muchas de las cuales no son utilizadas por ningún otro escritor del Antiguo Testamento. Ahora bien, en los capítulos que contienen evidentes alusiones a la época de Isaías mismo, estas expresiones aparecen repetidamente; en los capítulos que carecen de tales alusiones, y que por tanto autorizan prima facie la inferencia de que pertenecen a una época diferente, están ausentes, y en su lugar aparecen nuevas imágenes y frases. Esta coincidencia no puede ser accidental.
El tema de los capítulos 40 al 66 no es tan diferente del de las profecías de Isaías (por ejemplo, las que se refieren a los asirios) como para requerir una fraseología o forma retórica completamente nueva. Las diferencias solo pueden explicarse razonablemente suponiendo un cambio de autor.
(3) Las ideas teológicas de los capítulos 40 al 66 (en la medida en que no son del tipo fundamental que comparten generalmente los profetas) difieren notablemente de aquellas que aparecen en los capítulos 1 al 39 como características distintivas de Isaías. Así, por ejemplo, en cuanto a la naturaleza de Dios, las ideas expresadas en los capítulos 40 al 66 son mucho más amplias y completas. Isaías describe la majestad de Jehová; pero en los capítulos 40 al 66 el profeta enfatiza su infinitud: Él es el Creador, el Sustentador del universo, el Dador de vida, el Autor de la historia, el Primero y el Último, el Incomparable. Esta es una diferencia real.
Y, sin embargo, no se puede argumentar que Isaías no habría tenido oportunidades para expresar tales afirmaciones sobre el poder y la divinidad de Jehová mientras desafiaba a los ejércitos de Asiria. Pero, en verdad, los capítulos 40 al 66 representan un avance respecto de Isaías, no solo en el contenido de su teología, sino también en la forma en que ésta se presenta: verdades que en Isaías simplemente se afirman, aquí se reflexionan y argumentan.
Estos argumentos, cuando se expresan en estos términos generales, parecen bastante contundentes; pero son mucho más fuertes en su formulación general que cuando uno sigue a sus defensores en todas las referencias que citan para apoyar su teoría; pues entonces uno se impresiona con el peso desproporcionado que la Crítica Superior cuelga de hilos muy delgados.
Como ya se dijo, no puedo tratar este asunto aquí más que de forma esquemática.
Lo primero que quienes creemos que Isaías es el autor de todo el libro—como ha sido acreditado durante tantos siglos tanto por judíos como por cristianos—tenemos derecho a exigir de estos innovadores es lo siguiente:
Si el profeta Isaías no es el autor de los últimos veintisiete capítulos del libro que lleva su nombre, ¿quién es el autor? Se reconoce que los capítulos 40 al 66 de Isaías son la parte más importante del libro.
¿Cómo es que se puede asignar un autor a los capítulos 1 al 39, pero los capítulos más importantes, del 40 al 66, deben atribuirse a un “autor desconocido”?
¿Era el conocimiento en aquellos tiempos antiguos tan limitado que no se podía saber quién escribió una obra tan notable como Isaías 40 al 66?
En segundo lugar, no hay ningún encabezado que separe esta segunda división de Isaías (40–66); y no es cierto que esta segunda parte esté desconectada de la primera.
Si se permite algo al espíritu de profecía en Isaías—por el cual entiendo un poder para prever eventos, que conlleva además un poder en el profeta para proyectarse al medio de esas cosas que ve venir, y hablar desde ese contexto como si fuera presente—como de hecho lo era para su conciencia, entonces existe una conexión inmediata entre ambas partes del libro.
El capítulo 39 predice el cautiverio babilónico. A Ezequías se le acaba de hacer oír la palabra del Señor:
“He aquí que vienen días en que todo lo que hay en tu casa, y lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia; nada quedará, dice Jehová.
Y de tus hijos que saldrán de ti, que engendrarás, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia.” (Isaías 39:6–7)
En el capítulo inicial de la supuesta segunda división, capítulo 40, el profeta comienza una serie de profecías que tratan, primero, de la liberación de Israel de ese cautiverio recién mencionado a través de Ciro, rey de Persia; y segundo, de una liberación mayor de Israel mediante la redención llevada a cabo por el Cristo.
Debido a esta conexión cercana y lógica entre las supuestas divisiones del libro, uno está justificado en sostener que la inscripción de Isaías 1:1 aplica a todo el libro, e implica que Isaías es el autor tanto de la segunda parte (40–66) como de la primera (1–39).
“Ni las palabras acerca de Judá y Jerusalén”, dice una autoridad eminente, “se oponen a la idea de que la inscripción se aplica al todo; porque todo lo que él [Isaías] dice sobre otras naciones, lo dice en relación con Judá.”
En tercer lugar, los críticos superiores deben enfrentarse a ciertos hechos históricos antes de que se les pueda conceder validez a sus afirmaciones.
Según Josefo, los judíos mostraron las profecías de Isaías (capítulos 44:28; 45:1–13) a Ciro el rey, para inducirlo a permitir el retorno de los judíos a Jerusalén y ordenar la reconstrucción del templo; tras lo cual Ciro emitió el siguiente decreto:
“Así dice Ciro el rey: Ya que Dios Todopoderoso me ha designado para ser rey de toda la tierra habitable, creo que él es ese Dios al que la nación de los israelitas adora; pues en verdad él predijo mi nombre por medio de sus profetas, y que yo le edificaría una casa en Jerusalén, en la tierra de Judea.”
Esto lo supo Ciro al leer el libro que Isaías dejó tras de sí con sus profecías; porque este profeta dijo que Dios le había hablado así en visión secreta:
“Mi voluntad es que Ciro, a quien he designado como rey sobre muchas y grandes naciones, devuelva a mi pueblo a su tierra, y edifique mi templo.”
Esto fue profetizado por Isaías ciento cuarenta años antes de la destrucción del templo. En consecuencia, cuando Ciro leyó esto, y admiró el poder divino, un ferviente deseo y ambición se apoderaron de él de cumplir lo que estaba escrito.
Lo anterior también se confirma en Esdras 1:2. El valor de esta presentación de la palabra del Señor a Ciro se deriva del hecho de que fue una profecía pronunciada por Isaías ciento cincuenta años antes de que llegara al conocimiento de Ciro. Fue el hecho de que se trataba de una “presciencia” lo que hizo que Ciro admirara el poder divino así manifestado; fue eso lo que lo impulsó con la ambición de cumplir lo que estaba escrito.
Ahora bien, o debemos creer que los piadosos judíos, deseosos de regresar a la tierra de sus padres, reconstruir su templo y reanudar el hilo de su existencia nacional, engañaron al rey de Persia mediante un burdo subterfugio para que hiciera esta proclamación; o bien debemos aceptar que en realidad le mostraron los escritos de Isaías, y esta profecía auténtica sobre él mismo, cargada de consecuencias trascendentales para un pueblo elegido por Dios para ser su testigo entre las naciones de la tierra.
No puedo pensar que una acción tan importante en el desarrollo de los propósitos de Dios respecto a su pueblo estuviera basada en el fraude; ni creo que resultados tan poderosos fueran provocados por la revelación de las predicciones de algún “autor desconocido”, contemporáneo de los hechos, cuya “visión hubiera detectado a Ciro en la distancia como el futuro libertador de su nación”; una causa así sería insuficiente para tan grandes resultados.
Además, Lucas presenta al Cristo leyendo un pasaje de esta segunda división de Isaías (capítulo 61:1–2), y leyéndolo como proveniente de Isaías; y también como cumplido en su propia persona:
Y vino a Nazaret, donde se había criado; y conforme a su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo, y se levantó a leer.
Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.
Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.
Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
Y todos daban testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca. (Lucas 4:16–22)
Es difícil imaginar que Jesús estuviera equivocado respecto al autor del pasaje que leyó, especialmente tratándose de una profecía relacionada consigo mismo.
Además, quienquiera que haya escrito Isaías 61:1–2, ya sea Isaías (el autor reconocido de los capítulos 1 al 39) o algún otro escritor 150 o 200 años más tarde, en medio del cautiverio en Babilonia, esto es cierto: ese autor se proyectó varios siglos hacia el futuro, hasta los tiempos iniciales de la misión del Cristo (si hemos de creer al Cristo cuando aplica la profecía a sí mismo y proclama su cumplimiento en los acontecimientos de ese día), y habla en tiempo presente, como si se dirigiera a los hombres de su propia época.
De modo que si se admite que ese poder lo poseía el supuesto “autor desconocido” de los capítulos 40–66, con igual razón puede atribuírsele a Isaías; y si se reconoce que un escritor profético puede poseer ese poder, entonces todas las dificultades planteadas por los críticos modernos, y para cuya solución se invocaron esas teorías, se disuelven fácilmente.
En cuanto a la diferencia de estilo literario entre la primera y segunda división del libro de Isaías, que se propone como prueba de la necesidad de creer en distintos autores para ambas partes, estoy dispuesto a conceder bastante peso a ese tipo de evidencia, ya que sé cuán fuerte es la tendencia hacia la individualización en la expresión;
pero aquellos más competentes que yo en ese campo sostienen que, de todos los escritores proféticos, Isaías posee el rango más amplio de estilo literario, la mayor riqueza de colores y formas de expresión.
Y esto se dice incluso al considerar solo la parte del libro que todos admiten que Isaías escribió. Por ejemplo, el autor más convencido de que Isaías no escribió los capítulos 40 al 66 del libro que lleva su nombre—el autor de “Una Introducción a la Literatura del Antiguo Testamento”—hablando de Isaías (y limitando su comentario, por supuesto, a los capítulos 1–39), dice lo siguiente:
La genialidad poética de Isaías es magnífica. Sus características son la grandeza y belleza de la concepción, la riqueza de imaginación, la viveza de la ilustración, la energía concentrada y el esplendor de la dicción.
Ejemplos de imaginería impresionante y pintoresca son tan abundantes que resulta difícil elegir. No obstante, pueden mencionarse:
la bandera ondeando en lo alto de los montes;
el rugido inquieto del mar;
las aguas que se levantan con fuerza irresistible;
el bosque consumido rápidamente en las llamas giratorias o despojado de su follaje por una mano invisible;
el camino elevado;
el estruendo de muchas aguas;
la tormenta que arrasa todo a su paso;
la gigantesca pira funeraria;
la mano de Jehová “extendida” o “alzándose” sobre la tierra, causando consternación a su paso.
Especialmente grandiosas son las imágenes con las que concibe a Jehová “levantándose”, siendo “exaltado” o, de otra manera, afirmando su majestad frente a quienes la desprecian o ignoran.
El brillo y la fuerza del genio de Isaías también se manifiestan en los contrastes súbitos, y en las antítesis y réplicas agudas que tanto le gustan.
El estilo literario de Isaías muestra características similares. Es sobrio y digno; el lenguaje es refinado pero sin artificios ni rigidez, cada oración es compacta y enérgica; el ritmo es majestuoso; los períodos están bellamente redondeados; Isaías, en el estilo propio de su pueblo, recurre ocasionalmente a la pintura tonal y a veces refuerza su significado mediante una aliteración efectiva, pero nunca de forma excesiva o como adorno superficial. Su estilo nunca es difuso: incluso sus discursos más extensos no son monótonos ni prolijos; sabe tratar su tema con profundidad y, a medida que avanza, presentar nuevos y variados aspectos del mismo; así capta varios puntos destacados y presenta cada uno en un cuadro vívido.
Ningún profeta tiene el poder de concepción o de expresión de Isaías; ninguno posee el mismo dominio de pensamientos elevados, ni puede presentarlos con un lenguaje tan noble y atractivo.
Sumerge a un escritor como éste en el espíritu del futuro, entrégale como tema la liberación de Israel del cautiverio babilónico, o la liberación más grande de Israel y del mundo del pecado y de la muerte por medio de la misión del Cristo; ¿y qué nuevo matiz no dará a su estilo? ¿Qué mayores profundidades de verdad sobre Dios y el hombre no sondeará, que exijan una nueva fraseología, nuevas palabras y combinaciones para expresar el conocimiento más profundo de la visión ampliada?
Creo que eso es lo que le ocurrió al profeta. Estuvo así inmerso; y su estilo, bajo la inspiración de Dios, se elevó para estar a la altura del nuevo entorno y de las nuevas perspectivas ofrecidas por la visión más amplia.
Uno de los pasajes más convincentes sobre este tema que he encontrado hasta ahora es el escrito por el Profesor Daniel Smith Talcott, D.D., del Seminario Teológico de Bangor, Maine. Él escribió el artículo sobre “Isaías” en la edición de Hackett del Diccionario de la Biblia de Smith, y en el curso de su tratado, al referirse a la diversidad de estilo entre las dos supuestas partes de Isaías, dice:
La colección de evidencias lingüísticas en apoyo de una diversidad de autoría, que ha crecido gradualmente durante el último siglo hasta adquirir las proporciones formidables que se nos presentan en las páginas de Knobel y otros, se basa en gran parte en una suposición que ninguno de estos críticos tiene el valor de defender abiertamente:
A saber, que dentro del estrecho compendio de literatura hebrea que nos ha llegado de cualquier período determinado, poseemos los medios para estimar con precisión todos los recursos que el idioma poseía en ese tiempo.
Cuando eliminamos de la lista de palabras y frases utilizadas como base para probar una fecha posterior a la época de Isaías todo aquello cuyo valor para el argumento depende de esa suposición, no queda absolutamente nada que no pueda atribuirse razonablemente al reinado de Ezequías. De hecho, considerando todas las circunstancias de la época, podría esperarse justamente que los rastros de influencia extranjera sobre el idioma fueran mucho más notorios en un escrito de esa fecha que los que realmente aparecen en las porciones controvertidas.
Debe recordarse que el ministerio del profeta debió extenderse, como mínimo, durante casi cincuenta años; un período caracterizado, especialmente durante los reinados de Acaz y Ezequías, por un constante y creciente contacto con naciones extranjeras, lo que implicaba influencias nuevas y continuas que corrompían la moral pública y nuevos peligros para el Estado.
Esto hacía indispensable que aquel que había sido constituido divinamente como consejero político y guía religioso de la nación estuviera íntima y habitualmente relacionado con el pueblo, de modo que pudiera percibir al instante cada paso adicional en su decadencia y la primera señal de cada nuevo peligro desde el extranjero, y así pudiera enfrentar cada fase sucesiva de las necesidades del pueblo con formas de instrucción, amonestación y advertencia, no solo en su contenido general, sino también en su estilo y dicción, adaptados a condiciones hasta entonces desconocidas y que estaban en constante cambio.
Ahora bien, al considerar todo esto, e imaginar al profeta, hacia el final de ese largo período, emprendiendo lo que en ciertos aspectos era una forma nueva de labor, escribiendo con mirada puesta en el beneficio de una posteridad lejana, bajo la inspiración de esa misteriosa teopneustia (inspiración divina) de la que sus labios habían sido el canal de comunicación para sus contemporáneos durante tantos años,
lejos de encontrar alguna dificultad en las diferencias de estilo perceptibles en las distintas porciones de su profecía, más bien veremos un nuevo motivo para admirar la fuerza y grandeza nativa de su intelecto, que ha dejado una huella tan clara de una misma e inconfundible individualidad sobre producciones tan separadas entre sí en el tiempo y en las circunstancias de su composición.
—Diccionario Bíblico de Smith, Vol. II, p. 1165.
Los creyentes en el Libro de Mormón no tienen motivo alguno para sentirse incómodos por el hecho de que pasajes de la última parte del libro de Isaías se encuentren transcritos en el registro nefitas.
Las teorías de los críticos modernos no han destruido la integridad ni la unidad del libro de Isaías.
Y luego de considerar las abrumadoras evidencias a favor de la veracidad del Libro de Mormón, y al hallarse que en las placas de Nefi había transcripciones de la última parte de los escritos de Isaías, tomadas de una copia de sus profecías llevada por una colonia de judíos desde Jerusalén al hemisferio occidental, seiscientos años antes de Cristo,
los hombres verán en este descubrimiento una nueva evidencia en favor de la autoría isaiana del libro completo de Isaías.
























