Un Nuevo Testigos de Dios Volumen 3


Capítulo 17

Objeciones al Libro de Mormón (Continuación).


IV.—Conocimiento del Evangelio antes de la Era Cristiana.

Entre las primeras objeciones al Libro de Mormón, que se suponía eran irrefutables, estaba aquella basada en el hecho de que los nefitas, cientos de años antes del nacimiento de Cristo, tenían conocimiento de Él y de la redención que llevaría a cabo para la humanidad, así como de los medios de gracia mediante los cuales se lograría la salvación. De hecho, tenían conocimiento de la institución cristiana. “Él,” (José Smith) “representa la institución cristiana,” dice Alexander Campbell, “como practicada entre sus israelitas antes de que Cristo naciera. ¡Y sus judíos son llamados ‘cristianos’ mientras guardan la ley de Moisés, el santo día de reposo, y adoran en su templo, en sus altares y por medio de su Sumo Sacerdote!”

Sin embargo, últimamente no se ha dado tanta importancia a esta objeción. Cada vez se reconoce más como una verdad que el evangelio de Cristo era conocido desde tiempos muy antiguos, de hecho, desde antes de la fundación del mundo. Jesús, en las Escrituras, es conocido como el “Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo,” y se habla de ciertas personas como aquellas que tienen sus nombres escritos en el “Libro de la Vida” desde la fundación del mundo.

Pablo habla de la esperanza de “vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos.” Los hombres no fueron dejados en la ignorancia del plan de su redención hasta la venida del Mesías en la carne, ni siquiera en el viejo mundo. Nuestros anales son sin duda imperfectos al respecto, pero existe suficiente evidencia incluso en las escrituras judías para indicar la existencia del conocimiento del hecho de la Expiación y de la redención del hombre por medio de ese sacrificio. Abel, el hijo de Adán, ofreció los primogénitos de su rebaño como sacrificio a Dios. ¿Cómo llegó a hacer tal ofrenda, excepto que detrás del sacrificio, como detrás de ofrendas similares en épocas posteriores, estaba el hecho de la Expiación de Cristo? En tal sacrificio se prefiguraba el medio de la redención del hombre—mediante un sacrificio, y ese sacrificio del primogénito. Pablo también se refiere a los sacrificios y otras cosas de la ley de Moisés como “teniendo la sombra de los bienes venideros.” Pero, ¿dónde aprendió Abel a ofrecer sacrificios, si no fue de su padre, Adán? Es razonablemente cierto que Adán, al igual que Abel, ofreció sacrificios, de igual manera y con el mismo propósito. Pablo da testimonio inequívoco del hecho de que el evangelio fue predicado a Abraham; y también que fue ofrecido a Israel bajo Moisés antes de que se diera “la ley de mandamientos carnales.” “No quiero que ignoréis,” dice, “que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos pasaron por el mar; y todos fueron bautizados en Moisés en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.”

La gran controversia de Pablo con los judíos cristianos era en relación con la superioridad del evangelio sobre la ley de Moisés. Muchos de los judíos cristianos, aunque aceptaban a Jesús de Nazaret como el Mesías prometido, aún se aferraban a la ley con una especie de reverencia supersticiosa, y no podían ser persuadidos de que el evangelio reemplazaba a la ley, y que era, de hecho, un cumplimiento de todos sus símbolos y figuras. Esta controversia culminó en la ya célebre carta de Pablo a los Gálatas, donde dice:

Sabed, por tanto, que los que son de la fe, estos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: Y a las descendencias, como si hablara de muchos, sino como de uno: Y a tu descendencia, la cual es Cristo. Y esto digo: que el pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo, la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa. ¿Para qué, pues, sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniera la descendencia a quien fue hecha la promesa; y fue dada por medio de ángeles en manos de un mediador. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo. Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.

Después de este testimonio del conocimiento del evangelio entre los antiguos, resulta inútil que los críticos modernos del Libro de Mormón se quejen del conocimiento que los nefitas tenían de la institución cristiana, y del hecho de que el Libro de Mormón proclama la existencia de ese conocimiento. Si se dijera que los nefitas tenían concepciones más claras al respecto que los pueblos del viejo mundo, ese hecho no se debería a la falta de voluntad de Dios para dar a conocer la gran verdad, sino al hecho de que los nefitas lograron vivir más cerca de su favor; y, por tanto, tenían un conocimiento más claro de la verdad.

Debe recordarse que la profecía no es más que la historia en reversa. Todas las obras y palabras de Dios son conocidas por Él desde el principio hasta el fin; y en diversas ocasiones ha dado a conocer acontecimientos futuros con la mayor claridad a sus profetas, quienes, bajo la inspiración del Espíritu Santo, los han registrado. El profeta Isaías, 150 años antes del nacimiento de Ciro, predijo su nombre; declaró que subyugaría reinos, incluyendo Babilonia; que liberaría al pueblo de Dios que allí se hallaba en cautiverio, y que reconstruiría la Casa del Señor en Jerusalén. Y todo esto tan claramente como los historiadores podrían haberlo escrito después de ocurridos los acontecimientos. A Daniel le reveló el surgimiento, caída y sucesión de los principales imperios y naciones del mundo, incluso hasta el momento del establecimiento del Reino de Dios con poder para ejercer dominio universal en los últimos días, un acontecimiento aún no cumplido.

Es aún más evidente a partir de las Escrituras hebreas que el Señor ha estado dispuesto, e incluso deseoso, de que el conocimiento de la institución cristiana estuviese disponible para los hombres desde el principio. A los profetas de Israel, de hecho, se les dio a conocer casi cada acontecimiento importante en la vida del Salvador. Profetizaron que nacería de una virgen; que su nombre significaría “Dios con nosotros”; que Belén sería el lugar de su nacimiento; que habitaría en Egipto con sus padres; que residiría en Nazaret, pues “será llamado Nazareno”; que un mensajero prepararía el camino delante de Él; que entraría triunfalmente en Jerusalén montado sobre un pollino, hijo de asna; que sería afligido y despreciado; que sería un varón de dolores, experimentado en quebranto; que sería despreciado y desechado por los hombres; que los hombres volverían su rostro lejos de Él en su aflicción; que sería tenido como herido y golpeado por Dios; que sería herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; que el castigo de nuestra paz caería sobre Él,

y que por sus llagas seríamos sanados; que sobre Él cargaría Dios la iniquidad de todos nosotros; que por las transgresiones del pueblo de Dios sería herido; que sería oprimido y afligido, pero no abriría su boca; que como cordero sería llevado al matadero, y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudecería ante sus jueces; que sería traicionado por treinta piezas de plata; que los hombres repartirían sus vestiduras y echarían suertes sobre su ropa; que le darían a beber hiel y vinagre; que ni un solo hueso suyo sería quebrado; que sería quitado de la prisión y del juicio, y eliminado de la tierra de los vivientes; que haría su sepultura con los impíos, y con los ricos en su muerte; pero a pesar de todo esto, no vería corrupción (es decir, que su cuerpo no se descompondría), y que al tercer día después de su muerte resucitaría triunfante de la tumba. Todo esto, y mucho más, fue predicho por los antiguos profetas hebreos acerca del Mesías. Esto es historia profética.

De la misma manera, a los nefitas se les dio a conocer esta historia profética, y se encuentra en el Libro de Mormón en algunos casos con mayor claridad que en el Antiguo Testamento, debido a que, además de la sugerencia de que los nefitas pudieron haber vivido más cerca del Señor que otras ramas de la casa de Israel, las escrituras nefitas no han pasado por las manos de un Aristóbulo, un Filón y otros rabinos, quienes mediante interpretaciones o eliminaciones han quitado algunas de las partes claras y preciosas de las escrituras judías. Ciertamente, si el Señor reveló a los profetas judíos estos acontecimientos principales en la historia del Salvador siglos antes del nacimiento del Mesías, no debería parecer cosa extraña que Dios impartiera el mismo conocimiento a los profetas nefitas. Ni el hecho de que lo hiciera, y que lo hiciera en términos más claros que en las revelaciones a los judíos, puede considerarse una objeción válida contra el Libro de Mormón.

V.—La Ilegalidad de Establecer el Sacerdocio Fuera de la Tribu de Leví.

Algo relacionado con las objeciones recién consideradas es aquella basada en la afirmación de que sería ilegal establecer un sacerdocio distinto al fundado por Moisés, cuando eligió a la tribu de Leví para oficiar en las ordenanzas sagradas. A fin de presentar esta objeción con toda su fuerza, la cito tal como la expone Alexander Campbell, sin omitir siquiera la desafortunada grosería de su lenguaje, tan indigna de su carácter, y que atribuyo al espíritu de aquellos tiempos, cuando la grosería era frecuentemente confundida con contundencia.

Smith, su verdadero autor [es decir, del Libro de Mormón], tan ignorante e insolente como cualquier embaucador que haya escrito un libro, delata su verdadera naturaleza al basar todo su libro en un hecho falso, o en un hecho fingido, que hace de Dios un mentiroso. Es este: con los judíos, Dios hizo un pacto en el monte Sinaí, e instituyó un sacerdocio; separó a Leví y pactó darle este oficio irrevocablemente mientras existiera el templo, o hasta que viniera el Mesías. “Entonces,” dice Dios, “Moisés nombrará a Aarón y a sus hijos, y ellos servirán en el sacerdocio, y el extraño (la persona de otra familia) que se acerque será muerto.” (Números 3:10). “Y los sacerdotes hijos de Leví se acercarán; porque a ellos ha escogido Jehová tu Dios para que le ministren y bendigan en el nombre de Jehová, y por su palabra se decidirá toda disputa y todo caso de violencia.” (Deut. 21:5). Coré, Datán y Abiram, con 250 hombres de renombre, se rebelaron contra una parte de la institución del sacerdocio, y el Señor los destruyó ante toda la congregación. Esto fue para ser un memorial de que ningún extraño debía invadir ninguna parte del oficio del sacerdocio. (Números 16:40). Catorce mil setecientas personas más fueron destruidas por una plaga por murmurar contra ese memorial.

En el capítulo 18 de Números, los levitas son nuevamente dados a Aarón y a sus hijos, y el sacerdocio les es confirmado con esta amenaza: “El extraño que se acerque morirá.” “Aun Jesús,” dice Pablo, “si estuviera en la tierra, no sería sacerdote; ya que él pertenecía a una tribu de la cual Moisés nada dijo tocante al sacerdocio.” (Heb. 7:13). Tan irrevocable fue la concesión del sacerdocio a Leví, y del sumo sacerdocio a Aarón, que ningún extraño se atrevía a acercarse al altar de Dios que Moisés había establecido. Por lo tanto, el mismo Jesús fue excluido de oficiar como sacerdote en la tierra conforme a la ley.

Esto lo pasó por alto José Smith en su impía impostura, y hace que su héroe, Lehi, descienda de José. Y tan pronto como sus hijos regresan con el registro de su linaje, averiguando que era de la tribu de José, él y sus hijos “ofrecen sacrificios y holocaustos al Señor.” (p. 15, primera edición). También se repite (p. 18): Nefi se convierte en el principal artesano, constructor de barcos y navegante; fue escriba, profeta, sacerdote y rey para su propio pueblo, y “consagró a Jacob y a José, hijos de su padre, como sacerdotes para Dios y maestros”, casi 600 años antes de que se completara la plenitud del tiempo bajo la economía judía. (p. 72). Nefi se representa a sí mismo además como “bajo la ley de Moisés” (p. 105). Construyen un nuevo templo en el nuevo mundo, y a 55 años de haber salido de Jerusalén, establecen un nuevo sacerdocio que Dios aprueba. También se consagra a un sumo sacerdote, y aun así están continuamente “enseñando la ley de Moisés y exhortando al pueblo a guardarla.” (pp. 146, 209). Así se representa a Dios instituyendo, aprobando y bendiciendo un nuevo sacerdocio proveniente de la tribu de José, respecto de la cual Moisés no dio ningún mandamiento sobre el sacerdocio. Aunque Dios había prometido en la ley de Moisés que si algún hombre, no de la tribu y familia de Leví y Aarón, se acercaba al oficio sacerdotal, ciertamente moriría; se le representa a Dios, según Smith, bendiciendo, aprobando y sosteniendo a otra familia en este oficio reservado. ¡Entonces, o el Dios de Abraham o José Smith debe ser un mentiroso! ¿Y quién vacilaría en declararlo un impostor?

Esta mentira recorre su relato durante los primeros 600 años de su historia.

He expuesto esta objeción con detalle porque se le ha dado mucha importancia y muchos la han considerado como irrefutable. Yo considero que su importancia ha sido exagerada, y que toda la objeción se basa en concepciones demasiado estrechas y dogmáticas sobre el derecho, el poder de Dios y su libertad de acción.

Debe observarse, ante todo, que las prohibiciones contra la designación de otros al sacerdocio dado a Aarón y a los levitas, son prohibiciones contra que los hombres asuman el derecho de instituir cualquier otro orden de sacerdocio en Israel, o de conceder los derechos de ese sacerdocio a otra tribu distinta de la designada por el Señor. Que por causa de esas prohibiciones contra que los hombres presuman cambiar el orden que Dios ha establecido, se asuma entonces que Dios, para cumplir otras condiciones —como por ejemplo en el establecimiento de una rama de la casa de Israel en el nuevo mundo, como en el caso de Lehi y su colonia— no pueda hacer tales cambios en cuanto al establecimiento del sacerdocio conforme le parezca, es algo absurdo.

Creo que el argumento podría cerrarse aquí, pues ciertamente nadie sería tan irrazonable como para sostener que las prohibiciones que Dios impone a los hombres deben aplicarse a Él mismo.

En el tratamiento de la objeción anterior a la que ahora consideramos, señalé el hecho de la antigüedad del evangelio, mostrando que incluso a Abraham se le predicó el evangelio, y que la ley de Moisés, generalmente llamada la ley de los mandamientos carnales, fue “añadida” al evangelio a causa de las transgresiones de Israel, lo cual indica claramente que el evangelio se administraba en aquellos antiguos tiempos patriarcales. Era una ley superior a la ley de Moisés. Era el convenio eterno de Dios con el hombre, y la sangre de Cristo es mencionada como la sangre de ese convenio eterno. Había un sacerdocio que administraba las ordenanzas de ese evangelio, y como el evangelio era una ley más elevada que la de Moisés, es razonable concluir que el sacerdocio que administraba esas ordenanzas era un orden más alto de sacerdocio que el conferido a Aarón y a la tribu de Leví; y, sin duda, ese sacerdocio superior podía, en ciertas ocasiones, administrar las ordenanzas de la ley inferior. Fue, sin duda, este orden superior de sacerdocio el que poseyeron personajes como Abraham, Melquisedec y otros profetas en Israel, y mediante el cual administraban en cosas sagradas. Fue este orden de sacerdocio el que poseían Lehi y Nefi, y que este último confirió a sus hermanos Jacob y José. El primero, al referirse a su sacerdocio, dice que había sido “ordenado según el modo de esta santa orden (del Señor)”, siendo esta la forma en que este sacerdocio superior, del que hablo, es designado a lo largo del Libro de Mormón. También se le llama un sacerdocio “según el orden del Hijo de Dios.” Por tanto, fue este sacerdocio el que se confirió a los nefitas —no el sacerdocio aarónico— y mediante el cual oficiaban en cosas sagradas; tanto en lo que respecta al evangelio como a la ley dada por Moisés. La justificación para administrar en las cosas de la ley mediante este sacerdocio radica en el hecho de que la autoridad superior incluye todos los derechos y poderes de la autoridad inferior, y ciertamente posee el poder de hacer lo que la autoridad inferior podía hacer.

Podría decirse que la inconsistencia del Libro de Mormón, en relación con este asunto, radica en lo siguiente: afirma que los nefitas vivían conforme a la ley de Moisés, y la ley de Moisés disponía que solo la casa de Aarón y la tribu de Leví debían ejercer el sacerdocio; mientras que entre los nefitas, personas que no eran levitas poseían y ejercían el sacerdocio. Técnicamente, esa inconsistencia existe, pero es una tecnicidad y no puede soportar el peso argumental que el Sr. Campbell le impone. En la colonia de Lehi no había, que se sepa, ningún representante de la tribu de Leví, y por tanto, era necesario que se eligiera a otros para oficiar ante el Señor en el oficio sacerdotal.

Que el Señor, al hacer su convenio con la casa de Aarón y la tribu de Leví respecto del sacerdocio, se reservó el derecho de designar, en ciertas ocasiones, a otros para realizar funciones sacerdotales —incluso en Israel, en Palestina— es evidente por el caso de Gedeón, el quinto juez de Israel después de Moisés. Gedeón era de la tribu de Manasés, y cuando el Señor quiso librar a Israel de la opresión de los madianitas, envió a su ángel a este hombre, y aunque no pertenecía a la tribu a la que se había conferido el sacerdocio por convenio, no obstante, el Señor le mandó edificar un altar, y él lo hizo, y lo llamó Jehová-shalom. También derribó el altar de Baal, edificó un altar al Señor y ofreció holocaustos, todo lo cual son funciones sacerdotales. ¿Serán denunciados estos actos como violación del convenio del Señor con Aarón y la tribu de Leví? ¿Será declarado el ángel del Señor, que instruyó a Gedeón en estas cosas sacerdotales, como un espíritu maligno, un violador del convenio de Dios? ¿Será rechazado el libro de Jueces como un libro espurio, indigno de ser aceptado como parte de las Escrituras porque relata estas circunstancias?

En resumen, ¿aplicaremos contra él todo el rigor de la crítica del Sr. Campbell contra el Libro de Mormón? Su crítica sería igual de efectiva contra el libro de Jueces que contra el Libro de Mormón, pero en realidad, no tendría peso en ninguno de los dos casos, ya que las acciones de Gedeón, así como las de Lehi y Nefi, fueron de designación divina, y ciertamente el Señor se reservó el derecho de nombrar a hombres que no fueran de la tribu de Leví cuando la ocasión lo requiriera, aunque prohibiera a los hombres designar sacerdotes de otras tribus. Esto fue para evitar confusión y la aparición de sacerdocios rivales entre el pueblo de Dios; pero ciertamente, cuando el Señor confirió un orden superior de sacerdocio a los nefitas, bajo el cual operarían en el Nuevo Mundo, no hubo infracción alguna de los derechos de la tribu de Leví. No fue más una violación del convenio que el Señor hizo con la tribu de Leví que lo sería si el Señor designara a un habitante de Marte a ese orden de sacerdocio y le concediera el derecho de ministrar en ese mundo distante.

Toda la objeción es capciosa y manifiesta la debilidad de las críticas que se hacen contra el Libro de Mormón, ya que se le da tanta importancia a esta supuesta contradicción del pacto bíblico.

En sus objeciones al Libro de Mormón, además de las ya señaladas, el Sr. Campbell también pone énfasis en la salida de Lehi de Jerusalén, así como en el establecimiento de un templo y su culto en el Nuevo Mundo, como una gran violación del pacto de Dios con Israel. “Representar a Dios,” dice él, “como inspirando a un judío devoto [Lehi no era judío, por cierto, sino de la tribu de Manasés] y profeta, tal como Lehi y Nefi son representados por Smith, con la resolución de abandonar Jerusalén y la propia casa de Dios,

y de apartarse de la tierra que Dios dio a sus padres mientras fueran obedientes; y guiar por medio de milagros y bendecir con prodigios a un hombre bueno en el abandono del pacto y del culto de Dios, es un error tan monstruoso que el lenguaje no alcanza a darle nombre.”

Uno apenas puede abstenerse de calificar este tipo de crítica como un disparate. Tampoco representa los hechos del caso. Lehi no estaba abandonando el pacto ni la adoración de Dios; él estaba saliendo de Jerusalén por mandamiento del Señor en un momento en que el juicio de Dios estaba a punto de caer —y poco después cayó— sobre ese lugar, de modo que no fue gran calamidad para la justa colonia de Lehi ser llevada desde allí hasta las grandes tierras del continente americano, conforme a los pactos del Señor con la casa de José, antepasado de Lehi. El establecimiento de un templo en el Nuevo Mundo fue una necesidad para esta colonia, pero el Sr. Campbell, junto con todos los que lo han seguido en esta y otras objeciones similares, parecen empeñados en limitar tanto el poder de Dios que no le permiten hacer provisión alguna para tales circunstancias.

VI.—El Conocimiento Nefita del “Llamado de los Gentiles.”

El Sr. Campbell y otros ponen mucho énfasis en lo que Pablo dice respecto del “llamado” de los gentiles a la gracia del evangelio de Cristo: “lo cual en otros tiempos,” dice Pablo, “no se dio a conocer a los hijos de los hombres como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos, y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.”

Dar a conocer esta verdad al mundo, según la interpretación que hace el Sr. Campbell de la declaración de Pablo, fue algo reservado a Pablo y sus compañeros apóstoles de aquella dispensación. “Pero Smith,” comenta el Sr. Campbell, “hace que su piadoso héroe Nefi, 600 años antes de que el Mesías comenzara a predicar, revele estos secretos concernientes al llamamiento de los gentiles y a las bendiciones que fluyen a través del Mesías para judíos y gentiles, lo cual Pablo dice que había estado oculto por generaciones y edades.”

Esta objeción puede ser respondida de varias maneras:

Primero, puede sostenerse que cuando Pablo y los demás apóstoles del Viejo Mundo hablaban sobre el desarrollo de la obra del Señor en esa tierra, estaban limitados por su conocimiento del mundo. No hablaban con referencia a los pueblos que habitaban los continentes americanos, que eran desconocidos para ellos. Por ejemplo, cuando Pablo dijo:

“No os apartéis de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual fue predicado a toda criatura que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.”

Nadie piensa, ni por un momento, que Pablo tuviera en mente a los habitantes del hemisferio occidental cuando dijo: “el evangelio fue predicado a toda criatura que está debajo del cielo.” Él se refería al mundo que conocía, según su entendimiento de lo que era el mundo.

Segundo, puede sostenerse que el conocimiento de este misterio revelado a los nefitas no interfirió en absoluto con los propósitos de Dios de mantener este asunto oculto para los gentiles y el resto del mundo. El hecho revelado a los nefitas nunca llegó a conocimiento de los gentiles sino hasta la publicación del Libro de Mormón en 1830, muchos siglos después de que Pablo lo había proclamado al mundo gentil. Lo que se reveló a los nefitas de ninguna manera le resta gloria a Pablo y a los demás apóstoles por haber dado a conocer el misterio de la gracia de Dios a los gentiles.

Tercero, puede sostenerse que Pablo quiso decir que él y sus compañeros apóstoles comprendieron de una manera distinta que los gentiles serían coherederos con la casa de Israel en los privilegios del evangelio. En efecto, creo que esta debe ser la solución del asunto, pues la interpretación que hace el Sr. Campbell pondría a Pablo e Isaías en un conflicto abierto, y demostraría que uno u otro no habló por inspiración de Dios. Que fue revelado a los antiguos que los gentiles participarían de los beneficios de la expiación de Cristo y tendrían parte en la salvación, es evidente por los siguientes pasajes, que todos reconocen como una referencia directa a Cristo y su misión:

“Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; y te guardaré, y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones.”

Y nuevamente:

“Poco es que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para restaurar a los preservados de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra.”

A la luz de estas revelaciones, sobre la participación de los gentiles en la salvación que proviene de Cristo, difícilmente puede decirse que este “misterio” no fue revelado en las edades anteriores a los días de Pablo; pero sí puede decirse —y sostengo que eso es lo que Pablo quiso decir— que no se conocía con la misma plenitud en épocas anteriores que los gentiles serían “coherederos, y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo mediante el evangelio.” Antes de los tiempos de Pablo, esto solo se conocía por medio de profecías; pero después de su tiempo, se conocía tanto por la profecía como por el cumplimiento de los hechos.

VII.—La Dificultad de los Tres Días de Tinieblas.

A veces se intenta poner al Libro de Mormón en contradicción con el Nuevo Testamento en cuanto a los “tres días de tinieblas” que acompañaron la muerte de Jesús. Recientemente, la objeción se formuló en estos términos:

“En Helamán 14:20–27 y en 1 Nefi 19:10 leemos acerca de tres días de tinieblas que cubrirían ‘toda la tierra’ y las islas del mar en la crucifixión del Salvador. Ni la Biblia ni la historia mencionan tres días de tinieblas en el hemisferio oriental, por lo tanto, no cubrieron ‘toda la tierra’ tal como la entendemos.”

La objeción, tal como está planteada aquí, y el argumento que se desprende de ella, es el siguiente: El Libro de Mormón afirma que en la crucifixión del Mesías habría tres días de tinieblas que cubrirían toda la faz de la tierra y las islas del mar. La historia y la Biblia no mencionan tal evento; por lo tanto, el Libro de Mormón hace una declaración falsa, y por ende debe ser falso, y no puede ser lo que afirma ser, es decir, un registro de los antiguos habitantes de América, traído por el poder de Dios para la iluminación e instrucción del mundo.

Esta formulación de la objeción difiere un poco de la manera habitual en que se presenta. Los objetores suelen tratar de hacer ver que la afirmación del Libro de Mormón sobre tres días de tinieblas en el Nuevo Mundo durante el tiempo en que el Mesías estuvo en la tumba entra en conflicto con la afirmación del Nuevo Testamento de que hubo tres horas de oscuridad durante la crucifixión; pero el hecho de que el Nuevo Testamento se refiere a un evento que tuvo lugar mientras Jesús estaba colgado en la cruz en Judea, y que el Libro de Mormón se refiere a un evento que tuvo lugar después de su crucifixión, mientras yacía en la tumba, y en el hemisferio occidental, en lugar de Jerusalén, hace evidente que no hay conflicto entre ambos relatos.

Pero ahora, para abordar la objeción tal como aquí se presenta, basta con exponer exactamente lo que el Libro de Mormón realmente dice con respecto a los tres días de tinieblas:

“El Dios de nuestros padres se entregará, según las palabras del ángel, como un hombre en manos de hombres inicuos, para ser levantado, conforme a las palabras de Zenoc, y para ser crucificado según las palabras de Neum, y para ser sepultado en un sepulcro, conforme a las palabras de Zenós, que habló acerca de los tres días de tinieblas que serían una señal dada de su muerte a aquellos que habitaren las islas del mar, más especialmente dada a los que son de la casa de Israel.”

Este es uno de los pasajes mencionados en la objeción, pero aquí no se dice que los tres días de tinieblas se extenderían sobre “toda la faz de la tierra.” Se habla de que se extenderán a las islas del mar; es decir, tierras alejadas de Jerusalén, más allá de los mares — aquellas especialmente habitadas por la casa de Israel. De paso, y como nota interesante, vale la pena señalar que aquí se mencionan tres profetas hebreos referidos por Nefi —Zenoc, Neum y Zenós— cada uno de los cuales registró profecías importantes sobre la venida y misión de Cristo; y si los judíos no hubieran eliminado los libros de estos profetas de su colección de escrituras, no podría decirse ahora, como se dice, que la Biblia guarda silencio respecto a estos tres días de tinieblas, que serían una señal de la muerte del Mesías; pues entonces habrían tenido las palabras de Zenós de que se daría tal señal en las islas del mar, habitadas por la casa de Israel.

“He aquí, como os he dicho en cuanto a otra señal, una señal de su muerte: he aquí, en ese día en que sufra la muerte, el sol se oscurecerá y rehusará daros su luz, y también la luna y las estrellas; y no habrá luz sobre la faz de esta tierra desde el momento en que sufra la muerte, por el espacio de tres días, hasta el momento en que resucite de entre los muertos. Y he aquí, así me lo dijo el ángel: que estas cosas acontecerían, y que tinieblas cubrirían la faz de toda la tierra por el espacio de tres días. Y el ángel me dijo que muchos verían cosas mayores que estas, a fin de que creyeran que estas señales y prodigios acontecerían sobre toda la faz de esta tierra.” (Helamán 14:20–27)

Este es el otro pasaje citado, y en él se encuentra la frase: “que tinieblas cubrirán la faz de toda la tierra por el espacio de tres días.” Pero debe recordarse que esto está precedido por una declaración sobre los tres días de tinieblas que limita esta expresión general, a saber: “no habrá luz sobre la faz de esta tierra” —es decir, América— “por el espacio de tres días.” Esto claramente limita la señal particular al continente americano y las islas del mar adyacentes, en otras palabras, al hemisferio occidental. Además, la frase “que tinieblas cubrirán la faz de toda la tierra” está seguida, al igual que precedida, por la cláusula que la restringe: “estas señales y estos prodigios” —es decir, las tres horas de tempestad y terremoto, seguidas por los tres días de tinieblas— “acontecerán sobre toda la faz de esta tierra” —refiriéndose, por supuesto, a América.

Entonces, nuevamente, cuando se deja la profecía y se pasa a la historia de su cumplimiento, toda la conmovedora narración está claramente limitada a los eventos ocurridos en las tierras ocupadas por los nefitas, es decir, al hemisferio occidental. Sin embargo, en esa narración se encuentra la misma forma de expresión que en la profecía de Samuel, el lamanita. Mientras describe eventos que claramente están restringidos a las tierras nefitas, Mormón dice:

“Y así fue que la faz de toda la tierra quedó deformada por causa de las tempestades, y de los truenos y de los relámpagos. Y he aquí, las rocas se hendieron en dos; se partieron sobre toda la faz de la tierra.” (3 Nefi 8:17–18).

¿Acaso quería decir el profeta que las convulsiones que estaba describiendo se extendieron a Europa, Asia y África solo porque dijo que “las rocas se partieron sobre toda la faz de la tierra”? No; uno limita la expresión general por los hechos de toda la circunstancia que se está considerando, de modo que “partidas sobre toda la faz de la tierra” significa sobre toda la tierra nefita —ese es el límite de la frase general.

Como ejemplo de este tipo de interpretación, presento uno o dos pasajes de la Biblia. Daniel, al dar la interpretación del sueño del rey de Babilonia, dice:

“Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad. Y dondequiera que habitan los hijos de los hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha hecho señor de todos ellos. Tú eres aquella cabeza de oro.”

¿Significa realmente esta profecía que “dondequiera que habitan los hijos de los hombres”, allí también estaba el dominio de Nabucodonosor? ¿Gobernó él sobre toda Europa y África? ¿Se extendió su dominio hasta el hemisferio occidental, donde también habitaban hijos de hombres, así como en Asia? Es bien sabido que el dominio de Nabucodonosor no fue tan amplio, sino que estuvo bastante limitado. ¿Y entonces? ¿Debemos rechazar las profecías de Daniel porque una interpretación estricta y técnica de su lenguaje no se ajusta a los hechos?

Nuevamente, dice, hablando de los poderes políticos que sucederían a Babilonia:

“Y después de ti se levantará otro reino menor que tú, y un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra.”

Este tercer reino generalmente se interpreta como una referencia al imperio de Alejandro Magno; pero ¿acaso Alejandro “dominó sobre toda la tierra”? ¿Dominó sobre el hemisferio occidental? No; ni siquiera conocía de su existencia. ¿Qué haremos, entonces, con este profeta inspirado que dice que él “dominará sobre toda la tierra”? ¿Lo rechazaremos a él y a su libro? ¿O diremos que sus declaraciones no concuerdan con los hechos? Eso sería absurdo. La frase particular se limita por las circunstancias generales bajo las cuales el profeta hablaba. Esta es, por supuesto, la interpretación que hacen todos los que creen en el libro de Daniel, y es una postura plenamente justificada por la razón.

Además, está registrado en Lucas, al hablar de los eventos que ocurrieron durante la crucifixión del Salvador:

“Y cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena.”

¿Acaso tenía realmente en mente este escritor inspirado toda la redondez de la tierra, o estaba hablando en relación con lo que ocurrió allí mismo en Judea, donde ocurrió el evento principal? Indudablemente se refería a lo que le había sido contado por testigos presenciales del suceso, quienes relataron simplemente lo que a ellos les pareció; es decir, que una oscuridad cubrió la tierra, pero ellos no estaban pensando en toda la faz de la tierra cuando relataron la historia a Lucas, ni lo estaba él cuando escribió su narración del evento.

Un último ejemplo:

“No os apartéis de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual fue predicado a toda criatura que está debajo del cielo, del cual yo Pablo fui hecho ministro.” (Colosenses 1:23)

¿Es esta afirmación de Pablo literalmente cierta? ¿Había sido predicado el evangelio en ese momento —o incluso desde entonces— a toda criatura debajo del cielo? Ciertamente no. Y cuando Pablo escribió su carta a los colosenses, había millones de hijos de los hombres, como los hay hoy, que nunca habían oído hablar del Mesías ni del evangelio. Pablo solo podía haber querido decir, con esta afirmación un tanto exagerada, que el evangelio había sido predicado de manera general en los reinos y provincias con los que él y los colosenses estaban familiarizados; y nadie piensa en rechazar a Pablo o sus escritos por tales aparentes inexactitudes. Su uso de frases de tan amplio alcance se interpreta a la luz de la razón, y limitado por las circunstancias bien conocidas en las que escribió.

Debe recordarse, en relación con esto, que la hipérbole es un hábito común del habla entre los pueblos orientales, a los que pertenecían los judíos; e indirectamente, también los nefitas eran descendientes de ese mismo pueblo, y conservaron en gran medida los mismos hábitos de expresión; todo lo cual debe ser tenido en cuenta en la interpretación de los registros nefitas, así como siempre se hace en la exégesis de las escrituras hebreas.

V.—El Nacimiento de Jesús “en Jerusalén”

La siguiente profecía sobre el lugar de nacimiento de Jesús se encuentra en el libro de Alma:

“Y he aquí, nacerá de María, en Jerusalén, que es la tierra de nuestros antepasados.”

Es bien sabido que Jesús nació en Belén de Judea, a unos siete u ocho kilómetros al sur de Jerusalén, en realidad un suburbio de la ciudad más grande. Casi todos los críticos señalan esta profecía como una contradicción del bien atestiguado hecho histórico del nacimiento de Cristo en Belén. Sin embargo, rara vez se presenta esta objeción de manera justa. Se acusa que el Libro de Mormón dice que Jesús nació ‘en Jerusalén’, y Alexander Campbell lo cita como si dijera “en Jerusalén”, omitiendo la cláusula calificativa: “la tierra de nuestros padres”, que indica claramente que no se refiere a la “ciudad”, sino a la tierra en la que Jesús nacería.

Esta explicación de la supuesta dificultad se fortalece aún más cuando se recuerda que era costumbre entre los nefitas nombrar grandes extensiones de territorio —semejantes a provincias o principados en otras naciones— según la ciudad principal de esa tierra:

“Ahora bien, era costumbre entre el pueblo de Nefi llamar a sus tierras, y a sus ciudades, y a sus aldeas, sí, aun a todas sus pequeñas aldeas, por el nombre de aquel que primero las poseyó; y así fue con la tierra de Ammoníah.”

Y de ahí también proviene la práctica de llamar a grandes regiones por el nombre de su ciudad principal. En este mismo libro de Alma —como en todo el Libro de Mormón— encontramos ciudades nombradas por el hombre que las fundó, y el distrito de tierra nombrado según la ciudad principal, como por ejemplo: “la tierra de Zarahemla,” “la tierra de Melek,” “la tierra de Ammoníah,” “la tierra de Gedeón,” “la tierra de Lehi-Nefi, o ciudad de Lehi-Nefi,” y así sucesivamente hasta el infinito. Se volvió una costumbre de expresión entre ellos, especialmente al referirse a Jerusalén, de donde provenían sus antepasados. Véanse, como ejemplo, estas citas (entre muchas otras que podrían darse):

“He de dar a este pueblo un nombre, para que así se distingan sobre todos los pueblos que el Señor Dios ha sacado de la tierra de Jerusalén.” (Mosíah 1:11)

“Ese mismo Dios sacó a nuestros padres de la tierra de Jerusalén.” (Mosíah 7:20)

“¿Por qué no se ha de manifestar en esta tierra, así como en la tierra de Jerusalén?” (Helamán 16:19)

Por tanto, cuando se dice que Jesús nacería “en Jerusalén, que es la tierra de nuestros antepasados,” el escritor nefitas simplemente se ajusta a su hábito de lenguaje, y lo que quiere decir es la tierra de Jerusalén, no la ciudad.

VI.—La Resolución de Controversias Modernas

Este profeta Smith escribió sobre las planchas de Nefi, en su Libro de Mormón, todo error y casi toda verdad discutida en Nueva York durante los últimos diez años. Decide todas las grandes controversias: el bautismo infantil, la ordenación, la Trinidad, la regeneración, el arrepentimiento, la justificación, la caída del hombre, la expiación, la transubstanciación, el ayuno, la penitencia, el gobierno de la Iglesia, la experiencia religiosa, el llamado al ministerio, la resurrección general, el castigo eterno, quién puede bautizar, e incluso la masonería, el gobierno republicano y los derechos del hombre. Todos estos temas son aludidos repetidamente.

Y luego, en tono de burla:

“¡Cuánto más benevolente e inteligente este Apóstol americano que los Santos Doce y Pablo que los asistía! Profetizó sobre todos estos temas y sobre la apostasía, y resuelve infaliblemente cada cuestión con su autoridad. ¡Qué fácil es profetizar sobre el pasado o el tiempo presente!”

Así es como se expresa Alexander Campbell en la crítica que tantas veces se ha citado en estas páginas. Algunos críticos del Libro de Mormón han afirmado que no contiene nada importante sobre estos temas, nada que realmente valga la pena considerar; pero si aborda esta larga lista de temas enumerados por el Sr. Campbell, la acusación de no tratar cuestiones importantes debe ser claramente descartada. De hecho, el Libro de Mormón trata la mayoría de los temas enumerados, aunque no como se discutían en Nueva York entre 1820 y 1830, sino conforme surgieron en la experiencia de los antiguos habitantes de América, o conforme los profetas nefitas, movidos por el Espíritu Santo, vieron que surgirían en la experiencia de los gentiles que habitarían esta tierra.

La principal crítica a la objeción del Sr. Campbell en estos puntos radica en el espíritu con que la formula. Por ejemplo, el Libro de Mormón no menciona la “masonería”, pero a lo largo del texto sí discute la cuestión de sociedades secretas que existieron tanto entre los jareditas como entre los nefitas, y que fueron factores en la destrucción de ambas naciones; y también contiene advertencias proféticas a los gentiles en contra de tales combinaciones secretas.

Si, al tratar los temas teológicos y las dificultades enumeradas por el Sr. Campbell, aparecen en el Libro de Mormón los mismos problemas que han agitado al mundo oriental, debe recordarse que la fuente del error es la misma: la limitación del conocimiento humano, de la razón y del juicio; la constante inclinación del ser humano a seguir sus propios caminos; y que el mismo tentador al mal operaba en el hemisferio occidental como en el oriental, y evidentemente ha reproducido las mismas dificultades teológicas y llevado a los hombres a los mismos errores.

Ejemplo: El tema del bautismo infantil

Tomemos como ejemplo el tema del bautismo infantil, sobre el cual el Sr. Campbell afirma que el Libro de Mormón resuelve, y en efecto así lo hace, al señalar con gran énfasis el error y la maldad de esa doctrina cuando se enseña que un niño inocente se salva porque fue bautizado, y otro niño inocente se condena eternamente porque no lo fue. Pero la condenación del Libro de Mormón contra esa doctrina perversa no fue registrada en sus páginas por causa de alguna controversia existente en Nueva York, como insinúa el Sr. Campbell, sino porque los profetas nefitas se alarmaron ante esta enseñanza al ver que su pueblo caía en el mismo error —la doctrina de la condenación eterna de los niños no bautizados— que cargaba las enseñanzas de las llamadas Iglesias cristianas.

La prueba de esta afirmación está en el hecho de que los nativos americanos, en el momento de la invasión española, practicaban el bautismo infantil. Este hecho es relatado por todas las fuentes, aunque varía ligeramente su descripción según se derive la tradición de una u otra región del país. Tal vez, sin embargo, la descripción de Sahagún es la más detallada y cubre el tema con más amplitud que cualquier otro escritor, y por ello cito a continuación el pasaje como aparece citado por Prescott en su apéndice a “La Conquista de México”:

“Cuando todo lo necesario para el bautismo estaba preparado, se reunían todos los parientes del niño, y se convocaba a la partera, que era quien realizaba el rito. Al amanecer, se reunían en el patio de la casa. Cuando salía el sol, la partera, tomando al niño en brazos, pedía una pequeña vasija de barro con agua, mientras los que la rodeaban colocaban los adornos preparados para el bautismo en medio del patio. Para realizar el rito, ella se ponía de cara al oeste y comenzaba a realizar ciertos ceremoniales. Después rociaba agua sobre la cabeza del niño diciendo:

‘¡Oh, hijo mío! toma y recibe el agua del Señor del mundo, que es nuestra vida, y que se da para el crecimiento y renovación de nuestro cuerpo. Es para lavar y purificar. Ruego que estas gotas celestiales entren en tu cuerpo y habiten allí; que destruyan y eliminen de ti todo el mal y el pecado que te fue dado antes del comienzo del mundo; ya que todos estamos bajo su poder, siendo todos hijos de Chalchivitlycue’ (la diosa del agua).

Luego lavaba el cuerpo del niño con agua y decía:
‘De dondequiera que vengas tú, que eres dañino para este niño, déjalo y apártate de él, porque ahora vive de nuevo, y ha nacido de nuevo; ahora ha sido purificado y limpiado de nuevo, y nuestra madre Chalchivitlycue lo trae nuevamente al mundo.’

Habiendo orado así, la partera tomaba al niño con ambas manos y, levantándolo hacia el cielo, decía:
‘Oh Señor, he aquí tu criatura, a quien has enviado a este mundo, lugar de dolor, sufrimiento y penitencia. Concédele, oh Señor, tus dones y tu inspiración, porque tú eres el Gran Dios, y contigo está la gran diosa.’

Durante estas ceremonias se mantenían encendidas antorchas de pino. Cuando terminaban, se le daba al niño el nombre de alguno de sus antepasados, con la esperanza de que diera nuevo brillo a ese nombre. El nombre era dado por la misma partera, o sacerdotisa, que lo había bautizado.”

Esta es una forma pervertida del bautismo, preservada en las costumbres de los nativos americanos. Los nefitas, en los días de Mormón, y no se sabe cuánto antes, cayeron en el error del bautismo infantil, y evidentemente enseñaban la condenación de los infantes que no recibían esa ordenanza. Cuando el joven Moroni fue llamado al ministerio, su padre, Mormón, lo amonestó estrictamente contra este error y proclamó con fuerza su iniquidad. Sin embargo, parece que persistió en las costumbres de los nativos americanos, hasta que lo vemos en la forma representada por Sahagún, aunque con posibles modificaciones, como que fuera administrado por mujeres, desde el período en que concluye el relato del Libro de Mormón.

Es de esta manera como el Libro de Mormón resuelve la cuestión del bautismo infantil, no como insinúa el Sr. Campbell, es decir, que como el tema del bautismo infantil se debatía en el oeste de Nueva York, José Smith insertó una resolución de la controversia en el Libro de Mormón.

Instrucciones sobre el bautismo cristiano

Además, en cuanto al tema del bautismo en el Libro de Mormón, sí se resuelve claramente la cuestión de la forma en que debe ser administrado, mediante las instrucciones que Jesús dio a los nefitas —¿acaso había un tema en el evangelio sobre el cual los cristianos necesitaran más instrucción que este?—. Y ahora, Jesús a los nefitas:

“De cierto os digo, que el que se arrepienta de sus pecados por medio de vuestras palabras, y desee ser bautizado en mi nombre, así lo bautizaréis: he aquí, bajaréis y os pararéis en el agua, y en mi nombre lo bautizaréis. Y ahora he aquí, estas son las palabras que diréis, llamándolo por su nombre, diciendo:

‘Habiendo recibido autoridad de Jesucristo, te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.’

“Y luego lo sumergiréis en el agua, y saldréis de nuevo del agua.”

No puede haber duda alguna sobre la manera del bautismo cristiano después de estas instrucciones del Maestro, para quienes aceptan el Libro de Mormón como una autoridad. ¡Cuánta disputa y controversia vana se habría evitado en el mundo cristiano si algo tan definido como esto se hubiera hallado en los anales cristianos del viejo mundo! De paso, y como prueba de la divinidad de esta ceremonia, llamo la atención sobre la simplicidad y al mismo tiempo lo completo del rito; su claridad directa.

Compárese esta fórmula sencilla y directa del bautismo con la descripción de Sahagún del bautismo entre los nativos americanos, o con el mismo rito practicado entre los cristianos paganizados del viejo mundo, y la simplicidad y dignidad de la ordenanza, tal como fue dada por el Salvador a los nefitas, no solo resaltará, sino que será un poderoso argumento en favor de su origen divino.

También llamo la atención sobre la resolución del tema que el Sr. Campbell llama “transubstanciación”, es decir, el memorial cristiano conocido como la Santa Cena, en torno al cual se agrupan algunas de las controversias más difíciles del cristianismo. Para conocer cómo este sencillo memorial de la expiación de Cristo fue transformado en lo que se llegó a considerar un sacrificio espiritual, aunque real, de gran magnificencia, se remite al lector al volumen I de New Witness for God, capítulo V.

Aquí solo deseo resaltar la belleza simple y la amplitud doctrinal de la oración que consagra los emblemas del cuerpo y la sangre de Cristo, tal como aparece en el Libro de Mormón. Confío en que las cualidades de simplicidad y adecuación que contiene dicha fórmula establezcan por sí mismas su origen divino, lo que, si se logra con su mera citación, también contribuirá a probar las afirmaciones generales del Libro de Mormón.

Ahora, la oración de consagración:

“Oh Dios, Padre Eterno, te pedimos en el nombre de tu Hijo Jesucristo, que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él, para que lo coman en recuerdo del cuerpo de tu Hijo, y te testifiquen a ti, oh Dios, Padre Eterno, que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de tu Hijo, y siempre recordarlo y guardar sus mandamientos que él les ha dado, para que siempre tengan su Espíritu consigo. Amén.”

La manera de administrar el vino. He aquí que tomaban la copa y decían:

“Oh Dios, Padre Eterno, te pedimos en el nombre de tu Hijo Jesucristo, que bendigas y santifiques este vino para las almas de todos los que beban de él, para que lo hagan en recuerdo de la sangre de tu Hijo, que fue derramada por ellos, para que te testifiquen a ti, oh Dios, Padre Eterno, que siempre lo recordarán, para que tengan su Espíritu consigo. Amén.”

Sobre esta fórmula ya he dicho lo que el arcediano Paley dijo sobre la oración del Señor, al apelar a su excelencia como prueba de su origen divino:

“Por la sucesión de pensamientos solemnes, por centrar la atención en unos pocos puntos esenciales, por su adecuación, suficiencia, brevedad sin oscuridad, por el peso y la importancia real de sus peticiones, esta oración no tiene igual.”

Su redacción, en excelencia, se eleva muy por encima de cualquier producción que pudiera atribuirse a José Smith, y, en resumen, lleva en sí misma la evidencia de una autoría divina. Pasajes como estos no requieren argumentos para apoyar su origen divino. Podemos confiar enteramente en la autoevidencia que se respira en cada una de sus frases. Las burlas de Campbell contra tales pasajes no tienen valor alguno.

VII.—El Libro no contiene nada nuevo

Respecto a la objeción que se presenta contra el Libro de Mormón, que dice que no revela nada nuevo, que no añade nada a nuestro tesoro cristiano de conocimiento —en otras palabras, la acusación de que no contiene ninguna revelación verdadera—, remito como respuesta a todo lo que ya he dicho sobre el conocimiento que el Libro de Mormón transmite sobre tantos temas grandes e importantes en los capítulos XXXIX y XL.

Además, las objeciones basadas en el argumento de que el Libro de Mormón no revela ninguna verdad moral o religiosa nueva son, al menos para los cristianos, una posición mal fundamentada. Debe concederse que las cosas que los cristianos estarían obligados a reconocer como las cosas importantes que el ser humano debe saber —la existencia de Dios el Padre; la relación de Jesucristo con Él, y la relación de Cristo con los hombres en la realización de su redención; los medios mediante los cuales se logra esa redención; la venida final y el reinado universal del Reino de Dios en la tierra, etc.—, todas estas verdades fundamentales se repiten en el ministerio de Cristo entre los nefitas.

Cuando el Mesías vino al Nuevo Mundo, tenía el mismo mensaje que declarar sobre sí mismo y su relación con el mundo, las mismas doctrinas éticas y espirituales que enseñar; y como tenía costumbre de expresar esas doctrinas en frases breves y aforísticas mientras estaba en Judea, no es extraño que las mismas enseñanzas fueran dadas a los nefitas, en su idioma, y de manera muy similar. En resumen, tenía la misma revelación que entregar a los habitantes del hemisferio occidental que a los del oriental, la misma religión que enseñar, y por lo tanto, como ya he dicho, lo que debe esperarse no es algo nuevo, sino más bien coherencia doctrinal e identidad en la construcción espiritual.

También deseo recordar al lector cristiano que esta misma acusación de falta de originalidad, esta supuesta ausencia de novedad, fue dirigida también contra el propio Jesucristo, tanto por incrédulos como por judíos. Exigían saber qué verdad moral o religiosa había enseñado Jesús al mundo que no hubiera sido ya enseñada por Buda o por los rabinos judíos. No solo se afirmaba que las verdades morales de Cristo eran tomadas de maestros más antiguos, sino también que los eventos principales de su vida —desde su nacimiento virginal hasta su crucifixión y resurrección como un dios— habían sido robados de los mitos sobre héroes y maestros del Viejo Mundo.

Un autor ha dedicado un volumen entero al tema, en el que rastrea en las mitologías paganas la existencia de dieciséis salvadores crucificados, cuyas tradiciones, en mayor o menor medida, guardan similitud con los principales eventos en la vida del Mesías.

Quizás una de las comparaciones más elaboradas y cuidadosamente preparadas entre las enseñanzas del Mesías registradas en el Nuevo Testamento y las de los rabinos en el Talmud aparece en The Open Court de octubre de 1903 (Vol. 17). Del extenso paralelo, solo puedo ofrecer algunos ejemplos:

Nuevo Testamento

“Bienaventurados los pobres en espíritu.”

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.”

“No nos metas en tentación, mas líbranos del mal.”

“Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados.”

“¿Cómo dirás a tu hermano: ‘Déjame sacar la paja de tu ojo’, y he aquí, la viga está en el tuyo?”

Talmud

“Más aceptable al Señor que el sacrificio es el espíritu humilde.”

“Que esta sea tu oración breve: Hágase tu voluntad en el cielo, y que la paz del corazón sea la recompensa de quienes te reverencian en la tierra.”

“No me dejes caer en pecado, líbrame incluso de la tentación.”

“El que juzga a su prójimo con caridad, será él mismo juzgado con caridad.”

“¿Te dicen: ‘Saca la astilla de tu ojo’? Él responderá: ‘Quita tú primero la viga de tu propio ojo.’”

Nuevo Testamento

“Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.”

“De gracia recibisteis, dad de gracia.”

“El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo.”

“Le basta al discípulo ser como su maestro.”

Talmud

“Lo que te es odioso, no lo hagas a tu prójimo. Esta es toda la ley; lo demás es comentario.”

“Así como Dios os ha enseñado gratuitamente, así gratuitamente habréis de enseñar.”

“El sábado ha sido entregado a vuestro poder, no vosotros al poder del sábado.”

“Le basta al siervo ser como su maestro.”

Un paralelo algo similar, aunque ni tan idéntico ni tan extenso, puede trazarse entre las enseñanzas de Buda y Cristo, lo cual cualquiera puede comprobar por sí mismo consultando la conferencia de Max Müller sobre el Dhammapada, o El Camino de la Virtud.

En una medida limitada, también puede establecerse un paralelo entre las enseñanzas de Cristo y Confucio, e incluso con otros filósofos morales. Para ilustrar lo que quiero decir, tomemos la “Regla de Oro”, que durante tanto tiempo —y aún hoy para muchos— se considera una expresión exclusivamente cristiana, y se verá que su esencia está presente en las enseñanzas de muchos sabios anteriores a Cristo:

  1. Regla de Oro según Confucio, 500 a.C.: “Haz al otro lo que quisieras que hicieran contigo, y no hagas al otro lo que no quisieras que te hicieran a ti. Esta ley basta por sí sola. Es la base de todo lo demás.”
  1. Aristóteles, 385 a.C.: “Debemos comportarnos hacia los demás como quisiéramos que ellos se comportaran con nosotros.”
  1. Pítaco, 650 a.C.: “No hagas a tu prójimo lo que no aceptarías de él.”
  1. Tales de Mileto, 464 a.C.: “Evita hacer lo que reprocharías a los demás por hacer.”
  1. Isócrates, 338 a.C.: “Actúa hacia los demás como deseas que actúen contigo.”
  1. Aristipo, 365 a.C.: “Cultiva la benevolencia recíproca, lo que te hará preocuparte por el bienestar ajeno tanto como por el tuyo propio.”
  1. Sexto, pitagórico, 406 a.C.: “Lo que desees que tus vecinos hagan contigo, hazlo tú con ellos.”
  1. Hilel el Viejo, 50 a.C.: “No hagas a los demás lo que no te gustaría que hicieran contigo.”

Aunque quizá no corresponda directamente al tratamiento de esta objeción contra el Libro de Mormón, puedo decir de paso —y para mantener al lector de estas páginas ante la verdad completa— que la presencia de verdades éticas y religiosas en lo que llamamos mitología pagana se explica fácilmente. El evangelio fue enseñado en tiempos muy antiguos, de hecho, desde el principio: una dispensación del evangelio fue dada a Adán. Y aunque los hombres se apartaron de él en gran medida como sistema de verdad, aún se conservaron fragmentos en las mitologías de todos los pueblos.

De modo que, en realidad, el cristianismo, tal como fue enseñado por Jesús, no derivó nada de la mitología pagana; más bien, las mitologías paganas fueron enriquecidas por fragmentos de verdad que sobrevivieron desde las primeras dispensaciones del evangelio de Jesucristo.

VIII.—La astronomía moderna en el libro

A partir de un comentario de Alma el Joven (siglo I a. C.) y de uno de Mormón (siglo IV d. C.), es evidente que los nefitas tenían conocimiento del movimiento de la tierra y de los planetas. Alma, en su declaración, hace referencia al movimiento de la tierra, “sí, y también de los planetas que se mueven en su forma regular”, como evidencia de la existencia del Creador.

El comentario de Mormón aparece en el curso de algunas reflexiones suyas sobre el poder de Dios, al compendiar el Libro de Helamán, en el que dice:

“Sí, y si Él dice a la tierra: muévete, se mueve; sí, si Él dice a la tierra: retrocede, para que el día se alargue por muchas horas, se hace; y así, conforme a Su palabra, la tierra retrocede, y al hombre le parece que el sol se detiene; sí, y he aquí, así es; porque en verdad es la tierra la que se mueve, y no el sol.”

Ambos pasajes son citados por Lamb como evidencia de que el Libro de Mormón es moderno, y al segundo pasaje él se refiere sarcásticamente como “un científico moderno intentando explicar el milagro de Josué”; a lo que yo podría responder: ¿Por qué no una explicación nefita antigua del milagro de Josué, ya que los nefitas estaban familiarizados con ese mismo milagro, pues tenían consigo el libro de Josué junto con otras escrituras hebreas? Además, el conocimiento del movimiento de la tierra y de los planetas no es un conocimiento moderno. Generalmente se acepta que los antiguos poseían dicho conocimiento, y que los descubrimientos de Copérnico, Kepler y otros no fueron más que un renacimiento o restauración del conocimiento antiguo acerca del movimiento de la tierra y del sistema planetario.

La Santa Inquisición, al dictar sentencia sobre Galileo, aprovechó la ocasión para decir algo sobre el sistema copernicano, enseñanza que fue el delito del filósofo, y lo denunció como “esa falsa doctrina pitagórica completamente contraria a las Sagradas Escrituras.” (Desarrollo Intelectual de Europa, Draper, Vol. II, p. 263).

De nuevo: que los habitantes del hemisferio oriental hubiesen caído en la ignorancia respecto a los hechos de la astronomía no implica necesariamente que los habitantes del hemisferio occidental estuvieran también sin conocimiento correcto sobre ese tema. De hecho, las autoridades en antigüedades americanas coinciden en que los antiguos nativos americanos estaban bien avanzados en dicho conocimiento. Priest, por ejemplo, tiene el siguiente pasaje al respecto:

“En cuanto a los conocimientos científicos de los constructores de las obras en el oeste, ahora en ruinas [los montículos], el Sr. Atwater dice: ‘cuando se examinan minuciosamente, han proporcionado motivo de admiración a todas las personas inteligentes que han prestado atención al tema. Casi todas las líneas de las obras antiguas encontradas en todo el país, donde la forma del terreno lo permite, son líneas rectas, que apuntan a los cuatro puntos cardinales. Donde hay montículos encerrados, las entradas están con mayor frecuencia en el lado este de las obras, hacia el sol naciente. Donde la situación lo permite, en sus obras militares, las aperturas son generalmente hacia uno o más de los puntos cardinales. Por lo cual se supone que debían tener algún conocimiento de la astronomía, o no se imagina que sus estructuras hubieran sido dispuestas de esa forma. De estas circunstancias también concluimos que los primeros habitantes de América emigraron desde Asia en un período coetáneo con el de Babilonia, pues fue allí donde se realizaron por primera vez cálculos astronómicos, 2.234 años antes de Cristo.’

‘Estas cosas nunca podrían haber ocurrido así, con tal exactitud invariable, en casi todos los casos, sin un diseño. En conjunto’, dice Atwater, ‘estoy convencido, por la atención prestada a muchos cientos de estas obras, en cada parte del oeste que he visitado, de que sus autores tenían conocimiento de la astronomía.’”

Baldwin presenta el siguiente pasaje sobre lo que él considera un dispositivo telescópico, descubierto en un antiguo montículo:

El Sr. Schoolcraft da este relato de un descubrimiento realizado en Virginia Occidental: “Tubo antiguo: dispositivo telescópico. En el curso de excavaciones realizadas en 1842 en el más oriental de los tres montículos del grupo de Elizabethtown, se encontraron varios tubos de piedra, cuyo propósito exacto ha sido objeto de diversas opiniones. El más largo medía doce pulgadas, el más corto ocho. Tres de ellos estaban tallados en esteatita, hábilmente cortados y pulidos. El diámetro externo del tubo era de una pulgada con cuatro décimos; el orificio, de ocho décimos de pulgada. Este calibre se mantenía hasta llegar a tres octavos de pulgada del extremo de observación, donde disminuía a dos décimos de pulgada. Al colocar el ojo en el extremo estrecho, la luz externa se excluye de la pupila, y los objetos distantes se distinguen con mayor claridad.” Señala que el tallado y la manufactura en general son muy superiores a los tallados en pipas indias, y añade que, si este objeto fue una obra de los Constructores de Montículos, “destinada a ser un tubo telescópico, es una reliquia sumamente interesante.” Una antigua reliquia peruana, hallada hace unos años, muestra la figura de un hombre labrada en plata, en el acto de estudiar los cielos a través de un tubo semejante. Tubos similares se han encontrado entre las reliquias de los Constructores de Montículos en Ohio y otros lugares. En México, el Capitán Dupaix vio esculpida sobre una estructura de piedra peculiar la figura de un hombre utilizando uno. Dispositivos astronómicos estaban esculpidos bajo la figura. Supuso que esta estructura había sido usada para la observación de las estrellas.”

Más adelante, al referirse al observatorio mexicano descrito por Dupaix, Baldwin dice:

“En esta parte de México, el capitán Dupaix examinó una ruina peculiar, de la cual dio el siguiente informe: ‘Cerca del camino que va del pueblo de Tlalmanalco al llamado Mecamecan, aproximadamente a tres millas al este de este último, hay una roca de granito aislada, que fue formada artificialmente en una especie de pirámide con seis escalones labrados, orientados hacia el este. La cima de esta estructura es una plataforma o plano horizontal, bien adaptado para la observación de las estrellas en todos los lados del hemisferio. Es casi demostrable que este monumento antiquísimo estuvo dedicado exclusivamente a observaciones astronómicas, ya que en el lado sur de la roca están esculpidas varias figuras jeroglíficas relacionadas con la astronomía. La figura más llamativa del conjunto es la de un hombre de perfil, erguido, dirigiendo su vista hacia las estrellas nacientes en el cielo. Sostiene en su ojo un tubo o instrumento óptico. Debajo de sus pies hay un friso dividido en seis compartimentos, con otros tantos signos celestes tallados en su superficie.’”

Ya se ha mencionado que se han hallado “tubos telescópicos” finamente trabajados entre los restos de los Constructores de Montículos. Parece que fueron utilizados por los pueblos antiguos de México y América Central, y también se conocían en el antiguo Perú, donde se descubrió en una de las viejas tumbas una figura de plata representando a un hombre usando dicho tubo.

Incluso Prescott, quien tiende a mostrarse escéptico respecto a las afirmaciones sobre instrumentos astronómicos entre los aztecas, y ridiculiza la afirmación de Dupaix sobre la existencia de un observatorio astronómico, sin embargo dice:

“Sabemos poco más sobre los conocimientos astronómicos de los aztecas. Que conocían la causa de los eclipses es evidente por la representación, en sus mapas, del disco de la luna proyectándose sobre el del sol. Si habían organizado un sistema de constelaciones es incierto; aunque el que reconocían algunas de las más obvias, como las Pléyades, por ejemplo, es evidente por el hecho de que regulaban sus festividades conforme a ellas.”

Nadaillac, siempre conservador en cuanto a la civilización y conocimientos de los nativos americanos, dice sobre este punto:

“Las diversas razas que ocuparon América Central tenían algún conocimiento de astronomía. Estaban familiarizados con las divisiones del tiempo basadas en el movimiento del sol, y mucho antes de la conquista poseían un sistema regular.”

Bancroft, sobre el mismo tema, comenta:

“Quizás la prueba más fuerte del alto grado de civilización de los nahuas era su método para calcular el tiempo, que, por su ingenio y precisión, igualaba, si no superaba, los sistemas adoptados por las naciones contemporáneas europeas y asiáticas. Los nahuas conocían bien los movimientos del sol y la luna, e incluso de algunos planetas, mientras que los fenómenos celestes, como los eclipses —aunque atribuidos a causas antinaturales— eran cuidadosamente observados y registrados. Además, tenían un sistema preciso de división del día en períodos fijos, que correspondían en cierto modo a nuestras horas; de hecho, como ha demostrado el erudito Sr. Leony Gama, la piedra del calendario azteca que se encontró en la plaza de la ciudad de México se utilizaba no solo como un registro duradero, sino también como un reloj solar.”

IX.—La geografía del libro

Se objeta al Libro de Mormón que carece de “colorido local” y de precisión en cuanto a su geografía; y usualmente se lo compara desfavorablemente con la Biblia en este aspecto. “No he podido encontrar una edición del Libro de Mormón que contenga mapas,” dice un crítico, “ni he podido localizar con certeza el lugar donde se supone que Cristo apareció a los nefitas.”

“El texto no presenta casi nada,” continúa el Dr. Paden, “que se corresponda con un clima tropical; de hecho, la descripción general encajaría mejor con Pensilvania o Nueva York.” “Las montañas más grandiosas del mundo, y las mesetas más altas,” afirma otro objetor, “son totalmente ignoradas, al igual que la forma general de los dos continentes y otros hechos físicos. Mientras que las características físicas de Palestina están entretejidas como una red en casi cada página de la historia bíblica, el Libro de Mormón es incapaz de apelar a un solo hecho geográfico en confirmación de sus supuestas historias, excepto el dato general de que había una ‘tierra del sur’ y una ‘tierra del norte’.”

Esta es una declaración exagerada sobre la supuesta dificultad, y lo mismo puede decirse sobre la exageración en cuanto a la geografía de la Biblia. Supongamos, por ejemplo, que se separa el libro de Isaías del resto de la colección de libros que componen la Biblia, ¿qué papel desempeña la geografía en ese libro? Lo mismo podría decirse del libro de los Salmos, el libro de los Proverbios y, separando el prefacio, también del libro de Deuteronomio. Los errores en la crítica al Libro de Mormón se cometen continuamente al suponer que la estructura del Libro de Mormón es la misma que la de la Biblia; que es la traducción de una literatura original de un pueblo, y que los libros de Mosíah, Alma, Helamán, etc., son libros escritos por los hombres que llevan esos nombres. Sin embargo, lo que tenemos es simplemente el compendio que hizo Mormón de los escritos de esos hombres. En otras palabras, el Libro de Mormón, salvo por los escritos de Nefi y Jacob (149 páginas), y de otros siete escritores —cuyas entradas en las planchas menores de Nefi no suman más que unas ocho páginas—, es un registro abreviado de principio a fin. Los acontecimientos históricos, las doctrinas, las profecías —no las descripciones geográficas, la ubicación de ciudades, el curso de ríos, la grandeza de las montañas o la extensión de los valles— serán el objeto de la investigación de Mormón a través de los registros nefitas mayores. Por lo tanto, puedo decir, en respuesta a esta crítica al Libro de Mormón, que —sin conceder todo lo que se afirma respecto a sus defectos geográficos— sus imperfecciones geográficas se derivan de la propia naturaleza de su construcción. En una obra de tal índole, no se busca conocimiento geográfico.

Puedo añadir también que, al momento de ir estas páginas a imprenta, la cuestión de la geografía del Libro de Mormón es más que nunca reconocida como una cuestión abierta por los estudiosos del libro. Es decir, es posible que las ideas sobre las tierras del Libro de Mormón mantenidas hasta ahora hayan sido una equivocación debido a premisas impuestas a sus estudiantes por la declaración de una supuesta revelación. En un compendio de temas doctrinales publicado por los fallecidos élderes Franklin D. Richards y James A. Little, aparece el siguiente ítem:

Los viajes de Lehi.—Revelación a José el Vidente:
El curso que siguió Lehi y su grupo desde Jerusalén hasta el lugar de su destino: viajaron casi en dirección sur-sureste hasta que llegaron al grado diecinueve de latitud norte; luego, casi al este del Mar de Arabia, entonces navegaron en dirección sureste y desembarcaron en el continente de Sudamérica, en Chile, a treinta grados de latitud sur.

La única razón descubierta hasta ahora para considerar lo anterior como una revelación es que se encuentra escrito en una hoja suelta de papel con la letra de Frederick G. Williams, quien fue durante algunos años Segundo Consejero de la Primera Presidencia de la Iglesia en el período de Kirtland de su historia; y aparece después del cuerpo de la revelación contenida en Doctrina y Convenios, sección 7, relativa a Juan el discípulo amado permaneciendo en la tierra hasta la gloriosa venida de Jesús para reinar con sus santos. La letra ha sido certificada como la de Frederick G. Williams por su hijo, Ezra G. Williams, de Ogden; y está endosada en la parte posterior de la hoja de papel que contiene el pasaje anterior y la revelación relacionada con Juan. El endoso está fechado el 11 de abril de 1864. La revelación referente a Juan tiene esta línea introductoria: “Una revelación concerniente a Juan, el discípulo amado.” Pero no hay encabezado en el pasaje relativo a los viajes de Lehi. Las palabras “Los viajes de Lehi” y “Revelación a José el Vidente” fueron añadidas por los editores, justificados, sin duda, por el hecho de que el párrafo está en la letra de Frederick G. Williams, consejero del Profeta, y en la misma hoja que el cuerpo de una revelación indudable, la cual fue publicada repetidamente como tal en vida del Profeta, primero en 1833 en Independence, Misuri, en el Libro de Mandamientos, y posteriormente en todas las ediciones de Doctrina y Convenios hasta la actualidad. Pero el pasaje referente a los viajes de Lehi nunca fue publicado en vida del Profeta, y no fue publicado en ninguna otra parte hasta su aparición en el Compendio de Richards y Little como se indicó anteriormente. Ahora bien, si no se puede encontrar más evidencia para establecer este pasaje del Compendio de Richards y Little como una “revelación a José el Vidente” que el hecho de que se encuentra en la letra de Frederick G. Williams y en la misma hoja que la revelación sobre Juan, el discípulo amado, la evidencia de que se trata de una “revelación a José el Vidente” descansa sobre una base muy poco satisfactoria.

Sin embargo, esta supuesta “revelación” ha dominado todo nuestro pensamiento e influido en todas nuestras conclusiones sobre la geografía del Libro de Mormón. En cambio, si esto no es una revelación, la descripción física relativa al contorno de las tierras ocupadas por los jareditas y nefitas —es decir, principalmente que dos grandes masas de tierra estaban unidas por un angosto istmo— puede hallarse entre México y Yucatán, con el istmo de Tehuantepec en medio. Si la investigación que ahora se está llevando a cabo da como resultado que ya no tengamos que considerarnos obligados a sostener como revelación el pasaje del Compendio de Richards y Little aquí tratado, muchas de nuestras dificultades con respecto a la geografía del Libro de Mormón —si no todas, en realidad— habrán desaparecido. En tal caso, mucho de lo que se encuentra en este tratado sobre el Libro de Mormón en relación con que los nefitas estaban en Sudamérica —escrito bajo la impresión de que el pasaje citado del Compendio era, tal como se indica allí, una revelación— tendrá que ser modificado.

Y permítaseme aquí decir una palabra en relación con los nuevos descubrimientos en nuestro conocimiento del Libro de Mormón, y en cuanto a todo asunto relacionado con la obra del Señor en la tierra. No necesitamos seguir nuestras investigaciones con espíritu de temor y temblor. Solo deseamos descubrir la verdad; nada más que la verdad puede perdurar; y el descubrimiento de la verdad y su proclamación, en cualquier caso o sobre cualquier tema, no hará daño alguno a la obra del Señor, que en sí misma es verdad. Tampoco debemos sorprendernos si de vez en cuando encontramos que nuestros predecesores —muchos de los cuales llevan nombres honrados y merecen nuestro respeto y gratitud por lo que lograron al esclarecer la verdad, tal como la concebían— estaban equivocados en sus conceptos y deducciones; así como las generaciones que nos sucedan al revelar en forma más amplia algunas de las verdades aún no aprendidas del Evangelio descubrirán que nosotros también hemos tenido conceptos erróneos y hemos hecho deducciones incorrectas en nuestra época. El libro del conocimiento nunca es un libro sellado. Nunca es “completado y cerrado para siempre”; más bien, es un libro eternamente abierto, en el que uno puede ir descubriendo constantemente nuevas verdades y modificando nuestro conocimiento de las antiguas. La generación que nos precedió no agotó con su conocimiento toda la verdad, de modo que no quedara nada para nosotros en su desarrollo; no, ni siquiera en lo que respecta al Libro de Mormón; como tampoco nosotros agotaremos todo descubrimiento en relación con ese libro y dejaremos nada para que la generación que nos siga lo desarrolle. Todo esto se somete, especialmente a los miembros de la Iglesia, para que estén preparados para encontrar y recibir nuevas verdades tanto en el Libro de Mormón mismo como en torno a él; y para que también se regocijen en el hecho de que el conocimiento de la verdad es inagotable, y continuará desarrollándose para siempre.

X.— Objeción de que la transcripción de caracteres hecha por José Smith a partir de las planchas nefitas, unas pocas líneas de la cual se han conservado, no guarda semejanza alguna con los jeroglíficos y caracteres lingüísticos descubiertos en América Central en tabletas de piedra, libros mayas y escritura pictográfica mexicana

Esta es una objeción vehementemente sostenida por el reverendo M. T. Lamb, autor de La Biblia de Oro, ya citado varias veces en esta sección de mi tratado. El Sr. Lamb toma las tres líneas de caracteres de la transcripción de José Smith y las confronta con un facsímil del alfabeto maya de Landa, así como con grabados de algunas de las tabletas de piedra de Palenque y Copán, e invita triunfalmente a la comparación con los siguientes pasajes:

“Pedimos al lector imparcial que examine cuidadosamente estos caracteres, y luego vuelva a mirar la página 261. Aquellos [la transcripción de José desde las planchas] son los caracteres que, según José Smith, se usaban universalmente en América Central hace 1,500 o 2,000 años, mientras que las ruinas, las piedras grabadas, los mármoles cincelados, nos dicen que estos otros [la reproducción del alfabeto maya de Landa según Lamb] eran los caracteres realmente usados en ese lugar y en esa época. Mírelos atentamente—vea si puede descubrir alguna semejanza entre ellos. ¡Una lamentable fatalidad, ¿no es así?! que no haya ni uno solo de los caracteres de Smith que guarde siquiera un aire de familia, ni la más mínima semejanza con los caracteres realmente usados por los antiguos habitantes de América Central.”

Comentando nuevamente sobre los caracteres de la transcripción de José Smith, el Sr. Lamb dice:

“Cuanto más los observe, más modernos y familiares le parecerán, hasta que la designación del profesor Anthon, de que eran un ‘engaño’, no parecerá en absoluto sorprendente ni siquiera para un mormón imparcial. Y si esa palabra no es la adecuada, al menos debe reconocerse esto: que son el espécimen más desafortunado de caracteres antiguos que jamás se haya presentado; pues tienen un aspecto terriblemente sospechoso, y haría falta la evidencia más clara posible para disipar esa sospecha de la mente de cualquier persona inteligente e imparcial.”

Estas son conclusiones bastante formidables para imponerse sobre nosotros con una base de comparación tan estrecha como la que proporcionan las tres líneas de la transcripción de José Smith. Este fragmento conservado, publicado por primera vez en el The Prophet (Nueva York, 21 de diciembre de 1844), de tres líneas, o incluso las siete líneas preservadas con el manuscrito de Whitmer, evidentemente no son todo lo que se presentó al profesor Anthon por medio de Martin Harris. El profesor Anthon, al describir los caracteres que se le mostraron como una transcripción de las planchas, dice:

“Este papel en cuestión era, en realidad, un rollo singular. Consistía en todo tipo de caracteres extraños dispuestos en columnas, y evidentemente había sido preparado por alguna persona que tenía ante sí en ese momento un libro que contenía varios alfabetos, letras griegas y hebreas, cruces y adornos; letras romanas invertidas o colocadas de lado estaban dispuestas en columnas perpendiculares, y todo terminaba en una tosca delineación de un círculo, dividido en varios compartimentos, arqueado con varias marcas extrañas, evidentemente copiado del calendario mexicano por Humboldt, pero copiado de tal forma que no revelara la fuente de donde se derivaba.”

Ni la transcripción de tres líneas ni la de siete se ajustan a esta descripción de Anthon, aunque pudieron haber constituido una parte, y sin duda lo fueron, de lo que se presentó a los profesores Anthon y Mitchell. Pero ninguno de los dos fragmentos de transcripción proporciona suficientes datos para las conclusiones del Sr. Lamb, ya que tenemos en ellos tan pocos caracteres nefitas como base de comparación. Pero incluso con datos tan escasos como los que proporcionan estas transcripciones, es posible mostrar que el Sr. Lamb y otros que han formulado la misma objeción sacan conclusiones con demasiada rapidez. En una página aparte, presento una reproducción fotográfica del antiguo alfabeto maya tal como fue grabado por el Dr. Augustus Le Plongeon, a partir de las inscripciones murales de los mayas, y del alfabeto hierático egipcio según los señores Champollion, Le Jeune y Bunsen. Toda la página es una reproducción fotográfica de una página del prefacio de la obra de Le Plongeon, Sacred Mysteries Among the Mayas and the Quichés, página xii.

Alfabeto jerático maya antiguo según las inscripciones murales
Alfabeto jerático egipcio según los señores Champollion, Le Jeune y Bunsen

Transcripción de caracteres egipcios antiguos según la Historia de Egipto de Rawlinson

Transcripción de las planchas nefitas, por José Smith

Dos cosas deben observarse con respecto a estos dos alfabetos: Primero, la fuerte semejanza entre muchos de los caracteres americanos y egipcios; segundo, la semejanza de algunos de los caracteres de la transcripción de las planchas nefitas con algunos de los caracteres tanto del llamado alfabeto maya como del alfabeto egipcio. Y aunque los caracteres nefitas conservados son muy pocos, y se debe hacer cierta concesión por la posible falta de destreza al realizar las transcripciones, sin embargo puede notarse una fuerte semejanza familiar entre los caracteres de las tres fuentes aquí presentadas, a pesar de lo que digan el Sr. Lamb y otros. Y esa semejanza familiar entre los caracteres nefitas y la escritura egipcia se hace aún más evidente en la segunda página de facsímiles que aquí se presenta, consistente, en primer lugar, en una reproducción fotográfica de una transcripción de los tres tipos de escritura utilizados por los egipcios en la antigüedad, tomada de la obra de George Rawlinson, comparada con la transcripción de los caracteres nefitas hecha por José Smith. La primera línea tomada de la obra de Rawlinson es la forma jeroglífica de la escritura egipcia, la segunda es la jerática, y la tercera es la demótica.

Se observará, como el mismo Sr. Rawlinson señala, que “no hay mucha diferencia entre la jerática y la demótica”. La primera es la más antigua de las dos. Y ahora, no obstante el hecho de que los nefitas escribían en caracteres que ellos llamaban “egipcio reformado” —lo cual entiendo como caracteres egipcios alterados o modificados—, propongo que, al comparar la transcripción de los caracteres nefitas hecha por José Smith con la transcripción de las obras del Sr. Rawlinson, hay una clara semejanza familiar que resulta muy gratificante para los creyentes en el Libro de Mormón, y que debilita la objeción del Sr. Lamb en este punto, a saber: que los pocos caracteres nefitas preservados en las transcripciones de José Smith muestran una fuerte semejanza familiar con las formas antiguas de escritura egipcia, e incluso ciertas similitudes con el alfabeto maya antiguo publicado por Le Plongeon.