Capítulo 2
Evidencias externas indirectas – Tradiciones americanas (Continuación).
I.—El Mesías en el Hemisferio Occidental.
La aparición del Mesías en el hemisferio occidental, no menos que las señales de su nacimiento y de su muerte, es un acontecimiento que, sin duda, encontraría cabida en la tradición de los nativos americanos. La forma en que ocurrió, según lo describe el Libro de Mormón, fue la siguiente:
Parece que, poco tiempo después de los cataclismos que fueron la señal para el mundo occidental de la muerte del Mesías, un grupo de personas en la tierra de Abundancia —una región del país en Sudamérica, donde el istmo de Panamá se une con el continente suramericano, e incluyendo, probablemente, parte de ese istmo— se encontraba en las cercanías de un templo que había escapado a la destrucción, y conversaban sobre los muchos cambios físicos que habían tenido lugar en la tierra, y también sobre ese mismo Jesús, de cuya muerte habían recibido pruebas tan aterradoras, cuando —permitidme citar el relato del acontecimiento tal como aparece en el Libro de Mormón:
“Y sucedió que mientras hablaban unos con otros, oyeron una voz como si viniera del cielo; y miraron alrededor, porque no entendieron la voz que oyeron; y no era una voz áspera, ni tampoco una voz fuerte; y a pesar de ser una voz apacible, penetró a cuantos la oyeron hasta lo más íntimo, tanto que no hubo parte de su cuerpo que no hiciera estremecer;
sí, penetró hasta el alma misma y causó que sus corazones ardieran. Y sucedió que oyeron de nuevo la voz, pero no la entendieron; y de nuevo, por tercera vez, oyeron la voz, y prestaron atención para oírla; y dirigieron sus ojos hacia el lugar de donde provenía la voz; y miraron fijamente hacia el cielo, de donde venía el sonido; y he aquí, en la tercera vez comprendieron la voz que oyeron; y esta les dijo: ‘He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd’. Y sucedió que cuando comprendieron, volvieron sus ojos hacia el cielo; y he aquí, vieron a un hombre que descendía del cielo; y estaba vestido con un manto blanco, y descendió y se puso en medio de ellos, y los ojos de toda la multitud estaban fijos en él, y no se atrevieron a abrir la boca ni siquiera uno al otro, y no sabían lo que significaba, porque pensaban que era un ángel que se les había aparecido.
Y aconteció que extendió su mano y habló al pueblo, diciendo: He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo; y he aquí, yo soy la luz y la vida del mundo; y he bebido de la amarga copa que el Padre me ha dado, y he glorificado al Padre al tomar sobre mí los pecados del mundo, en lo cual he sufrido la voluntad del Padre en todas las cosas desde el principio. Y sucedió que cuando Jesús hubo pronunciado estas palabras, toda la multitud cayó al suelo, porque recordaron que se había profetizado entre ellos que Cristo se les manifestaría después de ascender al cielo.”
La tarea que tenemos ahora es determinar si existe algo en las tradiciones nativas americanas que sustente la probabilidad de este acontecimiento histórico. Por supuesto, el lector no debe sorprenderse si encuentra que las tradiciones nativas sobre un tema como este están muy confusas. Todas esas tradiciones, como ya lo he señalado antes, son inherentemente confusas. Además, debe recordarse que hubo varios personajes notables entre los habitantes del mundo occidental, según el Libro de Mormón, que probablemente serían confundidos con el Mesías en las tradiciones nativas; tales como Moriáncumr y Coriántumr entre los jareditas, el primero y el último gran líder, respectivamente, de ese antiguo pueblo. Luego están el primer Nefi, Mulek, el primer Mosíah, y varios de los apóstoles del Señor escogidos de entre los nefitas, que podrían ser confundidos con el Mesías y cuya misión se confundiría con su ministerio entre el pueblo.
Pero, a pesar de esta confusión, creo que pueden rastrearse evidencias de esta venida del Mesías en el mundo occidental dentro de las tradiciones nativas; y me habría sentido muy decepcionado si no hubiese encontrado tales indicios, pues de todos los acontecimientos de la historia del Libro de Mormón, la venida del Mesías es el más importante.
II.—Sobre los Héroes Culturales de América.
Hablando en términos generales de los “héroes culturales” americanos, Bancroft dice:
“Aunque con distintos nombres y apareciendo en diferentes países, los héroes culturales americanos presentan todos las mismas características generales. Todos son descritos como hombres blancos y barbudos, generalmente vestidos con largas túnicas; aparecen repentina y misteriosamente en el escenario de sus labores, y de inmediato se dedican a mejorar al pueblo, instruyéndolo en artes útiles y ornamentales, dándoles leyes, exhortándolos a practicar el amor fraternal y otras virtudes cristianas, e introduciendo una forma de religión más suave y mejor; una vez cumplida su misión, desaparecen con la misma misteriosa e inesperada rapidez con la que vinieron; y finalmente, son deificados y tenidos en gran reverencia por una posteridad agradecida.
De esta forma, o con esta misión, apareció Quetzalcóatl en Cholula, Votán en Chiapas, Wixepecocha en Oaxaca, Zamna y Cuculcán con sus diecinueve discípulos en Yucatán, Gucumatz en Guatemala, Viracocha en Perú, Sume y Paye-Tomé en Brasil, el apóstol misterioso mencionado por Rosales en Chile, y Bochica en Colombia. Las leyendas peruanas hablan de una nación de gigantes que vino por mar, hizo guerra a los nativos y erigió espléndidos edificios, cuyas ruinas aún permanecen. Además de estos, hay numerosas tradiciones vagas sobre asentamientos o naciones de hombres blancos, que vivían apartados de los demás pueblos del país y poseían una civilización avanzada.”
Sugiero, de paso, que la parte de la tradición que se refiere a la existencia de “asentamientos o naciones de hombres blancos que vivían separados del resto del pueblo del país y poseían una civilización avanzada”, se refiere a las condiciones que prevalecían cuando los nefitas y lamanitas ocupaban la tierra; los primeros, una raza industriosa y civilizada; los segundos, una raza ociosa y salvaje, condiciones frecuentemente mencionadas en el Libro de Mormón al describir la situación de los nefitas y lamanitas, respectivamente.
Obsérvese también que Bancroft, en la declaración anterior, dice de algunos de esos personajes que, una vez cumplida su misión, desaparecían misteriosamente. En el Libro de Mormón se habla de varios personajes similares. Tal fue el caso de Alma el joven, un personaje nefita muy notable de la primera mitad del siglo anterior a la venida del Mesías. Fue el primer presidente o “juez” de la república nefita, y también sumo sacerdote de la Iglesia, uniendo en su persona ambos oficios—algo no inusual entre los nefitas³ ni tampoco entre los nativos americanos, si se pueden confiar en sus anales. Después de cumplir con su misión vital y hacer una profecía notable sobre la destrucción del pueblo nefita, Alma salió de la tierra, “y aconteció que no se volvió a saber de él; en cuanto a su muerte o entierro, no lo sabemos. He aquí, esto sí sabemos: que era un hombre justo; y corrió el dicho entre la iglesia de que había sido llevado por el Espíritu, o sepultado por la mano del Señor.”
De manera similar, Nefi, el padre de Nefi el apóstol, un muy destacado líder y profeta nefita, también salió de la tierra de forma igualmente misteriosa.
La cita recién hecha de Bancroft sobre los héroes culturales de América los presenta como bastante numerosos; sin embargo, veremos más adelante que varios de ellos son el mismo personaje recordado en distintos países bajo diferentes nombres y títulos, y que tanto en el carácter como en la misión de cada uno hay mucha similitud. Sin embargo, debido a esta similitud, no debe suponerse que sea mi intención reclamar que cada uno de estos “héroes culturales” sea una representación, más o menos distorsionada por la tradición, del Mesías, ni que la vida y misión del héroe cultural sean una versión alterada de la venida y ministerio del Mesías entre los nefitas. Muy por el contrario, creo que las tradiciones sobre algunos de estos “héroes culturales” representan más fielmente a otros personajes del Libro de Mormón que al propio Mesías.
Tal es el caso, por ejemplo, de Votán, el supuesto fundador de la confederación maya. Algunos aspectos de su carácter y trayectoria lo hacen parecerse más a Moriáncumr, el líder de la colonia jaredita, que al Mesías. Bancroft, en un resumen de las leyendas que se refieren a él, dice:
“Votán, otro personaje misterioso, que se parece mucho a Quetzalcóatl en muchos aspectos, era considerado el supuesto fundador de la civilización maya. Se dice que fue descendiente de Noé y que ayudó en la construcción de la Torre de Babel. Después de la confusión de lenguas, condujo a una parte del pueblo dispersado a América. Allí estableció el reino de Xibalbá y construyó la ciudad de Palenque.”
Asimismo, en ciertos aspectos, Votán se asemeja al primer Nefi. Se dice que llegó a América en el año mil antes de Cristo; Nefi llegó a comienzos del siglo VI a. C.. Votán trajo consigo siete familias; la colonia nefita, según puede estimarse, al llegar a América consistía en ocho familias. Votán vino a América por mandamiento divino; también así lo hizo la colonia nefita. Votán escribió un libro, en el que dejó un registro completo de todo lo que había hecho; también lo hizo Nefi. Votán unía en su persona las cualidades de sumo sacerdote y rey; así también lo hizo Nefi.
Sin embargo, después de decir todo esto, hay que admitir que hay elementos en las leyendas sobre Votán que no concuerdan con la trayectoria de Nefi. Tal es el caso, por ejemplo, de su supuesta visita a España, Roma y Jerusalén, donde —en este último lugar— vio el templo de Salomón en construcción; así como su visita al valle del Éufrates, donde vio la Torre de Babel sin terminar. La parte de su historia que describe cómo halló en América una colonia de la misma raza que su propio pueblo, recuerda al primer Mosíah, quien encontró al pueblo de Zarahemla, en el valle del Sidón. Se recordará que este pueblo provenía de Jerusalén, eran judíos, y son conocidos como la colonia de Mulek.
Estas variadas leyendas sobre Votán, que se asemejan en los aspectos aquí señalados a varios personajes del Libro de Mormón, llevan a considerar razonable la suposición avanzada por casi todos los escritores que hablan de él: que Votán es un nombre genérico, y que las leyendas que se agrupan en torno a este nombre representan las hazañas de varios de los héroes culturales de América, y —como yo creo— de varios personajes del Libro de Mormón.
III.—La tradición peruana del Mesías
Los nativos de Chile tienen la siguiente tradición referente a uno de sus héroes culturales, que guarda una estrecha semejanza con el Mesías tal como fue revelado a los nefitas:
Rosales, en su Historia inédita de Chile, declara que los habitantes de esa extremada región meridional de América, situada a tantas miles de millas de Nueva España, y que no empleaban pinturas para registrar los acontecimientos, explicaban su conocimiento de algunas de las doctrinas del cristianismo diciendo:
“Que en tiempos antiguos, como habían oído decir a sus padres, un hombre maravilloso había llegado a aquel país, con larga barba, calzado con zapatos, y con un manto como el que los indios llevan sobre los hombros, quien realizó muchos milagros, curó a los enfermos con agua, hizo que lloviera, y que sus cultivos y granos crecieran, encendía fuego con solo soplar, y obraba otras maravillas, sanando al instante a los enfermos y dando vista a los ciegos; y que hablaba con tanta propiedad y elegancia en el idioma de su país como si siempre hubiera vivido allí, dirigiéndose a ellos con palabras muy dulces y nuevas para ellos, diciéndoles que el Creador del universo habitaba en el lugar más alto del cielo,
y que con Él moraban muchos hombres y mujeres resplandecientes como el sol. Dicen que poco después fue al Perú, y que muchos, en imitación del hábito y los zapatos que ese hombre usaba, introdujeron entre ellos la costumbre de calzarse y de llevar el manto suelto sobre los hombros, ya sea sujeto con un broche al pecho o anudado en las esquinas; de lo cual puede inferirse que este hombre fue algún apóstol cuyo nombre desconocen.
Los puntos de comparación entre el personaje mencionado en la cita anterior y el Mesías durante su ministerio entre los nefitas son los siguientes:
Primero: En cuanto a su apariencia personal, si se hace la debida salvedad por la descripción imperfecta contenida en la leyenda.
Segundo: En cuanto al carácter de la obra realizada, especialmente en lo relativo a la sanación de los enfermos. Mientras estaba entre ellos, Jesús es representado diciendo a los nefitas:
“¿Tenéis entre vosotros a alguno que esté enfermo? Traedlo aquí. ¿Tenéis a alguno que sea cojo, o ciego, o manco, o tullido, o leproso, o atrofiado, o sordo, o afligido de alguna manera? Traedlo aquí y yo lo sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas están llenas de misericordia; porque percibo que deseáis que os muestre lo que hice a vuestros hermanos en Jerusalén, pues veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane.”
“Y aconteció que cuando hubo dicho estas palabras, toda la multitud, al unísono, salió adelante con sus enfermos, y sus afligidos, y sus cojos, y sus ciegos, y sus mudos, y todos los que estaban afligidos de alguna manera; y él los sanó a todos, uno por uno, conforme eran llevados ante él.”
Tercero: En cuanto a la gracia de su lenguaje, 3 Nefi representa al Salvador orando por los nefitas de esta manera:
“Y las cosas que oró no pueden escribirse, y la multitud dio testimonio de lo que oyó. Y de esta manera dieron testimonio: ‘Jamás el ojo vio ni el oído oyó antes cosas tan grandes y maravillosas como las que vimos y oímos que Jesús habló al Padre; y ninguna lengua puede expresarlas, ni puede escribirse por ningún hombre, ni puede el corazón del hombre concebir tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que Jesús habló; y nadie puede concebir el gozo que llenó nuestras almas al momento en que lo oímos orar por nosotros al Padre.’”
Cuarto: En cuanto a enseñar al pueblo que muchos hombres y mujeres glorificados moraban con Dios, el Libro de Mormón menciona el hecho de que Jesús puso gran empeño en que quedara registrado en los anales nefitas que muchos de los antiguos santos resucitaron de entre los muertos, se aparecieron a muchos y les ministraron; y por todo el tenor de sus enseñanzas a los nefitas, tal como se encuentran en 3 Nefi, queda claro que tenía constantemente presente el hecho de que existen inmortales redimidos y glorificados que moran con Dios en su reino.
Quinto: La referencia en la cita al hecho de que el hombre-dios partió hacia otra tierra tiene su paralelo en el relato del Libro de Mormón sobre Jesús, donde se le representa declarando la existencia de las tribus perdidas de la casa de Israel, y su intención de visitarlas. “Ahora,” dijo él, “voy al Padre, y también para manifestarme a las tribus perdidas de Israel, porque no están perdidas para el Padre, pues él sabe adónde las ha llevado.”
IV.—Topiltzin Quetzalcóatl
Este personaje aparece bajo diferentes nombres en las tradiciones nativas de varios países de América. En el Popol Vuh de los quichés, es conocido con el título de Gucumatz; en Yucatán aparece bajo el nombre de Cuculcán; en Oaxaca (a pesar de algunas dificultades y contradicciones), como Huemac; y en México, por excelencia, como Topiltzin Quetzalcóatl. Con respecto a este personaje, se sostienen diversas opiniones. Algunos lo consideran el apóstol Santo Tomás, a quien atribuyen haber venido a América a predicar la religión cristiana. “Como apoyo a esta opinión,” dice Bancroft, “de que [Quetzalcóatl] no era otro que el apóstol, alegan que el nombre propio del héroe-dios, Topiltzin Quetzalcóatl, se asemeja mucho en sonido y significado al de ‘Tomás, llamado Dídimo’; pues ‘to’, en el nombre mexicano, sería una abreviatura de Tomás, a la que se añade ‘pilcin’, que significa ‘hijo’ o ‘discípulo’; mientras que el significado de Quetzalcóatl (en lengua náhuatl) es exactamente el mismo que el del nombre griego ‘Dídimo’, ‘gemelo’, estando compuesto de ‘quetzalli’, una ‘pluma de color verde’, que metafóricamente significa algo precioso, y ‘coatl’, una ‘serpiente’, que metafóricamente significa uno de dos gemelos.”
Es bien sabido que Lord Kingsborough es el más destacado entre quienes han identificado a este personaje tradicional (Quetzalcóatl) con el Mesías hebreo—Jesús de Nazaret; y a este tema dedicó una increíble cantidad de trabajo e investigación. Dado que la interpretación de Kingsborough sobre el nombre Topiltzin Quetzalcóatl, así como el fundamento de su argumento, aparecerá citada directamente de sus obras, no es necesario exponerlas aquí. Baste, por ahora, decir que las tradiciones nativas americanas atribuyen demasiadas cualidades divinas a Quetzalcóatl como para considerarlo meramente un hombre; y aunque muchas cosas se le atribuyen que no armonizan con el carácter y misión del Mesías tal como se presentan en el Libro de Mormón, aun así puede rastrearse el contorno de la venida y labor del Mesías entre los nefitas en la trayectoria de Quetzalcóatl, así como rasgos de su divinidad en lo que la tradición asigna a esta deidad azteca. En cuanto a aquellas aventuras y características humanas atribuidas a Quetzalcóatl que no pueden ser aplicadas apropiadamente al Mesías, surgen, sin duda, del hecho de que las tradiciones nativas han confundido algunas hazañas y características de otros grandes personajes de su historia con las del Mesías.
Para que el lector tenga una descripción bastante completa de lo que se dice de este hombre-divinidad americano, citaré lo que han dicho de él varias autoridades confiables, comenzando con Prescott:
“Un personaje mucho más interesante en su mitología [la de los mexicanos] era Quetzalcóatl, dios del aire, una divinidad que, durante su permanencia en la tierra, instruyó a los nativos en el uso de los metales, en la agricultura y en las artes del gobierno. Sin duda fue uno de esos benefactores de la humanidad que fueron deificados por la gratitud de la posteridad. Bajo su dirección, la tierra producía frutos y flores sin necesidad de cultivo. Una mazorca de maíz era tan grande que un solo hombre apenas podía cargarla. El algodón, al crecer, tomaba por sí solo los ricos tintes del arte humano. El aire estaba lleno de perfumes embriagadores y del dulce canto de los pájaros. En resumen, estos eran los días de bonanza, que tienen lugar en los sistemas míticos de tantas naciones del Viejo Mundo. Era la edad de oro de Anáhuac.
Por alguna razón no explicada, Quetzalcóatl incurrió en la ira de uno de los dioses principales y fue obligado a abandonar el país. En su camino, se detuvo en la ciudad de Cholula, donde se dedicó un templo a su adoración, cuyas masivas ruinas aún constituyen uno de los restos más interesantes de la antigüedad en México. Al llegar a las costas del Golfo de México, se despidió de sus seguidores, prometiendo que él y sus descendientes los visitarían en el futuro, y luego, a bordo de su balsa mágica hecha de pieles de serpiente, se embarcó en el gran océano hacia la legendaria tierra de Tlapallán.
Se decía que era alto de estatura, con piel blanca, cabello oscuro y largo, y barba abundante. Los mexicanos esperaban con confianza el regreso de esta deidad benévola; y esta notable tradición, profundamente arraigada en sus corazones, preparó el camino para el futuro éxito de los españoles.
Después de referirse a las numerosas, extensas, intrincadas e incluso contradictorias leyendas de los aborígenes americanos —las cuales solo pueden conocerse plenamente a través de las obras detalladas de Brasseur de Bourbourg, Lord Kingsborough y H. H. Bancroft— P. De Roo comenta:
“Es la opinión universal de los estudiosos que Quetzalcóatl es idéntico al personaje religioso y reformador civil contemporáneo a quien diversas naciones deificaron bajo distintos nombres; que es el mismo que Huemac o Vemac, como también lo llamaban los mexicanos; el mismo que Topiltzin, como se le conocía más antiguamente en Tula por los toltecas; el mismo que Wixipecocha, bajo cuyo nombre era venerado por los zapotecas; el mismo que Zamna, Cozas o Cuculcán, el gobernante teocrático de Yucatán; incluso el mismo que Bochica, el civilizador de Cundinamarca en la Nueva Granada, y que Viracocha, en el Perú.”
Quetzalcóatl llegó a Tula, la capital tolteca, desde Pánuco, un pequeño lugar en el Golfo de México, donde desembarcó por primera vez. Durán también relata que Topiltzin era extranjero, pero no pudo averiguar de qué región provenía. Su nombre, dado por los nativos, significaba “Hermosa serpiente emplumada”. Cuculcán, su apelativo maya o yucateco, tenía exactamente el mismo significado. Era el nombre de príncipes y reyes toltecas, y probablemente designaba algún título honorífico, que, con algunas consideraciones eruditas, podría hallarse como “el Hombre Grande” o “el Hombre Glorioso” del país.
Los indígenas recordaban bien que su dios Quetzalcóatl no era como uno de ellos. Lo describían como un hombre blanco o de rostro pálido, de porte imponente, con frente ancha, ojos grandes, cabello largo y negro, y una barba espesa y redondeada. El Wixipecocha zapoteca también era un apóstol de piel blanca, y el Topiltzin tolteca es descrito con los mismos rasgos, a los que Durán añade que su barba era de color claro y su nariz más bien grande. Tenía modales muy reservados, era sencillo y humilde con quienes se le acercaban, y pasaba la mayor parte del tiempo en meditación y oración en su celda, mostrándose rara vez ante el pueblo. Muy abstemio en todo tiempo, Topiltzin practicaba largos y rigurosos ayunos, imponiéndose severas penitencias e incluso autoflagelaciones sangrientas, lo cual también se dice de su homólogo Quetzalcóatl.
Las Casas testifica que Quetzalcóatl llevó una vida sumamente honesta y casta; Sahagún afirma que nunca se casó ni estuvo jamás en compañía de una mujer, excepto en el acto de la confesión auricular. Y según la tradición, nació de una madre virgen. Herrea indica que él mismo permaneció virgen. Las leyendas yucatecas también hacen notar el celibato de Cuculcán y su pureza moral general. Se dice que Quetzalcóatl vestía, por modestia, un atuendo que le llegaba hasta los pies. Como calzado, Cuculcán usaba sandalias, caminaba descubierto de cabeza; y no se dice que su manto fuera como el de su equivalente Wixipecocha, que tenía una capucha de monje como tocado. De las tradiciones mexicanas aprendemos que Quetzalcóatl también llevaba un manto, que Bancroft en un lugar llama “una cobija” y en otro “una túnica blanca larga”; añadiendo que, según Gómara, estaba decorada con cruces.
Sería imposible, dentro de los límites propuestos para esta obra, citar en su totalidad lo que se ha escrito sobre este misterioso personaje del mundo occidental, cuya naturaleza y trayectoria se asemejan tanto a las del Mesías hebreo tal como apareció en el mundo occidental. A partir de este punto, solo podré resumir y citar brevemente sobre él, dejando al lector interesado la posibilidad de investigar más profundamente en las obras citadas en los márgenes.
Y ahora, primero, en cuanto a la apariencia personal de Quetzalcóatl:
Era un hombre blanco, de porte imponente, frente ancha, ojos grandes, cabello largo y negro, y cabeza redonda y prominente; llevaba una vida sumamente casta y tranquila, y de gran moderación en todas las cosas. Se dice que Quetzalcóatl era un hombre blanco (algunos lo describen con un rostro rojo y brillante), de cuerpo fuerte, frente ancha, ojos grandes, cabello negro y barba espesa. Siempre vestía una túnica blanca larga que, según Gómara, estaba decorada con cruces. (J. G. Müller, citado por Bancroft, Native Races, Vol. III, págs. 273, 274.)
En el relato del Libro de Mormón sobre la venida del Mesías entre los nefitas, no se da descripción alguna de sus rasgos ni de su apariencia física. Esto, al principio, puede parecer extraño; y sin embargo, está en estricta armonía con el comportamiento humano ante un acontecimiento de tal magnitud. Sobrecogidos por la presencia de un personaje celestial, los hombres suelen no prestar atención a los detalles como color de ojos, cabellos o rasgos faciales. No es sino después de estar alejados del evento impresionante que comienzan a pensar en los detalles relacionados con una aparición celestial. Por tanto, creo probable que no fue sino después de haberse escrito los relatos nefitas sobre el ministerio personal de Jesús que quienes lo vieron comenzaron a reflexionar sobre su apariencia física; por eso no tenemos una descripción de él en los anales escritos, pero la hallamos conservada —quizás con errores— en las tradiciones del pueblo.
En cuanto a su carácter general mientras estuvo en la tierra, lo siguiente es importante:
Este Quetzalcóatl era el dios del aire, y como tal tenía un templo de forma redonda y muy magnífico. Fue hecho dios del aire por la dulzura y gentileza de todos sus caminos, pues no le agradaban las medidas duras y severas a las que los demás dioses eran tan inclinados. Además, su vida en la tierra se caracterizó por un profundo sentido religioso; no solo fue devoto observador de todas las formas tradicionales del culto, sino que él mismo instituyó muchos nuevos ritos, ceremonias y festividades para la adoración de los dioses; y se tiene por cierto que fue quien creó el calendario.
Tenía sacerdotes llamados Quequetzalcohua, es decir, “sacerdotes del orden de Quetzalcóatl”. Su memoria quedó profundamente grabada en la mente del pueblo, y se dice que cuando las mujeres estériles oraban y le ofrecían sacrificios, recibían hijos. Como hemos dicho, era dios de los vientos, y se le atribuía el poder de hacer que soplaran, así como el de calmar su furia. Se decía también que “barría el camino” para que los dioses llamados Tlaloques pudieran hacer llover; esto lo imaginaban porque, normalmente, un mes o más antes de las lluvias, soplaban fuertes vientos en toda Nueva España.
Se dice que Quetzalcóatl vestía durante su vida, por modestia, ropajes que le cubrían hasta los pies, con una cobija decorada con cruces rojas. Los cholultecas conservaron ciertas piedras verdes que le habían pertenecido, y las veneraban como reliquias. También organizó el calendario y enseñó a su pueblo ceremonias religiosas apropiadas, predicando especialmente contra los sacrificios humanos y ordenando ofrendas solo de frutas y flores. No quiso participar en guerras, incluso se tapaba los oídos cuando se hablaba del tema.
La suya fue una verdadera edad dorada, como en los tiempos de Saturno; animales y hombres vivían en paz, la tierra producía cosechas abundantes sin cultivo, y el grano crecía tanto que un hombre tenía dificultad para cargar una sola mazorca. El algodón no necesitaba teñirse, pues crecía en todos los colores, y abundaban toda clase de frutas. Todos eran ricos, y Quetzalcóatl poseía palacios enteros de oro, plata y piedras preciosas. El aire estaba lleno de los aromas más agradables, y una multitud de aves finamente emplumadas llenaba el mundo con su canto.
También esto merece mención:
Solo a Quetzalcóatl, entre todos los dioses, se le llamaba preeminentemente el Señor; de tal modo que, cuando alguien juraba diciendo “Por nuestro Señor”, se refería a Quetzalcóatl y a ningún otro, aunque había muchos otros dioses altamente estimados. Y es que el culto a este dios era suave, no exigía cosas duras, sino ligeras; y solo enseñaba la virtud, aborreciendo todo mal y daño. Este buen dios permaneció veinte años en Cholula, y luego partió por el mismo camino por el que había venido, llevándose consigo a cuatro de los jóvenes más principales y virtuosos de esa ciudad. Viajó unas ciento cincuenta leguas, hasta llegar al mar, en una lejana provincia llamada Goatzacoalco. Allí se despidió de sus compañeros y los envió de regreso a su ciudad, instruyéndolos para que dijeran a sus conciudadanos que un día llegarían a sus costas hombres blancos por el mar por donde sale el sol; hermanos suyos y con barbas como la suya, y que ellos gobernarían aquella tierra.
Los mexicanos siempre esperaron el cumplimiento de esta profecía, y cuando llegaron los españoles los tomaron por descendientes de su profeta manso y gentil, aunque, como comenta Mendieta con cierto sarcasmo, cuando llegaron a conocerlos y experimentar sus obras, pensaron de otro modo.
Respecto a Quetzalcóatl como deidad, citaré el siguiente pasaje de la gran obra de Lord Kingsborough, el cual representa el resumen de sus extensas investigaciones sobre el tema y su exposición elaborada:
“Cuán verdaderamente sorprendente es encontrar que los mexicanos, quienes parecían no estar familiarizados con las doctrinas de la migración del alma y la metempsicosis, creían en la encarnación del único hijo de su dios supremo, Tonacatecuhtli.
Pues la mitología mexicana no menciona otro hijo de ese dios, excepto Quetzalcóatl, quien nació de Chimalmán, la virgen de Tula, sin relación con hombre alguno, y solo por su aliento (lo cual puede significar su palabra o su voluntad, anunciada a Chimalmán por medio de un mensajero celestial, enviado para informarle que concebiría un hijo); debe presumirse entonces que Quetzalcóatl era su único hijo.
Otros argumentos podrían presentarse para demostrar que los mexicanos creían que Quetzalcóatl era a la vez Dios y hombre, que había existido desde toda la eternidad antes de su encarnación, que había creado tanto el mundo como al hombre, que descendió del cielo para reformar al mundo mediante la penitencia, que nació con el uso perfecto de la razón, que predicó una nueva ley, y que, siendo rey de Tula, fue crucificado por los pecados de la humanidad,
como lo insinúa de forma oscura el intérprete del Códice Vaticano, lo declara claramente la tradición de Yucatán, y se representa misteriosamente en las pinturas mexicanas.
Sería una repetición innecesaria de los hechos ya expuestos en las páginas anteriores de este volumen el intentar probar por separado todos estos puntos; y nos limitaremos en este lugar a los tres primeros y muy importantes artículos.
Sin duda, habrá venido a la mente de quienes han leído el Nuevo Testamento, que Cristo es llamado allí con la misma frecuencia “Hijo del Hombre” como “Hijo de Dios”, sin duda en referencia a su humanidad, y a la célebre profecía del versículo 9 del capítulo 9 de Isaías: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado”, que los cristianos, con el respaldo de muchos pasajes de los cuatro evangelios, aplican a Cristo, aunque los judíos a veces la interpretan como refiriéndose al Mesías y a veces al rey Ezequías.
Los mexicanos dieron el nombre de Topiltzin a Quetzalcóatl, cuyo significado literal es “nuestro hijo” o “nuestro niño”, siendo el nombre compuesto por “to”, “nuestro”, y “piltzin”, definido por Alonso de Molina en su raro y copioso vocabulario de las lenguas mexicana y española como niño o niña, y relacionado con los términos afines “piltontli” y “pilzintia”. Por lo tanto, no sería descabellado suponer, dado que estas analogías son numerosas y no aisladas —y que a medida que aumenta su número también lo hace su grado de probabilidad— que los mexicanos conocían la profecía de Isaías, y que para marcar su creencia en su cumplimiento en la persona de Quetzalcóatl, le dieron el nombre de Topiltzin; no menos por haber nacido de una virgen entre las hijas de los hombres, que por otra famosa predicción del mismo profeta, que declaraba que recibiría un nombre a causa de esa misma circunstancia: “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel”.
Y el nombre Topiltzin, en efecto, tiene un significado que, si bien no es literal, sí equivale en sustancia al de Emanuel, pues “Dios con nosotros”, que es la interpretación del nombre hebreo, significa Dios habitando entre los hombres; y la fuerza completa de la expresión se conserva en el término Topiltzin, que podría interpretarse como “Hijo del Hombre” o “Dios al nivel de los hombres”; porque los mexicanos creían que Quetzalcóatl tomó sobre sí la naturaleza humana, participando de todas las infirmidades del hombre, y que no estaba exento de tristeza, dolor o muerte, y que sufrió voluntariamente para expiar los pecados de la humanidad.
Como ya se ha señalado, hay mucho atribuido a esta deidad de la tradición nativa americana que parece incompatible con el carácter del Mesías y con su labor en el hemisferio occidental; pero a pesar de ello, puede verse esbozado aquí el conjunto de verdades fundamentales respecto al Hijo de Dios tal como fue revelado a los nefitas mediante la profecía y luego por su venida entre ellos, todo lo cual se expone en el Libro de Mormón.
Lo que no concuerda con el Mesías y su misión entre los nefitas se debe —como ya se indicó— a la confusión de numerosas tradiciones que conciernen a otros grandes personajes que han figurado en la historia nativa americana, y de quienes también habla el Libro de Mormón. Pero, en las citas anteriores de las obras de los estudiosos del saber antiguo de América, tenemos el relato del “Gran Hombre” o “Hombre Glorioso del país”, que no puede ser otro que el Mesías hebreo —Jesucristo según el Libro de Mormón.
Allí están: las señales de su nacimiento; las señales de su muerte; su venida repentina entre el pueblo; su apariencia personal —no incompatible con la del Mesías, sino más bien en armonía con ella; su nacimiento de una virgen; ser el único Hijo de Dios; su nombre que significa “Dios con los hombres”; ser el creador del cielo y la tierra; su crucifixión por los pecados del mundo; su condición peculiar como “el Señor” al que los hombres oraban; su amor por la paz, su odio por la guerra; su respeto por la religión existente, aunque ampliándola con nuevos ritos y ceremonias religiosas; su enseñanza perfecta al pueblo en su propio idioma, pero también con palabras nuevas y dulces; su compasión por los enfermos, y su poder para sanarlos; su elección de discípulos especiales para enseñar su religión y hacerlos sacerdotes de la misma orden que él; la belleza y gentileza de su religión, en marcado contraste con la posterior superstición cruel y sangrienta que oscureció la vida de los pueblos nativos; sus instrucciones sobre los registros históricos; su partida de la tierra con cuatro de los jóvenes más virtuosos de Cholula, hasta el mar, donde se despidió de ellos y les envió mensajes a sus seguidores prometiendo regresar; su profecía sobre otras razas blancas que vendrían a ocupar y gobernar el mundo occidental; su desaparición misteriosa de la tierra y su promesa de volver. Todo esto, que concuerda tan perfectamente con el carácter y ministerio del Mesías entre los nefitas, tal como se describe en el Libro de Mormón, está expuesto con tal claridad que no puede desacreditarse debido a algunas evidentes fantasías e incongruencias presentes en otras partes de las tradiciones.
























