Capítulo 3
Evidencias externas – El origen hebreo de las razas nativas americanas – Reliquias hebreas.
A continuación, llamo la atención sobre las pruebas del origen hebreo de los nativos americanos, origen que, de establecerse más allá de toda duda razonable, constituiría un elemento más de evidencia —y uno de gran peso— dentro del volumen acumulativo de pruebas que aquí se está compilando, puesto que el origen hebreo de las razas nativas americanas es fundamental como testimonio de la veracidad del Libro de Mormón. En dicho libro, el origen hebreo de esas razas está declarado de manera tan inequívoca y enfatizada, que si pudiera probarse más allá de toda duda que estas razas americanas son de otro origen, las afirmaciones del Libro de Mormón quedarían desacreditadas.
Las fuentes principales de información sobre este tema son los escritos de Gregorio García, Edward King (Lord Kingsborough) y James Adair.
El primero fue un autor dominico español, nacido alrededor de 1560 y fallecido en 1627. Pasó unos doce años en países de Centroamérica como misionero entre los nativos, tiempo durante el cual recogió materiales para su obra principal: “Origen de los Indios”. Si bien defendía la teoría de que los indios eran descendientes de las Diez Tribus, García reunió evidencias a favor y en contra de esta hipótesis, aunque tanto sus argumentos como sus pruebas tienden a respaldar el origen hebreo.
Lord Kingsborough nació en 1795 y murió en Dublín en 1837. Su obra “Antiquities of Mexico” —diez volúmenes en formato folio imperial— fue publicada en Londres entre 1830 y 1848, por lo que, como murió en 1837, algunos volúmenes fueron editados póstumamente. Su teoría sostiene que los indios son descendientes de las Tribus Perdidas de Israel, y dedica todas sus energías a establecer esa postura. Puede acusársele de exceso de celo en favor de su teoría, y es cierto que en los detalles ha sido algo extravagante en sus suposiciones. Pero, aún después de aplicar el justo descuento al entusiasmo de un fanático, permanece un cuerpo de evidencia en sus obras a favor del origen hebreo de las razas americanas que nunca ha sido refutado con éxito por quienes disputan su teoría. Incluso Bancroft, quien desprecia su hipótesis, se ve obligado a admitir que su “entusiasmo nunca es ofensivo”, y agrega: “Hay una dignidad académica en su obra que nunca han alcanzado aquellos que se burlan de él”.
La obra de Adair, “Historia de los indios de América del Norte”, está incluida en el volumen octavo de las obras de Kingsborough. James Adair fue un comerciante inglés entre los indios norteamericanos desde 1735 hasta 1775, es decir, durante cuarenta años. Su obra se publicó en 1775. Sus observaciones se limitan a los indígenas de América del Norte; por tanto, estos tres autores cubren el campo completo de nuestra investigación. Citaré extractos de los tres, utilizando el resumen hecho por Bancroft de sus obras, por ser a la vez preciso y fácilmente accesible para el lector.
I. — García
Comienzo con García:
La opinión de que los americanos son de origen hebreo se apoya en similitudes en carácter, vestimenta, religión, peculiaridades físicas, situación y costumbres.
Los americanos son, en el fondo, cobardes, y también lo son los judíos; la historia de ambas naciones lo demuestra.
Los judíos no creyeron en los milagros de Cristo, y por su incredulidad fueron esparcidos sobre la faz de la tierra y despreciados por todos los pueblos; de manera semejante, los pueblos del Nuevo Mundo no recibieron fácilmente la verdadera fe, tal como la predicaban los discípulos católicos de Cristo, y por ello son perseguidos y están siendo rápidamente exterminados.
Otra analogía se encuentra en la ingratitud de los judíos por las muchas bendiciones y favores especiales que Dios les otorgó. Tanto judíos como americanos se caracterizan por su falta de caridad y bondad hacia los pobres, los enfermos y los desafortunados; ambos son naturalmente dados a la idolatría.
Muchas costumbres son comunes a ambos, como: levantar las manos al cielo al hacer una afirmación solemne, llamar hermanos a todos los parientes cercanos, mostrar gran respeto y humildad ante los superiores, enterrar a los muertos en colinas o lugares altos fuera de la ciudad, rasgar la ropa al recibir malas noticias, dar un beso en la mejilla como señal de paz, celebrar la victoria con cantos y danzas, expulsar del lugar de adoración a las mujeres estériles, ahogar perros en un pozo, practicar la crucifixión.
La vestimenta de los hebreos era en muchos aspectos similar a la de los americanos.
Los judíos preferían “las ollas de carne de Egipto” y una vida de esclavitud antes que el maná celestial y la tierra prometida; de modo similar, los americanos preferían una vida de libertad y una dieta de raíces y hierbas antes que el servicio a los españoles, aunque con buena comida.
Los judíos eran famosos por su trabajo en piedra, como lo demuestran los edificios de Jerusalén; una excelencia similar en esta misma habilidad se observa en las ruinas americanas.
Los mexicanos tienen una tradición sobre un viaje emprendido por orden de un dios, que se prolongó durante largo tiempo bajo la dirección de ciertos sacerdotes principales, quienes obtenían milagrosamente provisiones para su sustento. Esto guarda una notable semejanza con el relato hebreo del peregrinaje por el desierto.
Además, muchas huellas de sus antiguas leyes y ceremonias aún se encuentran entre ellos. Por ejemplo, tanto los judíos como los americanos confiaban su templo a los sacerdotes quemaban incienso, ungían el cuerpo, practicaban la circuncisión, mantenían fuegos perpetuos en sus altares, prohibían a las mujeres entrar al templo inmediatamente después del parto, y a los esposos acostarse con sus esposas durante siete días en el periodo de menstruación; prohibían el matrimonio o las relaciones sexuales entre parientes dentro del segundo grado; castigaban la fornicación con un esclavo; ejecutaban al adúltero; declaraban ilícito que un hombre se vistiera como mujer o una mujer como hombre; repudiaban a las novias si resultaban no ser vírgenes; y guardaban los Diez Mandamientos.
Respondiendo a la objeción de que los indios americanos no hablaban hebreo, García dice:
“Pero la razón de esto es que la lengua ha cambiado gradualmente, como ha ocurrido con todos los idiomas. Véase, por ejemplo, el hebreo que hablan los judíos en la actualidad, el cual está muy corrompido y es muy diferente del idioma original. De hecho, existen muchas huellas hebreas en las lenguas americanas.”
II.—Puntos de Vista de Lord Kingsborough
Los principales puntos de evidencia y argumentos de Lord Kingsborough son resumidos así por Bancroft:
La religión de los mexicanos se parecía mucho a la de los judíos, en muchos detalles menores, como se verá a continuación, y ambas eran prácticamente similares, hasta cierto punto en su misma base; ya que, así como los judíos reconocían una multitud de ángeles, arcángeles, principados, tronos, dominios y potestades como los personajes subordinados de su jerarquía, así también los mexicanos reconocían la unidad de la deidad en la persona de Tezcatlipoca, y al mismo tiempo adoraban a un gran número de otros seres imaginarios.
Ambos pueblos creían en una pluralidad de demonios subordinados a un jefe, que los mexicanos llamaban Mictlantecutli, y los judíos, Satanás.
Es probable que los toltecas estuvieran familiarizados con el pecado del primer hombre, cometido por sugerencia de la mujer, quien fue engañada por la serpiente, tentándola con el fruto del árbol prohibido—el origen de todas nuestras calamidades—y por quien entró la muerte al mundo.
Ya hemos visto en este capítulo que Kingsborough supone que el Mesías y su historia eran familiares para los mexicanos.
Hay razones para creer que los mexicanos, como los judíos, ofrecían ofrendas de carne y bebida a las piedras.
Existen semejanzas notables entre los mitos del Babel, el diluvio y la creación de los hebreos y los de los americanos.
Tanto judíos como mexicanos gustaban de invocar al cielo y a la tierra en sus juramentos.
Ambos eran extremadamente supersticiosos y creían firmemente en los prodigios.
Es muy probable que el sábado del séptimo día fuera conocido en algunas partes de América.
Los mexicanos aplicaban la sangre de los sacrificios para los mismos usos que los judíos: la derramaban sobre la tierra, la rociaban, marcaban personas con ella y la untaban en las paredes y otras cosas inanimadas.
Solo el sumo sacerdote judío podía entrar en el Lugar Santísimo.
Una costumbre similar existía en el Perú.
Tanto los mexicanos como los judíos consideraban ciertos animales impuros e impropios para el alimento.
Algunos americanos creían, al igual que algunos talmudistas, en una pluralidad de almas.
El concepto de que el hombre fue creado a imagen de Dios también era parte de las creencias mexicanas.
Era costumbre entre los mexicanos comer la carne de los sacrificios expiatorios.
Hay muchos puntos de semejanza entre Tezcatlipoca y Jehová.
Las abluciones formaban una parte esencial de la ley ceremonial de judíos y mexicanos.
Las opiniones de los mexicanos sobre la resurrección del cuerpo coincidían con las de los judíos.
El templo mexicano, como el judío, estaba orientado hacia el este.
“Así como entre los judíos el arca era una especie de templo portátil en el que se suponía que la deidad estaba siempre presente, y que era llevada sobre los hombros de los sacerdotes como refugio seguro y defensa contra los enemigos, así también entre los mexicanos y los indios de Michoacán y Honduras se veneraba un arca, considerada tan sagrada que solo los sacerdotes podían tocarla.”
La concepción yucateca de una trinidad se parece a la hebrea.
Es probable que Quetzalcóatl, cuyo nombre significa “serpiente emplumada”, recibiera ese nombre en referencia a la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto; las plumas quizá aludan a la tradición rabínica de que las serpientes ardientes enviadas por Dios a los israelitas eran de especie alada.
Los mexicanos, como los judíos, saludaban los cuatro puntos cardinales durante su adoración.
Había mucho en relación con los sacrificios que era común entre mexicanos y judíos.
En diversos ritos religiosos, como la circuncisión, confesión y comunión, había gran similitud.
La sal era un artículo muy apreciado por los mexicanos, y los judíos siempre la ofrecían en sus oblaciones.
Entre los judíos, el primogénito de un asno debía ser redimido con un cordero, o si no era redimido, se le rompía el cuello.
Este mandato de Moisés debería considerarse en relación con la costumbre de sacrificar niños que existía en México y Perú.
El espectáculo de un rey bailando como acto religioso era observado tanto por judíos como por mexicanos.
Así como los israelitas fueron guiados desde Egipto por Moisés y Aarón, acompañados por su hermana Miriam, así los aztecas salieron de Aztlán bajo la guía de Huitzitón y Tecpatzin, el primero de los cuales es llamado por Acosta y Herrera “Mexi”, acompañado también por su hermana Quilaztli, o, como también se le llama, Chimalmán o Malinalli, ambos nombres con alguna semejanza con Miriam, al igual que Mexi con Moisés.
Es imposible, al leer lo que registra la mitología mexicana sobre la guerra en el cielo y la caída de Tzontemoc y otros espíritus rebeldes; sobre la creación de la luz por la palabra de Tonacatecutli, y la división de las aguas; sobre el pecado de Ytztlacoliuhqui, su ceguera y desnudez; sobre la tentación de Suchiquecal y su desobediencia al recoger rosas de un árbol, y la consecuente desgracia para ella y su posteridad, no reconocer analogías bíblicas.
Otras analogías hebreas que Lord Kingsborough encuentra en América incluyen: la vestimenta, insignias y deberes de los sacerdotes; innumerables supersticiones relacionadas con sueños, apariciones, eclipses y otros eventos comunes; festivales para pedir lluvia; ceremonias de entierro y duelo; enfermedades más comunes entre la gente; festivales regulares; indumentaria de ciertas naciones; leyes establecidas; características físicas; arquitectura; otras observancias menores, como ofrecer agua a un extraño para que se lave los pies, comer polvo como señal de humildad, ungirse con aceite, etc.; sacrificio de prisioneros; el estilo y forma de la oratoria; relatos de gigantes; respeto al nombre de Dios; juegos de azar; relaciones matrimoniales; ceremonias de parto; ideas religiosas de todo tipo; respeto a los reyes; usos de metales; tratamiento de criminales y castigos por delitos; prácticas de caridad; costumbres sociales; y una gran cantidad de otros detalles.
III.—Pruebas de Adair
A continuación se presenta el resumen de las pruebas y argumentos de Adair:
Los israelitas estaban divididos en tribus y tenían jefes sobre ellas; del mismo modo, los indios americanos se dividían en tribus: cada tribu formaba una pequeña comunidad dentro de la nación. Y así como cada nación tenía su símbolo particular, también entre ellas no había un solo individuo que no se distinguiera por el nombre de su familia. Cada pueblo tiene una casa estatal o sinedrio, igual que el Sanedrín judío, donde casi todas las noches los jefes se reúnen para tratar asuntos públicos.
La nación hebrea fue ordenada a adorar a Jehová, el verdadero y viviente Dios, a quien los indios llaman Yohewah.
Los antiguos paganos, como es bien sabido, adoraban a una pluralidad de dioses; pero estos indios americanos rinden su culto religioso a Loak Ishtohoollo Aba, el Gran Benéfico Supremo Espíritu Santo de Fuego.
No rinden la más mínima adoración perceptible a imágenes.
Sus ceremonias religiosas concuerdan más con las instituciones mosaicas, lo cual no sería posible si fueran de origen pagano.
Su opinión de que Dios los escogió entre todos los demás hombres como su pueblo especial y amado, llena tanto al judío blanco como al americano rojo con ese odio constante hacia todo el mundo, que los vuelve odiados y despreciados por todos.
Tenemos abundante evidencia de que los judíos creían en la ministración de ángeles durante la dispensación del Antiguo Testamento; sus apariciones frecuentes y servicios en la tierra están registradas en los oráculos que los mismos judíos consideran inspirados divinamente; y San Pablo, en su epístola a los hebreos, habla de esto como una opinión generalizada: que “los ángeles son espíritus ministradores a los buenos y justos en la tierra”.
Los sentimientos y tradiciones de los indios son los mismos.
Creen que las regiones superiores están habitadas por espíritus buenos, relacionados con el Gran Santo, y que estos espíritus asisten y favorecen a los virtuosos.
El idioma y dialectos de los indios parecen tener el mismo idioma y genio del hebreo.
Sus palabras y oraciones son expresivas, concisas, enfáticas, sonoras y audaces, y a menudo, tanto en letras como en significado, sinónimos del hebreo.
Cuentan el tiempo al estilo hebreo, calculando los años por meses lunares, igual que los israelitas, quienes contaban por lunas.
Las ceremonias religiosas de los indios americanos están en conformidad con las de los judíos: tienen profetas, sumos sacerdotes y otros del orden religioso.
Así como los judíos tenían un sanctasanctórum o lugar santísimo, todas las naciones indias también lo tienen.
El atuendo de sus sumos sacerdotes es similar en carácter al de los hebreos.
Las fiestas, festivales y ritos religiosos de los indios americanos también tienen gran semejanza con los de los hebreos.
El indio imita al israelita en sus ofrendas religiosas.
Los hebreos tenían diversas abluciones y unciones según el ritual mosaico—y todas las naciones indias observan constantemente costumbres similares con motivos religiosos.
Su baño frecuente, o el sumergirse ellos mismos y a sus hijos en los ríos, incluso en el clima más severo, parece ser tan verdaderamente judío como los otros ritos y ceremonias mencionados.
Las leyes indias sobre la impureza y la purificación, y también la abstención de cosas consideradas impuras, son las mismas que las de los hebreos.
Los matrimonios, divorcios y castigos por adulterio entre los indios todavía guardan una fuerte semejanza con las leyes y costumbres judías en estos puntos.
Muchos de los castigos indios se parecen a los de los judíos.
Quien observe atentamente los rasgos del indio, su mirada, y reflexione sobre su carácter voluble, obstinado y cruel, naturalmente pensará en los judíos.
Las ceremonias realizadas por los indios antes de ir a la guerra, tales como la purificación y el ayuno, son similares a las de la nación hebrea.
Los israelitas gustaban de usar cuentas y otros adornos, incluso desde la edad patriarcal; y en semejanza con estas costumbres, las mujeres indias las usan continuamente, creyendo que esto previene muchos males.
La manera en que los indios cuidan a los enfermos es muy similar a la de los judíos.
Al igual que los hebreos, creen firmemente que las enfermedades y heridas son ocasionadas por la ira divina, como castigo por alguna violación del “discurso amado” antiguo.
Los hebreos enterraban cuidadosamente a sus muertos, y en caso de accidente recogían sus huesos y los colocaban en tumbas de sus antepasados; de la misma manera, todas las numerosas naciones indias realizan esta labor amistosa para todo difunto de sus respectivas tribus.
Los registros judíos nos dicen que las mujeres lloraban por la pérdida de sus esposos, y eran consideradas viles por la ley civil si se casaban dentro de un plazo de al menos diez meses tras su muerte.
De igual modo, todas las viudas indias, por una ley penal estricta establecida, guardan luto por sus esposos difuntos; y entre algunas tribus, durante un período de tres o cuatro años.
El hermano sobreviviente, según la ley mosaica, debía dar descendencia al hermano difunto que dejara viuda sin hijos, para perpetuar su nombre y su familia.
La ley americana aplica la misma norma.
Cuando los israelitas daban nombres a sus hijos u otros, elegían nombres que se adaptaban mejor a sus circunstancias y a los tiempos.
Esta costumbre es una regla constante entre los indios.
Reflexión Final del Autor
Existen escritores sobre el tema de las antigüedades americanas que sostienen, en primer lugar: que no todos los puntos de comparación entre las razas nativas americanas y los hebreos están claramente establecidos; y en segundo lugar: que aunque todos estuvieran claramente establecidos, no probarían necesariamente una identidad racial.
Sin embargo, puede insistirse en lo siguiente por parte de quienes aceptan el Libro de Mormón como verdadero:
que, dado que ninguna teoría alternativa sobre el origen de las razas nativas americanas ha sido probada concluyentemente (y en el estado actual de las cosas, parece imposible que lo sea), y dado que el Libro de Mormón se atreve a proclamar con tanta firmeza el origen hebreo del pueblo cuya historia narra en líneas generales, tanto de lo anterior que no pueda ser contradicho con éxito permanece como una evidencia de peso para la veracidad de nuestro registro nefita.
El Descubrimiento de Reliquias Hebreas
Además de estos resúmenes de evidencia sobre el origen hebreo de las razas nativas americanas, hay varios descubrimientos especiales relacionados con el tema que creo deben mencionarse. Uno de ellos fue relatado por Ethan Smith, autor de “Views of the Hebrews”, una obra en la que intenta demostrar que los indios americanos son descendientes de las Diez Tribus Perdidas de Israel. Mientras preparaba la segunda edición de su obra, oyó hablar del descubrimiento en Pittsfield, Massachusetts, de un pergamino, supuesto de origen nativo americano, cubierto con caracteres hebreos. El Sr. Smith viajó a Pittsfield para investigar el asunto, y encontró que los hechos eran los siguientes, según la información del hombre que halló el pergamino:
I.—El Pergamino Hebreo de Pittsfield
El descubridor del pergamino fue Joseph Merrick, Esq., un hombre de carácter altamente respetable en la iglesia de Pittsfield y en el condado, según le informó el ministro del lugar. El Sr. Merrick relató lo siguiente:
En el año 1815, estaba nivelando un terreno debajo y cerca de un antiguo cobertizo de madera en una propiedad suya situada en Indian Hill (un lugar en Pittsfield llamado así, que se encontraba, como fue informado posteriormente el escritor, a cierta distancia del centro del pueblo donde el Sr. Merrick vivía entonces [alrededor de 1825]).
Aró el terreno y removió virutas viejas y tierra a cierta profundidad, ya que la superficie parecía desigual. Después de completar el trabajo, al caminar por el lugar, descubrió cerca del punto donde se había excavado más profundamente una especie de correa negra, de unas seis pulgadas de largo y una y media de ancho, y algo más gruesa que una tira de cuero de arnés. Observó que tenía en cada extremo un lazo de alguna sustancia dura, probablemente para transportarla. La llevó a su casa y la arrojó en una caja de herramientas vieja. Posteriormente, fue encontrada afuera, y nuevamente la devolvió a la caja.
Intentó abrirla y descubrió que estaba formada por piezas de cuero crudo grueso, cosido y hecho impermeable con tendones de algún animal; y en el pliegue contenía cuatro hojas dobladas de viejo pergamino. Estas hojas eran de un amarillo oscuro y contenían algún tipo de escritura. Algunos vecinos las vieron y las examinaron. Uno de estos pergaminos fue rasgado en pedazos; los otros tres fueron conservados por Merrick, quien los entregó a Sylvester Larned, un graduado que entonces residía en el pueblo, y quien los llevó a Cambridge para ser examinados. Estaban escritos en hebreo con pluma, de manera clara e inteligible.
A continuación se muestra un extracto de una carta enviada al Sr. Merrick por el Sr. Larned sobre este asunto:
“Señor: He examinado el manuscrito en pergamino que tuvo la bondad de darme. Después de un tiempo, y con mucha dificultad y ayuda, he logrado determinar su significado, que es el siguiente (he numerado los manuscritos):
- 1 corresponde a Deuteronomio 6:4–9.
- 2 corresponde a Deuteronomio 11:13–21.
- 3 corresponde a Éxodo 13:11–16.
Le saluda atentamente,
[Firmado] SYLVESTER LARNED.”
II.—La Tableta Hebrea de Newark
Otro descubrimiento de escritura hebrea—los Diez Mandamientos grabados en una tableta de piedra—fue realizado en Ohio;
y fue visto por el Sr. A. A. Bancroft, padre de H. H. Bancroft, autor de Native Races. Este último relata así las circunstancias del hallazgo:
A unas ocho millas al sureste de Newark había antiguamente un gran montículo compuesto por masas de piedra arenisca, que habían sido traídas desde cierta distancia y amontonadas sin mucho orden o cuidado. En los primeros tiempos, como la piedra era escasa en esa región, los colonos fueron retirando el montículo poco a poco para usar las piedras en construcción, de modo que en pocos años no quedaba más que un gran montón aplanado de escombros.
Unos quince años atrás, el topógrafo del condado (cuyo nombre no recuerdo), que había estado investigando obras antiguas, centró su atención en este montículo en particular. Contrató a varios hombres y comenzó a excavar. Pronto fue recompensado con el hallazgo, en el centro y cerca de la superficie, de una capa de arcilla resistente, conocida como “arcilla de pipa”, la cual había sido traída de una distancia de unas doce millas.
Incrustado en la arcilla se hallaba un ataúd tallado de un tronco de roble de burr, en buen estado de conservación. Dentro del ataúd había un esqueleto, junto con varios ornamentos de piedra y emblemas, y algunos anillos de bronce abiertos, apropiados para usarse como brazaletes o tobillera. Tras retirarlos, cavaron más profundo y descubrieron una piedra tallada en forma oblonga, de aproximadamente dieciocho pulgadas de largo por doce de ancho, que resultó ser un cofre, cuidadosamente ajustado y completamente impermeable, el cual contenía una losa de piedra de calidad dura y fina, de una pulgada y media de grosor, ocho pulgadas de largo, cuatro de ancho en un extremo, y reduciéndose a tres pulgadas en el otro extremo.
En el rostro de la losa estaba grabada la figura de un hombre, aparentemente un sacerdote con una larga barba ondulante y una túnica que le llegaba hasta los pies.
Sobre su cabeza había una línea curva de caracteres, y en los bordes y dorso de la piedra estaban letras grabadas con precisión y limpieza.
La losa, que yo mismo vi, fue mostrada al clérigo episcopal de Newark, quien afirmó que los escritos eran los Diez Mandamientos en hebreo antiguo.
El Sr. Bancroft, refiriéndose a estas circunstancias, afirma que en ninguno de los dos casos “es seguro, ni siquiera probable, que la reliquia existiera en América antes de la conquista”, aunque no da razón alguna para tal declaración, más bien dogmática. Por mi parte, y especialmente en el segundo caso, no veo motivo para dudar de la existencia de estas reliquias en América antes de la llegada de los españoles. Según el Libro de Mormón, los antiguos habitantes de América, los nefitas, poseían los escritos de Moisés. Los Diez Mandamientos eran considerados como la síntesis, la cristalización de la ley de Dios para el pueblo, en espera de la llegada del Mesías con la ley más perfecta del evangelio. ¿Qué podría ser más natural que multiplicaran copias de esas escrituras, o de partes de ellas, especialmente de aquellas que se relacionaban con promesas o advertencias particulares para los israelitas, como los pasajes hallados en el pergamino de Pittsfield, Massachusetts? ¿O resúmenes de la ley de Moisés como los que constituyen los Diez Mandamientos?
Que los nefitas multiplicaban copias de las escrituras que tenían en su posesión (y sin duda también copias de pasajes destacados de esas escrituras), es evidente por lo que dice Mormón al relatar la transferencia de los registros nefitas de Shiblón a Helamán, hijo de Helamán:
“Ahora bien, he aquí, todas aquellas planchas que estaban en posesión de Helamán, fueron escritas y enviadas entre los hijos de los hombres por toda la tierra, a excepción de aquellas partes que Alma mandó que no salieran”.
La parte cuya transcripción y difusión fue prohibida se relacionaba con los juramentos y constituciones de las sociedades secretas, tomadas del registro de los jareditas; pero en cuanto al resto, había plena libertad para multiplicar copias de las escrituras, y que efectivamente se hacía, lo demuestra el hecho de que misioneros nefitas a los lamanitas llevaban copias de las escrituras que la colonia de Lehi había traído desde Jerusalén, y de las cuales leían para instruir a sus oyentes.
No es difícil creer, a la luz de estos hechos, que personajes destacados entre los nativos americanos hayan grabado sobre piedra o pergamino, en hebreo o en otros caracteres, pasajes de las santas escrituras; ni es increíble que estas escrituras hayan sido enterradas con ellos—pues enterrar los efectos personales con el difunto era una costumbre de los nativos—y que posteriormente estas reliquias hayan sido descubiertas, como en los dos casos citados. El hecho de los descubrimientos está fuera de toda duda: su naturaleza constituye una fuerte prueba incidental a favor de las afirmaciones del Libro de Mormón.
La Declaración de Orson Pratt sobre la Tableta de Newark
Respecto a este descubrimiento en Newark, el ya fallecido Orson Pratt, quien examinó la piedra grabada en la ciudad de Nueva York—entonces en posesión de la Sociedad Etnológica de dicha ciudad—hizo la siguiente valiosa y convincente declaración y argumento. También debe recordarse que el conocimiento del idioma hebreo por parte del élder Pratt hace que sus observaciones sean aún más concluyentes; mientras que el hecho de que indique que en esta Tableta de Newark no hay signos vocálicos ni caracteres modernos que han sido introducidos al hebreo durante los últimos dos mil cuatrocientos años, prueba concluyentemente que la Tableta de Newark es una producción antigua, y no moderna.
Treinta años después de que el Libro de Mormón fuera impreso, relatando la historia del poblamiento de este país, se abrió uno de los grandes montículos al sur de los Grandes Lagos, cerca de Newark, en Ohio. ¿Qué se encontró allí? Muchas curiosidades, entre ellas algunas piezas de cobre, supuestamente monedas. Después de excavar muchos pies y retirar miles de cargas de piedra, finalmente se halló un ataúd en medio de una especie de arcilla de fuego muy dura. Debajo de este, encontraron una gran piedra que parecía hueca; algo parecía hacer ruido en su interior. La piedra estaba cementada en el centro, pero con algo de esfuerzo se logró abrirla, revelando otra piedra en su interior, de naturaleza completamente distinta a su cubierta.
Sobre la piedra interior estaba grabada la figura de un hombre con una túnica sacerdotal que fluía desde sus hombros; y sobre la cabeza de este hombre estaban los caracteres hebreos de “Moshe”, el antiguo nombre de Moisés; mientras que a cada lado de esta figura, y en los distintos lados de la piedra—arriba, abajo y alrededor—estaban los Diez Mandamientos, tal como fueron recibidos en el Monte Sinaí, escritos en caracteres hebreos antiguos.
Ahora bien, recordemos que el Libro de Mormón ya había sido impreso treinta años antes de este descubrimiento. ¿Y qué prueba este hallazgo? Prueba que los constructores de estos montículos, al sur de los Grandes Lagos, en el gran valle del Misisipi—en Ohio, Indiana, Illinois, Nueva York, etc.—debían conocer los caracteres hebreos; y no solo eso, también debían conocer la ley de Moisés. De lo contrario, ¿cómo se explica que hayan escrito en esta piedra los Diez Mandamientos casi palabra por palabra tal como están en la traducción de la Biblia del rey Jacobo?
Esto prueba que los constructores de estos montículos eran israelitas, y que sus muertos ilustres, sepultados en estos montículos, llevaban consigo estos mandamientos, de acuerdo con la costumbre de muchas naciones antiguas, especialmente los egipcios, quienes solían enterrar papiros sagrados escritos en sus grandes tumbas. En Egipto se han exhumado muchos de estos manuscritos antiguos que, en muchos casos, pretenden haber sido traducidos.
Así también los israelitas siguieron las costumbres de estas naciones orientales, y enterraron aquello que consideraban más sagrado, a saber, los Diez Mandamientos, pronunciados con voz atronadora por el Todopoderoso en medio de fuego ardiente en el monte Sinaí ante toda la congregación de Israel.
Yo he visto esa piedra sagrada. No es una historia inventada. Escuché hablar de ella, como que estaba en la Sociedad de Antigüedades, o como ahora se llama, la Sociedad Etnológica, en la ciudad de Nueva York. Fui al secretario de dicha sociedad, quien amablemente me mostró esta piedra, de la cual he estado hablando, y como conocía el hebreo moderno, pude formarme una idea del hebreo antiguo, ya que algunos caracteres del hebreo moderno no difieren mucho en forma de los del hebreo antiguo.
De todos modos, tenemos suficientes ejemplos de hebreo antiguo, desenterrados en Palestina y extraídos de entre las ruinas de los israelitas al este del Mar Mediterráneo, para hacernos una idea de estos caracteres; y al compararlos, pude comprender la naturaleza de los escritos en estos registros.
También fueron mostrados a los hombres más eruditos de nuestro país, quienes, tan pronto como los vieron, fueron capaces de afirmar que no solo eran hebreos antiguos, sino que también pudieron traducirlos, y declararon que se trataba de los Diez Mandamientos.
Esto, entonces, es una prueba externa, independiente de las pruebas escriturales a las que ya he hecho referencia, que testifica la autenticidad divina del Libro de Mormón.
Ahora bien, nuestro hebreo moderno tiene muchos signos vocálicos; también posee muchos caracteres adicionales que han sido creados desde que estas colonias dejaron Jerusalén. ¿Se encuentran en estos escritos antiguos alguno de esos caracteres modernos que han sido introducidos durante los últimos dos mil cuatrocientos años? Ni uno solo. ¿Se encuentra algún signo vocálico hebreo? Ninguno; y todos los nuevos caracteres consonánticos que han sido introducidos durante esos dos mil cuatrocientos años no se hallaron en la piedra a la que me he referido, lo que demuestra claramente que debe ser de fecha muy antigua.
En relación con sus comentarios sobre esta Tableta de Newark, el élder Pratt también hace la siguiente declaración:
“TEN MISERICORDIA DE MÍ, UN NEFITA.”
Cinco años después del descubrimiento de este notable recuerdo de los antiguos israelitas en el continente americano, [la Tableta de Newark], y treinta y cinco años después de que el Libro de Mormón fuera impreso, se abrieron otros montículos en la misma zona de Newark, en varios de los cuales se encontraron caracteres hebreos. Entre ellos se halló esta bella expresión, enterrada con uno de sus antiguos muertos:
“Que el Señor tenga misericordia de mí, un Nefita.”
Fue traducida de una manera ligeramente diferente, a saber: “Néfel”. Ahora bien, sabemos que Nefi, quien salió de Jerusalén seiscientos años antes de Cristo, fue el líder de la primera colonia judía [israelita — la colonia de Lehi estaba compuesta por familias de las tribus de Manasés y Efraín. Véase Vol. I, págs. 167-168] que cruzó hacia esta tierra, y que el pueblo, desde entonces, fue llamado “nefitas”, en honor a su profeta y líder inspirado. Los nefitas eran un pueblo justo, y tuvieron muchos profetas entre ellos; y cuando enterraban a uno de sus hermanos en estos antiguos montículos, grababan en caracteres hebreos la expresión que significaba: “Que el Señor tenga misericordia de mí, un nefita.” Esto constituye otra prueba directa de la autenticidad divina del Libro de Mormón, el cual fue traído a la luz y traducido por inspiración, unos treinta y cinco años antes de que esta inscripción fuera hallada.
























